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Capítulo Catorce



Cuando volví a la que era mi habitación, aunque no la sentía como propia, no salí de ella, ni siquiera para cenar. No quería ver a nadie y menos hablar con nadie, necesitaba estar a solas para poder aclarar un poco mis ideas, con todo el tumulto de hadas y, la constante atención de Salvatore en mí, que me tenía muy vigilada, hubiera sido incapaz de hacerlo.

A raíz de eso, esa noche casi no pude dormir. Tenía la mente muy ocupada pensando en todo lo que había pasado ese mismo día. Era demasiada información, demasiadas cosas para procesar y entenderlas. Me sentía como si estuviese de nuevo en West Salem y todo el mundo me ocultase lo que debería saber para, según ellos, protegerme.

Cuando no necesitaba que me protegieran, ya no.

No podía dejar de pensar, repasando todo lo que había ocurrido desde que había llegado.

No había podido matar a Gael. Eso era un hecho. Tenía que aceptarlo y, sobre todo, entender la razón por la cual no había podido acabar con su vida cuando debería haberlo hecho. Él era un vampiro, se había aprovechado de mí en el pasado, aunque lo negase, y seguía siendo un enemigo

Pero había un problema: Gael me hacía dudar.

No confiaba en él, ese derecho lo había perdido en el momento que había descubierto sus mentiras. Él seguía diciendo que quería ayudarme, que todo lo que hacía, lo hacía por mí, para que yo estuviese a salvo, y lo decía de forma tan convincente...

¿Por qué seguía mintiendo? ¿Qué ganaba con eso? ¿O decía la verdad?

Seguía sin creérmelo, pero tenía que probar si lo que decía era cierto. Si tal y como había dicho, iban a atacarnos en poco tiempo.

Después estaba el hecho de que Andrea no me había delatado, al contrario, había dicho que mi secreto estaba a salvo con ella.

¿Por qué? Su misión era defender el reino de las hadas de cualquier peligro. Gael lo era, era un vampiro. Se suponía que debería eliminar las amenazas y estando él de la forma en la que estaba, herido y débil, Andrea no le hubiese dado opción, no hubiera sido una lucha justa.

Además, ella sabía quién era Gael, se sabía su nombre, no le había resultado extraño que yo estuviese con él. Y eso me generaba más curiosidad, ¿de qué lo conocía y de dónde?

Lo que más me preocupaba era la posibilidad de que nos podían atacar. No quería vivir de nuevo una situación parecida a la que había sucedido en West Salem, y si nos atacaban, reviviría todo aquello que quería olvidar. Sin contar que quizá perdía a más gente que me importaba ya que aquí, en el reino, estaban aquellas personas por las que daría mi vida sin pensarlo: mi madre y mi hermana.

Cuando vi los primeros rayos de sol me levanté de la cama con las cosas un poco más claras, dentro de lo posible, y lo que primero tenía que averiguar era si nos iban a atacar o no.

Y para ello necesitaba a Alex.

El chico me había enseñado dónde se encontraba su habitación los primeros días, por lo que fui directa hacia ahí y entré sin ni siquiera llamar, tenía que aprovechar que la mayoría seguían durmiendo.

—Despierta —murmuré zarandeándolo, pero tenía el sueño muy pesado—. ¡Alex! —chillé en un intento inútil, así que opté por la última opción, usar el fuego.

Eso sí, el que no quemaba, no quería matar al único que podía considerar mi amigo, a excepción de mi familia, en la que incluía ya a Matthew.

—¡Fuego! —Alex abrió los ojos de forma rápida y exagerada. Se levantó mientras intentaba apagar el incendio, primero con la mano, lo que me hizo mucha gracia, luego intentó hacerlo con la almohada, pero el fuego la atravesó como si nada sin quemarlo. Cuando se dio cuenta de que eso era extraño, se giró y me vio—. ¡Aerith, maldición!

—Eres un exagerado, ¿lo sabías? Y tienes un despertar extraño.

—¿Cómo quieres que me ponga si veo fuego en mi cama cuando abro los ojos? He reaccionado de forma normal.

—Pues haberle puesto tierra —murmuré—, ¿no eres un hada? Usa tu poder.

—Aerith..

— Necesito tu ayuda en una cosa, Alex —solté de golpe.

—Me lo suponía, si no, no estarías aquí. —Dejó la almohada en la cama, se acercó a mí, sonrió, y me abrazó —. Querías esto, ¿verdad? Un abrazo mañanero de mi parte.

—Alex...

—Lo sé, no puedes vivir sin mí, Aerith. Tranquila, muchas hadas también sufren de ese síntoma, se te pasará, hay Alex suficiente para ti.

—Calla y escúchame, por una vez en tu vida —espeté—. Necesito tu ayuda y es importante.

—Soy todo oídos.

Con Alex había llegado a tener algo de confianza, por lo que le conté todo, o casi todo, ya que no mencioné que podía haber matado a Gael y no lo había hecho, porque me vería débil y no quería eso. A medida que le fui explicando lo que sabía, fue cambiando su expresión, ya no tenía esa mirada divertida, al contrario, estaba serio. Demasiado.

—Si eso es cierto... —suspiró—. Tienes que contarlo en una reunión.

—No tengo pruebas, Alex. Solo la palabra de Gael.

—¿Confías en la palabra del vampiro?

Me mordí el labio, no, no confiaba en él. Pero ¿eso me hacía dudar de su palabra? Porque si no creyese lo que me había dicho no estaría aquí ni estaría pidiéndole ayuda a Alex.

—Es complicado...

—No estoy preguntando acerca de si confías de forma personal en ese vampiro, ni tampoco lo que sientes por él —murmuró—. Sé quien es y lo que representa en tu vida, pero la pregunta es clara. ¿Confías en que va a haber un ataque?

—Alex, no lo sé —susurré—. Gael me ha mentido en el pasado y no debería confiar en él. Pero parece tan convencido... tanto. Me hace dudar.

—Si tienes dudas ya es más que suficiente para mí, Aerith. Confío en tu criterio. Y sé cómo podemos averiguar si es cierto o no.

—Yo he pensando en ir a visitar al prisionero —admití—. El problema es que no sé dónde se encuentra, ni cómo llegar ni nada...

—Para eso estoy yo aquí. Ahora, escúchame.

Me explicó que para no levantar sospechas teníamos que seguir con nuestra rutina habitual: pasar la mañana practicando magia feérica con él y por la tarde las clases de lucha con su madre. La cuestión estaba en que Andrea nos iba a ayudar, Alex estaba convencido de ello.

—¿Por qué tienes tan claro que va a estar de nuestro lado? —no pude aguantarme más esa pregunta. Andrea se había convertido en un misterio para mí.

—Mi madre, pese a ser la jefa de la guardia de las hadas, tiene muy claro quién merece tener su lealtad y confianza. Sí, obedece a Salvatore es porque es su obligación, no porque tenga su lealtad.

—¿Y yo sí? Porque si es así, no lo entiendo.

—Yo sí lo entiendo —sonrió con autosuficiencia—. Conozco muy bien a mi madre y sé qué ha visto en ti para que te hayas ganado su lealtad. Siempre lo dice, pueden obligarte a que sirvas para una causa, pero no pueden obligarte a que creas en ella.

Intenté disimular lo mejor que pude delante de Salvatore, que vigilaba con atención las clases que me daba Alex rodeado de unos guardias personales. Los primeros días entendí que supervisase la que era mi enseñanza, era una recién llegada, pero no encontraba una razón lógica para que lo siguiese haciendo.

A la que no vi en toda la mañana fue a mi madre, ni tampoco a Charles, parecían estar desaparecidos.

—Muy bien, mi madre nos va a cubrir —aseguró Alex—. Y Matthew aquí presente va a ayudarnos también, ¿verdad?

—Aún sigo sin entender de qué va la cosa.

—Tú nos ayudas y punto, ¿estamos? —dijo Alex—. Confía en mí y confía en tu prima.

—Si no digo que no confíe en vosotros, al contrario. Es solo que no sé de qué habláis.

Alex le contó por encima su plan y mi primo asintió conforme estaba de acuerdo a lo que iba diciendo su mejor amigo. Por eso nos dirigimos hacia donde estaba encerrado el prisionero, en lo más profundo del castillo, bajando muchas escaleras.

No había nadie, ningún hada controlando la zona o vigilando, lo que era bastante extraño.

Hasta que llegamos a un punto en el que por mucho que quisiéramos seguir, no podíamos.

—Espera, pelirroja —rio Alex—. No se puede pasar sin realizar el hechizo de magia féerica.

—¿Y yo eso lo sabía por...? —gruñí. Nunca había estado aquí, no podía saber que había un hechizo antes de entrar.

—¿Te he dicho que me encantas estando enfadada? —Miré a Alex y me lanzó un beso mientras seguía riendo—. Sí, Aerith, tienes razón, no podías saberlo. Ahora lo sabes. ¿Lo hago yo? —le preguntó a Matthew—. Perfecto.

Intenté fijarme bien en las palabras que pronunciaba Alex, pero me costó, lo dijo todo tan rápido que no fui capaz de quedarme con ellas.

—¿Qué clase de hechizo era ese? —pregunté una vez habíamos reanudado la marcha—. Parecía extraño.

—Es que es más complicado de lo que te he enseñado hasta ahora. Paciencia.

Al contrario de lo que había visto, en esta zona sí había muchas hadas, y nos observaban, analizaban nuestros movimientos hasta que nos bloquearon el paso.

—No podéis pasar.

—¿Por qué no? Le estoy enseñando al hada de fuego esta parte del castillo —habló Alex con total normalidad—. Tiene derecho a conocerlo.

—He dicho que no podéis pasar —repitió ese hada. Al ver que no nos movíamos, hubo un ligera corriente de aire que nos alejó.

—Creo que no estás siendo consciente de con quién estás hablando —siguió Alex. Mientras que yo estaba a punto de estallar por la actitud de ese guardia, él estaba tranquilo—. Ella es el hada de fuego.

—Tengo ordenes concretas de no dejar pasar a nadie, ni siquiera a ella.

—Pero si ella te da una orden, debes obedecerla —apuntó Matthew—, ¿eres consciente?

—Yo solo obedezco a Salvatore Ignis. A nadie más.

—¿Puedo dejarlo inconsciente? —nos preguntó Alex— Ganas no me faltan.

Me quedé quieta, el suelo empezó a moverse de forma sutil, casi en unas imperceptibles sacudidas que no me pasaron por alto.

—Alex, no digas esas cosas —antes de que pueda pasar algo más, Andrea apareció detrás de ese hada y nos miró—. Y deja de hacer lo que estás haciendo.

—Mamá, si no estoy haciendo nada.

—He dicho que pares. Déjalos pasar, Isaiah.

Eso pareció desconcertar al guarida, que no entendió la razón por la que Andrea le diría algo así.

—Tengo órdenes concretas de...

—Y yo te digo que los dejes pasar, bajo mi permiso.

—Sigue sin ser algo que...

Andrea me miró levantando una ceja, y la entendí. Supe que quiso decirme con ese simple gesto, que debería empezar a usar mi autoridad para este tipo de situaciones.

—Isaiah, nos vas a dejar pasar. Es una orden —quise sonar lo más segura posible, pero no supe si funcionó ya que el hada me seguía mirando sin querer hacerme caso.

—¿No te ha quedado claro? —se regodeó Alex—. El hada de fuego quiere pasar, el hada de fuego pasa. Venga, vamos.

Alex se hizo paso empujando a Isaiah en el proceso, tampoco pareció importarle.

—Matthew, quédate conmigo —ordenó Andrea—. Estoy más que segura de que Isaiah habrá ido a informar a Salvatore.

—De acuerdo.

—Hada de fuego, tienes poco tiempo. No lo malgastes. Alex, sabes qué hacer.

Alex abrió una de las puertas y me obligó a entrar, al hacerlo, supe donde estaba, en un calabozo.

—Supongo que tengo el placer de conocer al hada de fuego. —Busqué con la mirada al propietario de esa voz, y lo vi. Encadenado en la pared y pálido, de ojos azules y brillantes—. ¿A qué debo el honor?

—Necesito información.

—Información por un poco de tu sangre, la sangre de las hadas siempre es más deliciosa que las otras, supongo que la de la hada de fuego será aún mejor...

Negué con la cabeza mientras me acercaba a él muy segura. Sabía muy bien cómo hacerle hablar, lo había conseguido antes con otros vampiros.

—Eres un cazador, ¿verdad? —no me contestó, pero no me hacía falta—. No sé por qué lo pregunto, tus ojos te delatan, ese azul... —me reí—. He dicho que necesito información y tú, vas a dármela.

—No lo voy a hacer sin sangre,

—No lo entiendes, el cazador ahora es la presa. Te voy a hacer hablar, cueste lo que cueste.

—¿Crees que no me han torturado antes? No me das ningún tipo de miedo, hada de fuego.

—Si fuera tú, lo tendría. Ahora dime, ¿es cierto que Kier sabe que estoy aquí y planea un ataque?

Silencio, y de repente, el vampiro empezó a reírse a carcajadas. Eso me enfureció, mucho más de lo que estaba por todo lo que había pasado con ese guardia. Necesitaba saber si era verdad o no, necesitaba comprobar si debería de preocuparme por Febe y su seguridad, necesitaba saber si debía de temer por su vida por un posible ataque...

Pensar en esa idea, la idea de poder perder a mi otra hermana me volvió loca. Empecé a quemarlo con fuego que cree de la nada solo por el placer de verlo sufrir, porque ni siquiera le dejaba hablar, no le daba la oportunidad. Estaba siendo la misma que en su momento Gael dijo que no quería ver.

—Aerith, para. —Alex me tocó el hombro—. No le estás dando la oportunidad de que se explique.

—Tampoco parece que lo vaya a hacer.

—No le has dado la oportunidad, esos no son los métodos que usamos aquí.

—Y por eso no ha hablado. Está en juego la vida de mi familia, Alex. No puedo tratarlo bien cuando se está riendo.

Volví a mirar al vampiro e hice que su sangre entrase en ebullición, lo que le generó mucho dolor, tanto, que sus gritos fueron más altos que antes.

—¡Sí! —chilló a lo que paré de quemarlo por dentro para que pudiese hablar con más tranquilidad—. Kier sabe que estás aquí y está planeando un ataque.

—¿Cuándo va a ser? —preguntó Alex sorprendido de que lo hubiese reconocido.

—Eso sí que no lo voy a decir, ni aunque me matéis—volvió a reírse, recuperando el control—. Sufristeis un ataque hace unos cuantos años, ¿verdad? Uno inesperado. Me sonabas cuando has entrado, chico. Recuerdo a un hombre parecido a ti y también recuerdo la manera en la que Kier lo mató delante de mí. Y volverá a pasar. Volveremos a matar a los máximos de vuestra especie para demostraros que los vampiros somos mejores. —Después de decir eso me miró, y se relamió el labio inferior—. Y el hada de fuego se vendrá con nosotros, quiera o no.

Estaba a punto de quemarlo vivo de nuevo, pero Alex pasó a mi lado demasiado rápido para que pudiese evitar lo que iba a hacer.

—¿Qué es lo que está pasando aquí?

Cuando me giré para ver a Salvatore en la puerta, escuché un golpe de algo que caía en el suelo; el corazón del vampiro.






Muchos besos xx


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