Alec Benjamin - Let Me Down Slowly (feat. Alessia Cara)
La xenofobia no solo se ha visto y percibido en países norteamericano o europeos, dicha situación también se percibe entre los mismos países latinoamericanos. Los inmigrantes han tenido que enfrentar abusos psicológicos, físicos y verbales, personas que huyen de sus países por diversos problemas, ya sean económicos o sociales. Miles de familias latinoamericanas han sido separadas, al versen en la situación de emigrar otros países, dejando sus vidas, sus empleos, su familia, amigos y conocidos atrás, luchando contra personas que creen que emigran sin razón alguna, cuando han tenido, mil y una razón para irse de las tierras en las cuales nacieron...
Dejo los dedos suspendidos en el aire mientras releo lo poco que llevo del artículo de mañana, apoyo mi codo en la mesa de madera negra y dejo que el costado de mi cabeza caiga en la palma abierta de mi mano, mientras mi cuerpo mueve la silla de ruedas de un lado hacia otro. No me gusta por completo lo que he escrito, pero desde hace horas que empecé a escribir, ya es la quinta vez que vuelvo a comenzar.
—¿Qué tal va el artículo?
Giro la cabeza con lentitud hacia Axellen, hago una mueca y me encojo de hombros; mientras dejo caer mi espalda al respaldo de la silla.
—Un asco.
Sonríe de lado y le da un sorbo a su café.
—Y seguro termina siendo un gran artículo. —Entrecierra los ojos y niega con la cabeza—. Ambos sabemos que cada vez que dice que es un asco, termina siendo una gran noticia.
Arqueo las cejas y le sonrío.
—Como digas jefe —Hago un saludo militar y dejo caer mi mano en apoya manos, mientras sonrío.
Sonríe a tal punto que sus ojos se entrecierran y hacen pequeños, se ve adorable. Su mano se coloca sobre la mía y da un apretón, me desea en un pequeño susurro suerte y se va en dirección a su oficina. Sonrío como tonta la mayor parte del día, simplemente parece que no puedo borrar la sonrisa que se ha dibujado en mi rostro, anoche, cuando me llevo al observatorio de cristal, fue perfecto, cuando cantó fue como escuchar a un ángel, siempre me gustó escucharlo cantar, me encantaba verlo con la guitarra y oírlo tocar mientras tarareaba.
La música era uno de sus hobbies y volvía todo más íntimo; y no importaba que pasaba en esos momentos. Solo importábamos ambos.
—Esto es tan agradable. —Suspira Lachlan mientras estamos en el espacio de descanso.
—¿Qué es agradable? —curioseo, soplo la taza de té entre mis manos antes de darle un pequeño sorbo.
Me mira con diversión, sus ojos negros brillan. Hace una mueca de desdén y termina riéndose para sí mismo.
—No te hagas la tonta, niña. Tú y el subjefe... —Mueve las cejas y sonríe con picardía.
—¡Claro que no!
Suelta una carcajada y se acomoda en el sillón negro, dejándome un pequeño espacio para que me siente, como ve que no me muevo le da dos palmadas al material del sillón y me acerco con cautela hasta dejarme caer a su lado.
—Quizás no tendré un libro sobre un romance entre el jefe y la empleada, pero si veré como mi chismosa favorita lo tiene en la vida real. —Intento hablar, pero alza la mano, impidiéndome hacerlo—. Ni se te ocurra decir que no hay nada. Porque estos ojos. —Señala sus ojos y los abre bastante—. Han visto como es el ambiente entre ustedes, solo hay que prestar mucha atención.
Le sonrío y niego con la cabeza.
—Ves cosas donde no las hay.
Abre la boca indignado y entrecierra los ojos.
—Claro, no lo admitas, total el sentimiento es mutuo. Tú le gustas, él te gusta y yo seré el padrino de la boda.
Suelto una carcajada estruendosa y niego con la cabeza.
—¿Mutuo? ¿Bodas? Vaya película que te estas armando.
Ríe entre dientes y se acomoda en el lugar, mira hacia los lados; asegurándose de que nadie nos esté viendo para acerca un poco su rostro al mío y hablar:
—Cariño, escucha atentamente. Axellen te ve como si fueras un jodido diamante, como si fueras una maldita diosa griega toda sexy, ese hombre está cayendo en tus redes, y ni siquiera intentas seducirlo. Ya quisiera yo seducir sin intentarlo.
Me rio para ocultar los nervios. Mierda, hasta yo he notado que hay algo diferente entre Axellen y yo, pero no me atrevo a decirlo en voz alta. Es como si estuviéramos coqueteando en silencio y con pequeños detalles que no parecen de coquetear. Es algo raro entre él y yo.
—Mira solo el culo que tiene —sigue hablando Lachlan y señala hacia las ventanas de cristal, donde se ve a Axellen hablando con una periodista y parece explicarle algo. Un sonido de saboreo sale de los labios del hombre sentado a mi lado y me voltea a ver con una sonrisa—. Gran manjar que te estás ligando, niña.
—Lachlan.
—Sí así está el conejo, como estará la zanahoria.
Rio entre dientes y siento mi cara roja por la vergüenza.
—Mira, Hailee, debes ir hacia él —lo señala—. Y después verlo directo a los ojos y decirle: Bendito sea el gusano del que sacaron la seda con la que hicieron la sábana que cubría el colchón donde tus señores padres se echaron una noche de pasión para crear semejante hermosura, bizcocho rico.
Suelto una estruendosa carcajada y tapo mi boca con mi mano, niego con la cabeza.
—Ni loca digo eso.
Sonríe y toma un mechón de mi cabello para enredarlo en su dedo y darle vueltas.
—Entonces, míralo y dile: Quien fuera hambre, para darte tres veces al día, mi amor.
El estómago me está empezando a doler de tanto reír, cada piropo de albañil que dice es más y más subido de tono, hasta que baja la intensidad y dice sutiles. Duramos un rato hablando o más bien, riéndonos de los piropos que él dice.
—Quien fuera niña para jugar con ese muñequito.
Le doy un golpe en el brazo.
—Lachlan —llaman desde la puerta, es la secretaria del jefe, una mujer ya algo mayor pero amable—. El jefe te llama, cielo.
Él asiente y ella se va. Me da una mirada triste cuando se levanta del mueble y deja salir una inspiración triste.
—Bueno, cariño, seguiremos con la clase de piropos otros días, pero yo que tú, no lo dudaba y me comía a ese bombón antes de que alguien más se lo coma.
Rio y asiento con la cabeza, lo observo irse y, cuando pasa por al lado de Axellen, quien habla con la secretaria, señala su trasero, rueda los ojos hacia arriba y mueve los labios; diciendo algo que me hace reír. Si Axellen se hubiera girado y lo hubiera visto estaría en grandes problemas.
Cuando estoy a punto de salir de la sala de descanso, mi teléfono comienza a sonar, al mirar el identificador frunzo el ceño, es la profesora de ballet de Alice, todavía falta media hora para que vaya a clases de ballet, y el abuelo siempre la lleva y yo la busco, o a veces lo hace Sam.
—¿Sí?
—Señorita Belova, lamento si la estoy interrumpiendo. Pero necesito hablar con usted.
Frunzo el ceño y me apoyo a la pared más cercana.
—¿Hay algún problema, profesora McGonagall?
—Preferiría hablar personalmente con usted, es mejor que por teléfono. ¿Podría venir a verme hoy o mañana?
Me tenso, la felicidad parece desaparecer de mi cuerpo de golpe, la sonrisa que antes tenía ya no está, ahora solo preocupación y miedo azota cada partícula de mi cuerpo. Tartamudeo que iré ahora mismo y, después de colocarnos de acuerdo sobre en donde vernos —eligiendo el estudio de ballet—, cuelgo y pego el teléfono en mi pecho.
—¿Qué está ocurriendo ahora?
—¿Quieres beber algo? ¿Té o café?
—Té está bien.
La mujer asiente y se da la vuelta, en dirección a la pequeña cocina. Mis ojos recorren el lugar, hay una vitrina llena de trofeos y certificados de primer lugar, mamá era Australiana, pero cuando adolescente sus padres se mudaron a Portland, antes, cuando era niña estuvo en esta academia, por eso no me sorprende ver que algunos de los trofeos tiene su nombre, o que hayan fotografías con ella bailando.
—Ha sido una de las bailarinas más talentosas que he visto, es una lástima que no lo llevará a un punto profesional, hubiera sido famosa —dice la mujer mayor y me entrega la taza de té.
—Fue por la lesión en su rodilla.
Hace una mueca de dolor y asiente con la cabeza.
—Fue en las nacionales, estaba bailando y cayó, fue doloroso haber perdido a una gran bailarina —me mira—. Cuando tu madre te trajo, creí que tu iba a ser su sucesora.
Le sonrío.
—Lo siento, no me gusta bailar, prefiero verlo.
Me devuelve la sonrisa.
—No te preocupes, Alice tiene todo el talento de tu madre, es una fantástica bailarina.
Asiento y me hace una señal con la mano para que me siente, lo hago. Doy un sorbo al té cuando el silencio se instala entre ambas. Es una mujer mayor, tiene los ojos azules de un tono pálido, su piel tiene secuelas por el paso del tiempo, aunque no son muchas. Fue una mujer hermosa y talentosa, mi madre me mostraba fotos de ambas en competencias, donde mostraban las copas de primer lugar.
—Quiero que seas sincera conmigo, Hailee —dice con delicadeza y en un tono de voz cauteloso que me coloca alerta—. Hay algún problema en casa.
—¿Qué?
Muerde su labio inferior y se acomoda en la silla detrás del gran escritorio, dejo la taza de té sobre la madera oscura y me siento recta.
—Alice viene una o dos veces a la semana, ya no viene todos los días como antes, y cuando lo hace; luce perdida en su mente. Hace las coreografías, baila, pero se ve ausente. Y como bien sabrás, dentro de unas semanas será la apertura de las funciones como cada año, y quiero que ella sea la bailarina principal.
—¿La principal?
—Sí. —Sonríe—. Haremos el cisne negro, y quiero que ella lo haga. Vendrán personas importantes, gente con influencia y poder en la industria del baile, quizás alguien quiera patrocinarla, ver a tu hermana bailar es como ver a un ángel haciéndolo. Transmite emociones, sentimientos, pasión, eso buscan muchas empresas de baile.
Me quedo callada, si alguien la descubriera, ella llegaría lejos. Sería importante y sé que también ha considerado dedicarse al baile.
—No te llamé con anterioridad, porque sé que estás ocupada y... No quería asustarte o algo parecido, pero no me gusta que Alice este tan perdida, es como si todo lo bonito que había en ella se hubiera marchitado de golpe.
Un nudo se ha instalado en mi garganta, apretando con fuerza, impidiéndome hablar, impotencia recorre mi sangre, dolor, decepción. Creía que al menos esto seguía como antes, pero nada lo hace realmente, todo se ha roto y no puedo repararlo, no encuentro la manera de arreglarlo.
—Ha habido algunas cosas las últimas semanas, cosas que han afectado emocionalmente a Alice. —Hago una pausa para pensar que es lo siguiente que diré—: Hablaré con ella, la motivaré a que venga, gracias por decirme y llamarme. Profesora.
Se queda en silencio por unos minutos y asiente con la cabeza.
—No quiero ofenderte, ni quiero que creas que pienso que eres una mala persona, tú o tu abuelo, me ha quedado claro que, desde la muerte de tus padres, has hecho todo para que tus hermanos estén bien, pero...—Toma una gran inspiración y lo suelta, para decir—: ¿Golpean a Alice?
—¿Qué?
—Vi los moretones en su espalda cuando se estaba cambiando, fue hace semanas, ella me dijo que se había caído, pero no parecían esa clase de golpe, sino como si hubieran agarrado una correa y hubieran golpeado su espalda.
—¿Está insinuando que la golpeo? —digo con dificultad—. ¿O qué quizás lo hace el abuelo?
—Haile...
—¡No! —bramo y ella se sobresalta, me duele el pecho, el alma—: Jamás, en mi vida, escuche bien, nunca; sin importar nada, llegaría a golpear a mis hermanos, no me atrevería a tocarles un puto pelo de sus cabezas, ni yo, ni mi abuelo. Ellos son sagrados.
—No quise insinuar...
—Lo hizo, no fuimos nosotros. Mi hermana sufrió bullying en su escuela, tuvo que ver algo en el periódico o en la televisión, se ha armado un gran juicio por ello. Y no era solo ella, también sufrían otros niños.
La vergüenza cubre las facciones de su rostro, agacha la cabeza incapaz de mirarme y yo solo tiemblo, solo grito por dentro, solo me quiebro otro poco más.
—Hablaré con Alice, ¿es todo profesora?
Su mirada azul se encuentra con la mía, me mira con pena, con tristeza.
—Lo lamento, Hailee, lamento haberte ofendido.
Asiento, me levanto del asiento y tomo mi cartera, camino hasta la puerta y la abro, antes de salir me giro hacia ella, quién sigue mirándome avergonzada.
—Sabe, antes de sugerir que una madre, padre, abuelo o hermano golpea a un pequeño, antes de decirlo, debería informarse bien, investigar. —Tiene la intención de hablar, pero no la dejo, sigo hablando sin dejarla—: Gracias por llamarme e informarme, y por el té. Hasta luego profesora.
Salgo de la oficina sintiendo el dolor cada vez más insoportable, cada vez más asfixiante. Cuando salgo del instituto, algunas niñas ya están llegando para sus clases, voy dirección al auto y me meto en él, dejo salir un sollozo y tapo mi boca, mientras las lágrimas caen por mi rostro.
Jamás los lastimaría, preferiría cortarme una mano antes de herirlos.
Desde donde estoy veo borroso los autos dejando a las niñas, veo como entran saltando al estudio, o como se juntan con otras niñas. Me seco el rostro con las manos, y me quedo mirando en silencio, los minutos pasan y un taxi se estaciona cerca, del auto sale el abuelo junto a Alice, le da la mochila con sus cosas y le sonríe, le dice algo y besa su frente, se queda de pie mirando en dirección de ella, mientras que Ali se adentra en el lugar.
Veo al abuelo irse en el taxi otra vez, pasan unos minutos y veo a Alice asomarse en el lugar, mira hacia los lados y sale de allí, se coloca un abrigo y camina, cruza la calle y pasa a unos pasos de distancia del auto, está dirigiéndose al parque.
Salgo del auto y la sigo a una distancia prudente, camina durante varios minutos y se interna entre el bosque, llegando minutos después a una vieja banca, donde se sienta y saca algo para comer del bolso. Me escondo detrás de un árbol, donde puedo verla a la perfección. Se escucha el crujido de las ramas debajo de los pies de las personas que corren, este lugar es algo apartado y peligroso para una niña pequeña.
No me acerco a ella, me siento después de un tiempo, y las horas comienzan a pasar, ella tiene un cuaderno entre las manos, parece que está dibujando o escribiendo algo. Cuando la luz parece escasa, saca una linterna y guarda todo en su bolso, camina hasta el parque y se sienta en un columpio, al rato su reloj de mano suena y sé, que es una alarma, el cielo ya se ha oscurecido. Ella toma sus cosas y se dirige de nuevo hacia el instituto de ballet, donde se adentra, al mirar la hora me doy cuenta que solo faltan minutos para buscarla.
Enciendo el auto con el corazón roto, doy varias vueltas y aparco fuera del instituto, la veo salir de este y se monta al auto.
—¡Hey! —Finjo entusiasmo, felicidad—. ¿Qué tal la clase hoy?
No me mira, no me sonríe como antes, solo se encoge de hombros.
—Bien.
Muerdo mi labio inferior.
—Bueno, ¿te parece si vamos por un helado?
—No quiero, estoy cansada por el ensayo.
Una punzada de dolor y decepción atraviesa mi pecho, retuerce mi corazón. Está mintiéndome con tanta facilidad, miente sin importarle. Asiento con la cabeza y coloco el auto en marcha, me quedo en silencio, las ganas de llorar se van acumulando en mi pecho, van creciendo poco a poco, van siendo cada vez más insoportable.
Dios, ¿qué tengo que hacer para que esto acabe?
Al llegar a casa ella sube a su habitación, la casa está vacía, hay una nota del abuelo diciendo que estará en la pizzería con Henry, que allí nos vemos. Ahogo un sollozo y paso mis manos por mi rostro, al alzar la mirada veo el cuadro de la familia completa, la familia feliz, no la familia rota que somos ahora.
—¿Podrían darme una señal? —suplico, mirando la imagen de mamá y papá—. ¿Qué estoy haciendo mal?
Lavo mi rostro y camino en dirección a la habitación de Alice, toco dos veces antes de entrar. Está acostada, cubierta con la cobija hasta su cuello, sus ojos siguen mis movimientos, cierro la puerta detrás de mí, y me acerco a ella, parándome justo enfrente.
—¿Por qué me mientes?
Su ceño se arruga y se sienta en la cama, colocando sus manos sobre la cobija.
—No te miento.
—Justo ahora lo estás haciendo.
Su rostro palidece un poco y veo como intenta lucir normal, pero sus manos están ligeramente temblando.
—Sé que no has ido a clases de ballet hoy, sé que no vas todos los días, sé que vas al parque de enfrente y te quedas allí hasta que es la hora de salida. ¿Por qué haces esto, Alice?
El pánico azota su rostro, se ve aterrada y se levanta de la cama, caminando hacia donde estoy.
—¿Có-cómo sabes eso?
—Me llamaron del instituto, quieren que seas el cisne negro.
—¿Yo?
Asiento y tomo una bocana de aire.
—Pero también me hablaron para decirme lo irregular que has sido, lo perdida que te ves en tu propia mente. —Trago saliva—. Me hablaron, para preguntarme si yo o el abuelo te golpeábamos.
Mi voz se quiebra al decir lo último y las lágrimas se deslizan por mis mejillas. Los ojos de Alice se abren con horror y se llenan de lágrimas, niega con la cabeza y habla en voz baja para sí misma.
—El abuelo y tú serían incapaz de pegarnos.
Sonrío con amargura.
—Pues es lo que tu profesora pensaba ya que vio tus heridas de la espalda, heridas que también me ocultaste a mí. ¿No es así? —No responde, agacha la cabeza y aprieto los puños a mi lado—. Hoy te seguí. —Levanta la mirada—. Vi cómo le hacías creer al abuelo que entrabas al instituto, y como luego te ibas a un lugar apartado, estuve mirándote toda la tarde y, cuando te busqué, me mentiste en la cara, no pensaste ni dos segundos en que decir.
—Lo siento. —Solloza.
—No quiero que te disculpes, quiero que veas a la cara, quiero que hables conmigo, quiero que confíes en mí, Alice. Ya basta de mentiras, de engaños.
No dice nada, cubre su boca con las manos y solloza, su cuerpo se mueve con violencia por los espasmos. Me debato entre acercarme o no hacerlo, me debato entre terminar de romperme o seguir aparentando estar bien.
—¿Vas a tus citas con la psicóloga? ¿O tampoco lo haces y le dices algo para que no nos diga nada a nosotros?
Descubre su rostro y me mira con terror, y sé, de antemano, que ese terror tiene una razón, un motivo. El pecho se me encoge dentro, la respiración se acelera y todo, todo parece una maldita mentira asquerosa.
—No me odies, por favor, Desty —suplica entre el llanto y solo me espero lo peor cuando vuelve a hablar—: Le escribí desde tu teléfono a la mamá de Mayrah, le dije que me ibas a cambiar de psicólogo porque no mirabas mejoras. Y le pedí que no le dijera nada a Mayrah, ya que no querías que las cosas se colocaran incómodas entre ustedes.
Doy un paso atrás como si me hubiera golpeado en el rostro, parpadeo varias veces, la miro incrédula, dolida, traicionada. Ahogo un sollozo, cerrando los ojos con fuerza y mordiendo mi labio inferior con ímpetu, maldigo para mis adentros.
—¿Cómo pudiste?
—Lo siento.
—Confiamos en ti.
Solloza.
—Lo siento.
—¡Deja de disculparte! —bramo y ella da un salto—. Mentiste, nos ves las caras a todos. No hacemos esto para que estés mal, lo hacemos para que estés bien, para que te mejores, y tú nos mientes.
Niega con la cabeza y junta sus manos, mirándome suplicante.
—No me odies, Desty, por favor, perdóname.
—No te odio, Alice —musito con la voz quebrada—, solo estoy decepcionada. ¿Tan mala hermana soy que no confías en mí? ¿Tan mala hermana he sido?
Solloza y menea la cabeza.
—Lo lamento.
—¡Te dije que dejaras de disculparte! —grito, perdiendo el control y doy un paso hacia adelante—. ¡Quiero ayudarte! ¿Entiendes? Pero no me dejas hacerlo y no sé qué hacer.
—Desty...
—Irás a tus clases de ballet, irás a tus sesiones con la psicóloga. Y si tengo que llevarte hasta adentro, lo haré, pero no voy a quedarme de pie mirando como te hundes, así que, si no quieres luchar por salir del agujero, yo lucharé por ti. ¿Entiendes? —Mi voz se va rompiendo en cada, palabra, en cada frase—. No vas a hundirte, Alice, no mientras estoy aquí.
Solloza con fuerza y me doy la vuelta, abro la puerta y salgo dando un portazo, la escucho gritar mi nombre, pero no la escucho, tomo mis llaves y la puerta principal se abre, enseñando al abuelo con dos cajas de pizza y a Henry con él, los gritos de Alice y el llanto llegan hasta la planta baja, el abuelo me mira con terror y se acerca a mí, dejando la pizza a un lado
—¿Qué ocurre? —pregunta asustado.
Sollozo y niego con la cabeza.
—Ha mentido, nos ha mentido todo el tiempo, no va a las clases de ballet, no va a sus sesiones.
Me mira confundido y me toma por los hombros.
—Cariño, yo la llevo todos los días.
—¡Se sale del instituto! Le dijo a la madre de Mayrah que ya no quiero que sea su psicóloga. —Niego con la cabeza—. Nos ha mentido, abuelo.
Me mira estupefacto y da un paso hacia atrás, tomo mi teléfono y lo meto en el bolsillo. Necesito salir de aquí.
—¿Desty? —me llama Henry, su voz suena temerosa, rota.
Cierro los ojos con fuerza y seco las lágrimas que se deslizan por mis mejillas, me volteo en dirección al enano y me coloco de cuclillas, tomando su pequeño y asustado rostro dentro de mis manos, para acariciar sus mejillas.
—Prepara tu mochila, enano, mete una pijama y las cosas que necesites de aseo personal.
—¿Por qué? —pregunta confundido y con temor.
—Sam vendrá por ti, hoy harán una noche de hermanos mayores. ¿Bien? Ahora sube y baja rápido, llamaré a Sam.
Dejo un beso en su frente y le susurro que vaya, no espera que lo repita y sube corriendo las escaleras. Tapo mi rostro con mis manos y le escribo a Sam, mientras salgo de la casa, siento los pasos del abuelo detrás de mí y no me giro.
—¿Para dónde vas?
—Necesito salir de aquí. —Volteo a verlo—. Ya le escribí a Sam, vendrá dentro de unos minutos, solo deja que se lleve a Henry.
—Hailee...
—No puedo verla, abuelo, no puedo estar cerca de ella ahora. Lo siento, necesito un poco de aire, solo es una noche, solo por una noche no quiero quedarme.
Me mira con dolor y asiente, beso sus mejillas y me monto al auto, no sé hacia donde voy, solo sé que arranco y dejo la casa atrás rápidamente, solo sé que, por primera vez desde que mis padres murieron, huyo del dolor y no soy capaz de enfrentarlo.
N/A
:c
¿Qué creen que ocurrirá con Alice?
¿Qué creen que ocurrirá con Hailee?
Mentir es fácil, mentir muchas veces se ve como una salida, pero no lo es. Solo es arena movediza que nos hunde en el dolor.
Espero que les haya gustado un mundo.
#NoLectoresFantasmas.
Nos vemos pronto.
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