uno.
16 de abril del 2017
Querida Galatea:
Considero que de otra manera sería difícil comenzar, al menos para mí. Así que, sin dar más vueltas, voy a preguntarte: ¿qué me has hecho?
Dudo que tengas la respuesta. Dudo aún más que quieras dármela, aunque... ¿sabes? Lo voy a descubrir. Sola, pero lo voy a hacer. Haré, al mismo tiempo, que te arrepientas. Necesito que te arrepientas. Necesito que con ello me devuelvas lo que me quitaste. Deseo también que lo que sea que esperabas conseguir de mí lo hayas obtenido. Obtenido, y cuidado, y tratado con cariño; porque me pertenece. Y yo aquí estaré, esperando, con las manos extendidas y el corazón abierto, que lo regreses a su lugar.
No obstante... mentiría si dijese que es lo único que espero. De más estaría decir que la expresión correcta sería “te espero”. Lo hago día tras día. Si alguna vez vas a volver, espero que sea para curar todas aquellas heridas que has logrado causar. Que las cures y te quedes para verlas cicatrizar, a cada una de ellas. Sé que dicen que debes permanecer junto a los que dejan marca y no cicatrices, pero lo que pasa es que dudo mantenerme cuerda si estamos tan distantes como ahora. Estoy bien sin ti. Pero, a la vez, siento vacío. Siento vacío y sé que no podré reemplazarlo con nada más que tú y lo que te traes entre manos; reemplazarlo con el trozo de alma que se me fue arrebatado batalla tras batalla..., que me has arrebatado.
Francamente, desde un primer momento pienso que eres un desastre. Pero, ¿quién no lo es? Tú eres un desastre precioso. Te arrastras con adoquines en los bolsillos para arrojarlos, especialmente a mí, y lo entiendo. Sé que soy un desastre también. Aunque me siento bien siéndolo. Me siento bien al saber que mi esfuerzo vale la pena al tratarse de algo que me importa, que mis fallas pueden repararse y que mis errores conseguirán que quiera convertirme en una mejor persona. Pero luego llegas tú.
Llegas, con aquellas manchas negras que lo nublan todo, y me susurras todas esas cosas que no hacen que logre alzar los pies de la tierra para avanzar. Solo logran, empujándome, que retroceda. Y trastabillo, y caigo al suelo, y me observas desde arriba con sorna y aquella sonrisa burlona. No puedo soportarlo más. ¿Por qué nos llevamos tan mal? ¿Es que acaso te he hecho algo...? Desde un primer instante deposité mi confianza en ti, ¿y así me lo pagas? ¿Qué debería hacer para complacerte y que me dejes en paz? ¿Ignorarte? Y si esa fuese la solución, ¿cómo lo consigo? ¿Acaso es posible? Si cuando más deseo ignorarte, más me atormentas. ¿Se supone que para ti esto es divertido? El perseguirme, pendiente a todos mis movimientos y malas elecciones para burlarte de mí.
Siempre que escribo, porque es cuando puedo mantener tranquila una conversación, suelo mencionarte. Claro que lo hago, eres mi sombra. Sin embargo, tú no me abandonas ni cuando se apagan las luces. Es más, parece que crecieras, fueses más poderosa e imparable. En ese sentido, amaría ser a todo momento como tú. Me encantaría ser tan fuerte.
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