18 de abril del 2017

Querida Galatea:

Te he escuchado murmurar que por mí sangrarías hasta secarte. Lo que espero es que comprendas que lo que menos deseo es que alguien deje sus heridas abiertas por mí. Por alguien como yo. Por quien sea. Prefiero que ese alguien cierre sus cortes por mí. Por alguien como yo. Por quien sea. Por él mismo. Algo que tú, al parecer, no estás dispuesta a hacer (recuerda que mi sangre es la que corre de tus heridas, y tu sangre es la que mana de las mías).

Durante todos estos años me has pedido que nos lastimemos juntas, que peor es hacerlo cada una por su cuenta. No acepté y considero que por esa razón estás insistiéndome todo el tiempo con sufrir, herirnos, rompernos, destrozarnos. Sé que si caigo, de alguna u otra manera ahí estarás. Tal vez ocurra lo de la última vez: me hagas tropezar, se caiga lo que sostenía, amagues con intentar levantarme y termines tomando aquello que se hizo añicos tras chocarse contra el suelo... termines tomándolo y huyas corriendo, pero para volver después. Porque regresaste.

Por un momento llegué a considerar (tal vez siga pensándolo, no estoy tan segura) que, como has visto y pasado por lo mismo que yo, no querías que te ocurriera esta vez. Estabas protegiéndote, no dejándome a la intemperie. Que si lo tomaste al estrellarse contra el piso fue porque creías poder repararlo y protegerlo ya que yo no estaba en condiciones... Pero, ¿no era que me llamabas para sufrir juntas? ¿No era eso lo que tanto querías? ¿Por qué me dejaste sola con este vacío en mi interior? ¿Realmente te han herido alguna vez? ¿Alguna vez te han herido... y por eso eres como eres? ¿Por qué te apasiona tanto contemplar cómo me hago pedazos? Me gustaría poder verme desde otra perspectiva mientras lo hago. ¿Hará que suelte algunas carcajadas? ¿Lucirá gracioso, o mínimamente divertido? ¿O sentiré como si cada uno de mis sollozos se clavaran como dagas en mi corazón? En el corazón que tú, aparentemente, no eres capaz de tener.