28 de abril del 2017

Querida Galatea:

Te quiero. Sí, creo que esa es la manera más correcta para comenzar. Te quiero. Y te agradezco lo que has hecho por mí los últimos días. De verdad. No evitaste que cayera, sino que te derrumbaste conmigo. Lloramos juntas. Te hablé y me escuchaste. Yo te escuché a ti. Y me abrazaste. Me abrazaste y juro que no puedo sacarlo de mi cabeza. Por primera vez me sentí vulnerable y fuerte a la vez por estar contigo. Y te lo agradezco. Sé que es complicado tener que lidiar conmigo, y no tengo más que darte las gracias.

Tu voz se oyó muy suave y tranquila. Diría que un tanto frágil también, como la mía. Tu voz fue la que calló las suyas por unos momentos. Cuando guardabas silencio y sus gritos retumbaban, te aferraste a mí como nunca te he visto aferrarte a nada. Y, muy despacio, me pediste perdón. Creo que no eras consciente que pude oírte... pero lo hice. Te aseguro que siempre lo hago, incluso cuando no tienes cosas buenas para decir.

Una vez más, te quiero.

La noche del miércoles fue tan difícil tanto para ti como para mí. Afuera estaba nublado, hasta lloviendo, con tormenta... o tal vez fue solo mi imaginación. No estoy muy segura. ¿Tú sabes lo que pasó? Bueno, supongo que eso es lo de menos. Lo que interesa es lo que ocurrió dentro. Dentro de mi habitación y dentro nuestro.

Sé que tanto tú como yo recordamos aquel tono agresivo y que tanto miedo nos causaba. Sé que te asusta tener que escucharlo una vez más o ver el rostro que siempre lo acompaña. Lo sé porque te conozco. Dije que no lo hacía, pero estaba equivocada. Suelo cometer errores bastante a menudo, lo siento. Te conozco tanto como tú a mí. Y me gustaría pedirte perdón por todo lo malo que te he hecho, por dejar que de vez en cuando te escondas, por soplar y hacer que te apagues (lo lamento, hay veces que siento que puedes incendiarlo todo, no veía que fuese el momento de acabar en llamas), por no defenderte cuando más lo necesitas, por contestarte con aquellas cosas tan hirientes, por verte como la villana de mi historia cuando tal vez simplemente solo eres la heroína que tiene la capacidad, con toda su grandeza, de salvarnos a todos. Perdón por no saber escucharte, incluso cuando pides a gritos que me necesitas. Que me necesitas de tu lado, no en contra.

Perdón por haberte roto (o por haber permitido que ocurriera). Perdón por no haber notado antes que, si me hacías pedazos a mí, era para buscar y encontrar aquello que te faltaba (convencida de que allí lo verías).

Pero, por favor... Hemos sido demasiado tontas.

Solo era necesario un miércoles triste, una cama siendo ocupada por nosotras, una mano tibia acariciando mi brazo derecho y aquel susurro tuyo, sobre todos los ruidos que chocaban contra la puerta, para darnos cuenta que de quien necesitamos ser salvados la mayoría de las veces es de nosotros mismos. De nosotros mismos cuando estamos rotos y nuestras propias puntas punzantes son las que nos hacen aquellas lagunas en la piel.