24 de abril del 2017

Querida Galatea:

Puedo verlas. Tal vez sus cuerpos estén apartados, dándome la espalda, pero sus sombras conversan conmigo. Me recuerdan a ti. Me recuerdan a todas aquellas veces donde apagaban las luces y debía enfrentarme a lo que más puedo llegar a temer; y verlas aquí hace que las memorias me persigan con sus nubes oscuras y espesas, esas nubes que no se alejan, ni evaporan, ni se tornan invisibles. Pero las voces, los gritos... aquellos que logran retumbar en mi cabeza entonces, son tan reales. Suenan desesperados, hambrientos, con ganas de absorverlo todo y dejarte con las manos frías y vacías y el interior resquebrajado. Sí, sus voces.

Me dejan desecha. Débil e indefensa. Sin embargo, cuando logro sentirme con los pies sobre la tierra, me levanto y afronto las nubes. Una parte mía es la que me lo permite, la que abre la puerta cuando estoy sumida en la oscuridad para dejar entrar la luz. Una parte mía, que no es mía al mismo tiempo, es la que hasta en los momentos de mayor inestabilidad me da la firmeza y determinación que necesito. Yo pienso que ese trocito está despierto y al pendiente todo el tiempo, incluso cuando tú pisoteas y lo haces temblar todo. Incluso cuando puedo verlas. Incluso cuando las nubes se ciñen sobre mí para darle lugar a la incesante tormenta. Incluso cuando cada paso que doy para ir y cubrirme de la lluvia me hace sentir sin dirección... Porque siempre habrá una batalla que enfrentar; sea de día o estemos en penumbra, esté soleado o no se permita llamar al cielo al estar gris.