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Relato I: La Tormenta que Aterrorizó el Olimpo

https://youtu.be/oan0soz7d5k

[Monte Olimpo: Salón del Trono]

El mítico hogar de los dioses griegos, ubicado en el reino intermedio entre el cielo y la tierra, donde una vez gobernaba el titán Cronos, para evitar molestar a sus abuelos YHWH y Khaos. Y ahora es gobernado por la nueva generación de inmortales griegos, apodados "los Olímpicos". Pero al igual que los anteriores gobernantes, estos vivían allí para no causarles problemas a la otra rama de la familia, integrada por seres cósmicos de poder mayor que el de los mismos titanes: el Panteón Israelita.

Desde los inicios del gobierno de los olímpicos, la mayoría de dioses griegos se reunían en el templo donde se hallaba los tronos para discutir todo tipo de temas, que iban desde política hasta los problemas causados por los mortales del Territorio Griego; justo en ese día, Atenea convocó una reunión para discutir un tema relacionado con los mortales.

—¿Para que has solicitado esta reunión Atenea?

Dijo, con una voz tranquila que reflejaba compasión pura, una mujer que estaba al lado de Helios; aparentaba la misma edad que él y era de piel pálida, largo cabello plateado y unos ojos de iris violeta, que transmitían tranquilidad y amabilidad. Vestía una toga de color púrpura, y portaba en su cuello un collar con el símbolo plateado de una luna menguante, y traía adornos como brazaletes y aretes hechos de plata pura.

Ella era la Diosa Griega de la Luna y hermana de Helios, Selene.

—Me enteré sobre la decisión tomada en la reunión anterior —contestó Atenea, tratando de controlar su furia para hablar con educación—. No puedo creer que hayan decidido esto, sin siquiera consultar mi opinión.

—Supusimos que no te molestaría. Después de todo, esto también te beneficia a ti.

Dijo, con un desbordante orgullo y estando cruzado de brazos, un hombre que aparentaba rondar por los 40 años. Tenía la piel de un tono mucho más claro de la que tiene un griego normalmente; casi pálida, como si pasara gran parte del tiempo sin recibir luz solar. Poseía una marcada musculatura y robustez. Ojos azules, cabello rizado color gris y largo hasta los hombros, además una barba casi igual de larga. Y como vestimenta traía una toga, adornada con escamas verdosas que iban de un tono oscuro hasta uno más claro y amarillento, junto con brazales y una corona puntiaguda.

Era el Dios Griego del Océano, Poseidón. 

—Es cierto. Estuviste de acuerdo en casarte con un miembro de nuestros parientes lejanos, el arcángel San Miguel, para solidificar la unión entre nuestras dos ramas familiares. Por lo tanto, tampoco debería molestarte este plan.

DIjo, con un tono tranquilo a la vez de pretencioso y seductor, un hombre griego bastante joven, de complexión delgada y no muy fuerte; su cabello era corto, rizado y dorado como el oro mismo. Sus ojos brillaban de color azul en su totalidad, y la toga que traía dejaba ver su pecho y abdomen, además de que estaba adornado con pulseras, cinturón y aretes de oro con joyas, y traía amarrada alrededor de sus hombros una larga tela roja a modo de capa.

Era el Dios Griego de las Artes, Apolo. 

—Mi hermano tiene razón. Después de todo una de las ciudades de Grecia, está erguida en tu nombre, querida hermana mayor. Y gracias a este plan, ahora cada uno de los mortales de allí no tendrá más opción que alabarte y obedecer tus órdenes. 

Explicó, con un tono que reflejaba molestia y amargura en su máxima expresión, una mujer griega de la misma edad que Apolo; de cabello castaño, ojos azules normales y constitución atlética y esbelta. Tenía el cabello recogido y adornado con hojas, y vestía una toga de falda corta, con un conjunto de armadura ligera dorada. Y por último en su espalda cargaba un arco detallado, metálico y de bordes lo bastante filosos como para cortar en dos a un toro de un solo tajo.

 Ella era la Diosa Griega de la Cacería, Artemisa. 

—¡Pero no me importa ganar más adoración ni mucho menos que me obedezcan! ¡Este estúpido plan de conquista tiene que parar ya! —respondió Atenea cada vez más disgustada y perdiendo la paciencia.

—¡Ja, ja, ja! ¡Como se nota que ese arcángel guerrero te ha suavizado bastante hermana! Antes no habrías dudado ni un poco en cuestionar las órdenes de nuestro gran padre, sobre el dominio total de nuestro territorio mortal. Después de todo, convertiste a una humana mortal en una repulsiva araña, solo porque te gano en un tonto concurso de pintura.

Hablo, con un orgullo que rivalizaría con el del propio Lucifer, un hombre joven de imponente armadura dorada que parecía espartana, con capa roja incluida y un casco que le tapaba por completo el rostro, y de sus ojos solo se veía fuego, que transmitía inminente furia y violencia. De los presentes era uno de los que mayor estatura y robustez tenía. Y a diferencia del resto su piel estaba bronceada, producto de incontables horas bajo el sol en todo tipo de luchas.

Era el Dios Griego de la Guerra, Ares.

—En ese tiempo yo aún era una joven impulsiva, que no podía controlar su ira —contestó Atenea, esta vez sintiendo ira hacia si misma, o mejor dicho, hacia su yo del pasado, cuando se dejaba llevar por la ira, los celos y el rencor como muchos olímpicos—. Pero ahora soy diferente. He aprendido a lidiar mejor con mi naturaleza. Y si yo he podido, todos ustedes también pueden hacerlo. Estos estúpidos sueños de grandeza se está saliendo de control, y harán que cometan el peor error de la existencia: quebrantar las Leyes Universales.

»Las leyes dictan claramente que solo podemos intervenir de forma directa en el Mundo Mortal, cuando su existencia peligra, o inmortales extranjeros intervienen. Y lo que planean es más que una intervención directa. Este nuevo plan de gobierno implica subyugar a los mortales por completo: quitarles por completo la libertad, como si fueran simples objetos u esclavos, sin ninguna opción más que obedecer la voluntad del Olimpo. ¡Y eso no puedo tolerarlo! ¡Los mortales no son objetos ni mucho menos esclavos!

https://youtu.be/h-hr1mKZgWU

¡¿Y cual es el problema con eso?!

Exclamó una potente voz que hizo eco en todo el salón y temblar todo el templo, proveniente del fondo del lugar donde se alzaban dos imponentes tronos hechos de oro puro: uno se encontraba vació y el otro estaba ocupado por alguien, que había respondido al reclamo de Atenea con una gran furia, reflejada a través de su tono iracundo y acción violenta de golpear el posababrazos del trono.

En el trono ocupado se encontraba sentado un hombre adulto de piel clara, gran estatura y complexión tan robusta como Ares. Tenía el cabello largo, rizado y de color blanco, junto con una pequeña barba. Vestía una simple toga blanca, pero portaba un cinturón dorado con el símbolo resplandeciente de un rayo azul, y en sus muñecas portaba brazaletes dorados. Por último el iris de sus ojos era azul celeste, pero la zona que se supone debe ser blanca, era negra por completo.

Era nada más ni menos que el rey de los inmortales griegos; el Rey del Olimpo y Dios Griego del Rayo, Zeus.

—El acuerdo entre todos los Panteones, dicta que podemos gobernar nuestros territorios mortales como mejor nos plazca. Y como mejor me place ahora, es tenerlos danzando en la palma de mi mano —dijo Zeus levanta su mano derecha y cerrándola en un puño, para hacer ver cuán serio hablaba—. Por simple respeto a nuestros bisabuelos YHWH y Khaos, les dimos libre albedrío a nuestros mortales. Pero eso se acabó: ¡Es tiempo de enseñarles cuál es su lugar! ¡Ha llegado la hora de que comprendan que solo existen para servirnos a nosotros los dioses!

Con esa declaración Atenea tuvo que guardar silencio, aunque no quería hacerlo. Ella quería evitar que el Olimpo tuviera control completo de la vida de los mortales. Pero su padre estaba demasiado cegado por su propia vanidad como para hacer caso; desde hace siglos, su ego ha ido ascendiendo hasta llegar a un punto, en que solo desea más superioridad de la que ya tiene. 

Para Zeus, ahora que un gran grupo de mortales le rece y adore, no es suficiente: quiere que todos se postren ante sus pies y hagan lo que él quiera sin cuestionar. Pero aun así no será suficiente: desde hace un tiempo, Zeus ha empezado a generar cierto conflicto con los Panteones Nórdico, Egipcio e Inca, y se sospecha que él planea incitar a sus respectivos dioses gobernantes a una pelea, para derrotarlos y hacerse con el dominio de esos otros Panteones y sus tierras mortales.

Lo que Zeus aspiraba, era ser como los Primordiales: un dios superior a otros dioses. 

—Ahora que ya hemos terminado esta conversación, deberíamos ver como van las tropas que enviamos a nuestro territorio Mortal —dijo Zeus aun molesto además de impaciente—. A este paso ya deben de haber conquistado la mitad de Grecia...

El fuerte sonido de las gigantescas puertas del salón abriéndose, interrumpió al Rey del Olimpo. Y lo único que evitó que éste se enfadase por eso, fue ver la persona que entró: un hombre joven rubio, de cabello corto y rizado, complexión delgada y un poco fuerte, y vestido con una toga blanca como muchos griegos, aunque de complemento traía un conjunto dorado de armadura que consistía en unas curiosas botas aladas, brazaletes, cinturón y casco con pequeñas alas en ambos lados, y aparte también tenía una capa roja y portaba en una mano un bastón plateado con dos serpientes entrelazadas en medio y un par de alas en la punta. 

Era Hermes, el Dios Griego del Comercio y Mensajero de los Dioses Griegos.

—¡Hermes! ¡Espero que traigas excelentes noticias sobre la conquista de nuestro territorio mortal! —exclamó Zeus ansioso por escuchar algo bueno en tan espléndida mañana. No obstante la intensa preocupación y terror que se reflejaba en el rostro del dios mensajero, no le dio muy buen presentimiento.

https://youtu.be/y9hh91-2iaA

—¡Padre ha ocurrido algo inimaginable! ¡Nuestro ejército fue diezmado por completo en cuanto llegó a Esparta! —reveló Hermes con un indescriptible terror, que conmocionó y preocupó en gran medida a todos menos a Atenea (aunque si la impresionó).

—Imposible... —dijo Zeus en extremo incrédulo y escéptico, como si lo que escucho fuese una broma de muy mal gusto. Pero sabía de sobra que su hijo mensajero no podría mentirle en alguna noticia, ni menos en algo como eso. —¡No puede ser posible! ¡Ningún mortal puede vencer a un inmortal!

—¡No fueron vencidos por un mortal sino por un inmortal! ¡Por un dios! —reveló Hermes, haciendo enojar aún más a su padre.

—¡¿Quién fue el maldito traidor que tuvo la osadía de desafiar a nuestro padre el Rey del Olimpo?! —exclamó Ares iracundo, e invocando en su mano derecha una colosal espada de mango rojizo.

—¡No es un dios de nuestro Panteón es...!

Antes de que Hermes terminará de explicarse, se escuchó una gran explosión que llamó la atención de los dioses griegos: alguien estaba luchando con los guardias en la ciudad olímpica. 

Y como si fuera una señal de lo que se avecinaba, la luz del sol había sido bloqueada por las nubes tormentosas, seguido del aterrador sonido de los truenos, como si fuese a caer la más grande tormenta que ha habido en el Olimpo; incluso más grande que la causada por el titán más poderoso de todos, Tifaón, a quien Zeus solo pudo derrotar usando trampas.

[Centro de la Ciudad de Olimpia]

—¡Corran por su vida!

Grito con absoluto terror un cíclope acorazado, huyendo junto con otros como él, en compañía de soldados griegos; todos con la única intención de escapar de quien había llegado al Olimpo golpeando, derribando y matando a todo aquel con la estúpida idea de detenerlo, sin saber que era imposible: nadie, ni siquiera la humanidad ni los mismos dioses, podían detener a las fuerzas más salvajes e indomables de la naturaleza.

En una zona despejada de la ciudad, cuyas estructuras eran grandes y tan sofisticadas que no podrían ser construidas por las primeras civilizaciones de Grecia, yacían cuerpos despedazados de soldados griegos, quienes por su ignorancia desconocían el infinito poder del ser que había decidido pisar el Panteón Griego, y por ello hicieron caso omiso a la decisión muy inteligente de sus compañeros de huir lo más lejos posible.

—Vaya, vaya. Pero qué tenemos aquí.

Dijo Zeus, apareciendo acompañado de los demás dioses griegos en el camino de aquella parte de la ciudad, que conducía directo a las escaleras de su templo principal; todos contemplaron la espalda de aquel que había invadido su reino, y recién había terminado de derrotar a las fuerzas de élite del Olimpo, sin mayor esfuerzo.

Era un hombre joven que parecía ser un nativo del sur de la India, y aparentaba estar entre los 20 y 24 años; de estatura cercana a los 2,00 mts y de cuerpo en extremo musculoso, pero no demasiado robusto. Tenía la piel de una tez casi morena natural. Sin embargo su cabello —alborotado y largo hasta los hombros— era de un rojizo casi anaranjado, con mechas negras a modo de rayas, y lo tenía adornado con tres pequeñas trenzas.

Solo llevaba como vestimenta una rara piel de tigre blanco envuelta alrededor de su cintura, sujetada con un cinturón dorado con el símbolo negro de un tridente grabado en medio. En sus muñecas portaba brazales dorados, y en el bíceps derecho un collar de semillas rudrakshas. Y como no tenía nada para cubrirse el torso, podía verse con claridad que su piel estaba adornada con marcas negras y delgadas semejantes a las rayas de un tigre, que al unirse en su espalda formaban un tridente.

—¡No tengo ni la mínima idea de quién eres ni de cual Panteón provienes! ¡Pero cometiste un terrible error al venir aquí! —exclamó Ares indignado y ofendido de la presencia de aquel dios extranjero—. ¡¿Acaso no sabes que somos los grandes y poderosos dioses griegos?!

—No necesito conocerlos. Basuras como ustedes, son los que necesitan conocerme.

Contestó el hombre pelirrojo, con una poderosa voz similar al de un trueno, que transmitía una paz reconfortante. Luego él empezó a darse la vuelta, para encarar a los principales dioses del Olimpo; fue entonces que pudo apreciarse su rostro. El iris de sus ojos era verde como las hojas al ser iluminadas por el sol, y su pupila era contraída y delgada igual al de un felino. 

https://youtu.be/uyLDzc0V0OU

También tenía rayas en el rostro: una en cada mejilla y tres horizontales en la frente, con un pequeño espacio en medio de éstas en el que había un punto, de modo que parecía un ojo en vertical. Además tenía patillas largas que se asemejaban al pelaje de las mejillas de los tigres, y en lugar de orejas humanas tenía orejas como las de dicho animal.

Aquel hombre era el poderoso de poderosos; la encarnación de las fuerzas más salvajes e impredecibles de la naturaleza; el señor de todas las criaturas vivientes de la creación; el Padre de la Tormenta y Supremo Destructor; el rojizo, brillante y rugidor Dios de las Bestias...

—Rudra... —dijo Zeus de repente, con tono molesto y frunciendo el ceño, en cuanto el dios-tigre los miro de frente.

—¿Un dios del Panteón Hinduista? —dijo Apolo mostrándose muy decepcionado—. Creí que sería alguien más emocionante —levanta la mano derecha—. Arco Dorado del Padre Sol

Respondiendo a su llamado, en su mano derecha emergió una breve luz cegadora, que al poco toma forma de un majestuoso arco hecho de oro puro, el cual Apolo uso para crear una flecha de luz y dispararla al dios-tigre. Pero la sorpresa de Apolo fue tan grande como corta, cuando la flecha de luz fue devuelta hacia él, por un simple soplido de Rudra, y le envió volando hacia atrás, atravesando tres casas hasta estrellarse contra la pared rocosa del monte.

—¡Hermano! —grito Artemisa preocupada, y luego le dirigió una mirada furiosa al dios-tigre—. ¡Pagaras por eso animal inmundo!

—¡Artemisa espera! —trato de advertir Atenea a su hermana menor, más ésta no la escucho y en vez de ello tomó el arco plateado en su espalda para atacar al dios-tigre.

La Diosa Griega de la Cacería, de un solo salto, llegó a la terraza de una casa que se encontraba cerca de Rudra, y mientras corría y saltaba a una velocidad sobrehumana por los tejados disparaba de forma continua flechas de energía oscura. Pero Rudra, sin siquiera moverse de su sitio, evadía cada flecha a una velocidad tan alta que dejaba proyecciones de si mismo; todo esto mientras sonreía como si se divirtiera.

Entonces el dios-tigre, con su dedo índice derecho, golpeó una flecha oscura, redirigiéndola hacia otra flecha, y ésta a su vez golpeó otra, provocando una reacción en cadena en que cada flecha era redireccionada, hasta que una fue devuelta hacia su dueña, quien de no haber apartado el rostro habría tenido una de sus propias flechas clavada en el ojo, en vez de recibir un pequeño corte en la mejilla izquierda. 

—¡Maldita sea! —exclamó Artemisa enfurecida todavía más por haber sido herida. Y como un acto desesperado, detuvo los disparos y cargo el filo del arco con más energía oscura. Después dio un poderoso salto hacia su objetivo, con el propósito de cortar a éste por la mitad. 

Y como respuesta, Rudra levantó la mano derecha y recito un mantra:

Deva Merupu: Vinaash ka Dhanush.

Al instante, por medio de electricidad dorada, en la mano derecha de Rudra se materializó un imponente arco hecho de oro con líneas rojas. Tenía seis puntas filosas similares a colmillos de un depredador en ambos miembros. La forma de la empuñadura se asemejaba a la cabeza de un tigre con la boca abierta, cuyos ojos eran de color rojo. Y además la cuerda desprendía chispas eléctricas de color dorado.

Creado aquel magnífico y celestial arco, Rudra lo uso para bloquear el tajo de Artemisa, quien al presenciar esto la conmociono casi tanto como el ver que su ataque fuese bloqueado. Y antes de siquiera responder, fue enviada a chocar contra la pared de una casa, al recibir de lleno el impacto de una flecha eléctrica, creada y disparada por el arco de Rudra.

https://youtu.be/bJS2PCZzhoo

La pared de la casa colapsó junto con Artemisa, quien a causa del ataque todo su cuerpo estaba cubierto de descargas eléctricas, que si no fuera por su inmortalidad ya la habrían matado. Pero aunque intentó levantarse de inmediato, la electricidad le impedía moverse bien; eso sumado al terrible daño que recibió, pese a ser golpeada por un único y simple ataque.

—¡Maldición, maldición, maldición! —gritaba Artemisa liberando una indescriptible furia y desesperación por levantarse y seguir luchando—. ¡Me niego a perder contra un asqueroso hombre! —exclamó ella, y con toda su fuerza de voluntad logró apuntar el arco hacia el dios-tigre—. ¡Arco Plateado de la Madre Luna: Estrella Oscura!

Con la recitación del conjuro, en el arco de Artemisa se materializó una flecha hecha de energía oscura. Pero esta vez delante del filo se formó tres orbes de color violeta, y cuando Artemisa disparó la flecha, la misma se convirtió en un gran meteoro oscuro con los tres orbes girando alrededor, formando anillos y estelas oscuras de destrucción. 

Pero a solo diez centímetros de impactar en Rudra, éste abrió aun más los ojos, y el iris de los mismos brillo de rojo por un momento. Y acto seguido la flecha oscura comenzó a desintegrarse en partículas desde el filo hasta desaparecer en el aire. A pesar de tal incomprensible hazaña, Artemisa solo se enfadó más, y estuvo a punto de cargar un ataque más potente. Sin embargo no pudo hacerlo, ya que en menos de un parpadeo, Rudra avanzó desde donde estaba, le quitó el arco por medio de una simple patada y la inmovilizó sujetándola del cuello con la otra mano. 

—¡Suéltame repugnante animal! —exclamó Artemisa tratando de liberarse del agarre del dios-tigre, aunque en vano. 

Estar incapacitada y a merced de un enemigo que además era hombre, para Artemisa fue peor que la misma muerte.

—No sé qué problemas tienes conmigo, o porque estas tan molesta. Pero si vas a descargar odio, hazlo con tu enemigo, y no con los que estan cerca de él —gruño Rudra bastante furioso, como si fuese un regaño. 

Aquellas palabras confundieron a Artemisa. Pero su confusión se disipó en cuanto ella se dio cuenta de lo que se refería él: en la zona todavía había civiles griegos, que aún no habían evacuado por la creencia de que la amenaza desaparecería gracias a los dioses griegos. Si Rudra hubiera empezado a moverse de donde estaba aunque sea un poco, o recibido el poderoso ataque de Artemisa, los civiles terminarían en medio de las explosiones. 

La furia ciega de Artemisa estuvo a punto de hacerla matar a personas inocentes, que ni siquiera podían defenderse. Saber esto le produjo a ella tanta vergüenza y odio hacia sí misma, que olvidó su prejuicio y molestia hacia el dios-tigre. Pero su momento reflexivo fue interrumpido cuando Rudra la soltó y se alejó para salvarla de una rafága filosa de energía dorada, creada por el filo de la espada del dios de la guerra, que iba directo hacia ambos.

—¡Vas a pagar por tu insolencia escoria al que las bestias llaman "Dios"! —exclamó Ares alzando su gigantesca espada, para después empezar a correr hacia el dios-tigre, mientras lo atacaba desde lejos por medio de ragafas continuas creadas por la espada.

—Grandes palabras para un cachorro malcriado que se cree hombre —contestó Rudra, divertido de la reacción mezquina del dios de la guerra, a la vez en que se movía por toda la calle a la velocidad del rayo para evadir cada ráfaga como si fuese un juego de niños.

Sin embargo su momento para reír término, al ver que una ráfaga estaba por llegar a un grupo de civiles que había decidido huir; el ataque iba directo a una mujer que cargaba a un niño en brazos. En cuanto vio esto, Rudra desapareció y reapareció delante de aquella rafaga, y con el arco empezó a bloquear cada una que se aproximaba, salvando a los civiles en el proceso.

https://youtu.be/FMXF2GCo0nU

 —¡Será mejor que te calmes ahora cachorro estúpido o te obligare a hacerlo! —gruño Rudra, ahora con un hostil destello en sus ojos. 

No obstante Ares solo gruñó como respuesta, para después crear una lanza dorada en la otra mano y arrojarla directo hacia el dios-tigre. Y en el trayecto la lanza se dividió en cientos más pequeñas, pero cada una estaba cargada de tanta energía, que al impactar causarían múltiples explosiones capaces de arrasar las casas, junto con los civiles; eso no podía permitirlo el dios-tigre.

Entonces Rudra, frunciendo el ceño, cargo el arco y disparó una flecha eléctrica al aire por encima de las lanzas. Luego la flecha desencadenó múltiples descargas eléctricas igual que tentáculos; cada uno electrificando a cada lanza, y como si estas últimas fuesen metal siendo atraídas por un potente imán, detuvieron su viaje, cambiaron de rumbo y siguieron a la flecha eléctrica hacia el cielo, dejando a Ares más allá de lo que puede quedar uno conmocionado.

Pero tuvo que mantener la compostura debido a que, sin siquiera notarlo, Rudra ya estaba frente a él. Al instante Ares reaccionó intentando cortarlo con la espada, y para sorprenderse aún más al grado de sentir miedo Rudra detuvo la espada, no con la otra mano, sino con los filosos dientes, y al aplicar un poco de fuerza en la mordida destrozó la espada. Acto seguido Ares se encontró atravesando cinco casas, con la pechera destrozada, después de recibir un bestial puñetazo izquierdo del dios-tigre.

—¡No tan rápido malnacido! —exclamó Poseidón dando un gran salto, y según descendía hacia su enemigo invoco por medio de agua mágica su mítico tridente, de color dorado y adornado con piedras azules que brillaban con furia—. ¡Aun tienes que enfrentar el legendario tridente de Poseidón!

Rudra, con una expresión que reflejaba aburrimiento, levantó el brazo izquierdo y, con solo el dedo índice, detuvo el feroz ataque del dios del mar, cuya fuerza era tan grande que provocó una onda de choque masiva en toda la zona y agrieto el suelo de toda el área.

"¡¡¡Imposible!!!", exclamó Poseidón en su mente incapaz de creer lo que acaba de suceder.

—No vayas a sentirte celoso por lo que veras —dijo Rudra sonriendo—. Ashura Agni: Trishula Samsara.

Con ese mantra el arco de Rudra desapareció en un flash eléctrico, y entre flamas rojas es invocado en la misma mano un majestuoso tridente tan alto como él, de color negro y decorado con líneas naranjas semejantes a las venas ardientes de un volcán. Aunque lo más llamativo eran unas letras rojas grabadas en el cuerpo del tridente, que decían: Mugimpu taruvāta kotta prārambhaṁ vastundi (después del final viene un nuevo comienzo).

Y lo siguiente que se vio fue a Poseidón volando, luego de ser golpeado en el rostro por la parte sin filo del tridente de Rudra. Y como si eso no fuera suficiente, terminó estampado en el suelo al ser pisoteado en el rostro por el mismo dios-tigre desde el aire; acto seguido éste último dio un salto hacia atrás, y prosiguió a voltearse para encarar a los dioses griegos restantes, esperando ver si alguno más quería pelear.

—Tranquilo amigo. La verdad es que yo estaba en contra de este plan desde un principio —dijo Helios rascándose la nuca y sonriendo—. Pero ya conoces a Zeus: no acepta un "no" como respuesta.

—Yo ni siquiera soy guerrera. Y de todos modos me da pereza luchar una batalla imposible de ganar —dijo Selene cerrando los ojos y levantado los hombros, con un ánimo bastante malhumorado.

—¡Y yo...! eh... ¡solo soy un mensajero! ¡Je, je, je! Y no soy guerrero como San Gabriel, Agni o Nezha, así que no te preocupes —agregó Hermes levantando las manos en señal de rendición, en extremo nervioso y dando un par de pasos hacia atrás.

—¿Y qué me dices tú Atenea? —pregunto Rudra ahora con mejor humor.

—Yo también estoy en contra de gobernar a los humanos así. No me pondré en tu camino, Dios de las Bestias —respondió Atenea bajando la mirada con firmeza y gran respeto hacia Rudra.

Con ellos cuatro fuera del camino, ahora solo quedaba Zeus para enfrentar a aquel que se oponía en sus sueños de conquista; tampoco contaba con Hera, debido a que había desaparecido tras conocerse el romance secreto de ella con Lucifer. En cuanto a Hefestos, éste estaba ausente debido a que había salido en busca de su madre Hera para traerla de regreso a casa.

Sin embargo todavía había cierto dios griego, que curiosamente estaba ausente.

https://youtu.be/DdTkJSltpGc

—Puedo suponer que mi hermano mayor, Hades, fue quien te dejó pasar al Olimpo —dijo Zeus con un tono no muy amigable, mientras caminaba hacia el dios-tigre.

—No exactamente —contestó Rudra con igual seriedad—. De hecho él solo acudió a mi para detener tus locuras. Yo mismo abrí las puertas del Olimpo. Y no te preocupes, las volví a cerrar, esta vez con esas cadenas especiales con candado que fabrico tu hijo Hefestos.

—Eres un maldito loco. Ahora mi hijo y yo somos los únicos que pueden abrir las puertas —dijo Zeus sorprendido de tal acto descabellado del dios-tigre—. Estás encerrado con nosotros.

—Estas equivocado Zeus. Cerré las puertas del Olimpo, para evitar que escaparas —respondió Rudra mostrando una sonrisa, que provocó un escalofrío en la espalda del Rey del Olimpo—. Yo no estoy encerrado con ustedes, son ustedes los que estan encerrados conmigo.

—Miserable necio arrogante... Luego de hacerte pedazos, iré a por Hades —dijo Zeus, deteniendo sus pasos y apretando los puños por la ira que sentía—. Debí imaginar que tarde o temprano ese infeliz me traicionaría para hacerse con el trono.

—Estas equivocado otra vez. En realidad, Hades ya no quiere el trono, ni menos le interesa ser adorado. Solo quiere vivir en paz con su esposa e hijas, y evitar que la tierra que tanto ama su familia se convierta en un páramo lleno de sufrimiento y sin esperanza. A veces el amor por alguien más, supera nuestros más grandes deseos. Es algo que por supuesto jamás entenderás, dios patético y sobrevalorado. 

—¡Ya me cansé de escuchar tus blasfemias! —exclamó Zeus, invocando un rayo azul en su mano derecha y al instante arrojándola directo al dios-tigre, logrando darle de lleno con éxito, solo para contemplar una escena que conmovió y hasta horrorizo al mismo Zeus. 

Rudra había empezado a inhalar y absorber con la boca aquel relámpago, como si se tratara de un delicioso alimento, hasta hacerlo desaparecer entre sus filosos dientes. En sentido literal, el dios-tigre se había comido el poderoso rayo del Supremo Dios griego como si no fuera nada. 

—¿Sabes la diferencia entre tú y yo, Zeus? —pregunto Rudra con sarcasmo divertido—. Los rayos que controlas son parte de un arma, que te fabricaron los cíclopes y mejoró tu hijo Hefestos. En cambio yo no controlo los rayos por un objeto externo, pero hago mucho más que crearlos; el viento, el trueno y el relámpago son parte de mi aliento, y del de mis hijos e hijas. Soy el Padre de la Tormenta, y la tormenta jamás dañara a su legítimo padre. 

—¡Animal bastardo! —decía Zeus entrando en cólera y creando un rayo en cada mano, listo para enfrentar la más grande batalla de su vida—. ¡¿Quién te crees que eres?!

—Solo soy un padre protegiendo a sus hijos, y el legado de sus amigos Adán y Eva —contestó Rudra con diversión sarcástica, poniendo el tridente en su hombro y señalándose así mismo con el pulgar—. Soy Rudra Shere Khan.

Con esa declaración, el dios-tigre liberó un masivo poder de Prana bajo una intensa aura de fuego y rayo. Entonces, como si le obedecieran sólo a él, toda la ciudad del Olimpo comenzó a ser bañada por la luz del sol, debido a que las nubes se separaban y daban espacio a la claridad del día: era como si el cielo y el universo mismo quisieran admirar el grandioso poder de Rudra; un poder que al percibirlo Zeus le produjo un sentimiento, que no había tenido desde que peleó con el titán Tifaón: miedo.

Y lo último que se escucho de esa gran pelea, fue el grito impotente y agonizante del Rey del Olimpo, cayendo derrotado frente al verdadero poder de un dios: frente a la fuerza primordial, salvaje e imparable del gran Rey de la Selva, Padre de la Tormenta y Dios de las Bestias, cuyo nombre era el Rey Tigre Rudra. 




Continuará...

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