Capítulo LXVIII: Cazadora vs Guerrera (III)
https://youtu.be/7lk7JQd1zUw
[Siglos Atrás].
Pese a que jamás se conocieron personalmente durante sus respectivos pasados, su vínculo con Rudra fue la relación que unificó sus futuros.
Debido a que la batalla entre Orión (Rudra) y el Monstruo del Vacío sucedió muy cerca del Territorio Egipcio, Sekhmet vio desde lejos lo sucedido y también el desenlace, por lo que saltó al mar y nadó en el fondo hasta alcanzar el cuerpo moribundo de Rudra; le quito la flecha de Adamanto de la cabeza y lo arrastró a un lugar seguro en las tierras egipcias.
En aquel entonces Rudra ya había conocido a la kumiho Su Daji, quien había sido su maestra de Chi, magia taoísta y sociedad humana. Durante estos eventos, la kumiho sintió el Chi del Rey Tigre debilitándose, y por eso viajó hasta el Territorio Egipcio para salvarlo. Después de conocer a Sekhmet y comprender la situación, la diosa-leona y la demonio-zorro llevaron juntas al inconsciente Rudra a una aldea de bestias lobo en el Territorio Hinduista, donde pasaron casi dos semanas cuidándolo y sanando su herida en la cabeza.
Rudra había sobrevivido gracias a que Sekhmet lo sacó del mar y lo mantuvo vivo transfiriéndole energía Prana al cuerpo. Por esto Rudra se sintió en deuda con ella, y ambos estuvieron de acuerdo en saldar esa deuda en algún momento en el futuro.
Pasado unos siglos, llegó el día en el que Rudra cumplió su promesa; volvió a encontrarse con Sekhmet, y en un planeta distante de otro universo le cumplió su ansiado deseo de pelear con ella. Fue una batalla que duró menos de dos horas, y en ese lapso de tiempo casi destruyeron una galaxia, además de que en medio de la pelea mataron por accidente a algunos monstruos del Vacío e inmortales rencorosos que buscaban eliminar a ambos.
Aunque fue inevitable que Sekhmet perdiera ante la experiencia, dominio y poder de Rudra, que en aquel entonces había alcanzado un nuevo nivel por el millón de años que pasó encerrado en una prisión del Naraka, la diosa-leona consiguió darle un combate bastante divertido y emocionante; lo suficiente para ganarse el respeto y reconocimiento de Rudra.
Sekhmet había caído inconsciente por la pelea, y Rudra la llevó a descansar al planeta selvático que él había reclamado como propio. Llegaron en horario diurno, y descansaron en un templo taoísta que el propio Rudra construyó para meditar durante sus días de recuperación.
El templo estaba construido cerca de un manantial, en el que Rudra acostumbraba a bañarse entre dos o tres veces que visitaba el templo. Y en cuanto Sekhmet despertó, descubrió dónde estaba y miró el manantial, no perdió el tiempo en comenzar a desvestirse, en frente de Rudra, para darse un baño.
Gracias a los días antes de ser una bestia, Sekhmet tenía conocimiento de las tácticas de seducción humanas, y ahora las empleaba más para burlarse que para provocar al dios-tigre. Aparte de que no sentía vergüenza en hacer gala de sus encantos femeninos; esa confianza en sí misma, fue lo que en realidad atrajo el instinto reproductor de Rudra, y por eso él cumplió su promesa con ella; se desvistió y entró al baño para al fin comenzar el apareamiento que prometieron. Pero antes, él la abrazó con ternura y le susurro en un oído:
—Sekhmet, quiero que sepas que, sin importar cuanto te odien y teman todos, yo nunca dejare de apoyarte y amarte.
Esas palabras destruyeron por completo la dura y densa capa de orgullo de Sekhmet, logrando hacer que ella derramara lágrimas. Y sin perder más tiempo, ella le estampo un beso en los labios, lo tumbó al agua del matinal, y comenzaron a aparearse como un tigre y una leona en celo.
Fue un apareamiento salvaje e intenso que duró una semana entera, y culminó con la decisión de Sekhmet de convertirse en una de las hembras de Rudra. Así que, en ese mismo día en que terminaron de aparearse, ella visitó el templo en el mismo planeta donde vivía Shakti, e intentó ganarse su aprobación.
Shakti no estaba convencida, y por eso dejó a Sekhmet esperando en la entrada durante un mes entero; luego la dejó pasar, le hizo algunas preguntas y evaluó su alma. Dos días después, Shakti decidió darle una oportunidad, convirtiéndola en su discípula, y Sekhmet prometió que no la decepcionaría.
Por otro lado, los Dioses Supremos del Panteón Egipcio acordaron aprovechar la relación de Sekhmet con Rudra para oficializar un Sello de Paz entre los inmortales egipcios y el Rey Tigre, convirtiendo a la Reina Leona de Egipto en una de sus hembras. Aunque, en el fondo, no estaban nada felices de que un miembro de la realeza egipcia se juntara con un dios nativo del Territorio Hinduista.
Tiempo después, llegaría el día en el que Rudra por fin se reencontró con Artemisa.
https://youtu.be/-w2m-TeLi6I
Tras los acontecimientos que dieron lugar a la leyenda de Orión y su muerte, Artemisa se cerró por completo a la idea de tener un compañero, para no volver a sufrir un dolor como el que le causó la supuesta "muerte" de Orión.
La rabia y la culpa que sentía Artemisa por lo sucedido, fueron el causante de su reputación como diosa que maldecía todo a la más mínima molestia, como la vez que maldijo a una de sus discípulas por romper la ley de permanecer virgen.
Otra ocasión popular fue cuando a su isla llegó uno de tantos humanos griegos al que nombraron "Orión", en honor al famoso cazador pelirrojo que estuvo al nivel de Artemisa y se sacrificó para detener al monstruoso escorpión. Este Orión II en particular se creía superior al original, y con ello afirmaba a los humanos nativos de la isla que era mejor cazador que Artemisa.
Por esas afirmaciones, obtuvo como castigo la maldición de morir por la simple picadura de un escorpión común y corriente; la maldición se cumplió unos días después cuando él viajó a la playa de la isla.
Otro hombre griego cazador, conocido como Orión III, llegó a la isla natal de Artemisa con el propósito de ganarse su aprecio y amor, aprovechándose de que se llamaba igual al cazador pelirrojo que una vez la diosa-ciervo respeto. Claro que sus avances fueron rechazados por Artemisa, lo cual disgustó tanto a este Orión III que no tuvo miedo de investigar los lugares favoritos de la diosa-ciervo para verla sin su consentimiento, y no le importó espiar a Artemisa durante uno de sus baños matutinos.
Por ese atrevimiento y su falta de respeto, Artemisa lo maldijo convirtiéndolo en un ciervo y llamó a los perros de caza para que se lo comieran.
Artemisa defendió sin piedad su soltería y pureza ante cualquier hombre, incluido los que osaban llamarse como Orión. Y después de unos siglos, ningún otro macho volvió a atreverse a tan siquiera acercarse a ella, hasta ese día en particular.
Hubo una temporada en la que el Territorio Griego pasaba por una serie de cambios filosóficos y políticos, que estaban debilitando la influencia del reino olímpico sobre los humanos. Zeus temió que los cambios en su territorio llevasen a que los humanos inventaran dioses imaginarios, o que empezaran a unirse a otros cultos cercanos, como hicieron los babilonios y los egipcios.
Además, también estaba el persistente fracaso de apoderarse de las tierras eslavas, que ahora pasaban por un momento frágil por la reconstrucción del reino de los inmortales eslavos. Por esto y todo lo anterior, Zeus decidió llevar su influencia a tener absoluto control de los humanos griegos.
Cada Panteón podía administrar y dirigir sus dominios como quisiera, siempre y cuando no afectara con el dominio de otros Panteones; esas eran las reglas. Y por ende, cada Panteón desarrolló su propio tipo de gobierno, siendo unos más parecidos a los de un reino o imperio, y otros semejantes a templos o escuelas ascéticas y de Artes Marciales.
Pero lo que intentaba hacer Zeus podría traer consecuencias graves, que afectarían no solo a los humanos griegos, sino también a otras criaturas del Territorio Griego y tal vez a los territorios cercanos. Fue por eso que Hades en persona acudió a Rudra, para pedirle que detuviera las acciones impulsivas de Zeus.
Y Rudra actuó como solo él lo haría; atravesó las puertas del Monte Olimpo, tomó el control de las puertas y las cerró para que nadie escapara, escaló por el monte derribando a cada soldado y monstruo olímpico en su camino, hasta llegar a los principales dioses griegos.
Sin problemas derrotó a Apollo, y tuvo su esperado reencuentro con Artemisa, en el cual tuvo que someterla para evitar que las acciones impulsivas de ella mataran a civiles inocentes durante la breve pelea. Luego venció a Ares y Poseidón, quedando Zeus como el siguiente y último oponente.
Después de un breve combate, en el que Zeus intentó usar las mejores armas y habilidades de todo su arsenal como Rey de los Dioses en el Panteón Griego, al final cayó ante la fuerza de Rudra, quien ni siquiera necesito transformarse.
Finalizada la tarea, Rudra se marchó del Monte Olimpo, llevándose sobre su hombro a Artemisa con la excusa de "enseñarle humildad" en las tierras asiáticas. Y nadie en el Monte Olimpo pudo detenerlo. Pero en realidad, Rudra tenía planes aparte.
La pareja visitó algunas montañas en las tierras indias, chinas y coreanas. Fue un viaje que a Artemisa le pareció en el fondo muy interesante, aunque en el exterior se hacía la dura e indiferente. Pero pudo aprender algunas lecciones de las guerreras indias, y también descubrió algo interesante.
Rudra y el Orión original compartían muchas similitudes, tanto en su forma de hablar como en actuar; muchas similitudes como para ser una coincidencia. También estaban los detalles del aroma y de los ojos de Rudra, que eran los mismos de Orión. Eran demasiadas "coincidencias" como para ser solo eso; Artemisa tenía dudas en su corazón, y por eso pasó los siguientes días pensando en cómo lo encararía, o intentaría descubrir la verdad a escondidas.
Para su sorpresa, Rudra ya era consciente de sus dudas. Y como la bestia impaciente que es, la llevó a la cima de una montaña en las tierras coreanas, en plena noche, para explicarle todo.
Sin más vueltas al asunto, le reveló la segunda razón por la que se la llevó del Monte Olimpo; fue para decirle la verdad de que él fue aquel cazador, Orión, que visitó la isla hace ya miles de años atrás y lo dieron por muerto en el enfrentamiento con aquel escorpión monstruosos. También le explicó las circunstancias de cómo sobrevivió.
Al final de la explicación, Rudra espero una reacción violenta de Artemisa; la cual llego con una fuerte bofetada en el rostro, seguida de otra, y luego unos cuantos golpes en el pecho, que él se dejó recibir. Y cuando espero recibir un puñetazo en la cara, la diosa-ciervo se quebró en llantos y le estampo un beso en los labios, que logró sobresaltar un poco al dios-tigre.
Por la forma tan brusca con la que Artemisa lo besaba, Rudra pudo saber que ella estaba muy molesta con él, pero la alegría que sentía por volverlo a ver sobrepasaba cualquier sentimiento de furia. Así que decidió corresponder a sus emociones, como una forma de compensar el tiempo que pasó sin decirle la verdad.
En lo profundo del bosque en aquella montaña de las tierras coreanas, Rudra y Artemisa se dejaron llevar por sus instintos, sin importar lo que opinaran los dioses griegos. Luego de desnudarse y darse otros besos, Rudra le pidió a Artemisa que dejara ese disfraz, porque quería aparearse con ella en su auténtica forma humanizada.
Al principio Artemisa dudo y se llenó de vergüenza, pero Rudra dijo que no le importaba que ella no tuviera una forma tan "humana" como él. Aun con algunas dudas, Artemisa accedió y mostró su verdadera forma humanizada, en la que su cuerpo estaba cubierto de ese suave pelaje lila y tenía su cola, orejas y nariz de ciervo, además de sus ojos dorados.
Muchos dioses y cualquier humano se hubieran sentido incómodo y hasta asqueado de solo ver esa forma, pero Rudra la abrazó con ternura, acarició el pelaje de la espalda de ella, y junto la frente con la de ella, mirándola directo a los ojos.
Ver tan de cerca los hermosos ojos verdes de Rudra, le permitió a Artemisa entender que el Rey Tigre, lejos de estar incómodo, la veía con cariño y respeto. Eso lo confirmó él cuando dijo las siguientes palabras.
—Estás tan hermosa como el primer día en el que te conocí. Todavía eres la maestra Artemes que tanto respeto, y aprecio.
Esas palabras fueron suficientes para romper el duro caparazón de orgullo en Artemisa, y la hicieron llorar como una niña. Rudra la consoló volviendo a besarla, luego permitió que ella lo tumbara al suelo para acostarse encima de él y cubrirle el rostro de besos.
Cualquier otro como Rudra, que no tiene pelo en el cuerpo más que el cabello, las cejas y las pestañas, encontraría incómodo un cuerpo cubierto de espeso pelaje animal como la anormal forma "humanizada" de Artemisa. Pero lejos de estar incomodo, el Rey Tigre estaba disfrutando acariciar y sentir ese suave pelaje de ciervo, ya que para él no era diferente de aparearse con una mujer-ciervo estando en forma hombre-tigre; por eso no le importó hacerle el amor a Artemisa por una semana entera.
Al principio Artemisa era bastante tímida y torpe en el apareamiento, pero sus instintos no tardaron en enseñarle cómo actuar y qué debería hacer, además de que el característico salvajismo de las bestias la ayudo a superar la timidez y ganar una actitud dominante. Gracias a esto, la diosa-ciervo demostró una fuerza y dominación en el apareamiento que impresionó y emocionó a Rudra.
Pasado esa semana, Artemisa descansaba junto a Rudra en el césped del bosque, con la cabeza recostada en el hombro izquierdo de él, abrazándolo con cariño. Ella lo estuvo pensando toda esa semana durante el apareamiento, y ahora había tomado una decisión; le pidió a Rudra que la aceptara como parte de su harem.
Rudra no estaba tan sorprendido de escuchar eso, y tras asegurarse de que Artemisa iba en serio con esa decisión mediante preguntas específicas, él aceptó llevarla a conocer a la Reina Loba Dziewanna, para que ésta la evaluara y determinara si era apta para ser parte del clan de hembras del Rey Tigre.
Dziewanna resultó tan estricta como Shakti, de modo que a Artemisa le costó varios días ganarse su respeto. Y cuando sucedió, la misma Dziewanna la aceptó como aprendiz, pues la diosa-ciervo era una gran fan de la Reina Loba.
La Unión Eterna entre Artemisa y Rudra causó bastante revuelo en el Panteón Griego, que ya de por sí estaba alterado por la Unión Eterna que tenía Gaia con él. También provocó severas discusiones entre Artemisa y su hermano Apollo, que terminarían distanciándolos. Y por si fuera poco, cuando Artemisa tuvo una hija con Rudra, tuvo que criarla lejos del Monte Olimpo y de cualquier otro dios griego, para que no recibiese desprecio ni fuera usada como un "arma" del Panteón Griego contra el propio Rudra.
Lo mismo fue para Sekhmet, quien tuvo que tolerar comentarios despreciables e insultos de los otros dioses egipcios, porque siendo ella la hija del "Faraón de Faraones" decidió casarse con un Rey Bestia de otro Panteón, lo que para ellos es igual a "manchar el linaje real". Y después de que ella concibió un hijo con Rudra, también volvió a tener discusiones y peleas fuertes con su padre Ra y sus otros miembros familiares, quienes querían aprovechar ese hijo como una nueva "arma" del Panteón Egipcio contra Rudra.
Ambas diosas, pese a venir de Panteones diferentes, seguir caminos distintos, ser opuestas en personalidad y tener pocas interacciones, incluso después de convertirse en hermanas de harem por su unión con Rudra, compartían muchas similitudes; desde ser poderosas y prestigiadas hijas de un supremo gobernante, hasta ser feroces esposas y madres que lo darían todo por su marido y sus hijos.
Un amor que al final sería el verdadero determinante que las impulsaría a darlo todo para ganar un enfrentamiento entre ellas dos.
https://youtu.be/7I4ATmmM6_M
[Presente. Torneo Parabellum: Arena de Duelo].
—¡Artemisa deja de estar tan a la defensiva y pelea de frente!
—¡Sekhmet pelea con más inteligencia y menos fuerza bruta!
—¡Deja tu infantil orgullo de peleadora y mejor pelea para vengar el orgullo de nuestro reino el Panteón Griego!
—¡Haz algo bien por una vez en tu existencia honrando nuestro Panteón Egipcio con una victoria sea como sea!
Las gradas estaban resonando con los gritos del público, entre los cuales había quienes animaban a cada peleadora a ganar, mientras que muchos del Panteón natal de cada una solo les importaba que no se manchara la imagen popular griega/egipcia.
El par de diosas ignoraban todas esas voces, excepto las de aquellos que amaban y respetaban de verdad, y solo luchaban con un objetivo claro en sus mentes.
Artemisa estaba teniendo obvias dificultades al enfrentarse de frente a Sekhmet, pero logro darse cuenta de unos cuantos factores, empezando por el detalle de que la diosa-leona todavía no sabía combinar su magia con sus espadas de Prana, por lo que no podía hacer un ataque conjunto de Maná y Prana, ni tampoco atacar con las espadas de Prana y un ataque mágico de luz por separado al mismo tiempo.
Otro detalle que descubrió era que Sekhmet no parecía controlar la energía Chi lo suficiente como para manifestarla en combate, y por ende tampoco combinarla con su Maná o Prana en un ataque combinado.
Así que tuvo que terminar con el plan que tenía en mente.
—¡¿Hasta cuándo vas a seguir huyendo?! —exclamó Sekhmet levantando el brazo derecho en un zarpazo ascendente que levantó una tormenta de arena, debido a que la diosa-ciervo la volvió esquivar con una voltereta hacia atrás.
Dentro de aquella tormenta de arena Artemisa corrió a ocultarse en una de tantas rocas destruidas en medio de la pelea. Necesitaba recuperar el aliento, porque tenía algunos cortes profundos en el cuerpo que aún no sanaban, y ya había perdido mucha sangre.
Su factor curativo cada vez tardaba más en regenerarla, le estaba empezando a doler la cabeza por la cantidad de Maná utilizado en toda la pelea, y comenzaba a sentir dolor en sus músculos por la cantidad de daño acumulado. Además, durante el enfrentamiento cuerpo a cuerpo, tuvo que limitarse bastante para evitar que su propio Astra de plata no le tocara la piel y la lastimara.
Por más rápido que sus cuerpos sanen, dicho factor no aliviaba tan rápido la sensación de dolor, en especial cuando se trata de heridas graves que matarían a un mortal.
Incluso Sekhmet estaba sufriendo por la acumulación de daño que su factor curativo ha tenido que sanar. Le dolían los brazos por la cantidad de veces que ha tocado el Astra de plata de Artemisa. Sus heridas cada vez tardaban más en sanar por el cansancio y la exposición continua a la plata, sumado con el constante uso de energía Prana para mantener activado sus espadas de Prana. Pero en comparación a Artemisa, estaba en una mejor condición; tanto que podría seguir peleando por una hora más.
Eso la misma Artemisa lo sabía, por lo que tenía que conectar un ataque lo bastante fuerte como para noquear a Sekhmet, o agotarla al punto de ya no poder seguir peleando; después de todo, la diosa-ciervo no quería ganar por la regla especial de la ronda, de que una de las dos perdería si llegaba a tocar la pared de la arena.
Sin embargo su breve momento de descanso fue interrumpido otra vez por las espadas de Prana que la atacaron por sorpresa; los instintos de Artemisa la advirtieron del ataque, pero al no saber con exactitud en dónde vendrían, se movilizó para tratar de esquivarlos.
Logró desviar por poco con el arco una espada, recibiendo solo un corte en la oreja izquierda. Pero incluso con su velocidad de movimiento y reacción, supo que fallo en cuanto dejo de sentir la pierna derecha; la segunda espada la atacó desde abajo y le rebanó la pierna derecha como un machete cortando un palo.
Antes de caer a la arena, Artemisa se apoyó con una mano y, de un salto, se alejó casi diecisiete metros de allí. Consiguió salir de la tormenta de arena, y caer de espalda en un conjunto de hojas grandes en la zona griega que amortiguaron su caída. Allí intentó concentrarse en el dolor de la pierna para que su factor curativo priorizara sanar esa herida; tuvo notable éxito, porque el sangrado se detuvo, y poco a poco empezaba a crecerle una nueva pierna, aunque estaba tardando demasiado lento para la situación actual.
—Eso tuvo que doler —dijo Sekhmet, encontrándose ahora encima de una duna en la zona egipcia de la arena, viendo desde allí la nueva posición en la que se encontraba la diosa-ciervo, ya que la tormenta de arena se había despejado casi por completo.
Tenía sus espadas de Prana flotando alrededor suyo, y los brazos extendidos hacia adelante, con las manos juntas y partículas luminosas amarillas concentrándose en sus garras; iba a disparar otra vez su ataque mágico de luz, la cual ha practicado tantas veces que ya ni siquiera necesita conjurarla en voz alta para activarla.
Artemisa pensó rápido y preparó el arco, lista para disparar cuando fuese el momento indicado. Y cuando ese momento llegó, no disparó una flecha mágica elemental u oscura, sino una especial con la misma función de transformarse en un gran espejo. Lo hizo justo en el momento en que Sekhmet término de concentrar las partículas luminosas, para disparar de las garras otro resplandor mágico.
La sorpresa vino cuando el ataque de luz atravesó el espejo, dejando un agujero ardiente, e impactó de lleno en una sorprendida Artemisa, quemando la vegetación en ese sitio y provocando un cráter pequeño carbonizado, en el que se encontraba la diosa-ciervo cubierta de fuego y quemaduras.
Su pierna derecha casi había terminado de regenerarse; solo le faltaba la pata de ciervo. Pero la regeneración se ralentizó bastante por las quemaduras que el factor curativo tenía que sanar. Fue por eso que Artemisa, aun aturdida y casi cegada por el golpe de aquel ataque mágico, disparo al aire una flecha mágica de agua, con una fuerza tan débil, que se expandió en una breve lluvia torrencial que apagó las llamas tanto del bosque como en su cuerpo.
—Lo del espejo fue una buena idea, eso lo admito. Pero cometiste un error al creer que yo sería tan tonta como para caer dos veces en el mismo truco —decía Sekhmet, ahora a quince metros más cerca de la diosa-ciervo, con las manos en las caderas y las espadas de Prana todavía volando a su alrededor. Pero ahora mantenía la distancia por cautela, en contraste con antes que peleaba con completa seguridad.
—¿Qué fue lo que...? Ah, ya entiendo —dijo Artemisa tratando de ponerse de pie. Al principio estaba confundida, pero entonces abrió los ojos en grande por un segundo, y los entrecerró al entender lo que pasó.
—Es obvio que lo entenderías rápido. Si puedes crear espejos con esas flechas de tu Astra para reflejar mis ataques de luz, entonces solo tengo que aumentar el calor y potencia del hechizo, hasta un punto en que el espejo no pueda aguantarlo —explicó Sekhmet casi riendo con orgullo—. A lo largo de nuestro encuentro de hoy, he tenido tantas oportunidades de matarte, que hasta perdí la cuenta. Pero no lo hice por las reglas y por respeto a nuestro macho. Si esto sigue así, dudo que puedas salir viva de esto. Lo más recomendable es que aceptes la derrota de una vez.
—Básicamente me estás pidiendo que me rinda... —decía Artemisa, usando su arco como bastón para poder ponerse de pie y mantenerse así, hasta que su pie derecho terminara de regenerarse. Sus quemaduras casi habían sanado por completo, y ahora le estaba volviendo a crecer el pelaje.
El solo pensar en rendirse hizo que la sangre de Artemisa hirviera de rabia, por su orgullo como peleadora bestia, su corazón como madre, su amor como esposa y su honor como discípula de Dziewanna. Ahora que tenía su mente despejada y un propósito claro para ganar, la idea de perder hizo que su mente regresara a aquel día en que juró que jamás perdería.
Aquel día especial para ella, en el que tuvo entre sus brazos a su primer bebé.
Como es obvio, la diosa-ciervo jamás pensó que se casaría, y mucho menos esperó concebir un hijo. Ni siquiera sabía si sería una buena madre, o que el bebé al que daría luz la amaría en el futuro; tenía sus razones para dudar, tomando en cuenta el terrible historial de su familia entera, en especial su padre Zeus, su abuelo Cronos y su bisabuela Gaia.
Aunque, después de haber visto lo amable y arrepentida que era Gaia ahora, desde que fue unida a Rudra, comenzó a tener también dudas de que ese ciclo de odio podría continuar. Este conflicto de ideas se fue intensificando conforme pasaban los meses desde que quedó embarazada de Rudra. Y por más que éste último intentara calmarla, no conseguía eliminar por completo esos miedos internos.
Pasado los meses de gestación, Artemisa había dado a luz en el planeta de Rudra, y el parto fue atendido por Dziewanna. Le dieron la noticia de que el bebé era una niña, y entonces los miedos de Artemisa volvieron a intensificarse.
Esos miedos quedaron en el olvido, tan pronto como Artemisa cargo en sus brazos a su bebé; era una preciosa niña, con el mismo cabello azul y la piel lila como la diosa-ciervo, pero con los ojos verdes del dios-tigre. Era tan hermosa, pequeña y frágil, que Artemisa sintió una cálida emoción en el corazón que la hizo llorar.
En ese día Artemisa enterró todos sus miedos sobre el ciclo maldito de su familia, y decidió proteger a su hija de todo mal, educarla con los valores de su amado Rudra, y entregarle todo el amor que necesitará.
"Si pierdo ahora, mi equipo sufrirá una segunda derrota. Y si mi equipo pierde el torneo por culpa de mi derrota, entonces el Panteón Eslavo no conseguirá su independencia, por lo que tendrán que recurrir a la guerra contra Asgard y el Monte Olimpo para obtener su libertad a la fuerza. Y si eso sucede, entonces mi hija tendrá que unirse a la guerra para defender el Panteón Griego, por las malditas leyes de mi padre... No puedo permitirlo...", pensaba Artemisa, con un semblante oscuro mientras apretaba los dientes.
Su pie derecho había terminado de regenerarse, pero ella estaba tan sumida en sus pensamientos y furia que ni siquiera lo noto. Además, con esa frustración y el odio que comenzaba a desarrollar hacia su propio padre, su energía Kenoplasma empezó a ganar fuerza.
—Supongo que no vas a rendirte —dijo Sekhmet frunciendo el ceño.
—Ya sabes la respuesta, Sekhmet... Y tú más que nadie debe entenderlo, porque también eres madre. Y cuando se trata de la felicidad, el bienestar y el futuro de un hijo, una madre jamás debe ceder ante nada —decía Artemisa, apoyando el pie derecho recién regenerado en el suelo—. ¡Voy a proteger el futuro de mi hija Elaphia, incluso si tengo que abandonar mi orgullo! ¡¡Selene Iós: Iuppiter!! (¡¡Flecha de la Luna: Júpiter!!).
Con esa declaración, Artemisa alzó su brazo izquierdo al cielo, y de las nubes oscuras en el lado griego de la Arena de Duelo descendió un rayo violeta en la mano de la diosa-ciervo; en su muñeca izquierda apareció un líquido negruzco, el cual se solidifico y tomó forma de un brazal mecánico, hecho de algo que parecía obsidiana, con líneas de neón violeta que soltaban un espectáculo de descargas eléctricas de dicho color. Era un arma de Kenoplasma parecido al Astra de Zeus.
Y fue entonces que su cuerpo empezó a ser cubierto por placas diamantinas, formando una armadura completa de estilo griego, hecho de adularia con tonalidades celestes, blancas y violetas, conocido también como piedra lunar. Lo curioso es que su armadura se ajustaba bien a su anatomía como una segunda piel, dejando por fuera solo su cola y orejas de ciervo, además de sus ojos, dedos y el cabello. Lo irónico era que su casco tenía astas de ciervo hechas de plata pura.
—¡¿Queeeeeeeee?! ¡¡¿Eso es lo que creo que es?!! —exclamó Afrodita tan atónita como el resto del público griego.
—Bueno, bueno. Reconociste quién era tu verdadera familia, despejaste tu mente al fin, descubriste un propósito por el cual luchar, y ahora renunciaste a tu orgullo para volver a usar tu antigua armadura Égida —decía Sekhmet dando unos cuantos aplausos—. Al fin estás evolucionando en todos los sentidos.
—Por mi hija y su futuro estoy dispuesta incluso a llevar el símbolo que jure abandonar —contesto Artemisa, mientras bajaba el brazo izquierdo con lentitud, y condensaba la electricidad en la palma de la mano para crear un rayo violenta que podía sostener como un arpón.
—Por un hijo, estás dispuesta incluso a abandonar tu orgullo para recurrir a un poder que decidiste no volver a usar... Sí, es una buena sugerencia —dijo Sekhmet casi en un murmuro, mientras recordaba aquel día en que sostuvo por primera vez entre sus brazos a su primer bebé.
Y con ese recuerdo algo cambió en ella, causando que empezara a manifestar un aura, que no era Prana ni Maná concentrado; eso dejo en shock de la sorpresa a Rudra, Shakti, Dziewanna y Daji, ya que entendieron rápido de qué se trataba.
Pero antes de que esa aura ganara suficiente visibilidad para el resto del público, Sekhmet movilizó las espadas de Prana, con un gesto de ambas manos, para desviar un rayo púrpura que iba directo a ella. Logró desviar el rayo a otro lado, y las siguientes decenas de rayos siguientes que Artemisa arrojaba tan pronto como las generaba en su mano izquierda, por medio de aquella arma de Kenoplasma.
Mientras las espadas de Prana desviaban los rayos púrpuras, Sekhmet avanzó hacia Artemisa a paso lento y precavido, por si acaso la diosa-ciervo guardaba algo más, pues los cazadores son conocidos por usar más el intelecto que la fuerza para ganar.
Artemisa paró la lluvia de rayos, para empezar a potenciar uno en su mano izquierda. La magnitud del poder concentrado en ese rayo era tan alta, que comenzaba a desprender más descargas eléctricas que llegaban a los muros de la Arena de Duelo, como un festival aterrador de relámpagos de diferentes tonos de morado; incluso la armadura en el brazo izquierdo de la diosa-ciervo comenzaba a agrietarse, por la magnitud del poder concentrado.
Al llegar a ese punto, Artemisa arrojó el rayo púrpura hacia Sekhmet, quien lo espero lista para cruzar las espadas de Prana al frente justo a tiempo.
Lo siguiente que ocurrió fue mega onda expansiva que resonó en toda la arena, junto con una explosión eléctrica azul-púrpura. Luego se vio a Sekhmet atravesando una duna de arena, para luego caer de espalda en el suelo, con algunas descargas eléctricas en el cuerpo y humo saliendo de su estómago.
Todos habían quedado sin habla, porque vieron lo que pasó: Artemisa había disparado aquel rayo púrpura y Sekhmet había cruzado las espadas de Prana para bloquearlo, pero junto con el rayo púrpura también fue arrojado la misma arma de Kenoplasma que la había generado.
Las espadas de Prana bloquearon la mayor parte del rayo, hasta que llegó el arma de Kenoplasma. Y tal como una bola de boliche rompe un cristal, el arma de Kenoplasma de la diosa-ciervo destrozó las espadas de Prana, e impacto en el estómago de la diosa-leona junto con más rayos púrpuras, ocasionando aquella explosión púrpura.
Todo el público había quedado en silencio, porque no sabían si la lucha había finalizado o no. Incluso si Sekhmet lograba levantarse, era difícil decir si pudo resistir otro ataque directo de Kenoplasma.
Sin embargo, en contra de las expectativas de todos, la diosa-leona esbozo una sonrisa divertida, mientras volvía a manifestar aquella aura extraña.
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