Capítulo LXV: Artemisa vs Sekhmet (III)
https://youtu.be/vjVkXlxsO8Q
[Siglos Atrás. Panteón Egipcio].
El "Ojo de Ra". Así es como conocen a la hija frívola, seductora, poderosa y despiadada de Ra, que él soltaba para ejecutar a aquellos adoradores infieles que cometían el error de insultarlo y desafiarlo durante las primeras dinastías del Territorio Egipcio.
Un caso famoso es la historia en la que Sekhmet fue enviada a masacrar innumerables humanos que desafiaron los mandatos de Ra. Y ella obedeció la orden, creando un mar de sangre en los desiertos del Territorio Egipcio, que ella disfruto beber y bañarse. Tal fue el placer que Sekhmet sintió en matar y saborear la sangre, que actuó en contra de los deseos de su padre, y empezó a matar también a adoradores fieles.
El frenesí salvaje de Sekhmet solo pudo ser aplacado sirviéndole un mar de vino, que ella confundió con sangre. Sin embargo esa satisfacción que sintió por la sangre y el asesinato, encendida por ese sangriento día, volvió a despertar en meses posteriores. Y ella lo sació asesinando a todo tipo de criaturas en otros planetas, creando más mares de sangre en donde sea que ella viajara.
Como hija del actual Faraón del Panteón Egipcio, quien estaba por encima de los demás Dioses Supremos egipcios, rebosaba de todo tipo de privilegios como cualquier hija de un emperador poderoso que gobernaba por encima de otros reyes; desde niña lo tuvo todo, incluido la oportunidad de tener su propio reino con su propio culto y templo principal.
Sin embargo, desde niña, ella se ha destacado más en el combate que en otras áreas, y ha preferido la guerra por encima de los temas políticos. Así que su padre cumplió su capricho de convertirla en su ejecutora, la diosa encargada de impartir castigos a los humanos desobedientes, y matar a los extranjeros que pisaban el Territorio Egipcio.
Aquel día en particular en el que masacró a innumerables humanos infieles, fue la primera vez que Sekhmet arrebataba tantas vidas en un solo día. Y por eso fue el detonante para liberar al monstruo que han estado formando en ella.
Un monstruo repudiado incluso por su propio padre.
Lo primero que intento hacer Ra para detener a su propia hija rebelde fue encerrarla en una prisión. Pero aparte de no funcionar, acrecentó la furia de Sekhmet; la hizo sentirse traicionada por su familia, y como tal descargó toda esa rabia contra ellos.
Uno a uno, Sekhmet empezó a derrotar y matar a cualquier inmortal egipcio en su camino, llegando incluso a vencer a Osiris y Seth, y casi matar a su propio padre. Sin embargo, entre todos los inmortales egipcios, le tendieron una trampa; la inmovilizaron con cadenas hechas de adamanto, la retirada Primordial Egipcia Nun los ayudó a destruir el cuerpo físico de Sekhmet, y sellaron su alma en una cachorra dentro del vientre de una leona.
Durante los próximos siglos, Sekhmet vago por las tierras egipcias y africanas renaciendo una y otra vez como una simple leona. No obstante, con cada renacimiento, fue recuperando su capacidad intelectual superior al de un animal promedio, junto con fragmentos de su vida como Diosa Egipcia de la Guerra.
Es por eso que en una de las manadas de leones en las que vivía, cuando fue conquistada por dos leones machos, Sekhmet se rehusó a que ellos les asesinaran los cachorros que ella ya había tenido. Era una costumbre que un león macho, tras apoderarse de una manada de hembras, mataba a los cachorros del león macho que antes dirigía la manada. Pero Sekhmet fue en contra de esa costumbre; escondió a sus hijos y viajó en busca de ayuda para deshacerse de esos leones machos.
Quería buscar a algún otro león macho igual de "diferente" que ella, o incluso alguna bestia león, para que la ayudara a salvar a sus cachorros de los dos leones machos. Y en lugar de un león, en su camino encontró a un extraño tigre venido del continente asiático, de ojos verdes, con una extraordinaria capacidad intelectual y de sentir empatía por otras especies aparte de la suya.
El tigre de ojos verdes derrotó a los leones machos, y se quedó con la manada de leonas hembras por un tiempo, hasta que uno de los cachorros varones de Sekhmet tuvo edad suficiente para liderar la manada.
Aquel extraño tigre era Rudra durante una de sus vidas mortales. Y en el tiempo que duró conviviendo con esa manada de leonas, atrajo el interés de la leona Sekhmet como jamás lo había hecho un león macho; las veces que él se apareaba con ella, intensificaba el resurgimiento de las memorias de la antigua Diosa Egipcia de la Guerra.
El Chi cultivado de Rudra, producto de muchos renacimientos anteriores, reavivo la chispa del poder sellado en el alma de Sekhmet, y la hizo recordar el calor familiar del reino que una vez fue su hogar en el Panteón Egipcio. Esta combinación de nostalgia subconsciente y resonancia entre almas, sumado con la fuerza y compasión del tigre Rudra, cautivo por completo a la leona Sekhmet e influyó en gran medida en ella.
Incluso cuando Rudra se marchó de la manada de leonas para nunca volver, el impacto que él dejó en Sekhmet impidió que ésta volviese a fijarse en otro macho, ni siquiera en la siguiente vez que renació como leona mortal, debido a que en su subconsciente seguía recordándolo.
En esa siguiente vida Sekhmet vivió como una leona nómada, sintiéndose vacía y sin saber cómo llenar ese vacío. No fue hasta dos años después de que se hizo adulta, cuando ese desespero por hallar la respuesta a su vacío y a esas extrañas memorias, desbloqueo los recuerdos de su anterior vida.
Sekhmet no entendía lo que le pasaba, pero sentía que si hallaba a un tigre de ojos verdes, como aquel que conoció en su vida pasada, podría descubrir el misterio de lo que le pasaba. No obstante, por más que viajara, no volvió a encontrar ni siquiera un tigre normal, y su desesperación por encontrar de nuevo a alguien como Rudra y descubrir lo que la hacía diferente a otras leonas, reavivó su deseo subconsciente de regresar a casa.
https://youtu.be/4SgUgCbLToE
Esa mezcla de emociones y conflictos internos fue el detonante que le permitió desbloquear más recuerdos de sus otras vidas, hasta llegar a las memorias de su vida como diosa, y con ellos regresaron también parte de sus poderes divinos originales. Sin embargo, el sello que mantenía a Sekhmet encerrada en un ciclo de renacimientos, aunque ahora estaba debilitado, continuaba activo y podría volver a hacerla olvidar todo en la siguiente vida. Por eso Sekhmet se dispuso a romperlo antes de que terminase esta vida mortal.
Por medio de su renovado poder divino, ella evolucionó su propia anatomía y genética para pasar a la siguiente etapa; trascendió su naturaleza para convertirse en una mujer-leona. Y con su nuevo cuerpo adaptado para las peleas y la supervivencia, se dispuso a alcanzar nuevas cimas y superar el poder del sello.
La naturaleza del sello mágico era en esencia una maldición que vinculaba su alma con el cuerpo físico de una leona, basándose en los principios espirituales del Chi. Así que Sekhmet comenzó a superarse aprendiendo todo lo relacionado con el poder que supera a las Artes Mágicas, el Prana, y el poder que supera las Artes Mágicas sagradas y profanas, el Chi.
Resultó que era más fácil decirlo que hacerlo.
Los egipcios ya tenían su propia interpretación del Chi, aunque no era suficiente para controlarlo tan bien como los inmortales hinduistas, chinos, israelitas e incas. Y Sekhmet era demasiado orgullosa como para viajar a otros territorios solo para buscar un maestro que le enseñara. Ni mucho menos tenía buenas posibilidades de dominar el Prana, por la casi inexistente información correcta en las tierras egipcias y africanas.
Y para empeorar su situación, los dioses egipcios comenzaron a enterarse de que la maldición de Sekhmet empezaba a debilitarse, y que ahora ella intentaba romperlo; así que algunos dioses descendieron para castigarla y matarla, antes de que encontrase la forma de liberarse de sus ataduras mortales.
Sekhmet ya era poderosa como humana inmortal. Pero como mujer-leona mortal con poder inmortal, ningún dios egipcio tenía oportunidad contra ella. La primera batalla contra un dios egipcio fue bastante difícil, pero ella prevaleció y, como recompensa, devoro todo lo que pudo del cadáver del dios egipcio antes de que se disolviera con la energía material.
La siguiente vez le toco pelear contra otro dios egipcio; un general al servicio de Osiris, el cual también sufrió el mismo destino. La siguiente ocasión ella peleó contra tres dioses, los cuales venció con relativa dificultad y pudo consumir más carne inmortal. Y en las siguientes ocasiones iban llegando en más grupos.
Con cada pelea y cuerpo inmortal devorado, Sekhmet recuperaba más de su antiguo poder, y también crecía más de lo que pudo en su primera vida gracias al nuevo cuerpo que poseía ahora.
Antes ella era una diosa amante de las peleas y una talentosa guerrera, por lo que el cuerpo de una mujer-bestia depredadora, que además pertenecía a su animal simbólico, era más que perfecto para Sekhmet; le permitió explotar todo su potencial como bestia, y fortalecerse a un ritmo antinatural incluso para un inmortal.
Pero aparte del potencial evolutivo de bestia, su mentalidad y corazón de bestia también les fueron muy útiles.
Los dioses egipcios creyeron que ella, siendo ahora una bestia, sería mucho peor que cuando era una humana inmortal. Y en cierta manera tuvieron razón, pero se equivocaron en que sería más sanguinaria.
Sekhmet desarrollo más amor por la pelea, pero ya no tenía deseos de matar, más que para comer y sobrevivir. Había perdido el placer por matar, y en su lugar solo existía una perspectiva estricta y madura sobre matar. Como bestia, ahora nunca mataba sin razón, y también desarrollo un fuerte deseo por defender la naturaleza.
Es por esa nueva perspectiva mental y cambio en su corazón, que ella fue capaz de aprender a dominar el Prana. Y con el poder que ha obtenido peleando contra los dioses egipcios que descendieron para matarla, devorando la carne de ellos y evolucionando con cada herida de muerte, logro igualar el poder de la maldición en términos de magia. Luego, con el tremendo poder extra que le concedió ese pequeño control de Prana, rompió la maldición.
Una vez libre del sello que la mantenía prisionera, Sekhmet descendió a las profundidades del Inframundo Egipcio, la Duat, un gigantesco planeta lleno de océanos de Kenoplasma, donde flotan los templos de los gobernantes infernales y nadan los demonios encargados de las pruebas.
En ese mundo hostil y tóxico, Sekhmet derrotó a todos los demonios, soldados y guardias en su camino, destruyó casi todas las islas, derrumbó la mitad del palacio de Anubis y lo venció a él en un combate sin armas. Luego atravesó el mar de Kenoplasma que marcaba el nexo entre la Duat y la morada de los otros dioses egipcios, el Reino Aaru.
Tuvo que soportar un dolor inimaginable; con cada paso que daba en aquellas aguas su carne se descomponía casi tan rápido como su biología bestia la regeneraba, y aun así ella no se detuvo. Continúo cruzando las aguas infernales y regenerándose el cuerpo, hasta alcanzar las puertas del Reino Aaru. A pesar de haber superado tantas pruebas y pasado por un sufrimiento digno del infierno, su propio padre le seguía negando el regreso a su hogar original, y la misma Duat se negaba a darle la redención por sus pecados pasados.
Así que Sekhmet hizo lo que mejor sabía hacer; con sus propias manos abrió las puertas, las derribó y entró al cielo de los dioses egipcios.
La diosa egipcia encargada de los juicios entre mortales e inmortales egipcios ya no pudo seguir negándole el derecho a convertirse en una inmortal. Así que le concedieron a Sekhmet la inmortalidad, eliminando todo rastro de mortalidad en su cuerpo físico. Y además le devolvieron su cargo como Diosa Egipcia de la Guerra, más un extra; Sekhmet eligió continuar siendo una mujer-leona, por lo que ascendió como la nueva y única Reina Leona del Panteón Egipcio, y regresó a su reino Leontopolis.
Nació en lo más alto como una diosa princesa, descendió a lo más bajo como un animal mortal, y resurgió como una diosa-leona que evolucionó tanto en mente como en cuerpo y alma. Antes de todo esto, su nombre era Baast, dado por su madre al nacer. Pero ahora que resurgió como Reina Leona, cambió su nombre a Sekhmet, el nombre que su padre quiso ponerle; fue su forma de empezar de cero.
No obstante, aunque recuperó su estatus y reino, Sekhmet no luchó ni rogó por el perdón y el aprecio de su padre; ni tampoco le importaba si él y los otros dioses egipcios aceptaban sus disculpas. Después de todo lo que ella vivió como mortal, ya dejó de importarle la opinión de los demás, o lo que pensaban ellos de ella. Tampoco le importaba si le tenían miedo, la amaban o la respetaban.
Lo único que le llenaba de pesar, era no poder volver a encontrar a aquel tigre de ojos verdes que le enseñó a ella a amar y valorar la vida, lo cual sentó las bases para que ella, como bestia, pudiese aprender a dominar el Prana, y así liberarse de la maldición.
Es cierto que Sekhmet logro todo gracias a sus esfuerzos y voluntad. Pero también es cierto que ella no lo hizo todo sola; sus logros solo fueron posibles, gracias a la ayuda de ese tigre de ojos verdes, que le permitió a ella recuperar los recuerdos de sus vidas pasadas, y alcanzar el suficiente karma positivo para dominar el Prana.
Ahora, de vez en cuando, Sekhmet descendía al Mundo Mortal para subir a la cima de la montaña más alta del Territorio Egipcio, y observar el rojizo amanecer que le recordaba tanto a aquel extraño tigre de ojos verdes.
Nunca pudo predecir que lo volvería a ver de la forma que menos esperaba ella.
https://youtu.be/NNNrzJDUTpk
[Presente. Torneo Parabellum: Arena de Duelo].
Antes la batalla parecía un tenso campo de cacería, pero ahora era una violenta masacre contra una persona.
Sin posibilidad de ocultarse en el bosque, Artemisa tuvo que empezar a moverse alrededor de la zona egipcia de la Arena de Duelo, haciendo volteretas y deslizándose por la arena, para esquivar los agresivos ataques luminosos de las garras de Sekhmet, resultando en árboles y rocas partidos en cortes verticales y horizontales. Artemisa trataba de ganar suficiente distancia para disparar más flechas mágicas y crear algunos Círculos Mágicos.
Pero sin muchos árboles ni sombras que le pudieran proporcionar un buen escondite, Artemisa tuvo que improvisar aprovechando los obstáculos puestos en la Arena de Duelo. Después de un rato de solo esquivar y escapar, ella logró acostumbrarse a la forma de atacar de su oponente, lo que a su vez le permitió a Artemisa cargar una flecha especial, y la disparó tan rápido que apenas tuvo tiempo de apuntar.
De todos modos Sekhmet lo vio venir, porque doblo la espalda hacia atrás de tal manera que la flecha pasó volando por encima de ella. Lo que no vio venir fue que la flecha mágica especial explotaría en humo para transformarse en un arco cargado con una flecha mágica de hielo, la cual disparó contra la diosa-leona.
Tan rápido como se lo permitieron sus reflejos, Sekhmet salto hacia arriba para esquivar la flecha, sin deseos de probar el propósito de ese ataque. Consiguió saltar a tiempo, pero la flecha fue disparada con tan poca fuerza, que aterrizó en el suelo justo debajo de Sekhmet, y de forma explosiva creó una pared espinosa de hielo que la atrapo.
"La capacidad de creación del Astra de esta cervatilla tiene un potencial tremendo. Y ella cuenta con el ingenio para aprovecharla al máximo. Pero lo peor, es que tiene afinidad hacia la magia elemental de agua, incluyendo derivados, los cuales tienen ventaja contra mi afinidad a la magia elemental de fuego", pensaba Sekhmet, inmovilizada de pies al cuello por la formación mágica de hielo.
Entonces apretó los dientes en una gran sonrisa de lunática, y se preparó para romper el hielo con una explosiva liberación de su energía Prana. Sin embargo se sorprendió al presenciar algo que no espero ver tan pronto; Artemisa abandonó la estrategia típica de cazador, para acercarse a la diosa-leona y propinarle un buen golpe con el propio Astra en el rostro que, aparte de destrozar el hielo mágico, también hizo que Sekhmet aterrizara con brusquedad en el suelo.
"¿La hija de perra me ataco de frente? ¿Tan pronto?", pensaba Sekhmet entre gruñidos mientras se sentaba, todavía atónita por lo sucedido, y teniendo una severa quemadura en la mejilla derecha por donde recibió el golpe del Astra.
—¡Te recuerdo desgraciada que mi Astra tiene aleación de plata en la parte externa! —dijo Artemisa aterrizando de cuclillas en el suelo, mientras preparaba tres flechas de magia oscura—. ¡Da igual si es a distancia o de frente! ¡Te voy a dejar tan destrozada que tardaras semanas en regenerarte! ¡¡Y ni siquiera podrás aparearte con nuestro macho!!
—¡Aunque no tienes una lengua muy afilada, sabes muy bien cómo insultar, pequeña carne de ciervo! —decía Sekhmet en una aterradora mueca de furia que enseñaba sus colmillos.
Artemisa disparó sus tres flechas, las cuales se transformaron en tres arcos de magia oscura, cada una cargada con otras tres flechas de magia oscura. Y todas dispararon a la vez, para entonces transformarse las flechas en cometas oscuros que volaban en dirección a su oponente.
"Entonces así es cómo esta hija de perra disparaba tantas flechas a la vez; puede crear más arcos cargados con flechas, capaces de disparar de forma automática. La Reina Loba Dziewanna le enseñó bien a esta cervatilla", pensó Sekhmet, mientras retrocedía con una voltereta hacia atrás, para luego correr y esquivar los cometas de magia oscura que estrellaban en el suelo a su alrededor.
Sekhmet se agazapo con las manos en el suelo, en una postura que recordaba a la de una leona a punto de saltar. Y tal cual como una, se impulsó hacia adelante cual bala, alcanzando a Artemisa justo antes de que ésta disparase una flecha mágica de hielo; la agarro del rostro y la estrelló contra la tierra reforzada de tal forma que genero un pequeño cráter.
Artemisa tuvo que anular la flecha mágica para usar el arco como un arma cuerpo a cuerpo, lo cual resultó inútil porque su oponente lo atrapó con la otra mano, ignorando por completo la horrible quemadura que le producía la aleación de plata en la piel. La diosa-ciervo empezó a tener problemas para mantenerse tranquila; el estar preocupada le dificultaba pensar rápido, y a su vez conjurar los hechizos en su mente.
Y esta situación no podía ser más preocupante.
—Incluso si no fuese por la regla de "no matar", igualmente estaría en problemas si te matara ahora —decía Sekhmet, mientras comenzaba a enterrar sus garras en la piel del rostro de la diosa-ciervo—. Lo bueno de ser inmortales, es que somos casi imposibles de matar. Así que no morirás si te arranco la cara y te fracturo el cráneo hasta dejarte inconsciente.
—¡Si vas a hacer algo, hazlo, no pierdas el tiempo parloteando tonterías! —contesto Artemisa, mientras comenzaba a emanar energía sombría de color morado, el Kenoplasma—. ¡Selene Iós: Neptune! (¡Flecha de la Luna: Neptuno!).
De repente la energía sombría de Artemisa se acumuló en su mano izquierda, transformándose en un tridente muy parecido al Astra de Poseidón, pero de longitud más corta, de color obsidiana y diseño mecanizado con luz de neón rosa. Era un arma de Kenoplasma, creada por el poder Sunyata tipo Herramienta de Artemisa, que terminó perforando el estómago de Sekhmet durante el proceso de formarse.
—¡¿Qué?! —exclamó Sekhmet escupiendo sangre, no esperándose eso.
—¡Las flechas no son las únicas que pueden ser disparadas desde un arco! —dijo Artemisa, mientras partículas de Maná se formaban alrededor del tridente de Kenoplasma, para entonces transformarse en un chorro de agua de presión tan alta, que podría haber cortado por la mitad una montaña.
El chorro de agua mando a volar a Sekhmet al cielo, con un agujero en su estómago y varios cortes profundos en la piel visible de todo su cuerpo, ocasionando una lluvia de agua y sangre en esa parte de la arena. De inmediato Artemisa cargo el tridente de Kenoplasma en su arco y, tal cual como Rudra hizo con sus dos Astras, lo disparó como si se tratase de una flecha.
Durante la trayectoria, el tridente de Kenoplasma comenzó a cubrirse de una capa de hielo mágico. Y justo antes de impactar en el pecho de la diosa-leona, explotó cual bomba atómica, liberando un tsunami de Kenoplasma al cielo y una lluvia de copos de nieve en toda la Arena de Duelo.
Por fin la diosa-ciervo pudo respirar tranquila por unos segundos tras un angustioso y desesperado combate. Fueron unos valiosos segundos de paz, que finalizaron con el despeje total de la nube de Kenoplasma y la nevada mágica, por obra de un pequeño sol mágico que incineró el Kenoplasma y la escarcha.
https://youtu.be/-0OfBtGwPHc
Aquel sol mágico descendió de golpe al suelo como un meteoro, creando un cráter reluciente de vidrio en la parte arenosa de la zona egipcia. El sol mágico se despejo en un flash de llamas, revelando la figura de Sekhmet, quien estaba pasando por un proceso de metamorfosis.
Su tamaño aumentó tanto que sobrepaso los dos metros de altura. Gano un poco más de masa muscular, sin perder la figura delgada y esbelta de su cuerpo femenino. Sus piernas pasan por una doloroso cambio, con sus huesos dislocándose para volverse a armar y estirarse, hasta parecer como las musculosas extremidades traseras de un enorme felino.
Un espeso pelaje amarillo pardo creció por todo su cuerpo, con manchas oscuras en su espalda. Su ropa se ajustó a su nuevo tamaño y constitución física. Y por último, su cabeza se alteraba hasta parecerse a la de una leona, pero manteniendo su hermoso cabello dorado y ojos azules.
Había adoptado su verdadera forma; su forma de bestia especie mujer-leona. Y como consecuencia, el hoyo en su estómago y los cortes en todo su cuerpo sanaron de forma instantánea.
—Cierto; todavía guardabas tu verdadera forma —dijo Artemisa con un suspiro cansado, apenas recordando con molestia que su oponente aún no estaba dando todo de sí en la pelea—. ¡Selene Iós: Pluto! (¡Flecha de la Luna: Plutón!)
Artemisa volvió a manifestar su Kenoplasma en forma de neblina, y la condensó en su mano izquierda para transformarla en una lanza de dos puntas, muy parecida al Astra de Hades, pero también de longitud más corta, diseño mecanizado con aleación de metal oxidado y sus dos puntas eran láser de color rosa.
Con solo agitar esa nueva arma de Kenoplasma, Artemisa creó más Círculos Mágicos en el suelo, entre ella y su oponente, de los cuales emergieron un brazo de tierra carbonizada, listos para aplastar a la diosa-leona. Y ésta respondió moviendo el brazo izquierdo en un zarpazo horizontal, que liberó una delgada ráfaga mágica de luz dorada que cortó cada uno de los brazos del Hades, y destruyó los Círculos Mágicos profanos.
Presenciar eso fue suficiente para que Artemisa tuviese una gota de sudor deslizándose por su sien, como señal del tremendo nivel de preocupación que había alcanzado en este instante. Eso decía mucho, porque era bastante difícil que una bestia sudase en su forma humanizada.
—Si quieres volver a tener una oportunidad de salir viva de aquí, tendrás que vencer tu infantil miedo y mostrar tu verdadera cara —dijo Sekhmet, para un segundo después aparecer frente a Artemisa en un flash dorado—. Porque en esta forma no puedo contenerme —agrego ella con un aterrador gruñido en el oído derecho de la diosa-ciervo.
Antes de siquiera poder pensar en qué hacer, o por lo menos reaccionar, Artemisa sintió un terrible dolor en su estómago y terminó vomitando sangre. Bajo la vista por inercia, y se sorprendió al ver que el brazo derecho de su oponente le había atravesado el estómago y destrozado la columna vertebral, y sucedió tan rápido que Artemisa tardó en darse cuenta.
De inmediato Artemisa trato de defenderse con el arma de Kenoplasma. Y todo lo que consiguió fue cortar el aire, debido a que Sekhmet, tan rápido como llegó hasta ella, volvió a alejarse para esquivar el ataque obvio. Artemisa aprovecho esto para cargar el arco con el arma de Kenoplasma, y entonces disparó con toda la fuerza que pudiese reunir en ese pequeño lapso de tiempo.
La distancia entre su enemiga y ella era bastante corta, por lo que era casi imposible esquivar un disparo de esa fuerza. Pero aun así Sekhmet demostró que, aparte de ser posible, era algo tan fácil de esquivar que ella solo se movió de forma simple. Y aunque el arma de Kenoplasma explotó en llamas mágicas púrpuras, la diosa-leona se protegió dispersando aquel fuego oscuro con solo agitar la mano hacia arriba, como si una espada hubiera cortado un manto de oscuridad.
Artemisa comenzó a conjurar en su mente otras tres flechas mágicas. Pero su visión se tornó borrosa y un terrible dolor recorrió el lado derecho de su cabeza hasta el cuello, luego de que Sekhmet volviera a acercarse con esa tremenda velocidad para darle a ella una brutal bofetada que resonó en toda la arena.
La diosa-ciervo terminó aterrizando en el suelo, luego de atravesar tres rocas reforzadas que empeoraron sus heridas; su arco aterrizo a pocos metros cerca de ella. Artemisa tenía casi toda la parte derecha del cráneo fracturado por la bofetada, con cinco dientes hechos polvo. Sus intestinos y parte baja de la columna estaban pulverizados. Y su cuello también presentaba una leve fractura e inflamación.
Era como si todo el daño que conseguía causarle a su oponente, ésta se lo devolviera con uno o dos golpes. Así de abismal era la diferencia de fuerza física entre ambas.
"Sabía que está loca era fuerte... Pero no imagine que mejoraría tanto... Shakti hizo un asombroso trabajo en entrenarla... Podría ser incluso más fuerte que cuando peleo contra nuestro macho, Rudra", pensaba Artemisa mientras temblaba por el dolor casi insoportable de todas sus heridas.
Trataba de quedarse lo más quieta posible para que su cuerpo se regenerase más rápido. Y aunque el hoyo en su estómago ya sano, la parte faltante de su columna vertebral volvió a crecer, y su cráneo estaba en proceso de repararse, el dolor seguía presente. Sin embargo, mientras su cuerpo se ocupaba de regenerarse, Sekhmet ya estaba parada frente a ella, mirándola desde arriba con arrogancia.
—Estoy sintiendo tanta lastima ahora, que incluso no me produce ninguna satisfacción derrotarte —dijo Sekhmet agachándose para sujetar la cabeza de Artemisa y mirarla un poco más de cerca a los ojos—. ¿Sabes por qué nunca me propuse a buscar el perdón de mi padre? Porque al final no lo necesito; no necesito el perdón, el respeto ni la devoción de nadie. Si alguien va amarme, está bien, y si no igual también está bien.
—¿Qué me importa tu miserable vida? —dijo Artemisa escupiendo sangre en la nariz de la cabeza de leona de su oponente, quien solo se dedico a lamerse la sangre de la nariz, para luego estrellar la cabeza de Artemisa contra el suelo.
—Ese también es tu estúpido problema. Te haces la fuerte y que no necesitas a nadie, como la típica, cliché y estereotipada mujer humana empoderada, cuando todo este tiempo tuviste la ayuda de un hombre muy especial. Yo por lo menos reconocí que no regrese a la cima sola, ni tampoco renegué de mis sentimientos ni lo que soy. Nunca me disgusto si los demás pensaban que yo era un monstruo; al contrario, lo encontré muy gratificante y beneficioso. Pero ahora simplemente no me importa, porque a fin de cuentas no necesito la aceptación de escorias hipócritas e imbéciles ridículos.
—No me sermonees ahora con tus complejos infantiles, leona loca —dijo Artemisa mientras escupía más sangre, debido a los terribles daños internos que presentaba.
—A mí me parece que la de los "complejos infantiles" es otra —dijo Sekhmet, mientras dibujaba un corte profundo en la mejilla de la diosa-ciervo con la garra del pulgar, y el corte tardó apenas dos segundos en sanar por completo—. Te convertiste en esto para ganar poder, pero te avergüenza mostrar tu verdadera cara porque no quieres que te rechace una familia superficial de dioses sobrevalorados de mierda, liderada por un ególatra idolatrado por racistas y xenófobos como los humanos occidentales y japoneses.
—¡Si me dices todo esto por lastima, mejor ahorratela! ¡No necesito la lastima de nadie! —exclamó Artemisa con furia y al borde de las lágrimas.
—Te estoy diciendo esto, porque me molesta tu hipocresía y orgullo infantil de supuesta "hembra empoderada". ¿Por qué tanto empeño en ser aceptada por basuras que quieren cambiar lo que eres, cuando tienes a una madre, un marido, una tribu y una manada de amigas, que te aprecian tal como eres y te ayudan a ser una diosa mejor? Cambiar por superficialidad, no es lo mismo que mejorar por el bien propio. Y el fanatismo no es igual que el amor incondicional. Solo miralo por ti misma, ahora que todos están reunidos aquí.
Esas palabras, tan duras y afiladas como el acero de una espada, tuvieron efecto en Artemisa; como una forma de buscar confirmación, ella dirigió la vista en la parte de las gradas donde se sentaban las otras hembras de su hombre-tigre, y aparte de verlas allí también comprobó que ahí estaba su macho, Rudra, mirándola con angustia y preocupación en sus verdes ojos.
Era casi imposible ver a Rudra expresar aunque sea una pizca de temor, porque solo existía algo capaz de provocarle miedo; que su familia pudiera resultar herida o morir, sin que él pudiera hacer algo. Rudra estaba preocupado por Artemisa, y lo más impactante para la diosa-ciervo fue ver que allí también estaba sentada su madre, Leto, viéndola con la misma preocupación en su mirada.
Las otras hembras del harén gritaban expresando su apoyo, en sus respectivas maneras, a Artemisa para que ésta defendiera su propio orgullo como peleadora y no se rindiera; incluso, en alguna parte, Artemisa podía escuchar la voz de su querida hija motivándola para que saliera viva de allí y regresara a casa.
Por otro lado Zeus la veía con repudio y sin la más mínima señal de apoyo, Hermes, los humanos japoneses y el resto del público de inmortales griegos la incitaban a continuar peleando para vengar la humillación que sufrieron Buda, Thor, Poseidón, Ares y el Panteón Griego entero, sin importarles el bienestar de Artemisa ni el orgullo de ella como peleadora.
Presenciar en persona y al mismo tiempo esa diferencia de apoyo y sentimientos entre todos ellos, hizo que Artemisa al fin comprendiera por quién debería luchar, y quién era su verdadera familia.
Fue un golpe emocional tan fuerte que ella comenzó a llorar, mientras empezaba a mostrar su verdadera forma de mujer-ciervo.
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