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Capítulo LXIX: Flecha vs Espada

https://youtu.be/XPiWUq5DUjE

[Torneo Parabellum: Arena de Duelo]

El silencio seguía reinando, pues la incertidumbre de saber si la pelea había finalizado o no los mantenía ansiosos. En el Equipo Cuzco, todos menos Alyssa estaban al borde de sus asientos, nerviosos de saber si lograron una victoria. Por otro lado, en el Equipo Buda, tanto Zeus como Odín y Hermes creían que ganar era casi imposible en este punto.

Entre los asientos de los inmortales egipcios, se encontraba uno muy preocupado por su querida hermana Sekhmet.

Era un hombre egipcio bastante juvenil, de ojos color ámbar, constitución delgada y tonificada con piel bronceada. Su cabello liso, de color azabache con brillo azul, le llegaba hasta por debajo de la barbilla. Tenía un delineado negro bajo los ojos. Llevaba el clásico collar egipcio además de una toga blanca, pero también portaba placas de armadura dorada y azul en piernas, rodillas, brazos y hombros, junto con un tocado adornado con cuatro plumas de oro. Además tenía las hombreras con forma de cabeza de león, y los brazales tenían cuatro filos que simulaban garras.

Era uno de los hijos mayores de Amon-Ra y Amunet-Hathor; el hermano mayor de Sekhmet y Bastet; era el Segundo Dios Egipcio de la Guerra, Anhuret Onuris, también conocido como Anhur.

"Vamos hermana... ¡Levántate!", pensaba Anhur casi llorando de la preocupación. 

Desde otro lado Bastet también estaba igual. Y no hacía falta mencionar la angustia que sentía la madre de ellos, Amunet-Hathor. En cambio, Amon-Ra solo veía con diversión la derrota de quien consideraba la "peor" de sus hijas.

Pero las plegarias de aquellos que se preocupaban por Sekhmet al fin fueron escuchadas: la diosa-leona se elevó del suelo de forma inverosímil, y con una voltereta hacia atrás aterrizó de pie en la arena, todavía sangrando de la herida de su estómago. Pero más allá de la herida profunda, ella no mostraba signos de estar tan afectada por el ataque.

—Fue un buen golpe. Si no fuera porque mis armas de Prana redujeron la fuerza de impacto, tal vez me habrías abierto un hueco en el estómago —dijo Sekhmet sonriendo y tocándose la herida en el estómago, para entonces cauterizársela con su propia magia de fuego. Ella solo gruño y río como una lunática ante el dolor, y luego escupió una pizca de sangre.

"Eso fue un golpe directo de un arma de Kenoplasma envuelto en magia. Aunque la magia haya sido de rayo, definitivamente el Kenoplasma debió causarle un daño masivo. Tengo que seguir atacando antes de que se recupere", pensaba Artemisa, mientras cargaba otra flecha mágica verde y la disparaba en el suelo, ocasionando que el bosque creciera con más vida.

Mientras tanto Sekhmet terminaba de cauterizarse la herida para detener el sangrado, y así permitir que su factor comenzará a sanarla rápido. Pero mantuvo la mano en su estómago, porque el dolor y la situación la hicieron recordar aquel maravilloso día para ella.

Sekhmet también había dado a luz en el planeta de Rudra, y el parto fue atendido por la propia Shakti. Antes, durante los meses de embarazo, la diosa-leona se preguntaba qué tipo de madre resultaría, y si podría educar bien a su bebé. Incluso llegó a considerar darle su hijo a Shakti, creyendo que la diosa-tigresa sería una mejor madre para el pequeño.

Entonces tuvo en brazos al pequeño bebé varón, que tenía sus ojos azules y el cabello pelirrojo de Rudra. Cuando cargó al pequeño entre sus brazos, y sostuvo una de sus pequeñas manos, Sekhmet eliminó de su mente todos los pensamientos anteriores, y decidió que se esforzaría en proteger, alimentar, cuidar y hacer feliz a esa pequeña criatura.

No permitiría que su hijo sufriera, incluso si eso significaba renunciar al orgullo.

—Debo darte las gracias, Artemisa. Porque me enseñaste algo que olvidé hace tiempo; me recordaste que por amor a Rudra y a nuestro hijo, yo puedo incluso abandonar el orgullo —dijo Sekhmet, para luego adoptar una extraña postura agazapada, que sorprendió bastante a Rudra, Dziewanna y Shakti, pues la reconocieron al instante.

"Debió gastar mucho Prana en mantener formadas esas espadas. Y aunque intentara volver a crearlas, ya no tendrán tanto poder como en un inicio, hasta que ella recupere toda su energía Prana", decía Artemisa en su mente, teniendo presente el hecho de que su enemiga ahora se había quedado por tiempo limitado sin la posibilidad de volver a usar las espadas de Prana, o por lo menos a la máxima potencia.

Así que puso en marcha la última fase de su plan; creo otra flecha mágica verde y la disparó en el césped, ocasionando una reacción en toda la vegetación de la zona europea de la arena: las plantas y los arbustos crecieron, mientras las raíces se extendían aún más en la zona egipcia y formaban pequeños árboles.

Fue entonces que innumerables raíces emergieron de la tierra, y cientos de ramas de los árboles se alargaron de manera sobrenatural; las ramas y raíces comenzaron a tomar formas claras de arcos, unidos unos encima de otros por los extremos como una hilera de arcos.

"Ya veo... Maldita astuta. Así es como en realidad disparaba cientos de flechas a la vez; todo este tiempo estuvo usando el hechizo característico de su maestra Dziewanna", fueron los pensamientos de Sekhmet, dándose cuenta ahora de que la diosa-ciervo estuvo usando lo que aprendió de su maestra desde el inicio.

¡Chlorokinesis: Zemsta Narava! (¡Clorokinesis: Venganza de la Naturaleza!) —recito Artemisa una mezcla de latín con polaco antiguo, y con ello chasqueo los dedos de la mano derecha.

Cada uno de los arcos de madera, formados en las raíces y ramas, recibió una "cuerda" improvisada hecha de una resistente fibra de lino, creada a partir de la energía Maná de Artemisa; se necesitaba solo una pizca de Maná para crear lino textil, pero el haber tenido que fabricar casi un millón y además reforzado para una mayor potencia de tiro, provocó que la diosa-ciervo se tambaleara con un terrible dolor punzante en la cabeza.

Sin embargo ella se mantuvo firme, e ignoró el dolor para hacer otro hechizo de alto calibre, a pesar de que eso le nublaría la vista por unos segundos.

—Esto va en honor a ti, maestra Dziewanna. ¡Wiatr Magia: Nav Kieł! (¡Magia de Viento: Colmillos del Inframundo!) —recito Artemisa en un idioma relacionado con el polaco, impresionando bastante a la mencionada Reina Loba por la muestra de respeto que recibió por parte de la Reina Ciervo.

Artemisa comenzó a cargar el arco con una nueva flecha mágica de viento, muy diferente a cualquiera de las que ha disparado antes. Era una flecha formada a partir de un viento que giraba en espiral como un taladro, luciendo como el colmillo de un lobo, con partículas brillantes púrpuras alrededor que le daba al viento tonalidades que iban del violeta claro al azul real.

Lo más increíble fue que cada uno de los miles de arcos había sido cargado y listo para disparar con la misma flecha mágica de viento; excepto doce arcos específicos que tenían una flecha de magia oscura. Y esta vez no había tantos árboles, ramas ni hojas extras de por medio que estorbaran la trayectoria de las flechas, como había en un inicio.

—Esa cervatilla orgullosa... Al fin se digna a respetarme en público —dijo Dziewanna sonriendo y riendo un poco por dentro.

—Y no conjuro tan mal el hechizo de tu magia antigua de viento, a pesar de que la de ella tiene menos afinidad al viento que tú —agrego Daji bastante impresionada.

A pesar de estar ahora en una situación desfavorable, Sekhmet seguía sonriendo, no por emoción del combate ni por burla, sino por la ironía y lo divertido que le parecía la situación; le parecía bastante divertido que un oponente más débil que ella la obligase a recurrir algo que, a su juicio, los débiles crearon para vencer a los fuertes.

—¡Espero que sobrevivas a esto, Sekhmet, porque en realidad yo tampoco quiero que mueras! —dijo Artemisa antes de disparar el colmillo de viento, al mismo tiempo que los miles de arcos a su alrededor disparaban también su respectivo ataque.

Una lluvia de poderosas flechas mágicas de viento iban directo a la diosa-leona, y había tantas que era imposible esquivarlas o bloquearlas todas. El público ya daba por hecho quién iba a ser la vencedora.

Hathor tenía las manos juntas, casi llorando, implorándole al universo que por favor su amada hija sobreviviera; en otros lados Bastet y Anhur también estaba empezando a preocuparse por su querida hermana. Mientras que Ra solo miraba con indiferencia, sin ni una sola pizca de preocupación paternal por su hija Sekhmet.

En la sala médica Ares, Helios, Selene, Hades y Perséfone observaban ansiosos la ronda a través del Espejo Transmisor, esperando que la diosa-ciervo al fin consiguiera su victoria después de tanto esfuerzo. En otros lados, Zeus y Apollo veían con indiferencia la aparente victoria de Artemisa.

Mientras tanto Rudra y el resto de su clan de hembras tenían sentimientos chocando entre sí; por un lado querían que Artemisa ganará, y por otro que Sekhmet no perdiera. Pero estaban de acuerdo en que esperaban que ambas no murieran por accidente debido a las heridas y el sobresfuerzo.

—Esto va en honor a ti, maestra Shakti —dijo Sekhmet con un tono sarcástico, y en las gradas la mencionada Reina Tigresa fue capaz de escucharla, por lo que no pudo ocultar su asombro ante esa muestra de respeto por parte de la orgullosa Reina Leona.

https://youtu.be/V8o5UEF-1BQ

Y al segundo siguiente un huracán de aire caliente azotó las paredes de la arena, derribando muchos de los árboles y raíces de la zona griega, y apartando gran parte de las arenas de la zona egipcia. Luego un chorro de sangre empapó el césped; era sangre proveniente de ocho cortes profundos que atravesaron la armadura en el estómago de Artemisa, casi llegando a los intestinos.

El hechizo de hace unos segundos había causado que la vista de la diosa-ciervo se nublara y aclara una y otra vez por momentos muy breves, por lo que fue difícil para ella ver lo que había pasado. Pero lo comprendió rápido tras darse cuenta de que Sekhmet estaba a cinco metros delante de ella, en una postura agazapada, con extrañas flamas doradas en sus garras que al rato desaparecieron, junto con un aura dorada semitransparente que rodeaba a la diosa-leona.

Pashu Kalari: Simha Agni Panja (Pashu Kalari: Garras Flameantes de León). Es mi propia versión de lo que me enseñó Shakti. Y siendo sincera, estoy bastante oxidada; solo hice cuatro movimientos, y ya me duelen los músculos del cuerpo —dijo Sekhmet sonriendo con sarcasmo.

En menos de un segundo, Sekhmet había avanzado hacia adelante tan rápido como un rayo, realizó un doble zarpazo cruzado al frente que cortó cada una de las flechas mágicas en su camino, y con un último doble zarpazo horizontal alcanzó a atacar a Artemisa.

Fue posible, debido a que la magia de viento forma parte del elemento madera en el Ciclo Wu Xing. Y por lo tanto la técnica con Chi de fuego de la diosa-leona fue capaz de dominar el poderoso hechizo de viento de la diosa-ciervo.

Tal acontecimiento había dejado mudo a todos del shock, además de tan boquiabiertos que algunos ya tenían la mandíbula a punto de caerse al suelo.

—Esa desquiciada... ¿usó una técnica de Artes Marciales, y además con energía Chi? —dijo Ra al borde de su asiento, todavía incrédulo con lo que vio.

—Sí, lo hizo... —dijo Hathor sorprendida y aliviada, aparte de estar preguntándose por dentro qué motivaba en realidad a su hija a pelear allí, como para que tuviese que recurrir a algo humillante para ella.

En el lado de las gradas donde estaba reunido Rudra junto con su clan de hembras, ellos también observaban boquiabiertos lo sucedido. Fue un evento sin precedentes, por razones que muy pocos conocían.

—¡Ja, ja, ja! ¡Esa maldita leona en serio lo hizo! —dijo Shakti cruzándose de brazos con orgullo y esbozando una gran sonrisa desquiciada.

—Y muy bien, a pesar de que no está acostumbrada a usar técnicas con Chi —agregó Inari boquiabierta y con una mano en la frente.

"Artemisa renunció a su orgullo para volver a usar la armadura que juro no volver a usar. Si alguien como ella fue capaz de eso, Sekhmet no podía quedarse atrás", pensó Rudra, en el fondo ya esperándose eventos como esos, pues él conocía muy bien al par de orgullosas diosas ciervo y leona, incluso más que los padres de ellas dos.

[Habitación del Equipo Cuzco].

—¡¿Acaso eso fue..?! —decía Geir con extrema incredulidad, como si acabara de presenciar el más grande de los milagros.

—¡¿Desde cuándo ella sabe usar el Arte Marcial de Rudra?! —exclamó Naamah al borde de su asiento, con los ojos tan abiertos que parecía que se saldrían de sus cuencas.

—No es el Pashu Kalari del señor Rudra, sino el de la señora Shakti. Pero adaptado al estilo de Sekhmet —explicó Israel sorprendido, y también apenas creyendo lo que veía.

—¡Maldita sea, jamás pensé que incluso Sekhmet desecharía el orgullo para usar Artes Marciales! —dijo Brynhildr golpeando los reposabrazos con tanta fuerza que los destrozo—. ¡Esa leona loca, debido a que nació siendo jodidamente fuerte, tiene esa exagerada filosofía de que las Artes Marciales fueron creadas por los débiles para vencer a los fuertes, y como tal los fuertes de nacimiento como ella no las necesitan! ¡Es por eso que, aun cuando aprendió de Shakti el Pashu Kalari, nunca quiso usarlo en combate por puro orgullo!

—Lo cual, hace más sorprendente esto —dijo Alyssa también expresando sorpresa, y además un poco de diversión—. Ni siquiera yo tuve previsto un acontecimiento como este. Sea cual sea la motivación real de Sekhmet para luchar aquí, ha logrado hacer que ella abandonara el orgullo y recurriera a las Artes Marciales, igual que Artemisa que decidió abandonar el orgullo para volver a usar su Égida. Es increíble lo iguales que son ambas Reinas Bestias.

—¡Y eso es lo malo aquí! —volvió a gritar Brynhildr mientras se jalaba del cabello con ambas manos por la frustración—. ¡La armadura Égida de los mortales e inmortales griegos es extremadamente vulnerable a la energía Chi, debido a que son armaduras creadas con magia pura! ¡Aunque Artemisa tenga sus capacidades físicas y mágicas potenciadas gracias a su Égida, no tiene forma de protegerse contra los ataques de Chi! ¡En primer lugar fue por eso que Ares y Poseidón no vistieron sus Égidas en sus combates!

—Bueno, hay que ver el lado positivo —decía Alyssa con una sonrisa tranquila—. Sekhmet no está acostumbrada a la presión que ejerce el Chi al fluir con fuerza por los meridianos de su cuerpo. Y en su estado actual, usar demasiadas técnicas con Chi a la ligera podría hacerla colapsar del agotamiento. Solo es cuestión de ver si Artemisa puede aguantar un poco más, o ingeniárselas para que su enemiga se canse primero.

[Arena de Duelo].

https://youtu.be/d9WcL0O1Pa8

De tantos posibles acontecimientos, este fue uno que Artemisa no tuvo en las primeras posiciones de la lista. Pero en vez de perder toda esperanza, solo se motivó aún más a ganar.

Piso con tanta fuerza el suelo que formó una grieta, y se impulsó hacia adelante como un verdadero ciervo embistiendo a un enemigo; esto fue para usar las astas de plata en su casco como arma. Y aunque Sekhmet intentó retroceder, el ataque fue tan veloz que ella tuvo que frenarlo con las manos, ocasionándole cortes dolorosos.

Y en ese instante volaron tres dientes junto con gotas de sangre, después de que Sekhmet le propinó un rodillazo a Artemisa en la cara. El golpe hubiera hecho caer de espalda a la diosa-ciervo, si no fuera porque ella reaccionó a tiempo para bloquear el rodillazo de Sekhmet con la mano derecha. Pero aunque Artemisa logró disminuir el daño, el dorso de su propia mano le golpeó con fuerza el rostro, e incluso se fracturó la armadura de la parte inferior de la mano.

Guiándose más por el instinto que por la vista, Artemisa uso un extremo del Astra para atacar de cerca, y Sekhmet la detuvo golpeando dicho extremo con el dorso de la mano derecha, para luego realizar tres zarpazos consecutivos en el brazo izquierdo de Artemisa, que le atravesaron la armadura y alcanzaron los músculos y las venas.

Artemisa perdió casi toda la movilidad en su brazo izquierdo, por lo que ella atacó con un simple puñetazo derecho, que Sekhmet bloqueo atrapando el puño con la mano izquierda, para entonces conectar un golpe de palma derecho en el estómago de Artemisa, justo en la herida todavía abierta, ocasionándole más dolor y daño a la diosa-ciervo hasta al punto de escupir sangre.

La visión de Artemisa comenzó a nublarse otra vez; ella sentía que los párpados le pesaban, le dolía la cabeza y todos sus músculos estaban tan agotados, que si ella cerraba los ojos tal vez no podría despertarse por un buen tiempo. Por eso se concentró lo más que pudo en el dolor para no caer inconsciente.

Entonces se dio cuenta de que la diosa-leona había dado un gran salto en el aire, para volver a hacer el siguiente hechizo.

Ra Iret: Edam (Ojo de Ra: Ejecución).

Recito Sekhmet, y de inmediato Artemisa salto hacia atrás, justo antes de que la diosa-leona liberase otra vez la misma columna flamígera de luz solar con doce metros de diámetro. Sin embargo el hechizo no podía mantenerse activo por mucho tiempo, la columna de luz flamígera empezaba a reducir su diámetro poco a poco.

Así que Sekhmet, mientras descendía con lentitud a la tierra, decidió aprovechar los segundos que duraba su hechizo activo: juntó las manos cerca de los pechos en un gesto de oración, y comenzó a recitar un mantra.

Adi Shakti, Adi Shakti, Adi Shakti, Namo, Namo. Sarab Shakti...

Artemisa, desde a una distancia segura y con una rodilla en el suelo, observaba a su enemiga y escuchaba sorprendida aquel mantra; lo reconoció como uno dedicado tanto a Shakti como a Durga. Y solo podía tratarse de una cosa.

"¡¿Está invocando la sombra de un Astra que no es de ella?!", pensó Artemisa, dándose cuenta de lo que intentaba hacer la diosa-leona. Por eso decidió adelantar sus planes de contingencia para interrumpir el mantra; levantó la mano derecha y chasqueo los dedos, activando algo que ya preparó de antemano.

Antes la diosa-ciervo había cargado doce de los arcos de madera en su bosque con flechas de magia oscura. Y no lo hizo con motivo de dañar, sino de algo más: esas flechas mágicas aterrizaron doce puntos específicos alrededor de la Arena de Duelo, y se transformaron en doce Círculos Mágicos de oscuridad, con grabados griegos que hacían referencia tanto a Khaos como a Tártaro, Erebo, Nyx, Hipnos y Selene.

De cada Círculo Mágico emergió un vórtice oscuro de tonalidades rosadas. Y cada vórtice absorbió la luz mágica que emanaba la diosa-leona, similar a como lo haría un agujero negro devorando la luz.

"Muy astuto. Uso la magia de oscuridad para absorber mi magia de luz, aprovechando que ahora mismo no puedo invocar mis espadas de Prana", pensó Sekhmet aterrizando en el suelo, dándose cuenta del tipo de magia que había invocado la diosa-ciervo.

Además, sin la columna de luz ardiente protegiéndola, tuvo que comenzar a moverse para esquivar otras decenas de flechas mágicas de viento, disparadas por los arcos restantes de las raíces y árboles de la zona europea. No obstante, de un momento a otro, la diosa-leona dejo de correr y comenzó a desviar las flechas usando las garras y el dorso de las manos en movimientos salvajes y precisos, aunque en el proceso algunas flechas le rozaban una parte del cuerpo.

"Está usando la energía Chi de fuego para desviar la magia de viento, y además está aprendiendo a adaptarse al Pashu Kalari de Shakti. Ya no puedo seguir peleando como cazadora. Tengo que terminar con esto ahora", pensó Artemisa sorprendida de la evolución de su enemiga, y decidida a no perder más tiempo.

El estilo de Artemisa siempre ha sido atacar y debilitar a sus oponentes con lenta seguridad y paciencia sabia, como un verdadero cazador presionando y acechando a su presa hasta darle el golpe final. Pero ahora tenía que desechar el proceso lento y seguro para un movimiento rápido y arriesgado.

Su brazo izquierdo seguía sangrando, lo que demostraba que aún no sanaba del todo. Y ella no estaba segura de sí podría sostener bien el arco o tensar la cuerda con el brazo izquierdo en ese estado. Así que decidió aprovechar lo mejor posible los arcos que creo con el bosque de su zona en la Arena de Duelo.

—¡Meter Selene Argulo Toxon: Artemis Nema! (¡Arco Plateado de la Madre Luna: Hilos de Artemisa!) —conjuro Artemisa señalando con la mano izquierda lo mejor que pudo a los miles de arcos en el bosque.

Entonces la cuerda en los miles de arcos fue cubierta por partículas oscuras, que las transformaron en hilos negros con luminiscencia morada. Los hilos negros hicieron que las flechas mágicas de viento fueran reemplazadas por flechas mágicas de oscuridad. Y sin esperar más, cada uno de los arcos comenzó a disparar esas nuevas flechas.

A diferencia de antes, los arcos de madera no dispararon todos al mismo tiempo; en esta ocasión solo disparaban de veinte en veinte, y algunos de quince y treinta, por lo que el número de flechas disparadas no era tan masivo como en el inicio de la ronda, o cuando Artemisa volvió a crear esos arcos de madera; se debía a que la diosa-ciervo ya casi no tenía Maná ni fuerza mental para seguir conjurando flechas.

"El daño que recibió Sekhmet en el estómago por mi Júpiter de Kenoplasma aún no debe haber sanado por completo. Si consigo conectar un ataque más, definitivamente no podrá levantarse de inmediato", pensaba Artemisa, mientras sujetaba firme el arco de plata con la mano derecha, para luego morder la cuerda y tensar el arco casi con desesperación.

Gracias a esa forma improvisada y desesperada de tensar el arco, empezó a condensar su energía Kenoplasma restante para crear una simple flecha. Pero la cantidad de Kenoplasma que estaba condensando y solidificando estaba formando un nuevo tipo de flecha única.

Por otro lado, Sekhmet seguía desviando cada una de las flechas mágicas oscuras que los miles de arcos le disparaban, sin perder de vista a su oponente. Por eso decidió elevarse otra vez en el aire, para protegerse de las flechas con su hechizo defensivo.

¡Ra Iret: Edam! (Ojo de Ra: Ejecución) —recito Sekhmet desde el aire, y una vez más volvió a desatar su magia en una columna de luz flamígera.

El hechizo no duró ni dos segundos cuando la columna de luz flamígera fue absorbida por los vórtices de magia oscura, todavía activados en los Círculos Mágicos.

"¡Joder! ¡¿Todavía tiene esos hechizos activos?! ¡Es increíble que aun pueda mantenerse consciente!", pensaba Sekhmet mientras aterrizaba en el suelo, y volvía a estar en medio de la lluvia de flechas mágicas que le caían encima.

Si tan solo tuviera sus espadas de Prana, podría deshacerse de los Círculos Mágicos que le absorbían la magia de luz. Pero ahora tenía que arreglárselas con su fuerza física, su poca experiencia en Artes Marciales y manejo novato de la energía Chi.

Una de las flechas de magia oscura logro darle en el estómago, y de la pequeña explosión mágica volvió a brotar una pizca de sangre. Además, la diosa-leona se tambaleo un poco y, por este descuido, otras diez flechas lograron impactarle en el cuerpo. Sekhmet tuvo que dejarse golpear por las otras flechas para protegerse el estómago con un brazo y la cara con el otro.

Ese breve momento fue la prueba que necesitaba Artemisa para estar cien por ciento segura de que la herida, causada por el impacto directo del Júpiter de Kenoplasma, todavía no había sanado del todo. Ahora lo que necesitaba la diosa-ciervo, era solo un último y certero disparo, que decidiría el final del combate.

El tiempo de distracción que le brindaron los otros arcos sirvió de mucho, porque Artemisa logró crear una de sus más grandes flechas de Kenoplasma; parecía un arpón mecánico negruzco, con venas de color azul oscuro y un diseño de media luna violeta en el filo.

https://youtu.be/bDIfR3STvL4

Por otro lado, Sekhmet vio que Artemisa preparaba un disparo letal. Pero antes de siquiera tratar de prepararse a esquivar el disparo, noto que los Círculos Mágicos que creaban los vórtices negros al fin se disolvieron, junto con el Maná de la magia de luz que acumularon, y fue por dos motivos.

El primer motivo: para que la energía Maná acumulada fuese reciclada en la creación de veinte flechas más en los arcos del bosque europeo, que casi se había quedado sin munición.

Y el segundo motivo: para que Artemisa pudiera mantener activado los nuevos Círculos Mágicos que iban a crear doce flechas mágicas que aterrizaron en el suelo, alrededor de su oponente.

—¡¿Qué?! —exclamó Sekhmet después de que las doce flechas mágicas se transformaran en nuevos Círculos Mágicos morados, con grabados griegos que hacían referencia a la propia Artemisa.

Y de esos nuevos Círculos Mágicos surgieron aquellos mismos hilos negros, los cuales atraparon el cuerpo de Sekhmet casi por completo. Ella todavía era capaz de mover hasta cierto punto los brazos, pero no podía despegarse del suelo ni mover demasiado el torso. Esos hilos negros resultaron mucho más resistentes que cadenas de titanio; tal vez casi tanto como las propias cadenas de Adamanto.

Sekhmet pensó rápido y tuvo la idea de cubrirse con los brazos, para que las flechas mágicas de oscuridad le destruyeran los hilos negros. Era un buen plan, pero el resultado fue un terrible dolor en todo su cuerpo, como si estuviera siendo golpeada por pelotas de acero. Y el daño que recibió en su estómago la hizo escupir más sangre.

"¡¿Qué carajos?! Los hilos no se están rompiendo por las flechas; ¡están amplificando el daño de las propias flechas!", pensó Sekhmet, actuando de inmediato para volver a desviar las flechas con las garras y las manos.

Descubrió que a los hilos negros no les afectaban esas flechas mágicas. De hecho, el daño de los disparos era casi el doble que antes. La misma Sekhmet se regañó a sí misma por no tenerlo en cuenta, por el hecho de que eran esos mismos hilos negros los que generaron aquellas flechas mágicas.

—¡Maldita sea! —rugió Sekhmet con furia y haciendo un doble zarpazo, que desato su energía Chi en cuatro ráfagas filosas semitransparentes rojizas que cortaron la gran mayoría de las flechas de oscuridad.

Luego, con las garras envueltas en ese fuego espiritual, Sekhmet comenzó a liberarse de los hilos cortándolos con tanta furia que, por accidente, ella misma se cortó la piel. Sin embargo esto fue lo de menos; de repente le invadió un espantoso dolor, como si su cuerpo se estuviera desgarrando por dentro.

"¡Maldición! ¡Mis meridianos aún no se acostumbran al fuerte flujo de mi energía Chi! ¡Si continuó usándolo así, terminaré destrozándome el cuerpo, como me advirtió Shakti!", pensaba Sekhmet, apretando los colmillos para contener la sangre que se escapaba de sus fauces por el sin número de hemorragias internas que tenía, sobre todo en su estómago.

Por eso tuvo que continuar su plan anterior.

¡Adi Shakti, Adi Shakti, Adi Shakti, Namo, Namo! ¡Sarab Shakti, Sarab Shakti, Sarab Shakti, Namo, Namo! ¡Pritham Bhagvati, Pritham Bhagvati, Pritham Bhagvati, Namo Namo! ¡Kundalini Mata Shakti, Mata Shakti, Namo Namo!

Volvía a recitar el mantra Sekhmet, esforzándose para acercar sus manos hacia adelante, apuntando a Artemisa, mientras comenzaba a manifestar su energía Prana entre las manos y la solidificaba en placas metálicas doradas.

Por otro lado, en la zona europea los arcos de madera se quedaron sin flechas, y Artemisa ya no tenía fuerza mental para seguir gastando Maná. Todo lo que tenía ahora era su nueva flecha de Kenoplasma, la cual comenzó a liberar una luz fantasmal azul intenso en el filo; esa fue la señal que indicó que la flecha estaba completa.

¡¡Selene Iós: Dziewanna!! (¡¡Flecha de la Luna: Devana!!) —recito Artemisa, nombrando la flecha en honor a su maestra.

¡Ra Meshu: Shakti! (¡Espadas del Sol: Shakti!) —finalizó el mantra Sekhmet nombrando el nuevo arma de Prana en honor a su maestra, y con ello le dio forma a dicha arma.

Había creado entre sus manos una extraña espada dorada angosta, rectangular, sin filo y carente de empuñadura, con grabados rojos en sánscrito en la hoja que decían "Shakti" (Poder, Fuerza). Y lo hizo justo a tiempo para dispararla como un misil, a la vez que Artemisa abrió la boca para soltar la cuerda del arco y, con ello, disparar la nueva flecha de Kenoplasma.

Fue un ataque mutuo entre la flecha y la espada, en el que solo una Reina Bestia triunfaría. 

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