Capítulo LXIII: Artemisa vs Sekhmet (I)
https://youtu.be/Jn78behq2ew
[Torneo Parabellum: Arena de Duelo].
—Comienzo a arrepentirme de haber venido aquí... —dijo Rudra con un poco de pena, tapándose la cara con una mano para no ver la presentación soberbia de sus dos concubinas en la arena.
El Rey Tigre, sus esposas y concubinas volvían a tener sus respectivas vestimentas y se encontraban ahora en las gradas, sentados en un área donde suelen sentarse las personas menos importantes, lo cual demostraba el sentido humilde del dios-tigre. A su lado derecho estaban sentadas en fila Dziewanna, Daji, Danu, Awilix, Waresa, Nintu y Lailah. Y a su lado izquierdo estaban sentadas Shakti, Inari, Pachamama, Freyja, Coyolxauhqui y Gaia.
—Por favor díganme que esas dos locas no se metieron en este torneo para pelear por la atención del Rey Tigre —dijo Daji resoplando al inicio y teniendo los ojos entrecerrados.
—Eh... No exactamente —contestó Inari con un suspiro cansado, cerrando los ojos y bajando tanto la barbilla como las orejas con pena—. Ellas dos ya tenían sus hostilidades mutuas, cuando Rudra las tomó oficialmente como concubinas. Nosotras intentamos aligerar esa hostilidad, emparejando a Sekhmet con la señora Shakti, y a Artemisa con la señora Dziewanna, cuando les tocaba aparearse con Rudra.
—¡Ja! Pues, visto lo visto, no funcionó mucho que digamos —dijo Daji—. Presiento que esta será una "pelea de gatas" nivel dios.
—Hay que ver el lado bueno: tal vez después de que desahoguen sus frustraciones y problemas mutuos, se vuelvan menos hostiles, e incluso mejores amigas —dijo Waresa con una actitud optimista.
—Ambas tienen personalidades opuestas, por lo que es natural que se lleven tan mal —decía Rudra con notable molestia y pesar—. Los hombres-bestias muy poco podemos hacer en las discusiones y peleas entre mujeres-bestias. Solo queda dejar que ellas resuelvan sus diferencias. Dudo que lleguen a ser buenas amigas. Pero al menos puede que dejen de tratar de matarse la una a la otra.
—Si es que esa par de inmaduras lo resuelven —dijo Freyja con el ceño fruncido y estando cruzada de brazos.
—Tal vez ayude la hermana de Sekhmet, Bastet —dijo Awilix, mientras veía los inmortales egipcios del público—. Y hablando de esa gata negra, ¿dónde está? No la veo por ningún sitio de la sección egipcia.
—Debe estar con mi hijo Dazhbog, junto con el resto de las esposas de él, tal vez en una habitación privada o un sitio apartado de las secciones del público —dijo Rudra—. Athenea también debe estar con su marido, San Miguel. Así que no esperen verlas entre los inmortales egipcios y griegos.
—Creo que tienes razón —comentó Danu haciendo un poco de memoria—. Recuerdo que vi a Bastet, junto al resto de sus hermanas de harem, acompañando a Dazhbog en la ciudad fuera del torneo, como una especie de caminata romántica.
—Dazhbog se molestó mucho al ver a Odín aquí en persona. Y habiendo heredado tu naturaleza, amor mío, ya sabes lo impulsivo que él puede ser —dijo Pachamama con una expresión indiferente.
—Sí... De mis tres principales hijos tigres, Dazhbog es el que más se parece a mí —dijo Rudra, preocupado por eso en vez de estar orgulloso como lo estarían muchos padres.
—Y tal como nosotras te calmamos a ti, las esposas de tu hijo lo llevaron a otro sitio para calmarlo —prosiguió Danu con una dulce sonrisa penosa.
—Athenea quizás esté haciendo lo mismo con su marido arcángel, suponiendo que él se disgustó mucho de ver a su hermano San Gabriel —agregó Pachamama—. Sin duda, "familia complicada" se queda corta para definir a las nuestras.
—Ni que lo digas. Si las hermanas favoritas de Sekhmet y Artemisa no están aquí presentes, al menos espero que sí lo estén nuestros hijos Maahes y Elaphia —dijo Rudra, recordando a su primer hijo con la diosa-leona y su primera hija con la diosa-ciervo—. Ellos dos acabaron llevándose mucho mejor que sus madres. Eso debería motivarlas a ellas a intentar hacer lo mismo.
—Si es que no están divididos en apoyar a sus respectivas madres —dijo Nintu con un suspiro de diversión sarcástica—. ¿Y tú, mi amor? ¿A quién apoyas ahora?
—No hace falta responder, porque ya sabes la respuesta —contesto Rudra con un respiro profundo, y todo su harem de hembras le entendió.
Rudra jamás tuvo preferencia entre las hembras que han sido unidas a él. Y como tal, tampoco lo tenía ahora que dos de sus hembras iban a pelear en un torneo oficial; a las dos las apoyaba por igual, y solo deseaba que ellas no se mataran entre sí.
Lástima que no era lo mismo con las familias de sus dos concubinas.
Entre los inmortales egipcios había muchos miembros familiares de Sekhmet, sobre todo uno que destacaba entre todos ellos: un hombre bastante alto de constitución delgada y musculosa, de piel bronceada natural, flameantes ojos dorados y delineado negro bajo sus ojos. Llevaba una majestuosa armadura de oro y metal negro, junto con brazales delgados y una falda reforzada con placas y adornada de tal forma que tenía un estilo de guerrero.
La armadura del hombre egipcio estaba decorada con todo tipo de joyas valiosas del Antiguo Egipto. Sus hombreras tenían un diseño parecido a alas emplumadas. Se cubría la cabeza con una versión metálica de la tela rayada nemes de los faraones, y se cubría el rostro con un casco dorado con la forma de una cabeza de águila.
Era el primer faraón de los inmortales egipcios, y actual Dios Supremo del Panteón Egipcio, aparte de ser también el padre de Sekhmet; era el Primer Dios Egipcio del Sol, el Cielo y el Orden, Amun Ra.
A su lado se encontraba una mujer egipcia de tamaño casi igual, de figura delgada y esbelta con una larga cabellera azul negruzca como un manto suave, adornado con una cinta roja alrededor de la frente. Piel igual de bronceada, labial rojo, brillantes ojos azul cielo y delineado negro bajo los ojos.
Llevaba un hermoso vestido naranja, que bien podría pertenecer al de una mujer de la más alta clase del Antiguo Egipto. Estaba decorado con un hermoso collar usekh turquesa, brazaletes dorados en muñecas y tobilleras con zafiros, y una tiara dorada con cuernos semejantes a los de una vaca.
Era la esposa de Ra, madre de Sekhmet y Matriarca de las Reinas de Egipto; era la Diosa Egipcia de la Maternidad, Amunet Hathor.
—Tan arrogante como siempre. Nuestra niña no ha cambiado nada —dijo Hathor riendo un poco.
—Cumplí su deseo de concederle una Unión Eterna con el Padre de la Tormenta, esperando que ese Rey Tigre lograra enseñarle algo de modales. Pero por lo visto, ni siquiera él pudo "domesticarla" —decía Ra con un tono malhumorado y una voz dura que denotaba autoridad en toda la definición de la palabra—. Será toda una lección si pierde contra su hermana de harem.
—Querido, como sus padres, deberíamos apoyarla —dijo Hathor adoptando una actitud disgustada hacia su marido.
—Le he brindado mucho apoyo en su juventud, y mira en qué se ha convertido: en la mayor vergüenza de nuestra familia. La única y mayor alegría que ella puede darme, sería su derrota en un evento tan importante como este.
No todos le tenían mucho aprecio a la diosa-leona, eso estaba claro; tan claro como ella había escuchado a sus padres desde el centro de la Arena de Duelo. El elefante de guerra y los soldados egipcios se retiraron, al igual que las cazadoras griegas, sus perros de caza y el carro tirado por ciervos grandes. Ahora solo quedaban las dos peleadoras y la réferi.
https://youtu.be/Y2HqUFozkcY
—El apoyo de mamá es encantador. Y más aún el "cariño" de papá —dijo Sekhmet mirando de reojo a sus padres, con una sarcástica sonrisa que contrastaba con una mirada molesta—. Supongo que tus padres te están dando un apoyo mejor, ¿o no? —pregunto dirigiendo la vista hacia su oponente.
—De mi madre es obvio que tendré mucho apoyo. Y de mi padre... no puedo decir lo mismo —dijo Artemisa con igual molestia, mientras veía de reojo por un segundo la habitación de las gradas donde estaba su padre Zeus, mirándola con nada más que repugnancia y vergüenza.
—Entonces él ya sabe sobre tu transición a Reina Bestia. Bueno, no es como si nosotras dos necesitáramos a un padre en nuestras vidas. ¡Je, je, je!
—Pero sí necesitaste a un macho.
—Oye, para tu información, si en mi camino encuentro un feroz y varonil hombre-tigre con pelaje rojizo como el amanecer, ojos verdes como la selva a la luz del sol e imponente voz de trueno, además de destructor de universos y macho de familia, ¿para qué rechazarlo? —contestó Sekhmet encogiéndose de hombros.
—Cuando yo lo conocí, él era un simple joven cazador extranjero, de nombre Orión, que vino a mi isla a aprender de mí —dijo Artemisa—. Mientras tú empezaste a adorarlo por su imparable poder, escultural cuerpo y exterior plano, yo ame su complejo, sensible y profundo corazón.
—Y aun así, no fuiste capaz de protegerlo; de hecho, caíste de astas en las mentiras de tu hermanito corrupto y casi matas a nuestro marido con esa flecha de adamanto. Tienes suerte de que nuestro hombre-tigre haya decidido perdonarte, porque de ser por mí le hubiera pedido que te arrojase al primer agujero negro que viera.
Como respuesta a los comentarios de Sekhmet lo que recibió fue un gruñido molesto de Artemisa, mientras movía las manos en un gesto de disparar un arco, y en un resplandor violeta apareció en su mano izquierda un majestuoso arco plateado, embellecido con amatistas y un diseño que recordaba una luna menguante.
En lugar de cuerda tenía un hilo de luz blanca, la cual tensó con la mano derecha. Y en vez de una flecha comenzó a juntarse partículas oscuras de Maná hasta formar una flecha negra de magia oscura, lista para ser disparada en la cabeza de la diosa-leona.
—¡Espera Artemisa...! —decía Afrodita en un esfuerzo por detener a la diosa-ciervo, ya que todavía no dio inicio al combate. Y sin embargo ésta última la ignoro por completo.
La diosa-ciervo disparó la flecha oscura, la cual rompió la barrera del sonido y al final terminó ascendiendo al cielo, luego de que la Reina Leona lo desviase con solo un simple golpe del dedo medio apoyado con el pulgar.
—¿Ya ves? Es por esa manía de disparar por cualquier estupidez, que casi matas a nuestro marido con aquella flecha —dijo Sekhmet con un semblante molesto, y teniendo sus ojos brillando de un amenazador color azul—. Si no hubiese sido por mí y la kumiho, esa flecha lo habría matado y tú cargarías con la culpa de ser su asesina.
En la frente de Artemisa se resaltaron más de una vena, y sus ojos cambiaron a un intenso color dorado. La ronda había tenido un inicio bastante soberbio con la presentación de ambas diosas, y ahora parecía que estaba por desatarse una guerra encarnizada.
—¡Oigan, oigan, oigan, ya sé lo ansiosas que están por jalarse las greñas y arrancarse los ojos, pero al menos esperen a que yo diga que pueden hacerlo, o ambas serán descalificadas! —decía Afrodita mirando a ambas diosas con molestia y preocupación—. ¡¿O quieren que llame al tigre papucho para que venga a darles nalgadas por chicas malas?!
Con solo la mención del Rey Tigre, la hostilidad del ambiente disminuyo de golpe y ambas diosas peleadoras se enderezaron. Aunque seguían mirándose con nada más que odio puro, ya no tenían indicios de lanzarse las una sobre la otra para matarse entre sí.
—Bien, joder. Ahora que ya estamos tranquilitas, repasare las reglas de esta ronda —dijo Afrodita un poco más relajada—. Primero, por orden directa del mismísimo Rudra, en esta ronda no se permite matar al oponente; perderá quien ya no pueda continuar o mate al oponente. También está la opción de rendirse. Y como regla especial: si alguna de las dos toca la pared de la Arena de Duelo, será descalificada. Pueden volar o usar los objetos del escenario para evitar tocar la pared. Dicho esto, prepárense las dos.
—No lo tomes como algo personal Artemisa. Pero derrotarte será algo que disfrutare —decía Sekhmet esbozando una sonrisa que reflejaba la emoción salvaje en su interior—. Esta batalla será una maravillosa forma de demostrarle a nuestro amado Rey Tigre Rudra que soy mejor rival y concubina que tú. ¡Je, je, je!
—No te confíes tanto leona loca —dijo Artemisa con furia, mientras preparaba el arco para pelear—. Aunque no me interesa demostrarle nada a Rudra, ¡de ninguna manera pienso sufrir la humillación de perder frente a él en una pelea contra una maldita vanidosa como tú!
—Tan orgullosa y amante de las peleas como siempre, igual que nuestro amado Rudra. No me extraña que después de que él te llevara a los templos de su tierra, terminaras pidiendo ser otra más de sus concubinas —comentó Sekhmet a modo de burla y sorprendiendo al público, en especial a los inmortales griegos, con esa revelación.
—¡¡Cállate maldita leona!! —exclamó Artemisa furiosa y avergonzada al grado de empezar a tener la cara roja, mientras que desde el público Rudra se tapaba la cara con una mano, bastante apenado de ver lo que el resto de los presentes ya consideraba una "pelea de gatas".
—La que se va armar aquí... —murmuró Afrodita perpleja, y luego toma un respiro para decir lo siguiente—. Tres... Dos... Uno... ¡¡Que comience la Batalla de Inmortales!!
https://youtu.be/ukDEYRXoH2g
Tras dar el inicio oficial de la quinta ronda del torneo, Afrodita volvió a correr para refugiarse en su sitio. Y en el camino dio un pequeño chillido de miedo al ver pasar muy cerca de su mejilla izquierda una flecha oscura, seguida de otras más que venían desde atrás. Por pura suerte consiguió refugiarse sin que ninguna flecha oscura le diera, y pronto vio que sucedió a sus espaldas mientras corría.
Artemisa había iniciado una ronda de disparos con su arco a una velocidad que superaba la barrera del sonido. Y todas las flechas eran desviadas con la sola mano derecha de Sekhmet, la cual emanaba una energía flameante dorada muy familiar.
—¿No es irónico, Artemisa? —pregunto Sekhmet con un tono burlón, mientras seguía desviando más flechas mágicas—. Gracias a mi conocimiento y karma, puedo usar el Prana, y nuestro maridito me enseñó a aprovecharla mejor. En cambio tú no puedes usar el Prana.
—Claro. Pero Rudra me enseño a mejorar mi técnica con el arco y... —decía Artemisa, tomando una breve pausa para cargar una flecha especial.
La flecha mágica fue cubierta de un familiar metal líquido negruzco, que se solidifico y tomo forma de una flecha mecánica con luz de neón rosa. Y a diferencia de las otras flechas, esta voló un poco más rápido al ser disparada, y aunque Sekhmet la desvió como las otras, esta flecha especial le provocó un corte profundo en el dorso de la mano.
—También me enseñó a usar el Kenoplasma contra oponentes problemáticos como tú —prosiguió Artemisa esbozando una sonrisa orgullosa.
—Ese truco con las flechas mágicas es muy útil, lo admito —dijo Sekhmet mientras acercaba a su boca la mano derecha para lamerse la herida en el dorso, la cual se regenero casi al instante poco después de que ella probase su propia sangre—. Y solo lo reconozco porque Dziewanna lo uso contra mí, y ella es por lejos muy superior a ti en este aspecto.
—Tú sí que sabes cómo hacer enojar a la gente —dijo Artemisa casi apretando los dientes de la rabia que sentía—. Pero, ya que nos estamos sincerando, debo confesar también que tu control de Prana no está tan mal; aunque sigue siendo por lejos muy inferior al de Shakti.
—Uy, uy, uy, cervatilla de lengua suelta, veo que ya empiezas a aprender bien de mí —dijo Sekhmet poco a poco adoptando una mirada molesta—. Ojala que de mí también aprendas a ser más hembra.
Los ojos de Artemisa ganaron un amenazante brillo dorado, lleno de una furia salvaje que ella liberó disparando más flechas de Kenoplasma sólido. Y esta vez Sekhmet comenzó a evadirlas, al principio moviéndose a los lados, para luego agacharse y moverse agazapada a una velocidad desquiciada por el campo.
—¡Meter Selene Argulo Toxon: Skoteinos Komitis! (Arco Plateado de la Madre Luna: Cometa Oscuro) —recito Artemisa tensando al máximo el arco, mientras juntaba las partículas oscuras de Maná para crear una flecha tan grande que parecía una lanza.
Y al disparar dicha flecha, más partículas de Maná se juntaron a su alrededor durante la trayectoria, transformándola en algo parecido a un cometa oscuro de tonalidades moradas. El comenta avanzó destrozando un par de rocas y derribando un árbol de la zona egipcia, en donde se escondía Sekhmet.
La diosa-leona, con los ojos también brillando de un amenazante color azul cielo, levantó la pierna en una poderosa patada vertical, que mandó al cielo el cometa de magia oscura. Sin embargo Artemisa, mediante un simple gesto de la mano derecha, hizo que el cometa girase en el aire y descendiera sobre la Reina Leona, quien se sorprendió un poco de esto.
Una explosión de flamas azules iluminó la arena entera, dejando un pequeño cráter carbonizado con un único punto ileso, en el que se encontraba Sekhmet cubriéndose con ambos brazos encima de la cabeza. A simple vista la diosa-leona no tenía heridas, pero de cerca podía verse algunas diminutas quemaduras en la piel de sus brazos recién terminando de regenerarse.
—Controlar el cometa oscuro a distancia, es nuevo. ¿Dziewanna te lo enseño? —pregunto Sekhmet con una sonrisa divertida, sin dejar de cubrirse la cima de la cabeza.
—No. Fue nuestro macho, Rudra —contesto Artemisa con una sonrisa orgullosa—. Y por eso lo he estado guardando especialmente para este momento.
—¡Ra Iret: Hayt Anet! (¡Ojo de Ra: Garras de Luz!) —recito Sekhmet con un rugido de leona, poco antes de descender las manos hacia abajo en un doble zarpazo cruzado, con sus garras cubiertas de magia de luz. De manera que liberó esa magia en ocho ráfagas con forma de delgados cortes en "X", que avanzaron a la velocidad del rayo hacia Artemisa.
De inmediato la diosa-ciervo generó un Círculo Mágico defensivo, de color morado con palabras griegas, partiendo del frente de su arco plateado. El escudo logro protegerla solo de cuatro cortes, porque los otros cuatro se separaron de la formación en diferentes direcciones, para entonces impactar en Artemisa, quien no pudo moverse lo bastante rápido como para bloquearlos.
Dos ráfagas de luz alcanzaron sus piernas, uno el brazo derecho y el último su espalda. Fueron cortes poco profundos, que empezaron a sanar rápido. Pero de todos modos fue muy frustrante para ella no haber podido bloquearlos todos.
—Sí. Fue un movimiento nuevo, que me enseñó nuestro amado Rey Tigre —dijo Sekhmet con una sonrisa soberbia, para luego lamerse las garras de la mano derecha, y seguir hablando—. Quise reservarlo para un momento especial, como este.
Un gruñido molesto fue la respuesta de Artemisa, quien de un salto se subió a un árbol de bosque, y se ocultó entre las hojas como por arte de magia. Hubo un momento de silencio tenso, en el que Sekhmet aprovechó para dirigirse hacia lo alto de una roca africana, con el propósito de intentar descubrir en donde se ocultaba Artemisa.
La diosa-leona se sorprendió solo un poco, al descubrir que su enemiga había desaparecido entre los árboles de la zona europea de la Arena de Duelo.
"Según dijeron Danu y Pachamama, la mayor parte de esta zona está casi tan reforzada como la propia arena. Por ende, incluso los árboles y las rocas pequeñas serán muy difíciles de destruir. La cierva astuta quiere aprovecharlo para atacar en las sombras, como una típica cazadora", es lo que pensaba Sekhmet con el ceño fruncido, y estando agachada con sus sentido en alerta.
Artemisa no era tonta ni tan orgullosa como para lanzarse a atacar; era consciente de sus propias limitaciones, y de lo que podía ser capaz en comparación a su oponente. Sabía muy bien que no podría ganarle a su enemiga diosa egipcia en un combate físico. Por eso tenía que pelear como mejor sabía; como una cazadora.
https://youtu.be/fuu-WvDxJ0E
Ella pelearía como una cazadora, aunque su oponente también lo era por naturaleza. Esto se convirtió en un duelo irónico entre dos hembras bestias, que buscaban probar quién de las dos era la depredadora y presa al final.
"Esta vez demostrare lo fuerte que soy. Por ustedes, mis estudiantes. Por ti, mamá. Y por ti, Rudra. Restaurare el honor de mi tribu y demostrare mi fuerza", decía Artemisa en su mente, oculta en las sombras del bosque europeo, alistándose para el siguiente ataque.
Durante los siguientes minutos la tensión pesaba sobre el ambiente.
Por un lado, Sekhmet revisaba con la vista cada árbol de la zona boscosa, intentando localizar algún indicio que revelase la posición de la diosa-ciervo, antes de que ésta la atacara con otra de esas flechas de Kenoplasma.
Y por otro lado, Artemisa se esforzaba en planificar una estrategia de ataque, porque sabía que cada disparo sería decisivo, y debía ser cuidadosa en los tipos de flechas que usaría para atacar, sorprender y preocupar a la diosa-leona, a la vez que tenía cuidado de la energía Prana.
La siguiente en dar otro movimiento fue Artemisa; desde el interior de los árboles salieron diferentes tipos de flechas mágicas elementales. Flechas de rayo, fuego, hielo, agua, viento e incluso tierra. Y entre esas flechas elementales venían algunas extrañas, que Sekhmet no logro identificar, porque comenzó a moverse para esquivarlas.
Tal como sucedió con el cometa oscuro, todas y cada una de esas flechas cambiaban su trayectoria en el aire para dirigirse hacia la posición de la diosa-leona. No obstante ésta última los esquivaba sin muchos inconvenientes, porque las flechas no volvían a cambiar de trayectoria para perseguirla.
"Según parece, su manipulación a distancia de las flechas está limitada cuando son más de una las que dispara. O de lo contrario, me estarían persiguiendo en vez de impactar cerca de mi última posición", fue la conclusión mental que tuvo Sekhmet, mientras se movía por toda la zona africana y egipcia para esquivar las flechas elementales.
Le parecía un ejercicio divertido, pero su paciencia tenía un límite.
—¡Me encantaría continuar jugando al "cazador, depredador o presa", pero lamentablemente tengo que terminar rápido con esto para regresar a los brazos de nuestro amado Rey Tigre! —dijo Sekhmet con una sonrisa soberbia y divertida, saltando hacia atrás para apoyarse en una roca, y luego impulsarse cual bala hacia el bosque europeo.
A mitad del camino una de las flechas extrañas impacto en frente de ella, y mediante una explosión de humo oscuro se transformó en una red de plata pura. La diosa-leona terminó atrapada en aquella red como una verdadera leona en una trampa, rodó por el suelo humeando por el contacto ardiente que le producía la plata en su piel expuesta. No obstante, a base de fuerza bruta, ella se puso de pie destrozando la red en cientos de pedazos, rugiendo como una leona furiosa.
Entonces se dio cuenta de que cinco flechas de hielo aterrizaron alrededor de ella en puntos específicos, para después formar en el suelo un enorme Círculo Mágico azul, con palabras y símbolos de origen griego antiguo que hacían referencia a las zonas gélidas del Inframundo Griego. Y tal como lo daban a entender, del Círculo Mágico emergió un colosal pilar griego de hielo, que podría haber aprisionado a Sekhmet si ésta no hubiese saltado a tiempo hacia arriba para esquivarlo.
La diosa-leona aterrizo en la cima del pilar, al mismo tiempo en que una flecha mágica de agua impactaba en los pies del pilar, ocasionando el total colapso del mismo. Sekhmet dio un pequeño salto y empezó a descender con lentitud, observando en alerta el pilar de hielo derrumbándose en pedazos.
Tomó la decisión correcta de ir despacio y atenta al suelo, porque los trozos de hielo comenzaron a derretirse y transformarse en algo: una monstruosa serpiente marina gigante del Territorio Griego. Artemisa, por medio de sus flechas mágicas, había replicado el mismo tipo de ataque mágico que conjuro Poseidón contra Nezha en la tercera ronda.
—¿Qué carajos...? —dijo Sekhmet gruñendo de molestia mientras se cubría una pierna con energía Prana, y luego propinó con dicha pierna una poderosa patada descendente que dividió la serpiente de agua en dos.
https://youtu.be/yEXLkhOP7BA
Si hubiera sido una patada de fuerza bruta, la serpiente de agua se habría vuelto a formar. Sin embargo, al entrar en contacto con el Prana, la serpiente de agua se disolvió en una lluvia normal sobre la Arena de Duelo.
Sekhmet aterrizó con elegancia en el suelo, y en ese instante atrapó dos extrañas flechas mágicas que iban directo a su cabeza. Pronto descubrió que fue un grave error, porque se transformaron en grilletes sobre sus muñecas; uno de color rojo y otro azul. Lo inesperado vino cuando ambos grilletes se vieron atraídos el uno al otro como imanes, juntando las manos de ella al frente, y luego hacia abajo, donde había caído una flecha mágica que se había transformado en una de metal amarillo.
Todo eso, para que la Reina Leona no pudiera atrapar ni esquivar otra flecha de Kenoplasma sólido que se dirigía hacia su pecho. Claro que Sekhmet, al no poder apartarse ni atraparlo a tiempo, lo que pudo hacer en este momento fue agacharse de tal forma que se inclinó a la izquierda. En esta postura la flecha pasaría muy cerca de su hombro derecho, pero durante este momento ella abrió su boca y, mediante una mordida poderosa, atrapó entre sus dientes de leona el asta de la flecha.
Se resaltaron las venas de los músculos definidos de los brazos delgados de Sekhmet, y luego ella separó los brazos de tal forma violenta que destrozó los grilletes magnéticos. Agarró la flecha de Keonplasma que aún tenía entre los dientes, y la arrojó contra una flecha mágica de fuego que se diría a sus espaldas; el choque entre ambas flechas ocasionó que la mágica explotara en una llamarada feroz, que cubrió a la diosa-leona sin hacerle el más mínimo rasguño, como un río sobre una roca.
—Fuego, ¿Eh? Te recuerdo Artemisa que yo nací del sol, y nuestro marido es casi todo el tiempo tan caliente como una explosión simultánea de millones de soles —decía Sekhmet con una expresión disgustada—. Debo decir que el potencial de las flechas que crea tu Astra me tomo un poco por sorpresa. Sin embargo, te advierto de una vez que el mismo truco no funcionará dos veces conmigo. Te recomiendo que pienses bien lo que vas a hacer, porque a diferencia de ti, soy una bestia depredadora. Y naturalmente entre nosotras, tú eres la presa y yo la cazadora.
"La muy maldita tiene un punto, lo reconozco. No obstante, todavía tengo más flechas especiales preparadas para ti, al igual que unos buenos combos que planifique para este momento. Por respeto y amor a Rudra, no te mataré. Pero eso no significa que saldrás entera de este combate. A fin de cuentas, mientras tu cerebro y corazón permanezcan intactos, siempre podrás regenerar tus extremidades", fue la respuesta mental de Artemisa, mientras permanecía oculta en uno de los tantos árboles de su terreno en el área de combate.
La Quinta Ronda del Torneo Parabellum comenzó con un duelo de psicología y estrategia entre dos hembras guerreras y cazadoras natas, que eran opuestas entre sí y tenían como vínculo su Unión Eterna con el Rey Tigre Rudra.
La hija cazadora de Zeus contra la hija guerrera de Ra; la presa cazadora de Grecia contra la depredadora guerrera de Egipto; la Guardiana de Selene contra el Ojo de Ra; la Diosa Griega de la Cacería contra la Diosa Egipcia de la Guerra; la Reina Ciervo del Monte Olimpo, Artemisa, contra la Reina Leona del Reino Leontopolis, Sekhmet.
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