Capítulo 15 🗡️
(+18)
Caden
El camino de regreso a la habitación estuvo lleno de besos, caricias y unos cuantos jadeos que nos hicieron detenernos a mitad del pasillo. Apretaba su delgado cuerpo entre mis brazos mientras sus manos tiraban de mis ropas con ganas de romper cada una de ellas, me contuve para no hacerlo y dejarla totalmente desnuda ante mí. Antes de llegar a la habitación nos detuvimos para saciar esta sed que nos estaba enloqueciendo, tanto a ella cómo a mí, lo podía sentir en los besos apasionados que dejaba en mi cuello, cómo tiraba de mis labios con sus dientes y el leve jadeo que salía de su boca cuando mi pelvis se presionaba contra su intimidad.
Al cerrar la puerta tenía su lengua dentro de mi boca, mis manos no querían abandonar su cuerpo así que cerré con mi pie mientras ella tiraba de mi abrigo para dejarlo en el suelo, empezó a tirar de la camisa que llevaba puesta y la arrojó en algún lugar de la habitación.
—Calma, demonio —nos detuvimos a mitad de la habitación, empezó a quitar los botones del abrigo —. Tenemos toda la noche —en su mirada había solo peligro, maldad y oscuridad. Se pasó la lengua por el labio inferior a la vez que se quitaba el abrigo con prisa y lo dejaba caer a un lado. Encendió la luz con sus poderes mientras sus manos recorrían su cuerpo y se detenían en la orilla de aquel vestido, lo empezó a subir lentamente dejando ver la piel de sus piernas.
—Siéntate —ordenó y no pude ir en contra de aquellas palabras.
Se puso frente a mí, deslizando la tela por sus muslos, su delgada cintura y sus costillas, sus pechos salieron a flote cuando el vestido abandonó su cuerpo y lo arrojó al otro lado de la habitación. No llevaba sostén así que sus pezones se irguieron en cuanto la brisa de la noche los acarició, apoyé mis manos a mis costados observando su cuerpo, lentamente se deshizo de los tacones y con pasos lentos y tortuosos llegó hasta mí, bajándose las bragas por las piernas.
—Esta noche te haré feliz, Caden —la manera en la que dijo mi nombre fue suficiente cómo para ponerme duro.
Se arrodilló frente a mí, puso sus manos en mis piernas y estas empezaron a subir lentamente en una caricia caliente y llena de malicia. Se acercaba peligrosamente a esa zona que era más que evidente, pues mi erección se apretaba a la tela de mis pantalones. Pasó las yemas de sus dedos por encima de la tela y eso bastó para que un jadeo ronco abandonara mi boca.
—Estás muy duro —se mordió el labio.
—Es lo que provocas en mí, demonio —me aclaré la garganta al ver sus intenciones sucias. No tenía que decir nada para saber lo que pretendía hacer porque podía verlo todo a través de esa mirada llena de perversión.
Sus delgados dedos se acercaron al botón de mi pantalón, lo desabrochó y tiró de la cremallera dejando ver la tela negra de mis boxers. Me levanté un poco para ayudarle a bajar mis pantalones que dejó a la altura de mis tobillos. Se acercó sin pena ni pudor y sus labios rodearon mi glande, estos eran suaves, tibios y húmedos, su lengua salió para lamer la punta y su mano se asió a mi falo para moverla de arriba abajo. Jadeé cuando lo metió por completo a su boca y succionó llevandose consigo mi alma. Me permití cerrar los ojos y dejar que ella hiciera esto que había estado ansiando desde que la conocí en aquella aula. Sus labios se moldeaban al tamaño de mi falo, lamía, succionaba, movía su mano de arriba abajo y pasaba su lengua por la punta y el contorno. Con mis manos cogí la tela de los cobertores que cubrían la cama y abrí la boca en busca de oxígeno, ella me estaba matando, sus caricias y lamidas se estaban llevando todo de mí.
—Demonios —gruñí cuando el movimiento de mano aumentó, no le bastó acariciar mi erección que mis bolas terminaron siendo acariciadas por sus dedos —. No sigas así —le advertí con la voz ronca —. Te puedes arrepentir —gruñí cuando sus labios abandonaron mi falo. Abrí los ojos y sus ojos llenos de malicia me miraban atentos.
—Cuando se trata de ti no hay arrepentimientos, vampirito.
De nuevo tomó posesión de lo que era suyo y esta vez no se despegó hasta que me corrí en su boca, el líquido tibio y blanquecino se deslizó por su garganta y ella lo tomó cómo si fuera agua.
Se puso de pie, me quitó los zapatos y tiró de la tela del pantalón. Se metió entre mis piernas y se puso a horcajadas justo arriba de mi pene que estaba despertando de nuevo.
—Quiero que me folles, Caden, sin piedad, por favor —suplicó poniendo sus manos a cada lado de mi rostro —. No tengas piedad de mí.
—¿Cuándo he tenido piedad por ti? No la tuve antes, no la tendré ahora —una sonrisa traviesa surcó sus labios y se mordió el interior de la mejilla.
Me incorporé para quitarme la camisa y mis brazos rodearon su cintura y espalda, sus senos acariciaban la piel de mi torso. Metí mi cabeza en el hueco que había entre su cuello y su hombro, me permití inhalar profundo para llenar mis pulmones del rico aroma que su piel desprendía. Pasé mi lengua por la piel de su hombro, subí lenta y tortuosamente hasta el inicio de su oreja y con mis dientes tiré del lóbulo, lamí despacio y mi lengua se paseó por su piel. Mis labios recorrieron con besos el camino que llevaba desde su oreja, pasando por su mandíbula y terminando en sus labios que devoré sin compasión. Fui bien recibido por su lengua que se enlazó con la mía en un baile sexual que nos estaba llamando desde hace mucho.
Una de sus manos subió a mi nuca para intensificar el beso, mientras se movía sin descaro encima de mi erección. Mis brazos la tenían apresada, no la querían dejar escapar, esta noche sería mía cómo lo había estado ansiando, se quedaría en mi cama a mi lado. El deseo nos estaba consumiendo lentamente, nos necesitabamos, de manera sexual y emocional yo necesitaba de ella y ella de mí. Se levantó un poco solo para coger mi miembro entre su mano y acercarlo a su intimidad que me esperaba húmeda y tibia. Se dejó caer lentamente para subir de nuevo y otra vez dejarse caer poco a poco, era una suave caricia que esperaba ansioso. Las paredes de su vagina se abrieron paso cuando mi pene se adentró más y más, su entrada era estrecha y húmeda. Cuando llegué al final jadeó en mi boca pero sin separarse ni un solo milímetro. Mis brazos la apretaron más a mi cuerpo, sus caderas se empezaron a mover despacio, tan lento que sentía aquello cómo una maldita tortura que me estaba matando poco a poco. Mordisquee su barbilla, mis dedos apresaron uno de sus pezones y lo pellizqué, sus piernas a cada lado de las mías, su cuerpo desnudo atrapado por mis brazos, me muevo a su ritmo, siguiendo el vaivén de sus caderas. Suelto su concavidad y estímulo el otro, pellizcando y sosteniéndolo con mi mano.
Sus movimientos eran lentos, a veces pausado pero mantenía el ritmo de estos.
—Te amo —murmuró y abrí los ojos para encontrarme con una mirada llena de pasión, el fuego recorría sus iris y la piel alrededor de sus luceros —. Te amo tanto —jadeó.
—Quiero una eternidad a tu lado, brujita —solté una maldición cuando aquella corriente eléctrica se hizo presente y se apoderó de todo mi ser. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, gimió tan alto que se mordió el labio. Fue una explosión que nos devoró a los dos al mismo tiempo, arrasó desde adentro cómo las olas cuando chocan sin piedad contra las rocas, fue devastador cómo el tornado que se lleva todo a su paso y solo deja escombros de lo que antes fue una construcción. El fuego me recorrió la piel y empecé a arder junto a ella, brotó de nuestra piel cómo lo hace el agua de un manantial, no quemaba solo se sentía cómo una suave brisa que calentaba nuestra piel.
Nos miramos absortos, perdidos en la mirada del otro, jadeantes, ansiosos, llenos de mucha pasión y amor. Éramos dos antorchas que se habían encendido y que por ahora no se iban a apagar. El fuego empezó a desvanecerse poco a poco. De nosotros solo quedaron los estragos de aquella tormenta, tumbados a un lado de la cama con el pecho ardiendo y la piel caliente.
—Tú sí sabes cómo complacer a una mujer —me acerqué a su cuerpo desnudo y mis labios se quedaron pegados a la piel de su hombro desnudo.
—Solo me importa complacerte a ti —sonrió.
Mi mano empezó a caminar por su estómago, rodeó su hermoso ombligo y con los dedos bajé por su monte de venus, atravesé aquel valle y mis dedos se deslizaron curiosos por su clítoris, tiré de este a la vez que cerraba los ojos. Dos de mis dedos pasaron por sus labios y entraron lento, tan lento que fue casi imperceptible el movimiento hasta que estuvieron adentro y empecé a moverlos en círculos.
—¿Te gusta? —asintió con la cabeza. Se mordió el labio y arqueó la espalda.
Con mi mano libre acuné uno de sus senos y me puse encima de ella, el movimiento de mis dedos era brusco, entraba y salía de su interior para arremeter de nuevo contra su intimidad. Mis dedos se llenaron de su lubricación que se escurría entre estos, los deslizaba por sus labios y volvía a entrar en ella.
—Eres tan hermosa cuando follas —abrió los ojos. Subí mi mano por el valle de sus senos, la pasé por su clavícula y me detuve un momento en su cuello que apreté con cuidado, quería que sintiera placer, no matarla —. Tus labios hinchados, tus mejillas sonrosadas, el cabello desparramado por toda la almohada. Eres jodidamente sexi.
Arremetí contra ella y su cuerpo empezó a temblar. Mis dedos apretaban lo suficiente para que el placer empezara a recorrer su piel. Sus manos rodearon mi muñeca, sus labios se abrieron un poco cuando mi pulgar se posó en estos, su lengua acarició la yema de este y tiró para succionar.
—Me tienes duro cómo una puta roca —gimió cuando deslicé mis dedos dentro de ella —. No sabes cuantas noches soñé con follarte, desde que supe de tu existencia te convertiste en mi más hermosa adicción.
Con mi pulgar apreté aquel abultado botón que era su clítoris, se estremeció bajo mi toque. Su piel ardía, sus ojos se convertían en fuego y su boca no dejaba de jugar con mi pulgar.
—Eres tan romántico —murmuró.
—Seré lo que tú me pidas, un esclavo también —sonrió de manera perversa y cerró los ojos.
La embestía más y más, a veces lento y otras de una manera salvaje que la hacía temblar de pies a cabeza. Sus senos rebotaban cada que me adentraba en ella, echó la cabeza hacia atrás y arqueó la espalda.
—Me voy a correr —jadeó apretando mi mano que no había abandonado sus labios.
—Hazlo —le sugerí con la voz ronca —. Correte en mis dedos.
No demoró tanto para gemir, el orgasmo empezó a recorrer cada hebra de su piel, explotó en su cuerpo, llevandose todo de ella, fue devastador, arrasó con todo lo que había a su paso. El líquido tibio cubrió mis dedos, era viscoso y blanquecino.
—Dios —se llevó una mano a la frente. Estaba exhausta.
Su cuerpo temblaba un poco y no podía mantener las piernas flexionadas.
—¿Te arrepientes? —me bajé de su cuerpo y quedé a su lado.
—¿Arrepentirme de qué? —giró la cabeza hacia mí.
—De esto, de estar aquí conmigo.
—Me puedo arrepentir de muchas cosas —pasó su pulgar sobre mis labios —. Pero jamás me podría arrepentir de ti y de nada que tenga que ver contigo.
—Eres el dogma que voy a seguir por siempre —le dije —. Te seguiré al fin de los tiempo y aún así no me bastaría para que sepas que me tienes cómo un completo idiota por ti y todos tus encantos. Te voy a venerar cómo la diosa que eres, Bryony Doosmter, porque de ahora en adelante me arrodillo ante ti.
No dijo nada, solo se limitó a besarme y acariciar mis manos, hombros, rostro y torso.
—Me enamoras cada día —tiró de mi labio inferior con sus dientes —. Vamos a ducharnos —sugirió con un tono de voz demandante —. Tal vez la que se arrodille sea yo pero no para rezar.
Se puso de pie y caminó hacia al baño, no tardé en seguirla y encerrarnos ahí por más minutos de los que me imaginé.
Mentiría si dijera que esta Bryony no me encantaba, porque aquello sería mentir, no dejaba de ser la tierna y dulce persona de la que me enamoré, pero esta maldad que desbordaba me tenía completamente a sus pies. Era mi religión, la diosa que iba a venerar hasta el fin de los tiempos.
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