Cap. 8...
Despertaron temprano de una noche fría y silenciosa, la rama del árbol no era muy cómoda, pero los mantenía a salvo de los animales que rondan por la noche en busca de una presa que los alimentara.
Imhara notó que desde una rama de un árbol vecino, un cuervo los observaba, pero nunca habían visto un cuervo como aquel, de singular hermosura, de ese color azul oscuro como cuando la noche comienza a nacer en la cuna del firmamento. No sabía que existía tal animal de impar color, se quedó perpleja mirándolo boquiabierta por varios segundos.
El cuervo al sentirse observado lanzó por su pico un agudo chillido y se alejó del lugar escapando con la ayuda del viento.
Además de su curioso color Imhara no vio nada extraño en aquel animal, así que rápidamente se olvidó de él.
Bajaron del árbol sin dificultad, Imhara traía entre sus manos el arco y tres flechas que había hecho durante la noche, probarían la eficacia del arma casera, estéticamente no se veía bien, pero lo más importante era que funcionara.
Divisaron a unos cuantos metros unas frutas que crecían al extremo de la rama de un árbol, era un buen blanco para practicar.
Imhara se acomodó, colocó la flecha improvisada sobre el arco, y apuntando el objetivo lanzó la flecha, pero el arco era inservible, la flecha salió disparando para cualquier lado, y le erró a la fruta por varios metros de distancia.
Dharek la miró detenidamente, y dando una sonrisa cómplice desató el cordón del arco y se lo devolvió a Imhara, ella volvió a atar el cordón-cinturón sobre su cintura mientras sus mejillas se sonrojaban por su fracaso, el cordón le devolvió aquella forma estilizada a su delicado vestido.
Luego de mirar las frutas por un segundo le dijo:
―Necesitamos un arma más convencional, incluso diría primitiva― y tomando una larga y delgada rama del árbol más cercano, Dharek afiló uno de sus extremos rasgándolo contra el tronco. Después de unos cuantos minutos había fabricado una rústica lanza, la cual la utilizó para bajar las frutas silvestres que colgaban del árbol de un sólo tiro.
Ese día lo único que comieron fueron aquellas frutas silvestres, que crecen en los arboles de los bosques.
Pasaron varias horas y notaron que avanzaban muy lentamente si seguían procediendo a pie, Dharek se sentía preocupado.
― Debemos conseguir un transporte, avanzamos muy lentamente.
― ¿Qué propones entonces?― le preguntó Imhara escuchándolo atentamente.
― Estuve pensando, sabemos que solo los elfos pueden domar un kratibhus, deberíamos capturar uno, ya que eres media elfa, tal vez puedas domarlo.
― Lo que dices tiene sentido, aun que no carece de peligro, el Kratibhus es un animal muy violento.
― Pero debemos correr el riesgo.
― Estoy de acuerdo, busquemos una manada de Kratibhus, cuando los encontremos capturaremos uno.
Siguieron caminando, sus pies pisaban la verdusca espesura del suelo, cada paso dejado era una huella abandonada, la tierra estaba humedecida, era imposible no dejar el paso sobre ella.
Durante la caminata Dharek tomó la delantera para apartar las ramas frondosas que se cruzaban en su camino, en esta parte del bosque la vegetación se había vuelto muy espesa.
Imhara disfrutó ver como su acompañante retiraba la vegetación con sus manos y con la ayuda de su arma improvisada, en un momento las ramas se enredaron en su ropa y queriéndolas retirar soltó su lanza haciendo que se confundiera con el resto de las ramas, Dharek la intentó recuperar pero su esfuerzo fue vano, no pudo distinguirla entre la brumosa flora que le rodeaba encerrándolo.
Aun que intentó liberarse Dharek se sintió atrapado y miró a Imhara pidiendo avergonzado su ayuda, Imhara quiso evitar una risa, pero al observarlo en esa escena envuelto entre todas las ramas no pudo evadir lanzar una sonrisita seguida por una atractiva carcajada. Al principio Dharek se sorprendió pero se contagió de la risa de Imhara, tenía que reconocer que se encontraba en una situación patéticamente divertida.
Imhara se adelantó unos pasos y retiró con facilidad las ramas que habían atrapado a Dharek, él tomó delicadamente la mano de Imhara para escaparse de las ramas aprisionadoras. Imhara sintió estremecerse al tacto de su piel, su mano era fuerte y áspera, con señales de la caza. Intentó evitar estremecerse, pero fue en vano. Con suerte Dharek no percibió la forma que la hacía sentirse cada vez que la tocaba, intencional u ocasional tenían el mismo efecto en ella.
Por otra parte Imhara se sentía feliz, parecía que el ambiente entre ellos ya no era tan tenso, podía ver como entre ambos se formaba una relación fuerte, y eso la alegraba en gran manera.
Luego de caminar unos quilómetros, con una nueva lanza, sus bocas sentían la deshidratación. Sus labios resecos pedían a gritos probar una gota de humedad.
Dharek atendió sus oídos, le pareció escuchar el sonido de una cascada, y con su lanza en la mano señaló el lugar de donde le parecía percibir el sonido del agua cayendo sobre las rocas.
Apresuraron el paso, y al correr la maleza que los separaba del sonido, sus ojos descubrieron un paisaje que no esperaban.
Una pequeña casa de madera colgaba hacia el vacio tendida de la copa de un árbol que crecía curvado en el final de un pequeño y empinado acantilado, pero el viento no movía la casa, porque un poderoso puente de madera la conectaba con los troncos de los arboles vecinos que nacían al pie de este rocoso acantilado que no media más de quince metros, que también era hogar de una bellísima cascada de cristalina agua que al caer daba comienzo a un pequeño caudal que se escapaba por la profundidad del bosque.
Dharek e Imhara se apresuraron y saciaron su sed en aquel transparente caudal, la humedad le devolvió el color y la sensibilidad de antes a sus labios.
Imhara observó la extraña casa colgante y mirando a su amigo le preguntó:
― ¿Quién vivirá allí?, parece hogar para una druida.
― ¡Averigüémoslo!― y tomándola de la mano tiernamente la ayudó a cruzar el caudal.
Se encontraban debajo de la casa, pero no sabían si subir por el puente que llevaba a ella o no, no tuvieron que pensarlo más, porque alguien los vio por la ventana de la pequeña casa, y dando un salto bajó por el puente para encontrarse con ellos.
El personaje que tenían frente a sus ojos era un ser muy singular, eran conocidos por su infinita alegría y por sus valeroso corazón, le era agradable ayudar a quien pudieran, y disfrutaban enormemente ser acompañante de los aventureros que se disponían a emprender largos viajes llenos de peligros, y sin olvidar sus habilidosos dotes en ligereza y salto, no eran muy altos, si se paraban en dos patas podían alcanzar el metro, pero si se los compara con los gatos modernos se podrían decir que eran mucho más grandes e inteligentes en aquella época, ya que sus cuerdas vocales estaban preparadas para emplear un lenguaje, y su nivel de raciocinio era mucho mayor a los gatos actuales, este en especial era un animal muy peludo, sus pelos negruzcos se aclaraban en su vientre y rostro, y en su cola tenía tres anillos blancos. En su cuello llevaba una cadena confeccionada en forma de trenza con los pequeños tallos de unas delicadas flores purpuras, en esa era aquellos animales poseían otro nombre, se los llamaban Khrifce, y generalmente eran las mascotas de algún aventurero o de algún poderoso ser mágico.
El Khrifce se sentó al final de la baranda y mirándolos con sus saltones verdes ojos les dijo con su voz aguda:
― ¡Sean bienvenidos!, si buscaban a mi ama ya no la encontrarán.
― ¿Por qué?, ¿Qué le paso?― le preguntó Imhara inquietamente.
― Enfermó gravemente, la lluvia le trajo una fuerte gripe de la cual nunca volvió― decía el gatito tornándose triste al recordarla.
― Oh, lo sentimos mucho― Imhara también se entristeció, la druida había muerto, ¿Ahora quien les señalará el camino a la morada de la madre naturaleza?― Hemos llegado tarde, ahora nunca podremos llegar con la madre naturaleza, esperábamos que tu ama nos lo dijera.
― Mi ama no sabía donde mora la madre naturaleza, eso sólo una druida lo sabe― decía el Khrifce algo confundido.
― ¿Tu ama no era Erydh?― Le pregunto Dharek.
― No, ella se llamaba Qhália, era una poderosa hada de los bosques, con su magia construyó esta casa colgante, pero como ya les conté ella murió hace poco tiempo, era una muy buena ama conmigo, me daba muchas caricias y riquísimos almuerzos...
― ¿Pero conoces a Erydh?― le interrumpió Dharek.
― Claro, ella y Qhália eran muy buenas amigas― decía el gato doblando su pescuezo para mirarlos desde otra perspectiva.
Al escuchar aquellas palabras, Dharek e Imhara sintieron un gran alivio, si el Khrifce quisiera podría llevarlos hasta la druida.
― ¿Crees que podrías indicarnos el camino?― le preguntó la mestiza dulcemente.
― ¡Claro!, no está muy lejos de aquí― el animal los miró de arriba abajo y los vio muy cansados, además se veían con hambre y sin ningún bolso de provisiones ― No pude evitar notar que parece que han perdido sus pertenencias, unos aventureros nunca saldrían sin armas ni suministros para el camino.
― No te equivocas animalito, unos elfos se quedaron con nuestras pertenencias― le contó Dharek sintiendo algo de arrebato en su garganta al recordarlo.
― Los elfos odian a los humanos, y me sorprenden que no los hayan matado siendo tú una mestiza― decía el felino moviendo lentamente su peluda cola.
― ¿Cómo lo supiste?― le preguntó Imhara sorprendida.
― Mi olfato es mucho más fuerte que el de ustedes, así te reconocí, tienes esa mescla de aroma dulzón de un elfo con la esencia de la brumosa piel humana...miau...pasen a mi casa antes de partir, tengo comida y armas que darles― el animal saltó de la baranda e invitándolos a que lo acompañasen, los tres subieron el puente.
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