Estabas sentada en el suelo de la habitación de Tony, leyendo alguna revista con una sonrisa. La puerta se abrió de golpe y entró Tony rápidamente. Se tiró en la cama y se tapó la cara con la almohada.

Confundida, te levantaste del suelo y te sentaste en la cama, a su lado. Le acariciaste la espalda suavemente.

- ¿Qué pasa? - le preguntaste en susurros.

Él negó con la cabeza, aún sin mirarte.

Te tumbaste en tu costado, para estar más cerca de él, pero no dejaste de acariciarle.

- Tony - le llamaste.

Él levantó la cabeza de la almohada y te miró a los ojos. Podías ver como sus ojos estaban un poco brillantes, de las ganas de llorar.

Tony se acercó a ti y escondió su cara en el hueco de tu hombro.

- ¿Qué pasa?

- Lo ha vuelto a hacer - esta vez sí que respondió. - Me ha vuelto a comparar con el Capitán América.

Te quedaste callada, porque querías que Tony se desahogara. Él escupió las últimas palabras.

- Deberías ser tan respetuoso y caballeroso como él. ¿Por qué no tienes modales como él? Si solamente hubiera sido él mi hijo... - dijo Tony imitando la voz de su padre.

- Pues yo me conformo contigo, Tony.

- Seguramente si le hubieras conocido, tú también lo amarías – lo dijo con odio.

- Pero qué pena que te ame a ti, ¿no crees? - le dijiste con una sonrisa.

Tony levantó la cabeza de su escondite y te dejó un beso en los labios con sabor salado.

- Te prefiero a ti Tony. Y tu padre seguramente lo diga porque esté enfadado, no porque lo piense así.