001 - Steve Rogers
Atención: Steve de los Años 40.
Te pusiste los pendientes de perlas y diste dos pasos hacia atrás para poder verte mejor. Te habías puesto tu vestido favorito. Era de color marrón claro, de manga larga y en el busto tenía varios botones. La falda del vestido te llegaba por encima de los tobillos y llevabas unos zapatos con un poco de tacón de color negro. Tu melena corta estaba perfectamente colocada. Con la raya a un lado y haciendo ondas que te daba un estilo mucho más femenino (habías necesitado unas pinzas para que estuviera perfecto). Te habías puesto el conjunto de collar y pendientes de perla. No solías utilizar maquillaje, tan solo te pellizcaste un poco las mejillas para que tuvieran un poco de color y te echaste vaselina en los labios para que estuvieran brillantes.
Saliste de tu habitación con el sonido de tus tacones repiqueteando en el suelo de madera. Steve, tu novio, estaba sentado en el deshilachado sillón de tu salón. Cuando oyó tus tacones, levantó la mirada y te sonrió. Te acercaste hasta estar a su lado y él se levantó. Steve tuvo que levantar la mirada ya que eras centímetros más alta (por eso no te ponías tacones más altos).
- Estás preciosa – te alagó, besando tu mano.
- Y tú también – le dijiste antes de dejar un beso en su mejilla.
Caminasteis hasta la salida de tu casa. Steve te ayudó a colocarte tu gabardina de color marrón clarita, después cogiste tu bolso, enganchaste tu brazo en el suyo y salisteis de vuestra casa.
- ¿Con ganas de ver la película? – te preguntó con una sonrisa. Girasteis a la derecha y empezasteis a caminar.
- Por supuesto que sí. Llevo esperando la película desde hace tiempo – le sonreíste.
Hacía mucho que no salíais los dos en una cita. Steve no solía proponer mucho y era siempre Bucky, su amigo, el que le ayudaba para preparar las citas o el que le animaba para pedirte salir.
- Es bueno que dijeras que sí – dijo él, mirando al suelo y refiriéndose a que habías aceptado la cita.
- Steve, siempre digo sí, no sé por qué te asombras – ambos os reísteis.
- Tienes razón, pero todavía no me lo creo.
El cine estaba a varias manzanas, y como a ambos os gustaba andar, no era un problema. A medio camino, empezaron los problemas: Un grupo de jóvenes marines (lo sabías porque llevaban los trajes blancos y los gorros mal puestos) caminaban en el sentido opuesto al vuestro (o sea, que se estaban acercando). Era un grupo de cuatro personas, se empujaban entre ellos y reían. Se podía ver que eran adolescentes que se apuntaron a la marina por impulso. Cuando estuvieron a pocos pasos de nosotros, se fijaron en nosotros. Dos de ellos empezaron a cuchichear y reírse y los otros dos, más valientes, se acercaron a vosotros y hablaron:
- Qué mujer más preciosa, ¿y está con este? – habló el que era más rubio. Los otros tres se rieron. – Anda, déjale y vente con nosotros. Seguro que te divertirás más.
- No, gracias – respondiste, siempre educada.
Steve y tú empezasteis a caminar pero ellos os pararon. Parecía que no les había gustado tu respuesta. Steve se puso delante de ti, para que a ti no te sucediera nada.
- Miradle, se está haciendo el gallito – se rió el que estaba al lado del rubio.
- Será mejor que le demos una lección – habló el rubio y los otros tres estuvieron de acuerdo.
Diste varios pasos hacia atrás, agarrando a Steve para que también se alejara de los marines. Pero el rubio, mucho más rápido, agarró del cuello de la camisa a Steve. Steve, como era tan débil y pequeño, fue arrancado de tus manos.
Recibió un primer golpe en la mejilla, pero no se cayó. Steve colocó los brazos para defenderse, pero los intentos de defenderse fueron en vano, ya que le pegaron de nuevo y esta vez cayó al suelo. Steve se volvió a levantarse, con el labio roto y casi sin respiración. Uno on el pelo negro le pegó directamente en la nariz, habiendo que se fuera de nuevo al suelo, y esta vez, sin volver a levantarse. Los cuatro chicos se rieron, al ver lo poco que duró.
Enfadada, te acercaste al chico rubio, que estaba dado la vuelta y riéndose con sus amigos. Le tocaste el hombro y él se giró. Seguramente pensó que era Steve y no tú. Tal vez por eso no se esperó el pisotón. Le diste un pisotón en el pie izquierdo con tus zapatos de tacón y después un puñetazo en la barbilla, como él lo había hecho con Steve.
- Métete con alguien de tu tamaño – le dijiste seria. El chico se sujetaba la mandíbula, con una mueca de asco.
- Aprende tu lugar mujer – escupió el amigo de pelo negro que estaba a su lado. Ninguno de los cuatro se atrevió a tocarte ningún pelo y continuaron caminando.
En ese momento te agachaste de rodillas (sin importante manchar el vestido) al lado de Steve. Hubieras querido agacharte antes pero no querías parecer aún más débil. Sacaste del bolsillo de la gabardina un pañuelo y lo pasaste por la herida sangrante que tenía en la nariz.
- ¿Estás bien? – susurraste.
Steve asintió antes de hablar: - A veces se me olvidaba que eres hija de un coronel.
Sonreíste con orgullo. Tu padre te había enseñado algunos buenos golpes.
Ayudaste a Steve a levantarse. Steve cogió el pañuelo de color blanco y lo mantuvo en la nariz.
- ¿Volvemos a casa? – le preguntaste.
- No, quieres ver la película, así que iremos – negó Steve. Cogió tu mano y empezó a caminar dirección al cine. Pero tú le paraste con un suave tirón a su mano.
- Antes de la película, estás tú – le sonreíste. – Anda, vámonos a casa para que pueda curarte las heridas.
- Pero hoy es el último día que está la película.
- Da igual Steve, eres mucho más importante que esa película.
Y así, agarrados de la mano, volvisteis a tu casa a curarle esas heridas.
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