-    ¡Cariño ya estoy en casa! – gritó Wade ruidosamente. Cerró la puerta detrás de sí y se acercó a ti.

Se sentó a tu lado en el sofá y apoyó la cabeza en tu regazo.

-    ¿Hoy has llegado más pronto de lo normal o me lo parece a mí? – le preguntaste. Él asintió.

-    No he tenido que trabajar hasta las tantas para conseguir el dinero. ¡Y adivina qué!

-    ¿Qué? – rodaste los ojos.

-    Weasel murió.

-    ¡Eso es horrible! Wade era tu amigo, ¿y te alegras de que haya muerto?

Os quedasteis los dos callados hasta que algo hizo clic en tu cabeza.

-    ¿Apostaste que iba a ser quien iba a morir? – te pasaste la mano por la cara.

El asintió.

-    He ganado dos mil dólares – sonrió.

-    Y, siendo tú – dijiste, rodando los ojos. – ¿en qué estupidez te has gastado ese dinero?

-    Bueno, si no me miras no lo sabrás – respondió Wade.

Bajaste la mirada del techo hacia tu regazo. Wade tenía una sonrisa en sus labios, y tenía una mano levantada sobre su cara. Enfocaste tu mirada en lo que tenía entre los dedos y abriste los ojos como platos mientras lo cogías.

Era un anillo. Y no un anillo cualquiera. Era un anillo de bodas. Era de oro y tenía una piedrecita brillante en el centro, y todo el anillo tenía pequeñitas piedrecitas.

Estabas sin palabras, y con la boca abierta.

-    Cásate conmigo, Tamara – susurró Wade y tú asentiste repetidas veces. No podías hablar, habías olvidado hablar.

Wade cogió tu mano y le puso el anillo. Dejó un beso sobre tus labios, pero tú aún seguías hipnotizada con el anillo.

-    Aún así hay que ir al entierro de Weasel – le advertiste.

-    Por supuesto señora Wilson.

Tú le sonreíste.