078 - Bucky Barnes
Después de los acontecimientos de Washington DC, toda HYDRA quedó destapada. Todos los trapos sucios que tenía fueron sacados a la luz. Después de la muerte de Pierce, y que la mayoría de los científicos huyeran como cobardes, quedaste tú sola.
Poco sabías realmente del mundo entero, pero reconocías dónde estabas encerrada. Estabas en tu celda encerrada. El soldado número diecisiete había vuelto a hacer unas de sus misiones. ¿Y tú? Seguías encerrada, sin hacer nada realmente. Ni podías huir, ni recibías órdenes.
Pero todo cambió al día siguiente: más de una docena de agentes con trajes negros aparecieron en la sala. En menos de un minuto quedaste esposada en el suelo. Te metieron en una furgoneta y te llevaron a un gran edificio. Sin quitarte las esposas, te metieron en una celda que era igualita a la de antes. Aunque tal vez era más limpia.
Un hombre negro con un parche en el ojo, entró en tu celda dos días después.
Tú estabas sentada en el suelo cuando aquel hombre apareció. Al oír ruido, levantaste la cabeza para mirarle con atención.
- Será mejor que me acompañe – dijo con voz seria. Te levantaste del suelo y caminaste fuera de la celda.
Afuera, había seis guardias esperándote. Se te hacía raro ya que no pensabas huir. Estabas sola, HYDRA había desaparecido y estabas perdida.
Caminasteis por un interminable pasillo hasta que te obligaron a entrar por una puerta. Esa sala era una sala de interrogación. Tú te sentaste en una silla y el hombre del parche se sentó en frente tuya. Deslizó por la mesa una carpeta hasta ti. En esa carpeta, estaba tu nombre y tu número.
- Conocida como la sombra del Soldado de Invierno. Ann, te llamas. Provienes de Rusia – habló con voz clara. – Sabes hablar más de treinta idiomas y has causado la muerte de más de un centenar de personas. Si el Soldado era una leyenda, tú eres un mito. Y os hemos encontrado a los dos. Genial, ¿no cree?
- ¿Qué quiere? – le preguntaste. No sabías a dónde quería llegar con toda esa palabrería.
- Abra la carpeta, y vaya a la página número diez – te ordenó.
Con dificultad, conseguiste llegar a la página diez. Ahí estaba tu biografía. Tu fecha de nacimiento, juventud, rastros, algunos acontecimientos pero... Tú no recordabas nada.
- Esa no soy yo – dijiste con la voz estrangulada. – Yo no nací en el 1960. Tan solo tengo 24 años.
- ¿En qué fecha exacta naciste? – te preguntó. - ¿Cómo se llamaban tus padres? ¿Tenías hermanos? ¿Recuerdas la escuela a la que ibas? ¿Sabes acaso dónde naciste? ¿Y por qué tu brazo derecho es de metal? ¿Sabes qué es en realidad HYDRA?
- ¡Basta! – gritaste empujando la mesa de metal. Lograste levantarla y tirar a aquel hombre al suelo con ella.
Ye habías levantado de tu silla y respirabas agitadamente. Tu cabeza palpitaba porque no sabías absolutamente nada. Estabas en blanco. No tenías respuesta para ninguna de sus preguntas.
Inmediatamente entraros cuatro guardias, con sus armas apuntándote. El hombre con el parche consiguió levantarse por sí solo. Se quitó el polvo de su abrigo negro y largo de cuero y te sonrió.
- Ya que has causado la muerte de más de un centenar de personas, serás tratada como una civil más. Tendrás tu juicio dentro de tres días.
Te volvieron a llevar a tu celda y te encerraron allí de nuevo.
-
Estabas sentada en el suelo. El suelo era mil veces mejor que aquella camilla. No sabías si habían pasado ya esos tres días. Ya sabías el veredicto que ibas a tener en el juicio. No te acordabas de aquellos centenares de personas que habías matado. Sí, sabías que habías matado a algunas personas pero no sabías que el número de personas asesinadas superaran la centena. Tu condena sería pasar toda la vida en la cárcel, a no ser que donde quiera que estuvieras fuera legal la pena de muerte.
Después de esos pensamientos, la puerta se abrió.
Entró el mismo hombre del parche junto con un hombre vestido con un traje azul.
- Estás bajo libertad condicional.
- ¿Cuál es la condición? – susurraste.
- Que siempre deberás permanecer con compañía, no salir del país y, por supuesto, no salir de tu nuevo hogar.
Saliste de aquella celda para después ir a la azotea del edificio. Montaste en un jet (con el hombre del traje azul). El hombre del traje fue el piloto. Tú te sentaste a su lado, siendo el copiloto.
- Soy Steve Rogers – se presentó. – He sido quién te ha sacado de aquella celda y de aquel futuro en la cárcel.
- ¿Y debo darte las gracias? – dijiste, con tu acento ruso marcado. – ¿Por qué lo hiciste?
- Bucky obtuvo el mismo trato que tú. Me pareció injusto que tú fueras a la cárcel y él no.
Te quedaste mirándole, en silencio. Miraste con más atención su traje: era azul pero también tenía barras blancas y rojas. Y tenía una estrella blanca en el pecho.
- Tú eres Capitán América.
- Sí, ese soy yo.
- Pierce te quería muerto – dijiste, volviendo mirar al frente.
Llegasteis a la plataforma de un rascacielos. Bajasteis del jet y ahí mismo os esperaban dos personas. Eran un chico y una chica pelirroja. Os acercasteis hasta ellos y los cuatro entrasteis en un ascensor.
- No ha salido de su habitación – le dijo la pelirroja a Steve.
- Ya saldrá – dijo el otro hombre. – Cuando necesite algo saldrá de su escondite.
Tú te quedaste en una esquina callada, con la cabeza bien alta mirando al frente.
Cuando salisteis del ascensor, estabais en un salón.
- Yo te enseñaré tu habitación – te dijo la mujer pelirroja.
Empezó a caminar hacia un pasillo y tú la seguiste.
- Por cierto, soy Natasha – dijo caminando por el pasillo.
No la respondiste.
- Esta es tu habitación – se paró en frente de una puerta metálica. – Si necesitas algo, dímelo a mí. Es bueno tener a otra mujer aquí.
La miraste sin responderla. Con una mirada en blanco. Después entraste en tu nueva habitación y la cerraste la puerta en la cara.
La habitación, era en su mayor parte, de metal. Había una rendija en la parte superior de la habitación que pasaba como ventana. Había una cama, un armario y un escritorio. Sin decoración. Nada más. Ah, se te olvidaba, había una cámara en una de las esquinas siguiendo cada movimiento que hacías.
De tus anteriores celdas a esta habitación tan solo había un paso.
-
No sabías cuanto tiempo llevabas encerrada en aquella habitación. En el momento que llegaste, te duchaste y te cambiaste de ropa. Te colocaste una sudadera gris (que te tapaba completamente tu brazo metálico) y pantalones largos. Pero ya te parecía demasiado tiempo encerrada en la habitación. Así que decidiste vagar por esta torre en la que te habían encerrado.
Llegaste al salón (el único sitio que conocías). En ese momento estaba la mujer pelirroja, Natasha, junto con un hombre negro sentados en el sofá. Ellos dos te miraron significativamente pero tú les ignoraste y continuaste caminando.
El salón tenía tres puertas, sabías que una daba a las habitaciones, así que investigaste con otra. Entraste en una cocina bastante grande y alargada.
Ahí fue cuando pensaste en el hambre. ¿Cuándo fue la última vez que comiste? ¿Tenías hambre ahora mismo? Encogiéndote de hombros abriste a nevera y sacaste de ella un yogur azucarado (eso es lo que ponía en la etiqueta). Abriste todos los cajones hasta encontrar una cuchara. En vez de salir por la puerta que entraste (no querías ver a aquellas dos personas ni tampoco querías volver a la celda) entraste por la otra puerta que había.
Esa puerta te llevó a un comedor. Había otra puerta, una gran mesa con, por lo menos, seis sillas. Y una de ellas estaba ocupada por alguien: El Soldado de Invierno.
Cuando oyó la puerta abrirse, se giró para ver quién había entrado. Caminaste hasta sentarte en frente de él, al otro lado de la mesa. Dejaste primero el yogur sobre la mesa y después te sentaste en una de las sillas. El Soldado de Invierno en ningún momento dejó de seguirte con la mirada.
Abriste el yogur y tomaste una cucharada antes de iniciar una conversación:
- ¿Te acuerdas de algo?
Él tardó en hablar:
- Todo lo que sé, que es poco, es mi nombre. Bucky. Y brevemente mi historia.
- ¿Cómo? ¿Conseguiste acordarte?
- Había una exposición del Capitán América. Fui y me vi en una foto – sonaba bastante confundido. Como si la idea de verse a sí mismo en un cartel fuera abrumadora.
- Bueno, al menos sabes algo. Yo, por mala suerte, no hay ninguna exposición donde se pueda encontrarme – te quejaste después de comerte otra cucharada de yogur. – Solo sé que me llamo Ann. Y solo porque me lo dijeron.
Después de eso, ambos os quedasteis en silencio. Cuando te acabaste el yogur, fue él quien inició la conversación.
- Fui yo quien habló de ti a Steve. Si yo no hubiera hablado, probablemente estuvieras en la cárcel.
- Bueno, seguramente no cambiaría nada. Sería la misma habitación.
Bucky asintió.
Seguramente ambos tendrían el mismo tipo de habitación.
- Nos tienen miedo – dijo él, mirando hacia abajo. Supusiste que se refería a los que vivían en la torre. – Hace menos de una semana intentaba matar a Steve, Natasha y Sam. Y ahora me acogen en su casa.
- Entiendo que nos tengan miedo – dijiste. – Nos convertimos en máquinas de matar.
Asintió débilmente.
Te sentías mucho más a gusto con él (tal vez porque habíais sufrido lo mismo) que con el resto. Ibas a hablar pero la puerta (por la que no entraste) se abrió y reveló a Natasha y al chico negro (supusiste que él era Sam).
- No podéis estar los dos solos en una misma habitación – habló Sam. Bucky y tú visteis como se guardaban una pistola (que tenían en la mano).
- Es por seguridad – aclaró Natasha.
Te encogiste de hombros mientras salías por la puerta donde estaba Natasha y Sam (que daba al salón). Ellos te dejaron pasar. Seguiste recto hasta llegar a tu habitación.
Si no ibas a poder hablar a Bucky a solas, perdía el sentido salir de la habitación.
Me gustó tanto tanto taaaaaaaaanto la idea que tal vez haga una mini historia de esto :D
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