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067 - Tony Stark

Entraste en la casa de Tony y dejaste los zapatos tirados en el suelo.

- Eso lo tendrás que recoger luego, Melba – observó Tony.

Te diste media vuelta para encontrarte a Tony con su traje. Movió la mano a forma de saludo.

- Buenas noches – le saludaste acercándote a él y pasando los brazos por su cuello.

Acababas de salir de trabajar, y en vez de haberte ido a tu casa, te fuiste a la casa de Tony, tu novio. Hacía mucho tiempo que no le veías.

- ¿Por qué mi playboy favorito no me da un buen (y merecido) beso?

- Bueno, puedes besarme aquí – se señalo en la mejilla. Después se señaló donde debería estar la boca. – O aquí.

Bufaste mientras te separabas de él. Caminaste hacia la cocina, y Tony siguiéndote.

- ¿Qué quieres hacer ahora? ¿Cenar? Pensé que querías ir a la cama – comentó viéndote abrir la nevera y buscar algo de comida. Apenas había comida.

- Tengo hambre – te encogiste de hombros.

Cogiste un plátano y cerraste la nevera. Te sentaste en la encimera mientras te comías el plátano. Tony estaba en frente tuya, mirándote comer el plátano fijamente.

- ¿Sabes? Todavía sigo esperando el beso – le dijiste después de tragarte el primer mordisco. – Y si no me lo das, lo tendré que obtener yo. Y ya sabes que mis métodos no son los mejores.

- Ya te dije que me lo puedes dar con la armadura. Es una nueva experiencia.

- No quiero saber como lo sabes – respondiste, terminándote el plátano.

Tiraste la cáscara a la basura y caminaste fuera de la cocina. Tony te volvió a seguir como el perrito faldero que era.

Caminaste por todo el salón hasta llegar a una puerta de color negra. Entraste en esa habitación, pero Tony no te siguió.

- ¿Por qué has entrado al garaje? – te preguntó él sin seguirte. Casi podías oír el miedo en su voz.

- ¿Tú qué crees Einstein? – bufaste.

- No será lo que yo estoy pensando, ¿verdad?

Saliste del garaje con una palanca en mano: - No, por supuesto que no.

Cuando te vio salir, inmediatamente se puso a volar. Tú le lanzaste la palanca de metal, lo que hizo que la armadura cayera al suelo. Corriste hacia él y te sentaste sobre su espalda (Tony estaba tumbado bocabajo) con la palanca en mano de nuevo.

Colocaste la palanca entre el casco y el tronco de la armadura e hiciste fuerza.

- ¡No! ¡No lo hagas! – gritó Tony.

- ¡Dame un beso! – gritaste, haciendo más fuerza. Tony utilizó los propulsores de las manos para salir volando a ras del suelo.

Eso te hizo perder un poco el equilibrio. Te agarraste a su cuello, aún con la palanca en la mano. Con una mano agarrada en su cuello y la otra con la palanca, golpeaste uno de los propulsores que tenía en la mano, logrando que se rompiera. Después golpeaste a los propulsores de los pies, logrando que la armadura quedara en el suelo, e inmóvil.

- Por favor Melba – pidió Tony. Y por si acaso, destrozaste el último propulsor de su mano.

- No me querías dar un beso – te encogiste de hombros.

Volviste a colocar la palanca entre el casco y el tronco de la armadura. Y a volver a empujar.

- ¡Melba para! ¡Que es un prototipo! – gritó. – ¡Ahora subo a darte el beso!

Al final el casco salió volando y comprobaste lo que ya sabías: Tony no estaba dentro de él. Muy típico de Tony.

Seguiste destrozando el traje hasta que Tony (el de carne y hueso) subía las escaleras de dos en dos con los brazos en alto.

- ¡Para! ¡Para, por favor! – gritó. Para cuando llegó a tu lado, el traje de Tony quedó completamente desmontado.

Te levantaste de la espalda de la armadura y te acercaste a Tony. Le diste un pico en los labios y le dejaste en las manos la palanca.

- Te estaré esperando en la cama – te despediste mientras subías a su habitación.

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