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Esto tiene que ser una broma pesada

- ¡Despierta dormilona!- gritaba mi hermana pequeña, zarandeándome de un lado a otro.

Espera un segundo... ¡yo no tengo hermanos! ¿Qué pasa aquí? ¿Quién diablos me zarandea?

Abrí los ojos con dificultad, gracias a las malditas legañas, y me encontré con un par de ojos azul verdoso.

Bueno, al parecer a Nerea se le había pasado el enfado; parecía eufórica por algo.

Esperad, congelador la imagen un momento, ¿cómo narices me estaba tocando? ¿Alguien me explica esto?

- ¿Qué ha pasado aquí?- inquirí, asustada. Vamos, si lo de ayer era raro, esto es una absoluta locura.

- ¿No es un poco obvio? Me he vuelto tangible y visible durante la noche- antes de protestar, ya que eso no tenía ni pies ni cabeza, presionó su índice contra mis labios para que me quedase calladita-. No me preguntes como porque ni yo misma lo sé; llamémoslo magia.

No podía ser. Esto era un completo disparate. La aparté de un empujón (la verdad, estábamos en una posición... digamos incómoda) y me puse a dar vueltas por mi habitación:

- ¿Ahora qué se supone que hago contigo?- murmuré. Los pelos de mis brazos estaban tiesos como escarpias, fruto de los nervios-. ¿Cómo les explico a mis padres que hay una chica en mi habitación de la que no hay registros en ninguna parte?

¿Qué? ¿Cómo queríais que reaccionara? "¡Yupi! ¡Mi amiga imaginaria se ha materializado desde el fondo de mi mente! ¡Vamos a correr aventuras ignorando la rareza de la situación! ¡Sí!". ¿Queríais que hiciera eso? Soy rubia pero no tonta.

- Ya me encargué de eso. Me imaginaste con habilidades tecnológicas, ¿recuerdas? Sólo hackeé la base de datos del ayuntamiento y escribí una ficha más o menos decente sobre mi persona- afirmó, como si saltarse un par de leyes no fuera gran cosa. Es que, a veces, tengo ganas de estrangularla. Ella siguió como si nada con su lista de delitos-. Luego me inscribí en tu colegio de la misma forma y, para terminar, saldré como he entrado; por la ventana- me da en la nariz que se acaba de dar cuenta de mis ojos como platos-. ¿Qué pasa? Tardabas en despertar.

- ¡Pasa qué eres una criminal! ¡Y eso es una confesión! ¡Lo qué me convierte en cómplice!- salté, aunque después esbocé una sonrisa torcida-. A menos que te entregue, claro está.

Nerea pareció pillar lo que iba a hacer, porque me cortó el camino entre mi móvil, mi vía para llamar a la policía, y yo.

- No; no lo vas a hacer. Además, cometí esos hipotéticos crímenes cuando legalmente no existía. Si el delincuente no existe, tampoco el delito, ¿no?- menuda lógica más rara; pero, dicho de esa manera tan peculiar, tenía razón. Ya me estaba planteando no denunciarla a las autoridades, cuando dijo esto-. Venga, vístete o llegarás tarde a clase.

Chequeé mi reloj de pulsera. ¡Madre mía, si son las ocho menos diez! ¡Iba a llegar tarde! Me puse lo primero que encontré (una camiseta, vaqueros y zapatillas; no daré más detalles). Si llego tarde, mi madre me mata y esconde mi cadáver entre las llamas de una hoguera bien grande; bromeo, pero creo que sería muy capaz.

Me pegué el sprint de mi vida para lograr pisar suelo escolar antes de las ocho. Nerea me pisaba los talones; después de todo, ella también llegaba tarde, además de ser su primer día.

Menos mal que la suerte ha pensado que merecía la pena ayudarme, porque he puesto un pie en la verja justo cuando el conserje (un tío canoso que blandía la escoba como si fuera un samurái en sus ratos libres, detalle extraño que sé gracias a que tuve que ir a por una fregona cuando Aritz vomitó en clase; larga historia que, sin lugar a dudas, no quiero revivir) iba a cerrarla; nos toleramos mutuamente, por lo que me permitió pasar sin mencionárselo a mi tutora, que me tiene manía. También logré que Nerea pasase, aunque ella estaba dispuesta a saltar la pared con tal de llegar a clase (es rara; pero, pensándolo bien, yo fui quien la creó rara, por lo que la rara soy yo).

Entramos en el aula diez segundos antes de que la profesora lo hiciera. El mundo estaba en orden, supongo.

Debí saber que mis suposiciones siempre acaban siendo falsas: suponía que Maitane rechazaría a cualquier chico que se le acercara, suponía que los seres imaginarios no cobraban vida material de golpe y porrazo, etcétera.

Era de esperar que en este caso concreto también me equivocara.

Al poco me di cuenta de que me faltaba la mochila. ¡Será posible que yo pueda ser tan tonta! Rogué internamente para que no utilizáramos el libro durante aquella clase; supliqué a todos los dioses que conocía (egipcios, griegos, romanos, nórdicos... ¿qué? He leído a Rick Riordan).

Debo aprender otra cosita también; la suerte NUNCA está de mi parte. A los cinco minutos de entrar, la profesora ya nos pedía abrir los libros de Lengua Castellana por la página 119.

No me quedaba elección (bueno, sí; pero no quería un castigo y una nota a mis padres por este despiste). Levanté la mano, a cámara lenta; temblaba como un flan al que le habían metido un móvil encendido en modo "vibrar". La profesora me dio la palabra, un poco molesta por tener que interrumpir su explicación sobre ¿escritores románticos? No sé, no prestaba atención y, honestamente, no me daba la gana escuchar nada sobre el romanticismo; era como clavarme las espinas del corazón con un mazo.

- Señorita Gurruchaga- dije. Sentía como la voz se me quebraba, similar a un cristal siendo golpeado con una pelota-, se me olvidaron los los libros en casa. ¿Podría emparejarme con alguien?- de verdad, mi cara en ese momento hacía que los tomates parecieran blancos. Todas las miradas estaban fijas en mí.

Por suerte, no fui la única que levantó la mano.

- ¿Y yo también, señorita?- preguntó Nerea, llevándose las miradas con ella-. Es que soy nueva y aún no tengo los libros del curso.

La profesora suspiró.

- Está bien. Señorita Larrañaga- esa era Nerea- siéntese son el señorito Arechabaleta- conocido como Ander (aclaro los nombres porque si no os perdéis; y sí, el Ander que le pidió ir al baile a Maitane)-. Y usted, señorita Joaristi- se refería a mí-, póngase con la señorita Badiola.

Adivinad: ¿quién es la señorita Badiola? No podía ser otra. Cogí los lapiceros que guardaba en el pupitre para casos de emergencia y me senté con Maitane.

No cruzamos palabra; después de todo, éramos desconocidas. Duele admitir que estuve más atenta al balanceo de los mechones anaranjados de su cabello que al tema en cuestión. Claro que apartaba la mirada cuando me daba cuenta. ¡Sé suponía que tenía novio! ¡Yo no podía hacer nada contra ello! Aún así, mis esfuerzos por no fantasear fueron inútiles; a los dos minutos estaba otra vez pensando en sus detalles.

Y así pasé la hora de Lengua Castellana, la de Inglés y la de Ciencias Sociales (aunque en ésta no quería prestar atención; me cae mal por suspenderme). Después, sonó la campana de la media hora de libertad.

Sopesé la idea de ir a casa, a coger los libros para las horas que me faltaban. La descarté; mi madre estaba en casa y no quería un interrogatorio, cuya consecuencia sería un castigo.

Me dirigí a la cafetería escolar, a falta de otra alternativa; normalmente me traía mi propia comida, pero (como no) se me había olvidado.

Nerea se reunió conmigo a la salida de clase. Parecía una niña pequeña; le impresionaba todo lo que veía y sus ojos brillaban cada vez que encontraba un nuevo "tesoro". Me iba a reír, pero recordé que no había salido antes de mi cuarto y se me quitaron las ganas.

Bueno, yo quería terminar el día lo más normalmente posible: comer lo que sea, asistir a las tres clases que faltaban e irme a casa. ¿Con mi compañera de mesa? La chica ficticia tenía otros planes para hoy.

Mientras yo comía una de las barritas de chocolate que vendían en la máquina, Nerea estaba reuniendo a una multitud considerable; un público.

Después, me cogió del brazo hasta llevarme al centro de aquella marabunta de gente. Genial, si antes hacía a los tomates sentirse albinos, ahora el calor de mis mejillas podría incendiar el colegio entero.

No entendía nada, el público tampoco. Pude ver que Maitane estaba entre ellos.

Justo cuando empezábamos a reaccionar y a pensar en marcharnos, Nerea se acercó, con su cabello negro bien peinado (¿no había traído libros pero sí un cepillo? ¿De dónde sale esta chica? Ah, sí; de las profundidades delirantes de mi cerebro) y una sonrisilla maliciosa en el rostro. Vale, ahora sí que quería largarme. Ya.

No tuve ocasión; Nerea estaba ya a unos pasos de mí. Demasiado cerca, diría yo.

Agarró mi mano, ya que supuso que intentaría escapar. Seguía sin pillarlo, ¿qué pretendía? Se acercó más a mí (yo quería alejarme, pero la chica ficticia era fuerte). Se puso de puntillas hasta que estuvo a mí altura.

- Te quiero- dijo, lo suficientemente alto como para que lo oyeron los de la primera fila, saboreando cada sílaba.

Yo estaba paralizada. ¡Qué Maitane estaba allí, maldita sea! Aunque, la verdad, ella también había dicho cosas así a su novio delante mío. Da igual, es distinto.

Y entonces, cuando sentía que mi mundo se estaba viniendo abajo por dos tristes y simples palabras, Nerea me besó en los labios.

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