Capítulo 4
Debo admitir que esta institución educativa ha cambiado demasiado a comparación del recuerdo feliz que mi infancia guarda con inocencia. El jardín donde solía pasar mis ratos libres dibujando y soñando con una vida en las nubes, se encuentra olvidado y sin ningún ápice de vida. El color de las rosas se ha tornado de un mortífero color mostaza que amenaza con seguir propagándose.
— Nadie parece notar las pequeñas variedades que “La escuela de artes de Liverpool” nos ofrece…
A nuestro alrededor hay cientos de alumnos divididos en grupos, charlando y compartiendo sus más sucios secretos, como si fuera la cosa más normal del mundo. Eso tampoco lo capto del todo. George y yo; por ejemplo, somos dos amigos que acudimos a ayudarnos cuando uno se mete en un lío. Pero siendo sincera, nunca le he dicho nada sobre mi vida, sobre Tobías, sobre mi madre o sobre mis raros pensamientos melancólicos. No, él y yo sabemos el límite de nuestra amistad; por eso mismo es que nuestra amistad ha perdurado durante tanto tiempo.
— A lo que me refiero específicamente es que la ignorancia no es tan mala del todo, libra a la gente “normal” del miedo colectivo y de la locura progresiva por enfrentar la realidad. ¿No seria fascinante si se pudiera infligir esa ignorancia agrede? Nosotros los listos no tendríamos que ser más los raros, hasta podríamos pertenecer a un grupo como cualquier adolescente de nuestra edad sin esfuerzo alguno.
Me detengo abruptamente
— Uh... ¿Qué?
Lo observo estupefacta por aquella filosofía tan radical. Espero cinco segundos para estar segura que esas palabras no son una especie de broma y apreto deliberadamente mi mano formando un puño, pero George no se inmuta ni un poco, ni siquiera me evita la mirada. Es como si esperara una aprobación; o por lo contrario, una negativa por parte mía.
— Nos conocemos demasiado tiempo, Lay —George y yo quedamos en medio de toda la multitud. Es extraño como las cosas que deseas se cumplen a medias, siempre quise total atención de todo el mundo; pero en mi cabeza, George siempre ha llenado ese “todo el mundo”—Sé que has pasado por mucho, asi qué no tomaré muy en serio tu próxima respuesta.
— ¿Por qué no, George? —Sus manos peinan sus cabellos negros —No puedes predecir lo que voy a decir. ¿Y si digo que sí? Será mentira o ahí no aplicaría esa lógica
— Te subestimo mucho —Una sonrisa pícara se asoma en el rostro de George, se coge la barbilla y niega algún pensamiento actual de su cabeza. Algo ha cambiado en George, eso puedo jurarlo. ¿A caso alguien puede ser otro totalmente diferente en dos meses? —Error mío
Se les comunica a todo el alumnado de “El colegio de artes de Liverpool”, acercarse al patio central para así poder dar inicio a la ceremonia de bienvenida del primer día de curso. Por favor, no se tarden y ubíquense en los sitios ya asignados por salones.
— Lástima —exclama mi raro amigo —Tendremos que dejar la charla para después.
— Sí, claro. Lo mejor será adelantarnos, ya sabes como se pone Asturias cuando alguien no llega a su “magistral aparición”.
Intento que la Lay divertida vuelva, para al menos apaciguar un poco las aguas.
— No creo que pueda ir, Layla —Mi sonrisa decae y deja a la vista una mirada de duda. Es la primera vez en toda nuestra amistad que George no me responde una broma con otra —Tengo que hablar con un par de compañeros sobre unos encargos de mis padres. Él está enfermo, tú sabes, tengo que atender sus negocios hasta que mejore. ¿Te molesta que nos encontremos luego?
— No hay problema, tienes razón —Hago como si fuera a patear una pelota invisible —Como nos dijo el profesor Couto una vez: No pregunten, solo háganlo.
George suspira
— Vale, entonces te veo luego, adiós
George desaparece entre la multitud a mi diestra, dejándome intrigada por nuestra charla. Suspiro y me acomodo mi cabellera negra en una coleta; a veces mi pelo puedo resultar traicionero a la hora de pelear con el letal viento.
Camino entre toda la cantidad de alumnos; y de repente, algo capta mi mirada; viendo más allá de la multitud de alumnos que tengo adelante, observo a la señora Asturias agarrando el micrófono fuertemente. Aquí todos la conocemos por ser la esposa del director Benjamín Asturias, aunque casi nunca se le ve por estos lares, principalmente por su extraña enfermedad de la que nadie se atreve a hablar.
Como institución altamente educativa, se nos hace un placer recibir a cada uno de nuestros estudiantes, tanto antiguos como nuevos.
Llego al patio central y busco mi ubicación cerca a mis antiguos compañeros. Algunos ya se están abrazando como si no se hubieran visto en décadas, otros simplemente conversan y se ponen al día de sus aburridas vidas. Me siento como en esas pelis donde el villano se queda solo y triste; y los demás celebran su felicidad como pajaritos libres.
Cada alumno parado aquí debería sentirse orgulloso de pertenecer a esta maravillosa institución, ya que ingresar no fue una tarea sencilla. Todos han pasado por difíciles pruebas educativas y psicológicas que nosotros tomamos con el fin de sacar a las mejores mentes creativas de nuestro país.
Instintivamente mis dos pies quieren retroceder asustados por las miradas voraces de Mía y Belinda a lo lejos, saludando y burlándose de mi tonta reacción. Por fin, logro controlarme y me voy más a la izquierda.
Por eso, les rogamos de todo corazón que pongan todo de su parte en este año.
Escucho risas detrás de mí, pero hay una que particularmente llama por completo mi atención. Volteo con mucha sutileza y me topo con los rostros risueños de tres personas muy conocidas: Cynthia, Stuart y John; el último nombre aún resuena como un eco en mi cabeza.
Serán observados y puestos a prueba—Un silencio inunda la sala —, para que al final, puedan elegir qué carrera y futuro seguir.
John posee un cabello ondulado que mis dedos desearían rozar con suavidad. Unos ojos verdes que transmiten falta de diversión y que gritan por alguna. Además de una mirada profunda que mi mente muchas veces tiene ganas de desnudar, algo así como misterios. Su nariz es larga y puntiaguda, perfectamente podría encajar con la mía.
Vale, acepto que él me provoca muchas emociones, pero tengo claro que no es John realmente él que me gusta, sino una descripción perfecta que he maquinado en mi extraña mente sobre él. Por eso mismo, disfruto de observarlo a lo lejos y sin ningún tipo de contacto, a menos que sea él y yo en mi mente.
Háganlo con total honestidad y no caigan en lo bajo de buscar excusas para no ser mejores. Recuerden lo que dijo el gran filósofo y matemático griego Tales de Mileto: La cosa más difícil es conocernos a nosotros mismos; la más fácil es hablar mal de los demás.
Todos aplaudimos al unísono instantáneamente después de que la señora Asturias deja el micrófono en su lugar. Nos mira agradecida y nos regala su sonrisa más falsa, se baja del estrado y se pone a conversar con unos profesores aduladores.
Me acomodo mi mochila y me dirijo a mi primer curso del día: Literatura; pero algo me detiene de seguir caminando, un fuerte brazo que apreta el mío como si fuera de algodón. Giro mi cabeza en dirección al hombre que me toca y me topo con una capucha negra negándome la visión del hombre. Escucho su respiración agitada y siento como mis labios se secan.
— ¡Layla!
El sujeto parece asustarse y me suelta con rudeza, obligándome a caer al suelo del patio. Levanto la mirada y miro como desaparece entre la multitud de alumnos.
— ¡Pero qué manera de llamar la atención, mujer!
La voz de George me regresa a la realidad, me ayuda a levantarme y entonces me mira preocupado
— ¿Te pasa algo? Luces… pálida
Respiro y lucho por encontrar la calma
— Estoy… —Toco mi brazo recordando el frío brazo del sujeto —Estoy bien, es que me caí tratando de saltar para ver a la señora Asturias hablar, ya sabes, a veces las bajas somos muy astutas en ese aspecto
— Claro, es un comportamiento muy tuyo —ríe —Recuerdo que cuando jugamos una vez a la botella y te tocaba besarme, tuviste que saltar mucho para llegar a mi cuello.
— Idiota —le increpo, chocando mi puño con su pecho
— Qué agresiva
— Qué imbécil
— Por cierto, deberías quitarte esa chaqueta —Lo amenazo con mi puño otra vez, y él retrocede —Tranquila, tranquila, no a la violencia contra chicos guapos
Dejo que mi risa brote
— Hablando en serio, es la primera vez que aquí sale el sol en mucho tiempo, aprovecha y seduce a tu buen amigo, George.
—No me atraen tus dientes vampíricos y tu mirada oscura, lo siento.
George se muerde el labio y yo aprovecho para sacarme la chaqueta; pero antes, reviso por si hay algo de dinero en un bolsillo. Mi sorpresa aparece cuando siento algo en el izquierdo, como un bulto que quiere sobresalir. Lo saco y una carta se incorpora en mi mano.
— ¿Y eso?
— No lo sé —murmuro mientras estudio el objeto
— ¿Vas a abrirlo?
Toco con delicadeza el borde de la carta y noto tres letras inscritas allí.
— JYL —susurro
— Eso suena a John y tú. No fastidies. ¿Escribiste una carta para él? Mira que te alucinaba mas lista.
— No seas idiota, yo no soy una chica de cartas. Además, es imposible que sea de él.
— Pues ábrela y lo sabremos, fin del enigma.
— Lo haré —digo fervientemente —, pero sola
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