ERASE UNA VEZ... (Fantasía y no ficción)
–Abuela, abuela, ¿nos cuentas el cuento de la princesa de la torre? –dijeron al unísono dos niñas de cinco años con el pelo largo y un vestidito rosa floral mientras tiraban de la camisa de la mujer.
–Claudia, Alejandra, ahora no. Ahora tengo que ir a hacer un recado. Además, con todas las veces que os lo he contado ya os lo tenéis que saber de memoria –le señora se fijó en la cuarta persona de la habitación–. ¿Por qué no os lo cuenta vuestra prima Laura?
Las dos niñas corrieron hacia la adolescente de diecisiete años y se sentaron junto a ella en el sofá.
–Laura, cuéntanos el cuento –le pidió una de ellas.
–Sí, venga cuéntanoslo –siguió la otra–. Erase una vez...
–Venga vaaaleee –cedió Laura, y comenzó a contarles la historia, pero a su manera–. Erase una vez una princesa que vivía encerrada en una torre –comenzó.
–Una princesa con el pelo muy largo y un vestido rosa –añadió Alejandra.
–Y una torre muy alta y con una ventana muy pequeñita –dijo Claudia gesticulando con los dedos.
–De acuerdo –prosiguió Laura–. Erase una vez una princesa con el pelo muy largo y un vestido rosa que vivía encerrada en una torre muy alta y con una ventana muy pequeñita. La princesa siempre había vivido allí, y no sabía lo que era la libertad. Solo veía el mundo exterior a través de la ventanita. La joven se pasaba día y noche mirando hacia el horizonte, soñando con ser libre, aunque no sabía cómo conseguirlo. Un buen día, la muchacha se cansó de esperar y decidió buscar una manera de bajar de allí.
– ¡Nooo! No es así –gritó Alejandra enfadada–. Tiene que esperar al príncipe.
–Ya –Claudia se puso de parte de su gemela–. El príncipe guapo y valiente va en su caballo blanco hasta la torre de la princesa y la salva.
–No, en esta historia no –exclamó Laura.
–Pero, ¿por qué? Sin el príncipe la princesa no va a poder salir –las niñas seguían aferradas a la narración clásica.
– ¿Por qué? Pues porque hoy en día las princesas se pueden valer por sí mismas para ser libres –les dijo la adolescente firmemente–. Y ahora dejadme acabar de contaros el cuento.
Las dos pequeñas se quedaron calladas y mirando expectantes a su prima, aunque se notaba el desconcierto en sus caritas. Laura prosiguió con su relato.
–Como iba diciendo. Un buen día, la muchacha se cansó de esperar y decidió buscar una manera de bajar de allí. Pensó en bajar por la pared de la torre valiéndose de sus manos y piernas. Eso sí, antes de nada, se quito el pesado e incomodo vestido que llevaba puesto y que le apretaba tanto que casi no le dejaba respirar. También cogió un par de tijeras y se cortó su larga melena a la altura de las orejas, ya que le molestaría para bajar. Por último, tiró los zapatos de tacón a la esquina más alejada de todo el torreón.
–Ugh, que fea –Claudia arrugó la nariz.
–Así ya no es una princesa –continuó Alejandra.
–Sí, Alejandra, sigue siendo una princesa. Lo que pasa es que antes era la princesa que todo el mundo quería que fuera, esa chica perfecta e indefensa. Ahora es la princesa valiente que ella misma quiere ser. Y no tiene por qué estar fea Claudia. Además, no importa lo que lleves puesto ni tampoco la largura de tu pelo. Lo que importa es cómo eres por dentro.
Ambas parecían comenzar a entender el verdadero significado de la historia.
–Cuando ya estaba preparada, se asomó por la ventana y, poco a poco, agarrándose con fuerza a la pared, logró llegar hasta el suelo. Era la primera vez que sentía la hierba bajo sus pies, la primera vez que podía correr sin detenerse, la primera vez que se sentía verdaderamente libre. Y así vivió el resto de su vida. FIN –concluyó Laura.
Tanto Claudia como Alejandra la miraban ensimismadas. Entonces esa última se levantó y se despojó del vestido que llevaba puesto.
–Ya no quiero ponerme esto. Me molesta y no puedo jugar –dijo a la vez que lo tiraba al suelo.
–Y yo tampoco le puedo darle patadas al balón con estos zapatos –declaró Claudia mientras se quitaba las bailarinas.
Seguidamente Alejandra apareció con unas tijeras y comenzó a cortarse el pelo a la altura de las orejas.
–Así ya no me darán tirones al peinarme.
–Yo tampoco quiero más tirones –anunció su hermana cogiendo, igualmente, unas tijeras.
Laura no las detuvo, pues las niñas habían entendido por fin que por ser chicas no tenían que parecerse a unas muñequitas. Habían entendido que debían ser tal y como eran, tal y como las personas que eran.
Después empezaron a jugar las tres juntas, haciéndose cosquillas y tirándose por el suelo, sin importarles ya la ropa ni las apariencias. Ellas también se sintieron libres.
¡Hola a tod@s! Bueno, solo quería decirles que espero que la historia les haya servido para reflexionar un poco sobre estos temas. Y también quería comentar que Laura es una de las protagonistas de una novela que pretendo comenzar lo antes posible y en la que probablemente introduzca este fragmento o uno similar. ¿Qué os parece?
Espero que lo hayáis disfrutado. ¡Hasta pronto!
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