6. La cena
No me podía creer lo que decía.
—¿Por qué no me lo dijiste cuando te pregunté?
—Te conozco bien y sé que te hubieras inventado cualquier excusa para librarte de asistir a la cena—respondió.
—N-no es cierto...—musité.
No quería admitir que me conocía demasiado bien. Esas reuniones me parecían aburridas y demasiado incómodas porque no conocía a nadie. Ya había tenido bastante de esos eventos cuando papá todavía vivía con nosotros.
—Tranquilo, aquí no tenemos que ser una familia trofeo—dijo mamá como si me hubiera leído el pensamiento—. Es una cena informal con mi amiga Laura y su familia. Creo que sus hijos tienen tu edad. Seguro que se llevan bien.
Nos comimos las pizzas y mi plan era repasar un poco para los exámenes y pasar el resto de la tarde con mis cómics. Pero mamá tenía otros planes muy diferentes para mí.
Llevábamos horas en la cocina. Ella cocinando y yo cortando verduras. Aquí estaba... llorando por una maldita cebolla. Mamá removía algo en un caldero y podía oír cómo trataba de ocultar sus risas cada vez que yo me quejaba de las cebollas. Al final se me ocurrió hacer algo que vi en TikTok.
Solté el cuchillo y fui a mi habitación. Revolví en la parte baja de mi armario hasta que encontré lo que buscaba. Regresé a la cocina bajo la atónita mirada de mamá.
—Pero, ¿qué coj...?
—Es un experimento. Voy a ver si funciona.
—¡Espera! Tu tía no puede perderse esto—dijo mientras cogía el móvil.
No sabía qué iba a hacer hasta que escuché la voz de mi tía. Mamá le había hecho una videollamada.
—Mira a tu sobrino. Dice que va a hacer un experimento que vio en Tiktok.
Las carcajadas de la tía resonaban por toda la cocina.
—¿En la cocina con unas gafas de buceo? ¡Sorpréndeme!
Mamá enfocó el teléfono para que yo pudiera ver a la tía. Para mi sorpresa, la prima Simone también estaba presente a través de la pantalla. No paraban de reírse.
Ignorándolas, cogí el cuchillo y la cebolla. No tenía mucha esperanza de que funcionara, pero si había una mínima posibilidad de evitar seguir llorando, lo haría con mucho gusto.
Para mi sorpresa, a pesar de sentirme incómodo y bastante ridículo con las gafas de buceo puestas, el truco funcionó.
—¡Funciona! —exclamé. — Puedo cortar cebollas sin llorar.
—Con lo bueno que es llorar y los jóvenes de hoy en día haciendo todo lo posible para evitarlo...—inquirió la tía. Mamá se mostró de acuerdo con ella.
Todas volvieron a reírse y nos desearon mucha suerte con la cena. Un rato más tarde habíamos logrado terminar la receta especial de la abuela y unos aperitivos. Los invitados se encargaban del postre y de las bebidas.
Estaba en mi habitación jugando con la Nintendo, pero no lograba concentrarme. No sabía por qué, pero me sentía ansioso. No había vuelto a tener noticias de Número Desconocido desde por la mañana ni había contestado a mi última pregunta.
Miles de preguntas inundaban mi mente, muchas sobre la identidad de la persona que se escondía tras ese número de móvil. Traté de recopilar la escasa información que tenía sobre esa persona, pero sin éxito. No sabía absolutamente nada, solo que me conocía.
Cogí el móvil y vi con sorpresa que su número estaba en mi lista de contactos. Ni me había molestado en poner su nombre. Solome había limitado a poner tres interrogantes, haciéndolo absurdamente misterioso.
Examiné su perfil de WhatsApp y no había nada que me permitiera identificarlo. Su foto era la de un labrador retriever de color beige, de cara amigable. Tampoco había nada en su estado.
El timbre me sobresaltó. Traté de tranquilizarme y dejar de pensar en la persona a la que le había enviado corazones por error.
—Brian, ¿puedes abrir tú? No he terminado de prepararme—dijo mamá desde su dormitorio.
Suspiré resignado y, tras guardarme el móvil en la sudadera, salí de mi habitación para recibir a los invitados. No entendía a las mujeres. ¿Era necesario acicalarse tanto para una cena tan informal como la que se suponía que íbamos a tener?
Sujeté el tirador de la puerta y tiré a la vez que movía la silla de ruedas hacia atrás. Era una habilidad que empezaba a controlar. Y esos pequeños avances me hacían sentirme orgulloso de mí mismo.
Tras la puerta se encontraban tres personas; un hombre, la amiga de mamá y la que supuse que era su hija.
—Buenas noches—dije a modo de saludo.
—Hola Brian, encantada de conocerte. Tu madre me ha hablado mucho de ti. —La mujer me dedicó una cálida sonrisa. —Soy Laura, él es mi marido Gabriel y mi hija Julia.
Julia me pareció bonita. Había heredado el pelo castaño de la madre y los ojos ambarinos del padre. Daba pequeños saltitos y no entendía el motivo hasta que el viento frío se coló en el interior de la vivienda.
Sin más dilación, les indiqué que entraran y esperamos a mamá en el salón. Ella me lo agradeció con una tímida sonrisa. La familia al completo se deshizo de los abrigos y Laura me pidió que la condujera hasta la cocina para dejar los postres y las cosas que habían traído.
—¡¿Helen se ha vuelto loca?! —exclamó ella con asombro—. Hizocomida para un regimiento.
—Es mejor que sobre a que nos quedemos con hambre—dijo mamá, que apareció maquillada y con un vestido sencillo. —Además, tuve un ayudante de lo más original y creativo.
Mamá me sonrió y supe que se refería a mi experimento con las cebollas. Esperaba que no lo contara, me daba un poco de vergüenza.
Ambas amigas se fundieron en un abrazo y, tras bromear entre ellas, empezamos a llevar las cosas al comedor. Hacía tiempo que no veía a mamá tan feliz y relajada. En ese momento entendí que esta simple cena era importante para ella.
Me encargué de llevar el plato con los embutidos. Me lo puse en el regazo y, con cuidado, maniobré la silla con ambas manos. Julia me vio y, al contrario de lo que hacía la gente, ni se inmutó con lo que hacía y entró en la cocina para llevar más platos.
De hecho, nadie de esa familia parecía sorprendida con mi silla de ruedas ni con mis piernas amputadas por debajo de la rodilla. Mamá seguramente les había hablado de mí, pero no era lo mismo que te lo dijeran a que lo vieras con tus propios ojos. Era extraño, pero agradecía mucho esa normalidad.
—Espero que les guste la comida. Hacía tiempo que no hacía platos tan elaborados—dijo mamá.
—Por el aroma y la pinta que tiene, intuyo que debe estar rico—afirmó Gabriel.
Durante la velada me enteré de que Julia estaba en el segundo año de la carrera de veterinaria y que le encantaban los animales; Gabriel tenía mucho trabajo y echaba de menos pasar tiempo con su familia; y Laura trabajaba como informática en la misma empresa que mamá. También tenían un hijo que no había podido venir a la cena.
Había muy buen ambiente en la cena y llegué a disfrutar un poco. Estábamos saboreando la tarta de manzana cuando el ambiente cambió radicalmente.
—¿Te gustan los deportes, Brian? —preguntó Laura de improviso. Sus ojos azules me observaban con curiosidad.
Sentí un nudo en el estómago y vi cómo los hombros de mamá se tensaban un poco. La mujer esperaba una respuesta y yo no sabía qué responder. Por suerte, mamá salió al rescate.
—De pequeño era muy deportista, pero cuando llegó la adolescencia cambió el deporte por la Nintendo y todos esos jueguitos de cargarse a la gente. No entiendo cómo pueden gustarles esas cosas a los jóvenes de hoy en día...
Volví a recordar la sensación del balón entre mis manos y sentía que se me encogía el corazón; no lograba superarlo. Necesitaba pensar en otra cosa rápido y desvié mi mente a averiguar si Julia era Número Desconocido.
Para comprobarlo, decidí escribirle.
Brian: La tarta de chocolate está deliciosa.
???: Parece que tienes mal el sentido del gusto, la tarta es de manzana.
???: Por supuesto que está deliciosa, mi madre tiene buena mano para la cocina.
???: 🙂🙂🙂
Brian: Voy a contratarla. A mi madre la repostería se le da fatal.
Brian: Es un secreto. 🤐🤐
Miré con discreción a Julia y vi que sonreía con el móvil en las manos. «¡Bingo! Ella es número desconocido», pensé. Nuestros ojos se encontraron y sonrió aún más.
Después de la cena los mayores se pusieron a hablar de política en el salón y Julia y yo nos alejamos de la conversación. Nos pusimos a hablar de series y música. Su compañía era muy agradable y me sentí con más confianza para hablarle del chat.
—Siento mucho haberte enviado corazones por la cara—empecé a decir—. Mi móvil se cayó y se volvió loco.
Ella me miró con extrañeza, pero no dijo nada.
—Me puse nervioso porque no sabía quién eras hasta ahora, pero tú a mí sí me conocías.
La cara de Julia pasó del asombro al enfado y me miró.
—Brian, mi padre es policía y muchas historias que empiezan con charlas con desconocidos en línea acaban fatal—dijo con seriedad. —Por favor, ten cuidado la próxima vez.
Se llevó las manos a la cabeza y dijo algo entre dientes que no pude captar. Luego me volvió a mirar con cierto alivio y un toque de diversión reflejado en la cara.
—Por suerte para ti, sé quién se esconde tras la pantalla...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro