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32. El partido de hockey

Por fin había llegado el día más esperado del año para el club deportivo MovingLife. Nuestros jugadores del equipo de hockey en silla de ruedas eléctrica iban a disputar la última ronda de partidos que nos llevaría directos a la Liga Nacional.

En la jornada de hoy se iban a realizar un total de siete partidos repartidos a lo largo del día; cuatro por la mañana y tres por la tarde, con un descanso de dos horas en medio de la jornada.

Las gradas estaban a reventar de personas; entre ellas se encontraban familiares y amigos de los jugadores, patrocinadores, miembros de los diferentes clubes deportivos y voluntarios. Todos venían a apoyar a los equipos y a disfrutar del espectáculo deportivo.

—Toma—dijo Iván—. Aquí tienes el programa. Nuestro equipo juega cuando termine este.

Iván se había quedado en las gradas conmigo porque no tenía la acreditación necesaria para estar con el equipo técnico; uno de sus objetivos para este año era obtener dicha acreditación y para ello tenía que hacer un curso con examen incluido y superar el período de prácticas.

El partido que se desarrollaba ante nosotros culminó con la victoria aplastante del equipo local, uno del sur. Los vítores y aplausos inundaron las gradas y el equipo ganador lo celebró con gritos de alegría y abrazos entre sus jugadores.

—El equipo que acaba de ganar es de los mejores de la temporada—informó Laura.

—Esperemos que nuestros chicos puedan con ellos—expresó mamá.

Los árbitros abrieron las protecciones que delimitaban la pista de juego, que era rectangular con las esquinas redondeadas, y los jugadores salieron en fila india para reunirse con sus entrenadores y el equipo técnico en sus áreas de equipo correspondientes.

Vi la cabellera pelirroja de Daphne y a algunos miembros del equipo técnico de nuestro club dirigiéndose hacia su área de equipo. Los árbitros volvieron a abrir las protecciones y los jugadores entraron en la pista de juego.

La equipación de Lucas y su equipo era de color azul marino y el de la portera era negro con círculos azules. En el espaldar de la silla de ruedas eléctrica cada jugador llevaba una lámina con la inicial del nombre y el primer apellido, el logotipo del club y el dorsal; el de Lucas era el 8.

Los jugadores de ambos equipos se colocaron en fila y saludaron al público. Cada equipo estaba formado por cuatro jugadores y un portero. A la señal del árbitro, los jugadores se colocaron en sus posiciones. Lucas y la capitana del equipo contrario, identificados con bandas en el brazo, se acercaron al árbitro en la mitad del campo y, con una moneda al aire, se decidió qué equipo realizaba el saque de inicio.

La bocina dio comienzo al partido y el equipo contrario realizó el primer saque. Las sillas de ruedas eléctrica se movían a gran velocidad y me sorprendió mucho que no se chocaran continuamente.

—¡Vamos MovingLife! —vociferó Laura —. ¡A por todas!

Tras veinte minutos de juego pasando nervios y gritando para animar a mi chico, la primera parte del partido terminó con un marcador de 4-1, ganando nuestros jugadores. Después de diez minutos de descanso, el partido se reanudó y pasaron otros veinte minutos de sufrimiento. Ganamos con el marcador a 7-3.

—¡Ganamos! —gritó una mujer—. ¡Lucas, eres el mejor!

—Lucas tiene un buen grupo de fans—observó Iván.

—No me extraña—dijo Laura—. Vinieron casi todos los de la asociación...— Señaló hacia un punto de las gradas y vimos a Dimitri y a Bianca junto con un numeroso grupo.

El siguiente partido estuvo más reñido, pero después de que Lucas hiciera magia con la silla de ruedas y anotara seis puntos para el marcador, logró posicionar la balanza a nuestro favor y ganamos otro partido.

Julia se puso en pie y sacudió la pancarta que había hecho con una foto de Lucas y la frase «A por todas, hermanito». Lucas la vio desde la pista de juego y la saludó con una sonrisa en la cara.

—Ahora toca la pausa para el almuerzo—comentó Laura.

Salimos de las gradas y nos encontramos con el equipo técnico del club.

—¡Buen trabajo, equipo! —. Henry, el entrenador, estaba orgulloso de su equipo—. Si seguimos con esta energía y buena actitud, podremos con el equipo del sur.

Cuando la gente se dispersó un poco, me acerqué y abracé a Lucas por detrás. Él sonrió y alzó la cabeza para mirarme.

—¿Cómo estás? —pregunté.

—Un poco cansado, pero con ganas de machacar al equipo rival.

—¡Esa es la actitud! —afirmé—. Te recomiendo que comas algo ligero para que estés con las pilas recargadas en el partido de la tarde.

Lo sabía por experiencia propia. Había jugado muchos partidos y, si bien el cansancio físico era diferente en el baloncesto con respecto al de hockey, el esfuerzo mental era igual o superior. Por esa imprescindible tener buenas reservas de energía y claridad mental.

Lucas asintió y le di un beso en la mejilla


Ya estábamos de vuelta en las gradas y preparados para apoyar a nuestros jugadores en el momento más importante del día y por el que habían hecho tanto esfuerzo estos últimos meses. Era hora de enfrentarse al último partido. Estaba más nervioso que nunca y no era el único.

Lucas, antes del comienzo del partido, nos buscó con la mirada entre el público de las gradas y nos levantamos de nuestras butacas para saludarlo y animarlo con la pancarta improvisada que había hecho Nozomi durante el almuerzo. El cartel decía: «La pandilla del Hogwarts Legacy está contigo, Lucas».

Su familia, incluido su padre, que había podido escaparse de la comisaría para ver el partido más importante, también estaba de los nervios, pero se levantaron para animar y aplaudir a su hijo. El chico sonrió y vi cómo su postura corporal se relajaba un poco.

—Me va a dar un ataque—me dijo mamá—, había olvidado esta sensación. Tus partidos también eran muy estresantes.

Ambos nos echamos a reír y descubrí que ya no me dolía recordar mi pasado; ahora lo recordaba con nostalgia. Miré a mi alrededor y vi a la gente que había conocido en esta pequeña ciudad y me sentí agradecido por tenerlos en mi vida.

El partido empezó y el equipo del sur nos puso las cosas bastante difíciles. Eran muy buenos y aplicaban buenas estrategias, pero nuestros jugadores lo compensaban con su buena actitud y la agilidad y rapidez en el manejo de las sillas de ruedas eléctricas. En la primera parte, el marcador quedó igualado para ambos equipos con tres puntos.

—Por ahora van empatados—comentó Gabriel—, a ver si desempatan en la segunda parte y ganamos.

—¿Qué pasaría si siguen empatados en la segunda parte? —pregunté. Lucas me había explicado las reglas básicas del juego, pero esta situación la desconocía.

—Hay una prórroga y luego penaltis, aunque es bastante raro que suceda...—explicó el policía.

—Así es—afirmó Iván—. Después de la segunda mitad del partido hay un descanso de cinco minutos y luego una prórroga de diez minutos. Si no se desempata, vamos a penaltis.

La bocina volvió a sonar y, en la segunda mitad del juego, Clarissa se lució parando la pelota con el T-stick y evitando que entrara en la portería. El público gritaba emocionado cada vez que ella la paraba de forma espectacular.

—¡Esta chica vale su peso en oro! —gritó alguien del público.

De un momento para otro, el equipo rival nos sacó ventaja por varios puntos y nuestro equipo lo había dado todo para igualarlos, casi al final del tiempo por lo que volvíamos a estar empatados.

—Como vayamos a penaltis, me van a tener que sacar en ambulancia—aseguró Nozomi.

El juego se volvió a reanudar con la prórroga y el equipo rival anotó dos puntos en el marcador. Nuestros ánimos decayeron, pero, con una hábil jugada, la más joven de nuestro equipo marcó un gol con el stick de mano y anotó un punto a nuestro favor.

—Que no haya penaltis, por favor—suplicó Laura—. Tienen que estar agotados...

Con una rapidez asombrosa, Lucas se apoderó de la pelota y la metió en la portería, anotando dos puntos más en el marcador y logrando empate. El público aplaudía como loco y nosotros cruzábamos los dedos para que consiguieran desempatar.

Quedaba un minuto de juego y había empate. Si no ocurría un milagro, íbamos a tener problemas. Lucas estaba exhausto y el flequillo, que llevaba sujeto con una horquilla, se le había soltado y ocultaba una pequeña parte de sus gafas. Sopló logrando apartarse el pelo de la cara y, con la mirada un poco perdida, trató de buscar la pelota sin éxito.

En ese momento, supe lo que tenía que hacer. Me levanté de la butaca y, con todas mis fuerzas, grité para que él me oyera:

—¡Recuerda que eres Super Lucas! ¡Tú puedes!

El público empezó a corear «Super Lucas» y vi que él se echaba a reír desde la pista de juego. De repente, aceleró con la silla y maniobró hasta hacerse con el control de la pelota. Logró esquivar a sus oponentes y, sin que el portero lo viera venir, marcó un gol y desempató el marcador. Un segundo después, sonó la bocina dando por finalizado el partido.

Las gradas casi se vienen abajo por la alegría del público y la nuestra. Habíamos ganado. Lucas había llevado a su equipo a la victoria y ahora lo estaba celebrando en la pista con sus compañeros de equipo.


Cuando nos dejaron, bajamos de las gradas y nos unimos al equipo para celebrarlo.

Como si algo se hubiera apoderado de mí, me hice paso entre la gente y llegué hasta Lucas. Él tenía una gran sonrisa en la cara y me miraba expectante. Me acerqué a su rostro y lo besé.

Lo besé delante de nuestros amigos, de la gente del club, de nuestra familia.

Él me devolvió el beso delante de todo un gimnasio abarrotado de gente.

—Esta es la salida de armario más espectacular que he visto en mi vida—dijo Lucas sin poder dejar de reírse.

—Cierto—respondí.

Me encontré con los ojos azules de Lucas fijos en mí y arropado por la gente que me quería y ahí lo supe. Había encontrado mi lugar.









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