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20. El restaurante

Después de pasar la noche en casa de los Scott, desayunamos bastante tarde y ayudamos a limpiar los restos que quedaban de la fiesta. Todos teníamos aspecto cansado y resacoso, a pesar de no haber probado ni una gota de alcohol.

Las conversaciones escaseaban, ya que muchos poníamos nuestro mayor esfuerzo en intentar mantener los ojos abiertos. Otros, como Daphne, estaban rebosantes de energía y limpiaban con brío e, incluso, tenían fuerzas para bromear.

Iván se acercó a mí y me miró de forma significativa.

—¿Todo bien, bro?

—Sí, ¿por qué? —pregunté intrigado.

—¿Recuerdas algo de anoche?

—Estoy un poco en blanco y eso que solo bebí refresco.

—Yo también bebí refresco; estoy medio atontado y no recuerdo gran cosa—respondió—. No recuerdo nada de lo que pasó después del juego.

Mi corazón latió desbocado al comprobar que mi último recuerdo era del beso con Lucas. Miré a mi alrededor buscándolo y no lo encontré; los hermanos Hamilton se habían esfumado.

—¡Gente! —Daphne nos llamó a todos desde la cocina—. ¿Han visto los vasos y las botellas? Han desaparecido y juraría que anoche estaba todo sobre la mesa.

Llegué a casa con bastante sueño y me eché en mi cama. Sentí que aporreaban con fuerza mi cabeza y me oculté bajo la almohada. El ruido no cesaba y salí de mi escondite para descubrir que no era mi cabeza la que estaban aporreando, sino la puerta de mi habitación.

Saqué fuerzas de donde pude y me arrastré hasta la silla de ruedas para abrir; las prótesis estaban tiradas bajo mi escritorio. Mis primas Simone y Valerie, de veinte y quince años respectivamente, me esperaban al otro lado de la puerta con enormes sonrisas en la cara.

—¡Sorpresa! —exclamaron al unísono.

Abracé a ambas y fuimos hasta el salón donde me aguardaban más sorpresas. Mamá, con un vestido rojo con brillos y unos zapatos con un poco de tacón, hablaba con mi tía Bethany y su pareja Pierre en el sofá del salón.

Las luces estaban encendidas por lo que miré por la ventana y vi que era de noche. Hice cálculos mentalmente y deduje que había dormido más de diez horas. Algo bastante inusual en mí.

Interrumpieron la charla cuando me vieron llegar y se levantaron para saludarme.

—¡Por fin has regresado de entre los muertos! —dijo mi tía entre risas.

—¿Qué bebiste anoche, Brian? —preguntó mamá con tono serio.

—No bebí nada de alcohol, solo refresco, pero me siento extraño... Hay cosas que no recuerdo.

Mamá parecía pensativa y cogió su móvil.

—Ve a la ducha y ponte la ropa que dejé en tu baño—ordenó mientras escribía algo en su móvil—. Y date prisa porque vamos a llegar tarde al restaurante...


Llegamos al restaurante de Dimitri, el Renaissance, y era totalmente diferente a los que solía ir con papá. Parecía un lugar atrapado en el tiempo con vidrieras y enormes claraboyas que se fusionaba con elementos decorativos muy modernos. Cada rincón del local estaba pulcramente decorado. Repartidas por toda la estancia había pequeños arreglos florales de colores navideños.

—¡Es impresionante! — Mamá miraba boquiabierta cada rincón del restaurante y mis tíos se rieron.

—Espera a leer la carta—dijo Simone—. Los platos tienen nombres chulos.

El restaurante estaba lleno y tuvimos que esperar a que nos atendieran. Una camarera ataviada con el uniforme del restaurante y que iba en silla de ruedas eléctrica se acercó hacia nosotros.

—¡Bienvenidos al Renaissance! ¿Tienen reserva? —preguntó la mujer mientras consultaba una pequeña Tablet.

—¡Bianca! ¿Qué haces así? —preguntó mi tía entre risas—. ¿Te parece poco el trabajo que tenemos en la oficina?

Pierre y mis primas se echaron a reír. La pelirroja despegó los ojos de la Tablet y miró a mi tía.

—¡Bethany! No te había visto...—respondió con una sonrisa—. Han surgido algunos imprevistos y acabé echando una mano aquí...

—Por lo que veo, están a tope—comentó mamá.

Bianca asintió y añadió:

—Menos mal que hicieron reserva porque están todas las mesas ocupadas. Voy a comprobar algo y les acompaño hasta la mesa. Son seis, ¿cierto?

—Sí.

Se alejó hacia el fondo de la estancia y volvió al poco tiempo.

—Ya está la mesa lista—anunció.

La mujer nos condujo hasta una de las mesas largas del fondo que estaba situada en la zona de las claraboyas. Nos estregó la carta y tomó nota de las bebidas que íbamos a tomar en la tablet.

Hojeé la carta y me reí con los nombres de los platos; eran muy originales; mi prima tenía razón... Lujuria de demonios, susurros del bosque, campanitas de navidad, alas de ángel, danza de vampiros. Parecía que la carta estaba ambientada en la temática de fantasía.

—Me pregunto a quién se le habrán ocurrido esos nombres...—dijo mi tía entre risas.

—Me llama la atención la combinación de ingredientes—expresó mamá—. Estoy segura de que va a ser todo un espectáculo culinario.

Un camarero pálido y ojeroso nos entregó las bebidas y el pan. Cogí un trozo y me encantó. Pierre propuso pedir entrantes y estuvimos de acuerdo. Cuando teníamos claro lo que íbamos a pedir, avisamos al camarero y vino la pelirroja.

—¿Ya saben qué comer? —preguntó Bianca. Asentimos y pedimos.

No pasó mucho tiempo hasta que una camarera rubia con aspecto enfermizo, que parecía estar al borde del desmayo, trajo la ensalada y las tiras de berenjena con miel. Mi tía se echó a reír cuando la vio y le habló:

—¡Katerina! ¿También te reclutaron?

—Ya ves—dijo con voz suave—. Esto es lo que pasa cuando alguien de la familia tiene un restaurante y anda escaso de personal. —La mujer puso los ojos en blanco y sonrió.

Después de los entrantes llegaron los platos y alucinamos con la explosión de sabores, la textura y la presentación de los platos. Era una clara fusión de cocina tradicional con la cocina de vanguardia.

A pesar de estar todavía un poco atontado por la fiesta de la noche anterior y de seguir sin recordar algunas cosas, disfruté mucho de la comida y del tiempo que pasamos en familia. Al final de la velada aparecieron Dimitri y Bianca.

—Espero que les haya gustado la comida—dijo el chef.

—Y que hayan pasado un buen rato todos juntos—añadió Bianca.


Era bastante tarde cuando salimos del restaurante, pero, igualmente dimos un paseo por el parque antes de regresar a casa. Las luces navideñas que decoraban los árboles y las farolas, nos permitieron tener una visión nítida de lo que había a nuestro alrededor.

La silla de ruedas la había dejado en casa y fui andando solo, pero tenía el apoyo de mamá cuando había obstáculos o el pavimento estaba un poco resbaladizo. Poco a poco iba dejando de sentir las prótesis como algo extraño, lo cual era una buena señal.

Tenía una duda rondando por la cabeza y no me atrevía a formularla, porque sabía que no estaba preparado para escuchar la respuesta y tampoco quería estropear el ambiente alegre y festivo que había en la familia. Me preguntaba si papá se alegraría de saber que su hijo estaba volviendo a andar o seguiría viéndolo como un caso perdido.

—Helen, ¿recuerdas cuando jugábamos al escondite en esta zona? —preguntó la tía.

—¡Cómo olvidarlo! Hicimos muchas travesuras en este parque—admitió con nostalgia—. Una vez me perdí y no me encontrabas por ninguna parte; nunca te había visto llorar tanto como aquel día.

—Qué mal lo pasé. Era la primera vez que salíamos solas a jugar y yo tenía la responsabilidad porque era la hermana mayor. Tenía miedo de que nuestros padres me castigaran por haberte perdido.

Todos estábamos atentos a lo que contaba ellas mientras paseábamos. Me paré para sentarme en un banco a atarme los cordones cuando escuché a  alguien llorando. Tuve un dejà vu. Ya había estado en una situación similar cuando atacaron a Lucas.

Barrí con la mirada el lugar hasta que vi a alguien. Me resultaba extrañamente familiar, pero desde donde me encontraba no podía verle los rasgos de la cara. Mi familia no andaba muy lejos, por lo que decidí acercarme a esa persona.

Cuando quedaban pocos metros, reconocí de inmediato a la chica que estaba llorando en aquel banco solitario. Por un segundo se me cortó la respiración al pensar que era Amber, pero sabía que era imposible.

—¿Vicky? ¿Estás bien?

La chica se limpió las lágrimas con la manga del jersey y me miró.

—¡Brian! ¿Qué haces aquí? —Miró a su alrededor con nerviosismo y sujetó con fuerza la bolsa deportiva que tenía en el regazo.

—Estaba paseando por la zona y te vi. ¿Te encuentras bien? —insistí, ya que no me había respondido.

—Una discusión tonta con Chris—dijo restándole importancia al tema—. Gracias por preocuparte por mí.

—Creía que estabas de viaje con tu familia y por eso no podías quedar con nosotros...

—Y así fue, pero hubo un imprevisto y regresamos antes de tiempo.

Vicky volvió a mirar los alrededores y vi cómo sus nudillos se ponían blancos de la presión que ejercía sobre la bolsa. Sus ojos se posaron en mí y me pareció ver un atisbo de preocupación.

—Brian, deberías irte, no quiero ponerte en peligro...—Sus palabras me dejaron impactado. Algo le ocurría. Iba a decir algo, pero el sonido de un móvil nos sobresaltó.

La chica se levantó como un resorte y siguió la melodía hasta un arbusto cercano. Sacó un móvil de entre las hojas y cogió la llamada sin decir nada y colgó. Para mi sorpresa, tiró el dispositivo al suelo y lo pisó hasta romperlo, dejándolo inutilizable.

—¿Puedo pedirte un favor? —dijo volviéndose hacia mí. Asentí con la cabeza.

—No le cuentes a nadie lo que has visto, ni siquiera a Daphne. —Las lágrimas resbalaban por sus mejillas—¡Corre a casa, Brian!












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