14. Caída, Hogwarts Legacy y cena familiar
La casa de Lucas era un poco más grande que la mía. Era una casa terrera de una sola planta con unas jardineras a los lados de vivos colores y bien cuidadas. La entrada era totalmente accesible para personas con movilidad reducida.
Unos ladridos procedentes del interior llamaronmi atención. Julia, la hermana de Lucas, me abrió la puerta y me saludó con una sonrisa jovial mientras sujetaba a un perro de color beige que queríalanzarse sobre mí.
—Hola Brian, me alegro de verte. Ya llegaron todos.
—¡Hola! ¿Quién es este perrito tan juguetón?
—Es Luna, nuestra labradora retriever.
Entré en la casa y Julia soltó a Luna, que aprovechó para oler la silla de ruedas y lamerme las manos. Le rasqué detrás de las orejas y la perrita meneó la cola con mucha efusividad.
Desde la ventana del salón se podía ver un pequeño patio trasero con una mesa de picnic y un viejo árbol del que colgaba un columpio igual de viejo.
En el salón había mucho escándalo. Lucas estaba sentado en el enorme sofá con una chica asiática que no conocía mientras se quejaba de lo difícil que era el juego. Iván estaba en el suelo con el mando de la PlayStation y Daphne al lado tratando de quitárselo.
El fisioterapeuta me había ordenado ponerme las prótesis, aunque utilizara la silla de ruedas. Quería que me levantara y diera pequeños pasos, fuera a donde fuera. Me puse de pie sujetándome firmemente a la silla de ruedas y di unos pasos hasta el sofá, donde había un hueco al lado de Lucas.
—¡Qué alto eres, Brian!—exclamó Daphne. — ¿Cómo te va con las prótesis?
—Creo que lo voy controlando poco a poco...
Nada más decir eso, me fallaron las fuerzas y aterricé prácticamente encima de Lucas; la amiga se había apartado a tiempo. Intenté incorporarme como pude, pero las prótesis se habían bloqueado con algo.
—Pues si eso era tenerlo más o menos controlado... —dijo Iván.
Todos parecían estar ocupados riéndose, incluido el propio Lucas. Al final fue Julia quien me ayudó. Pensé que era la seria del grupo, pero me fijé en que estaba conteniendo la risa.
Cuando por fin estaba sentado al lado del rubio, Julia se disculpó y se retiró a su habitación. Dijo que tenía que estudiar para los exámenes de la universidad. Luna la siguió obedientemente.
Aproveché para preguntarle a Lucas:
—¿Estás bien?— Él asintió y juraría que sus orejas se pusieron rojas como el pelo de Daphne.
—Sí, no te preocupes. Fue un accidente.
Lucas se giró hacia su amiga, que estaba al otro lado del sofá, y me la presentó.
— Ella es Nozomi, una amiga del instituto. Nozomi, Brian, un amig...—Ella lo cortó.
—El chico que envía corazones por accidente, ¿cierto?
Lo miré asombrado y ella se encogió de hombros, restándole importancia.
—Estaba delante cuando llegó el mensaje.
Iván y Daphne pusieron el juego en pausa y nos miraron boquiabiertos.
—¿Qué chisme nos hemos perdido? —preguntó ella.
—Ninguno—atajé. —¿Cómo va el juego? ¿Algún avance?
—Seguimos atascados, pero eso no es lo importante ahora. ¿De qué corazones hablan?— Insistió Iván.
Ignoré el bombardeo de preguntas y estuve a punto de alcanzar el mando, pero Nozomi fue más rápida y, en un abrir y cerrar de ojos, logró pasar el nivel que tanto le costaba a Lucas.
—¿Cómo lo hiciste?—dijo Lucas incrédulo. —Llevo tres meses en bloqueado con esta parte
—Busqué un tutorial en Internet. —Respondió ella como si fuera lo más lógico del mundo.
Nos quedamos jugando a turnos hasta la noche. Poco a poco, todos se fueron y yo me quedé el último. Iba a despedirme cuando la puerta se abrió y aparecieron los padres de Julia y Lucas.
Ambos venían cargados de bolsas y, además, el padre llevaba tres pizzas. Él me saludó con un gesto de la cabeza mientras que su mujer no se percató de mi presencia.
—¡Ya estamos aquí! Chicos, vengan a cenar, hemos traído pizzas—anunció Laura.
—Tenemos visita—informó Lucas.
—¡Brian!—Ella dejó las bolsas en la mesa del comedor y se acercó a saludarme. — ¿Cómo estás? Me ha dicho Helen que te va de maravilla con las prótesis.
—Bueno, voy poco a poco... —respondí con cierta vergüenza.
El maldito Lucas se desternillaba de risa detrás de mí. Algo que a su madre no le gustó y lo reprendió.
—Deja de reírte o te quedas sin pizza. ¿Dónde está tu hermana?
—En su habitación estudiando.
—Dile que venga a cenar. Yo no sé si esta chica estudia o no, pero siempre que paso por su habitación la veo viendo las series de los chinos esos que están tan de moda.
—Se llaman k-dramas, mamá—aclaró Lucas. —Y no son chinos, son coreanos.
—Y tú también los ves, por supuesto—dijo ella con resignación.
—No mamá, yo leo Webtoon.
—Y también juegas con Harry Potter—añadió el padre.
Me reí. Lucas puso los ojos en blanco y fue a buscar a su hermana. Me quedé hablando con los padres de todo un poco.
—Brian, quédate a cenar con nosotros y luego te acercamos a tu casa. ¿Te parece bien? —sugirió Laura.
—No quiero molestar—respondí.
—Bobadas. Tenemos pizzas de sobra para todos.
Gabriel Hamilton, después de dejar las cosas en la cocina y poner la mesa, me hizo un gesto para que me sentara junto a él.
—Estás en el mismo instituto de Daphne, ¿no?
—Sí, y en la misma clase.
El hombre asintió con la cabeza y me hizo un montón de preguntas a cuál más extraña. Por suerte, llegaron Lucas y Julia y el policía dejó el interrogatorio, actuando como si no hubiera pasado nada.
Luna pasó gran parte de la cena echada a los pies de Lucas y, de vez en cuando, nos ponía ojitos para atrapar un trozo de pizza, algo que no conseguía con tanta facilidad. Pero, juraría que vi al policía dándole trozos de pepperoni por debajo de la mesa.
La cena con los Hamilton estuvo entretenida y no parecía el prototipo de familia modelo que estaba acostumbrado a ver entre las amistades de mi padre. Era agradable verlos interactuar sin protocolos ni etiquetas de por medio.
La velada se alargó hasta bien entrada la noche y Gabriel, el padre de Lucas, se ofreció a traerme a casa. Durante el trayecto no volvió a preguntarme nada más relacionado con el instituto. Sin embargo, hablamos de música y de lo cursis que eran las películas de Navidad.
Sentí molestias en los muñones y me maldije internamente. Había estado mucho tiempo con las prótesis puestas y ahora estaba pagando las consecuencias. El fisioterapeuta me lo había advertido.
Por fin llegamos a casa y el hombre me ayudó a bajar de la furgoneta. Me dejó en la puerta y volvió a subir al coche. Antes de arrancar, se despidió y me sorprendió con lo que dijo:
—Brian, ten cuidado con los que te rodean.
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