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Seonghwa

La enfermedad ya no era algo de lo que simplemente se veía en las noticias mientras uno cenaba, era una realidad tan grande que nos había golpeado con demasiada dureza. Se había convertido en una epidemia a nivel mundial.

Todo había comenzado en Japón, algunos pensaban que simplemente eran bromas debido a lo incrédulo de los síntomas y de la enfermedad en sí, cuando hubieron noticias de ella en Estados Unidos la gente empezó a asustarse y en cuanto cada país del mundo levantó la alerta y empezaron a mandar a personas afectadas a cuarentena se desató el pánico.

Tan solo los niños, las parejas realmente enamoradas y aquellos que simplemente no se habían enamorado aún se salvaban de la enfermedad. Aún así la gente tuvo miedo, mucho miedo de amar y no ser correspondido por lo cual aquellos que podían permitírselo se aislaban completamente de la sociedad por temor a infectarse.

El foco de todo había sido un árbol floral, un avance científico, un experimento. Habían intentado que una misma planta diera cientos de flores distintas. Habría sido toda una obra de arte, algo magnífico de no ser porque alguien sin querer echó dopamina y oxitocina, las hormonas que produce el cuerpo humano al enamorarse, en la mezcla errónea. Japón era conocido ya por sus grandes inventos y mejoras biotecnológicas. Al mismo tiempo que aquel inverosímil producto de la ciencia, estaban desarrollando una medicina que calmara física y mentalmente el dolor de un amor no correspondido. Obviamente todo salió mal, llevándonos ahora a esta situación. La enfermedad se transmitía por el aire, con el polen de las flores, siendo imposible escapar de ella aunque se llevara una máscara antigás.

-¡Doctor! ¡Adolescente afectado con grado tres en la sala de operaciones cinco!- Gritó Yeosang, mi enfermero ayudante, mientras corría hacia la sala indicada.

Lo seguí dejando con rapidez los papeles de otro paciente en recepción. Pronto tenía puesta la bata, la mascarilla y la redecilla para el pelo. Cuando entré a la habitación observé el caos en persona. La joven allí tendida no dejaba de toser y vomitar en el recipiente que había al lado de su camilla. Claveles casi enteros caían al suelo. Le pusieron una vía por la nariz y le inyectaron oxígeno bajo mis órdenes en un intento de que pudiera respirar mejor.

-¿Qué hacemos, Seonghwa?- dijo preocupado Yeosang tras su mascarilla mientras los otros enfermeros le daban algunos calmantes a la paciente.

Miré a la chica sufrir, llorando completamente desconsolada, no tanto por el dolor físico sino más bien por el psicológico, ese que la torturaba pensando que aunque saliera de esta con vida, la persona a la que amaba seguiría sin corresponderle sus sentimientos.

-He estado investigando, creo que es posible erradicar la enfermedad si operamos y sacamos la semilla de la flor del corazón.- Contesté dejando de lado todos los posibles fallos que podrían haber en consecuencia y en el mismo proceso de la operación.

-Tenemos que intentarlo, es la única manera de salvarla, está en estado terminal, como mucho le quedan unas dos horas de vida.- Respondió él por lo bajo.

Miré a la chica que me observaba atemorizada, obviamente porque había escuchado nuestra corta conversación.

-¿Estás de acuerdo? En en el peor de los casos podrías morir, en el mejor te libraríamos de la enfermedad, pero si no hacemos nada morirás igualmente.- Le dije con seriedad, no quería ser cruel ni mucho menos, tan solo estaba presentándole los hechos que habían.

Ella se quedó un rato sin moverse, seguramente pensando en sus posibilidades. Finalmente asintió dándome luz verde.

-Bien, debe firmar los papeles conforme a que nos da su completa autorización.- Dije sumamente concentrado en lo que estaba a punto de hacer.

Después de que lo hiciera sedaron a la paciente completamente para que no se despertara en medio de la operación. Habían muchos riesgos en lo que estaba por hacer, desde el hecho de que podría morir, hasta quedarse en un coma permanente, pero ya no podía echarme atrás. Era por el bien de la humanidad.

La operación duró acerca de tres horas puesto que tuvimos que podar los tallos de la flor que se envolvía alrededor de sus pulmones y corazón. Cuando logramos hallar la semilla, situada en una de las cavidades de su corazón, todo fue mucho más fácil de realizar.

Tuvimos que esperar cerca de una semana antes de que la paciente despertara de su coma inducido. Estaba algo aturdida pero se la veía mucho mejor que como había llegado. El hecho de que estuviera viva ya era un logro para nosotros, ahora faltaba saber qué efectos secundarios tenía la erradicación de la semilla de Hanahaki. No queríamos que sufriera ningún shock traumático a la hora de interrogarla sobre ello y por tanto esperamos un poco más para que se recuperara.

Yeosang estuvo revisando su pulso y el suero que estaba conectado a su brazo mientras yo me sentaba al lado de ella.

-¿Cómo te sientes?- Pregunté sonriéndole con amabilidad.

-Bien, más ligera, sin duda es un privilegio poder respirar sin que duela.- Contesto soltando un suspiro de satisfacción.

-¿Y con respecto a tu enamoramiento?- Dije con cautela.

-La verdad es que no siento nada... Como si hubiera un gran vacío en mi corazón, literalmente. Tan solo hay indiferencia.- Se encogió de hombros.

Fruncí el celo extrañado por aquella respuesta tan inesperada.

-¿Y qué hay de tus amigos, padres y mascotas? ¿Qué sientes si hablo de ellos?

-Nada... No siento nada.- Dijo en voz baja dándose cuenta de lo que ello conllevaba.

A pesar de todo, la paciente no demostró aflicción alguna ante las consecuencias de la operación, al contrario, me agradeció por haberle salvado la vida cuando días más tarde recibió el alta.

La operación y exterminio de la semilla de la enfermedad de Hanahaki ha resultado exitoso, sin embargo, y a pesar de que físicamente la persona sale ilesa; las consecuencias emocionales son bastante negativas. El enamoramiento no correspondido precio desaparece por completo pero con él también se pierde cualquier tipo de afecto hacia factores externos ya sean parientes, amigos, mascotas, objetos con valor sentimental, etc. Por lo tanto los dos únicos finales a escoger son la muerte o la vida sin poder amar.

A partir de la extensión de aquella noticia los hospitales fueron llenándose incluso las solicitando la intervención médica. Algunos se arrepintieron después de esta, sintiéndose faltos de alto necesario que no sabían que tenían, un trozo de su humanidad; otros agradecieron seguir vivos con la seguridad de nunca volver a padecer Hanahaki.

Yeosang me acompañó fielmente en cada operación, casi no dormía y cuando lo hacía ni siquiera era en su casa sino en el mismo hospital con tal de no perder el tiempo en caso de urgencia. Sin embargo, esto le estaba pasando factura y podía notarlo en sus ojeras pronunciadas, en la delgadez de su rostro y brazos y en las manos temblorosas cada vez que me pasaba unas pinzas o un bisturí.

Supongo que debí haberle prestado más atención al silencio que antes era inexistente y ahora tan presente, tendría que haber mostrado más preocupación con el hecho de no comer ni dormir, más avivamiento a la hora de entender que estaba enfermando de amor.

Fue después de una larga operación cuando me di cuenta de que algo iba mal. Él miraba sus guantes llenos de sangre con pétalos de margaritas, sus ojos parecían a punto de salirse de la impresión y su piel era exageradamente pálida. Cuando los demás paramédicos y enfermeros se llevaron al paciente, Yeosang salió corriendo del lugar para dirigirse al baño. Preocupado lo seguí sabiendo que su yo no lo hacía nadie iría en su ayuda, todos estaban demasiado ocupados yendo de aquí para allá atendiendo enfermos y heridos por las recientes protestas en contra del estado y de su inactividad a la hora de socorrer y mejorar la equipación médica para acelerar la desaparición de la enfermedad que provocaba el pánico en todo el mundo.

Llamé varias veces a la puerta y al notar que esta realmente no estaba cerrada entré sin decir nada. La imagen fue chocante a pesar de los años de médico que llevaba encima.

Yeosang estaba semi desmayado retorciéndose en el suelo sobre un vómito de sangre y lo que parecían ser pétalos de tulipanes rosas. Sus ojos hallaron los míos y susurró algo inentendible antes de perder la consciencia por completo.

Rápidamente lo cogí en brazos y lo saqué de allí para llevarlo a alguna habitación vacía que pudiera encontrar. Después llamé al enfermero Jongho para que limpiara y cambiara al chico. Estaba tan concentrado en toda la gente que llegaba al hospital que no me había dado cuenta de que la enfermedad podía tomar a cualquiera.

El móvil me vibró en el bolsillo y le dije a Jongho que saldría fuera de la habitación para poder contestar mientras él ayudaba a su compañero. Esto ya era cosa de cada día y no podía impresionarme menos, el problema residía en saber qué escogería Yeosang, si esperar a una muerte sin escapatoria u operarlo sabiendo perfectamente las consecuencias.

Una vez afuera solté un pequeño suspiro de agotamiento y contesté la llamada.

—Hola... Sí, cariño, hoy también volveré tarde... Lo sé, prometí que cenaría contigo pero mi enfermero ha enfermado y no puedo dejarlo solo... Sabes que yo también te amo, no me esperes despierta ¿Sí? Hasta luego, mi vida.— Dije con una sonrisa en mis labios antes de colgar.

Me estiré un poco, entumecido por los horas que pasaba inclinado sobre un paciente intentando encontrar cada raíz de su cuerpo. Eran aún peores los que tenían rosas, puesto que las espinas dificultaban mucho más el proceso de retirar la semilla y la flor en sí.

Seguidamente entré de nuevo a la habitación de Yeosang y sonreí algo más aliviado al verlo despierto y completamente limpio.

—Muchas gracias, Jongho, puedes retirarte.— Susurré al chico.

Una vez nos quedamos a solas me senté a su lado y acaricié su cabello sudado por el agotamiento de vomitar. La fiebre le había subido y su cuerpo tembloroso era indicio de ello. Sus labios sin rastro del color estaban algo agrietados y sus ojos me miraban sin hacerlo en realidad, como si quieres ver más allá, en mis pensamientos.

—Sabes que tienes que tomar una decisión ¿No? Podrías haberme dicho que te estabas enamorando de alguien, Sangie... Habría buscado la manera de ayudarte ya fuera enamorando a esa persona también o intentando odiarla. Me duele verte así, ya no eres aquel chico divertido y vivaracho que disfrutaba de las cosas más simples, ya no ríes, ni lloras, siempre estás apático y casi ausente.

—Puedo volver a ser el de antes... Solo necesito que me operes. Por favor, no quiero morir, no quiero vivir sabiendo que nunca seré correspondido... Prefiero pagar el precio de enamorarme de alguien inalcanzable.— Contestó él partiéndome el alma por lo lastimadas que sonaron sus palabras.

No hubo mucho más que decir, la garganta le dolía y yo no podía obligarlo a seguir hablando sabiendo que eso lo podía perjudicar. Acepté a ser yo quien fuera el médico que lo atendiera, pues estaba seguro de que él no dejaría que nadie más lo hiciera.

Al día siguiente lo trasladamos a quirófano, yo me sentía algo perdido, como si la realidad estuviera distorsionada, no podía ser mi fiel compañero quién se encontrara tumbado en una fría camilla a la espera de que le abriera el pecho y el corazón para poder arrebatarle todo sentimiento de amor de su cuerpo.

Quién habría sido capaz de rechazar los sentimientos de un ser tan puro y bondadoso como lo era él... Fue la cuestión que permaneció en mi mente durante todo el proceso de limpieza.

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Hooolaap, hemos llegado por fin al último libro de la saga Hanahaki, espero que os guste mucho y que le deis mucho amor.

Quiero dedicarle este capítulo a jekyllhws por apoyarme tanto y por hacerme unas portadas increíbles. Gracias por todo lo que haces.

Hasta pronto 💞

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