● Capítulo 5 ●
M.
Su ceño fruncido y su mirada furiosa me resulta hipnotizante, es entonces que rememoro con rapidez sus facciones y cómo concuerdan con exactitud a la chica de esa noche, sin embargo, mi acto desprevenido me cuesta por última vez, pues ante mi carencia de movimientos ella golpea con su puño mi casco, un movimiento que claramente no me esperaba.
Esos nudillos dolerán mañana...
Por ahora, el golpe causa más que un regreso a mi realidad, pues la fuerza con la que es dado hace que termine en el suelo y sintiendo una leve incomodidad en la nariz. ¿No me digan que esta maldita policía me ha lastimado? Ni en los anteriores cien asesinatos que he tenido he recibido una sola herida. ¡Debe ser una broma! Aunque al principio me lo he tomado con gracia, ahora sí que se ha ganado su sentencia de muerte.
Con agilidad me levanto y antes de que intente volver contra mí, la tomo del brazo y la arrojo contra la pared, puedo escuchar el grito de dolor que expresa. Me acerco a ella por detrás y repito el mismo movimiento que hizo ella conmigo al principio. Mi brazo se engancha a su cuello, la inmovilizo al tiempo que me alejo de los disparos. Sus manos se aferran a mi casco, intentado arañarme para poder escapar, pero para mi suerte el casco apenas y se ha movido de su lugar.
—Suéltame, maldita escoria —ordena, mientras intenta librarse de mí.
¡Qué cosas tan graciosas dice! Ahora ya no es tan fácil librarse de mí, ¿verdad?
Con mi otra mano la paso por su cabeza y la someto aún más. Escuchar cómo sufre me deleita, no obstante, ver como se retuerce de dolor hace que inevitablemente se forme una sonrisa en mi rostro. Quiero acción, para luego matarla, sin embargo, mi motivo de estar aquí es Salvatore, no nadie más, así que de una vez me desharé de ella.
La suelto brevemente, luego con brusquedad la empujo hasta que golpea contra una mesa que hay cerca nuestro. No lo medito dos veces y la tomo del brazo para dejarla de frente a mí. Veo como lucha por sobrevivir, lo que no sabe es que sus golpes no son nada a lo que no esté acostumbrada, simplemente son unos inocentes rasguños, los que seguramente ella deseará tener mañana, y no los órganos que tendrá de fuera hoy.
Saco mi arma favorita: mi navaja, y la acerco a su vientre. Ella se queda quieta, perpleja por la situación que se avecina. Desearía quitarme el casco ahora y reírme en su cara, burlarme de su estúpida expresión y así, al tiempo que sus ojos y los míos se conectan, ver como la sangre brota de su boca producto de mi navaja abriendo paso a sus intestinos.
—¡Sharon! —escucho la indiscutible voz de Salvatore llamándome—. ¡Te necesito! —Él está aquí, pero por ahora quiero terminar con esto.
Puedo sentir la sangre llegar hasta mis labios, así que pienso pagarle con la misma moneda, estrello mi casco contra su rostro, una y otra vez hasta que su nariz se vuelve una fuente de alucinante líquido rojo. Velozmente paso mi navaja por su ombligo y subo hasta llegar a la separación de sus pechos, luego con lentitud la atormento pasando la fina cuchilla por su cuello. Ahí entierro la afilada punta, sin embargo, antes de que su cabeza se desprenda de su cuerpo, escucho la voz de Salvatore llamándome de nuevo junto a múltiples disparos más, me temo que le pase algo a él por estar jugando con ella, así que decido dar marcha atrás.
Tiro la navaja hacia un costado, a lo que ella de inmediato se inclina hacia mí con la intención de golpearme, sin embargo, yo soy más veloz y de un golpe con el puño logro dejarla aturdida sobre la mesa.
—No te preocupes, luego me encargaré de ti —digo, mientras levanto mi navaja. De un vistazo miro hacia mi muñeca y noto cómo las esposas que me ha colocado cuelgan de ella, sonrió divertida y esposo la otra parte a la misma para que no me estorbe—. Gracias por el obsequio.
No hay respuesta de parte suya, parece demasiado herida como para incluso hacerlo.
Idiota, mira que ir contra mí ha sido su peor error, pero tiene suerte, porque está vez la dejaré regresar completa a su casa, no obstante, la próxima vez que se meta en mis asuntos, la here picadillo y se la daré de comer a los perros.
Por ahora corro hacia la dirección donde Salvatore me llamaba. Para mi sorpresa lo encuentro entre una barricada de mesas que ha tirado con el fin de cubrirse. Busco con la mirada mi arma y la encuentro debajo de unos estantes, tan pronto como la tomo, me uno a Salvatore. Él se muestra agitado al tiempo que dispara, evitando así que los agentes se acerquen más a nosotros, para nuestra ventaja contamos con varios hombres, así que ellos se encargan de mantenernos a salvo. Con esa ventaja me muevo con agilidad junto con él.
—¿Dónde demonios estabas? —me pregunta Salvatore, molesto—. Necesito tu ayuda, no pueden atraparnos, debemos salir de aquí cuanto antes.
—Relájate, de vez en cuando se necesita un poco de emoción en la vida, ¿o no?
—No me vengas con estupideces ahora, Sharon, estamos en una emboscada, tenemos que irnos, no tardarán mucho en llamar a sus refuerzos, sino es que ya lo han hecho.
—¿Y qué? Aún me quedan suficientes balas como para seguir aquí un rato más —le digo, burlesca y su mirada se endurece—. Vale, nos vamos ya, señor —exclamo, sarcástica.
Recargo mi arma al tiempo que le hago señas a nuestros demás hombres. Todos captan, pues detienen sus disparos. Miro a Salvatore y asiento, esa simple señal lo hace entender todo. De repente nos ponemos de pie y comenzamos a cubrirnos. Antes de que nos regresen las ráfagas de balas, nuestros hombres inician un sangriento tiroteo. Doy una última ojeada atrás y a la lejanía observo como aquella mujer aparece, sin miedo a las balas dirige sus tiros hacia nosotros, varios rozan con nuestros cuerpos, pero debido a su estado no logra acertar a ninguno.
No me quedo más tiempo ahí y comienzo mi huida junto con Salvatore, bajamos con rapidez las escaleras hasta llegar a la puerta trasera, ahí me espera mi motocicleta, aunque a Salvatore no le convence hacer el regreso así, me temo que es su única opción. Me monto en la motocicleta y él me sigue por detrás. Rápidamente salimos de allí. Esquivo y me muevo con agilidad por todos lo autos a nuestro alrededor. "De vuelta a Manhattan", es lo único que puedo pensar.
El viaje es largo, pero en todo ese momento mi mente no deja de imaginar la horrorosa reacción de Francesco, mi jefe, por lo acontecido. Aunque nuestra relación es cercana y buena, nadie puede apoyarse en él sin miedo a no ser apuñalado por la espalda. Es un hombre sin escrúpulos, capaz de matar a cualquiera, inclusive con sus propias manos, justo la clase de hombre que admiro. Es un hombre grande de edad, aunque no lo aparente, pero incluso los años no lo han vuelto más blando, cualquiera que le dé la espalda o falle a su trabajo, él sin dudarlo lo matará.
No sé qué represalias tenga contra nosotros, puesto que yo también tenía encargado matar a los dichosos incumplidos con el dinero. Me da dolor de cabeza el solo pensar en la furia que desatará en él toda esta situación, pues no hemos recuperado el dinero y mucho menos le hemos traído la cabeza de alguno de ellos. No me da miedo lo que tenga preparado para mí, pero me inquieta pensar en el hecho de que la policía está detrás de nosotros, no obstante, llama más mi atención el haberme encontrado con esa curiosa mujer. Jamás hubiera pensado que ella era parte de la policía o tal vez... del FBI.
Sí, esa mujer no puede ser otra cosa más que una detective. No encuentro otro motivo para verla aquí, más con ese uniforme táctico que no he visto antes, sin embargo, Salvatore nunca me avisó de que ella estaría ahí en ese restaurante justamente esa noche, de lo contrario me hubiera advertido y no hubiera intervenido. Lo mejor es no decir nada por ahora, ya tengo mucho que lidiar, empezando con la noticia que le daremos a Francesco, como para ahora decirle también que puedo llegar a ser una sospechosa por mi último asesinato.
No, lo mejor será esperar para resolverlo por mí misma.
Antes de llegar hacia la autopista principal, me desvío hacia un camino emboscado, lejos de cualquier ser humano racional, puesto que vivir entre pinos y árboles, sin civilización a kilómetros, no sería lo que haría cualquier persona normal, pero esto es lo que nos obliga la mafia a nosotros hacer. Escondernos es nuestra mejor opción para librarnos de escenas como la que acabo de estar.
Acelero el paso hasta llegar a un camino fuera del establecido, un camino de tierra es el que ahora sigo, un par de minutos pasan hasta que detrás de enormes pinos se esconde una enorme mansión. Unas grandes bardas blancas la protegen de los ojos curiosos y con la infinidad de árboles cubriéndola, es imposible que un helicóptero o un avión a la lejanía del cielo pueda dar con ella. Todo está perfectamente planeado para nunca ser encontrada.
Reduzco la velocidad a medida que nos vamos adentrando hacia la zona, la cual por fuera parece todo, menos habitable. Me detengo y apago el motor cuando nos hallamos estacionados. Salvatore baja con prisa y yo lo sigo después. Sé que él se encuentra nervioso por la reacción del jefe ante nuestra falta de cumplimiento, y aunque yo debería tener razones para sentir lo mismo, no lo hago.
Al contrario de eso, sigo sintiendo la adrenalina consumiéndome por la pelea con aquella mujer. ¿De verdad no pude acabar con ella? Sigo fantaseando sobre cómo pudo terminar todo si no me hubiesen interrumpido.
—¿Te vas a quedar allí? Andando, hay que enfrentar esto de una vez —habla con voz fuerte Salvatore, logrando sacarme de mis pensamientos.
Yo asiento y lo sigo sin decir nada. Al encontrarnos frente a la puerta, veo como él busca esa llave en su bolsillo, dicha llave que solo nosotros tenemos, pues Francesco solo confía en nosotros para el total acceso de este sitio. Finalmente la puerta es abierta y apenas hemos puesto un pie dentro, se ve con claridad la silueta de Francesco sentada en uno de sus sofás.
—Creí que no volverían —dice, con un tono que identifico como irritación.
Como siempre, en su boca reposa un tabaco que expulsa humo sin parar dejando el fuerte olor alrededor. Salvatore y yo nos acercamos aún sin decir palabra alguna. Francesco se pone de pie y se acerca para enfrentarnos.
—Veo que vienen con las manos vacías, eso no me gusta.
—No pudimos lograrlo —dice Salvatore—. Hubo una emboscada, el maldito FBI rodeó el lugar y empezó una cacería.
—¿De verdad? ¿Lo único que los detuvo de traer el dinero fue el FBI? ¡Creí que eran más listos que ellos! —exclama, con furia lanzando el tabaco contra el piso. De verdad está furioso, y eso no me sorprende.
—¿Qué querías que hiciéramos? ¡Cubrieron todo el lugar! —grita Salvatore, esquivando a Francesco para servirse un poco de las centenares de botellas de whisky que hay en la mesita frente al sofá.
—Ahora los distribuidores van a rotar su zona, lo cual quiere decir que quizás será más difícil cobrarles —razona Francesco, con rabia.
—No creo que sea tan difícil, y si vuelven a negarse, ya sabes qué trabajo darme —insinúo, con esa sonrisa que solo denota maldad.
Sé que Francesco sigue furioso, es un hombre muy exigente en los negocios. Si alguien no cumple con sus expectativas, fácilmente puede eliminarlo sin meditar tanto el asunto. Y sé que él, de algún modo u otro, nos aprecia a mí y Salvatore por nuestra lealtad, pero aunque así sea, eso no quiere decir que nos va a dejar pasar esta falla.
Dentro de este oscuro mundo no hay piedad ni sentimientos. Y la verdad me gusta que así sea, porque es justo cómo definiría mi personalidad.
—¿Y crees que tu plan será sentarte aquí y tomarte mi whisky? —le pregunta, con el enojo resaltando. Seguidamente, le arrebata el vaso que disponía a beber—. Más te vale que te levantes y arregles esto —amenaza—. Los dos —voltea a verme.
—En mi defensa; yo lo intenté —excuso, con indiferencia.
—Aquí no se trata de intentar, se trata de hacerlo —recalca, mirando con furia a Salvatore—. Tienen hasta mañana para aparecer aquí con el dinero que estoy requiriendo. Hay más distribuidores que nos deben, y lo saben.
—¿Hablas de los de Salina? —pregunto, con curiosidad.
—Exacto, Sharon, estás muy eficiente últimamente —halaga, con falsa amabilidad—. Lástima que tampoco pudiste hacer lo que te pedí. —Niega con la cabeza, mis ojos se viran por inercia—. Van a ir allí y van a cobrar lo que nos pertenece, si no quieren ceder, pues ya saben que hacer, ¿no? ¿O también debo explicarles?
—Hemos entendido, ¿ya? —replica Salvatore, es evidente que está molesto; sé que odia no complacer al jefe.
—Cuida tus movimientos, Salvatore —dice, seriamente—. Sabes que no ando con rodeos en lo que a esto concierne.
Y sé que Francesco nunca hablaría a la ligera sobre esto, porque así como amenaza, también cumple. Es un hombre de palabra, tanto para las cosas buenas como para las "malas". Diría que eso es lo que me hace admirarlo más, pues considero que es un tipo muy listo que siempre tiene un paso por delante del resto.
Salvatore se levanta bajo la intensa mirada de Francesco y se acerca hacia donde me encuentro yo de pie. Sé que debemos partir ya, si no queremos terminar tirados en un río, así que me doy la vuelta y tomo la delantera.
—Cuando regresen y crucen esa puerta, espero no ver manos vacías —amenaza el jefe nuevamente—. Ya mismo llamaré a un par de buenos hombres para que los esperen cerca de la avenida y puedan atacar con éxito sin generar sospechas en el camino. —Y es eso lo último que escuchamos decir a Francesco.
Salvatore y yo seguimos nuestro camino hasta cruzar la puerta para tomar el rumbo predestinado. La noche comienza a caer mientras nuevamente me dirijo hacia mi motocicleta y me coloco el casco.
—¿A Salina? —le pregunto a Salvatore, con burla.
—¿Hay alternativa? Sabes la respuesta.
—No te quejes, esta vez nada arruinará nuestros planes —aseguro, antes de encender el motor.
Y de verdad espero que así sea, porque no soportaría volver a fallar por culpa del FBI y esa mujer que aún quiero volver picadillo.
Juntos nos encontramos con los hombres a los que Francesco les ordenó acompañarnos hacia Salina, por lo cuál todos emprendemos camino. Nos toma a todos una hora y media llegar a una de las bases dónde Francesco tiene trabajadores, y estos, apenas visualizan nuestras camionetas blindadas se alertan entre sí y corren por sus armas. Son igual que un nido de cucarachas asustadas.
Estaciono mi motocicleta cerca de las camionetas y bajo de ella mientras me quito el casco y lo llevo en mi mano izquierda mientras comienzo a caminar detrás de Salvatore, el cuál se encuentra bastante molesto, así que no me es difícil predecir qué desquitara su furia con estos inútiles.
—¡Buenas noches, caballeros! —grita él, con una sonrisa perversa. Es claro, si no pagan sus deudas en este momento, no habrá otro en el que puedan hacerlo—. ¡El tiempo se ha acabado y es hora de pagar! —vuelve a gritar, para que todos lo escuchen—. Y estoy decepcionado porque me reciban de esta forma. —Señala las armas de los presentes.
—¡El jefe no está! —dice uno, acercándose a Salvatore—. Vuelva luego.
Vaya, me parece que esta es la señal de que les irá terriblemente mal.
Salvatore mira con sorpresa a aquel hombre irrelevante y le toma un par de segundos recomponerse, pero no se queda callado. Este tipo no sabe con quién se está metiendo.
—¿Quién carajos te has creído tú para ordenarme? —dice, mientras niega con la cabeza y camina a alrededor de él, luego me mira y asiente, dándome una señal, por lo cuál rápidamente saco mi arma y le disparo en la cabeza sin siquiera detenerme a pensarlo. Salvatore voltea y mira a los demás, que yacen boquiabiertos—. ¡¿Alguien más?! —grita, eufórico—. ¡Quiero el dinero ahora mismo, malditos inútiles, o les vuelo la puta cabeza a todos!
Conozco esa sonrisa, es casi la misma que la mía cuando hago mi trabajo. Pocas veces he visto a Salvatore con esta perversidad, sin embargo, me divierte porque a este punto mientras está vuelto loco para cumplir las órdenes de Francesco, no piensa las cosas dos veces, solo las hace.
—Amigo, no queremos problemas... —Otro intenta justificar sus errores, tratando de acercarse a Salvatore con las manos arriba, pero mi compañero no pierde tiempo y lo tira al piso con un par de golpes. Lo golpea y lo golpea desquitando su furia.
—¡Quiero el dinero ahora! —ordena, mientras golpea el rostro de ese hombre, el cuál ni siquiera intenta defenderse.
Yo simplemente lo observo al tiempo que mis comisuras se elevan levemente. La sangre de aquel idiota que se atrevió a hablar salpica en el piso con cada golpe que Salvatore le brinda y las demás escorias mientras mantienen sus armas empuñadas tratando de parecer intimidantes solo pueden hacer lo mismo que yo, mirar, porque ninguno de ellos es lo suficientemente valiente para apretar el gatillo de sus AK-47 y enfrentarnos, ya que cada uno de ellos sabe muy bien, que morirán a penas la primera bala se escuche salir del cañón.
Cuándo el hombre queda en el piso, desmayado, Salvatore le escupe y vuelve a mirar a esos imbéciles.
—Es su última oportunidad... —dice y por fin, uno de ellos reacciona.
Genial, ya estaba comenzando a aburrirme.
—¡De acuerdo! —grita él, caminando hacia nosotros—. No más muertos —súplica—, yo mismo iré por el dinero.
—Tienes dos minutos —advierte Salvatore, y le hace una seña a dos de nuestros hombres para que lo acompañen—, y contando... —El hombre asiente y camina un par de pasos antes de que Salvatore lo sostenga por el cuello de su camisa—. Sé que no tengo que decirte que si haces una estupidez todos los que están aquí no volverán a ir a casa nunca más, ¿cierto? —Él asiente frenéticamente y Salvatore lo suelta para dejarlo ir mientras yo me acerco a él.
—Vaya... —susurro, al estar a su lado—, me siento orgullosa —le digo, caminando alrededor de él hasta que me poso justo enfrente—. Aunque es una pena, me has quitado toda la diversión.
—Te dejaré matar a cinco de ellos cuando vuelva con el dinero —me dice y yo sonrió—. Estos imbéciles necesitan presión.
—Por supuesto —digo, dándole la razón y cuando comienzo a caminar hacia los otros, fuertes sirenas de patrullas invaden el lugar, acercándose rápidamente.
Miro a Salvatore y él me mira a mí, ambos nos congelamos al pensar que esta es otra redada para intentar capturarnos, para intentar acabar con otro de nuestros sitios de distribución.
Estas son malas noticias, terribles, Francesco está vez no tendrá compasión de nosotros si ve que no llegamos con su dinero, no obstante, trato de no perder la calma, porque no soy así, al contrario, rio al imaginar lo impredecible y lo sangriento que se volverá este enfrentamiento, pues cientos de camionetas rodean el lugar y miles de agentes comienzan a bajar de ellas. La situación es divertida, pero se vuelve catastrófica cuando veo de nuevo a esa estúpida detective.
—Maldita sea... Está aquí.
Recuerden votar y seguirme, se los agradecería mucho. Besos.
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