● Capítulo 3 ●
C.
El jefe Miers me mira apenado, yo sé que le es difícil darme aquellas instrucciones, pero dentro de mí, soy consciente de que no le intereso como está aparentando, sin embargo, accedo, y juntos esperamos pacientemente a que me den de alta en el hospital, puesto que se había ofrecido a llevarme a la estación, donde iba a declarar y podría reconocer el cuerpo.
Después de un rato, ambos nos encontramos en la estación y mi jefe me guía a la morgue mientras yo camino tras él. Por más que conozco el camino y estos pasillos como la palma de mi mano, todo debido a la cantidad de tiempo que he estado ahí, pues a mi corta edad ya paseaba por estos pasillos junto a mi padre, sigo sintiéndome confundida ante todo a mi alrededor.
Al llegar, Miers abre la puerta para mí, pero de repente siento que una terrible tristeza me invade, así que me alejo un par de pasos, no sin antes decirle que entraré en un momento. Él asiente y me deja sola en el pasillo.
Necesito calmarme y respirar, esto es muy difícil para mí, temo derrumbarme cuando lo mire acostado en esa plancha con la piel pálida y los ojos cerrados. No es algo que pueda permitirme en este momento, mucho menos puedo dejar que mi jefe me mire vulnerable cuando es muy importante que me mantenga firme y neutral, aunque me esté muriendo por dentro.
La tristeza y el dolor no me deben afectar ahora, quiero entrar ahí y averiguar lo más que pueda para investigar quién le ha hecho esto, así que, antes de entrar, suspiro y me preparo mentalmente para lo que estoy a punto de ver. Mi mente no deja de reproducir aquel momento en el que entré al baño de caballeros y simplemente lo encontré, tendido en el piso cubierto de su propia sangre que fluía desde la herida de su cuello.
Lentamente camino de un lado a otro para tratar de relajarme, pero me es complicado. Aún no salgo de mi shock, no sé qué está pasando, de repente Aiden está muerto y no sé cómo procesarlo. Deseo y le ruego a Dios porque esta sea una cruel broma y que pronto me haga despertar de esta pesadilla tan terrible, pero dentro de mí sé que ahora esta es mi realidad y tengo que enfrentarlo. Necesito verlo y decirle que lo amo por última vez.
Sintiéndome decidida, toco la puerta levemente con mis nudillos, y en unos segundos un hombre entreabre la puerta, él viste ropa provisional que generalmente los doctores usan para cirugías, rápidamente le muestro mi placa y me deja entrar.
Lo primero que logro ver son algunas camillas de metal vacías, la única que tiene algo encima está cubierto con una sábana blanca, y es rodeado por el forense y el jefe Miers, quien me mira neutralmente como si fuera un caso más. Camino lentamente y me acomodo a su lado para tener una mejor visión. Miers le pide al forense que destape el cuerpo, a lo cual obedece, bajando la sábana hasta su estómago, dejándome ver a Aiden con los ojos cerrados, totalmente pálido y con su herida en el cuello que ya ha sido limpiada.
Respiro profundamente en silencio para contener las lágrimas, y sin más pregunto:
—¿Cómo ha sucedido?
—Fue un corte limpio en la garganta, que ha drenado toda su sangre en segundos.
¿Ha dicho limpio?
—¿No hay señales de golpes? —pregunto, con confusión.
—No —me dice el médico—. He revisado sus manos con atención y no tiene rasgaduras en sus nudillos o algo parecido, lo cual indica que no ha intentado defenderse. A mi parecer, creo que estaba desprevenido y se han acercado por detrás, probablemente tapando su boca para evitar que hiciera ruido.
—¿Nada en sus dientes? —El forense niega con la cabeza y decido preguntar de nuevo—: ¿Revisaste sus cosas?
—Su teléfono y cartera estaban en sus bolsillos, el dinero de esta sigue ahí.
—No ha sido un asalto con un mal final, detective Son —dice mi jefe—. Quién quiera que haya sido, su intención era...
—Asesinarlo —completo su oración y él asiente, cruzándose de brazos—. ¿Qué encontraste en la herida?
—No mucho, de izquierda a derecha con alguna hoja de metal afilado. Sólo puedo asegurar que quién lo hizo es diestro.
—De derecha a izquierda... —susurro para mí, imaginando tal acción, sin embargo, la información no me es muy efectiva. Niego con decepción al no tener algún tipo de evidencia que nos dé una pista para partir desde ahí. Miro a Miers—. ¿Podrían dejarme a solas un momento?
Siento dudar a mi jefe, pero finalmente acepta y camina con el médico forense hacia la salida, pero antes de irse me ordena usar guantes para no contaminar el cuerpo, a lo cual asiento y finalmente lo veo salir.
Al mirar que la puerta ha sido cerrada, no soy capaz de contenerme más y suspiro con pesadez al mismo tiempo que cierro mis ojos para evitar que las lágrimas comiencen a brotar de mis ojos. Trago con pesadez al sentir un enorme nudo en mi garganta el cual me obligo a ignorar, solo para acercarme a una mesa llena de instrumentos quirúrgicos y tomar un par de guantes esterilizados, los cuales coloco en mis manos de inmediato.
Mis impulsos me obligan a tocar el pecho de mi prometido mientras miro su rostro para poder encontrar aquella calidez que emanaba su cuerpo y de la cual ya estaba acostumbrada, sin embargo, ahora con lo que me topo es una inmensa frialdad que me demuestra que lo que estoy tocando es solo un cuerpo vacío, porque Aiden ya no se encuentra ahí, y jamás volverá.
—¿Por qué te han hecho esto, Aiden? —pregunto, mientras miro su rostro, como si fuera capaz de darme una respuesta—. ¿También han sido ellos? —indago, sabiendo que le estoy preguntando cosas al aire. Con una mano acaricio su cabello—. ¿Te ha dolido?
Me frustra pensar que solo le hablo a un cadáver, y que en realidad, quizás nunca obtendré respuestas.
—¿Q-quién fue, cariño? —susurro, y mi voz comienza a entrecortarse mientras las lágrimas vuelven a atacarme—. ¿Có-cómo era?
De nuevo, solo silencio, el que poco a poco es sustituido por el eco de mi llanto.
—Aiden, respóndeme —susurro, llorando mientras siento mi pecho doler intensamente—. Dios Santo... —digo y me separo de la camilla, intentando una vez más contener mis lágrimas, pero hasta este punto es imposible.
Estoy segura de que mis sollozos se escuchan incluso fuera de donde me encuentro, y que lo único que yo transmito es pena. No puedo más, lo único que hago es dejarme caer al piso. Ruego, suplico e incluso imploro entre llanto poder despertar de este asqueroso sueño, pero creo que Dios decidió abandonarme, porque nunca atendió mi desesperado llamado.
Finalmente me resigno a que ni Dios o alguna otra energía mística va a salvarme de este sufrimiento, por lo cual decido que debo calmarme. Aquello me lleva un par de minutos, así que lo único que hago es concentrarme en un punto fijo en la pared para poder regular mi respiración. Y cuando me siento un poco más segura, me levanto del piso y vuelvo a acercarme a la camilla, donde se encuentra el cuerpo de el que era mi futuro esposo, con el propósito de mirarlo a detalle por última vez.
Su cabello color marrón, su nariz fina, sus labios delgados con los que siempre me regalaba aquella tierna sonrisa, sus cejas pobladas. Nunca iba a volver a verlo, solo en recuerdos, por lo cual tomo una de sus manos.
—Cuídate, Aiden —digo triste, tratando de darle la mejor sonrisa que puedo en este momento—. Juro que te quise con toda mi alma —susurro, soltando su mano para después posar una en su frente, y para despedirme para siempre, me inclino y beso mi propio dorso, ya que no debo contaminar su cuerpo—. Dile a mi padre que lo amo...
Sin más, camino a paso lento hacia la puerta, y me quito los guantes, para desecharlos en una cesta que hay junto a ella, sin embargo, antes de irme me giro un poco y miro una vez más el cuerpo de Aiden, para finalmente decir:
—Descansen en paz.
Luego de eso, vuelvo a girarme para abrir la puerta y salir, pues al final ya no tengo nada más que hacer aquí.
Al recorrer ese melancólico pasillo, me encuentro al cruzar la puerta al jefe Miers, quien como siempre se muestra despreocupado mientras un cigarrillo acompaña esa aura que lo rodea. Parece pensar en algo, pues no se percata de mi presencia, no hasta que lo llamo. Él me observa, entre indeciso y desconcertado, luego apaga el cigarrillo y lo tira en el cesto de basura, vuelve a mí con esa pose superior, pero con esa calma agobiante que, aunque en estos momentos agradezco, me llena de furia.
¿Por qué no luce afectado o tan siquiera preocupado? Él bien sabe que esto no es una simple coincidencia. Mi prometido no pudo haber sido asesinado un día después de la muerte de mi padre sin ningún motivo, que para el colmo, ambos también eran conocidos y, en mi caso, parte de mi familia. Esto es muy sospechoso, me aterra pensar que soy la siguiente o incluso mi madre, en cualquier caso no bajare la guardia.
—¿Aún estás segura de ocupar el puesto de tu padre? —pregunta Miers, con ese tono dudoso que me molesta.
—Por supuesto que estoy segura, no solamente se trata de mi padre, sino también ahora de mi prometido. Sea quien sea que lo haya hecho, va a tener que pagar y yo me voy a encargar de eso.
—Se te acaban las oportunidades, detective Son —me aclara, pero ni me inmuto, porque en cualquier situación, yo seguiré diciendo que sí—. Si estás preparada, puedes comenzar ahora mismo.
—De acuerdo, dime lo que tengo qué hacer.
Aunque la pena me mata, no puedo rendirme, esta situación solo me prepara para lo que a continuación se avecina. Contengo el dolor y el sufrimiento que se forma en mi interior y me muestro con la mayor seguridad que poseo. O la que finjo poseer.
—Vamos a mi auto, ahí te explicaré todo —menciona y asiento.
Me cuesta salir de este lugar con la imagen de Aiden muerto en mi memoria, pero continuo con pasos lentos e indecisos. Sigo por detrás a Miers, quien avanza despreocupado por las instalaciones hasta al fin llegar a la salida, una vez damos con su auto, nos montamos en él e iniciamos el recorrido, a lo que imagino son las oficinas del FBI.
—Preferí mejor no comentar nada al respecto mientras no estuviéramos a solas —menciona Miers, de repente—. La situación con Aiden es más sorpresiva para mí de lo que te imaginas, aún no ato los cabos.
—Realmente no sé ni qué creer. Todo esto ha pasado tan rápido.
—Lo sé y lo que viene a continuación puede que pase a la misma velocidad.
—Estoy lista para escucharlo —aclaro, de inmediato.
—Tu padre era un hombre muy comprometido, sabía que jamás se vendería o que abandonaría el caso, por eso lo dejé al mando, sin embargo, durante ese tiempo descubrió muchas cosas, cosas que empezaban a ponerlo en peligro. Una de ellas fue cuando la situación se salió de control, puesto que logró dar con los puntos en donde la mafia italiana solía vender su droga. Aunque estamos acostumbrados a pelear contra los narcotraficantes que vienen del norte de México, esos mafiosos sin duda los sobrepasaban por mucho.
—¿Por qué? —pregunto, visiblemente intrigada.
—Son gente despiadada, aunque le debas un solo dólar, son capaces de arrancarte la cabeza y ponerla de decoración sobre su mesa. El que tu padre descubriera su red de tráfico de drogas y el cómo se movían en Kansas, solo desató sus más oscuras perversión. Muchas veces intentaron acabar con él, pero aún así tu padre no desistió, así que, cuando menos lo esperaron, él dio con su punto más grande, sin embargo, la emboscada que tenía preparada para ellos nunca se logró llevar a cabo.
—Porque murió, ¿no es así? —digo, con dificultad.
—Lamentablemente sí, era el fin de una gran investigación, pero el verdadero comienzo de una gran lucha. Tu padre tenía un equipo junto a otros 5 agentes más, todos capacitados y asesorados por él. Cada uno de ellos tienen buenas referencias, son hombres preparados y sin miedo a la acción, ellos te acompañarán en este camino.
Inmersa en la conversación, no me doy cuenta que hemos llegado a un edificio lúgubre y de mala muerte, en donde Miers decide estacionarse. No sé si es aquí el punto del cual él me habla o de otra localización de la que me tengo que enterar ahora, pero para mi suerte, Miers decide aclarar mis dudas sin siquiera yo preguntarle.
—No te dejes engañar por la fachada, detective Son, esta es la base que tu padre tenía para sus investigaciones contra la mafia italiana, aquí también se encuentra tu nuevo equipo —me aclara—. Pregunta por Richard, él te informará más a fondo sobre la situación, no obstante, una vez entres a ese edificio no habrá vuelta atrás.
—Estoy lista —digo, sin dudarlo.
—De acuerdo —suspira—. Ya les avise que se retomará de nuevo el caso, así que hoy mismo procederán con la emboscada. Prepárate, porque tu trabajo comienza ahora —menciona, sin embargo, no hay nada qué decir. Mi disposición es entera al caso—. Es el último piso, ahí verás una puerta roja al final del pasillo, toca tres veces y espera a que ésta se abra.
—Entendido.
Miers me entrega mis cosas, las que habían sido confiscadas en la estación, por supuesto, mi arma es lo primero que tomo y guardo, luego todo lo demás. Agradezco con pesadez por su atención y luego salgo del auto.
Algo me dice que es aquí donde nuestros caminos se separan, pues Miers enciende de nuevo el auto y se mantiene en espera, seguramente esperando a que yo entre primero, aunque al final, eso es lo que hago. Con cautela me dirijo hacia el interior de aquel tenebroso edificio. A simple vista parece que no ha sido habitado en años, en muchos años de hecho, pues las paredes se encuentran sucias y con grafitis por todos lados. Observo cada rincón con rapidez al tiempo que sigo las instrucciones de Miers, subo las escaleras hasta llegar al último piso y, como él lo había descrito, una puerta roja se percibe al final del pasillo. Avanzo velozmente hasta llegar a ella, toco tres veces y espero pacientemente a que se abra.
Segundos después la puerta es abierta, el olor que percibo al instante se siente a plomo y gasolina, sin embargo, lo que mis ojos capturan de inmediato y sin despegarse, es en una pared llena de armamento especializo, luego en otra un mapa gigante, el cual traza una línea roja por todo el estado de Kansas.
—¿Detective Son? —La voz de un hombre rompe con mi inducción.
—Sí, soy yo —digo, titubeante.
—Su identificación, por favor.
Busco entre el interior de mi chaqueta y enseño mi placa. Él la toma cuidadosamente y después de analizarla, me la regresa. Con un movimiento de cabeza me invita a entrar, así que sin dudarlo lo hago.
Mi asombro es aparente al instante, otros cuatro hombres me miran a los lados, pero yo solo puedo concentrarme en el interior de la habitación. Es una base sofisticada, sin embargo, está lista para desaparecer en un segundo, pues las paredes y el techo guardan el mismo aspecto lúgubre que todo este lugar.
—¿Quién es Richard? Necesito hablar con él —menciono. Basta de distracciones.
—Soy yo —contesta, un hombre a mis espaldas. Rápidamente un hombre con ojos verdes y cuerpo grande me recibe, se podría decir que parece sacado de una película de acción, donde el protagonista ha decidido salir de la pantalla y volverse realidad.
—Soy la detective Son, hija del detective Matthew Son, un placer. —Ambos estrechamos brevemente nuestras manos—. El jefe Miers me dijo que usted me pondría al tanto de la misión.
—Lo sé, también estoy al tanto. Por ahora lo importante es que conozcas a una persona. —Otro agente se acerca a él y le brinda una carpeta, en la cual sobresale una foto, la que no duda en pasarme.
De inmediato observo a un hombre desprevenido, aunque el ángulo y la calidad no es la mejor, aún así puedo distinguir con exactitud todo de él: es alto, delgado, su cabello castaño combina bien con sus ojos color avellana. Sostiene un cigarrillo con su mano enguantada, al tiempo que viste elegante; un saco color pino con líneas grises, junto a una corbata de lunares blancos. Lleva consigo un sombrero dubetina toquilla color negro, el cual me impide mirar con claridad su rostro, no obstante, es imposible escapar el detalle de un bigote debajo de su entallada nariz.
—Él es Francesco Valentino, jefe de la mafia italiana, nuestro principal objetivo.
—¿Él estará donde iremos? —pregunto, al tiempo que le regreso la foto.
—No, es un hombre inteligente, no se arriesgaría a pisar cualquier lugar que no sea su propia guarida, para eso él tiene gente que hace el trabajo sucio —me explica y asiento pensativa—. Su gente suele encargarse de la distribución de droga por el estado, anteriormente se movían por los muelles de Pittsburg, en el centro de carga de los barcos, pero después de un disputa entre ellos y la policía, desaparecieron de ahí, estuvieron sin operar por dos años, pero luego volvieron, según nuestros informantes mantienen un nuevo punto en el centro de Florencé, donde habitan otros originarios de Italia.
—Supongo que es ahí donde iremos ahora, ¿no es así?
—En efecto, partiremos en cuanto estés lista —menciona Richard, con brevemente.
—Entonces, en marcha.
Richard se dirige hacia donde se encuentra la pared con un sinfín de armas, de ella toma una Airsoft 37 y un chaleco anti-balas, otro de sus compañeros se suma a él y busca entre una caja grande de metal lo que parece ser ropa para la misión, además de un casco especial, después ambos se acercan a mí, les agradezco mientras recibo todo con disponibilidad. Richard me señala el baño, así que me dispongo ha entrar allí, una vez dentro, rápidamente me cambio, al finalizar me coloco el chaleco y guardo en mi funda mi anterior pistola, luego con el casco en una mano y la pistola en la otra, salgo de ahí.
—¿Lista? —me pregunta Richard.
"Lista", no sé si es una palabra con la que definiría mi sentir. Apenas en este semana han sucedido tantas cosas, la muerte de mi padre, la de mi amado prometido y no quiero arriesgarme a perder a nadie más, pero me temo que a quien he perdido es a mí misma, ya no le encuentro sentido a nada, la vida me ha dado todo lo que he siempre he querido y con la misma me ha arrebatado todo, no creo en el destino, pero sé muy bien que lo que ha sucedido no fue solo por casualidad. Y aunque pierda todo lo que me queda en el camino, he de descubrir la verdad y hacer justicia. Encontraré quién fue quien los mató y lo haré pagar por ello, lo juro.
—Estoy lista.
Recuerden votar y seguirme, se los agradecería mucho. Besos.
Hola, espero que se encuentren bien; bueno, por si no se habían dado cuenta, las actualizaciones para esta historia serán una vez cada dos semanas (lo siento por eso) y publicaré cada lunes.
-MigadePan
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