Capitolo 8
ORLENA
El momento ha llegado. El día llego al fin. Hoy se les caerán las caretas a estos dos individuos en cuanto mi hermano mayor se plante en la cueva.
—¿Cómo ha descubierto este lugar? ¿Cómo? —habla entre dientes muy enfadado. Sus ojos destilan odio puro. Parece ser que este hombre no conoce otro sentimiento. Nació y morirá con el mismo sentimiento.
—Rápido papá, debemos hacer algo —parece que está al borde del desespero —. Hallará la cueva. La figura de padre la perderé por completo.
¿Ahora se preocupa por la figura que le quiere dar a sus hijos? Yo soy su hija y tengo que pasar por los maltratos de él. Además, tarde o temprano se enterarían de la verdad. Las mentiras tienen patas cortas.
—¿Puedes dejar de ser un bebé llorón? —calla de inmediato a su hijo —Esto iba a suceder tarde o temprano —lo mira fijamente a los ojos con seriedad —. Tú mantente callado, lo manejaré yo —sentencia.
¿Qué iba a hacer Isacco? ¿Iba a intentar contra uno de sus nietos preferidos? Esto va de mal en peor.
Las voces cada vez se escuchaban más cerca. Están llegando, mi tortura finalizará y podré recuperarme. Dejar este episodio en el olvido. Aun así, creo que eso nunca va a pasar. Son cicatrices marcadas con fuego ardiente en mi piel, mente y en mi vida. No sé pueden ir como si estuviera dándome una ducha y el jabón y el agua quitaran mis marcas más profundas.
Los dos desgraciados siguen discutiendo, yo estoy colgada de las cadenas y los chicos están a punto entrar a la cueva.
—¿Hay alguien por ahí? —la voz de Cesare se hace presente en el zulo al que llaman cueva.
Hace un rápido repaso de todo el lugar, primero enfoca sus ojos en Isacco y en Davide, se nota que quiere preguntarles cosas, cosa que no pasará. Después sus ojos se posan en los míos.
Han pasado un par de años sin verle. La sensación de rechazo siempre ha estado presente en mi mente, por lo cual agacho la cabeza para que no pueda verme.
—¿Orlena? ¿Orlena eres tú? —su voz se rompe una vez que pronuncia mi nombre.
—¿Esta Orlena? —pondría ahora mismo las manos en el fuego a que esa voz es la de Niccolo.
No aguanto más y levanto la cabeza de nuevo. Mis amigos vienen corriendo hacia mí, mientras que veo a mi hermano dirigirse a donde se encuentran la escoria personificada.
—¿Quién te ha hecho esto Orlena? —intento sonreírle a Mellea, no lo consigo —¿Podemos bajarla de aquí? Mirad en qué estado se encuentra, sus muñecas le están sangrando y la herida de la flecha está feísima.
A estas alturas, no siento dolor, solo cansancio, Sospecho que una vez me bajen de aquí, me voy a desmayar. No he comido nada desde que desperté aquí.
—¿Estáis para que os encierren en un manicomio? ¡Es de vuestra familia! —los gritos de Cesare se escuchan altos y claros —¿Mamá y la abuela saben de esto?
—La Bambola di pezza, no es de nuestra familia —como si hubiera sido mi culpa que Davide y Giulia hubieran follado como conejos. Si no hubieran sido unos calenturientos, yo no estaría ni pertenecería a esta familia —. Y sí, tu madre y abuela lo saben.
Cesare se lleva las manos a la cabeza sin poder creerse lo que le están revelando. Al mismo tiempo, mis amigos, me ayudan a estabilizarme en el suelo, no aguanto de pie por mí misma.
—¿Qué coño te han hecho? ¡Estás empapada!
—Las heridas no se ven muy bien —indica Battista observándolas —. Hay que llevarla de inmediato a algún hospital.
—¡No! —se escucha la negación de mi abuelo a todo pulmón —No la podéis llevar a un hospital —veo por el rabillo del ojo como intenta venir hasta nosotros. Mi hermano le corta el paso.
—¿Por qué no la podemos llevar allí? ¿Qué más cosas escondéis? —les encara furioso Cesare.
—Nadie sabe de su existencia, de que es parte de esta familia, zopenco. Solo el hospital donde nació —me acuerdo de ese centro médico. En mi infancia fui muchas veces allí, pasaba más tiempo ahí, que en el infierno que llamaban casa.
—Y porque será que solo la llevabais allí... ¿Los extorsionabais con dinero? —Cesare está dando en el punto exacto en todo —No hace falta que lo digáis, con vuestros actos ya doy por hecho la respuesta.
—Cesare, no podemos perder más tiempo, Orlena, no creo que aguante mucho más despierta —el novio de mi amiga que me mira con preocupación al igual que mis amigos, le mete prisa a mi hermano.
—Os pudriréis en la cárcel, eso os lo juro —no será pronto y eso me duele por dentro —. Esto no se quedará así. A partir de este instante, tú —mira con repugnancia a mi padre —te olvidas de que tienes dos hijos, mientras que tú —mira con un asco tremendo a Isacco —, te puedes revolver entre tu mierda. Mucho poderío el que pretendes demostrar a todo el planeta, para esconder tus inseguridades haciéndole daño a una nieta tuya, de lo peor —Cesare escupe en el suelo cerca de los zapatos de los dos.
—¡Jamás!
—¡Por encima de mi cadáver!
Mi hermano se da la vuelta dirigiéndose a donde estamos todos los demás, haciendo caso omiso a padre e hijo.
Yo me mantengo en pie gracias a Battista, Donato, Angelo y Niccolo. Los dos primeros nombrados se encuentran uno a cada lado de mi cuerpo, mientras que Angelo está detrás, Niccolo se encuentra frente a mí, por sea caso.
Cuando mi hermano llega esto cambia, puesto que me coge con delicadeza. El hombro lastimado se queda para afuera para que no me haga daño a la hora de llevarme en volandas para sacarme de ese asqueroso e infernal lugar en donde he pasado mis peores momentos.
—¡Alto ahí! —las voces inconfundibles de Isacco y Davide nos exigían parar, cosa que mi hermano, no hizo caso —Cesare, no nos hagas caso, estarás desterrado de esta familia —vaya chantajistas están hechos estos señores.
Ante las palabras dichas por Isacco, Cesare no se acobarda. Sigue andando conmigo a cuestas y con mis amigos por detrás de nosotros dos, alumbrándonos el camino.
—El abuelo hará algo en tu contra.
—Después de todo, ¿sigues llamándolo abuelo? —niega con la cabeza no creyéndose lo que acaba de oír —Eres demasiado noble Orlena, no tienes la mente podrida, aunque podrías haberla tenido, por todo lo que has tenido que pasar. ¡Las has tenido que pasar canutas! —no soy rencorosa en cierta parte. Lo más rabia les da y lo he podido comprobar es que no les he dirigido la palabra en ningún momento, ni siquiera para suplicarles.
No son merecedores de lo que la vida les ha regalado, ni una migaja de pan se merecen esos cretinos.
Guardarse el rencor y retenerlo por años en tu interior no es demasiado favorable para la salud de nadie. No obstante, ha sido mi gran escudo contra ellos.
Por los acontecimientos vividos y que estaba viviendo en primera persona aun, tendría que volver a nacer para poder olvidarlo por completos.
De nuevo tendría que empezar a construir mi vida por culpa de dos desagradecidos. ¿Mi alma y mi cuerpo podrán sanar? Teniendo en cuenta que hoy en día aún no estaba sanada de todas mis desgracias anteriores. Y una de las cosas era dormir plácidamente por las noches.
No le doy ninguna contestación a mi hermano, puesto que, no merece la pena explicarle nada.
A esas alturas de mi vida soy plenamente capaz de saber que las personas — las cuales llevan mi sangre corriendo por sus venas —, no son de plena confianza.
Mis amigos me podrán haber dicho misa. Que yo haré lo que mi cuerpo me pida hacer. Y si me tengo que apartar de mis amigos, porque tienen alguna vinculación con mis parientes, tendré que desaparecer por un buen tiempo.
El camino por el cual estamos yendo es demasiado largo, poco recordaba de este tránsito. Cuando era pequeña, este trayecto lo hacía con la cara, barriendo el suelo sin poder subirla para poder apreciar nada de lo que tuviera a mi alrededor hasta llegar a la cueva.
—Orlena, ¿te encuentras ahí? —la voz de Andreas me trae de vuelta a la realidad.
A decir verdad, mis ojos empezaban a pesarme, mi cuerpo ya me estaba pidiendo reposo.
—Aguanta con los ojos abiertos Orlena. Eres una Leona, ¿recuerdas? Eres fuerte, resiste un poco más —me intenta alentar Niccolo, que se debe encontrar a uno de los lados de mi hermano.
Mi cuerpo no podía aguantar más. Hay muchos factores por los cuales estoy ahora en estas condiciones y ninguna ha sido por voluntad propia.
Una luz cegadora hace que cierre y apriete fuertemente los ojos.
—Por favor, taparme con algo los ojos —mi voz casi no se escucha ni se distingue por el tono bajo que utilizo, más la sequedad de mi voz.
Estoy deshidratada completamente y ahora hay que añadirle otro punto más; que me estoy desangrando.
—Hermano —susurro, casi no tengo voz. Espero que mi hermano me haya escuchado, aunque sea el mínimo ruido.
—Dime pequeña.
—Llevadme al hospital privado al cual nací —tengo mis propias razones por las cuales digo eso.
Viéndolo desde fuera, podrían decirme que es una completa estupidez pudiendo ir a cualquier centro médico. En el que le acabo de decir a mi hermano que me lleven es el único lugar donde saben verdaderamente quien soy, porque mi familia se ocupa de administrarles dinero a cambio de su silencio. Lo que no estoy muy segura es de si siguen haciéndolo, debido a que yo desaparecí hace cinco años.
—De ninguna manera, sé lo que quieres hacer, y no lo voy a consentir bajo ninguna circunstancia.
¿Podría saber que quiero guardar el secreto de que soy una Lepori bajo siete llaves?
—¿Y qué es lo que quiero hacer?
—El hospital privado donde todos nosotros hemos nacido están bajo la influencia de mi abuelo, quienes reciben sutilmente dinero de su parte —ahora afirmo que siguen suministrándoles dinero —. Por lo cual, tú, para no tener más confortamientos con ninguno de ellos dos, prefieres ir allí.
A estas alturas no podía negarlo. Podría revelarme de nuevo, como en el momento de salir de la mansión a mis recientes dieciocho años. De todos modos, yo seré siempre la perdedora de la batalla. Si me revelo, tarde o temprano tendré mis consecuencias y el pago será muy caro. Como ha sucedido esta vez.
—Iremos y estarás internada en el hospital el cual manejo yo.
No habré tenido contacto con ninguno de mis hermanos, pese a ello, nunca he perdido el hilo de que hace cada uno de ellos. Pero esta noticia me ha cogido de improvisto. Jamás he leído nada referente a que era dueño de un hospital.
—¿Cómo?
—Ahora no hay tiempo de relatarte lo que he hecho estos siete años que no estuviste en casa —comprensible, teniendo en cuenta que, de un momento a otro, podría caer rendida —. En cuanto estemos en el coche, tendré que llamar a mis médicos, habrá que intervenirte de urgencias, cerrarte esa herida y dejarte en observación, para más tarde llevarte a planta.
Siento como si todo estuviera pasando demasiado rápido, aparte de que casi no me estaba enterando de las cosas que sucedían.
—¿Cómo pretendes salir de este lugar? Todo el perímetro se encuentra por los guardias del abuelo.
—No te preguntaré a estas alturas porque sabes todo eso, puesto que me puedo hacer una idea —a la mente se me vino aquel día en el cual me di a la fuga.
—¿Tienes las llaves? —no sé a quién de mis amigos le habla Cesare, así que guardo silencio, al parecer ya hemos salido de los pasadizos y estamos a la espera de entrar al vehículo de mi hermano —Tenemos que ir en dos coches, no entraremos solo en uno —les da el aviso a mis amigos.
Espero que hayan traído desde Venecia nuestra furgoneta en la cual solemos movernos por allí.
—Ten —escucho la voz de Donato.
Por lo que percibo ahora mismo es que me he despejado un poco y me encuentro dentro de lo que cabe mejor. Lo que más necesito ahora mismo es hidratarme con agua. Tengo una sed terrible.
No sé si estos momentos de estar bien o estar mal son los efectos por los cuales estoy pasando, que podría ser una opción.
—Tengo sed, ¿alguno trae agua consigo?
—Yo tengo una pequeña nevera portable en el maletero de mi coche, hay que sentarla cómodamente cuanto antes así se hidrata —mi hermano se para una vez estamos cerca del vehículo y le dice al novio de mi amiga, que abra por él.
Nos abren la puerta y mi hermano con delicadeza intenta dejarme en el asiento trasero del coche, me sienta de forma que mis piernas cuelgan por afuera.
De mi boca sale un quejido, en cuanto noto cada vez más presión en la zona donde tengo todavía clavada la lanza. Es demasiado larga. Por lo tanto, no voy a poder ir sentada en el camino hacia el hospital, sino que tendré que ir tumbada.
—¿No será mejor que vaya en la furgoneta con mis amigos? —mi hermano que estaba en el maletero buscando un botellín de agua para mí me mira. Se me cae el mundo al ver la cara de tristeza que se le queda.
No es que no quiera ir junto a él, es por comodidad más que nada. Aunque, si hay alguna razón de peso que no me haya dicho, lo respetaré e iré con él. No tengo el más mínimo problema de ir en un trasporte o en otro.
Niccolo se acerca a mí, y me susurra al oído.
—Todos sabemos que sería más práctico ir en nuestra furgoneta por el tamaño. Lo que ocurre es que tu hermano se siente culpable de lo que ha sucedido en cierta parte y quiere recompensarte. Además, que irás más deprisa junto a él, debido a que él es el director y propietario del hospital —entiendo perfectamente, sí Cesare avisa como había comunicado hace unos minutos, tendrían todo a nuestra disposición y me atenderían de urgencias.
—Gracias —expreso con sinceridad.
Niccolo asiente con la cabeza y lo siguiente que hace es dar unos pasos para alejarse un poco, dejándole hueco a mi hermano, que trae el botellín de agua.
—Toma —me indica mientras me lo tiende estando ya sin el tapón.
—Muchas gracias —tengo tantas ansias de beber agua, que casi le arranco la botella, llevándomela como una maniática a la boca.
—Ey Orlena, con cuidado. Bebe el agua despacio, te hará mal —no puedo evitarlo, estoy sedienta. Davide e Isacco solo me han echado agua, no me dieron de beber nada —. Es recomendable que empieces a beber de sorbito a sorbito.
Intento hacer caso. Las ansias de beber como una posesa me invaden. Aun así recuerdo las palabras de Cesare diciéndome que vaya con calma.
Cuando estoy satisfecha, le entrego la botella a mi hermano que se encuentra mirándome fijamente concentrado, parece ser que está sumergido en pensamientos que al parecer no va a compartir.
—Niccolo ven a ayudarme a que se acueste en el asiento y podremos poner rumbo a la clínica.
No sé cómo van a poder meterme allí sin que la flecha no toque en algún momento el techo y me haga más presión.
—¿No es mejor llamar a una ambulancia? —parece ser que mi amiga me ha leído la mente e Idara secunda lo que ha dicho Mellea y lo afirma diciendo un simple sí.
—No tenemos tiempo, mi abuelo o mi padre pueden salir en cualquier momento —dice maniaco perdido mi hermano. Se está quedando sin opciones y eso le está frustrando.
No le puedo quitar la razón. Padre e hijo deben estar recorriendo cada perímetro de la casa junto con los gorilas por si me ven para capturarme de nuevo y llevarme a la cueva. De eso no me cabe duda a estas alturas.
—Chicos, Cesare lleva toda la razón, ellos no descansarán hasta haberme atrapado de nuevo y llevarme a ese espantoso lugar. Cada minuto es crucial y ya lo hemos desperdiciado mientras bebía agua —sostuve lo que dijo mi hermano —. Si llamamos a una ambulancia llamaríamos más la atención y los guardias de mi abuelo darían la voz de alarma y todo se iría al carajo.
—Venga, vamos a meterla en el coche para irnos lo antes posible.
—¿Puedes ponerte de pie? —con ayuda de alguien podría sostenerme, estoy demasiado débil —No tendrás que mantenerte sola, además, solo serán unos segundos. Es para acomodarte bien y poder meterte de una forma más funcional para ti y para ese palo que llevas clavado en el hombro.
Espero sinceramente que puedan quitarme la flecha sin ningún inconveniente. En vista de que hace un buen rato que me la han clavado. Porque se me está viniendo pensamientos muy negativos. Por ejemplo: que no me lo van a poder quitar.
Mientras mi mente divaga todo lo que quiere, Niccolo y Cesare me van acomodando en el asiento trasero.
—Listo Orlena, ¿te encuentras bien así? —aterrizo del sitio en donde me encontraba actualmente y asiento con la cabeza clavando la mirada en mi hermano.
—Podemos poner rumbo al hospital —cierran la puerta trasera, para segundos después abrir en la que debe entrar él para poder conducir. Antes de arrancar baja la ventanilla y les dice algo a mis amigos.
—Seguidme de cerca, así no os perderéis por el camino. El hospital no queda lejos de la salida de la ciudad.¿La familia estará al tanto de que dirige un hospital? Será una de las preguntas que le formularé. No me quedaré con la duda.
Cesare arranca y siento como si un turbo estuviera implantado en la parte trasera del coche e hiciera ese efecto. Me tengo que agarrar fuertemente del asiento, para no caerme.
—¿Puedes ir más despacio?
—Perdón Orlena. En cuanto demos esquinazo a los lacayos de nuestro abuelo podremos minorar la velocidad.
Estas situaciones son verdaderamente difíciles y las odio con toda mi alma.
El mundo se detiene para mí, junto con mi corazón, cuando de un segundo a otro, sonidos de balas empiezan a sonar como si fuera una melodía de una canción.
—¡Joder, mierda! —Cesare daba golpes en el volante mientras se cagaba en todo —No podemos competir ni enfrentarnos a ellos. Nunca he tenido que usar un arma, y me rehúso a ese hecho.
—Si sabes disparar y tienes una pistola en tu coche guardada, te voy a pedir por favor que la saques y empieces a disparar —la vena Lepori me ha salido por naturaleza o como dirían mis amigos, la Leona ha salido a flote.
—Primero que todo tranquilízate.
—¿Qué me tranquilice? ¿Con la que se está montando allí afuera? ¡Saca la puta pistola o la empiezo a buscar yo! Nos están disparando y tú estás tan campante —la histeria sale por todas las partes de mi cuerpo que puedan existir.
Mientras nos enzarzamos en una tonta discusión, los disparos siguen en todo su esplendor.
Al final mi hermano cede ante mis exigencias y busca en la guantera el arma con la cual vamos a combatir y el nombre de ella es: Sig-sauer P-226.
—¿Solo tienes esa arma? ¡Con eso vas a conseguir que nos maten! —mis nervios están a flor de piel y lo primero que se me ocurre es meterme con mi hermano, agregándole más tensión al problema que nos tenemos que enfrentar ahora.
Antes de que pueda decir algo, una bala impacta en la luna trasera del coche y sin previo aviso, Cesare me pide que me calle y que me mantenga en el lugar en el que estoy, que no me levante por nada del mundo.
Primer error hermanito, primer error cometido.
—¿Hay otra arma? —me intento incorporar mientras que la maldita flecha me impide moverme adecuadamente.
Me mira por encima de su hombro y maldice.
—¿Qué te acabo de decir?
—¡No recibo órdenes! ¿El arma?
—Bajo tus pies.
—¡Que empiece la masacre!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro