Capitolo 5
ORLENA
Mis amigos intentaron abrir la puerta un par de veces sin tener éxito alguno. Andreas había puesto el pestillo para que no tuvieran oportunidad de adentrarse a la estancia.
—¿Está ocurriendo alguna cosa dentro de la habitación que podamos saber? —ya ha hablado la más curiosa del planeta.
—Tu novio y yo estamos teniendo una conversación privada con tu mejor amiga, ¿puedes hacerme el favor de ir a la sala a esperar? En unos minutos vamos.
—Luego me lo contáis, entonces —dice con voz cantarina ella.
—Es privado y lo privado no se cuenta Mellea, deja de ser una chiquilla. No puedes saber todo en esta vida —ha sido duro.
No sé, escucha más la voz de Mellea y Andreas vuelve al puesto en donde estaba antes de ir casi corriendo hasta la puerta.
—¿Lista para enfrentarte al mundo?
La pregunta de Donato hizo que los vellos de mis brazos se pusieran de punta. Si afirmara ahora en voz alta que no tenía miedo, estaría mintiendo como una bellaca.
¿Cómo iba a mirar a mis amigos a la cara? ¡Ellos ya lo sabían de antes!
Mi cuerpo entero tiembla cuando reparo en ese hecho que no va a tardar en ocurrir. Vamos a salir del cuarto en nada. Tenemos que ir al aeropuerto para recoger a los hermanos de Andreas.
—¿Or? —insisten.
—No, no lo estoy. Tampoco tengo alternativa, ¿verdad? —ellos niegan como si estuvieran sincronizados —. Entonces pongámonos en marcha.
Ahora sí que me pongo de pie. Cojo de mi mesilla mi preciado móvil y voy hasta el perchero de mi habitación, que está justo al lado de donde se encontraba Donato. Agarro mi cazadora negra. Iba decidida hasta la puerta. Alguien me detiene por sus palabras.
—¿Vas a ir en pijama y en zapatillas de casa, Or? —la voz divertida de Andreas hace que inspeccioné mi atuendo y efectivamente no llevaba ropa de calle.—Vamos Andreas, dejaremos que te cambies. Te esperaremos en la sala para irnos al aeropuerto —in decir más salen del cuarto, no in antes abrir el pestillo.
Una vez sola en mi habitación voy directamente a mi armario. Abro las dos puertas que tiene y se desvela toda mi ropa. Saco del interior lo primero que ven mis ojos: un pantalón negro ajustado, una camiseta de color blanco que se me ajustaba al cuerpo.
Después de tener la ropa en mi poder, cierro el armario y me dispongo a vestirme. Cuando ya estoy lista con mis zapatillas de deporte y con la chaqueta que había escogido antes salgo de mi habitación.
Mientras iba andando por el pasillo, escuchaba que mis amigos estaban manteniendo una conversación acerca de mí en voz baja.
—¿Cómo le vamos a mirar a la cara? Hemos estado callando la verdad por un par de años para que ella no se sintiera en peligro con nosotros y que pensara que la íbamos a llevar con su familia de vuelta —la voz de Mellea se escuchaba culpable, triste y nerviosa —. ¿Y si se quiere ir de Venecia ahora que su familia va a pisar este lugar? —su voz expresa miedo.
—Andreas y yo hemos hablado con ella. Tranquilízate, no se va a ir a ninguna parte.
—¿Quién se va a ir de Venecia? —me hago la desentendida haciéndome presente en el salón de mi casa.
Era mi piso, de eso estaba segura. Aun así, no se sentía mía en estos instantes. En mi interior estaba creciendo despacito, un sentimiento de timidez llevado al extremo.
Si me viera no me reconocería ni en mil años. Me encontraba con la cabeza mirando mis pies a la espera de una respuesta.
—¿Así es como se comporta una Leona? La cabeza bien alta Orlena. Aunque los miedos te atormenten, tú mantente con la cabeza alta —Donato tenía razón. Debía de ser fuerte o al menos aparentarlo. Tener una fachada para que mis debilidades no se vean.
—¿Nos vamos? —intento cambiar de tema para que no se concentren en mí.
—Claro, vamos —mi mejor amigo que estaba sentado en el sofá más lejano viéndolo desde mi perspectiva, se levanta y se acerca hasta colocarse junto a mí.
—¿Vamos? —sin dejar que responda, Niccolo me lleva hasta la salida de mi piso. Mira hacia atrás para cerciorarse que los demás nos seguían —¿A qué estáis esperando holgazanes? Moved esos culos no vaya a ser que empiecen a subir de peso por estar todo el día, ahí tirados. Además, acordaros que hay que ir a buscar a dos personitas —les informa a los demás.
Sí, hasta ahora había estado cabizbaja y sin una pizca de humor en todo lo que llevaba el sol en el cielo, eso acababa de cambiar al solo recordar quién llegaba hoy y a por quién estábamos yendo a recoger al aeropuerto. Y no nos olvidemos de su pequeña hermana Annetta.
Al bajar todos a la calle, nos dividimos en dos grupos para poder poner rumbo al aeropuerto.
Yo esta vez opté por ir en el coche de Andreas junto con su primo y mi mejor amiga Mellea. Fue una mala decisión hablando con toda la sinceridad del mundo.
Tener a Andreas de piloto y que te esté lanzando miradas de picardía cada dos segundos y eso que nada más vamos a recoger a sus hermanos. Al parecer no entiende que entre su hermano y yo no hay nada, solamente es amistad, de las buenas podría decirse.
—¡Por favor Andreas, los ojos puestos en la carretera, hazme el favor! —con este hombro mirándome por el rabillo del ojo no me podía concentrar en admirar las hermosas vistas que se dejaban ver con tan solo apreciar las fachadas de las casas.
El Aeroporto Internazionale Marco Polo di Venezia no sé encontraba a tanta distancia de donde está ubicada mi piso. Por lo tanto, en menos de diez minutos llegaríamos a nuestro destino.
—¿Puedes dejar de ser tan dramática? No vamos a chocarnos ni nada parecido —la persona más insensata del mundo aleja sus manos del volante para poder apoyarlas una en mi hombro y la otra en mi muslo izquierdo.
Yo en este punto de la situación tenía los ojos de par en paz, aparentando que se iban a salir de un momento a otro de la impresión. Un camión que llevaba mucha madera en su tráiler venía de frente y nosotros éramos los que íbamos en dirección contraria gracias a la inteligencia de Andreas.
—¡Relájate! —veía que el camión se acercaba cada vez más y él no sé, había ni dignado a ponerse bien en su asiento —¿Qué va a pensar mi hermano cuando te vea? ¡Estás incontrolable!
Él solo movió un poco el volante y volvió a la misma posición que antes.¿Estamos a punto de tener un accidente automovilístico y sale con eso? ¡No lo puedo creer!
—Va a creer que estás demente cuando le diga que casi chocamos con un camión. Si salimos vivos de esta, claro está —empiezo a escuchar la bocina de la cabina del remolque.
—Únicamente te estaba preguntando respecto a cómo vas a reaccionar a verlo. Aburrida —hace una mueca y se sienta bien.
Gira el volante cuando casi el morro de su coche choca contra el vehículo gigantesco. El camionero desde metros atrás ya estaba haciendo señas para que nos apartáramos.
Mi cuerpo está tenso y solo escucho la escalofriante risa que me recuerda a la de mi padre y mi abuelo. Entro en pánico. Me falta el aire, no puedo respirar, es como si la garganta se me cerrara y no pudiera hacer nada. Intento hablar, más no lo consigo.
Como puedo alargo mi brazo y agarro con fuerza el brazo del que seguro es de Andreas. Mi vista me falla. Lo único que puedo sentir es el frenazo que pega. Escucho voces distorsionadas y puertas abrirse y cerrarse. Aún tengo mi mano derecha enganchada en el brazo de mi amigo. Deduje por ese hecho que las puertas cerrándose y abriéndose habían sido de las de la parejita feliz.
Abren mi puerta y un aire fresco choca contra mi cuerpo de inmediato, produciendo que la carne de gallina se haga presente.
—¿Orlena? Orlena, ¿me escuchas? —la risa parecida a la que hacían Isacco y Davide todavía resuena en mi cabeza. No atino a contestar a Donato, que me zarandea para que reaccione —Mellea, llama a Niccolo para informarle que vamos a urgencias y que no vamos a llegar a recoger a mi primo —escucho a la lejanía como cierra mi puerta y entran al interior del coche —. Enciende el coche Andreas, hay que llegar cuanto antes al hospital para que la puedan revisar.
Me encontraba sumergida en un abismo repleto de sensaciones dañinas para mi persona. ¿Cómo quieren que pase de página y no piense en el pasado que tuve? Hay cosas que te quedan en la mente y en tu retina grabadas y jamás se van de ahí. Puede que tengas la voluntad de poder sobrellevarlo a lo largo de tu vida. Hay individuos que lo hacen y lo han hecho, otras viven entre recuerdos y pensamientos que les hacen sufrir y quedan tocados del ala.
Yo, por ahora y por la crisis que estoy teniendo ahora, diría que voy por el mal camino. No tengo remedio alguno, sino que pongo de mi parte. La voluntad de cada persona es primordial en estos casos. Si el individuo no quiere ser ayudado, no puedes hacer nada. Es la persona la que debe dar el paso para cambiar su vida y que está no se vaya directamente a la depresión total.
Estaba perdida completamente.
Donato y Andreas me recomendaron pasar de página... ¿Cómo se hace eso cuando están a punto de asentarse en Venecia los más grandes hijos de puta de la historia?
Tengo la mala sensación de negativismo —que siempre me acompaña —, que en algún momento me voy a encontrar con mi abuelo y mi padre de frente. El momento será catastrófico. Mis amigos me llaman Leona por el carácter que cargo, lo que cambia en esta situación es que cara a cara con estos dos sujetos, en vez de parecer una Leona, parezco un bebé indefenso al lado de esos dos monstruos reencarnados en persona.
Empiezo a sentir que mi cuerpo se relaja haciendo que mi cerebro empiece a ir más lento y deje de pensar.
La percepción de los minutos para mí son nulos, puesto que no sabía en qué momento me había quedado dormida o mejor dicho, me habían dormido, hasta que me empiezan a llamarme.
—Señorita Orlena, señorita Orlena —me llama una voz totalmente desconocida para mí.
La voz me trae de vuelta a la realidad. Empiezo a abrir lentamente los ojos. El sol está en todo su esplendor y por ello, cierro de nuevo los ojos. Se deben acostumbrar a la luz. No sé cuánto tiempo he estado dormido.
Al principio no reparé en donde me encontraba, dado que solo me acordaba que iba en coche junto a Andreas, Mellea y Donato para ir a recoger a los hermanos del primer nombrado.
¿Cuál ha sido el detonante que ha causado que este ahora mismo en este lugar?
Una vez que mis ojos están en condiciones de poder abrirse como habitualmente lo hacen, empiezo a apreciar todo lo que hay a mi alrededor para darme cuenta de donde me encuentro.
Viendo las paredes blancas y al médico que está parado frente a mí —a los pies de la cama de hospital me indican que estoy internada en un hospital.
—¡Buenos días, señorita! ¿Cómo se encuentra? —el doctor me está poniendo de los nervios con el simple hecho de que me mira fijamente esperando una respuesta.
Para no hacerle esperar tanto y que repitiera la pregunta más veces de lo normal, me dispongo a relajarme y soltarlo.
Centro mis ojos en los suyos, viendo como espera pacientemente a que dé una respuesta.
—Pues verá me encuentro desorientada, no sé qué hago en un hospital —hago una mueca —y tampoco le sabría decir como he llegado hasta aquí. No me acuerdo de nada —le digo con toda la sinceridad.
—Ingresaste a este hospital de urgencia. Perdiste el conocimiento. Aunque antes de que aquello pasará, primero es como si hubieras estado en una realidad paralela. No escuchabas nada y no eras tú —me puedo hacer una idea de porque entre en trance.
Debería cambiar de psicóloga porque estos episodios se están volviendo más frecuentes y eso solo hace que empeore cada día en vez de avanzar para mejorar.
—Señorita Lepori —casi me atraganto con mi saliva al escuchar mi apellido. ¿Quién le habrá dado mis verdaderos datos? Mi piel empalidece y lo compruebo cuando siento un mareo —. Señorita, ¿se encuentra usted bien?
No sé cuánto tiempo estoy dormida. Cuando mis ojos vuelven a apreciar lo que tengo alrededor ya está empezando a oscurecer.
Esta vez es distinto. No hay ningún médico que parezca que esté velando mis sueños. La habitación está casi en la penumbra. Mis ojos recorren toda la habitación.
Justamente al lado de la puerta detecto la figura de una persona está apoyada en la pared con sus ojos fijos en mí.
—Nos volvemos a ver Bambola di pezza —su voz la reconocería, aunque pasará mil años sin verlo. ¡Esa maldita voz!
Después de un par de años fuera de su alcance, vuelvo a estar atrapada bajo su dominio. Todo mi cuerpo tiembla. No tengo las suficientes palabras para describir el miedo tan grande que surca todo mi cuerpo.
—¡No es real, no me han encontrado! ¡No es real, no me han encontrado! —con el miedo recorriendo mis venas. Repito una y otra vez esas palabras.
Vuelvo a fijar la vista en ese lugar, debido a que minutos atrás había apartado la vista de esos terroríficos ojos.
—¡Auxilio! —empiezo a gritar a todo pulmón desesperada. Todo lo que recibo es una risa seca de la persona que está en la misma habitación que yo y que todavía no ha dado la cara, aunque ya sepa quién es.
—No hay ningún enfermero ni ningún médico de pacotilla que pueda ayudarte —hace una pausa donde solo escucho su respiración pesada —. Vuelves a estar en mis manos Bambola di pezza.
¿Qué habrá hecho para que no haya nadie disponible en toda la planta? ¿Es capaz de matar?
—¿Qué has hecho desgraciado? —las personas con poder se vuelven idiotas pensando que pueden tener el mundo a sus pies solo por tener dinero.
Yo solamente los quiero ver entre rejas para que se pudran en la cárcel o bajo tierra. Sobre todo, a mi padre y abuelo. Y a uno de ellos, dos, lo tengo en la misma habitación donde se supone que debo recuperarme.
—Nada que no se merecieran —habla pausadamente y con un tono frío, que da escalofríos escucharlos.
De la nada, se escucha una alarma —la de incendios —mis alarmas se encienden. ¿Qué tienen planeado? No pienso ir con él a ninguna parte. ¡Me niego!
Su espalda ya no toca la pared, y sus pies ya no están quietos, sino que se mueven y vienen en dirección a donde me encuentro yo.
Yo intento quitarme las sábanas de la camilla lo más rápido posible, pero con lo débil que estoy no puedo ir tan deprisa. Además, que la vía que tengo en mi brazo derecho no me deja desenvolverme con soltura.
Mis pies tocan el suelo templado de la oscura habitación, y moviendo el gotero con mi mano avanzo hasta la esquina que tengo más a mano. Llegando a esa posición, me doy la vuelta lentamente para ver a esa persona frente a mí.
Abro de par en par los ojos.
Esta persona no ha hecho mucho cambio en los años que no le he visto en persona. Aunque debo reconocer de nuevo que si he visto cosas de ellos.
Davide Lepori se encuentra de cuerpo presente frente a mí. Estamos cara a cara. Recorro su perfil rápidamente. Tiene el pelo negro natural, algo largo y echado hacia atrás. Seguramente se habrá echado gomina para que quede más tupido. Veo canas sobresalir por los costados de su cabeza. Ahora contemplo su semblante y encuentro que está serio —no es un gran hallazgo ese —. ¿Cuándo ha sonreído conmigo presente? Podría poner las manos en el fuego que jamás lo hizo.
Sin barba se le ve con más claridad el rostro macabro que tiene. En estos momentos prefiero que tenga barba.
El sonido de la alarma no había cesado, seguía sonando; el sonido era insoportable. Mis oídos pitaban.
Él alarga su mano para cogerme del brazo. Con brusquedad intento apartar su brazo de mi camino.
—Te irás con nosotros, quieras o no —una risa amarga y seca sale del interior de mi cuerpo.
Tengo todo en mi contra ahora mismo y, aun así, no dejaría que me llevaran.
—Sí, salgo contigo de aquí, salgo como cadáver —le escupo en toda su cara. A Davide se le asoma una media sonrisa.
—Tú vendrás con nosotros Bambola di pezza. Dale gracias al doctorcito de pacotilla que te investigó y llamó a tus queridos familiares que amas tanto —su sarcasmo era notorio, se podía percibir a kilómetros —. Ha sembrado tu tumba —suelta una carcajada sin gracia alguna.
—¡Me niego a ir con vosotros! Además, ya no soy la niña indefensa a la que maltratabais en aquel lugar situado bajo tierra apodado la cueva. No volveré junto a vosotros, no sois mi familia. Solo compartimos apellido, allí acaba nuestro vínculo.
De la nada y sin poder contestar empezamos a oler un olor muy desagradable. Mi nariz se arruga. Me desplazo hacia el lado derecho sin que se note demasiado mis movimientos y me doy cuenta de que un gas naranja está entrando a la habitación por debajo de la puerta.
Mis manos llegan hasta dar con el camisón de hospital tapándome la nariz y la boca con eso e inmediatamente cierro los ojos.
—¿Qué haces niña insolente? —no contesto y eso al parecer le enfurece más.
—Si este era tu plan para matarme, tú también caerás. Está entrando un gas tóxico a la habitación —hablo entre diente sin mover casi la boca, para que no me afecte tanto.
Un gran estruendo se hace presente. Se escucha mucho ruido, no sé qué ocurre a mi alrededor, solo siento como me cogen por las piernas y salimos pitando del lugar.
Pasan unos minutos hasta que vuelvo a sentir bajo mis pies descalzos el suelo de la calle. Y sé que estamos allí, puesto que la brisa fresca de la noche choca contra mi cuerpo.
—Puedes abrir los ojos, pequeña —me habla con delicadeza una persona, que por la voz deduzco que es un hombre.
Ahora mismo me sentiría mejor si estuviera por ahí una mujer, sinceramente.
—Hazlo lentamente —me indica.
Yo hago caso, los abro poquito a poco. Cuando mis ojos están por completo abiertos me encuentro a una persona frente a mí mirándome con curiosidad.
—¿Estás más relajada? —yo no lo escucho, muevo como loca la cabeza en todas las direcciones posibles.
—¿Dónde está? ¿Dónde está? —el hombre me pone sus dos manos a los costados de mi cabeza e intenta ponerla recta mirándole a los ojos.
—¡Ey, escúchame! —me habla —Todo está bien, estás a salvo. No había nadie cuando te sacamos.
¿Todo había sido un sueño? ¿Davide Lepori jamás había estado en la habitación de hospital?
Si todo había sido una simple imaginación. Mi mente me está jugando una mala pasada.
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