Capitolo 4
ORLENA
Si alguien me preguntase como hubiera querido que acabase la noche, no sería ni mucho menos como acabó.
Acabé en el hospital. El médico de emergencias me informó que no tenía nada rato y que no tenía torcedura de tobillo, pero que si me dolía me tomará unos calmantes para que disminuyera el dolor.
El chico que acudió a mí cuando me senté en el suelo por el dolor que me producía el tobillo —que luego no fue nada —, nos acompañó hasta el hospital para cerciorarse que no era nada grave. Le di las gracias una vez le dijimos que todo estaba en orden, y se marchó en la penumbra de la madrugada.
Llegamos a casa súper tarde, solo necesitaba una cama para descansar. No permitiría que ninguna pesadilla me atormentase. Y efectivamente dormí.
En estos momentos estoy saliendo de mi habitación rumbo a la cocina —pasando, primeramente —por el salón donde raramente se encuentran mis amigos ya despiertos —haciendo bulla —viendo la televisión. Si tiraba mi tele a la basura, ¿qué harían? Lo mínimo sería tirarse por la ventana.
Mis tripas resuenen en cuento, el olor a bollería llega a mis fosas nasales. El hambre no se me va a quitar hasta que desayune algo contundente. Y para ello me preparo un rico chocolate caliente y camino hasta donde el plato lleno de cosas ricas me esperaba expectante llamándome.
Me llevo el cruasán a la boca mientras mis pies giran para que yo pueda ver la pantalla de la televisión.
Mala elección.
Mi vientre se retuerce llevándolo al nivel más alto. Lo primero que pueden apreciar mis bellos ojos es ver la foto de la gran familia Lepori al completo —para los que no sepan que falta una integrante en ese retrato —. En el centro de la imagen sale mi abuelo Isacco, acaparando toda la atención a su lado derecho, acompañando a su esposa se sitúa mi abuela Graziella. Al otro extremo de mi abuelo se encuentra Davide, su primogénito; el sucesor del Imperio Lepori. A su lado se ubica mi hermano mayor Cesare; no me sorprende hablando sinceramente. Títere de nuestro padre y abuelo. Otra marioneta más en esa familia. Mi hermana Agnese está tomada del brazo de nuestra abuela, y justamente a su lado está Demos. Por último, mi nuestra querida madre se encuentra colocada al lado de su hijo favorito; Cesare.
Para todas las personas del mundo que no sepan cómo es nuestra familia en la intimidad jamás se darán cuenta de que esa imagen que está saliendo en los cotilleos que echan por las mañanas por la televisión es puro marketing y hacer creer a los habitantes del planeta que son una familia unida. Que no tienen una brecha que se puede apreciar a kilómetros.
Lo que me preguntaba yo era: ¿Qué ha pasado y porque salen en la televisión?
Aunque el apellido Lepori sea famoso, ellos no suelen salir así por así. Siempre hay una razón. Yo procuro no ver sus primicias por ningún canal, me suelen aparecer directamente en mi móvil sin tener que buscarlas.
Presentía que se avecinaba algo fatídico.
«El gran Clan de los Lepori. Se están moviendo por toda la zona norte de Italia. A principios de la semana que viene, aterrizaran en la grandiosa Venecia, pasando tres largas semanas allí. Lo más curioso es que jamás se instalan en una ciudad más de una semana. ¿Qué tendrá Venecia?»
De la impresión que me acaba de dar el escuchar la noticia. Se me resbala de las manos el cruasán y la taza que contenía el chocolate caliente.
Mis amigos sorprendidos vienen hasta a mí, hablándome y preguntándome que ha pasado. No me salen las palabras, me he quedado sin voz.
El miedo empieza a ascender en mi interior como si tuviera una llama diminuta que va creciendo poquito a poquito, hasta agrandarse, llegando al límite de percibir que esa fuerza quería atravesar las murallas de mi cuerpo y salir estallada sin permiso alguno.
¡Debía de ser una broma de mal gusto!
No pueden venir a invadir la ciudad, la cual era ahora mi territorio, mi refugio. ¡Mi escape de ellos!
¿Y si me escapo a otra ciudad u otro país? Así sería improbable que yo sea vista por alguno de los integrantes de mi familia.
En tres semanas —justamente el tiempo el cual se quedaban en Venecia —, y para mi desgracia la ciudad en la que vivo permanentemente no es demasiado grande.
Y que no se me olvide lo más importante: mi cumpleaños eran por las fechas que ellos se hospedarían aquí.
Abro los ojos al caer en la cuenta de ello.
—¿Orlena? ¿Sigues ahí? —Mellea daba toquecitos en mi cabeza para a ver si contestaba, pero estaba totalmente ida.
Hasta que reaccioné cogiendo aire para que mis pulmones no sufrieran tanto.
—Sigo aquí, me encuentro en perfectas condiciones y no me ha sucedido nada —quiero zanjar el tema de una vez. No quiero que me hagan preguntas que seguramente no pueda responder.
Sin hacer caso de las palabras que recibo de Mellea. Avanzo hasta donde está el mando de la tele y pulso el botón de apagar en cuanto mis manos tocan el aparato.
Estaban comenzando a hablar de cotilleos de mis hermanos, no creo poder soportar tal cosa.
—Eh —se queja mi mejor amiga —que yo estaba viendo las noticias —hablan en un tono risueño.
—A eso a lo que llamas tú noticias, en realidad lleva el nombre tatuado de cotilleos de mierda.
—¿Te has levantado con el pie izquierdo de nuevo, Or? —gruño.
Cierro los ojos para intentar relajarme y no lanzarme encima de ella. No puedo desvelar absolutamente nada y eso me consume lentamente por dentro.
—No —sentencio para luego irme directamente de vuelta a la cocina donde Idara y Battista tiraban a la basura los cachos rotos de mi taza y el cruasán a medio comer.
Escucho que encienden de nuevo la televisión y en el mismo canal que tenían puesto antes.
Cuando me quedé sola en el pequeño espacio, intenté poner la mente en blanco y no pensar. Además, de que me di cuenta de que hacer esas cosas impulsivamente exclusivamente hacía que las sospechas empezaran a rondar en mis amigos. Y esa no era una buena idea.
Escuché a Mellea y a Idara hablar de lo guapos que eran mis dos hermanos. Así que deduzco que estarán pasando sus fotos en estos precisos momentos.
—Dejad de babear... ¿O queréis que os lleve un cubo? Es por si se os cae baba, para que no manchéis el suelo —digo en un tono totalmente frío, aunque por dentro me esté muriendo de la risa.
Salgo al salón de nuevo y justo me giro para mirar la pantalla de la tele. Veo de pleno a mis dos hermanos posando en bañador.
—¿Quién es el mayor? —pregunta con curiosidad Idara. Y yo que suponía que las dos al ser unas acosadoras natas sabrían las dos quién es el pequeño y cuál el menor.
—¡Cesare, el que lleva el bañador negro y blanco! —hablo sin tener ningún conocimiento de lo que acabo de hacer.
—¿Y tú como sabes eso? —salta mi mejor amiga. ¡Cotilla! La escruto con la mirada y contesto.
—La familia Lepori es famosa —digo con obviedad —, el que no sabe sobre ellos es que no está al día.
—Llevas toda la razón. Es de las familias más reconocidas a nivel Mundial —habla con conocimientos previos Idara.
Parece ser que se ha estudiado el historial de mi familia. Únicamente le falta por saberse las edades de mis hermanos.
—¿Sabes mucho sobre ellos, Idara?
—Lo que dejan entrever en los cotilleos y poco más.
Ahora están pasando fotos de mi hermana Agnese. Otra cara angelical que escondía bajo siete llaves su verdadero rostro. Arma de doble filo la llamaba yo. Era caprichosa —normal de la familia que venía —, como ninguna otra. Ambiciosa como nadie, cruel —que venía en el ADN familiar y calculadora al mismo nivel que Isacco.
En estos casi seis años que no la veía, no sé a qué nivel estará, espero que haya disminuido las expectativas que su lindo cerebro quería para cuando fuese mayor.
—¿Quién es el mayor de todos? —curiosidades y más curiosidades. Me explotará la cabeza.
—Cesare. Tiene veintinueve, el mes pasado los cumplió: 4 de febrero para ser exactos —le responde rápidamente su cuñada para luego llevarse una galleta a la boca —. La segunda más mayor es Agnese, que tiene veintisiete años. Los cumplió el año pasado, el 8 de octubre —hace una pausa y sigue —y, por último, tenemos a Demos cumple los años este verano: el 18 de julio.
—¿Y cuántos años tiene Demos? No lo has dicho.
—Demos cumple este año los diecinueve.
Sonrío de medio lado, les falta uno de los hermanos. Nadie lo sabe. Mi familia quitó todo rastro que pudiera vincularme a ellos.
La reportera vuelve a hablar de nuevo:
La familia Lepori se hospedará en el hotel JW Marriott Venice Resort & Spa, donde también se hará la fiesta de compromiso del primogénito de Davide.
¿Qué mi hermano se casa? Mis ojos se abren de par en par. ¿No es una broma? Debe serlo.
Esto lo han tenido que mantener en secreto hasta este momento. No se había filtrado ninguna noticia sobre este acontecimiento.
—Que acosadora eres Idara —digo mientras me siento. Me fijo que Battista está en el sofá contiguo y le suelto: —. Mantén dos ojos sobre ella, que se te descontrola la novia —los demás se ríen tras mis palabras menos Battista que se mantiene serio —. Que es una broma, hombre. ¡Relájate! —. ¿Puedo cambiar?
—¡No! —pegan un chillido las dos a la vez. Nos iban a dejar sordos a todos.
—¿Por qué? No veo nada de interesante ver lo que dicen de esta familia.
—Sí, tú lo dices... ¡Aburrida! —siguen charlando sin apartar ni un segundo sus ojos de la pantalla —¡Van a decir con quien se casará Cesare!
Como ya hemos dicho antes, el primogénito de Davide se casará en la preciosa Venecia. Su prometida y él han decidido contraerán su matrimonio allí. La joven se llama Gianna Degattis.
La ceremonia se dará lugar en la Basilica di Santa Maria Gloriosa dei Frari y luego, como hemos dicho antes, la fiesta se hará donde se hospede la familia Lepori.
La novia no podrá hacer lo mismo; tradiciones son tradiciones y antes de la boda se deberá trasladar a otro de los hoteles de lujo que hay en la bella Venecia. Aún no tenemos el nombre.
A lo largo de estas semanas, os concederemos más información sobre el esperadísimo matrimonio.
Solo faltaba que la boda se trasmitiera por televisión.
—Habrá que estar atentas para poder ver el matrimonio —chilla emocionada Mellea.
—Yo no voy a ver esa mierda, os vais a otra parte a verlo —me enfurece pensar que uno de mis hermanos se vaya a casar y que yo no esté ni invitada —. Controla a tu novia —le advierto a Donato ahora.
—Estábamos hablando de verlo en vivo y en directo —estoy que me caigo redonda de la impresión.
Si por algún casual mis amigas conocen a mis hermanos y descubren que yo soy la hija perdida de los Lepori, se caerían de espalda y estarían emocionadas e histéricas al conocerlos por fin.
Tienen la persona directa que las puede llevar a conocerlos si se da una oportunidad de reencontrarme con alguno de ellos.
—Pues no contéis conmigo.
Sí, tenía sentimientos encontrados, lo que salía por mi boca con veneno, no era lo mismo que lo que opinaba realmente.
Sí, efectivamente anhelaba verlos, saber cómo están. No a todos por su puesto. Se podrían ahorrar el viaje, mis abuelos y mis padres.
—Estas de un humor de perros hoy, y eso que llega Angelo. A ver si él te puede te baja esos humos que me traes está semana.
Cierto, hoy domingo, llegaban los hermanos de Andreas, Angelo y la pequeña Annetta.
Los chicos se fueron de casa a dar una vuelta, nos dijeron como "excusa" que necesitan aire fresco y me dejaron a mi sola con la tortura de seguir viendo lo mismo.
Después de unas cuantas horas solas y que las reporteras no dejaran de parlotear sobre la vida familiar de los Lepori, los chicos vuelven de su paseo.
Entran a mi piso como si yo les hubiera dejado un juego de llaves en su poder, que no es el caso.
Cuando entran al salón por el recibidor de la casa, Donato habla.
—Dentro de una hora tenemos que estar en el aeropuerto para ir a recoger a Annetta y a Angelo.
—¿Cómo entráis en mi casa? Soy consciente de que no he hecho copias de mis llaves.
—Culpable —que extraño que haya sido ella. Muy extraño.
—¿Quién más tiene las copias? —pregunto, aun sabiendo a la perfección la respuesta.
—¡Yo! —dijeron todos los presentes.
Parece como si en vez de vivir y ser la casa de una persona la compartiese con sus amigos. Que no es el caso.
—Estás de mal humor —no es una pregunta, es una afirmación en toda regla. Sonrío sin ganas.
—El que trae todos los días —interviene Battista.
—¡Eso no es cierto! Hoy está más insoportable que Mellea —las carcajadas no se hacen esperar.
—¡Oye, yo no soy insoportable! —las carcajadas que habían cesado, vuelven a sonar.
—Hoy será la excepción porque... —no acaba la frase su hermano.
—Bueno, ya basta, se acabó la discusión tan absurda que se nos ha ocurrido crear en un momento —intervengo.
—¿Seguís viendo lo mismo? —pregunta Donato intentando cambiar de tema. Mala elección, chico, muy mala.
—Por desgracia —confirmo yo. Donato me lanza una mirada que yo no logro descifrar de ninguna manera.
A la vez que contesto yo, lo hace Idara también:
—Viendo lo más hermoso que hay en la vida —Battista frunce el ceño. Celoso le ha salido el muchacho.
—Ah, claro, no te basta conmigo —se hace el ofendido cruzándose de brazos y poniendo la mirada en otro lado. Dramático como ninguno otro.
—¿Tienes algo que decir Mellea? —dice divertido Donato sabiendo de antemano como es su novia.
—Sí, que esos dioses hermosos hacen babear a cualquier mujer del planeta tierra —exagerada como ninguna otra.
—¿Y tú, Or? —ya decía yo que no me iba a librar de esta —¿No vas a decir nada acerca de ellos?
—¡Ella es una aburrida! Antes nos ha apagado la televisión.
Verdad, Andreas antes no estaba con nosotros, según Donato había salido hacer unas cosas y se había perdido de todo.
—¿Y quiénes son esos hombres que os traen locas?
—Cesare y Demos Lepori.
—¿Cesare Lepori? —pregunta Andreas. Las enamoradizas asienten eufóricas —¿Donato? —lo llama su primo, que estaba atento a otra cosa —A él lo conocimos el otro día en una cena que hicieron varias familias importantes, ¿verdad?
Esto no puede estar ocurriendo.
En el dilema en el que me encontraba era enorme. Por un lado, no podía echarlos a ninguno de los dos de mi casa, puesto que los demás empezarían a hacerme preguntas y tampoco podía poner malas caras, por ende me mantendría neutral. Y por el otro, era casi seguro que ellos sabrían de mis orígenes, por eso mismo antes Donato me ha mirado con esa cara.
¡Lo sabían!
A estas alturas no me podía poner histérica. Tengo que mantener la calma sea como sea.
Mientras me escabullía del salón donde estaban todos allí reunidos, escuche a Mellea preguntarle a su novio si conocía a Cesare y que a ver si era guapo.
La palabra acosadora le quedaba corta a esta mujer.
Me estaba quedando frita cuando unos toquecitos en la puerta de mi habitación me despiertan por completo. Me incorporo poniendo mi espalda recta en el cabecero de la cama.
—Podéis pasar seáis quién seáis —informo.
La puerta es abierta por Donato y a su lado se encontraba su primo Andreas. Sospecho a que han venido. Así que, sin rodeos, les digo:
—Entrad y cerrad la puerta —hacen lo que les digo y se quedan de pies al lado de la salida —. Podéis sentaros a los pies de mi cama o en el sillón de dos plazas que está allí —les indico amablemente.
Ellos asintieron algo incómodos, ¿ahora qué les pasa? ¿Se han vuelto tímidos de repente? ¿El gato les ha comido la lengua o qué?
—Tenemos que hablar contigo... —comienza Andreas.
—Contadme —me aventuro yo primero para que me den más información ahora que se han dispuesto a abrir sus bocas para hablar.
—Sabemos que eres una Lepori —deja caer la bomba.
—¿Cómo? ¿De qué estás hablando? —me hago la desentendida.
—De que vienes de una familia multimillonaria, famosa. A los ojos de cualquier persona que no sepa el secreto familiar, no sabrán que Davide y Giulia Lepori tuvieron otra hija aparte de Agnese, que la repudiaron y que eso produjo que maquinará en su cabeza un plan para salir de esa vida llena de sufrimientos que le causaba estar entre esas cuatro paredes o más precisamente en un lugar que nadie escuchará las plegarias de una niña inocente —no sé a dónde quiere llegar. La historia me la sé de memoria. La viví en carne y hueso.
Me retuerzo en mi cama mientras mi mirada se pierde entre los objetos de mi habitación. Mis ojos primero reparan en la estantería llena de libros para después pasar a una caja de música y así seguí sucesivamente hasta que mis ojos fueron de los de Donato —quién me había relatado la historia cortamente —y su primo Andreas y así sucesivamente un par de veces.
—¿Qué queréis conseguir con esto? Porque ahora mismo podría reservar un billete de avión y desaparecería a la otra punta del mundo —hago el amago de levantarme. Lástima que Andreas está cerca y me detiene en el proceso.
—No vamos a llevarte con tu abuelo o tu padre —todo el aire que retenía en mis pulmones fue expulsado de inmediato.
—¿Y qué es lo que queréis? No vale la pena negároslo dado que alguno de mis hermanos —Cesare expresamente —os ha hablado de mí y os ha contado todo. ¿Me equivoco en algo?
—No —niegan los dos.
—Ahora responder a la pregunta antes formulada. ¿Qué queréis de mí? Ya no tengo nada que ver con esa familia.
—Aun así, sigues portando tus dos nombres y el apellido. Orlena Natale Lepori.
—¿Dónde conocisteis a mi linda familia?
—En una cena benéfica que hicieron junto a familias con más reputación del mundo —se adelanta a decirme Andreas.
—¿Y la vuestra lo es? ¿Desde cuándo? No estoy al tanto de eso.
—Te venimos a decir algo importante. Espero que no te enfades con nosotros.
—Largad por esa linda boquita lo que me tenéis que decir y después yo decidiré si es para enfadarme o no —declaré.
—Tu hermano sabe que vives en Venecia —lo dijo tan de carrerilla que casi no entiendo lo que dice. —¿Qué? —Tu hermano sabe dónde vives —dice más pausadamente Donato.
Mi vista se clava fijamente en los ojos del novio de mi mejor amiga —Donato—. Esta persona no sabe lo que acaba de decir.
—¿Tú estás mal de la cabeza? ¿Con qué derecho hiciste eso? ¿Tú a un desconocido le revelas cosas que no son de tu incumbencia? —Es tu hermano Orlena.
—¡Es un Lepori!
—Tú también lo eres —me señala —. Aunque tú no lo quieras reconocer por razones muy buenas.
A estas alturas de la conversación acabamos hablando a grito pelado como si estuviéramos en un corral.
—¿Podemos terminar de contártelo? —asiento —¿Estás relajada? —niego con obviedad —Primo procede antes que tu novia o alguno que está rondando por la casa, entre a la habitación y se entere de todo.
—A tus hermanos los hemos visto en más de una ocasión, debido a que cada ciertos meses hay una cena benéfica o como lo llamen. Ya sabíamos tu historia desde hace bastante tiempo. Cesare nos lo contó hace ya bastantes años —así que cuando me conocieron ya sabían a la perfección que era una Lepori. Interesante dato. Ahora sé que han fingido todo este tiempo y yo haciendo creer a todo el mundo una milonga que me inventé.
¡Esto solo puede ir cuesta abajo!
—Todos estos años le hicimos pensar a tu hermano que no sabíamos nada y que no te conocíamos. Nos enseñó fotos tuyas de pequeña para poder identificarte. Le dábamos solamente respuestas negativas...
—Hasta está última vez —finalizo yo.
—Efectivamente. Tu hermano estaba desesperado —yo estaba escuchando su relato sin creerme aun ni una pizca de lo que relataba —. Seguramente no consideres esto, pero te estuvo buscando por estos casi seis años a escondidas de vuestra familia, que parece ser que para el resto de la familia estás muerta —hace una mueca, yo le resto importancia.
¡Como si alguna vez me hubieran querido viva!
Con toda la fortuna que debe tener en su poder podría haberse conseguido a los mejores detectives del mundo, igual a los que ha contratado son unos enclenques.
—¿Te acuerdas del chico pelirrojo que te ayudó? Ese chico trabaja para él —parece ser que no he tenido tan mala suerte y lo volveré a ver —. Sé que te vas a reencontrar con él una vez aterrice en Venecia. Estarás temblando de miedo. Ahora bien, entre nosotros —se refiere a nosotros tres —sabemos perfectamente que por dentro lo quieres ver y no vas a coger ningún vuelo que te lleve a otro país. Todas las personas necesitamos a nuestra familia carnal, y tú necesitas a tu hermano como el aire para respirar Orlena.
Era consciente de que llevaba toda la razón en cada palabra que decía. Aun así, me negaba a admitirlo.
—Tú crees que eres feliz y que todo está a la perfección y no es nada de eso. Andreas y Angelo saben a la perfección que a las noches no duermes a causa de tus pesadillas.
—Piensas que no puedes confiar en nadie —sigue Andreas —, por el simple hecho de que tienes miedo de que te lleven a esa casa tan terrorífica para ti.
—¿Tan fácil de leer soy?
—Tienes unos amigos estupendos en los que puedes apoyarte y contarles todo. Puedes confiar en ellos —este momento me estaba recordando a las sesiones con la psicóloga.
—Debes pasar de página. Eres una valiente leona. ¡Demuéstralo!
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