Capitolo 31
ORLENA
No logro recordar cómo era —y es —la fortaleza de los Lepori, aunque debo agregar a eso, que en la que me encuentro pisando y observando ahora, es extremadamente elegante.
No me doy el tiempo a inspeccionar todo lo que hay a mi alrededor, porque cuando estamos todos en el recibidor —hall —, Malone nos indica —con un gesto que hace con su brazo —, que lo sigamos.
Hacemos lo indicado, atravesando un cuarto abierto —sin puertas —el cual conduce a un pasillo con paredes color beige. Hay cuadros decorativos de diferentes tamaños y diferentes pintores.
Según parece la familia Spinelli, es una de esas familias que son amantes del arte. Lucen como una galería de artes. ¡Este rinconcito es magnífico! Pasamos de largo la exposición y nos conduce a través de un arco a unas escaleras que llevaran a un lugar en lo desconocido hacia las profundidades de la mansión. Lo oscuro —casi sin visión —me aterra, como no ha idea.
En las paredes de piedra maciza solamente había unas antorchas sujetas por un hierro fino. Debo decir, que alumbran cada escalera, pero a mí, estas escaleras, la pared, la poca luz que hay, me recuerda a un sitio del que jamás quisiera volver en la vida: los pasillos que dan a La cueva.
Mi mente empieza a recolectar imágenes desagradables mientras voy bajando de escalón a escalón, hasta que de un momento a otro, mis pies dejan de bajar y se mantienen en un solo escalón.
Mi cuerpo, empieza a temblar, voy de las primeras, así que los que vienen por detrás se aglomeran detrás de mí.
Lo que viví allí fue escalofriante y aunque vayas con un especialista, realmente te ayuda a sanar, pero a veces el dolor es tan grande que cuando estas en un lugar —como ahora que te recuerda y que te hace trasportarte a ese sitio tan ruin, no es agradable pensar, es destructivo para una persona que haya pasado tantos malos tragos.
Mi vista a estas alturas está completamente nublada, llegando al punto de que no focaliza absolutamente nada, estoy ida. No escucho, siento ni veo nada. Ahora bien, percibo que ninguno me ha dejado sola.
Todo en mí se nubla, mi cuerpo en estos momentos, no lo domino yo. No sé lo que está ocurriendo ahora mismo, pero preferiblemente quisiera que me sacaran de esas oscuras escaleras. El tiempo debe de trascurrir y yo no me doy cuenta, sin embargo, siento como mi cuerpo se va relajando poco a poco.
—Ella estará bien —sigo entre el limbo y la realidad, estoy entremedias de esas dos realidades paralelas; escuchando la voz de Andreas a la lejanía. Por supuesto era él. Él ha pasado madrugadas enteras junto a mí, sabe de mi proceso, delas infinitas charlas que he tenido con mi psicóloga; quién debe estar desesperada por saber dónde me encuentro ahora.
—Abre los ojos Leona, tu eres más fuerte que tus propios demonios —quiero hacer caso a lo que me dice aquella voz, quiero abrir los ojos, lo que ocurre, es que tengo a mi cuerpo entero en contra, haciendo todo lo contrario. Al parecer, los mensajes no llegan a la parte del cerebro a donde debe llegar la información.
—¿Qué le ocurre? —es extraño escuchar la voz de Giotto en ese estado, no tiene el tono de burla, si no de preocupación. Al menos, esto ha traído que sus buenos sentimientos salgan a flote y que no se mantenga en "soy un hijo de puta".
—Los lugares cerrados, casi claustrofóbicos, sin nada de ventilación y con escasa luz, le agobian; al punto de llevarla hasta el lugar donde la torturaban —la última palabra, casi no la escucho, la susurra tan bajo, que no la escucho a la perfección.
—Las escaleras parecían el pasadizo que hay que pasar para llegar al lugar donde cometen la mayoría de los crímenes —ahora no es Andreas, es mi hermano el que añade algo —. Además, no se veía más allá de las escaleras que tocábamos cada vez que bajábamos un escalón.
—En parte sí. Ella no puede encerrarse ni pasar cerca de lugares que tienden a ser claustrofóbicos, porque le pasa lo que ha ocurrido hace un rato —explica Andreas —. Su casa no es grande, pero tampoco es pequeña y no le falta iluminación tampoco.
Poco a poco, voy escuchando mejor lo que hablan cerca de mí. Voy sintiéndome mejor, conforme los minutos corren.
Cuando llega el momento de abrir los ojos, me cuesta abrirlos, pareciera que mis pestañas no se quieren despegar, como si hubiera dormido horas.
—Os puedo oír —susurro con voz rasposa —, y no quiero escuchar nada que haga referencia a La cueva.
Incluso, cuando todavía no estoy mirando a ninguno, solamente estoy mirando al techo, tengo la sensación de que alguien quiere preguntar algo.
—La cueva es el lugar atroz donde nuestra familia comete cada uno de sus crímenes y donde me torturaban, cada vez que se les antojaba —por si alguno no lo recordaba, le acabo de refrescar la memoria, y para los que quizás no lo sabían a ciencia cierta, ahora tienen esa información sobre sus manos.
Espero que en breves, mi vista enfoque de buena manera, por ahora toca ver borroso. A, menos sé, que mínimo hay tres personas a mi alrededor merodeando; Andreas, Cesare y el pelirrojo.
De la nada me encuentro con un montón de cuerpos rodeándome y más de dos pares de ojos. Espero y rezo para que no me pregunten lo obvio.
—¿Te encuentras mejor? Nos has dado un susto de muerte, menos mal que Andreas ha sido rápido —como era de esperar.
Mellea y Niccolo son mis mejores amigos y ellos lo saben a la perfección. Son mi contención y mi apoyo máximo desde que llegué a Venecia sola, aterrada y sin nada entre las manos. Los dos están para mí sea cuando sea, siempre los tenia encima de mí conteniéndome. Ellos saben todo absolutamente. Eso no quita que tenga un extra, alguien que me salve cuando bajo a las profundidades del océano cuando me estoy hundiendo; aquella persona —mi ancla más preciada —, es Andreas. Él aunque yo a veces no le diga lo que ocurre, lo descifra al ver como mi cuerpo reacciona o viendo simplemente a mis ojos; son bastante expresivos. Yo soy muy trasparente, y se sabe cuándo me ocurre algo o solamente me encuentro incomoda por lo mismo.
Mellea y Niccolo saben la conexión tan fuerte que tengo con Andreas, es como mi vitamina a la hora de enfrontar el día a día. Durante el tiempo que él no se encuentra presente, siento que no está en muchas ocasiones. No es que dependa de Andreas, es simplemente que lo necesito, como puedo necesitar algo indispensable como la comida, bebida o una cama para poder descansar como las personas normales. Asimismo, él, la mayoría de veces es quién se entera de los sucesos que ocurren a mi alrededor antes que Mellea o Niccolo, sea por la cuestión que sea y aunque este a kilómetros de distancia.
—¿Dónde estamos? —me enfoco en la mirada de Mellea, aun cuando la veo borrosa.
—No nos hemos quedado en esa flamante mansión, que estaba en la cima de la colina —me informa con algo de resquemor —. Nos han traído a otra casa bastante grande, donde nos hospedaremos todos el tiempo que nos quedemos aquí.
—No entiendo nada, ¿esto es como una casa de invitados? —sigo algo desorientada.
—En cuanto Andreas se dio cuenta de tu estado, te cogió en brazos y te sacó de las escaleras que bajaban al sótano, los guardias que nos trajeron nos llevaron hasta aquí, y fueron órdenes de Malone, quién les dijo que lo hicieran —tendría que decirles más tarde que me lo volvieran a explicar.
—¿A dónde nos llevaban?
—No tengo ni idea, pero Angelo y Niccolo tienen una teoría, que podría coincidir.
—¿Cuál es esa? —con mis ojos busca a mi mejor amigo y al novio de Mellea.
—Simple: querían probar que tenías fobia a esos lugares, por lo que has tenido que pasar en tu pasado.
Es algo muy fuerte hacerle pasar a una persona por algo así, cuando ha pasado horrores. Deberían ir a un especialista a que les revisen la cabeza, por si les falla. Porque si a mí me han hecho pasar por esta prueba, ¿qué les pueden hacer a los demás?
—Ha sido una mala idea venir hasta Noruega —puntualizo. He cambiado de opinión.
—Hasta que entras en razón —Giotto, ese ha sido, Ricci. Todos los ojos de los presenten se dirigen al pelirrojo y no es que lo miren de una manera bonita, sino todo lo contrario.
—Giotto... —advierte Valerio.
—¿Y ahora que he hecho mal? No me he metido con ella, solamente he dado mi opinión y estoy de acuerdo con ella. Ha sido una mala idea —estoy de acuerdo con él, pero no lo voy a admitir; por ahora —. La verdad no sabemos nada de ellos, puede que hayamos reconocido a dos de la familia, sin embargo, a todos —les indica a los demás —podría sucedernos lo mismo que le ha pasado a Orlena. Ponernos a prueba.
Si ya es algo inusual que nos hayan traído hasta aquí, y no quedarnos en la mansión principal, no quiero saber lo que pasará a partir de ahora.
Algo descabellado me está viniendo a la cabeza. No sé si saldrá bien o mal, pero habría que probarlo, no perdemos mucho más de lo que tenemos, que es entre poco y nada.
—Cesare —me concentro en mi hermano mayor —, quizás si llamas a Demos o Agnese puede que te ayuden en algo. Ellos al estar con la familia —trago saliva —tendrán acceso ilimitado a la tecnología de alta gama que deben tener.
Mi hermano se da la vuelta, dando la espalda a todos. Se agacha, quedando en cuclillas y se pasa sus manos por el pelo, llevándolo hacia atrás.
Ahora mismo ninguno de los que estamos aquí reunidos tiene un dispositivo móvil, no obstante, tenemos los ordenadores —o eso creo —en nuestras manos.
—¿Nos han traído los ordenadores? Porque si la respuesta es negativa, ahora sí que estamos incomunicados al completo.
Aparentemente ninguno de los presentes sabe nada del asunto o no se han puesto a pensar en ello aun.
—¿Afuera hay guardias custodiando esta mansión? —pregunto mientras me enderezo en la cama y me apoyo contra el cabecero de la cama con ayuda de Idara.
—Sí —es la respuesta que obtengo de parte de Angelo —, y para colmo va a parecer que no tenemos privacidad para hacer nada. Vamos a tener que mirar también si hay cámaras. ¡Esto es el colmo! —gruñe.
Y no lo estoy diciendo yo.
—Que alguien tenga la iniciativa de salir a por uno de los guardias y lo traiga para poder interrogarlo —no quiero perder el tiempo con esto.
Puede ser que nos confundamos y todo este bien y solo haya sido un pequeño despiste por parte de Malone. Fallos tenemos muchos, y no por ello a la primera hay que crucificar a las personas a la primera de cambio, de igual forma, no quiere decir que tengamos que estar atentos por si vuelve a pasar otra fisura de estas.
Angelo y Giotto sin pensárselo dos veces salen de la estancia a por alguno de los armarios que se encontrará vigilando afuera.
—Ahora que no se encuentra aquí el pelirrojo —susurra Mellea—no ha hablado ni una cosa mala de ti. Al contrario, se ha preocupado, se veía en sus ojos.
Mi risa suena en toda la habitación, aunque fuese floja.
Recorrí la habitación con mis ojos para ver a los demás si estaban atentos a mi conversación con mis dos amigas, pero todo lo contrario. Cada uno estaba en su salsa.
Mi hermano aún se encontraba de cuclillas y Valerio se encontraba de la misma forma frente a él conteniéndolo. Cesare debe tener un mix hecho en su cabeza, que ni él se lo cree. Porque él, aunque haya renunciado a la familia, está a una llamada de distancia de pedir ayuda; lo que ocurre, es que se quiere dar el lujo de solucionar sus propios problemas —ahora de todos —por nosotros mismos. Ahora bien, hay veces que se necesita ayuda externa, y aunque podamos errar, alguna solución habrá para salir del paso. No todo hay que verlo negro; como empecemos a pensar así, no vamos a salir de esa espiral sin salida.
—Cesare —pronuncio su nombre lentamente y en voz no muy alta. Necesito que me mire.
Él con ayuda de Valerio, se levanta y antes de darse la vuelta y exponerse a todas las personas que estamos en esta habitación, se lleva las manos a su cara, se limpia los restos de las lágrimas que han caído a sus mofletes.
Una vez se gira y lo puedo ver, observo desde mi posición —en la cama —que tiene los ojos rojos.
El primer impulso que tengo es: echar a un lado las sabanas e intentar bajar de la cama para ir a abrazar a mi hermano. Mala la mía que tengo dos amigas cerca de mí que me impiden hacerlo.
—Quieta ahí, vaquera —me dice con una mirada retadora incluida Mellea —, no te muevas. Mi hermano avanzó hasta llegar a la cama —tras pocos pasos —al lado de su siempre fiel amigo Valerio, apoyándolo con su palma derecha, la cual, ejercía algo de fuerza y al momento la aflojaba, para contener a mi hermano y darle apoyo.
—Estoy bien, Orlena —mentiroso.
No da tiempo a hablar más, cuando la puerta se abre y entra una persona totalmente de negro y detrás de él van Angelo y Giotto, mirando fijamente la espalda del guardia.
—Aquí te hemos traído a uno de los guardias —indica lo obvio, Giotto.
—Tenemos una pregunta para usted —voy directa. Él hombre que está justo en la puerta casi pegado a ella, asiente serio —. Necesitamos saber dónde habéis dejado nuestras pertenencias; la ropa, los ordenadores...todo —finalizo.
—Vuestras pertenencias las dejaron en el hotel, ¿no os acordáis? Llegaran a más tardar pasado mañana, incluidos vuestros ordenadores —¿cómo se nos había olvidado?
Ahora toca esperar hasta que traigan todo, y espero que no pase supervisión de los dueños de la mansión grande, porque no llegaría nada hasta aquí.
—¿Era solo eso? —nos pregunta, pero su mirada está puesta en la mía. Yo miro a mi alrededor, mirando a todos mis amigos y asiento, pero antes de que deje la habitación, lo llamo.
—Una cosa antes —frena y deja su mano derecha en el marco de la puerta, mientras mira sobre su hombro —, ¿cómo te llamas?
Sube su poblada ceja —negra —masculina en mi dirección, para después, sonreírme de lado.
—Mi nombre es Ragnar —asiente con la cabeza y reanuda su camino hacia su posición; lo más seguro.
—Nombre algo extraño, ¿no creéis?
—Es nórdico, no estas acostumbrada a escuchar nombres noruegos, porque tu no vives en este país —por cuestiones de la vida no, no nací en este país y tampoco hablando su lengua.
—¿Nadie se ha acordado de que las maletas seguían en Italia? —cambio radicalmente de tema. Además de que tenía curiosidad por saber que iban a decir.
—Absolutamente no —habla por todo Andreas.
—Vaya memoria que tenemos.
Posiblemente no haya sido por cuestiones de memoria; simplemente hemos tenido varios días de tensión acumulada. Todo ha pasado a la velocidad de la luz, en menos de una semana han sucedido muchos acontecimientos, visitas al hospital —dos veces —, secuestro, torturas, reencuentro con mi hermano, visitas —ingratas —de mis otros dos hermanos, ataque de robots, llegada al hospedaje, segundo secuestro, conocer a los nietos de Pietro —Malone y Elio Spinelli —, llegada a la mansión y por último, pero no menos importante: mi desmayo.
Y aquí estamos en esta habitación enorme, que mucho no me he parado a observarla. En este momento, lo correcto era tomar una decisión, quedarse y afrontar las consecuencias de haber hecho todo lo que hemos hecho para llegar aquí o volver a Italia y tener casi seguro, estar bajo las manos del Clan Lepori.
—Chicos, hay que tomar una decisión —me pongo seria.
Honestamente, aquí ninguno de nosotros es menor de edad y sabe los riesgos a los que nos estamos enfrentando por cada minuto que pasa. De momento, hemos puesto un alto en el tiempo, pero... ¿por cuánto tiempo?
—Cuéntanos que pasa por esa descabellada cabecita tuya —todos se arremolinan alrededor de la cama, donde no me dejaban moverme.
—Hay que tomar una decisión —ellos asienten —permanecemos aquí y seguimos con el plan original o volvemos y nos arriesgamos a que nos cacen.
—Pido la palabra —sube la mano como si estuviéramos en el colegio, Battista —. Yo opino que nos podemos a arriesgar a quedarnos aquí. No será peor que estar en Italia, pendientes de que no nos encuentren. Somos buscados por el Clan más poderoso de nuestro país, lo que hemos hecho es como un exilio a otro país, no podemos retroceder en esto.
«Puede que tengamos dificultades, bajones, días en los que alguno de nosotros —o todos —queramos tirar la toalla, que nos vengan a la cabeza pensamientos negativos, que estemos con las energías por el subsuelo y pese a eso, hay que lograr levantarnos. Allí en Italia, no nos queda nada, no tenemos lugar en el que refugiarnos y si volvemos, vamos a llegar con el rabo entre las piernas, nos torturaran y como no le valdremos una mierda a esos insensibles, nos mataran y todo esto no habrá sido valido.
—Hay que pensar con la cabeza fría. La realidad es que aquí al menos tendremos una vida, en Italia no. Y ni pensar en quedarme toda una vida escondido en algún rincón oscuro de nuestro país natal —todo indica a que nos quedaremos en Noruega y no sé qué nos deparará el futuro; espero que algo bueno.
—¿Los demás estamos de acuerdo? —pregunto claro y alto. Un contundente sí inunda la estancia en la que nos encontramos.
—Hay que permanecer unidos, chicos. Solo nos tenemos a nosotros aquí —solo me da escalofríos de pensarlo, y no por mí; ellos tienen familia, padres, hermanos, tíos, abuelos. Lo han perdido absolutamente todo; igualmente a sus padres los tendrán en contra, porque estoy al tanto que la mayoría de ellos son socios de los Lepori y gracias a que han decidido seguirme han hecho un quiebre entre ellos y sus familiares —. Tenemos que unirnos. Ahora nosotros somos la familia del otro. El vínculo no se debe romper.
Ahora lo estamos viendo todo demasiado difícil, todo está cuesta arriba. No puedo imaginarme lo que vendrá en un futuro lejano. ¿Qué haríamos aquí? ¿Qué rol cumpliríamos cada uno de nosotros? ¿Estaríamos tomando una buena decisión? El tiempo nos lo dirá, a día de hoy en lo que tendríamos que estar pensando es en que estamos en un nuevo país a salvo de Isacco, Davide, Graziella y Giulia; como dicen por ahí, nuevo país, nueva vida, nuevos estilos.
¡Para allí que vamos! Únicamente cruzaremos los dedos para que todo salga a la perfección.
—¡Abrazo de grupo! —escucho. Todos nos abrazamos, oigo sollozos, que posiblemente se estén mezclando con mis lloros —Nuestra nueva vida comienza aquí chicos. Todo lo demás queda en el pasado, tan solo hay que enfocarnos en una cosa; nuestro objetivo. Hacer que caiga el Clan. Volveremos a Italia con la frente en alto y sin miedo. Cada uno de nosotros tiene una guerra interna con la familia Lepori, hay que unir fuerzas —los ojos del pelirrojo arden en sed de venganza y es la primera vez que lo veo de esa forma.
Todo a nuestro alrededor cambiará por completo:
Una unión comienza.
Una nueva era comienza.
Una guerra por nosotros mismos.
El reloj comienza a dar marcha atrás, el conteo comienza para volver a verles las caras a esas sanguijuelas.
Hasta pronto, Familia Lepori. ¡Regresaré con más fuerza y sin miedo!
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