Capitolo 19
ORLENA
Corro hasta llegar lo antes posible a la puerta de la entrada para que los chicos no hicieran tanto ruido.
Una corazonada —de las malas —se instaló en mi pecho y se aferró tanto que no toleraba salir de ahí.
Retrocedí en mi camino, volviendo sobre mis pasos para poder llegar lo antes posible a la puerta. En el proceso los escucho hablar de nuevo.
—Alguien está llamando a la puerta, Luigi —el susurro es bajo, aun así la voz se escucha clara.
La chica al parecer lleva la voz cantante en el dúo que comparte con su compañero. No sé qué me da a mí que ella en su puesto de soldado tiene un rango mayor al de la persona que comparte equipo.
Llego hasta la puerta y no espero a nada para abrirla. Sin pensarlo lo hago de manera brusca encontrándome al otro lado un caos de personas.
Recorriendo sus caras rápidamente veo como todos tienen algún rasguño, sea en la cara o en los brazos mismos.
—¿Qué coño has desencadenado? —vocifera a todo pulmón —¿Tu sabes cómo nos han recibido los discípulos de tu abuelo? Bueno te lo puedes imaginar por todos estos golpes. ¡Está te la cobro! —me señala con el dedo.
Se la aparto de mi cara de un manotazo. No estamos para peleas ni reclamos en este instante.
—Si afuera hay un espectáculo, aquí se va a derramar sangre —estoy muy segura de ello. Las dos personas que se encuentran vienen de parte de Isacco. Tienen de rehenes a Cesare y Valerio y no nos dejaran irnos de rositas ni mucho menos —. ¡Atentos! —doy el aviso.
Imaginándomelo a cámara lenta, los dos intrusos doblan el pasillo en nuestra dirección. Sus zancadas son medianas, pero bien profundas. Se nota mucho la formación que han obtenido y la disciplina. Los dos coordinan, desde los pasos hasta en el caminar tan peculiar.
Cuando subo la mirada para verles las jetas, estas están demasiado serias y sin ningún rastro de sentimientos. Si no supiera que son personas, pensaría que son robots. No sonríen, no abren la boca, tampoco los he visto pestañear.
Me estoy planteando ahora mismo si no ha sido un sueño las voces que acabo de escuchar hace menos de cuarenta segundos.
Los dos llevan un brazo en la espalda —seguramente allí estarán guardando el arma —y el otro sí que se puede apreciar a simple vista.
—¿En serio vais a ser unos mierdas? Ninguno de nosotros tenemos armas. Bueno no me sorprende, sois los peones de mi queridísimo Isacco Lepori; no jugáis limpio.
Los robots llegan hasta la mitad quedándose allí. Mantienen una buena posición, perfecta para disparar cabe destacar.
Mis amigos, Giotto y yo estamos hechos mierda. Ellos con rasguños y yo con un disparo, el cual no le doy prioridad ahora. Ya tendré tiempo para que me lo curen y descanso. Evidentemente con la vida que estoy empezando a llevar ahora, no tengo tiempo para descansos ni paradas muy largas en los hospitales por precaución más que nada.
—Chicos —les llamo la atención a todos para que me presten atención.
—¿Qué? —dicen al unísono.
—¿Tenéis listas las armas?
—¡Sí!
—¿Preparados?
Los robots —como yo los he bautizado —están en posición, agachados. Yo hago lo mimo. Hinco la pierna izquierda en el suelo y les desafío con la mirada, al igual que ellos hacen con nosotros.
Uno de mis amigos me pasa un arma —que lo arrastra por el suelo disimuladamente —para que la coja y tenga con que defenderme en caso inminente.
—Ten cuidado —me susurran por detrás. Y sé perfectamente quien es, la voz es inconfundible —. Te cubriremos todo lo que podamos.
Miro por encima de mi hombro y le regalo una pequeña sonrisa de agradecimientos. Con todos mis amigos aquí me siento más segura y completamente a salvo.
Ellos además saben cómo se desenvuelve este mundo mejor que yo incluso. Las familias de Andreas y de Donato soy muy cercanas a la de los Lepori, por ende se saben manejarlo mejor que el resto de nosotros.
Alguna ventaja tendríamos que tener. A las dos personas que tenemos en frente son dos gladiadores que saben lo que hacen y como hacer las cosas. Yo no entiendo nada de armas, ni de disparar. No voy a negar que no se manejarlas. No obstante, no he sido entrenada, todo lo contrario, fui torturada de las peores maneras posibles.
Mi corazón late fuertemente. Estoy nerviosa, lo sé. En momentos como estos no puedo sacar a relucir esos sentimientos, sencillamente acabaría muerta con un tiro en la sien.
Observo como la chica —sin nombre todavía —agarra bien su arma, dispuesta a dispararnos. Por lo cual, es nuestra señal para atacar.
—¡Ahora!
En el momento que doy la señal, yo misma pongo mis dos manos en el suelo, doy un pequeño salto para que mis pies vayan para atrás y se coloquen rectas. Mis rodillas y mi pecho tocan el suelo.
Por mi lado —hasta por encima de mí —van pasando mis amigos para ponerse en posición rápidamente mientras que por cada paso que dan disparan a diestra y siniestra. Evidentemente, por puro cálculo los robots hacen lo mismo. Que parecen unas máquinas de matar. Están arrasando con todo el piso.
A uno de mis lados se encuentra Giotto, y en el otro Andreas. Decidida y sin dejar de disparar poco a poco me voy moviendo hacia la derecha para poder acercarme un poquito más a uno de los dos mejores amigos de mi hermano para comunicarle algo.
Hago un ruidito para que se dé cuenta de que estoy ahí y quiero decirle algo. Por su parte recibo un bufido, que me da pie a contarle lo que le tengo que decir.
—Valerio y Cesare se encuentran en la habitación de las armas —omito decirle que no han tenido una buena idea a pedirle ayuda a Santino. ¿Qué se les pasó por la cabeza? —. Alguien debe ir a por ellos.
—De acuerdo —hay demasiado ruido y casi no se escucha absolutamente nada —, Donato y Mellea id a la sala de estar —demanda Giotto por encima del ruido que parecía que se había intensificado.
La pareja compuesta por Mellea y Donato, quienes se compenetran muy bien se levantan a la vez. En tanto eso pasa, las miradas de los androides giran sus cabezas —como si no tuvieran musculatura ni huesos —para posar sus ojos en ellos. Acto seguido, empezamos a cubrirlos.
Desde mi posición empiezo a dispararles alcanzándoles una de ellas. Al individuo masculino se le está cayendo por la oreja izquierda sangre a borbotones y a mí se me asoma una sonrisa. El tiro fue directo y di en el clavo.
Luigi —así es como se llama el sujeto —se retuerce del dolor. Ahora bien, para hacerse el duro las muecas que hace son mínimas, a parte de los movimientos claro.
—Él está fuera de combate casi —le informo a Giotto.
Soy algo boba sabiendo que también se lo puedo decir a Andreas. Sin embargo, opto por decírselo a él, porque seguramente —y estoy casi segura —de que él está al mando de este plan.
Podría sacarle de quicio y hacer como si él no estuviese allí y me dirigiera directamente solo a Andreas o Donato, lástima —para Giotto —, que no quiero comportarme como una cría de ocho años.
Mi percepción a cómo me trata Giotto no es mi grata. Puede que me hable medianamente bien ahora. Ahora bien, por dentro me estará maldiciendo en cien lenguas diferentes.
Me enfoco de nuevo en Luigi y su cara lo dice todo: denota cansancio, marcas de sudor se mezclan con las de sangre por haberse tocado con la mano llena del flujo sanguíneo que le estaba saliendo de la bala que había llegado hasta él.
—¡Hay que derribar a la chica! —si ella cae podremos ir a por los ineptos.
La chica es demasiado ágil para poder darle en algún lugar del cuerpo que pueda quedar inmóvil. Ella se mueve de un lado a otro veloz y e n algunos instantes hasta coge de escudo a su compañero, haciendo que los impactos de los cargadores —de nuestras armas —recaigan en su cuerpo.
Luigi de este piso ya no podrá salir vivo ni en mil años. Se reencontrará en el infierno con su jefe —cuando muera —y con su querida compañera. Asimismo, podrá vengarse de ella, no lo será en esta vida, sino en otra.
Ciertamente —Isacco —posiblemente haya planeado esto desde un principio. El líder de los Lepori un sospecho que dispone de un campo de entrenamiento especial donde cada uno de sus guerreros va de la mano con una pareja de combate con quien entrenan día sí y día también.
Me lo estoy imaginando haciendo combates cuerpo a cuerpo —dándose de hostias mutuamente —, igualmente con los ejercicios de tiros que harán para mejorar cada día más.
Mi mente va más allá de solo los entrenamientos. Puedo llegar a visualizar a Isacco en su recinto donde tiene a todos sus discípulos —todos fieles a él —preparándolos para lo que venga yendo y viniendo observándolos de un lado a otro, con su cara de agrio y de mala hostia; produciendo así el malestar en las personas que están a su alrededor.
El patriarca de los Lepori tiene todo a sus pies y sigue sin ser suficiente para él eso. Es tan avaricioso que esta vida se le queda corta.
Yo a veces me paro —un momento —a reflexionar sobre mi familia. En ningún momento desde mi nacimiento tuve contacto con ningún miembro de mi familia a excepción de los dos hombres de la casa; Isacco y su hijo Davide, su heredero.
Es gracias a la mujer que me cuidaba siempre y estaba conmigo, quien me proporcionaba imágenes de mis tres hermanos y de las esposas de los líderes del Clan. Beata fue muy buena conmigo e hizo muchas cosas por mí a escondidas del jefe mayor de la mansión; para mí llamada prisión.
No descarto que se llevará alguna reprimenda por parte de Isacco, puesto que desobedecerle era prácticamente la muerte; era el precio a pagar por romper las reglas machistas de un señor educado a la antigua.
Tengo recuerdos —medio borrosos —de alguna vez; de las tantas veces que me llevaron a la cueva vi algún que otro cadáver y cabezas solas por el suelo que pertenecían —en su mayoría —a sus hombres de confianza. Probablemente por alguna inflación que hubieran hecho, tuvieron una muerte bastante desagradable.
Podía deducir que eran sus trabajadores, debido a que siempre cuando me dejaban tirada en el suelo y me quitaban la venda de los ojos y la mordaza que me ponían en la boca para que no gritara; muchas veces me dejaban —a consciencia —para que mis ojos lo primero que vieran fuera algo desagradable para mí.
Isacco y Davide nacieron con la mente podrida y malvada. No tengo ni la menor idea de cómo fue mi bisabuelo; ahora bien, tienen que ser muy hijos de puta para querer traumatizar de por vida a una niña pequeña con tales atrocidades; estaban enfermos.
A día de hoy estoy casi curada. Sin embargo, eso no quiere decir que queden secuelas y más adelante me vuelvan los demonios del pasado; los cuales tenían nombre y apellidos; agregando que compartían la misma sangre.
A lo mejor tenga frente a mis ojos a uno de sus mejores alumnos, y lo digo porque: es buena en combate, de carácter no carece ni mucho menos, dispara casi a la perfección, su destreza es envidiable, el ser hábil también le daba sus puntos a la hora de tener en frente a su contrincante.
Justo como ahora, está resistiendo —gracias —al escudo humano que le brinda el cuerpo de Luigi. La chica se las ingenia para poder resolver los problemas sin bloquearse. El cuerpo del chico estaba saturado de impactos en todo el cuerpo.
Estoy demasiado atenta —casi no parpadeo —mirando fijamente sus movimientos. Ahora es nuestro momento, justo se le escurre el cuerpo inerte e Luigi y es el momento exacto para derribarla.
—Disparad, disparad —doy la señal.
La imagen que teníamos frente a nosotros era algo desagradable: ella se encontraba de rodillas tras Luigi con los ojos bien abiertos y con la mano derecha en el gatillo apunto de disparar. Sus ojos marrones oscuros —como el chocolate —bien abiertos —como dos peceras de peces redondas —mirándonos de una manera muy grata que digamos. Su semblante va cambiando justo en el momento exacto en el que cae al suelo de espaldas llevándose consigo encima el cuerpo de su compañero.
Todos nos levantamos a la vez; pareciendo que teníamos una sincronía perfecta y avanzamos directos hacia los intrusos.
La primera persona que llegó fue Niccolo quien le puso los dedos en el sitio indicado para poder verificar que la chica no tenía pulso. El siguiente en llegar fue Battista; el cual fue el que quitó el cuerpo inerte de Luigi de encima de la chica. La persona que le ayudó fue Angelo, quien se giró hacia los demás y pidió sabanas o mantas para tapar los dos cadáveres.
—¡Corred a por algo, daros prisa! —yo al llegar y verlos desde cerca el panorama me quedé sin aliento con solo ver: las piernas me temblaban, el sudor por la frente me caía a chorros, mi pie derecho entraba en una especie de tic raro y no podía parar. La pistola que mantenía entre mis dedos se resbaló de mis dedos y calló al suelo.
Yo a esas alturas no escuchaba nada, parecía que la vida pasaba por mis ojos, mientras que yo misma me quedaba observándolo todo desde mi posición. Veía nublado a todos los que tenía a mi alrededor; menos a una sombra que se hacía su propio camino hasta posicionarse frente a mí. Era mi padre; Davide, de apellido Lepori.
Todo esto era siniestro a más no poder, contando esta vez; eran ya dos veces que se me aparecía; y las dos veces han sido similares, no fueron en buenos momentos. En ninguna de las dos estuve —ni estoy — en mis cinco sentidos.
Lo que me susurra la voz de mi padre es algo que se me de memoria y mi conciencia lo repite una y otra vez mientras él hace lo propio.
—Bambola di pezza —susurra con ese tono de voz agrio y a la vez se nota en el timbre de voz que se está mofando de ese nombre asqueroso que me pusieron hace años ya —, llegaras a nosotros cueste lo que cueste. Serás escurridiza. Sin embargo, todos los caminos terminan en la casa familiar junto a nosotros.
—¡No! —voceo fuertemente —Jamás iré con vosotros; no volveréis a verme.
La cabeza me iba a explotar como si tuviera dentro de mi cráneo un globo a punto de explotarme.
Mis manos llegan hasta mi cabeza y me digo en voz alta estas palabras:
—Es un sueño, él no es real —lo repito un par de veces para que el impacto de mis palabras cobre vida y lleguen hasta mi cerebro para que lo procese —¡Lárgate de aquí, lárgate!
Los zarandeos que me propina la persona que está junto a mí me trae de nuevo a la realidad.
—¿Qué te acaba de ocurrir? —yo todavía medio ausente y algo desorientada respondo como puedo.
—H-he vi-vis-visto a-a m-m-mí pad-padre —y señalo justo delante de mí. Todos me miran con los ojos desorbitados diciendo por ellos todos: ¿Qué se ha tomado?
—¿Parecido a lo que te ocurrió en el hospital? —llega a mi lado mi mejor amigo apartando de un manotazo la mano de Giotto la cual estaba rodeando mi brazo —Aparta de aquí pelirrojo.
—Perdóneme —le habla a mi amigo —, lo siento no sabía qué le iba a pegar la peste a la princesa de cristal —acaba con un bufido.
Me temo que la fachada de amable y cortes se le ha caído a los pies a este ser tan petulante. No tengo ni la menor idea de cómo voy hacer para soportar tantos desplantes de parte de él. Sí viene con nosotros se tendrá que comportar como una persona civilizada; pobre de él que no sepa cómo serlo.
—¿Qué tienes en contra de ella? —antes de que pueda contestar Niccolo no lo deja ni empezar, que sigue hablando él —No hace falta ni que respondas; no hay tiempo para niñeces.
—Hay que movernos, los francotiradores se han retirado de sus puestos. Esa acción me ha parecido demasiado extrañas. ¡Hay que largarse de aquí! —se acerca maniático Donato.
—Pues no perdamos la calma, vamos a organizarnos para que cada uno haga una cosa —empieza a mandar Giotto.
—¿Quién te ha hecho jefe aquí, Giotto?
¿Por qué nadie puede ser normal en esta vida? ¿Alguna persona sabrá comportarse como una persona de su edad? En este departamento no creo; sobre todo del género masculino, los veo muy revolucionados.
—Me duele la cabeza, estoy encerrada aquí, acabamos de matar a dos personas aunque haya sido en defensa propia y para rematar he tenido mi segunda alucinación con mi padre; por no contar que hemos podido morir en una infinidad de veces —no había tiempo que perder con chorradas.
Gracias al intercambio de palabras entre mis amigos y Giotto me han despejado bastante.
—Cada uno que diga que es lo que quiere hacer y nos ponemos manos a la obra —propongo. Con todos de acuerdo, empiezan a decir que es lo que quieren hacer cada uno.
—Voy a meter lo indispensable para llevárnoslo con nosotros — se ofrece Andreas para hacer esa tarea.
—Voy contigo —se ofrece a ayudarle su hermano Angelo.
—Nosotros iremos a hacerle la maleta con lo necesario a Valerio —mis ojos van a parar a los de mi mejor amiga y escaneo su rostro en un segundo, mostrando lo que todos deberíamos reflejar: cansancio.
Cuando las personas que han dicho lo que van a hacer y se han retirado para poder hacer lo dicho; entre los que quedamos se hace un silencio no demasiado alegre y para matarlo, les indico lo que voy hacer, permitiéndome salir huyendo de ahí.
—Yo me retiro —les aviso a los restantes que están ahí —, voy a rescatar a las princesas —todos pillan la referencia y ríen —. Niccolo y Battista ocuparos de los cadáveres y los que quedéis intentar ordenar el piso para que no quede hecho un desastre cuando nos vayamos.
—¿Ahora quién te ha nombrado la jefa? —hago que no existe.
—¿Cuánto tiempo tenemos?
—No demasiado, corremos peligro aquí —refuerzos del personal de mi abuelo pueden estar viniendo hacia nuestra posición en este mismo momento y por no decir que el mismísimo Isacco Lepori, podría llegar también. En esta vida todo puede suceder.
Sin entretenerme más y escuchando el bufido de Giotto tras de mí; me adentro por el otro pasillo que daba a la habitación de las armas donde los dos zoquetes deberían de estar encerrados.
Alcanzo a ver delante de una de las dos puertas una tabla de esquí acuático —bloqueando —la entrada.
Vaya originalidad la de estos robots.
Justo cuando miro hacia el lado contrario me encuentro con el cristal roto de la cristalera que da a un balcón —con barbadilla de cristal —que va a dar a una hilera de edificios caros.
En el suelo puedo ver unos arneses tirados, que pueden ser de los dos robots que ahora yacen en el suelo del pasillo y que tendrán una nueva vida. Pero —precisamente —no en está.
No me entretengo más observando y perdiendo el tiempo, puesto que ahora mismo vale oro. Me posiciono —ahora si —delante de la puerta para poder quitar lo que obstaculizaba el paso.
La cojo sin ninguna delicadeza y tiro de ella para que se desencaje y pueda tirarla de una vez al suelo. Batallo unos segundos con ella —moviéndola de un lado a otro —hasta que consigo que caiga al suelo.
Suspiro alegremente cuando ojeo la puerta sin ningún obstáculo de por medio para poder entrar y rescatar a esos dos imprudentes.
El brazo bueno —en el cual no tengo una bala incrustada —es el que se alza para que su mano pueda alcanzar la manilla y yo pueda abrir la puerta y observar el panorama que tengo en frente.
Valerio y Cesare están en el centro de la habitación —espalda con espalda —con la boca sellada para que no hablen y las manos atadas con una cuerda.
Cuatro pares de ojos me observan desde el suelo, sus ojos son de felicidad. Aunque mi hermano es demasiado curioso y su mirada también baja al disparo y un atisbo de preocupación se instala en su semblante.
—Hola princesas en apuro, vengo a rescataros —les digo bromeando desde la puerta.
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