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Capitolo 17

ORLENA

Acabamos de llegar al piso de Valerio que se sitúa al límite con las afueras de la ciudad. El camino no ha sido demasiado largo, puesto que, el centro médico que dirige y es propietario mi hermano no se encuentra a demasiada distancia de allí.

En cuanto cruce la puerta de la casa del amigo de Cesare y me cercioré que no estuviera el tonto de Giotto por esa espaciosa casa.

Mis ojos inseguros ojeaban todo de arriba abajo sin dejar ni una esquina sin mirar hasta que Valerio se acercó hasta mí y hablándome al oído me dijo:

—Lo he mandado a su casa —se ríe bajito —. A petición de tu hermano.

Antes de dirigirse a donde se encontraba mi hermano, me lanzó una mirada de comprensión.

—Ven al salón Orlena, no te quedes en la entrada —Cesare que ya se encontraba en el interior del cuarto contiguo al de la recepción del piso me habló.

Me sentía intrusa en este lugar, jamás me sentiría cómoda en un lugar donde lo pasé tan mal. ¿Se podría pasar de página? Sí, por poder se puede otra cosa es que lo puedas hacer. En el camino puede que haya obstáculos. No obstante, nunca hay que perder las esperanzas. En mi situación, lo veo algo complicado.

—Orlena, vas a vivir durante varias semanas en este lugar —mi hermano asoma su cabeza por el hueco abierto del salón que da directo al hall del piso de Valerio —no estés tan cohibida. Además, ya conoces de sobra a Valerio.

¿De sobra? ¿Él se está quedando conmigo? A Valerio lo conozco en el hospital. No he estado ni quince días encerrada en su centro médico mientras que sus dos mejores amigos me cuidaban.

—Lo siento por sentirme fuera de lugar en una casa ajena a la mía con una persona que apenas conozco hace un par de días, que podría contarlos con los dedos de mis manos —reprocho.

Me sentía una intrusa allí, y no solo estoy hablando del apartamento de Valerio, también en la ciudad y los alrededores. Todo me parecía doloroso. No tengo ni un solo momento que pasé feliz aquí. Amigos jamás tuve, debido a que no salía de casa. Aunque si concretábamos más, no salí de mi habitación durante mis dieciocho años viviendo en el infierno, excepto cuando me llevaban a la cueva, pero eso ya no hace falta ni mencionarlo, lo saben todos.

Al no haber tenido referencias de personas o una figura a la que tener de referente, me instruya y me guie en mi camino, soy o me describo como una persona libre ahora y salvaje. Nunca más dejaré que nadie me lastime como lo hicieron, debo seguir adelante con mi plan y enterrar todos mis pensamientos negativos que invadan mis pensamientos todos los días, las veinticuatro horas del día.

Y lo voy a reconocer. Necesito ayuda y no solamente para borrarme del mapa por completo, sino para investigar sobre la familia perdida que tenemos en Noruega y que nadie aparte de seguramente —de las dos personas que están a la cabeza del Clan Lepori sabe —, por lo tanto me veo en la obligación de sacar los trapos sacios de una vez.

—Si pudiera llevarte conmigo lo haría Orlena, créeme —se que sonará raro, sin embargo, por alguna razón le creería hasta con los ojos cerrados ahora mismo —. Lo que ocurre es que no vivo solo —cierto, que seguramente viva con su prometida.

—Con Gianna Degattis, tu prometida.

—¿Cómo es que estas al tanto? —curioso, es demasiad curioso. Yo me muerdo el labio intranquila.

—¿Seguro que quieres saberlo?

—Sí —allá vamos. En estas revelaciones saldrán a la luz también cosas que hice a escondidas, mirar sobre la vida de ellos por supuesto.

—Hace relativamente poco —empiezo a relatar la historia mientras mis pies me llevan hasta la sala donde se encuentran sentados los dos amigos. Ambos sentados con un espacio de entre ellos.

Los dos a la vez —como si estuvieran sincronizados —palman el asiento libre mientras sus ojos están sobre los míos, azules como el cielo cuando oscurece.

Sin ningún sonido hago lo que me piden —sin palabras —, voy hasta ellos, sentándome entre los dos. Al ser un sofá espacioso no nos tocamos en ningún momento.

—Prosigo entonces: en mi salón de mi apartamento en Venecia se encontraban mis dos mejores amigas viendo la televisión, ¿adivina viendo qué? —escruto a mi hermano con demasiada atención hasta que este niega con su cabeza con simpleza —. Esa mañana estaban pasando una noticia vuestra. El Clan Lepori al completo visitaría Venecia al completo. Pasaron fotos vuestras, de los tres herederos Lepori —le lanzo una sonrisa de medio lado —. Idara y Mellea pare...

—¿Quiénes son Mellea e Idara?

—Tus acosadoras —hablo sin pensar correctamente —me tapo la boca con las manos —. Perdón quise decir fans —otra vez me he confundido de palabras. Mi mano derecha la llevo a la cabeza y me pego un golpe suave en la frente murmurando débilmente "idiota" —. Así se llaman mis mejores amigas. ¿Me vas a interrumpir más veces?

—No —suelta una risotada que no pasa desapercibida por Valerio y empiezan a reírse con esmero.

—En fin —digo al borde de dejar de explicarle como sé el nombre de su prometida —. Los reporteros alias los cotillas también nos dieron una flamante noticia. Decían que te ibas a casar con una chica llamada Gianna Degattis y que iba a ser allí en Venecia.

—Vale, tengo una pregunta para hacerte —parece pensativo por su gesto. Tengo la espalda reta en el sofá para que Valerio y Cesare se puedan mirar igual.

—Adelante —digo insegura. Mis manos se tocan entre ellas intentando bajar el nerviosismo que me carcome por dentro.

—¿Cómo nos reconociste? Jamás nos viste —y aquí viene el momento menos esperado para mí.

—Primero; no hay que ser un genio para saber que mi familia es los Lepori y que se llaman "Clan" ellos mismos —expreso con sinceridad —. Es cierto lo que dices, nunca os vi en personas. Para fortuna de algunos y desgracia para otros, ahora la tecnología ha avanzado. Existe el internet y yo pata no perder el hilo de lo que hacia mi familia, buscaba cosas sobre vosotros, lo que nunca descubrí fue que te ibas a casar.

—Eso fue porque Gianna y yo lo decidimos de esa forma —una buena y sabia decisión. Los periodistas en la mayoría de las ocasiones suelen ser demasiado pesados —. Por cierto, Gianna quiere conocerte —esa noticia me coge por sorpresa —. Si no te lo decía me podría asesinar de una manera lenta y tortuosa cuando llegara a casa.

—Sumiso me salió mi hermano mayor...

—Orlena —advierte.

—Si es que eres un gatito sumiso —sigo burlándome de él.

—Orlena no es gracioso —quiere hacerse el enfadado. Lástima que no puede, ya que se ríe igualmente.

—Mañana podría venir contigo cuando salgas del trabajo para poder conocerla —al tener cerca de una figura femenina quizás puede que esté un poco más relajada.

Ahora bien, sigo manteniéndome firme en mis palabras: necesito a mis amigos conmigo.

—Me lo tendré que pensar —frunzo el ceño. ¿Se está quedando conmigo?

Lo primero que me sale hacer —sin pensar en nada —es darle un golpe en el brazo que tengo más cerca.

—Vendremos —mis ojos se agrandan al escuchar su confirmación; no me la esperaba.

De un momento a otro me pongo muy seria. Lo que viene a partir de ahora es otra tapa de mi vida, una nueva que voy a formar desde los cimientos hasta la última pieza que haya que poner.

Todo debe ser estrictamente medido y pensado calculándolo todo perfectamente. Fallos no debe haber, ni fisuras que los enemigos puedan observar para poder atacar por allí.

—¿Cuándo empezamos? —mis ojos no solo se posan en mi hermano, sino que viajan también a Valerio —¿Hay un funeral?

—Pero que estás diciendo Orlena, calla un poco —sus reacciones no me dan buenas vibraciones. Por lo tanto, no me quedare callada y volveré a hablar.

—Ahora y más que nunca me diréis porque tenéis esas caras de sarcófagos. Y quiero una respuesta coherente —a mí no me dejaran fuera de nada. Si todos colaboramos será más fácil. Ahora bien, si retienen información o me excluyen de las decisiones, esto se irá a pique.

—No podemos seguir con el plan...—¿A caso se están quedando conmigo? No hace ni un día entero que salí del hospital y que me dijo Cesare que teníamos familiares perdido en Noruega. ¿Qué ha pasado?

—Y ahora qué ocurre —suspiro desgastada de tanto cambio de opinión —. Cesare esto no es una broma. Es algo serio, no puedes cambiar de parecer cuando a ti te convenga.

—No es eso escúchame —haber con qué tontería me sale ahora —. Isacco ha replegado a sus trabajadores hasta aquí —eso no puede ser —como si tuviera un muelle en el culo, me levanto rápidamente para caminar hasta el ventanal que tiene Valerio en su sala de estar.

Las cortinas las tiene cerradas, además, son de un tono oscuro, por lo cual no se puede ver nada de ambas formas.

Las abro de una forma —bastante brusca —, estoy furiosa. El karma me persigue a todas partes a donde voy. Aun así, yo voy a ir en contra de mi propio destino, que me pone cada vez más obstáculos para que no pueda proceder a hacer lo que me dispongo a producir.

Mis ojos escrutan toda la calle de arriba abajo intentando obtener alguna pista de lo que me acaba de decir Cesare. Desafortunadamente para mí, no veo nada fuera de lo normal, solo a: personas caminando tranquilamente yendo de un sitio a otro, coches aparcando, otros circulando...

—¿Ves algo? —susurran en mi oído, cosa que me desconcentra demasiado.

—Haz silencio, estoy inspeccionando toda la calle —achico los ojos para poder mirar mejor donde observo. Ahí hay algo raro. Hay una persona con ropas oscuras mirando directamente aquí. Dirijo mis ojos hacia la azotea de ese mismo lugar y hallo allí a francotiradores, hay más de tres personas apuntando directamente a la ventana.

—¡Al suelo! ¡Ya!

—¿Qué? —Valerio es el que se encuentra sentado todavía en su sitio y se levanta colérico de su lugar para venir a mi posición. Cuando lo veo dispuesto a mirar por el ventanal, le doy un manotazo en las manos en sus manos, le cojo del cuello de su polo y lo echo al suelo.

—Estamos en peligro aquí. Necesitamos una casa segura, con personas que nos resguarden. No pienso dar marcha atrás. Si el abuelo quiere guerra, guerra tendrá.

—¿Qué tienes en la cabeza? ¿Dónde se metió tu cerebro? ¿Está de vacaciones?

La guerra no iniciará cuando al señor —yo soy el que manda en el mundo —le apetezca. Esta vez seré yo la que ponga un inicio y un fin. Las guerras no siempre se tiene que derramar sangre, se podría ir por el lado legal —la justicia —, cosa que esa vía está más que descartada hasta que lo tenga comiendo de mi mano a mi abuelo.

—Hay que salir de aquí lo antes posible —todavía no han disparado y tampoco sé a qué esperan —. Cesare, ¿sabes a que viene todo este meollo?

—No, no tenía ni idea.

—Llama a Davide o a Isacco y pon la llamada en altavoz —ordeno con firmeza. Esto no va a terminar de la mejor manera, en eso creo que todos estamos de acuerdo.

—Llamaré al teléfono de su despacho —quiero creer que se refiere al despacho del abuelo y que allí estarán los dos.

Nos mantenemos en silencio mientras Cesare intenta sacar difícilmente su móvil estando él boca abajo. Finalmente lo consigue haciendo unos movimientos algo raros para conseguirlo.

Desbloquea el móvil con velocidad. De repente sin esperarlo ninguno de los tres una llamada entrante llega al aparato que mi hermano sujeta con tanto afán sobre la mano derecha, en la pantalla aparece el nombre de: "estudio abuelo".

Toda la sangre que contiene mi cuerpo se esfuma, me olvido hasta de cómo se debe respirar con normalidad. Me he quedado hasta sin saliva en la boca.

Isacco parece adivino.

—No cojas aun la llamada aun —le digo a mi hermano cuando le veo las intenciones —. Espera un segundo —. Ahora tú —mi cabeza se gira para mirar a Valerio —. Mándale un mensaje al pelirrojo, que venga para aquí lo antes posible y pídele que contacte con mis mejores amigos para que vengan también —aquí no hay titubeos que valgan. No se puede pensar las cosas dos veces en momentos así.

—¡No!

—Sí, necesitamos a todas las personas posibles. Yo me iba a ir sola a esconderme a algún rincón del mundo y tú me has puesto de guarda espaldas a Valerio y al pelirrojo —se lo recuerdo —. Yo iba a dejar a mis amigos al margen, pero con las cosas como están no podemos.

Cesare con resignación agacha la cabeza y asiente. No tiene otra opción.

—¿Listo? —le pregunto a Valerio.

—Enviado —dice un segundo después.

—Perfecto, refuerzos en camino —digo para mí misma —Cesare, responde ya a la llamada —Isacco es bastante insistente, aunque él es el mayor beneficiario en todo este caos.

Abuelo —se aclara la garganta mi abuelo. Por cómo es su nombre, podría deducir fácilmente que es un sumiso de Isacco.

¿Por qué has tardado tanto en contestar? —su tono de voz era tosco y agresivo desde un inicio. Este hombre es demasiado presuntuoso, que todos le lamen el culo y besan el suelo por donde el camino. ¡Vomitivo! —¿Qué estás haciendo ahora? ¿Puedes venir a casa? Tenemos que hablar de varias cosas.

Isacco —resalta cada uno de sus letras —, como veras y estarás informado, no puedo salir de donde estoy.

Vaya mi querido hermano yendo directo al grano y haciéndole saber que está aquí junto conmigo. A sabiendas que él ya lo supiera de antemano, lo querría corroborar y saberlo de la boca de mi hermano, de primera mano, como se suele decir.

¿Me vas a confirmar que estas con el enemigo y no con tu familia? Tus hermanos y padre se decepcionarían de ti si supieran eso —es un buen chantajista por lo que estoy escuchando. A parte de que sabe cómo desestabilizar a la gente. Cesare parece no tener el efecto de nuestro abuelo, ya no manda en él. Su cara comprueba eso —. Que sepas que no me temblará mi mano cuando te tenga delante, hijo.

—Ni a mí tampoco —me tapo mi boca con mis manos, dejando un poco de hueco para poder dejar salir el aire sin que Isacco lo oiga desde el otro lado de la línea.

Al menos mi hermano no titubea al dirigirse a nuestro abuelo, por lo menos por teléfono. Ya veremos cómo responde su cuerpo teniéndolo frente a frente.

Yo no te he criado de esa forma, para que me desafíes de así muchachito.

Nos has criado y has criado a tu hijo con una mentalidad enferma. Haciéndonos pensar que todo aquel que no lleve el apellido Lepori y no nos respete, es escoria. Incluida Orlena Natale Lepori —le recuerda mi nombre completo, y todos oímos su gruñido —, que solo por ser un hijo inesperado, renegasteis de ella.

La historia de Orlena va más allá de lo que todos sabéis —¿qué acaba de decir?

Tenéis tanto miedo que lo escondéis todo con mentiras y secretos. Para conseguir más poder vas en contra hasta de tu propia familia, por eso has mandado al tercer tercio de tus hombres a vigilarnos y dispararnos, y solo lo harán cuando tú les des esa orden —mi hermano se está metiendo ya en berenjenales que no nos conviene para nada. Lo quiere llevar al límite —. Si das la afirmación, solo te quedaran dos nietos. Para mí en el momento que disparen para mi estarás muerto y enterrado.

Sin dejar que diga nada Cesare corta la llamada de inmediato. Su semblante es serio y acongojado. No sé cree lo que acaba de hacer, ha desafiado a su abuelo, al que le dio todo para que tuviera una vida de luego. Sin embargo, el decidió ir en contra de los principios de Isacco revelándose en silencio desde pequeño, ayudando a personas que no conocía y que hoy por hoy son su verdadera familia.

—Vaya intensidad —suelta Valerio para cortar el silencio que se había formado —. ¿Qué hacemos ahora?

Yo no respondí; mi hermano tampoco, lo que sí hizo fue moverse y con movimientos rápidos se puso de pie yéndose dirección a la ventana. Se puso a un lado de esta y me miró fijamente a los ojos. Negué con la cabeza, se le había ido la olla. ¿Qué quería? ¿Qué les diéramos un motivo para dispararnos?

En un abrir y cerrar de ojos Cesare abre uno de los lados de la cortina y a continuación varios disparos traspasan el cristal como si fuera una hoja de papel.

Una de las tantas balas; al ir a tanta velocidad pasa la madera del mueble —lleno de libros Valerio — y traspasa hasta llegar e incrustarse en la pared.

—¡Me caguen diez! ¿Tú quieres que nos maten? ¡Lo vas a conseguir! No eres consciente de nada.

Cesare no piensa antes de hacer las cosas, creo que tiene un mejunje en la cabeza, en ella se le junta varias cosas que no controla del todo bien —miedo, nerviosismo, iniciativa, revelación ante la familia Lepori.

Tiene tantos sentimientos encontrados que no sabe gestionarlos de una buena forma para poder actuar de una buena manera.

—Hay que salir cagando leches de aquí —Valerio se adelanta a mis palabras —hay que rodar e intentar no subir el cuerpo hasta llegar a un sitio seguro donde podamos estará salvo.

Yo estando de acuerdo con él, empiezo a imitarlo en sus movimientos cuando se dispone a hacerlos. Llegamos hasta un sitio seguro —donde el piensa que lo es —y nos levantamos del suelo. Lo primero que hacemos —sincronizados —es mirar hacia el mayor de todos en este apartamento que nos miraba con perplejidad.

—¿Y ahora qué? ¿Qué haga yo?

—¿Acaso no sabes pensar? —hago gestos con las manos a las balas que siguen entrando por la ventana ya reventada de tantos disparos.

La situación en la que nos encontrábamos se asemejaba a alguna que otra película de acción que sale por la televisión. Dos personas estaban relativamente a salvo —en este caso éramos Valerio y yo —mientras que la otra persona —en estas circunstancias se asemeja bastante a Cesare —, quien intenta enmendar su error poniendo cara de circunstancia.

Entre disparos intento hablar bastante alto para que me entienda, debido a que hay bastante ruido de por medio.

—¿Te vas a quedar ahí para que te maten por insensato o vas a venir hasta aquí? —ahora estoy dudando quien es el mayor de los dos.

—No sé cómo hacerlo —¿es tonto o solo se lo hace?

—Tírate al suelo de una puñetera vez —estallo. Parece ser que por el miedo todos sus sentidos están bloqueados y no sabe pensar por el mismo.

Cesare se tira al suelo y en vez de rodar —como lo hemos hecho su amigo y yo —él se va desplazando con ayuda de sus brazos y pies, sin ni siquiera despegarse del suelo.

Mientras que estamos enfrascados mirando como Cesare avanza, el móvil de Valerio se enciende y de refilón veo que es una llamada de Giotto.

¡Ya están aquí los refuerzos!



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