Capitolo 15
ORLENA
Los días pasaban y yo seguía aquí consumida en este lujoso hospital; el cual le pertenecía a mi hermano mayor; que por cierto no se había dignado a aparecer en estos siete días. Los que sí estuvieron y están ahora mismo junto a mí son sus dos mejores amigos. Parece ser que se han vuelto mis sombras personales. Se están tomando en serio la responsabilidad de cuidarme. Es un poco atosigante tener a dos personas día y noche observándote, aunque por otra parte, tener compañía es gratificante.
—¡Chicos! —llamo su atención por novena vez en el día.
Son las ocho y media de la mañana, hace apenas unos segundos la enfermera había salido de la habitación, no sin antes dejarme mi preciado desayuno en la mesita portable que tenía justo al lado de la camilla.
Miro con asco la comida. Llevo sin probar bocado por más de dos años, solo como a escondidas cuando Giotto o Valerio están dormidos o salen por momentos de mi habitación.
Según ellos me estoy "revelando". Y yo lo llamo: queriendo llamar la atención de mi hermano. El inútil de él no ha aparecido hace una semana por aquí. La última vez que lo vi fue saliendo por la puerta indignado, y se perfectamente que por su orgullo no entrara por aquí.
Soy consciente que aunque no venga, esta las veinticuatro horas pendiente de mí, porque ciertas personitas le pasan todo lo que hago y no hago. Estoy cruzando los dedos para que entre por esa puerta de madera de roble. Es orgulloso sí; yo también lo soy, solo que alguna vez tendríamos que dejar las diferencias y el orgullo de lado muchas veces y no lo hacemos.
—¿Qué ocurre Orlena? Debes desayunar.
—No —digo firme —. Antes quiero ver a mi hermano.
—Está ocupado, tiene una operación —me lleva diciendo el mismo verso toda la semana.
—Valerio, sé que este es un hospital y mi hermano es cirujano —Valerio asiente concentrado a lo que yo estoy diciendo —. Pero lo que no me voy a tragar es que esté operando todos los días. ¿No tiene días de descanso? —se me escapa un bufido.
—¿Piensas que te estoy vendiendo la moto? —yo asiento. ¿Este que se cree? ¿Qué tengo diez años? Va a tener que espabilar.
—Tráeme en este mismo momento a mi hermano de la oreja sino quieres que me levante yo de esta camilla y lo traiga por los pelos —inhalo y exhalo para calmarme y no colgarme de su cuello y pegarle una buena paliza.
—¡Qué salvaje! —mueve la cabeza para poder observar a Giotto quien esta recostado en el sofá del fondo mirando el techo con verdadera curiosidad —. ¡Hey tú, vago! ¿Has oído lo que acaba de decir?
—He escuchado toda vuestra conversación —debe de estar aburrido, porque esta tumbado en el sofá de dos plazas. Sus piernas sobresalen del brazo del mismo y su cabeza está colgando del otro extremo.
—Sí te aburres tienes una puerta demasiado bonita por allí —le indico con el dedo —. ¡Pírate!
—Con que humores se ha levantado la niña —se dirige solo a Valerio. ¿Me está ignorando? ¡Uy! —. ¿Alguno de los dos me va a decir donde se ha escondido mi hermano?
No hay respuesta por parte de ninguno de los dos. Les miro a cada uno y les lanzo una mala mirada para que recapaciten si no quieren que me levante de una vez de aquí. Ganas no me faltan.
Antes de que Valerio pueda venir y volverme a tumbar me levanto rápidamente —todo lo que mi cuerpo me permite —. Bajo de la cama poniendo mis pies en el fresco suelo de mármol de la habitación. Todavía seguía llevando la vía puesta. Así que tenía que llevarme a rastras el suero.
Valerio me estaba dando la espalda. Aun así no me fiaba demasiado, puesto que Giotto me podría ver en cualquier momento.
Con movimientos suaves empecé a dar pequeños pasos hasta llegar casi a la puerta pensando seriamente que no me habían escuchado. Grabe error.
—¿A dónde piensas ir? —escucho la voz del pelirrojo hablarme cuando ya tenía mi mano libre en la perilla de la puerta.
—A buscar a Cesare ahora mismo. No me trago ninguna de vuestras palabras. Dejo un hueco grande para poder salir de la que ha sido mi estancia por más de una semana y salgo al pasillo; que ha decir verdad no lo había visto todavía.
Miro hacia ambos lados pensando que dirección será la correcta. El pasillo esta desierto en estos momentos y no puedo preguntar a nadie en donde queda la consulta de Cesare. Me decanto por irme por la derecha y efectivamente acierto de plena cuando doy con una especie de sala abierta donde las enfermeras están charlando mientras trabajan. Me apoyo en el mostrador y me aclaro la garganta para hacerme notar.
—¿Qué hace fuera de su respectiva habitación? ¿Necesita algo? —Ignoro la primera pregunta y le respondo a la segunda.
—Necesito saber con urgencia donde se encuentra la consulta del doctor Lepori —espero que no haya sonado desesperada. Mis nervios están a flor de piel.
—Señorita no le podemos dar esa información. Además, si usted es una paciente, él ira a verle a su habitación. Hazte el favor de volver a su habitación —no me cae bien.
¿Quién se ha pensado que es? Seré paciente, pero a la misma vez es mi hermano. Así que voy a exigir verle. Cueste lo cueste voy a averiguar dónde queda su despacho.
La maldita de la enfermara me da la espalda y se pone a hablar con sus compañeras.
—¿Os podéis creer que una mujer que esta interna en este hospital ha exigido saber dónde se encuentra la oficina del director? —una de ellas que estaba tecleando en el ordenador, levanta la cabeza del teclado y mira hacia la chica abriendo los ojos más de lo normal. Al instante la reconozco. ¡Es Flora! —Parece que has visto a un fantasma Flora, ¿qué ocurre?
—Creo que ya se de quien hablas y me temo decirte esto. Si estoy en lo correcto, esa chica es la hermana menor del director del hospital.
—Hola, sigo aquí —me hago notar. Flora inmediatamente cuando escucha mi voz me observa regalándome una medio sonrisa —. Hola Flora, ¿puedes llevarme al despacho de Cesare? Ha estado huyendo de mí por una semana y necesito enfrentarlo cara a cara. ¿Me puedes llevar donde él está?
—No debería hacer esto —le miro boquiabierta, para finalmente hacer un puchero —. Está bien —finalmente cede —. Iras en silla de ruedas todo el camino y te comportaras bien. No te haré ningún favor más —lo dice demasiado seria, así que irán enserio la advertencia.
—Lo haré, ¿vamos?
—Espera un segundo —me pide —. Iré a por su silla de ruedas —me indica.
Se gira para poder coger del fondo del espacioso espacio una de las sillas que se encuentran allí.
—¡Vámonos! —se acerca a mí con el aparato y lo pone delante mío para que proceda a sentarme en ella —¡En marcha! —dice Flora una vez ya tengo acomodado todo —. Chicas, iré a llevarla donde el director, en un rato vuelvo —se dirige a sus compañeras.
Avanzamos por el ancho pasillo vacío y sumamente silencioso. Solo paramos cuando llegamos a los pies del ascensor, que nos llevaría al piso donde el hermano mayor de los Lepori estará sentado frente a su ordenador haciendo papeleos del hospital.
—Una pregunta Flora.
—Si se la puedo responder yo encantada —al menos ella es maja, por ahora. Aunque quizás lo haga por el simple hecho de que sabe de quién soy familia. ¡Podría ser una interesada!
—¿Mi hermano se encuentra operando en estos momento? —como sea mentira que tiene operaciones, Valerio y Giotto se las van a ver conmigo.
—Hoy y mañana no tiene programada ninguna.
¡Les voy a retorcer el pescuezo a los dos! Se van a enterar de lo que es bueno. Yo les recomendaría huir ahora que tienen vía libre para salir por patas.
Para ir a hablar con mi hermano siempre debería ir con la mente en blanco, sin tener conocimiento de que le tengo que preguntar, ya que siempre que tenemos que hablar de algo importante acabamos yéndonos por las ramas y hablamos de todo menos de lo más importante.
El viaje en ascensor se puede hacer eterno y más si es tan lento como este y otro factor importante es que si con la persona que vas acompañada no te da conversación te aburres más.
Unos segundos más en este elevador y en cuanto saliera por el buscaría una ventana para tirarme desde ella. Gracias a Dios las puertas se abren.
Lo que veo en esta planta es otro panorama distinto a la cual teníamos en el otro piso. Hay personas que van de un lado a otro con papeles en sus manos y con caras de angustia, otros iban con las batas blancas que los diferenciaban de las otras personas; llamadas en otros términos: pacientes.
Salimos a trompicones de la máquina que puede subir y bajar personas, debido a que las personas no dejaban casi moverte.
—Perdonad —se hace escuchar Flora llamando la atención a dos mujeres que estaban marujeando frente a nosotras y nos cortaban el paso.
Ellas suben la mirada y nos repasan con sus facciones agrias. ¡Uy! ¿Qué se han tomado para desayunar las personas hoy? ¿Vinagre?
Con desgana y sin decir ni una palabra se apartan un poco para que podamos pasar nosotras. ¿Las personas no saben que hay que priorizar a la gente que sale del ascensor? Pienso que hay que dar algunas clases de educación esencial sin duda.
No tuvimos más percances, solamente recorrimos los diferentes pasillos zigzagueando a las personas para poder llegar a nuestro destino.
Una puerta doble nos aguardaba delante de nuestros ojos. Detrás de ella debería estar mi hermano. Tengo curiosidad por ver cómo es su oficina por dentro.
—Toca —me dice bajito Flora. Yo encantada le hago caso. Mis nudillos rozan la madera blanca. Del otro lado enseguida se escucha un "adelante".
¡Mi momento de gloria acaba de llegar!
Flora me indica que abra la puerta y yo encantada lo hago. Me encuentro en un debate interno conmigo misma. ¿Se cabreara al verme? ¿Se alegrará? ¿Formará un alboroto? Sacudo mi cabeza para despejar esas preguntas tan absurdas que me surgen.
Abro la puerta lo más que puedo y veo a mi hermano con bolígrafo en mano escribiendo en unos papeles muy concentrado hasta que me ve entrar por la entrada de su oficina.
—¿Qué haces aquí? —es lo primero que dice. ¡Es tan agradable el gatito! ¡Tan tierno!
—Bonita forma de recibirme Cesare —hago una mueca —. Por cierto tengo varios puntos sobre el personal de este hospital que tengo que discutir contigo —yo realmente lo decía seriamente. La enfermera la cual estaba en mi piso, no me había gustado lo más mínimo.
Flora ríe bajito, seguramente porque sabe por dónde van los tiros. Mi hermano por otro lado, no lo sabe. Aun así no le impide echarse a reír.
—¿Qué?
—Permíteme contarle señor Lepori —se une a la conversación Flora desde detrás de mí.
—Claro que sí —le concede la palabra Cesare —, pero antes por favor, cierre la puerta.
Flora acata la sugerencia de mi hermano, seguramente para que las personas curiosas que se quieren enterar de que hablamos, no lo hagan.
—Ahora procede a contarme lo que ha sucedido con la loca de mi hermana, por favor Flora —todo lo que dice, sus ojos están fijos en los míos y no se desvían a los de la enfermera en ningún segundo —. Luego me tendrás que decir porque has salido de la habitación si Giotto o Valerio —me apunta con el dedo.
—Su hermana aquí presente —sonrío —salió de la habitación e intentó a hablar con Martia. La única persona que sabía de vuestro parentesco era yo. Entonces al decirle la señorita Orlena que era su hermana y que deseaba verle a usted no le creyó y la mandó de nuevo a la habitación.
—Cosa que no hiciste, ¿verdad? Aquí te encuentras —Cesare me reta con sus ojos muy parecidos a los míos. No me inmuto; no me intimida. Él jamás me dará miedo como me aterran Davide e Isacco cuando parece que un demonio se apodera de ellos y saca la peor versión de ellos.
Destrozar personas y familias es la afición que afianza la relación entre padre e hijo. ¡Aterrador! Son unos completos psicópatas, se sienten más poderosos por tener ese nivel de maldad que les lleva a sentirse superiores a los demás. Seguramente en sus cabezas pensaran que es lo correcto, que nada de lo que hacen es erróneo. Parece ser que tienen el concepto de lo que es bueno y malo invertido completamente.
Todo esto empieza por algo, algo debió desencadenar este comportamiento familiar. Es probable que este legado, lo que hacen sea heredado por uno de mis hermanos y yo ya he descartado al mayor de mis hermanos, yo por otra parte estoy vetada de la familia. Por ello, solo me quedan dos personas que podrían ser: Agnese o Demos y mal encaminados no van. Son fríos como un tempano de hielo, no dejando de lado la parte de desagradables.
—Tengo que hablar muy seriamente contigo —me encojo de hombros queriendo parecer que estoy enfadada; cosa que no logro —. ¿Me has estado evitando, gatito?
Cesare carraspea y le pide a Flora que puede retirarse y cuando termine de hablar conmigo le avisara para que venga a buscarme y llevarme a mi habitación donde me esperan Valerio y Giotto.
En cuanto Flora cierra las puertas detrás de ella nos quedamos un par de segundos callados. Él tiene que responder a mi pregunta. No puede ser que cada vez que la cague por un simple comentario se vaya de algún sitio y que me rehúya por algo tan fácil que es hablarlo.
—Lo siento.
—¿Porque?
—Por todo leoncita —eso ha sido tierno. Me muero de ternura con este lado de Cesare —. Por ser un idiota, un insensible y por los comentarios desafortunados que puedo llegar a decir sin ser consciente de ello —saltaría a abrazarlo, lástima que no puedo hacerlo.
—Te perdono gatito con una condición —él resopla sin duda pensando en que le iba a pedir ahora.
—A saber que quieres ahora.
—Quiero salir de este muermo de hospital. Ya son muchos días Cesare —hago un puchero —. Y por último quiero que despidas a ese intento de enfermera —mi hermano está a nada de estallar en carcajadas.
—Lo primero puede ser que se conceda, debido a que ya estaba firmando tus papeles del alta, ¿no te lo han dicho los chicos? —gracias por darme más motivos para poder así arrancarles las cabezas a esos dos.
—Esos dos idiotas lo único que han hecho es mentirme —bufo —. Primero han estado diciéndome toda la semana que estabas de operaciones y que ahora te encontrabas en una. Flora lo ha desmentido, me ha comunicado que tienes libre hoy y mañana.
—Ya leona, tómatelo con más tranquilidad, yo les dije que inventaran algo. Sé que tienen muy poco poder para la imaginación, pero no tan escasa —. ¿Podemos cambiar de tema y decidir qué vas a hacer una vez salgas de aquí?
¡Verdad! Con el otro tema se me había ido de la cabeza el tema de irme lejos de Italia. Yo era mayor de edad, por supuesto. Sin embargo, ahora Cesare me había hecho ver que no estaba sola y que podía contar con él para poder tomar decisiones, siendo yo consciente que la última palabra la tengo yo.
—No tengo ni idea de lo que voy hacer. ¿Qué hay de mis amigos? ¿Dónde se encuentran?
—Tienes que ir pensándolo. Creo que lo más razonable es irte a vivir a casa o de Giotto o Valerio. Es lo más seguro. Allí podrás hacer las investigaciones que quieres hacer antes de poder partir de Italia. Entre los tres te vamos a ayudar. Yo ya he empezado a investigar —él estaba reconociendo indirectamente que me dejaba partir de su lado ahora que nos habíamos reencontrado. Eso yo creo que es lo que le frustraba. Dejare ir ahora.
—¿No tienes más amigos de confianza?
—No —se empieza a reír —. Venga Or, no son malas personas, solo me estaban cubriendo a mí.
Ahora mi debate sería con quien me iría a vivir; con el pelirrojo Giotto o con el pelinegro Valerio.
—Creo que harías buenas migas con Valerio —no me sorprende que diga eso. Valerio es una persona sencilla, humilde que jamás ha tenido nada fácil en esta vida y lo sé gracias a que él y Giotto me contaron de primera mano su historia. ¡Es desgarradora! Lo malo es que hay familias con pocos sentimientos positivos y buenos. Lastimosamente de esas hay demasiadas por el mundo.
—De acuerdo, me quedare en su casa.
—¿Sin reclamos? ¿Así de fácil? ¿Tienes fiebre?
—No Cesare, sinceramente empatizo con Valerio mucho más que con Giotto por el simple hecho de que él tampoco ha tenido el calor de una familia unida —mi hermano agranda sus enorme ojos.
—¿Sabes su historia? —yo asiento algo descolocada. ¿No se lo habían contado esos canallas? ¡Vaya amigos!
—Pensaba que te lo habían dicho. Me lo contaron justo después de irte de mi habitación —Cesare se encuentra pensativo —. ¿El abuelo nunca sospechó? —él niega —Sabes que hay gato encerrado en eso, ¿verdad?
—Sí.
—Tenemos que andar con pies de plomo.
—Quizás solo estén esperando el momento concreto para actuar —dice —. No ha podido estar más de diez años callándoselo.
Yo sonrío de lado.
—Isacco puede ser todos los insultos que puedas encontrar en el diccionario —digo con confianza sabiendo con quien estoy hablando —, eso no quita que sepa lo que hace. Lo calcula todo a la perfección.
—¿Y entonces porque tú pudiste escapar de tu propio infierno personal? ¿Golpe de suerte? No lo creo.
Yo siempre había pensado que era un despiste de los guardias de seguridad. Nunca pensé en la posibilidad de que hubiera sido todo fríamente calculado por ese viejo loco maniático.
—Para desequilibrar a nuestra familia hay que buscar la espinita de cada uno, su talón de Aquiles. Y hay que empezar por el patriarca de la familia —declaro muy segura.
—Yo ya he empezado —se anticipa a decir mi hermano.
—¿Como?
—Y no sabes las cosas interesantes que he podido encontrar —admite. ¡Interesante dato!
—¿Qué has encontrado?
—¿Sabías que nuestro abuelo tenía un hermano? —esto se pone cada vez más interesante.
—No.
Pues adivina —una de mis cejas se alza para esperar la respuesta de Cesare —. ¡Tenemos familia perdida viviendo en Noruega!
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