› › T w e n t y - s i x ‹ ‹
Finalmente el examen había concluido. Aquellos que pasaron obtuvieron de inmediato la licencia provisional de héroes, los que reprobaron todavía tenían la oportunidad de tomar el examen en unos meses si así lo querían.
Con las licencias, o la esperanza de tenerlas a futuro, en mano regresaron de la aventura y llegaron a los dormitorios de U.A. a los cuales, desde hacía poco tiempo, llamaban hogar. En todo caso Aizawa los felicitó por «estar un paso más cerca».
«Un paso más cerca —repitió Hanamoto en su cabeza—. ¿Un paso más cerca a dónde?».
Mientras se planteaba la pregunta miró sus uñas y luego a sus escandalosos compañeros. Desde que la prueba terminó estaban así de ruidosos. Felices, suponía.
Después de tomar un descanso y cambiarse, una gran parte de los estudiantes de la clase A se habían reunido en la sala principal del edificio. Se suponía que después de esa prueba debían de estar agotados, al menos lo suficiente para ir a sus habitaciones apenas llegar, pero ellos no lo estaban. Un tema recurrente en la conversación que se comentaba entre risillas o ceños fruncidos era sobre Yoarashi. Aunque lo mencionaran no era el tema principal porque había superado a Todoroki ni porque destacó negativamente; al hablar sobre el joven los ojos caían encima de Hanamoto de manera cómplice.
El momento que compartieron ambos muchachos se malinterpretó a tal punto que culminó en un escándalo y la principal exponente e interesada de tal era Ashido.
Hanamoto estaba segura de que la conversación entre ellos había sido más extrañable y posiblemente seca, pero Ashido, más animada y parlanchina que de costumbre, tenía a los otros fascinados con su romántica versión (como si no hubieran estado allí también). Su creatividad y la forma en la que decoraba sus palabras embelleció tanto el relato que podían imaginarse las flores momentáneas. Confirmaron que no por nada aseguraba que podía crear historias románticas sin correlación alguna.
—Pero eso de agradecer una confesión es cruel —comentó Tsuyu con su cruda honestidad—. Peor cuando no te diste cuenta de que era una confesión.
La mirada de Hanamoto divagó. Claramente estaban hablando con ella, aunque ya había defendido su percepción un par de veces: creía que Yoarashi no se había confesado. Quizá fueran antiguos sus conceptos, pero por la carencia de la objetivas expresiones como «me gustas», o lo que fuera, no podía especular porque lo haría a sordas. Pero claro, en el tema de las declaraciones no era una experta como lo aseguraba ser Ashido.
—No creo que estuviera flirteando conmigo. —La palabra «flirteando» se quedó dando vueltas en unas cuantas cabezas—. ¿Esa forma de expresarse en una confesión es adecuada acaso?
—¡Cualquier forma puede ser usadas mientras las sientas! —contestó Hagakure—. Su rara forma de decirlo es lo de menos.
Hagakure estaba igual de encantada que Ashido, como si anhelaran, a la fuerza, una historia de amor. Ese tipo de historias no tenían sentido para Hanamoto.
Ladeó su cuello un par de veces sin entenderlo. Eso de «decir lo que sentía sin esperar nada sólo para desahogarse» no iba con ella. Consideraba que, en caso de interés, lo más lógico sería pedir sus redes para mantenerse en contacto (y ella no lo sabía, pero Yoarashi apenas pensó en hacerlo cuando sus compañeros se lo comentaron ya en el bus de regreso). De una u otra forma no le importaba, sólo le importó el hecho de que quizá había sido grosera con los sentimientos del muchacho, pese a que él se veía alegre. Realmente no entendió sus palabras.
—Oh, así que fui grosera... —murmuró imitando lástima.
—Peeero, si te sirve de consuelo, ¡seguro que Bakugō hubiera sido menos amable! —dio por sentado Ashido.
Por supuesto ser comparada con un brusco no fue ningún consuelo.
—De hecho, ¿cómo hubiera sido?
No podían imaginarse cómo lo tomaría, ni siquiera utilizando sus imaginaciones, así que surgieron algunas apuestas instadas que los gruñidos de Bakugō desbarataron. La cuestión se mantuvo en pendientes porque, por su bienestar, no dejaron a Hanamoto experimentar.
—Sólo digo que no es buena idea ir y confesarte justamente a Bakugō —la trató de convencer Jirō.
—Explotará —aseguró Hanamoto—, pero no me matará. Lo querrá, pero no podrá.
Se horrorizaron, unas más acostumbradas a esa ira que otras, aunque sabiendo que no lo haría. No le rehuían a su compañero, sólo que, en general, siempre que podían poner al menos a una persona entre ellas y él lo hacían, y no se sentían cobardes por eso. La ambigüedad era mutua.
—El simple hecho de que lo vaya a querer debería frenarte...
—Como sea, ¡basta de Bakugō! —determinó Ashido. Sus segundas intenciones sobresalían—. Es perfecto para ti, Hanamoto.
La mencionada arrugó su cara sin comprender.
—¿Quién? ¿Bakugō? —inquirió.
—Dios mío...
—¡No! Digo, ¡no sé! El romance todo lo puede... ¡Pero ahora hablo de la confesión!
—¿Sí?
—¡Sí! ¡Yoarashi es la descripción viviente de tu tipo ideal!
La buena memoria de Ashido las sorprendió. Era curioso como en casos de exámenes o simplemente en clases esa buena memoria desaparecía sin dejar rastro, pero en momentos menos relevantes para su futuro ésta se mantenía presente. Apenas dándose cuenta, el resto de chicas le dieron la razón.
Hanamoto tuvo que hacer memoria para confirmarlo. Había hecho ese molde en base a alguien más, pero aparentemente a Yoarashi le calzaba bien. Sonreía y hablaba mucho, sin duda era curioso, animado de más, se metía a donde no lo llamaban, tan abierto con sus sentimientos que se confesó apenas darse cuenta de tales, era al menos 10 centímetros más alto y más tonto que lindo; Yoarashi encajaba en un 100℅ en su «tipo ideal».
Haciendo memoria casi parecía estarlo describiendo y se dio cuenta sólo por su compañera. Había sido una increíble coincidencia y ella misma se había metido el pie.
—Ah, sí —afirmó sin ánimos—. Es cierto.
Consideró que hubiera sido mejor ser más objetiva, decir algo como que su tipo ideal era alguien con «cabeza de pescado, cuerpo de esqueleto y ojos de fuego», que debía de ser más rico y atractivo que ella quizá, a lo mejor hasta decir «alguien más fuerte que All Might» también hubiera funcionado, por el momento.
—¡Oh! ¿Y entonces?
No había forma de que retirara lo dicho declarándose abiertamente como alguien que miente por presión social o lo que fuera que funcionara.
Antes de que agraviara el asunto o diera una excusa formidable Uraraka protestó: —... Yo no creo que sea Yoarashi.
—¿¡Cómo no!? Digo, no me cae del todo bien, ¡pero...!
—Mina, cálmate.
—Es que... —Uraraka tuvo que retroceder. Miró a Hanamoto quien esperaba hablara para corroborarla—. Él no es igual o más fuerte que Hana-chan.
—Correcto —confirmó Hanamoto de inmediato.
En realidad no recordaba si lo había añadido como un requisito o no, considerando que se había inspirado en su amigo era un rotundo no, pero Uraraka, teniendo la clara percepción de que su amiga miraba siempre hacia arriba, ignoró la creencia de que era una narcisista y como tal no aceptaría a alguien por encima de ella e imaginó que no aceptaría estar con alguien inferior. Yoarashi era fuerte, sí, pero tomando en cuenta lo sucedido no creía que aceptara a un reprobado. Eso y que, simplemente, no veía en los ojos de su compañera ese extraño destello de una persona enamorada, así que no creía lo estuviera.
Sólo con pensar en el amor Uraraka recordó que Ashido había asegurado que estaba enamorada y sus mejillas ardieron en rojo por lo mismo. Mientras tanto Hanamoto le agradeció a Uraraka y consideró enamorarse de ella. Los sentimientos de Yoarashi poco le importaban en comparación a su propia imagen, esa era una cruel verdad, así que no le importaría fingir estar enamorada, pero ni lo había intentado ni podía ni quería molestarse.
Si continuaba con la mentira Yoarashi terminaría herido emocionalmente, así que en realidad no sabía si Uraraka la había salvado a ella o a los sentimientos del muchacho.
—Pues bien, ¡parece que morirás vieja y sola, Hana-chan! —bromeó Ashido pasando por su momento de frustración—. Por el resto de tu vida.
Esas palabras y la nula disonancia le hicieron saber que realmente estimaban sus capacidades.
—Bueno, ¿qué hay si es con alguien tan fuerte como lo era All Might?
Ashido la miró incrédula con una expresión en blanco que no supo cómo tomar. No podía imaginar que con esa expectativa realmente creyera que había bajado la dificultad del reto.
—Sola por el resto de tu vida —zanjó.
Hanamoto rió, pero esa noche pensó cuánto tiempo sería «el resto de su vida» y que a lo mejor sí tenía razón en cuanto a estar sola. Sobretodo estuvo presente su calificación del examen. Y luego más cosas lo ocuparon provocando un torrencial adrede al casi todas tener la misma importancia para ella. Por fortuna aquél torrencial fue sólo mental.
Esa ocupada noche la persona de Yuzzu apenas surcó por su mente.
Eran las 6 A.M. cuando Hanamoto salió del baño, por la alarmas sólo se fijó en la hora que se levantó (alrededor de las 5), mas sólo estimaba el tiempo que se tomó ejercitándose, qué tanto tardó haciendo la limpieza general y cuánto tardaría en arreglarse.
Productos, tanto de cuidado de piel como de maquillaje, cubrían la repisa delante de ella con el mismo objetivo; embellecer. De por sí su rutina diaria usualmente comenzaba más temprano que la de sus compañeros, pero tuvo que hacerlo incluso antes. Productiva quizá, pero más que nada agotadora.
Para atender otras necesidades usualmente utilizaba su aceleración para ayudarse, pero no sería lo mismo en ningún aspecto.
En lo que resolvía sus imperfecciones naturales utilizó su peculiaridad para desechar un papel a la basura. En el papel tirado estaba la calificación de su examen; 80℅. Había pasado con un 80℅. Más de lo que la mayoría podría presumir, claro, pero no era del tipo de persona que se satisfacía por comparación, menos cuando siquiera fue la mejor de su clase. Por su equipo, por su participación en la pelea y por su codicioso y controlador actuar, las razones le importaban menos que los inflexibles números.
Y no era todo. Su desperfecta calificación no había sido todo.
La noche anterior Aizawa la había citado y con un buen argumento la castigó. Por jugar a la valiente, por querer ser héroe, por romper una promesa, por desobedecer, lo que fuera, estaba castigada por ocultar el hecho de que también era un objetivo de captura. Sus creencias no cambiaban el hecho de que sus acciones fueron incorrectas. Si bien Aizawa sabía que habían sido por cosas ajenas a ella, y se atribuía la culpa a su secuestro por no retenerla con más firmeza, también sabía que si no la castigaba seguiría haciéndolo cuantas veces quisiera, incluso dudó de si debía dejarla tomar el examen o no por lo mismo, pero concluyó en que sería injusto. Por más que tuviera una licencia provisional continuaba siendo una novata que debía escuchar a los de mayor rango.
Hanamoto, habiendo previsto un poco, levantó una defensa argumentativa. Aizawa fue un duro juez, no se retractó. Ella alegó tanto como pudo utilizando su encanto, encanto que Aizawa solía repudiar pues su temperamento era menos flexible y tenía un juicio menos propenso a dejarse influir por los halago, aún así llegaron a un acuerdo; una semana de arresto domiciliario, limpiaría el edificio también y tendría que escribir una carta de disculpa, pero iría a clases. Eso no quitaba el hecho de que el castigo quedaría en su registro, sólo no se atrasaría.
Sin saberlo Aizawa provocó más daño del que creyó, le había dado en su talón de Aquiles; en su burbuja de perfección.
A lo mejor no eran la gran cosa, un 80℅ del que nadie se enteraría y un castigo. A lo mejor sólo estaba exagerando. A lo mejor no era lo suficiente grave y sólo exageraba. A lo mejor sí lo era.
Una mínima mancha podía curtir lo blanco, así mismo su perfección podía irse cayendo en pequeños pedazos. Su idealización era tan inverosímil, tan frágil, que podía ser corrompida y rota con facilidad. Entonces su avance se desvanecería y, quizá, ella también lo haría.
—Ah —soltó al quemarse con su plancha de cabello. Fue una interjección tan ligera que sonó más como si se hubiera dado cuenta de algo que como un gemido.
Se extendió para recoger la plancha del suelo, pero ni bien hizo contacto ésta explotó. Por la electricidad se creó fuego, así que lo extinguió de un soplido y la desconectó. El incidente no fue por la mala calidad del electrodoméstico, para nada, la culpa fue de su distracción y por ella éste quedó atrapado en un aislamiento de ondas que salieron casi sin consentimiento.
Recogió ese desorden, se puso el artículo que asemejaba unas esposas y terminó de ordenarse anotando que debía de encargar una nueva plancha.
«Es un desastre. Los sismos empiezan con pequeños desplazamientos en las placas tectónicas. Empieza con pequeñeces, pero no es una pequeñez, se expande rápido. Debí de ser más furtiva y cuidadosa. Es un desastre.» pensaba mientras una sonrisa decoraba su beatífico rostro. Lo más desastroso era el saber que lo peor no había pasado, que todavía tenía cosas que hacer y que agravarían el supuesto desastre.
Poniendo una curita en sus quemados dedos, que ya estaban adquiriendo un color rojo ardiente, se inclinó sobre sí misma antes de salir. Como si quisiera vomitar o creyendo que lo haría, agarró su estómago.
Si una cosa no soportaban las Hanamoto era que las cosas se les salieran de las manos. La presión la manejaban bien porque la controlaban, más bien, en el caso de Ikiru se dejaba controlar. Sin embargo, como los psicópatas, el saber que no podrían manejar algo a su antojo o que no saldría como quisieran era una tortura, al menos para Sadashi, y siguiendo ese ejemplo Ikiru se creía merecedora de una. Por esto se quemó a propósito y quería enterrarse las uñas en lo más profundo de su carne, para sentir la frustración, para sentir que fallaba; para sentir dolor.
Un dibujo, casi indescifrable, la distrajo y la hizo abstenerse de su «querer sentir». No era una masoquista y tampoco una perdedora, no era algo tan simple como admitir abiertamente su imperfección por un par de obstáculos. Pero fue la foto con su tutora que le recordó que así no era Ikiru, al menos no como debía de ser. Ese era el efecto de cordura que Sadashi tenía en ella.
No podía permitir que sus fallos la condujeran al fracaso.
Era una perfeccionista que basaba su vida en intentar ser la mejor queriendo cumplir estándares que no eran realistas ni siquiera para ella. Interiorizaba sus problemas buscando la perfección, así que, si sentía que la imagen falsa que proyectaba se derrumbaría probablemente se destruiría a sí misma primero.
Con sólo pensar en la palabra «destrucción» Sadashi llegaba a su mente, y al hacerlo automáticamente sonreía. Era un reflejo obligado.
Hanamoto descubrió que no había sido la única castigada, lo descubrieron ella y toda la clase.
Midoriya y Bakugō habían sido castigados por razones distintas, pero ambas enfatizadas por las reglas del dormitorio; por salir en toque de queda y por pelear habían sido castigados con el arresto domiciliario sin tener el privilegio de ir a clases hasta que les removieran el castigo. La noticia conmocionó a la clase y decepcionó a Iida por esa idiotez, aunque en muchas ocasiones consideraron posible la idea de su pelea no los creían capaces de ir en contra de las reglas por gusto. Hasta ese día.
Como Bakugō había dado el primer golpe estaría aprehendido durante cuatro días. Midoriya, ya que respondió al golpe y no paró el pleito, tendría un día menos de castigo.
Los resultados del combate nocturno no habían sido positivos puesto que terminaron con múltiples heridas y grandes repercusiones. Debido a ese incidente Aizawa, luego de darles un fuerte regaño junto a una advertencia, los había sentenciado a arresto domiciliario y también tenían que limpiar todo el espacio compartido de los dormitorios, además de escribir una declaración de arrepentimiento a mano. Todo eso porque quebrantaron las normas de la academia. Podía imaginarse el cansancio y estrés de su maestro.
Aunque Bakugō y Midoriya tenían los utensilios de limpieza en las manos realmente no había nada que limpiar, el lugar relucía. En lo que dormían Hanamoto se había encargado de hacerlo. Ninguno sabía que ella también había sido castigada, y Hanamoto no atentó con decirles. Podía aprovechar el escándalo que causaron para admitir que también había sido castigada y pasaría por menos, no obstante decidió mantenerlo oculto. De esa forma cumpliría con su palabra y, al menos que Aizawa lo dijera, sus fallos no saldrían a la luz.
Dudó en si podía ser traicionada pese a no haber incluído ese detalle en el acuerdo.
—¿Quién ganó? —inquirió sentada en el sofá esperando la hora de irse.
—¡Esa no es la pregunta correcta! —protestó Iida—. No fomentes esa incorrecta competencia, Hanamoto.
—¿Es incorrecta mi cuestión? En las peleas usualmente hay un ganador y un... no ganador —trató de no utilizar la palabra perdedor—. No hay nada que hacer. ¿No tiene usted curiosidad por el resultado, Iida? ¿O es porque ya dio por sentado quien perdió?
—¿C-cómo podría saberlo? Ambos son muy capaces en el ámbito de pelea, no dudo de ninguno de mis compañeros.
—Cierto. ¿Quiere apostar entonces?
—¿Qué dices? ¡Apostar está mal por tantos motivos!
—Bueno. Entonces, Kaminari...
—¡No! ¡Ninguna apuesta!
Yendo a por su moral Iida era increíblemente fácil de molestar, en ese aspecto sólo era superado por Bakugō.
—Kacchan ganó —los interrumpió tímidamente Midoriya—. Supongo que yo perdí.
Desconociendo sus razones Iida se dedicó a reprocharles la decisión de pelear, en especial a Midoriya por haberse dejado provocar. De Bakugō se esperaba, de hecho pensaban que pasaría antes. Hanamoto tuvo que hacer memoria para recordar a quién se refería el pecoso con «Kacchan», al recordar dio su apuesta no iniciada por perdida. Claro que Bakugō tenía más experiencia y su estilo era brutal, las heridas de quien fue su oponente lo confirmaban, pero podía imaginárselo siendo vencido por Midoriya.
Midoriya podría no haber tenido talento de nacimiento, pero su esfuerzo estaba dando unos innegables frutos.
Hanamoto apoyó su cara en sus manos y miró a Bakugō, quien al notar esa mirada directa acentuó su mueca de molestia generada por las burlas de sus compañeros que aguantó. Pese a denotar molestia no estaba como acostumbraba, en cambio se encontraba mucho menos enojado, casi tranquilo, incluso no se defendía ni amenazaba a Kaminari por sus comentarios.
—¿Es esa la expresión de un ganador?
Ciertamente su expresión no era la de alguien que había ganado por un gran margen. Era más parecida a cuando ganó porque Todoroki quiso o cuando supo que Hanamoto estaba jugando con él. Realmente no estaba del todo segura qué expresión debía de hacer un ganador.
Para ella su sonrisa era la expresión ideal para la mayoría de momentos.
Al oírla Iida estaba preparado para ejercer su labor como presidente echando a correr con Hanamoto antes de que otra pelea se formara. Tenía que mantener a sus compañeros en orden por el bien de la clase. Pero no tuvo que hacerlo, Bakugō no reaccionó. Se lo atribuyó a que no la había escuchado, pues ella no alzaba mucho la voz, así que le advirtió de no provocarlo y tuvo que ir a decírselo a los otros también.
Hanamoto sabía que había sido escuchada, pero ignorada de manera inusual, tanto así que siquiera soltó un gruñido. No le preocupaba su compañero, le prestó más atención al hecho de que la reacción que tenía prevista no surgió. La pelea parecía haber sido más interesante de lo que creía, así que se preguntó si debía indagar discretamente.
—Hanamoto —la llamó Midoriya. Hanamoto dio por seguro que no tendría que indagar—. Él... Kacchan lo sabe.
La expresión de Midoriya era provocada por emociones que no pudo discernir del todo. Iban de complicadas hasta contrarias.
Su voz fue tan baja, menos que un murmullo, por lo que sus oídos apenas las percibieron. Pese a su poca especificación Midoriya lucía como si lo hubiera dicho todo con esas tres palabras, o, probablemente, confiaba en que ella lo entendería. Hanamoto tenía la habilidad de leer a las personas, pero decidió conectar por sí misma las palabras «Kacchan» y «saber» para comprender a qué se refería, es decir, había muchas cosas que podría saber.
Un poco confundida leyó entre líneas y fruncio su ceño. No sonaba como algo bueno.
—Ya veo. Permitame su mano, por favor, pequeño héroe.
—¿Eh?
La petición lo tomó por sorpresa, pero confió en su sonrisa y la extendió sólo esperando que no estuviera sudada. Al Hanamoto hacer contacto con ella activó su peculiaridad y los relevantes recuerdos que tenía Midoriya sobre esa noche se transfirieron a su cabeza. Aparentemente muchas cosas habían pasado.
Bakugō había descubierto la cercana relación entre Midoriya y All Might. Más bien, se la habían confirmado. Por lo tanto también le revelaron la verdad sobre el One For All y, por alguna razón no tan exacta que radicaba en la petición del cenizo, también le contaron ligeramente sobre el papel de ella en todo eso.
Se preguntaba si ellos no sabían mentir o si simplemente se habían aburrido de mantener el secreto, porque acorralados no habían estado sino que prácticamente lo hicieron por gusto. Poco le importaba, era decisión de All Might, pero si continuaban en eso ya no sería un secreto.
Seguramente por ese secreto Bakugō lucía más serio, quizá lo estaba asimilando todavía o sólo estaba decaído. No lo sabía. Lo que sabía es que había visto de más descubriendo, de soslayo, que sus dos compañeros eran amigos de la infancia. Un concepto de amistad peculiar en comparación al normal pues el rubio le había hecho bullying. Por esta misma amistad Midoriya parecía estar aliviado al poder ser honesto.
En cuanto se informó Hanamoto le soltó la mano al aturdido pecoso y sonrió.
—Ah, con mi quirk puedo transmitir o emitir memorias, básicamente, ¿no se lo dije? —explicó ante la confusión de Midoriya.
Él sabía que su quirk le permitía leer la mente de los demás, de hecho en una no tan arriesgada suposición creyó que podía hacerlo por el movimiento de los pensamientos, pero eso era totalmente diferente. No entendía qué tenían que ver las memorias con el movimiento, para él Hanamoto sólo tenía una peculiaridad. Entonces surgió su idea de que Hanamoto era una híbrida como Todoroki.
«¿Híbrida?» y por alguna razón esa palabra no le pareció linda. Escuchó por un par de segundos los constantes murmullos de Midoriya, por algún extraño motivo usualmente murmuraba cuando conseguía ese tipo de información y esa acción aterraba a los que estaban cerca, después de esos segundos Hanamoto se despidió asegurando que lo ayudaría a cambiar su vendaje en cuanto volvieran para dejarlo ser en cuanto escuchó a Iida anunciando que ya era la hora de que se fueran.
Midoriya esperaba que Hanamoto dijera algo, los pros y contras, algún regaño hacia él o All Might, negatividad, positivismo, quizá relacionado con la pelea que tuvieron o con el castigo tambien, cualquier cosa al respecto, pero no dijo nada en absoluto.
«Si lo reprendo sólo porque él lo quiera y después se dan cuenta que también estoy castigada no sería bueno.» pensó ella saliendo del edificio a la par de sus compañeros. Ninguno quería llegar tarde a la ceremonia de apertura, y aquellos que no podrían ir se lamentaron a su manera.
En el camino, de tan sólo minutos, se encontraron con la clase B, especialmente con Monoma quien empezó una incesante y animada burla causadas porque dos de sus compañeros no lograron pasar el examen para conseguir una licencia provisional y, en cambio, todos los de la clase B tuvieron éxito. La excéntrica risa y orgullo de éste porque su clase tomó la delantera provocó que Todoroki se sintiera culpable ya que, por haber reprobado, tenía la mitad de la culpa de esas burlas. La clase agradeció mentalmente que aquél que cargaba la otra mitad de la culpa no estuviera presente o Monoma hubiera despertado a la bestia dentro de él.
Sin embargo Hanamoto era una provocadora y con un tono juguetón insinuó indirectamente las razones por la cual su clase era más llamativa; por la experiencia que habían obtenido al correr situaciones de peligro, mientras fingía estar felicitando a la clase B por superar a la suya. Monoma a veces era un poco lento, así que para cuando notó esa doble intención ya habían entrado a la academia y su compañera no lo dejó discutir más.
Hanamoto estaba cambiándose los zapatos y escuchando como Kaminari todavía no había entendido lo que dijo cuando reconoció, vagamente, la voz que provocó que Iida se disculpara por su descuido al estorbar.
—Ya no me muestren cosas tan estúpidas, por favor.
Pensó en una cuantas personas, al ser curiosamente sociable hablaba con muchas, pero tuvo que girarse para comprobarlo. Sus miradas se cruzaron y Hanamoto se quedó en blanco haciendo memoria. Primero lo reconoció por el festival deportivo, sabía que habían estado en una prueba juntos (se preguntaba en cuál), y sus pensamientos se lo confirmaron. Su nombre fue un asunto a parte.
—Chico del departamento general, hola, ¿cómo está? —dijo para no dejarlo preguntar con burla que si su egocentrismo era lo suficientemente grande como para olvidar a cualquiera que no perteneciera al departamento de héroes.
No había asumido lo que diría porque lo conociera bien, literalmente había pensado en eso. Y él estaba equivocado. Ella también podía olvidar a alguien que estuviera en el departamento de héroes, el departamento era lo de menos para su cerebro.
Ante ese saludo el joven sólo dio una sonrisa de lado fijando sus ojos en ella.
—Ah, eres tú, claro —soltó como si fingiera no saber o ignorar su resaltante nombre—. ¿Otra vez tengo que decirte que ese no es mi nombre?
—No es necesario, Hitoshi.
A Hitoshi casi le sorprendió que lo recordara. Hanamoto sonrió con soberbia. Por fortuna había escuchado como los compañeros del ojeroso murmuraban su nombre porque estaba enfrentando a los del departamento heroico, un punto a favor.
—Ya veo, así que sólo te estás burlando de mí. —Fue capaz de voltear el tablero con una nada envidiable negatividad—. En serio, ¿ustedes los del departamento heroico no creen que es muy temprano para andar de egocéntricos? Aún cuando estorban el camino...
Sin saber si lo decía subjetiva o literalmente Hanamoto se colocó en el medio impidiéndole pasar. Hitoshi levantó una ceja preguntándose cuál era el significado detrás de esa acción o si tenía alguno.
—Disculpa el egocentrismo, viene en paquete junto con el poder —bromeó. Acto seguido tuvo que aclarar que bromeaba para no ser reprendida por el presidente de su clase—. Sabe, Hitoshi, no tiene sentido burlarse de que usted pertenezca al departamento general, después de todo no tiene nada malo.
Hanamoto sonrió inocentemente, pero sus palabras no fueron tomadas con la misma inocencia que reflejaba. Por querer ser condescendiente terminó siendo insensible con los sueños ajenos.
Hitoshi no se ofendió ni nada, como si por la experiencia de un día hubiera dado por sentado que era una narcisista, pero pudo escuchar algunos comentarios no tan buenos, así que apartó con una mano a la muchacha de su camino.
—Si eso crees entonces cambia de lugar conmigo, Hanamoto —se limitó a decir continuando con su camino.
Si Hanamoto hubiera sido más atenta se hubiera dado cuenta de sus cambios, y no sólo de su estatura o su físico en sí. Algo más había cambiado en él y estaba dispuesto a mostrarlo cuando llegara el momento. Ya no sería el «primero en perder».
Ladeó su cabeza sin entender porqué se había expresado mal, pero sacudió su mano en señal de despedida. Al final tampoco había respondido su pregunta de «¿cómo está?».
—¿Cree que fui insensible? —preguntó en dirección a Ashido.
Ella negó terminando de ponerse los zapatos. A veces no podía diferenciar cuando su compañera estaba jugando o buscando pelea, así que lo interpretaba como quería.
—¡Creo que eres coqueta! —comentó—. Ya van 2 y la ceremonia ni ha iniciado.
Hanamoto no entendió.
Ya habiendo cambiado sus zapatos también se dirigieron a donde indicaron sería la ceremonia de apertura. Los profesores y estudiantes de todos los departamento estaban reunidos, la academia contaba con una basta cantidad de estudiantes; tanto pertenecientes al departamento de héroes, como al de soporte, de administración y los del departamento general, estaban todos reunidos y formados en filas.
El director habló abundantemente sobre su bendecido pelaje y lo mucho que le había costado cuidarlo, desvarió dándole consejos de cuidado de belleza sobre una dieta balanceada y que durmieran bien (Hanamoto le prestó atención porque usualmente no hacía ninguno de esos puntos). Un par de consejos después el director fue al tema principal y el motivo por el cual había descuidado su estilo de vida: preocupación por el incidente que ocurrió en las vacaciones de verano y que, aparentemente, todos parecían tener en su conocimiento, el incidente que provocó la pérdida del pilar, el símbolo de la paz: All Might. Al caer el pináculo del heroísmo, aquél que inspiraba confianza y protección, hubo desesperación.
Aquello agobió a tantos e hizo felices a algunos otros.
Expresó que los efectos que trajo aquella pérdida se habían manifestado por sí mismos con una sorprendente rapidez y que a la sociedad a la que pertenecían le aguardaba grandes dificultades en el futuro oorque algunos podían aprovechar la baja de la sociedad. Y Hanamoto conocía muy bien a alguien que confirmaba esa creencia.
El pequeño director resaltó que los estudiantes del departamento de héroes probablemente serían los que resultarían más afectados de toda esa situación y mencionó algo que iba dirigido especialmente a los de segundo y tercer grado, pero que dejó intrigados a los de primero: el internado de héroes.
Muchos de los presentes que no sabían sobre eso no tardaron en cuestionar entre ellos de qué se trataba. Aunque no obtuvieron información más allá de aquel nombre, no pudieron evitar emocionarse por esto.
El director concluyó con su discurso dejándoles como presión el recuerdo de que ellos eran los sucesores de la sociedad.
Mientras el maestro Hounddog daba un discurso más breve y menos claro, que más tarde tuvo que ser traducido por otro maestro ya que parecía haber olvidado el lenguaje humano, la palabra sociedad revoloteo sin algún sentido fijo en la mente de Hanamoto.
El recuerdo de su tutora con un fondo de flores llegó a su memoria junto con su cuestión preferida. «¿Qué crees que pasaría si la sociedad heroica fuera destruida, mi Ikiru?» le preguntó varias veces, en todos los casos ella sólo pudo pensar en caos y esto fue traducida por su tutora como libertad. Una libertad que a muchos les encantaría lograr, por supuesto se incluyó. Destruir todo lo conocido por poco más que mera satisfacción y dejar a los más débiles vulnerables sonaba retorcido, era retorcido, pero su tutora quería más que eso.
Después de todo a Sadashi no le gustaba el desastre y, aún así, lo anhelaba con fuerza.
Como llegó el recuerdo así mismo se fue, como si fuera otro más en la lista. Se les pidió a los estudiantes que fueran a sus aulas y Hanamoto dejó sus pensamientos atrás creyendo que no eran relevantes.
Durante la primera clase, por petición de los alumnos, se comentó más sobre aquél internado mencionado durante el discurso. Se profundizó el tema por la insistencia e interés que rebosaba el aula. Aizawa, como maestro asignado, les explicó lo primordial.
El internado se trataba de una oportunidad para hacer uso de las conexiones que habían hecho mediante el festival deportivo, si durante el festival no habían hecho ninguna conexión entonces sería difícil participar en esa actividades. El internado no estaba vinculado de ninguna manera a las clases. Y ya que la mayoría había adquirido las licencias provisionales tenían la posibilidad de participar en actividades formales a largo plazo.
Puesto que Aizawa tenía asuntos que atender y era su deber explicarles, no les dio tantos detalles con la promesa de hacerlo después.
Hanamoto prestó atención, sin embargo no le importaba en realidad. Dependiendo del beneficio que tuviera consideraría hacerlo o no, solicitando el permiso de su tutora antes de. Podía obtener experiencia, tutorías, ampliar sus conexiones y atención por ayudar, así que no sonaba como una mala idea. Esos puntos eran los que le importaban.
Al llegar la tarde las actividades de la clase dieron por concluidas y todos regresaron a los dormitorios.
—Apenas ha pasado un día, pero... ya me empiezo a sentir fuera de lugar —se quejó Midoriya.
Hanamoto lo ayudó a cambiar sus vendajes en la sala y el oír a sus compañeros hablando sobre el día y las clases lo hizo sentir como si se estuviera atrasando demasiado rápido, después de todo era el significativo primer día.
—Con gusto lo pondrían acorde contándole todo, sin embargo está terminantemente prohibido pasar alguna información sobre la clase —se excusó terminando el cambio de vendaje—. Disculpeme, no puedo hacer nada al respecto, pero ya terminé.
Si hacía cualquier cosa mal seguro Aizawa se encargaría de hacerla pagar. No se arriesgaría a ponerse en esa situación, después de todo Aizawa no sólo era inmune a su encanto e incluso despreciaba cuando intentaba utilizarlo para beneficio. Él alegaba que era una especie de gaslighting* y no estaba bien.
—Sí, lo entiendo, sólo que es horrible atrasarse —Midoriya suspiró con pesadez—. Pero gracias por tu ayuda, creo que hubiera terminado como una momia si lo hacía por mí mismo.
Hanamoto rió, con esa risa baja y delicada que la caracterizaba, pues captó el intento de chiste. También captó que su ánimo había decaído, pero no se arrepentía de pelear como si hubiera logrado comunicarse con su amigo atento a los golpes. Una forma grotesca y aparentemente más eficiente que hablar.
—Le pasaré mis apuntes una vez su castigo termine, aunque no es mucho podrá ponerse al corriente.
—¿En serio? Muchas gracias. —Midoriya se animó al menos un poco—. Y tengo que volver a limpiar, así que...
—Bien.
Dicho esto Midoriya se puso de pie y buscó una escoba. Mineta había hecho un desastre adrede y Bakugō se estaba conteniendo para no explotarlo mientras Iida se disculpaba, tanto por las burlas como por el desorden. Por «alguna razón» Hanamoto lo siguió, hizo un cambio de guantes y también tomó una escoba. Midoriya la miró espectante, supuso que limpiaría su habitación o algo, pero se puso a barrer con minuciosidad.
—H-Hanamoto, no puedes hacer eso —susurró—. No puedes ayudarnos en nuestro castigo, en serio gracias, es sólo que...
Creyó que su compañera estaba siendo condescendiente de más.
Hanamoto sonrió por su ingenuidad. Aizawa había expresado su descontento al escuchar comentarios sobre el castigo de los dos chicos y ninguno sobre su caso, supo que no lo sabían así que asumió directamente que tampoco limpió, por lo tanto, que incumplió el castigo. Aizawa la dejó con limitadas opciones, tenía que hacer público su castigo o éste se agravaría. No había mejor manera de informar que actuando.
No era condescendencia, había sido arrinconada.
—De hecho más que poder hacerlo debo de —su aclaración sólo aumentó la confusión ajena—. Verá, yo también fui castigada anoche... Qué coincidencia, ¿no cree?
Lo dijo sin cambiar su sólida expresión sonriente, sin mover un músculo de más, por esto Midoriya creyó haber escuchado mal. Como si hubiera una intervención entre la palabra «yo» y «castigada» no entendió a lo que se refería.
—¿Qué dijiste?
—Que he sido castigada —repitió con paciencia.
Midoriya no supo si sus orejas estaban sucias o si directamente se estaba quedando sordo. Es decir, por más que ella fuera juguetona y egocéntrica rayando lo narcisista seguía hasta las reglas del uniforme perfectamente y sus deslices siempre parecían ser «sin querer queriendo».
—¿Disculpa?
—Castigada —volvió a decir casi deletreando—. Hey, pequeño héroe, ¿se está burlando de mí? —inquirió viendo que volvería a cuestionar lo mismo—. Eso no es nada lindo de su parte.
Midoriya no pronunció la cuestión para no ser hartante, se quedó en blanco olvidando el significado de la palabra castigo. Le costó casi un minuto. Después de confirmarlo en su diccionario mental soltó un grito de sorpresa que tomó por inadvertida a Hanamoto y llamó la atención pues usualmente él no era un gritón. Al darse cuenta se tapó la boca por su exageración, realmente había sido una sorpresa.
Hanamoto le pegó con un dedo en la frente. Llamar la atención era su trabajo, pero esta vez le dió igual, después de todo sólo lo facilitó.
Atraído por el chillido que lo sobresaltó Iida se acercó sólo para ver a la estudiante modélica incumpliendo las reglas al ayudar a los castigados. De inmediato comenzó a reprenderla convencido de que sus acciones, aunque lindas, no eran correctas.
—¿¡Qué crees que haces, Hanamoto!? ¡Está bien ser amable, pero sabes que no podemos ayudarlos a limpiar! ¡¡Es parte de sus castigos!! —Le dio un discurso que concluyó en que sería peor para ella si Aizawa la veía—. ¡Y los castigados se merecen su condena!
Luego de aguantar tranquilamente la reprimenda pensó en soltar alguna broma juguetona para aliviar la tensión que cargaba innecesariamente el presidente, a ese paso le daría un ataque cardiaco al enterarse de la verdad. Sus compañeros, animados, comenzaron a soltar comentarios sobre lo que estaba haciendo, usualmente eran útiles para regar información, así que habiendo notado la expansión no tuvo ni que subir su tono de voz.
—Verá, señor presidente, olvidé mencionarlo esta mañana, pero yo también fui castigada. ¿Puede creerlo?
No pudo hacerlo, al menos no de inmediato. Tal y como pasó con Midoriya olvidó el significado de la palabra, al revisar su diccionario mental dudó de su juicio con lo que encontró. La miró esperando que confesara estar bromeando, pero su expresión estaba seria (dentro de lo que cabía cuando se hablaba de ella). Hanamoto no estaba jugando.
Tres de sus compañeros, y peor entonces tres buenos alumnos, habían sido castigados el mismo día. Era inaudito. Se sintió ineficiente como presidente. Iida casi se desmaya dramáticamente del asombro mezclado con decepción.
—Eso... Eso...
Ni siquiera cuando ella se enteró reaccionó así.
—Ya, ya. Perdón, discúlpeme. Tómese su tiempo.
—Soy... un pésimo...
De un salto Hanamoto le buscó una botella de agua y ésta no fue rechazada. Ella no entendió la conmoción de manera general, prácticamente había estado metida en todos los embrollos del semestre, eso sí lograba salir ágilmente de éstos, aún así incluso cuando volteó a ver de reojo a Bakugō se dio cuenta que la estaba viendo con esa mirada patética, incrédula y de qué-diablos-hiciste que normalmente reservaba para Kaminari, quien tampoco se lo creía.
La mayor pregunta que se asentó en sus cabezas fue un «¿por qué?». Contrario a cuando se enteraron del pleito en la mañana no hubo burlas sino preocupación, la diferencia era que les resultaban graciosas las reacciones agresivas de Bakugō y las torpes de Midoriya ante las burlas. Eran fáciles de molestar y de poner nerviosos, en cambio ella era otra historia. Tampoco adivinaban el motivo de su castigo. La preocupación en vez de burla fue peor para ella pues la consideró compañera de la lástima, justo estaba recibiendo la atención que no quería.
Pudo ver como su idealización se estaba agrietando justo frente a sus rubíes ojos.
Con una ancha sonrisa Hanamoto se las arregló para disipar el alboroto y sus compañeros se fueron por voluntad (exceptuando a Mineta quien se volvía más molesto) al ver que estaban estorbando el lugar.
Era impresionante cuánto podía responder sobre una pregunta sin contestarla realmente. Aunque parecía una persona directa, sus respuestas casi siempre tomaban otro camino, ofreciendo algo que parecía relevante, pero sin decir lo que realmente importaba. Le preguntaban sobre algo y de algún modo terminaba en una conversación completamente diferente en la que el asunto apenas aparece. De esa manera logró no decir su razón, aunque más tarde se dio cuenta de que perfectamente pudo haberle sacado provecho a la verdad.
—¿Recuerda el incidente antes del secuestro?
Midoriya se sobresaltó al darse cuenta que se dirigía a él, las intenciones de su mirada habían sido captadas.
—Claro —confirmó.
No podía olvidarlo ni aunque lo intentara.
—Cuando llevé al niño —no recordaba el nombre, si es que alguna vez le prestó atención, del sobrino de una de las Pussy Cats— a las instalaciones me encontré con el señor Aizawa, usted sabe, para informar y eso... Él intentó hacer que me quedara, me lo ordenó, yo lo convencí de darme 15 minutos para poner a salvo al resto, me los dio a regañadientes y me hizo prometer el volver o sería castigada. Usted sabe el resto, pasaron mucho más que 15 minutos y el señor realmente no amenaza en vano.
Diciéndolo de esa forma sonaba como que había sido castigada por ser secuestrada, y de cierta forma sí, pero admitía que Aizawa tenía sus razones.
Midoriya asintió entendiéndolo, sospechaba del encuentro con Aizawa ya que éste al llegar a donde estaban la buscó con ansias confesando que la había visto y dejado ir antes, pero no sabía qué tanto le dijo porque él fue quien admitió saber que Hanamoto era un objetivo. Aizawa se alteró al escucharlo, después de todo había dejado que uno de los objetivos de captura se fuera casi libremente. En ese momento estaba más angustiado por lo sucedido, pero habiendo pasado el momento (y ya que por fortuna todos estaban bien) su enojo apareció con vivacia.
«Así que al final se enteró de su parte.» Hanamoto entendió más sus razones, esperaba que él diera por sentado que su rapto fue casualidad, en cambio él asumió correctamente que ella estaba enterada de su papel como objetivo. Se preguntó si debió agradecer el no ser expulsada.
Entre ambos mantuvieron una conversación amena sin dejar de cumplir sus deberes, en especial Hanamoto quien dejó en evidencia sus tendencias perfeccionistas, intentaron un par de veces hablar al tercero para no excluirlo, éste o los ignoraba o gruñía así que fueron desistiendo.
Bakugō estaba en su mundo, pero también pendiente al de ellos. Notaba cómo a veces Midoriya lo miraba con preocupación contrario a Hanamoto que lo hacía juguetonamente, por su parte él trataba de recluirse. Cuando los ojos esmeraldas lo miraban de soslayo y los otros rodaban ya sabía que hablarían sobre algo que antes mantenían en secreto de él, Midoriya no se acostumbraba pero tampoco retenía sus palabras pues ya no importaba. Bakugō todavía tenía dudas, pero no quería molestar más a All Might.
En especial sus dudas podían ser resueltas por su compañera, y no sólo sus dudas. Bakugō desconfiaba profundamente de ella, el hecho de que tanto Midoriya como el resto de sus compañeros y, sobretodo, All Might confiaran abiertamente en ella lo desconcertaban. No dudaba de su falta de confianza en ella, más bien dudaba de la decisión de los otros. Como si él fuera el único que no estaba ciego.
Cuando Midoriya salió a botar la basura Hanamoto soltó lamentos para que no la dejara sola, que la llevara con él, con la intención de que Bakugō apoyara su idea. Una vez más Bakugō no reaccionó como esperaba, aunque un furtivo tick apareció en él, y Midoriya sólo se fue.
—Hey, Bakugō —pronunció con un tono juguetón que él se sabía de memoria—, ¿qué es lo que quiere decirme?
Hanamoto le daba la espalda, pero dudaba que la estuviera mirando sólo porque tuviera ganas. Bakugō fruncio el ceño sabiendo que no había abierto la boca para hacérselo saber, pero recordó que ella podía leer mentes «o algo así».
Bakugō arrugó su rostro. Aunque prometió guardar silencio no tenía que ser discreto.
—¿Qué es lo que quiero decirte? Tú ya deberías saberlo, siempre te crees una sabelotodo —gruñó—. Tú... siempre quieres estar un paso adelante, siempre tan malditamente arrogante, creyéndote la gran cosa como si todos debieran cuidarse de ti, ¡como si estuvieras arriba de todos cuando sólo eres una jodida doble cara hipócrita! —Sus palabras sonaban como una bomba antes de la explosión—. Y aún así... aún así All Might confía en ti con su vida.
Bakugō tenía por dentro una mezcla de emociones salvajes que intentaba contener insanamente, pero se desahogó tirándole en cara todo lo que pensaba sobre ella así su ira estuviera mal dirigida. No podía hacer como con Midoriya y pelear con él, ella era distinta y Aizawa no aguantaría otro desacato. Hanamoto le desagradaba, como si fuera un demonio traído desde las fauces más profundas del infierno disfrazada de ángel. No sólo porque era imposible ser tan linda con los demás mientras conservaba su inteligencia, las personas así no daban algo al menos que reciban algo más porque sabían cómo funcionaba el mundo.
Al principio Hanamoto no le pareció ni mala ni odiosa, solamente molesta, como cuando una mosca no te deja. Más tarde fue como si hubiera descubierto, casi pareciéndole una obviedad, que su naturaleza era vivir buscando los reflectores constantemente, como si estuviera en una obra. Siempre fingía ser alegre, pero nunca se acercaba a nadie. Como si no quisiera involucrarse con otros, como si fuera una «perra bien adiestrada». Porque en el enorme escenario el público sólo ve lo perfecta que es, pero quién sabía lo que hay detrás.
Él tampoco lo sabía y, aunque nunca había necesitado toda la información para llegar correctamente del punto A al punto M, tampoco quería saber. Aún así no tener ni idea de lo que «había detrás» le ponía los pelos de puntas. El hecho de que ese lado no fuera conocido, que a nadie le interesara o si de por sí era ignorado, le daba escalofríos. Mayormente ella lo ponía a la defensiva por instinto.
No era como si la evitara por odio, la evitaba porque no sabía lo que era capaz de hacer. No era un enigma fascinante sino una tormenta mediática, y su acto hipócrita seguía en pie sin mostrar que se doblegaría en algún momento.
Sus insultos y pensamientos eran tan ciertos que Hanamoto se hubiera reído de no ser por las intenciones ofensivas del contrario. Era curioso como había llegado a una conclusión correcta por las razones equivocadas. Curioso, mas no divertido ni bueno para ella. Que estuviera en lo cierto no significaba que se rendiría y lo afirmaría dándole la razón, en la narrativa de su vida hacer eso sonaba a algo sin sentido. Más bien significaba que Bakugō había completado la transición a estorbo en su camino.
Era una pena. Con sus encantos y mentiras quería pretender ser la chica de todos, pero siempre habría alguien que no gustaría de ella. No quería ser odiada, pero aceptaba no ser amada, así que pensó que si jugaba con él no llegaría a ningún extremo y por esto ocasionalmente intentaba interactuar con Bakugō, por más que recibiera incontables insultos o gritos de su parte, ella se lo tomaba con una insana calma y sonreía como si le divirtieran, o intrigaran, sus acostumbradas reacciones. No obstante no podía controlar lo que los demás dijeran, pensaran o sintieran hacia ella, al final la perfección era idealización; no una inverosímil aseguración de que todos la amarían.
Sabía que ella no le agradaba a Bakugō, pero lo de «detestar» era nuevo (ya que, pese a todo, ellos dos terminaban juntándose pues entre ambos siempre estaban sus otros tres compañeros) y esa novedad carente de beneficios no le gustaba.
Hanamoto se volteó sin intensificar ni borrar su expresión apática; sus ojos cerrados y su sonrisa presente. Bakugō se estaba hartando de esa sonrisa.
—Es encantador que tenga una percepción tan buena de mi persona. —A Bakugō le costó saber si era sarcasmo, y sí lo era, detrás de un tono natural y casi alegre que podía engañarlo de no ser por la obvia mentira.
Regularmente ella no era sarcástica con ellos, era más burlona-juguetona, pero ese día parecía que su módulo había cambiado. Ella era una mezcla tan rara entre ocurrente, juguetona, reservada y caprichosa, que siquiera una experiencia de años habría sido suficiente para entender su carácter.
Sin querer entenderla se enojó. Si su idea era presionar el volcán hasta que hiciera erupción estaba funcionando. Sin embargo Hanamoto directamente no sabía qué él quería, algunas preguntas se reflejaban en el rostro del muchacho, pero no podía definir cuáles.
—¿Esa es tu maldita respuesta?
Si Hanamoto hubiera tenido sentido del humor le hubiera hecho gracia el descubrir que su tosco compañero le estaba pidiendo una confirmación. Nadie le preguntaba a un hipócrita si era uno esperando que fuera honesto. Era un juicio de brujas.
»Si eres una persona tan directa, ¿cuánto de lo que dices es una jodida mentira? —añadió como si se hubiera dado cuenta de su error.
—«Directa» no significa «honesta». Simplemente podría significar que soy directa con mis mentiras, ¿verdad? —Inquirió como si se lo confirmara—. Después de todo su percepción no cambiará porque yo lo niegue, a usted no le importa mi opinión. Usted se imbuye de altanería y viene a atacarme, diciéndome lo que quiere sólo porque quiere, como si fuera un debate que dio por sentado ganaría, una apuesta segura, no preguntas ni suposiciones —continuó al notar que él argumentaría—. Usted no quiere bajar de su nube, así que le agradecería si dejara de entrometerse como si le importara.
Sus argumentos se desmoronaron, pero no se quedó callado.
Bakugō soltó un resoplido, casi como una risa indefinida, y dijo: —No lo negaste.
«Sin duda estoy en un juicio de brujas, él sólo quiere tener la razón.» determinó inclinando su cabeza. Ya que el resultado había sido presupuesto no importaba (ni tenía ánimos para) querer cambiarlo. Sólo tenía que terminar la conversación antes de que Midoriya volviera.
Volvió a inclinar su cabeza. Y luego añadió, con una sonrisa amable y afectuosa: —Perdón, pero usted no me hace sentir mal. —Antes de que Bakugō protestara ella lo miró fijamente, y él se ancogojó como si hubiera visto ese vacío por primera vez—. No obstante, usted debe saber que el tema de personalidades no le favorece —hizo una pausa, como si estuviera afilando su lengua—. Recuerde que usted es un niño con la cabeza inflada en orgullo, pero según su parecer no es malo, testarudo, indisciplinado y agresivo sí. Yo soy una «egocéntrica hipócrita» que no ha levantado la mano indisciplinadamente contra nadie, ¿y eso es malo? Honestamente, no comprendo su lógica. ¿Por qué debería de quedar bien expresamente con usted? ¿Por qué usted está bien y yo estoy mal? ¿Por qué usted tiene la libertad de detallar lo que odia sobre mí e ignora sus ufanos defectos? Se cree honesto, pero ¿no cree que la razón por la que no es odiado es porque es un niño y está rodeado de personas buenas y fuertes? O, como diría usted, de "idiotas".
Lo soltó todo de un tirón, sin darle chance a las protestas de Bakugō y él no tenía nada más que alegar porque cada vez que pensaba en algún supuesto argumento Hanamoto lo sabía y lo volvía en su contra. No pudo defenderse. Se sentía como si lo hubieran golpeado en la cara y eso lo incomodó. Además de que aquél tono sosegado, acompañado de esa mirada que le resultaba molesta lo enojó sobremanera. Pero, luego, se obligó a contenerse.
Hanamoto lo miró mientras él humillaba su mirada, su expresión era interrogante y llena de solicitud, y, tras esperar un poco, añadió una sonrisa sagaz. Le había dado vuelta al tablero y de paso se comió todas las fichas contrarias.
No pretendía minimizar sus agravios por comparación ni desaparecerlos, pero quería hacerle saber que si ella era horrible él también. Usualmente no le importaba pues no le prestaban atención a sus comentarios negativos, en cambio sus compañeros la defendían, mas si él seguía así en el futuro alguien pensaría «Hey, Bakugō tiene razón» y ese comentario se expandiría como un contagio.
No sabía si había evitado o suspendido la fecha del contagio, pero fue como si hubiera tirado gasolina y encendido un cerillo. Había pensado en contenerse, pero quedarse callada sería una caricia para su ego en vez de un cambio de mentalidad. Bakugō no podía culparla del todo. Le resultaba curioso como ella, siendo una flor, no era ni débil ni frágil, pero Bakugō, por su parte, le parecía tan frágil como una bomba (la cual parecía estar a punto de explotar aunque tratara de controlar su respiración).
Viéndolo desde ese ángulo, y pese a que ambos solían repelerse naturalmente de una peculiar forma, le pareció que tenían puntos en común y ninguno de ellos era positivo; el ego de Bakugō era frágil, tanto que se rompió con sus palabras, como una burbuja y esa misma fragilidad tenía su idealización. También estaba el disgusto mutuo a que los otros se alzaran por encima, y quizá por eso empezó su ira hacia ella pero en ese ámbito no era mutua. Lo primero que aprendía un buen jugador era a perder, pero ni él ni ella eran buenos jugadores.
Hanamoto vio como el palo de la escoba que sostenía Bakugō estaba a punto de romperse y se preguntó si rompería antes el palo que sus dientes, a los que no había dejado de apretar. Estaba conteniendose a base de mucha fuerza. Pensó en disculparse, pero la «relación», aunque no tan amistosa desde el principio, que era sostenida apenas, ya se había perdido. Consideraba que no era su problema, él era quien sentía, no ella.
Hanamoto estaba ajena a la tensión que se había formado en el ambiente.
—... Mil disculpas por mi ofensiva rudeza —dijo dándole la espalda.
Pudo escuchar el crujido de la escoba y que después cayó al piso. En ese momento divagó entre si debía esquivar el golpe o recibirlo para victimizarse. La puerta se abrió y el golpe no llegó, así que Hanamoto se volteó.
Bakugō tenía los nudillos blancos y sus ojos, inyectados de sangre, brillaban en neta ira. Se había acercado, mas no la atacó físicamente, había más que ira en él.
—¡Eres una... perra adiestrada! —Masculló. «Y usted una bestia que debería ser encadenada.» pensó ella, mas no lo dijo—. Y aún así te crees perfecta cuando no lo eres, ¡ni una mierda!
Eco. Esas palabras entraron por sus oídos e hicieron eco en su cabeza. Resonaron por todos lados.
Hanamoto volteó el tablero, Bakugō hizo jaque mate sin enterarse.
Ese último comentario que salió de su boca sin pensarlo cumplió un objetivo que Bakugō había intentado varias veces: borrar la sonrisa del rostro de Hanamoto.
Apuntó el palo de la escoba que recién había atraído al pecho del muchacho y marcó distancia entre ambos. Se quedó en silencio durante unos segundos, cosa que usualmente no duraba mucho tiempo y no lo hace, aunque realmente no tuviera nada relevante que decir.
—Perdón, sólo que eres ruidoso. Una honestidad tan ruidoso. No me gusta. —Bakugō quiso disonar, pero entre que Hanamoto presionara su pecho y que sus ojos se volvieron como dos dagas clavadas en su piel, con ese tipo de miradas capaces de intimidar al mismo tiempo que inferiorizar, desistió—. Es justo, sólo que... Debería, como mínimo, saber cuando hablar y cuando callar, ¿no cree?
Para Bakugō fue la primera vez en verla sin sonreír, para ella la primera vez que alguien decía abiertamente que no era perfecta, y lo había hecho cuando su burbuja pasaba por unas espinas. No le gustó, no le gustó para nada. Quiso odiarlo, porque sabía tenía razón, si hubiera sentido quizá lo hubiera hecho. Hanamoto no quería que su burbuja explotara. Sabía que no era perfecta, pero lo intentaba, cómo podía él negarlo, y luego se convenció de que intentar era insuficiente.
Su sonrisa regresó cuando se dio cuenta de que se había ido, a veces sus músculos se cansaban de estar tensados, se disculpó seguidamente por su acción y alejó el palo del pecho contrario distrayéndose con los alterados latidos del corazón de Bakugō y con la tímida presencia de Midoriya. Realmente no tenía nada revelante que decir.
Midoriya se aturdió. La tensión era tan asfixiante que lo hizo olvidar su nerviosismo provocado por la aparición de el «extraño atraviesa paredes» por el cual se tardó en botar la basura. Al ver la situación no pudo simplemente asumir una razón, sólo se encogió confundido; haber dejado a esos dos solos probablemente no había sido una buena idea. Parecían como si sus personalidades hubieran chocado fuertemente, y el pesado ambiente, que había captado enseguida, lo confirmaba.
Midoriya era exquisitamente sensible, intuitivo y muchos otros adjetivos que Bakugō definitivamente no era ni en sus mejores días, pero no fue capaz de ver que su compañera había dejado de sonreír. Quizá sí lo vio y asumió por inercia que había visto mal, un reflejo tal vez, porque no era algo común y ésta volvió al instante.
La fugaz desaparición de su acostumbrada expresión fue pasada por alto por uno y se grabó en el otro.
Bakugō sólo maldijo con tanta soltura que Midoriya se ruborizó y volvió a su castigo. Probablemente se pasaría todo el rato hablando en un idioma obsceno, pero habían cosas que no necesitaban traductor. Entre ellas sus insultos.
La duda era tan grande que no se atrevió a pronunciarla, por si acaso el hacerlo le acarreara las mismas maldiciones que soltaba su compañero. Buscó en Hanamoto alguna respuesta, incluso una excusa, pero ella se encogió de hombros sin intentar explicar. Ella sabía que le estaba haciendo preguntas con la mirada, pero que lo supiera o no dependía totalmente de su otro compañero.
Sonreía ampliamente, un gesto de par en par inocente cuán bebé, y no atentó con hablarle. Midoriya estaba que le suplicaba para que hablara tanto como quisiera, que se desbocara, mas no lo hizo. El ambiente sólo se aligeró dejándolo respirar y moverse cuando ella se puso a tararear, de esa forma poco rítmica que no tenía ninguna canción popular del momento.
Se adentró a la sala, incómodo y avergonzado, casi queriendo pedir perdón por interrumpir e irse a vivir en un bote de basura. No lo hizo temiendo de lo que podrían hacer esos dos a solas. Ese ambiente, que aparentemente lo afectaba más a él que a quienes lo invocaron, parecía ir para largo. Y de alguna forma, aunque ni ella misma lo sospechara, el punto de inflexión de Ikiru también.
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