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«¡Siquiera eres perfecta!».

Durante las clases, el entrenamiento, conviviendo con los otros o limpiando, esas palabras resonaban en su cabeza. No lo hacían por inercia ni porque la hirieron; las había grabado para obligarse a recordar su imperfección. La intención era no olvidar o, quizá, hacerse daño a sí misma. La primera noche apenas sonaron, la segunda estuvieron más presentes y la tercera llegó, al día siguiente Midoriya, quien se había encargado de mantenerse en medio de Bakugō y ella, sería liberado de su castigo.

Las palabras de alguien que sólo lanzaba piedras usualmente no tendrían valor, pero ese alguien era desafortunadamente acertivo y directamente grosero.

Hanamoto tenía sus ojos puestos en la tabla de ajedrez. Habían 4 tableros en la misma mesa, uno al lado del otro, y 3 de ellos tenían algo en común; las negras habían ganado. No lo hacía simplemente porque fuera una aficionada al ajedrez, básicamente era por la estrategia. Bakugō era las blancas y ella las negra, cada movimiento representaba un argumento o una acción. El objetivo final: quitar a Bakugō de su camino.

Con "quitar de su camino" no se refería a «arrancarlo de raíz». De su tutora había aprendido que habían muchas formas de acabar con alguien incluso sin ponerle un dedo encima. Estrategia o manipulación, entraba a discusión.

En cada tablero habían jugadas distintas, distintas formas de ganar. Bakugō, ya que había "jugado primero", estaba siendo representado por las blancas. La forma en que sabría cuáles decisiones tomaría Bakugō no era intuitiva, sino netamente analítica.

No lo conocía a profundidad, pero reconocía partes de sus comportamientos; Bakugō tenía una forma de reaccionar definida mas no seguía un hilo de pensamientos definitivo, por más que tuviera un comportamiento altanero y agresivo la mayoría del tiempo, además de ser astuto, pues incluso descubrió la relación entre Midoriya y All Might, e inteligente, pues pese a verse como un busca pleitos (y serlo) entraba en los mejores 4 de la clase. Como todo ser humano era imposible prever de inmediato al 100℅ lo que haría ni cómo actuaría ante determinada situación, así que Hanamoto había preparado 4 escenarios distintos asumiendo cómo respondería tomando en cuenta, tanto como podía, sus emociones ajenas.

Cada tablero era un escenario distinto. Cada jugada eran acciones y argumentos distintos. Cada uno presentaba distintas formas de acabar con él.

Estaban divididos según la complejidad y probabilidades; en el primer escenario se planteaba el que Bakugō, incitado por ella, comenzara una pelea a voluntad para poder victimizarse. Diálogos capaces de enojarlo habían de más, pero Bakugō, probablemente a sabiendas de que hacer enojar a Aizawa nunca era buena idea, últimamente se estaba controlando mejor. La finalidad de incitar una pelea era que fuera expulsado o terminara en mayores problemas, tanto así que terminaría atrapado en la asunción de «héroe problemático».

En el segundo escenario utilizaría la táctica de chantaje emocional. Quizá sería riesgoso actuar directamente, sin embargo considerando el «sistema emocional» de Bakugō podía llegar a ser una apuesta a su favor.

En el tercer escenario pondría a los demás en contra de él atento a difamación. Quizá manipular a toda una clase sonara como avaricia, pero realmente le bastaba con la mayoría. A veces se pasaban por alto las acciones de Bakugō ya que Midoriya era el principal receptor y él no se quejaba. Realmente no creía que alguno desconociera su actitud y acciones, por lo que, las dudas podían ser aplacadas pues para ninguno era un secreto su despotismo. Aprovecharía que últimamente había sido molestada por él, más que difamación sería exageración.

Tenía de su parte una reputación positiva (punto que Bakugō no tenía a su favor) construida sobre un falso y superficial encanto, si a él se le ocurría intentar contar los hechos desde su percepción sin confirmación estaría escupiendo para arriba.

Tres métodos rudos, nada elegantes, sin embargo no le importaba, y más que eso consideraba justo, salirse de su papel mientras pudiera proteger su burbuja. No lo lamentaba por él, Bakugō había cometido un error al convertirse en piedra y también al dar el primer paso sin medir las consecuencias ni pensar en los próximos movimientos, había avanzado un lugar sin saber qué haría después. Su error había sido dar el primer ataque sin asegurarse que sería el último. Por supuesto él seguramente no sabía en lo que se estaba metiendo, como sea se daría cuenta de que no era bueno estar en su camino, seguramente se volvería manso y, si era inteligente, se apartaría.

Sin embargo ella se había encontrado con un problema didáctico: en el cuarto tablero las blancas ganaban. Su meta era que no tuvieran la oportunidad de ganar, un 3 de 4 no era ningún total. Y es que en el cuarto escenario Bakugō resolvía su misterio, es decir, conocía su verdad.

Sabiendo que prácticamente nada era 100℅ imposible tenía que evitar que el cuarto escenario se traspasara a la realidad. No importaba si él difundía la información o la guardaba para sí mismo, de todas formas perdería. Por estas razones estaba considerando sus opciones por medio de un precavido análisis viendo a Bakugō como un avatar. Aún si pasaba podía revertir la situación, sólo que sería más complicado.

Se preguntaba si en dado caso se burlaría, se mostraría arrogante o sentiría lástima por ella. Las tres opciones básicas serían repudiadas. No le preocupaba no dormir, lo haría en algún momento, no le preocupaba sus ojeras, tenía maquillaje para taparlas, su salud también podía ser maquillada. Lo primordial era Bakugō, de manera totalmente negativa.

Cuando sus manos, blancas como las piezas, tocaron a la reina su celular sonó por una notificación. Usualmente solía ignorarlas hasta terminar, sin embargo reconocía la diferencia de ese sonido en relación a las notificaciones habituales. La única que tenía un tono no predeterminado era su tutora, justamente para diferenciarla por preferencia y relevancia.

Atrajo el móvil hacia ella. No esperaba nada realmente, su tutora le escribía al menos dos mensajes a la semana para saber sobre su estado y esa semana no lo había hecho aún. Su mente estaba en blanco pues si para cada pregunta habían al menos 100 respuestas diferentes las posibilidades de qué podría escribirle su ocurrente tutora eran incalculables.

«Supe que has sido castigada y no me dijiste nada. ¿Olvidaste tu objetivo o es un método de rebelarte?» decía el primer mensaje. «Eso no es perfecto. Estás 10 pasos más lejos de ser perfecta, ¿lo sabes? Será mejor que lo sepas.» concluyó.

Usualmente decoraba los párrafos con emojis cariñosos de besos, flores, corazones o cualquier sticker que le pareciera bonito, esa vez no. Sadashi no estaba feliz e Ikiru sabía que eso no era bueno.

Si había logrado avanzar 5 pasos con ese revés se había devuelto al punto de partida.

Pensó en qué responder. Opciones divagaron en su cabeza, todas apuntando a la imperfección. Inherentemente contestó asegurando que lo sabía y se disculpó. Devolvió su móvil teniendo en cuenta que no le escribiría devuelta durante lo que restaba de la semana.

Juntó sus manos sobre su regazo y su mirada quedó fija sin estar pendiente a nada. En cambio su cabeza sí estaba ocupada, de más, parecía querer desalojar a su cerebro. Resonaba lo mismo, como si las palabras entraran por un oído, salieran por el otro y volvieran a entrar en bucle. Un bucle que volvería loco a cualquiera.

Se mantuvo serena en la misma pose. Un par de horas pasaron y aunque el reloj en la pared lo afirmara ella ni las sintió. Cuando el tablero entró en su campo de visión el hecho de que las blancas tuvieran la delantera y su juicio no le diera la solución resultó en que las fichas salieran volando por la habitación tumbando un par de objetos en el trayecto; no la tocó, simplemente pasó y el desorden tampoco la inmutó.

No tenía idea de la hora que era cuando recogió sus piernas. El bombillo de su habitación era el único encendido en todo el edificio, pero ni a ella misma le molestaba. En cambio se concentró más en que era la tercera vez, contando la duda de Aizawa de si quería ser perfecta o no, en la semana que alguien dudaba de su perfección y la negaba.

De hecho era la primera vez que su tutora la llamaba imperfecta. Y aquél llamado le provocó una punzada en la cabeza que fue creciendo.

Ikiru no era sensible, para nada, pero el hecho de no estar cumpliendo su objetivo de existir le hacía creer que su existencia era ilusoria, presuntuosa y ociosa incluso. Como si el que estuviera viviendo fuera un hueco trivial. Inútil, como una pseudo existencia.

Ikiru no era sensible, ni se le asomaba al concepto, sólo que habiendo sido criada para la utilidad y satisfacción de su tutora el considerarse inútil era la nada del todo. Si fuera sensible en cuanto a lo emocional todavía tendría válvulas de escapes: llorar, gritar o destruir. Cualquier expresión que pudiera desahogar, mas no había ninguna capaz de ayudarla, y ni le surcaría por la mente pedir ayuda, sin éstas no había forma de salvarse. Su opción era ahogarse. Hace mucho había aceptado esa opción.

El vibrar del celular interrumpió el silencio nocturno en la habitación. No procuró buscarlo, ni siquiera miró en su dirección. Como si ese sonido ahogado fuera una alarma fue hasta el gavetero. La última gaveta estaba repleta de medicamentos, todos empotados y etiquetados ordenadamente por tipo: nombre, condiciones, necesidades, utilidad y fecha, cada uno con una receta adjunta. Todos fueron vaciadas indiscriminadamente en el piso. Rebuscó entre ellas sin un objetivo fijo, entresacó los narcóticos y antidepresivos, y, sin vacilar, se los tragó.

Tomó uno. Tenía en cuenta la falta de efecto inmediato así que se tragó otra pastilla, luego otra y otra más. No las contó. No lo calculó. No lo midió. No pensó en las consecuencias ni en un después. Ni siquiera lo pensó mucho, dudaba de un después. Por primera vez no hizo algo planeado, ni cautelosamente pensado. Simplemente lo hizo, con ese mismo fin. Se lanzó y lo hizo, porque quiso.

Quizá sí se estaba rebelando. Su rebelión se basaba en un atentado contra sí misma, su arma una mezcla mortífera. O, más bien, se estaba amansando a sí misma porque sabía lo que significaba aquél dolor de cabeza. A lo mejor sí estaba consciente y prefería la muerte encadenada antes de una rebelión. Había aceptado ser una esclava, una necia y avezada esclava de su idealización y de la persona detrás de ella: Hanamoto Sadashi.

El dolor de cabeza cesó, como si de repente el taladro se hubiera descompuesto. Entonces, como si se hubiera recuperado, empezó a ordenar los frascos y a recoger el desorden mientras un cronometro se activó en su desocupada cabeza. Calculaba con dedicación el tiempo que las pastillas tardarían en disolverse en su estómago, pero no paró de arreglar su habitación.

Al cabo de unos minutos sus movimientos se fueron haciendo más lentos y comenzó a sentir mareos que fueron creciendo rápidamente. Su estómago empezó a dar vuelta, un extraño zumbido hizo presencia en sus oídos y la abordó un vomitiva sensación. El efecto de la mixtura avanzó fluidamente.

No obstante Ikiru, con una mansedumbre poco igualable, terminó de colocar las piezas en el tablero. Se dirigió al baño una vez terminar e inclinándose frente al retrete adentró los dedos en su boca haciendo una ligera presión en la parte de atrás de la lengua, en la región donde comienza la garganta. El vómito surgió de inmediato. Produjo la acción dos veces seguidas y, después, el sonido del retrete aplacó al del vómito.

Por más que fuera un ser humano sin instinto de supervivencia y sin miedo a la muerte, no tenía intenciones de entregarse a la misma. Vomitó para sacar de su interior lo que ella misma introdujo.

El ácido del jugo gástrico le causó una irritación y un sabor amargo en su garganta, además de la deshidratación, pero las nauseas, somnolencia, confusión y su poca coordinación se pronunciaron. Cuando su respiración se volvió lenta y, al contrario, su temperatura corporal y presión aumentaron se desasosegó. La irregularidad de sus latidos fue el detonante final que la convenció.

Para Ikiru cualquier anormalidad cardiaca, sin importar cuán mínima fuera, era una señal de peligro. Desconocía el peligro de manera general, pero sentirlo en su cuerpo era distinto, generalmente normalizaba el peligro; en ese momento lo exageró. «Taquicardia», consideró.

Tosiendo se las arregló para ponerse de pie y volver a la habitación, la peor idea que pasó por su cabeza fue tomar algo para aliviarse. Cuando su vista comenzó a nublarse aceptó las repercusiones de su siguiente movimiento.

Eran las 5 de la mañana. El sol no se asomaba, el frío mañanero de otoño acurrucaba y el resto de los jóvenes, al igual que la mayoría de maestros, dormían plácidamente. Ella no tenía ni idea de la hora, pero habían pasado horas desde que el mensaje de Sadashi llegó. En su cuarto de paredes blancas se doblegó, y, utilizando su fuerza y poca coordinación, su cuarto fue cambiado por la enfermería, también de paredes blancas. Al llegar vomitó sin planearlo, como si su cuerpo se estuviera asesorando de que no quedara rastro alguno de las pastillas, y perdió el equilibrio cayendo entre su desastre y la camilla. No pasó ni un minuto cuando quedó inconsciente.

Recovery Girl fue a la enfermería pasadas las 6 de la mañana, casi las 7. Las clases no iniciaban hasta las 8, pero siendo una avezada médico su horario comenzaba antes que el de los estudiantes y necesitaba ordenar los medicamentos apenas recibidos.

Comenzaba el día calmadamente y así transcurría. Una taza de café en mano y un positivismo mental. Los chicos iban a la enfermería sólo cuando habían prácticas heroicas, a veces unos inventos salían mal también, sin embargo no era tan seguido. Incluso su visitante frecuente, Midoriya, había dejado de asistir tan a menudo. Se alegraba por él, significaba que estaba dominando su poder.

Recovery Girl asumió que sería otro día tranquilo. Su asunción dio un giro contrario cuando ni bien entró encontró un intruso sorpresa que le dio un susto mortal. Gritó espantada, el café fue botado por su reacción pero su preocupación se la llevó el cuerpo tirado en el suelo y el fétido olor a acido gástrico.

—Hey... ¡Hey, niña!

Recovery no la reconoció de inmediato. Se acercó a ella, la removió y entonces notó que aquella que parecía un cadáver se trataba de Hanamoto, del departamento heroico clase 1-A. A quien, por su cuenta, había llamado «la niña de los ojos» de All Might.

Por la escalofriante escena se preocupó, aún así mantuvo la calma. Intentó ayudarla, pero si de por sí la joven era alta a su lado esa altura se multiplicaba volviéndola incapaz de subirla a la cama y revisarla. No vio ninguna herida física, por lo que asumió que el dolor o lo que fuera se desarrollaba en su interior. Una revisión médica era necesaria para la evaluación ya que no podía apoyarse en suposiciones, mas sería complicado estando sola. Su estado, la alteración de sus pupilas y su piel seca la hicieron temer lo peor. La colocó con cuidado en posición de recuperación, la hizo rodar sobre su lado izquierdo doblando la pierna hacia arriba, provocando que la cadera y la rodilla estuvieran en un ángulo recto. Giró su cabeza hacia atrás, para mantener las vías respiratorias abiertas, y aflojó sus ropas.

Antes de que saliera a buscar más asistencia Ikiru, semi consciente, comenzó a toser. Recovery Girl le empezó a hablar para mantenerla con los ojos abiertos. Sin entender lo que decía Ikiru subió a la camilla. Aun cuando hizo todo lo que se le pidió, así lo hiciera lentamente, la información no era comprendida por su cerebro y sus ojos se mantuvieron entrecerrados. Hasta que los cerró por completo.

Próximo a las 11 recobró por completo su consciencia y sus ojos se abrieron, mas sus recuerdos no acompañaron su despertar, en cambio los cólicos y migraña sí. Se desconcertó al ver a Recovery Girl de espaldas, sin entender cómo ni porqué estaba en la enfermería se desperezó sólo para que sus dolores se acentuaran. Estaba somnolienta.

Su dolor de cabeza se agudizó junto a la irritación de su garganta, sintió sus ojos pesados y, claro, un fuerte dolor en su estómago producto de haber vomitado repetidamente. Sólo con imaginarse su aspecto físico quiso irse.

—Toma, niña. —Sin dejarla hablar Recovery Girl extendió un vaso con agua.

Sintiendo la deshidratación ella agradeció y lo tomó. Quiso preguntar varias cosas, mas la silenciosa presencia de la usualmente conversadora mujer la hizo callar. Se preguntó si estaba enojada, era difícil sólo asumir cuando ésta le daba la espalda, pero no le pediría que se diera la vuelta para confirmarlo.

Intentó entonces utilizar su peculiaridad. Por algún motivo que desconoció fue incapaz.

—Ah, señora. —Al intentar hablar su voz sonó carrasposa y baja, ni siquiera pudo formar una sonrisa—. La verdad es que, yo...

—¿No recuerdas lo que te pasó? —cuestionó casi afirmándolo, ella confirmó—. Es... normal en tu situación. La recuperarás pronto, querida, no desesperes.

Recovery Girl relajó su expresión y su tono volvió con dulzura. Suspiró y le dio la espalda, como si sintiera más que enfado o coraje y no quisiera reflejarlo.

Ikiru se aturdió un poco dudando de si la mayor sabía sobre sus desastres cerebrales o si se estaba refiriendo a algo distinto. Quitándole atención se concentró en que seguro era tarde para asistir a clases.

—Está bien, sin embargo, yo... debo de ir a clases. La hora, qué hora...

—No irás. No puedes ni te dejaré ir.

—Eso...

—Aizawa lo entenderá. Aprovecha y descansa hasta recuperarte, en cuanto termine con estos papeles tendrás mucho que explicar.

Ladeó su cuello y cerró sus ojos. No quería faltar a clases, aunque realmente se sintiera mal, no había faltado antes por querer mantener su asistencia impune. Al ver la hora en el reloj de pared supo que no tenía opción, las clases habían iniciado hacía un largo rato.

En lugar de acostarse se acercó al espejo de la habitación haciendo una mueca al verse. Su imaginación no bastó, en comparación su físico le pareció peor. No sólo su piel, sus ojeras, ondas ni esas imperfecciones a las que veía cada mañana; sus labios estaban morados, tenía algunas ampollas rojizas, sus ojos hinchados y de alguna forma creía que su cara también. Además, estaba en pijama. Un repugnante e inesperado espectáculo a sus ojos.

Quiso arreglarse de inmediato. No quería que alguien más la viera, eso sería desfavorecedor para su acto de perfección.

«¿Perfección?» se cuestionó.

Entonces recordó. Por el dolor de cabeza tuvo que sentarse, pero los recuerdos llegaron correctamente. Al hacerlo miró a Recovery Girl.

—Señora, yo...

La mujer se dio la vuelta e Ikiru se encontró con una expresión severa. Según su lógica sí estaba enojada. No era el tipo de enojo que expresaba contra All Might por apoyar el exceso de su sucesor, ni el que demostraba hacia Midoriya cuando éste se hacía pedazos; era un coraje casi penoso. No era la clase de persona que se desquitaba con otros o se enojaba sin razón, así que lo supo y los papeles en sus manos se lo confirmaron; Recovery Girl había descubierto la causa de su estado mediante unos análisis de sangre.

No estuvo segura qué mentira podía argumentar en su defensa.

—Tuviste una intoxicación medicinal próxima a un envenenamiento —informó—. Al menos que te hayan obligado a tomar potes de pastillas, está claro que fue inducida. Y sabes lo que significa, ¿no? Porque para mí sólo significa una cosa... Así que, si no quieres descansar aquí entonces deberíamos de ir a tu habitación.

Para Recovery la intoxicación había sido un intento de suicidio. Esa posibilidad la horrorizaba completamente, y resultaba de lo más común una vez lo pensaba.

Había estado torturándose buscando un motivo, y sin mentir sentía como si su corazón se hubiera encojido por el shock al descubrirlo. Una vez pensó «¿por qué lo haría si parece empeñarse en demostrar su vida perfecta?» concluyó en un «por lo mismo, entonces». Recovery Girl no era una terapeuta, por lo que se sorprendió de que aquella acción sacara cosas detrás de la sombra que desprendía la luz de la muchacha, y fue como si la viera por primera vez. Es decir, tampoco la veía seguido; usualmente aparecía cuando Midoriya se hería o entraba en su oficina buscando a All Might, había ido por sí misma unas cuantas veces por heridas no tan graves o sólo para dormir un rato entre clases. Sin saber su identidad para Recovery Girl ella era «la niña prodigio mimada que sobresale y nunca se esfuerza». La señorita de las Hanamoto siempre poseía la misma expresión sonriente y encantadora, excepto ahora y no sabía si preocuparse o aliviarse por ello.

Inconscientemente hasta ella la había encasillado en un tropo, y se sentía culpable por ello, entonces viéndola en ese estado le pareció ofensivo su parecer.

El hecho de tener razón la mortificaba, pero no podía sólo preguntarle «hey, niña, ¿te intentaste suicidar?». Quería regañarla, pero al mismo tiempo consolarla y escucharla. Según las reglas tenía que decírselo a su tutora, a All Might quien la recomendó, al director y a el tutor de la clase A Aizawa, pero antes debía de asegurarse y no incomodarla. En ese momento no importaban los años de experiencia que hubiera acumulado, le resultaba complicado manejar una situación tan delicada sólo con sus pequeñas y arrugadas manos.

En vez de enviarla a su habitación como si nada la acompañaría y descubriría los causantes de su intoxicación (pues los resultados indicaron ser causados por más de una sustancia). Había neutralizado la intoxicación, pero para saber controlarla debía saber qué la había provocado y, sobretodo, por su bienestar no podía dejar a Ikiru, aparentemente inestable, a sus anchas.

«Esto no es bueno».

Ikiru empezó a ladear su cuello, un gesto inocente que demostraba confusión. En su estado no podía leer a la mujer, ni con su quirk ni con su análisis, pero sabía que la había descubierto. Al menos de que quisiera que la noticia se expandiera hasta llegar al encargado de la clase, pasando después al director, llegando a All Might y, en un efecto dominó, hasta su tutora, debía de darle un contexto convincente. Por obvias razones se negaba a que su tutora o alguien más lo supiera.

No había intentado suicidarse, juraba que no lo había visto desde ese ángulo. Sabía que había hecho una estupidez, pero no creía que llegaría a tales niveles. Quizá la muerte o el intento de tal era menos para ella que para la mayoría de personas, mas no sabía qué grado de diferencia había entre ellos. Únicamente una vez había visto el duelo en persona, en su anterior instituto por una de sus anteriores compañeras, aunque había visto más lágrimas en los ojos de Midoriya no había visto mayor compasión hacia alguien más.

Quizá esa misma compasión le quería transmitir Recovery Girl, y ella estaba segura que no la necesitaba. También estaba segura que se había salido de su papel cometiendo una tontería y que, si no lidiaba correctamente con la situación ahora, tendría que enfrentarse a desastrosas repercusiones en un futuro a corto plazo.

—Señora, no es lo que usted cree.

—¿No? ¿Entonces los análisis se equivocan?

—Oh, no señora. No digo que no me intoxiqué. Digo que no intenté suicidarme.

Si hubiera querido suicidarse se hubiera quedado en la habitación, ahogada en vómito probablemente.

—Entonces, dime, ¿cómo te intoxicaste?

A Recovery Girl le pareció algo tosca la forma directa de tratar el tema, pero le parecía así porque creía que sí lo había intentado.

—Por error —resumió su razón sin mentir, al menos no mucho.

Como si se hubiera indignado Recovery la tomó de la mano, indicándole que la siguiera, y juntas, pero no muy coordinadamente, salieron de la enfermería. Básicamente le había dicho que, por error, se atragantó de pastillas o quizá que un pote entero le había caído en la boca casualmente. A eso no se le podía llamar honestidad ni razones precisas.

Para que se acostumbrara caminó despacio, pero al notar que podía seguir su paso sin problemas, pues estaba dispuesta a depender de su quirk, la soltó y ésta la persiguió de por sí dando vagos intentos de excusas. Alegaba mayormente que estaba en pésimas condiciones, no queriendo ser vista andaba como si alguien la persiguiera. A la mayor no le importaron sus alegaciones, y más que eso fueron ignoradas, con paso firme Recovery Girl atravesó parte del campus hasta llegar a los dormitorios de la clase A, quienes se suponía debían de estar en clases a esa hora, directo a la habitación de la joven.

Ikiru la persiguió a prisas. Probablemente los del staff de la U.A. no podían entrar en las habitaciones de los estudiantes cuando y cuanto quisieran (y, teniendo en cuenta que la puerta tenía grabada su nombre, realmente no le costaría encontrar su cuarto), por esto tuvo que ir con ella. Su motivo, en cambio, era otro. Podía quedarse a dormir y complicarle el trabajo a Recovery, mas no la siguió por educación sino porque no quería que el problema se agravara tan pronto, quería vigilarla.

Para tener piernas tan cortas Recovery Girl caminaba rápido, a veces pareciendo un juguete con pilas, así llegaron a los dormitorios antes de que sus objeciones fueran exitosas.

—¿En qué ala está tu habitación?

Rendida dio las indicaciones. La mujer no la miró ni de reojo en el camino, ella no intentó ponerse delante o aumentarían las sospechas.

Pasando por la sala común se encontró con Bakugō. Bakugō pasó de estar pendiente a la limpieza para prestarle atención a ellas no sólo porque fueran las únicas, además de él, en el edificio. Ya que fue la primera en pasar se preguntó porqué Recovery Girl, quien tenía una actitud usualmente afable, tenía el ceño fruncido y porqué entró tan bruscamente sin saludar. Luego alguien más se asomó, primero dudó pero se aventuró, saludó sonriente dando los buenos días, inconsciente de que ya era de tardes, agitó su mano en dirección al cenizo y, al no ver respuesta, caminó rápidamente con la cabeza media agachada yendo detrás de la primera.

Bakugō estuvo confundido por un par de cosas, no sólo no respondió sino que se quedó estático. Claro, se preguntó porqué su compañera no estaba en clase, como por regla debía de, pero eso fue después de preguntarse porqué se asomó con timidez. Hanamoto Ikiru era la contrario a una chica tímida. Su físico agotado, más allá de estar en pijama y sin maquillaje, le dio la respuesta inmediata. No fue hasta entonces que se cuestionó el qué había entre esas dos escabullendose en horas de clases.

Cualquier compañero en su estado se hubiera preocupado, Bakugō lo resolvió con un «¿qué diablos me importa?». Y su expresión de molestia no hizo más que pronunciarse.

«Oh, bien. Mostrándome de esta forma le he dado otra ventaja al equipo contrario. ¿No es gratificante, jugador de las blancas?» pensó, planeando también formas de revertir la ventaja dada.

Ni bien pasar por la puerta Recovery Girl inspeccionó el cuarto, especialmente el piso, después se giró a mirarla. Esperaba encontrar un desastre. Alejando sus pensamientos devolvió la mirada preguntándose qué quería. Usualmente sabía, pues los leía, así que muchos se habían acostumbrado tomándola incluso de adivina.

—¿Sí? —soltó disponiendo  sus servicios.

—¿Dónde están las pastillas? Y, por favor, no me digas que te las bebiste todas... En dado caso escríbeme los nombres, y...

Dejándola hablar Ikiru quiso revocar su disposición. Supo que sería despojada de sus medicamentos, en el mejor de los casos sólo haría eso, entonces, sabiendo que se había vuelto codependiente de ellos, tendría que solicitarlos nuevamente a su psiquiatra, Eug, un hombre que parecía estar obligado a ejercer su profesión. No quería verlo antes de tiempo.

—Eh, señora. Dígame, ¿esto es necesario?

Pronunciada la cuestión se dirigió al cajón de los medicamentos.

—Absolutamente.

«No hay absolutos si no son numéricos».

Respuesta inmediata. Se hincó mirando de reojo a Recovery Girl, mas ésta no tenía intenciones de retroceder. Escuchó el regaño antes de que saliera de su boca.

—¿¡Qué es todo esto!?

Al llegar sólo se encogió. De ser legal lo era, al menos de su parte.

—Son lo que son.

Recovery Girl estaba sorprendida de lo que veía. Hanamoto parecía que había montado una farmacia en su cuarto. Lo peor: todos estaban respaldados por una receta. Algunos no estaban llenos, mas los tomó todos sin importar la cantidad o las recetas médicas, sólo entonces notó la canasta que llevaba consigo, canasta que llenó sin preverlo.

—¿Cómo es posible que tengas tantos? —cuestionó resoplando—. No deberías. ¿¡Acaso has falsificado las recetas!? ¡Eso es un crimen!

Su falta de credibilidad fue inesperada.

—Tacharme de criminal es un poco ofensivo, ¿no cree usted? —contestó—. Las recetas no son falsificadas, esa es la verdad. Sólo tiene que leerlas. De hecho, son del mismo doctor. Y, si así lo quiere, puedo darle su contacto. Échele un vistazo, por favor.

Recovery bajó la mirada. Decidió examinarlas antes de llevárselas. Se tomó su tiempo. Al comprobarlo receta tras receta y medicamento tras medicamento, le pareció un caso triste.

No había forma de que alguien de su clase se rebajara a falsificar recetas. Un delito grave. Aunque le repugnaba que alguien le hubiera dejado tantas prescripciones a una joven aparentemente inestable, algunas de ellas incluso no podían tomarse juntas. La creencia de que había intentado acabar con su vida no hizo más que crecer, en especial al ver tales medicamentos como antidepresivos y demás.

Fugazmente la miró con una emoción, o sentimiento, parecido a los que su tutora siempre había repudiado: lástima. Claro, cómo no. Sentir lástima hacia una niña que vivía a base de medicamentos por su salud mental era lamentable, más que eso. Y para Hanamoto las definiciones de lástima y patético se llevaban de poco a nada.

Sólo podía imaginarse si la verdad sería más o menos lamentable. Importaba más cuál fuera contraproducente.

Por supuesto Recovery Girl pidió el contacto de su psiquiatra. Hanamoto no perdió tiempo, enseñó de paso su perfil y hasta su biografía, trabajaba en uno de los edificios al nombre de Hanamoto. Recovery Girl le prestó atención, entonces rebuscó en todo la habitación, Ikiru sólo la miró sin ayudar ni estorbar. Su arreglada habitación terminó patas arribas. Al fijarse en la única gaveta con cerrojo temió por ella, sólo entonces se ocupó de ocultar lo que tenía dentro.

No sólo acumuló y cargó los medicamentos, cargó consigo cualquier objeto o sustancia que pudiera hacerle daño. Al terminar la miró, nuevamente con sentimientos raros, y aseguró que hablaría con el director, además de citar a su psiquiatra y tutora. La joven argumentó, fallidamente, mas no se opuso, estaba en blanco. Era un malentendido que acabaría en su desgracia, y no tenía idea de cómo manejarlos. En ese estado aquél pez no caería en su red de mentiras.

Sin mentiras no podía salirse con la suya. Estaba segura que no. Es decir, su entorno había prevalecido gracias a tales por lo que no se imaginaba como la verdad podría ayudarla en tal caso.

Si su mundo construido sobre mentiras estaba derrumbándose, ¿por qué y cómo la verdad podría salvarlo?, no había forma de salir a flote.

«Entonces, ¿sólo queda hundirme? ¿Para eso estoy aquí? ¿Soy la clase de persona que se rinde?» consideró viendo como Recovery Girl salía de la habitación dándole otra mirada. No le molestaría rendirse.

Ikiru no tenía convicción ni voluntad, pero conocía a personas de voluntades increbantables y uno de ellos confiaba en que se volverían a encontrar. «No lo soy. No me rindo. De hecho no puedo hacerlo, menos ahora. Gracias a... O, más bien, por culpa de».

Ikiru siempre había huido de la verdad como si fuera lo más terrorífico, como si estuviera rotundamente prohibido. Huía, escapaba, corría en dirección contraria a ella. Por esa vez no lo haría. El problema era que de alguna forma podía soltar de más, y ellos llegarían a la profundidad que ella no quería. Pero por sólo esa vez no debía cambiar mucho. Eso esperaba.

Si se llegara a enterar, cosa que siempre hacía, su tutora no la odiaría por ser honesta por unos cuantos minutos sólo con una persona de confianza relativa, «¿verdad?».

Ikiru buscó la caja de la «honestidad», como burlonamente la había llamado su tutora, debajo de la cama. Era una caja rosada decorada con flores de lo más tiernas, su exterior no reflejaba para nada su interior y esa misma ironía hizo que Sadashi la denominara como algo que no debía ser mostrado: pruebas de la imperfección que no debía existir.

Teniéndola Ikiru corrió detrás de Recovery. La encontró antes de entrar a la sala. El cajón que sostenía era menos pesado que su expresión decaída.

Recovery Girl se giró espabilandose sin imaginarse qué contendría la caja. De inmediato pensó en lo peor.

—No tengo depresión —aseguró antes de que preguntara por el contenido—. Sé que usted cree eso, pero no tengo depresión. Tampoco algún trastorno mental que se le parezca. Mucho menos intenté suicidarme. En realidad no hay manera de que padezca depresión.

—... Sé que puede ser difícil de aceptar, Hanamoto, pero si lo tienes no... Bueno, ya sabes. Sé que no es lindo, pero no tienes que avergonzarte. —Recovery Girl estaba segura que la muchacha estaba pasando por una etapa de negación, no conocía a nadie cuerdo que estuviera feliz de tener un trastorno—. Aunque me lo digas si no la tienes significa que tu médico ha cometido una indulgencia. ¿Por qué más te indicaría antidepresivos y neuróticos? ¡Incluso insulina, Dios!

Eug era indulgente. No podía negar que lo fuera, al menos con ella. Pero los medicamentos recetados no formaban parte de su negligencia laboral. Bien su terapeuta estaba menos interesado en su bienestar que Recovery Girl, de hecho Eug le había recomendado el método de drogadicción, mas no podía hacer que cargara toda la culpa para salir de problemas. Al final él nunca la obligó a que se atragantara con pastillas.

—Es porque... No tengo un trastorno mental —volvió a decir—. Soy incapaz de tener uno.

—Nadie es incapaz.

—Yo sí. Digo, tengo otros tipos, sin embargo no es que sean mejores que los mentales.

—¿Entonces?

Ikiru sonrió. Una sonrisa de miss perfecta, sin ser muy ancha ni muy pequeña, sólo que la señorita perdería su perfección ante otros ojos. Repasó sus pensamientos una vez más poniéndolos en orden para que no se filtrara algo indeseado.

—Tengo estragos cerebrales, más bien —dicho esto forzó su peculiaridad.

Antes de que indagara tomó las manos de la confundida Recovery Girl. Gracias al contacto físico la información partió de Ikiru hasta ella en una transmisión de vagos recuerdos.

Probablemente fue porque estaba forzando su poder, debido al exceso de pastilla se suponía que no debería ni podía utilizarlo, pero sintió como si su cuerpo se estuviera apagando. El consumo de su energía había sido mayor, y, como si fuera un canal televisivo, la transmisión se vio interrumpida entre veces.

Con todo e interrupciones Recovery Girl supo lo necesario; sobre su laguna de recuerdos desde niña, las citas médicas y su alexitimia. Aún así le tomó tiempo aceptarlo, por si había sido una trampa inventada. En realidad no creía que lo fuera, pero tampoco creía que fuera cierto. Más bien esperaba que no lo fuera, que fuera una de esas bromas que sólo le causa gracia a los más jóvenes, un invento.

Recovery Girl desconocía la alexitimia, lo cual, por la naturaleza rara y casi inexistentes casos de ésta, era normal. Por esto no podía creer que un ser humano literalmente no tuviera sentimientos. Es decir, había oído casos atroces de los que más de una vez pensó «¿acaso esa persona no tiene sentimientos?», pero era completamente distinto. Una cosa era la psicopatía y otra la alexitimia, y no lo diría en voz alta, claro, pero incluso una de ellas sonaba más humana que la otra. Le costaba creer en un ser humano así, pero, aparentemente, delante de sus ojos estaba uno.

La más joven se percató de su mirada y decidió no intentar reconocerla. En cambio sacó varios objetos de la caja: las placas de su cerebro y su diario médico.

Entre saliendo de un trance y quedándose ahí Recovery Girl primero las revisó, sin embargo, al reconocer algunos nombres de médicos famosos (pues el caso de Ikiru había saltado de mano en mano) se dio cuenta que no era un juego. Tomó su tiempo para analizarlos. Sin duda la placa tenía unas anomalías que nunca antes había visto y los diarios médicos concordaban con unos reales. No estaba ni jugando ni mintiendo.

Hanamoto Ikiru realmente no sentía, y eso la horrorizó. Si antes sentía lástima ahora no sabía qué sentir. Ella sí podía darse el lujo de sentir.

Aquella niña de no más de 15 años que la miraba fijamente mientras sonreía extrañada, la misma que solía juguetear animadamente con los otros y que intentaba ser condescendiente, no había sentido nunca. Significaba que no había sentido felicidad cuando ganó en el festival deportivo, ni frustración cuando terminó estando en segundo lugar durante un examen, tampoco miedo cuando la secuestraron ni tristeza cuando All Might cayó. Simplemente nada.

Ikiru no estaba muy seria, pero tampoco se le veía amable. Su cara no reflejaba alegría ni disgusto; no reflejan nada. Fue como si se hubiera quitado un disfraz y Recovery Girl la estuviera viendo por primera vez. El simple pensar que desde el inicio la estudiante había fingido hasta sus sonrisas le parecía de lo más triste.

Una existencia de lo más triste.

Recovery Girl sacudió su cabeza seguidamente sintiéndose profundamente mal por considerarla de tal forma. Se sonrojó ligeramente por la vergüenza.

Ikiru se hincó. Por la expresión contraria no sabía si estaba a punto de llorar o qué. Aparentemente la verdad había supuesto un trance.

—No tiene que decirme "lo siento" y prefiero que tampoco sienta pena por mí. Entiendo su trance, quiero decir, por definición soy lo mismo que un monstruo.

Recovery Girl reaccionó negando rotundamente.

—No, ¡no lo eres! —determinó—. No eres nada de eso. Eres una niña. Una buena niña que se esfuerza por el bienestar ajeno, una heroína, ¿cómo podrías ser un monstruo?

Ikiru le sonrió. Aunque lo dijera siempre utilizaban metáforas como un «ser sin sentimientos» para referirse a las más crueles criaturas, y ella no estaba en contra. Al fin y al cabo había aceptado egoístamente arrancar de raíz a alguien más.

—Estaba bromeando, pero gracias de todas formas. Y discúlpeme si pareció que me estaba quejando egoístamente, no quise sonar tan infeliz.

—Egoísta no eres —lo de infeliz era menos debatible.

«Sí, sí lo soy». Aparentemente la lástima cambió la percepción que Recovery Girl tenía de su persona.

Permitiéndole a Recovery Girl reflexionar Ikiru recogió los resultados de la resonancia magnética de su cerebro y su registro médico. Los echó en la caja tapándola.

—Bueno, esa es mi razón. Una locura, ¿eh? —comentó jugando—. Usted y All Might son los únicos que saben sobre esto. Apreciaría que lo mantuviera en secreto, por favor. Usted sabe, es más fácil... pertenecer si los otros no lo saben.

Recovery Girl quiso decirle que estaba bien si no se obligaba a fingir, que era perfecta como era, pero la verdad es que los demás podrían no aceptarla. Decidió que lo mejor era omitir una charla motivadora, incluso a ella le seguía sorprendiendo y le parecía increíble que fuera cierto. De verdad no sabía qué decir al respecto, así que no dijo nada.

—Si eso quieres, lo respeto —determinó—. Lo que no puedo respetar ni quedarme callada es sobre tu... intoxicación.

—Eh, pero...

—Te pido que lo entiendas, es mi trabajo reportarlo. Con todo y todo, tu llegada a la enfermería sigue sin justificación. ¡No puedo dejar que lo vuelvas a intentar y mueras!

—No lo haré, señora. Si hubiera querido morir hubiera muerto, así de fácil como se oye. No es como si el miedo pudiera hacerme cambiar de opinión, ¿sabe?

Recovery Girl hizo una mueca. Quizá su consciencia la hizo sentir remordimientos o los alegatos surgieron efecto, pero ya no sentía la misma ganas de mantenerse firme.

—Bien, no se lo contaré a Aizawa ni a All Might —aseguró—. Pero se lo reportaré directamente al director, de él dependerá si contactamos a tu tutora, ¡y por supuesto también a tu psiquiatra! —concluyó antes que Ikiru agradeciera. La dejó sin motivos para agradecer—. Los medicamentos te serán confiscados, si necesitas algunos tendrás que ir a mi oficina y pedírmelos.

—Significa que no confía en mí.

—Significa que te quiero viva, sana y salva —rectificó—. Quiero tu bienestar. ¡Si no te sabes cuidar tú te cuidaré yo!

«Eh, ¿realmente quieres vivir? Si es así, déjame decirte que no tendrás una vida normal. Bueno, ¿se le puede llamar vivir?» resolvió una vez Eug, como si su paciente fuera un crucigrama.

Ikiru ladeó ligeramente su cuello y rió con gracia, pero no tanta. Realmente ella demostraba más preocupación y atención a su bienestar que Eug, quien había su psiquiatra determinado desde que tenía memoria.

—¿Por qué? —murmuró

—¿Dijiste algo?

—He dicho que gracias.

Ikiru supo que realmente no la había escuchado la primera vez pues aceptó su gratitud.

Recovery Girl suspiró y acarició la cabeza de Ikiru como si fuera un perro, entonces dijo: —Sabes, niña, si alguna vez quieres hablar soy toda oídos —aseguró enfatizando sus orejas—.  Y no creo que sea necesario sonreír si no quieres, nadie te va a obligar a hacerlo.

Ahí se equivocaba. Sí era completamente necesario.

—Se lo agradezco, no obstante, realmente quiero sonreír aún si no tengo obligación de hacerlo. Nunca oí a alguien (además de mí misma) reprocharle a All Might porque sonreía todo el tiempo.

Reír y sonreír era sano. Obligarse a hacerlo no. Se preguntaba si era peor que nunca lo hiciera o que lo hiciera sin sentirlo.

—... Y ya no más.

—Sí, ya no más.

Delante de esos pesimistas «ya no más» unas sonrisas se ensancharon.

—Realmente eres una buena niña. Por tu crianza y por tu corazón.

—Si usted lo dice.

—Eso me hace vacilar —bufó—. Me iré ya. Y tú debes quedarte a descansar, ¿está bien? Aquí o en la enfermería, como quieras, lo importante es tu reposo. Vendré en un par de horas a revisar tus avances, pero en general estás en buenas condiciones.

—Como si no me hubiera envenenado nunca.

—¡No es gracioso! Las sustancias todavía están circulando en tu sistema. Quizá hasta necesitarás una sesión de diálisis...

La enfermera continúo diciéndole qué hacer durante el camino a la puerta, que la vigilaría y no dudaría en decirle a Aizawa la siguiente vez. No todos fueron regaños; también le aseguró que podía confiar en ella, que si quería hablar la escucharía y le pidió que cualquier mejoría o empeoramiento se lo reportara, trataría de darle una mano en cualquier caso. Ikiru vio su enfermedad como un entretenimiento, pues las personas que descubrían su desperfecto solían querer involucrarse por la naturaleza rara de tal.

Ikiru acompañó a Recovery Girl a la salida y la despidió. La enfermera Una vez cerró la puerta se recostó de ésta. En realidad no podía sostenerse a sí misma y sus párpados pesaban.

«Qué desastre. Hoy no es un buen día» lo pensó y ni siquiera eran las 2. Había sido una semana de revelaciones y pesadez, semana que todavía no terminaba.

Cuando iba de camino a su habitación se distrajo con Bakugō, quien estaba sentado en el mueble con el celular en una mano y la aspiradora en otra. Se acercó por detrás. Tenía todas las intenciones de aclarar la situación, tampoco quería deberle un favor al dejar la limpieza a su cargo. Quién sabía, con el desagrado que tenía hacia ella podía decirle a Aizawa que no lo ayudó. Probablemente ella sí lo haría.

—Hey, Bakugō, ¿qué está haciendo?

La activa reacción de Bakugō casi la hizo caerse de boca, pues se había apoyado en él. Usualmente éste la apartaría de un manotazo y se enojaría, mas él se alejó de ella como sorprendido parándose y escondiendo su móvil. Estaba tenso.

—Tú...

—No me diga que estaba viendo...   Bakugō, ¿por qué me mira así?

La expresión de Bakugō modificó su pregunta.

Bakugō, quien casi siempre tenía una expresión de molestia o hastío, lucía entre avergonzado y decaído. Su ceño estaba fruncido ligeramente, tenía una mueca estaba un poco sonrojado y estaba encorvado, acojonado. Era una expresión que Ikiru no podía descifrar para nada.

—No es tu problema.

Incluso su tono de voz era más bajo y menos arisco que de costumbre. Había descubierto una nueva faceta, y no creía que fuera un premio.

—¿Le rompieron el corazón? —Inquirió. Su pregunta fue recibida con rechazo—. No me diga, usted en serio estaba viendo...

—Cállate. No es eso, mierda, no es eso.

—Dos negaciones son dudosas, ¿sabe cuál es el resultado de la suma de negativo más negativo? —Pese a cuestionar Hanamoto dejó ir el tema. Ciertamente no era su problema.

Intentó tomar la aspiradora. La limpieza si tenía que ver con ella. Mas Bakugō no se lo permitió, sólo se alejó dándole la espalda.

—Vete —murmuró. Fue tan bajo que Ikiru no entendió.

—También es mi trabajo limpiar, no puedo dejárselo a usted. ¿Es que intenta ser amable? En los castigos la amabilidad no funciona. ¿Intenta demostrarme su autosuficiencia acaso?

—¡Cállate! —gritó y se volvió hacia ella.

Ikiru lo miró fijamente una vez se volteó. Bakugō no fue capaz de imitar su acción. Entendía que usualmente supiera lo que los otros pensaran, pero acostumbrarse al nivel de que no se atrevieran a comunicarse con palabras era pasarse del límite. Aunque de por sí Bakugō no solía ser bueno comunicándose.

—Actualmente no puedo leer su mente, así que si pudiera decirme que es lo que quiere sería más fácil.

Con esa confesión la tensión de Bakugō disminuyó. Ikiru se dio cuenta y desconoció la causa.

—¿No puedes? ¿Por qué demonios?

—Esa no es la cuestión ahora —desvió el tema—. ¿Por qué no me permite ayudar?

Bakugō nuevamente le dio la espalda y habló: —Estoy bien solo. Si crees que te expondré te equivocas, no me compares contigo. Terminaré solo, ¡así que vete a descansar o lo que sea!

Ikiru tenía muchos argumentos para seguir discutiendo, pero el hecho de que la mandara a la cama como Recovery había hecho la hizo cambiarlos todos. Si sabía que debía descansar seguramente era porque había escuchado la conversación. No sería extraño, debido a su ocupación no confirmó la cantidad de movimientos a su alrededor, de hecho hasta explicaba su expresión o su tensa forma de actuar. Pero que de entre todos justamente él lo hubiera descubierto era el colmo.

Si ese era el caso tenía que arreglarlo como si fuera un malentendido. No podía permitir que el escenario de su cuarto tablero saltara la realidad.

—¿A descansar? —La cara de Ikiru estaba en blanco.

Bakugō torció su expresión. Arrastró las palabras un par de veces, pero dándose cuenta que murmuraba como Midoriya paró.

—¿Qué? —soltó con molestia—. Si estabas con Recovery debes de estar... Olvídalo, ¿por qué demonios debo de explicarlo yo? No me importa, tú haz lo que quieras pero lejos de mí.

Afortunadamente quien podía haber creado un malentendido fue ella. Ikiru le sonrió. Tampoco se equivocaba del todo.

—No, bueno, tiene razón.

Se acercó buscando en el rostro contrario alguna señal de mentira o pista. En todo caso resultó una perdida de tiempo, ni encontrándolas pudo distinguirlas. Lo que sí había era una total incomodidad.

—¿Que diablos? Dije que te alejaras, ¿eres sorda? —masculló—. ¡No quiero ver tu maldito rostro!

En otra situación estando arreglada Ikiru podía haberse quejado egocéntricamente. Podía devolver el insulto ágilmente en un instante. No lo hizo. En ese momento sólo intentó cubrir su rostro con una mano. Hasta hace unos minutos había estado muy consciente de su físico, pero el momento de apuro hizo que pasara de él; Bakugō se lo recordó de la forma más brusca posible.

Quizá fuera porque no tenía su armadura de falsedad, y por lo tanto estuviera expuesta, pero para Ikiru estar al natural era suficiente razón para que la evitaran. En especial Bakugō, que la repudiaba de todas formas. Tergiversó la situación lo suficiente como para creer que más que rechazo Bakugō estaba demostrando asco hacia ella.

—Perdón —la disculpa le llegó al muchacho como una sorpresa—. Yo... me retiro. Disculpeme. Limpiaré luego, ¿sí? Se lo agradezco.

Ikiru dio una reverencia y con la cabeza baja, como no acostumbraba estar por simple orgullo, caminó rápidamente hasta su habitación.

Bakugō era un tosco, su tacto variaba de poco a nulo, varias veces había sido comparado como una bestia incluso, pero al soltar esas despectivas palabras no pensó que su compañera actuaría de esa forma. No le había dicho «fea» directamente, mas así se podría traducir. Quizá fuera una reacción normal, pero en el caso de Ikiru definitivamente no. En su caso no se suponía debió de ser así, por más que aflojara su lengua su compañera no se ofendía.  Usualmente empezaría una discusión, lo insultaría discretamente o se reiría, pero no correría. Sólo le había faltado sonrojarse de vergüenza para ser cliché.

Bakugō rascó su cuello con molestia y volvió la vista a su celular una vez Hanamoto se marchó. Por supuesto no se pondría roja por la vergüenza pues ni siquiera podía sentir vergüenza, y eso Bakugō ya lo sabía.

No había mentido pues no le había preguntado, pero había escuchado la conversación entre Recovery Girl y su compañera, al menos a medias, hasta donde pudo soportar su culpa. «Culpa» porque la había llamado hipócrita cuando estaba tratando de encajar. Había sido tan brusco desconociendo los problemas ajenos, y aunque usualmente pensaría que no es su problema sí sentía como si se hubiera apropiado de él. Quizá era sólo culpa de ella, porque siempre había demostrado tener la cabeza de flores, pero en ese momento sólo sentía culpa él por no saber dónde estaba parada.

Releyó la poca información que encontró sobre la alexitimia y pasó una mano por su rostro con frustración. Volvió a maldecir abiertamente sin creer cómo era posible. Siempre terminaba descubriendo cosas que no eran de su incumbencia.

—... Esto debe ser una puta broma.

Había descubierto las imperfecciones de alguien presuntamente perfecta, y ni siquiera sabía cómo debía actuar a partir de entonces.

Ikiru se duchó, cambió su ropa, arregló su cabello y se maquilló. Cuando creyó que había arreglado su problema salió de la habitación. Para entonces ya la limpieza había terminado con esmero, y si ensuciaba para volver a limpiar sería más cruel que autosatisfactorio. De todas formas faltaba poco para que la jornada de clases terminara pues se había tomado su tiempo en el aseo personal.

Terminó por arreglar su cuarto, Recovery Girl había hecho un desastre en su búsqueda de drogas. Al acabar se tiró de una ligera forma en la cama, el control de su peculiaridad había vuelto casi por completo y para que la energía también volviera decidió aventurarse en busca de comida. Creyendo que debía de recompensar a Bakugō por haberlo dejado solo, además de por «mostrarle una vista desagradable», le escribió sólo para no ser respondida, como de costumbre.

Satisfecha, arreglada y con su habitación limpia pasó a repasar sus excusas. Excusas que utilizaría cuando Aizawa o uno de sus compañeras preguntara por la razón de su ausencia, podía ser incluso All Might. No sabía qué diría Recovery Girl, por lo que vacearía su arsenal esperando cero discreción. Tenía varias opciones que hasta ella se creería, aunque no le costaba creer.

La foto de ella y Yuzzu interrumpió sus excusas así como sus reflexiones. Mentiría diciendo que siempre tenía pendiente a Yuzzu, pero al menos trataba de hacerlo cuando se acordaba.

Apoyó su cabeza ladeada sobre la repisa y miró fijamente la imagen. Casi podía oír a Yuzzu diciendo algo sobre cuán nervioso lo ponía su mirada o preguntando si ya se había enamorado de él.

—Hey, Yu, ¿los cambios son buenos? Dijiste que la verdad lo es, difiero con tu opinión. —Con un dedo tumbó la foto ocultandola—. Mi burbuja se ha cuarteado, no hay forma de que mi entorno no cambie y no quiero que eso ocurra. Tampoco quiero hablar con una foto, no soy esquizofrénica ni estoy en duelo.

«Así que, espérame por 48 horas más».

Al sentir los movimientos de alguien acercándose Ikiru escondió la foto sin cuidado alguno, su alarma tenía un par de minutos avisándole que las clases habían terminado así que la apagó. Cuando escuchó unos toques en la puerta revolvió la cama desordenandola ligeramente, aparentando que había estado durmiendo cuando ni siquiera se había acostado. Esperó menos de un minuto antes de abrir la puerta.

—¡¡Hana-chan!!

Inmediatamente hacerlo y antes de dar las buenas tardes Ashido se lanzó encima de ella en un abrazo, terminó colgando de su cuello.

—Hola, Ashido. ¿Cómo se encuentra?

—¡Eso deberíamos preguntar!

—Mina, ¡bajate! —exigió Yaomomo desde la puerta—. No puedes simplemente lanzarte encima de un enfermo, ¡tampoco entrar a una habitación sin permiso!

A regaña dientes Mina bajó y cuando Hanamoto dio el permiso en voz alta el resto entró. Mina y Yaomomo, sus vecinas, entraron primero sin mochilas y con el uniforme; Uraraka, Tsuyu, Hagakure y Jirō llegaron después.

—No me gustan las formalidades, ¡me hace sentir como si fuéramos extrañas!

—Lo sé, ¿verdad?

La razón por la que Ashido y Hagakure detestaban las formalidades era el mismo motivo por el cual Ikiru las utilizaba.

—Hana-chan —en vez de hundirse en la cama como Ashido, pues ésta solía entrar a esa habitación cada que se aburría o se sentía sola, Uraraka entró calmadamente y con preocupación en su semblante—, ¿te encuentras muy mal?

—¡Oh, es cierto! ¿Cómo estás?

—¿Qué quieres decir con "es cierto", Mina? ¿Acaso no viniste para eso?

Ikiru no estaba segura a lo que se referían, así que negó esperando que le dieran una pista para mantener la mentira.

—Descansé y me siento mejor —mintió.

—Qué bueno, es un alivio. Nos preocupamos mucho al no verte en clases por primera vez.

Después de todo Hanamoto siempre asistía a clases, su asistencia se destacaba por ser impecable. Al menos hasta ese día. Así que la preocupación no había faltado de ninguna parte, incluso de los maestros. Si no preguntaban la razón de su falta era porque la sabían, pero Ikiru no sabía qué ellos sabían.

—¡Te haré un té para la deshidratación!

La propuesta de Yaomomo la hizo dudar de lo que le habían dicho. Por supuesto aceptó, sin saber que Yaomomo, en compañía de Jirō, se iría de inmediato para hacerlo.

—Entiendo por lo que pasas, me ha pasado antes —aseguró Uraraka.

«¿Una sobredosis?» Ikiru lo dudaba.

—¿En serio?

—¡Sí!

—A mi hermana también —comentó Tsuyu.

—Menos mal no es contagiosa, ¡así puedo consolarte, Hana-chan!

La mencionada se dejó atrapar por los brazos de Ashido.

—La ameba es lo peor —se quejó Hagakure.

Todas estuvieron de acuerdo. Después de también estar de acuerdo Hanamoto cayó en cuenta y le agradeció mentalmente a Recovery Girl por cubrirla, así fuera por lástima. Le llevaría flores y chocolates un día de esos como agradecimiento, probablemente mañana por si se le olvidaba.

—Bueno, deberíamos irnos —dijo Tsuyu—. Hana-chan debe descansar.

—¿Irnos? No, no. ¡Quedemosno! —pidió obstinadamente.

—¿Cómo no? Hana-chan, échala.

—¿Eh? Ashido, ¿usted quiere quedarse?

—Bueno, sí, me gusta tu habitación así no tenga color —confesó, luego mostró su celular—. Y también acabo de decirle a los chicos que pueden venir.

—¡Mina!

—Esta no es tu habitación.

—¡Pero ellos estaban preocupados! Es injusto, ¡y no es como si no hubieran entrado a todas nuestras habitaciones antes! —se defendió—. ¡Además a Hana-chan no le importa! ¿¡Verdad!?

—¡Sabes que ella es muy considerada como para decir lo contrario!

Mientras se llevaba a cabo el juicio de Mina Ikiru reía, por las quejas y risas el sonido de la madera siendo tocada pasó por alto hasta que Ikiru dio permiso para que entraran. Tal y como cuando hicieron el concurso de habitaciones casi toda la clase se reunió en su cuarto, cada uno expresó su preocupación a su manera; algunos con palabras, otros con comida, Kaminari colgándose de ella como Mina y Todoroki le ofreció su callada presencia. El té que llevó Yaomomo no rindió para todos, pero los bocadillos de Seto sabían bien hasta sin té.

Cuando tuvo la oportunidad Midoriya hizo un intercambio de apuntes con ella, estaba consciente que ella no soportaría el atrasarse y se había negado a tomar los apuntes de los otros porque acordó tomar los de ella cuando su castigo terminara. Después, entre todos les contaron sobre la jornada, enfatizando especialmente la pelea práctica que tuvieron contra uno de «los tres grandes de último año», tuvieron que explicar también quiénes eran ellos y porqué fueron a su clase, ellos estaban promocionando lo más parecido a una pasantía heroica. Sobretodo mencionaron el toda la clase contra uno de ellos que culminó en una rotunda derrota, aseguraron de paso que no hubieran perdido tan fácilmente de no ser porque ni Bakugō ni ella estuvieron y Todoroki no participó.

La preocupación resultó en una reunión improvisada donde sólo uno de ellos faltó por cuenta propia, justo como la vez anterior.

Entre la lujuria de ser asfixiada por la atención de todos Ikiru se dio cuenta que su burbuja de idealización, si es que alguna vez se solidificó, ya había explotado. En realidad no le importaba, siempre había fingido y no por ello dejaría de hacerlo. Su burbuja no dependía completamente de ella, los otros también tenían la capacidad de mantenerla en sus propias cabezas.

Y no, entre ellos no había para nada una relación como la amistad; ellos eran los espectadores de su show. Sin público su show no podía continuar.

Para Ikiru sus compañeros tenían relevancia. Una importancia meramente egoísta y superficial, pero, de momento, completamente necesaria.

Una importancia más bien parecida a su propia existencia.

×××.

Notica de la autora:

¡Holi! ¡Feliz semana no tan santa! <3.

Con éste capítulo llegamos hasta donde lo dejé la vez pasada, ahora con muchos cambios y, a mi parecer, mejorías.

Mi meta era terminar de reescribirlo en febrero, pero bueno, ya es abril ggg. Tomando en cuenta el tiempo que me tomó llegar hasta aquí no voy tan lento. De hecho, ¡el 27 de febrero la historia cumplió 4 años! Increíble. Increíble el poco avance y la felicitación tardía también.

Confieso que en un principio no tenía ni idea de qué escribía, sólo lo hacía y ya. Hasta el día tengo mis dudas, pero también tengo ideas más claras y he afirmado mi forma de escribir. En fin, ya sean nuevos o no, ¡gracias por darme una oportunidad y seguir con Ikiru!

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