› › T h i r t y - t w o ‹ ‹
El héroe profesional, Nighteye, había fallecido.
Lo que significaba, había muerto.
M-u-e-r-t-o.
En palabras que, para Ikiru, eran más comprensibles: su movimiento se extinguió.
Ikiru lo sintió. Lo había sentido. Había sentido la muerte. Había sentido los movimientos desaparecer por completo a sabiendas de que no regresarían.
Por esto, Ikiru solía rehuir de los centros médicos. En estos centros habitaba este ser, acción y naturaleza particularmente normal llamada muerte.
Al llegar al hospital Ikiru visitó rápidamente las habitaciones de los heridos por orden.
Primero a Kirishima, quien lucía como una momia por sus vendajes. Luego al delgado Fatgum quien, a pesar de tener hambre, le regaló dulces como prometió. Después al héroe no-recordaba-su-nombre, a quien solo espió luego de encontrarse con que tenía un bebé que era su viva imagen. De éste haber muerto hubiera dicho que reencarnó de la manera más extraña.
Los dos héroes profesionales se sorprendieron al ver su liso rostro. No más herida.
Eri estaba en cuarentena. Aizawa estaba con Midoriya quien, a su vez, se encontraba en la habitación de Nighteye.
En ese momento, Nighteye estaba grave. Lo suficiente para que los médicos se rindieran.
Ikiru no planeaba visitarlo. Planeaba irse deprisa. No necesitaba que un médico se lo dijera o prever el futuro, ella ya sabía lo que pasaría.
Aún así, escuchó que Nighteye pidió su presencia. Aizawa se lo dijo en cuanto la vio, estaba apurado buscándola. Tuvo que morderse la lengua para no mostrar una faceta inadecuada. Aizawa también guardó los comentarios sobre su intacto rostro.
Se apresuraron, pero no llegaron a adentrarse. No llegaron a tiempo.
Ikiru lo sintió. Lo supo antes ella que el electrocardiograma al que estaba conectado. No se adentró a la sala. Pudo sentir como se le escapó la vida con unos últimos latido.
Tenía múltiples formas metafóricas para representarlo.
El movimiento se detuvo como un goteo: gota cae, gota cae, gota cae…, pausa…, gota cae, y ya no hay más gotas.
El movimiento se detuvo como un reloj de arena invertido: cayeron los últimos granos y quedó un vacío.
El movimiento se detuvo como si un enamorado quitara los pétalos de una flor: «me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere» y se acaban los pétalos.
El punto es el mismo. Se agota, se detiene, se acaba. Llega a su final. Pero continuaba siendo complicado de entender.
Ahí estaba. El fenómeno natural llamado muerte se hizo presente. Ahí estaba.
—El señor Nighteye ha muerto —le informó de inmediato a su maestro sin mirarlo—. Lo siento.
Los gritos dentro de la habitación se escucharon hasta afuera confirmando lo que había dicho.
Aizawa creyó que se estaba disculpando con ese 'Lo siento’, así que negó acariciando el cabello de la cabizbaja muchacha, como dándole a entender que no era su culpa.
Ikiru no se estaba disculpando, pero no se extrañó de que lo tomara de tal forma y mucho menos intentó explicarlo. Se había referido a la muerte, sintió la muerte de Nighteye.
«No debí haberme alejado».
Ikiru salió del edificio de inmediato, como si huyera, pero con alejarse no logró nada. Aún así, prefirió no ver el cuerpo inmóvil. No le gustaba la situación desde ningún ángulo, ni el llanto ni la muerte.
Estaba consciente de que vivir es tan natural como el morir, pero uno es celebrado y el otro se pasa en duelo. Comúnmente, no siempre. Pero no tiene nada de raro porque la muerte es un final. Incluso algunas culturas veían las vida como un todo, los egipcios creían que la cosa más significativa que podías hacer era morir.
Que lloraran, que lloraran todos los presentes. Mientras tanto ella estaría sentada en un parque al otro lado del hospital. Ella no lloraría, no lloraría y estaría ausente.
Usualmente el impacto de la muerte provenía de la identidad de la persona en cuestión, en ella el impacto permanecía en la muerte.
Su mano tembló ligeramente, como usualmente lo hacía al aplicar la ley de aceleración, pero no se preocupó porque sabía era pasajero.
«Quizá este es un vacío parecido al siente Yuzzu al tocarme», de ser así no comprendía porqué buscaba su contacto.
Ikiru podía sentir claramente dos cosas: el dolor físico y el movimiento. Reaccionaba al dolor físico más que una persona típica, como un niño pequeño, decían que se debía a la falta de dolor emocional, las comparaciones que ponían hacían parecer a este último bastante doloroso. Pero cualquier persona siente dolor físico.
El movimiento, sin embargo, era otro asunto. Se acostumbró a sentirlos como a respirar, aunque evitaba tenerlo activo en lugares concurridos por lo mismo. Cuando no, limitaba la zona lo más que podía. El caminar, el mover cualquier parte del cuerpo, el respirar, los latidos del corazón… todos eran movimientos naturales con una velocidad normativa así que podía encontrar una anormalidad rápidamente.
Los humanos están compuestos de movimientos. El movimiento es vida. Sin movimiento no hay vida.
Cuando un movimiento se extinguía sus sentidos se alertaban extrañamente, no era para nada lo mismo que una desaparición. Prefería que le clavaran navajas antes de sentir un movimiento extinguirse. No le gustaba.
Ella era como la encarnación del movimiento, así que sentía que debía forzar a los demás movimientos a seguir. Pero no era posible. Lo sabía. Lo había intentado y solo lo empeoró.
Recordaba la sangre ajena en sus manos.
Ella era artificial. No podía interferir en el ciclo natural. Ella no podía ni siquiera pedirle que lucharan.
Qué egoísta pedirles que luchen. Lucha, vive, así no sentiré tu muerte.
A Ikiru no le era agradable el dolor físico, aunque se lo infligía sin pensar para comprobar que aún estaba viva. Pero permitiría que se lo infligieran a cambio de no sentir un movimiento extinguirse.
Sentada en un banco Ikiru movió sus piernas con pereza. Su mano dejó de temblar. Listo. Ya no lo sentía.
Y Nighteye no volvería.
«Midoriya debe estar llorando» pensó. «A pesar de que se distanciaron el señor Toshinori era su amigo. También debe de estar sufriendo».
Pero ella no sabía qué hacer. Ni siquiera las personas típicas que sentían sabían muy bien como consolar. Los que habían sufrido pérdidas sabían mejor, pero cada quien sufría a su manera así que cada quien debía ser consolado de una manera. Parecía ser algo personalizado, hecho a medida.
Consolar a alguien sonaba como la acción más difícil para hacer.
De todas formas tendría que ir al funeral. Debía prepararse.
La vestimenta no era lo primordial, como expresión solo tenía su sonrisa para ponerse pero una sonrisa en un funeral era impertinente.
Ah, pero a Nighteye le gustaban las sonrisas, las risas y la energía.
—… Adiós, señor Nighteye —se despidió.
Lo hizo sabiendo que incluso si sus palabras hubieran sido llevadas por el viento y dado la vuelta al mundo, él no la escucharía.
No supo porqué lo hizo.
«¿Cómo se supone que le quitaré los movimientos a Midoriya?».
Escuchó que murió con una sonrisa en su rostro. Le pareció que los héroes más exaltados morían de tal forma. Sonaba como su estilo.
Sin embargo ella no moriría con una sonrisa. Los músculos de su rostro se relajarían incluso antes de que su vista se nublara, lo sabía. Tampoco estaba tan mal después de una vida sonriendo.
«¿Por qué me habrá llamado?», se volvió a cuestionar.
No eran particularmente cercanos como para que se sintiera feliz únicamente por ver su rostro. Se habían conocido hacía poco tiempo y no tuvieron una conexión mágica, así que, algo importante habría querido decirle.
Ya no había forma de saberlo. Y no había forma de enseñarle su rostro intacto por el cual Nighteye se había sentido culpable.
Pese a sus insistencias de querer volver a los dormitorios Aizawa decidió que ella también se quedaría allí hasta el día siguiente. No fue una decisión única, All Might y Recovery Girl igualmente estaban en el hospital. Se vio arrinconada y no intentó explicar sus razones.
Sabía que si les explicaba lo comprenderían, pero ya se había visto lo suficiente vulnerable ante ellos.
No hubo más que una evaluación médica formal, estaba sana. Aizawa tenía que felicitar al médico de la familia Hanamoto. Una vez cumplido Ikiru mantuvo su distancia limitando lo máximo posible su zona de movimientos, solo podía sentir a quien invadiera su espacio personal.
Limitar también gastaba energía.
Se mantuvo alejada del edificio, por lo tanto también de los demás. De vez en cuando iba a verlos, como si estuviera haciendo jornadas médicas, pero su lugar estaba en el parque.
Jugó con los de pediatría y algunos otros niños visitantes hasta que el límite de tiempo llegó para ellos. Uno de ellos incluso le regaló el juguete que estaba utilizando. Estuvo bien, cada tanto minutos se encargaba de dejarle en claro a su profesor que no había incumplido, que todavía no se había ido.
Aizawa estaba extrañado con ese comportamiento. Esperaba que se destacara, como siempre, tratando de jugar a la enfermera para opacar hasta a los médicos, yendo de acá para allá y de allá para acá. Sin embargo parecía respetar el lugar. Estaba inusualmente tranquila, lo notó especialmente cuando la vio jugar con los niños.
Aizawa lo dedujo tarde en la noche: a su alumna no le agradaban los hospitales. Lo supo después de que pasara horas sentada en un banco y ella propusiera que podía pasar la noche en un hotel de la otro calle para darle paso a los verdaderos enfermos. Desconocía el porqué, así que le permitió continuar con su libertad.
Solo tenía que aguantar hasta la mañana.
La noche fue lo peor. Se alejó lo más posible de las habitaciones cercanas y el corredor central. Evitó tanto como pudo.
Temprano en la mañana, ya vestida con el uniforme y esperando asistir a la U.A., Ikiru se dio cuenta que debió haber llevado con ella el maquillaje. Como heroína no consideró que sería prudente cargarlo cuando su misión no tenía nada que ver. Las ojeras y ojos enrojecidos de la mañana reflejadas en el espejo la hicieron cambiar de opinión.
Se había traicionado a sí misma.
Ikiru continuó soplando burbujas en el parque del hospital.
También había escuchado que Mirio, aquel chico rubio con el que Midoriya patrulló y uno de los 3 grandes, lamentablemente había perdido su poder debido al producto terminado.
Ella había podido terminar en esa situación también, lo sabía.
Consciente del quirk de rebobinar de Eri, Ikiru pensó que, quizá, no era un “para siempre” sino que volvería con el tiempo. Aún así, la espera podría ser larga y angustiosa. Además, quien sabía (definitivamente ella no), quizá la tecnología y las alteraciones suficientes podían darle esa capacidad.
También pensó que los yakuzas de igual manera habrían desarrollado alguna otra droga que pudiera contrarrestar aquel poder. Sonaba como un gran negocio. Venta de un arma capaz de quitar poderes y otra capaz de recuperarlos. Pero el transporte en el que Chisaki era transportado fue atacado y las evidencias se extraviaron, las esperanzas se eliminaron de ese lado.
Bueno, estaba Eri, la fuente. Si lograba controlar su poder, por supuesto.
Ikiru, desconociendo a Mirio y al inherente deseo de ser héroe, estaba más centrada en la noticia del incidente. Sabía que ella también había perdido su poder momentáneamente y fue complicado, pero seguía sin poder empatizar del todo.
Las lagunas cerebrales de Ikiru se habían expandido. Solo recordaba haberlo perdido, haber huido, Yuzzu y luego recuperarlo.
«¿Algún aliado? ¿Algún pequeño grupo ligado a ellos con la misión de continuar con su objetivo? Entonces Eri estaría en peligro», consideró ella. «No necesariamente un aliado… ¿La liga de villano, quizá?».
Pensó en Shigaraki.
Escuchó la voz de su tutora repitiendo: «Ahora no importa tu pasado»
Dejó de pensar en él.
Estar relacionada a All Might o All For One, no significaba mucho.
—Hana-chan, aquí estás. ¡Ya vendrán a por nosotros! —le avisó Asui—. ¿Qué estás haciendo?
—Nada —respondió antes de sonreírle.
Se debatió entre llevar el burbujero o no. Lo guardó. Sería una pena después de que el niño se lo regalara.
Asui, siendo tan directa como siempre, hizo varias observaciones no tan silenciosas.
—Pensé que tendrías una cicatriz.
—Tuve buenos médicos.
—Qué bueno. Estaba preocupada, pero te ves bastante bien… —expresó—. Parece que no has dormido bien.
—¿Disculpe?
—No te corregiste las ojeras.
Ikiru se giró sin mover su sonrisa.
Era sencillo deducir que había utilizado maquillaje para cubrirlas. Unas ojeras como las suyas no salían en una noche. No había sido un anterior error de maquillaje que la dejó expuesta.
Aún así, Asui era demasiado honesta para ella.
—Sí, olvidé mis correctores.
—Ya veo. Yo creo que no necesitas el maquillaje, pero —hizo una pausa— en la farmacia del hospital venden.
«Honestamente encantadora» se corrigió luego de que intentara ayudarla.
Ikiru la sostuvo de las manos.
—Gracias. Es usted muy linda, Asui.
Dejó detrás a una ligeramente sonrojada Asui antes de transportarse a la farmacia.
—¿No le dije que me llamara Tsuyu?
Utilizando su aceleración logró maquillar sus ojeras y llegar al mismo tiempo que Asui. Le dio una sonrisa cómplice que ella devolvió.
Uraraka también se percató de la herida desaparecida, pero siendo menos directa que Asui se lo atribuyó automáticamente a los médicos. Por su parte los chicos la pasaron por alto, Kirishima estaba inconsciente cuando se encontraron, por lo que no la vio, y Midoriya solo la vio de reojo antes de que el poder de Eri se descontrolara sobre él, así que creyó fue una alucinación.
«El daño fue reducido», se dijo a sí misma.
No había sido capaz (de manera voluntaria) de ver a Midoriya, así que solo le dio un apretón en el hombro cuando lo vio. Más intimidad que esa podría ser incómoda.
Midoriya comprendió su gesto.
La noticia se había hecho viral, así que al llegar a los dormitorios todos, o casi todos, demostraron su preocupación. Incluso esperaron su llegada reunidos en la sala común. Fueron asfixiados por la preocupación, luego Iida intervino para calmar a sus compañeros, pero una vez terminó su monólogo también demostró la intensidad de su angustia.
Seto los recibió con pastel de chocolate (Ikiru abrió la boca con gusto, no atenta a la morbosa mirada de Mineta), Yaoyorozu hizo té de hierbas de lavanda y Mina trajo el lindo conejito de Kouda para animarlos. Porque sí, estaban decaídos y no era un secreto.
Ikiru intentó acoplarse al estado de ánimo de ellos, pero le resultó insidiosamente difícil. Decidió ir a su habitación aunque fuera temprano. Después de todo no había dormido la noche anterior.
«Si no me hubiera alejado, quizá el señor Nighteye no hubiera…».
Se encontró con la curiosa mirada del alejado Bakugō sobre ella. Él estaba sentado en un mueble manteniendo su distancia del grupo, brazos tan cruzados como su entrecejo.
Ikiru y Bakugō se habían alejado, si es que alguna vez fueron consentidamente cercanos. Era un secreto a voces, todos notaron que ella pasó de molestarlo voluntariamente a hablarle solo cuando era necesario.
Había cambiado sus viejos problemas con Bakugō por un nuevo conjunto de problemas con Bakugō.
No evitaron preguntarse porqué, algunos hasta preguntaron: «¿Qué diablos le hiciste, Bakugō?», no hubieron respuestas. El mayor afectado había sido el grupo con el que compartían, especialmente Kirishima que, al ser relativamente cercano a ambos, solía estar en medio de ellos. No es que Ikiru lo ignorara, ni siquiera Bakugō lo hacía, era la extrañeza y tensión de la situación entre ellos. Como un «nada ha pasado entre nosotros, pero por ese “nada” decidimos volver a ser desconocidos sin ganas de conocerse».
Ante la duda surgieron tontas teorías para matar la curiosidad. Sero alegó que simplemente no se llevaban bien, así que cuando “Hana-chan” dejó de insistir en arreglar su relación esto pasó. Kaminari bromeó con un: «Seguramente Hana-chan se pasó con sus bromas de coqueteo y ahora ambos están tenso», lo que llevó a Mina a sugerir: «¡Todo este tiempo han tenido una relación secreta y la existencia de Yoarashi hizo que rompieran!».
Sonaba como una historia interesante, pero en unanimidad les pareció ridículo, por lejos la peor hipótesis.
A Ikiru, porque ella estaba claramente presente mientras hablaban, el hecho de que le pareciera lo suficiente masoquista para estar con alguien que intentó explotarla le pareció casi un insulto a su imagen. Lo dejó pasar, en ese caso él debía estar peor por estar con alguien que planeaba arruinar su sueño (en secreto y sin llegar a intentarlo, pero sí que trazó un plan) obviando el hecho de no amarlo en ningún sentido.
—¿Qué? —soltó Bakugō después de unos segundos de que sus ojos se encontraran, su expresión se había relajado un poco.
Caso curioso que fuera quien preguntara cuando él había sido quien atentó varias veces con hablar e Ikiru se quedó para escucharlo solo por no ser grosera.
—… No, nada.
Ikiru le dio la espalda para continuar hacia su habitación.
—¡Tú…! —volvió a escuchar su voz.
—¿Sí?
Esperaba que no quisiera hablar de lo que creía ella quería hablar. De por sí, esperaba que él dijera alguna tontería en vez de intentar entablar una conversación.
Una tontería que no la pusiera al borde de la exposición pues estaban en público.
El rostro de Bakugō se arrugó muchas otras veces antes de volver a decir: —¿Qué?
Los signos de interrogación no se escuchan. Es más bien un «qué» seco y sin voz.
Ikiru lo miró confundida. Le hablaba solo para decir eso en un tono tan grosero.
—Usted está… ¿bromeando o algo así? Porque no lo entiendo.
¿Era esa una forma de pedirle que volviera a bromear con él? A pesar de que dejarlo en paz era la forma de agradecer de Ikiru y evitar tener que volver a enfrentarse con él.
Eso o las explosiones finalmente quemaron sus neuronas.
El color rojo subió al rostro de Bakugō.
—¿¡Quién está bromeando!?
Volvía a ser igual de ruidoso.
—Supongo que usted no.
«Qué chico sin gracia». Y ese pensamiento era una gran ofensa proviniendo de alguien con nula gracia.
—¡Oh, Bakugō! ¿Has decidido dar el primer paso? —Para disgusto de Bakugō, Kaminari apareció con sus comentarios—. A que tú también estabas preocupado, eh. Eres un buen chico después de todo. Deja de fingir ser un chico duro —insistió picando su mejilla.
—¿Quién? ¿¡De quién diablos estás hablando!?
—Bueno, yo me voy a mi habitación —anunció Ikiru—. Los dejo, hasta mañana.
—¿Qué? ¿¡Eres una bebé!?
—¡Tú qué! ¡Yo me estaba yendo primero!
—¿¡Y tú eres un abuelo!?
Ikiru saltó hacia su habitación.
Estaba cansada. Sabía que dormiría. Dormiría hasta mañana.
Se puso el pijama, se desmaquilló y acomodó en la cama.
Sus músculos faciales relajados, hasta mañana sonrisa. Hasta mañana compañeros. Dormiría gratamente. Hasta mañana luna.
La próxima vez que abriera los ojos vería a su amigo estrella, el radiante sol.
«… Si hubiera estado allí, hubiera podido evitarlo».
O quizá no.
Hola de nuevo amiga satélite, luna de plata, olvida la despedida sin burlarte. Ese día también la acompañaría en su vigía.
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