› › T h i r t y - f o u r ‹ ‹
Las prácticas y reuniones no solo se realizaban los días de descanso, aunque esos días eran más intensos, después de clases también se llevaban a cabo.
La emoción continuaba, más que cualquier otra semana en general. Todos estaban enfocados en mejorar, alegres, nerviosos y emocionados. Mientras tanto ella lo veía todo detrás de una pantalla empañada de indiferencia.
Realmente prefería otras cosas antes que los festivales culturales. No sabía cuáles, pero otras.
lo que le resultaba extraño era la particular atención que ponía en los demás durante esa semana, antes también les prestaba atención, pero con las intenciones de saber cómo actuar y responder.
Ahora solo observaba, sin razón particular. Algunas veces intentaba adivinar cómo reaccionaría la persona frente a alguna dificultad o tarea asignada, usualmente fallaba.
Cuando a Dolce le dijeron que era absolutamente imposible decorar el escenario como habían planeado Ikiru creyó que haría un berrinche, sin embargo ella solo se preocupó, y junto a los demás coordinadores, buscaron soluciones.
También creyó que el relajado Kaminari se resignaría cuando estaban siendo duros con sus prácticas, pero él, seriamente, continuó.
Creyó que podía adivinar las reacciones del caballeroso Kirishima, el melancólico Todoroki, el sentimental Midoriya y el gruñón Bakugō.
Entonces Kirishima no la subestimó más por su género. Entonces Todoroki dejó de aislarse en su rencor y empezó a socializar torpemente. Entonces Midoriya no lloró aunque tuviera razones. Entonces Bakugō dejó de gruñir hacia ella y dejó su extraño odio.
Entonces ya no supo nada. Volvió a su papel de tonta.
Ikiru iba de vez en cuando a las prácticas para formalizar, siempre era simple adaptarse al ritmo que imponía Bakugō. También había estado evadiendo a sus compañeros en general dando excusas a diestra y siniestra. Por la dieta tampoco iba a la cafetería.
El campus era grande, así que perderse nunca fue un problema.
Bueno, de hecho, Ikiru sí sabía una cosa. Ya lo sabía.
Sabía que no tenía sentido el querer estrechar aun más sus lazos. La relación entre sus compañeros y ella se romperían pronto. Ella pronto se iría. Su tutora se lo recordó la última vez que se vieron, y ella se lo recordaba todas las noches.
Había completado una sección, se había acoplado y, creía, al menos la mayor parte de la clase la consideraba una apreciada compañera. Había formado el vínculo, no todos del mismo grosor, ahora tenía que alejarse hasta que se rompiera. No por cobarde, solo que sería más fácil para ellos, estarían menos heridos. Estaba tomando su responsabilidad con un último acto de bondad, ¿verdad?
Ya lo sabía.
Ellos no. Ellos lo sabrían cuando se fuera.
Esperaba que fuera pronto.
No, no pronto. El hecho de que se fuera solo significaba una cosa.
Oh, el pequeño y valeroso héroe.
En ese aspecto, esperaba que no fuera pronto.
Esperaba fuera nunca.
No por la relación con sus compañeros, solo por lo que estaba supuesto entre líneas.
No es como si pudiera hacer algo. Nunca se planteó hacerlo tampoco. Ella solo era una herramienta para un medio. Su propósito era servir, y ya.
No podía hacer nada para impedirlo, daba por hecho. La única habilidad que tenía era hacer exactamente lo que Sadashi le dijera que hiciera.
Su vida cambiaría. ¿Cómo sería? Desde luego seguiría viviendo para esperar el próximo día. La próxima semana. El próximo año.
No más una heroína. A Sadashi no le gustaban de todas formas. Desde un principio nunca había querido serlo, así que no había problema.
Todo estaría bien. Bueno. Todo estaría normal. No habría nada nuevo.
No había nada que podía hacer.
Nada. Nada. Nada. Nada. Nada. Nada.
Repetirlo hasta creerlo.
Al mediodía Ikiru ni siquiera había comido. La dieta no era el motivo. El hambre no se manifestó, así que no comió.
Según sus cálculos, desde ayer al mediodía no se manifestaba.
—¿Joven Ikiru?
Era All Might. No. No había más All Might, el Símbolo de la Paz. Era Toshinori, el profesor, el que una vez fue el Símbolo de la Paz.
Aquel que la dejó al cuidado de Hanamoto Sadashi hacía años.
¿Por qué?
Ikiru estaba encima de un árbol. Probablemente él se acercó al verla. Probablemente él ni sabía quién era, solo estaba actuando como un profesor comprometido. O como el héroe que ya no era.
Lo saludó con un gesto de mano y una ligera reverencia esperando que se fuera.
No lo hizo. Se quedó justamente ahí mirándola con atención, como tratando de sondear sus pensamientos con un poder que no poseía.
—¿Qué haces ahí, joven Ikiru? ¿Puedes bajar?
De poder, claro que podía. No era un gato travieso experto en subir pero que siempre olvidaba cómo bajar.
De un salto cayó, pero no con su habitual gracia de bailarina. Fue un golpe seco y sin importancia. Se dio cuenta después.
—Buenos días, señor Toshinori.
—Ya es de tarde. Es hora del almuerzo.
—… Buenas tardes, señor Toshinori.
Como si tuviera un sensor secreto, Toshinori pudo percibir un malestar oculto desde la distancia y al acercarse lo confirmó.
Algo parecía estar sucediendo con su joven y usualmente activa estudiante.
—¿Está todo bien? —trató de inquirir desde lo básico—. Hace tiempo no vas a mi oficina a tomar una taza de té.
Específicamente desde el semestre pasado.
—No he querido ser un inconveniente. Usted ha estado trabajando duro, mi presencia solo lo incordiaría.
El tono excesivamente formal había vuelto pese a que usualmente lo guardaba para cuando estuvieran en público.
—Nunca lo has sido. ¿Qué te ha hecho creer eso?
—Oh no, nada. Solo asunciones mías. —Agitó su mano como si espantara una mosca imaginaria.
Toshinori no le creyó, así que reflexionó. ¿Había hecho algo que le hiciera llegar a esa conclusión?
Su estudiante había estado rara desde hacía tiempo. Ya no se veían con tanta frecuencia. A pesar de ser su maestro y persona íntima (según él) solo se tropezaban en situaciones particulares, como cuando iba a pedir la dosis de medicamentos a Recovery Girl.
La última vez que la vio fue en el funeral de Nighteye. Antes también la había visto, el día que Nighteye murió. La vio a través de una ventana, sola en el parque, soplando burbujas en el parque del hospital mientras su mirada estaba perdida.
No pudo evitar pensar que en ese momento sí lucía como una niña, y ese detalle lo hizo inmensamente feliz. Así es como debían ser. Niños actuando como niños. Lamentablemente la futura generación de héroes debía madurar rápidamente para enfrentarse al mundo delante de ellos.
Se preocupó también. Conocía su motivo para evitar los hospitales. Entonces no se acercó a ella.
Volviendo al tema, realmente no llegaba a su cabeza razón alguna.
De hecho, sí llegó, pero la descartó por estima hacia su persona.
No creía que su recomendada hubiera dejado de demostrar interés en él porque se retiró, porque ya no era más el símbolo de la paz.
En realidad, solo lo descartó por su propio bien. Si fuera honesto, la alumna frente a él cada vez se parecía más a Sadashi y eso lo hacía sentir bastante incómodo.
Sin embargo, en ese momento la somnolienta muchacha no se parecía tanto.
—¿Quieres almorzar conmigo en la oficina? Podemos invitar a Midoriya.
—No, estoy bien —respondió como si estuviera en piloto automático—. No tengo hambre y el receso llegará pronto a su final.
Le hubiera resultado extraño el rechazo de la comido de no haber sido por la creencia de que ya había comido. ¿Por qué no lo haría? Con lo que comía la muchacha.
—Ah, entiendo.
—Sí.
Un silencio no-muy-cómodo se abrió paso y posicionó justamente en medio de ambos.
Toshinori se obligó a continuar con la conversación antes de que la muchacha decidiera por su cuenta que ya habían hablado lo suficiente.
—Así que, eh, oí que tu clase está planeando una presentación en vivo.
—Sí.
—¿Bailarás?
—No, no se me da bien.
A Midoriya menos. Y él sí sentía.
El reconocimiento tan abierto de que no era buena bailando le llamó la atención, usualmente rebuscaba alguna excusa que la hiciera quedar bien dejando la verdad entre paréntesis.
—¿Entonces?
—Tocaré el bajo.
Bien. Definitivamente sus respuestas cortas no eran buena señal. O, al contrario, eran una demostración de confianza.
No estaba seguro.
Lucía más como si quisiera acabar la conversación dando por hecho que estar contando las hojas de los árboles era más entretenido que estar con él.
—¿Estás en la banda? ¡Eso es cool!
La palanca cool quizá había sonado un poco demasiado forzado y fuera de su nuevo rol. Como un viejo tratando de encajar con la nueva generación y sus modernismos. Un viejo que no había logrado encajar.
Ikiru no demostró interés.
—Cool, eh. Sí. Cool. Eso es algo que Kaminari y Ashido suelen decir. Está un poco fuera de su personaje.
Sin embargo se burló superficialmente. Un punto positivo.
Toshinori rio ligeramente.
—Bueno, supongo que debo irme —avisó—. La próxima vez que estés libre, ¿podríamos tomar el té? No me molesta.
—Está bien —cantó arrastrando la e—… All Might.
Lo había llamado, no despedido. Su tono fue diferente.
Ni siquiera había llamado a su nombre, lo hizo al héroe. Siempre había sabido separarlos. Estaba llamando al héroe, más que eso, o estaba solicitando.
Toshinori no pudo evitar la tentación. Sabiendo que no debía, se transformó en su forma heroica.
—¿Sí? —preguntó y la forma se desvaneció a los segundos dejando un rastro de sangre.
Ikiru no estuvo segura qué preguntar. ¿Cómo se iniciaban las preguntas, de nuevo?
¿Por qué? ¿Cuál? ¿Qué? ¿Quién? ¿Cómo?
Lo que importaba era el signo de interrogación. Ese detalle le sobraba.
¿Usted me salvó? ¿Por qué me salvó? ¿De qué me salvó? ¿Cuál es mi relación con All For One? ¿Cuál es mi relación con usted? ¿Qué sucedió el día en que su maestra murió? ¿Por qué figuraba como mi tutor? ¿Por qué me abandonó? ¿Por qué me dejó con Sadashi en cambio? ¿Por qué la dejó a su cargo? ¿Qué sabía sobre Sadashi? ¿Qué sabía sobre su persona? ¿Sabía su origen? ¿Había conspirado con Sadashi? ¿Había estado de acuerdo en lo que fuera que Sadashi hubiera hecho con ella?
No lo había estado, ¿verdad?
Si, hipotéticamente, le contara sobre la verdad sobre Sadashi, ¿le creería?
Si, hipotéticamente, tuviera la capacidad para ayudarlos, ¿lo haría?
Si… Si, hipotéticamente, ella no estuviera dispuesta a hacer lo que debía hacer, ¿la ayudaría? ¿La salvaría? ¿Podría hacerlo? ¿Querría hacerlo?
¿Salvaría también a Yuzzu, un villano?
—… ¿Las personas que no están relacionadas con la U.A. pueden asistir al festival cultural?
No importaba. No haría esas preguntas. Solo lo pensó.
Sadashi ya le había dicho que lo olvidara.
Toshinori ladeó un poco el cuello. Se había vuelto a equivocar. No estaba solicitando al héroe al fin y al cabo.
—No es que esté estrictamente imposibilitada su entrada, pero estamos tomando medidas de prevención extra. Esta vez será la primera vez que sea así —informó rumiando—. Sin embargo, se pueden abrir excepciones mientras sean pre-aprobadas y obtendrán un pase temporal.
Ikiru asintió ante la información que, aunque podría ser útil, no iba a utilizar.
—Ya veo.
—¿Quién es? ¿Alguna amistad?
Ah, podía haber sido por simple curiosidad, pero él ya lo había personalizado.
Podía seguirle el juego. Solo para no abandonar esa luminosa mirada inquisitiva del mayor.
—¿Amistad? —pensó en voz alta—. Sí, supongo.
Toshinori se mostró gratamente sorprendido.
La joven se había mostrado con anterioridad abiertamente reacia hacia las relaciones amistosas. Tomando al pie de la letra las descripciones poéticas sobre esa relación, las veía como un vínculo demasiado profundo y no apto para una persona como ella.
Le pareció un poco tierno, pero también solitario. Demostró respetar bastante aquella relación. Ni siquiera ante el noviazgo se mostró de esa forma. Fue como si la amistad significara el inicio y final de todas las cosas. Una blancura superflua que no se atrevía contaminar.
Como una debilidad de la que podía huir si lo intentaba.
Y ahora resultaba que tenía una amistad. Una debilidad inicua. O algo así.
De cierta forma había creído su primer vínculo amistoso lo formaría con Midoriya. Ese no era el caso. Como estudiante de U.A. su pupilo no necesitaría un pase para el festival.
Le daba más curiosidad de la que debía.
—¿Quién es? ¿Le conozco?
—Conocer que usted lo conozca, no lo sé. Él sí lo conoce a usted, desde luego. Es admirador suyo.
«Él» era un «él».
Qué dato curioso, especialmente considerando que había estudiado en una secundaria femenina. Significaba que tampoco era una amistad que había hecho en la secundaria.
Al menos, claro, que fuera uno de esos casos en el que hubiera pasado una transición de género, últimamente había escuchado hablar sobre ello con más frecuencia.
Entonces también recordó al chico de Shiketsu. Había oído hablar un par de veces. De hecho hizo una investigación cuando escuchó, de “casualidad”, que se le había declarado en público a Ikiru y ésta no lo hizo rebotar de inmediato. Cuando acompañó a Bakugō y Todoroki a la prueba para la licencia provisional también vio el regalo que le envió a su alumna.
Present Mic hizo un escándalo al respecto que casi provoca Bakugō explotara los postres y quemara con particular recelo al chico por hacerle pasar vergüenza. El espíritu animado del héroe quiso ver cómo se desenvolvería el asunto y él no se opuso, pero Recovery Girl los detuvo a ambos haciendo meollo en sus edades y trabajo.
—¡Oh! ¡Debería conocerlo entonces!
Como si se tomara el tiempo para conocer a todos sus admiradores.
Sería un poco difícil. Quería comprobar que la persona en cuestión no estuviera aprovechándose de ella por su estatus y todo esos privilegios.
Especialmente, Nighteye le había advertido sobre ciertos detalles de la no-tan-pequeña Ikiru.
Ikiru pareció pensárselo seriamente. Como si nunca hubiera sido una posibilidad.
—Usted debería —murmuró, somnolienta.
Hubo un especial énfasis en «debería».
Ella había aceptado.
—¡Entonces tráelo al evento!
El director había sido muy claro al respecto, pero, pensó él, solo era uno, así que no habría problema.
Ikiru lo miró como si se hubiera perdido desde el inicio de la conversación.
—Bueno —accedió.
Se preguntaba qué cosa ella iba a traer al evento.
El siguiente fin de semana llegó. El tiempo avanzaba sin apuro ni pausa. Al menos para ella, para los demás, los entusiasmados y ansiosos, el tiempo iba con tremendo apuro o pasaba como un caracol.
En fin, la fecha se acercaba.
¡Flores!, dictaminó un día Dolce.
—¡Las flores son la parte clave, Hanamoto! Olvida la corona, con tu poder bailarás al compas de las flores y luego harás que lluevan sobre el público, ¡será hermoso! ¡Como un hada!
La estilista encargada de su cabello, quien parecía ser la secretaria, la miró con obviedad. De nuevo, ella había sido la única en tardarse. Incluso las rivales ya habían asumido esa jugada.
Era tan cliché y adecuado a su apellido. Definitivamente funcionaría.
Dolce seguía haciéndole ajustes a los vestidos, una vez definido su estilo las opciones se redujeron a dos. Su rutina, más como la prueba de talentos, también había sido confirmada. Ya habían decidido que abriría el concurso y Nejire lo cerraría.
Viento en popa, a ganar.
En cuanto a la banda, asistía a las prácticas a diario pero no continuamente. Usualmente llegaba al inicio, se iba y volvía durante el intervalo con aperitivos, aunque no todos tomaban un descanso. Volvía a irse y regresaba para la práctica final.
Contrario a las quejas de sus compañeros, a Ikiru esa rutina que le dedicaba a la banda le parecía bastante consistente. En esos momentos eran el grupo de compañeros con los que más pasaba tiempo.
En otro punto, los dolores de cabeza y la somnolencia no parecían tener planeado marcharse (pese a todo a Dolce le gustaba como quedaba la somnolencia con su imagen). El hambre tampoco volvía.
No eran señales nada buenas.
—¡Una vez más!
El día llegaba y las prácticas se ponían intensas. También había acordado ayudar a los de producción con su quirk mientras estaba en el escenario. Un par de cosas que hacer, estaba bien con ella.
Las ocupaciones sí, la somnolencia no. El cansancio la volvía un poco honesta. Pronto volvería a atacar.
Mientras tocaban los vio divertirse. Los tiempos estaban más acordes, Kaminari ya no iba tan deprisa, la voz de Jirō era clara y Bakugō no atentó con ninguna improvisación. Fue bueno, la mejor de las prácticas a conjunto.
Todos felices. Excepto la infeliz. ¿O la no-feliz?
No dudaron en mostrar su alegría a conjunto con una pequeña celebración en cuanto terminaron. No los había visto tan felices desde que la mayoría consiguió la licencia provisional. Incluso Bakugō se veía… mucho menos irritado (tocar la batería le había servido para gestionar su ira).
Eso hacían todos: sentir. Los sentimientos movían al mundo.
El cansancio hizo un pequeño corto circuito en su cerebro. Por ese tipo de sucesos Sadashi siempre buscaba la forma de que Ikiru durmiera, incluso si tenía que hacerlo por medio de drogas. No podía dejar que su cría se atrofiara, pero Sadashi no estaba cerca.
Entonces Ikiru, espectadora recurrente de alegrías y frustraciones, empezó a inquirir con auténtica curiosidad.
¿Cómo era posible que todo el mundo funcionara y ella no fuera capaz de hacerlo? ¿Por qué todo el mundo conseguía vivir adecuadamente, mientras ella parecía tener algún tipo de error en su programación?
Desde su cristal de falsa protección, le pareció curioso.
En ese caso, deberían reprogramarla. O, simplemente, eliminarla con todo y error por si era una condición contagiosa.
No lo era, lo sabía, pero el cansancio no le permitía discernir.
—¿Es así de divertido? —se aventuró a preguntar sin pensar.
Era una pregunta para sus adentros, pero se exteriorizó.
—¿Qué cosa, Hana-chan? —le preguntó Jirō entre sonrisas.
—Tocar —soltó.
No creyó estar diciendo nada malo. No se percató de la mirada de Jirō. Desconocía la sensibilidad de la música.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Yaoyorozu—. Tú estás tocando también, ¿no te parece divertido?
—Yo toco. Solo toco. ¿Divertido? No lo sé.
No creía que la música tuviera que ser divertida. Los chistes sí, las bromas sí, las comedias y hasta la desgracia ajena en menor grado, como una caída o un error mínimo. En esos momentos se le había enseñado que tenía que reír. Pero ¿reírse por la música? Eso era auténticamente nuevo.
—¿Solo tocas por tocar?
—Toco porque puedo tocar, si no pudiera no lo haría —ilustró—. Con mi poder, puedo imitar los movimientos. Puedo tocar cualquier instrumento de esa forma. Sin variaciones, solo copias.
Hablaba medio en broma, como solía hacerlo siempre, pero sus palabras eran serias.
—Suena como si estuvieras haciendo un plagio oscuro —opinó Tokoyami.
—¿Tocar cualquier instrumento sin problemas? Eso suena genial, ¿no podemos intercambiar poderes? —bromeó Kaminari.
Ellos dos no se lo tomaron con particular seriedad, pero el estado de ánimo cambió. Bakugō decidió tocar haciendo un solo de batería queriendo que dejaran de prestarle atención a Ikiru, pero estaba atento al desarrollo del tema.
—Entonces, ¿qué es la música para ti? —cuestionó Jirō.
No todo el mundo tenía auténtico interés en el arte musical, especialmente no tanto como ella, pero tenía genuino interés en la respuesta.
—Es sonido —respondió con total obviedad.
Esperaron que continuara, como si dieran por hecho que estaba haciendo una pausa dramática. Pero no, eso fue todo por su parte. Una respuesta superficial.
Bakugō tocó con más fuerza.
—¿Sonido? ¿Eso es todo?
—Suena un poco vacío…
—¿Y dónde quedan las emociones? ¿No te parece increíble la sensación de tocar? ¿El imaginarte frente al público? ¿La piel de gallina? ¿Dónde dejas todo eso?
Mientras, Tokoyami le reprochó a Bakugō por su intensidad con las baquetas, que parecía las rompería.
Con la sonrisa más brillante e inocente que Ikiru podía brindar, dijo: —No hay nada de eso.
Jirō la miró extrañada.
Kaminari estalló en risas.
—¿Qué hay con eso tan antinatural? ¡Lo haces sonar como si no tuvieras emociones! —bromeó—. Me recuerda a una historia para niños. ¿Es por eso que siempre andas sonriendo? ¿Eres un cascarón vacío? ¡Eso es gracioso!
Kaminari solo se reía de sus chistes sin sentidos, pero estaba en lo correcto.
«Eso es. Antinatural».
Por supuesto, ella era un cascarón vacío. Ahora Kaminari podía reírse, pues no lo sabía. Al saberlo cambiaría su risa por horror.
Normalmente, les parecería horrible su condición. La verían como una psicópata capaz de traicionarlos en cualquier momento, y lo peor sería que estarían en lo correcto.
Tendrían razón si la vieran con horror. No sé ofendía
Bakugō sabía algo sobre el tema, por esto la relación había cambiado y no para mejorar. Pobre de él. Seguramente le tenía lástima, no conocía a detalle su situación, la lástima venía antes que el horror.
Fue como haber tocado por descuido una zona herida. Pero no lo notaron, Ikiru siguió con su tarea agitando su melena sin dejar de sonreír.
Bueno, uno de ellos sí que lo notó.
Los comentarios hicieron que Bakugō parara de tocar bruscamente y le llamara la atención.
—¡Kaminari!
Lo había llamado por su apellido mientras se veía auténticamente nervioso. No «idiota» ni algún otro insulto mínimamente similar u ofensivo. Eso robó la atención de los presentes.
Ikiru no tardó en constatar que lo había hecho porque sabía más de lo se supone debía saber. El ruido que había estado con la batería y su insistencia en volver a practicar no solo se debía a su ánimo competitivo, quería detener el rumbo que estaba teniendo la conversación.
La mirada de Ikiru lo atravesó.
—Bakugō acaba solo de… ¿Me acaba de llamar por mi apellido?
—Puede que te vayas a morir hoy, viejo —dijo Tokoyami con total honestidad—. Nos vemos en la oscuridad.
—¡Para con eso, cuervo!
Desviando la mirada Bakugō regresó a su estado casi en automático.
—¿Qué diablos están haciendo perdiendo el tiempo? ¿Por qué no vuelves a ensayar, idiota? Todavía ibas demasiado rápido.
—¿¡Qué!? ¡Pero si lo hice perfecto! ¿No, Jirō?
Jirō estaba pendiente a la dejada de lado conversación con Ikiru.
Tenía la extraña necesidad de hacerle ver la belleza que habitaba en la música.
—¿Es por eso que no te interesaban los ensayos? ¿Por qué no le encuentras gusto a la música? ¿Te parece aburrida? —cuestionó—. No entiendo porqué te ofreciste para el bajo entonces. No debiste…
No lo había dicho con mala intención, y pensaba todo lo que dijo, pero de todas formas se calló arrepentida. Yaoyorozu la miró entre sorprendida e incómoda. Jirō dio por hecho que había sido muy intensa.
La tensión del entorno era casi palpable y afectaron la sensación general de comodidad.
Ikiru solo exhaló con rendición.
Solo volvería a mentir. La verdad siempre la ponía en situaciones incómodas evitables.
—Discúlpeme…
No era más que una disculpa sin peso. Ni siquiera sabía porqué se disculpaba. Lo hacía porque suponía ellos querían, haría lo que quisieran ya que, después de todo, su objetivo era gustarles.
O no.
Ya podía cambiar la estrategia, de hecho era un buen momento.
El momento ideal para tensar un vínculo se presentó sin intención y no lo desperdiciaría
—De hecho, usted está en lo correcto —reconoció—. No sé porqué me ofrecí. Me disculpo, en serio, he sido demasiado irresponsable y esto solo será peor. —Se quitó el bajo y lo entregó a su dueña—. Me rindo, renuncio. Gracias por todo.
Así, huyó desapareciendo de la sala.
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