› › T h i r t y ‹ ‹
Un laberinto.
Por más que hubieran encontrado el pasaje secreto, gracias a la visión nuevamente, las cosas no se hicieron más fáciles.
—Señor Nighteye, me temo que tenemos un problema —le había advertido en cuanto invadieron la casa—. Los pasillos están en constante movimiento.
Ella solo le daba horribles noticias, guiándose por las expresiones del hombre podía asegurar que eso estaba pensando.
La casa tradicional era un laberinto adrede, pero no sabía si era gracias a una peculiaridad de alguno de los villanos o por algún otro truco bajo la manga.
Por más que Nighteye utilizara su visión nunca esperó un camino directo al cabecilla de la organización, pero siendo de tal forma se vieron bajo la obligación de dividirse. Por supuesto, Nighteye le advirtió a Ikiru que tenía que mantenerse cerca de él o, por lo menos, bajo la atención de alguien más. Contraproducente para ella. Desde el principio dejaron en claro que los novatos tenían que tener especial cuidado por lo que debían estar con lo que Ikiru denominó “sus empleadores” durante la pasantía.
«Captado» había dicho con una sonrisa en su rostro. Ella no lo captó del todo.
En su defensa, los discursos hacían que perdiera su capacidad de atención. Sin embargo eso había sido unos minutos antes del caos. Actualmente ella no podría ni intentar levantar un argumento a su favor.
El cuartel general era un laberinto, se volvió a repetir. La peculiaridad de Ikiru era más útil cuando exploraba las zonas, así podía moverse con más agilidad y rapidez a voluntad, y, para bien o mal, ocasionalmente solía explorar casi en contra de su voluntad como si fuera un efecto secundario de su poder (en realidad solo se perdía).
Ese suceso (que se perdiera) se llevó a cabo hace menos de 10 minutos. Y antes de que su peculiaridad también se perdiera.
Para agilizar la búsqueda y captura los equipos se dividieron. Tanto Asui como Uraraka formaron parte del equipo externo con su respectivo líder, aquella heroína que se convirtió en dragón y detuvo al hombre enorme que los atacó en la entrada. De esa forma evitarían que los villanos huyeran o entraran más refuerzos y a su vez protegerían el alrededor. El equipo en el que se encontraba Kirishima serían más de pelea directa y, claro, búsqueda. No tenían forma de saber en qué parte del gran lugar se encontraba el líder, así que ayudarían a abrir el camino y disminuir la cantidad de enemigos. Estando en el mismo grupo Nighteye sería más agresivo, no por nada estaban confirmados de grandes héroes, e irían a salvar a Eri.
Por supuesto, no fue un pacífico o silencioso asalto. Habían confirmado varias veces que era el lugar correcto por lo que no se contuvieron. Y desde el inicio hubieron contratiempos, al menos los suficientes para que los profesionales no tuvieran tiempo de preocuparse por ella.
Los enemigos yakuzas salieron disparados por las alarmas e iniciaron una fuerte resistencia. En general fueron fáciles de diferenciar por esas peculiares máscaras de pico características de la época de la peste negra, eran parecidas mas no iguales a la del hombre que iba con la niña aquel día que se encontró con Yuzzu.
Nighteye y los otros solo pudieron entender lo que dijo la menor cuando rompieron el sólido bloqueo únicamente para ver a las paredes distorsionarse.
Se adentraron en un escenario de total frenesí de combate, pero sospechaba que el auge todavía estaba lejos de empezar. Todos, o al menos la mayoría, estaban centrados en el objetivo y determinados.
Determinados a ganar y salir con vida. Esos eran los enfoques más importantes en una misión real independientemente del lado en qué se encontraban.
Bueno, no era la primera vez que contemplaban una situación así. Podría contarlas incluso, pero ese hombre que se abalanzó contra ella la distrajo de hacerlo.
El yakuza era un hombre de más de dos metros que tenía una fuerza derribadora de muros, una molestia, así que Ikiru se preparó para enseñarle la relación entre movimiento y peso cuando fuera a por la segunda embestida, pero, para favor o contra, el otro héroe arrogante que no dejaba de menospreciar a los estudiantes lo atacó rápidamente. Sin molestarse porque hubieran interrumpido anuló su poder, pero el yakuza robusto solo desapareció entre el piso y las paredes de madera.
Un escape específicamente para él.
—¡Debes tener cuidado, niña!
Aunque se mostró sinceramente preocupado, Ikiru no se molestó por agradecer ni discutir.
«¿Atravesó? ¿Está relacionado a la intangibilidad? ¿Se habrá fundido?» se preguntó buscándolo. «No, abrió la pared. No fue él. Hay alguien en las paredes».
Fue entonces cuando las paredes, el piso y el techo empezaron a moverse de una forma que la mareó. Todo se comenzó a agitar. Las paredes empezaron a intercambiarse, el techo a bajar y los pasillos a desaparecer de manera que se sintieron como si fueran ratas en un desagradable experimento.
«El culpable está en las paredes. Leí sobre esto en el informe. ¿Cuál era el nombre? No importa. Mimetismo. Está controlando el escenario porque entró en él».
Ikiru dio por hecho que debía hacer algo al respecto. Cerró los ojos para concentrarse. Recibió varios regaños por eso.
Ya estaba lo suficiente mareada como para pensar en ello.
«Si está en todo el lugar solo tengo que destruirlo todo. No. Eso sería peligroso. Tengo que buscarlo».
Varios héroes gritaron algo sobre mantenerse unidos, pero Ikiru sintió la respiración del mimetista. Cuando los héroes estuvieron unidos y antes de que el suelo se abriera tragándolos, Ikiru corrió en dirección contraria siguiendo aquella respiración asumiendo que aquel topo era el causante de su mareo, ah, y del laberinto que entorpecía la misión.
Ikiru se dio a sí misma la tarea de cazadora.
Entre saltos cuánticos de su parte perdió aquellas voces que se agitaban detrás suyo, gritando por la caída y por ella. Los policías también quedaron detrás suyo. El supuesto topo notó que habían ido a por su cabeza y emprendió la huida sin saber que no podría superar la rapidez del mismo movimiento.
Ikiru dio un pisotón que provocó genuinos temblores sísmicos muy distintos a la manipulación del topo. El movimiento localizó al topo y de un gesto con su mano empleó la cinética para sacarlo de su escondite. Empleando peso físico sin necesidad de tocarlo mantuvo al hombre fornido de cabello puntiagudo atrapado contra el piso mientras se removía quejándose.
No tenía máscara.
Ikiru soltó lo más parecido a un suspiro para dar la vuelta y encontrarse con paredes sólidas exageradamente anchas y altas en el lugar donde debían estar sus aliados. O al menos la policía.
Entonces Ikiru lo supo. Estaba en problemas. Serios problemas.
O como lo diría el asertivo Bakugō: «Estás jodida».
Daba por hecho que Nighteye y Aizawa la aniquilarían socialmente
Entonces dio la vuelta encontrándose con dos molestias ayudando al otro.
Fue relativamente sencillo deshacerse de esos dos, pero por las habilidades del más pequeño el topo escapó. Ikiru dedujo que el topo debía ser una clave en la estrategia del enemigo como para que estuvieran dispuestos a sacrificarse por él.
Eso le daba más razones para atraparlo.
Decidida a encontrarse con el equipo que sin querer abandonó formuló una excusa coherente en su mayor parte honesta. El problema era que habían muchos movimientos, y ella estaba perdida. Sería una molestia encontrar sola al líder criminal, desconocía mas no subestimaba la fuerza que poseían los yakuzas. Y estaba sola, debía andar con cuidado.
«Parece que tendré que destruir este laberinto para huir».
Rompió todo un muro antes de encontrarse con lo que la pondría en mayor desventaja.
Detuvo en el aire con su mano lo que le lanzaron y, mientras analizaba aquella cosita que apenas podía ver, recibió un pinchazo casi imperceptible.
Un dardo. Era realmente pequeño. ¿Cómo podía ser tan pequeño y efectivo?
Esperó perder la consciencia. Pero no pasó. Un ligero mareo y dolor que se extendió por todo su cuerpo sí. Hubiera preferido perder la consciencia.
Ikiru agarró a uno de ellos como garantía y corrió tan rápido como se lo permitió el tiempo. Y entonces su velocidad cayó en picada y sintió cansancio.
«Y entonces no pudo utilizar su quirk…» recordó las palabras de Kirishima.
Lo comprobó. Había recibido la misma droga que le inyectaron al compañero de Kirishima, de aquella que justamente habían comentado en la reunión.
Se encontraba sola y vulnerable.
Jugueteó un rato con el dardo que pudo atrapar antes de decidir qué hacer. No era favorable su situación, estaba en bastante problemas. Luego, lo echó en uno de sus bolsillo.
«¿Y qué? ¿Me quedo sentada hasta ser rescatada o que me maten? Eso suena como un chiste».
Ikiru tiró al sujeto noqueado y se estiró un poco antes de inspeccionar tanto el lugar como su situación.
Una situación adversa.
Era raro no poder utilizar su peculiaridad. Como si tuviera los hándicape sin poder quitárselas. Sin embargo, tampoco era el fin de su mundo.
No es que tuviera tiempo para llorar, quejarse o simplemente no hacer.
Podría sobrevivir… probablemente. Todavía tenía sus brazos, piernas, su ingenio y un par de utensilios en sus bolsillos. Siendo cautelosa podría lograrlo si se lo proponía. Quizá.
«Una nueva experiencia» pensó tan frívola como acostumbraba. «¿Puedo sobrevivir sin mi poder en medio del peligro? Es la pregunta».
Lo primero que hizo fue deshacerse de cualquier cosa que la vinculara con los héroes. Desnudó al enemigo vistiéndose como pudo con las vestimentas contrarias diferencia de altura no la ayudó. Además, el marrón en definitiva no era su color.
«En cuanto recupere mi poder me encargaré de esos enanos y el topo» zanjó.
Recogió su cabello, se colocó la incómoda máscara, se vistió con la túnica (que estaba inesperadamente limpia) y lo despojó de todo lo útil que tuviera. No entendía porqué llevaba un bolso si sólo tenía una navaja, aunque esperaba encontrar más dardos sí encontró unas jeringas con un líquido extraño.
«Robar más drogas también sería útil».
Vistió al enemigo con su traje heroico como pudo, pero no tuvo mucho para ocultar su cuerpo.
—Si fuera un jefe yakuza, ¿en qué parte de este desastroso laberinto en forma de minka pondría mi laboratorio o cuarto de aseo mafioso?
Así fue como Ikiru se adaptó a su vulnerable situación y empezó a caminar. Ocultándose, siendo sigilosa y pasando desapercibida. El disfraz y el caos la ayudaban a disimular, pero no se encontró particularmente con muchos yakuzas.
No es como si tuvieran tiempo para andar desconfiando de un infiltrado sin pruebas. Sería más complicado encontrarse con el bando de los héroes.
Estando en camino a su destino, en realidad vagando sin rumbo y perdida por más tiempo del que le gustaría admitir pero consciente de que lo primordial era no detenerse, llegó.
No era el grupo de Midoriya o de Kirishima, quienes debían estar en acaloradas batallas, tampoco era un laboratorio, y sospechaba que el laboratorio no se encontraba en la minka, pero sí un cuarto de aseo. No lo más útil, pero sí un poco útil.
Obviamente no había seguridad. ¿Quién querría robar productos de limpieza durante un asalto? Pues ella.
Con una horquilla abrió la puerta. Echó varios productos en su nada lindo pero útil bolso. Se ajustó la máscara y cerró la puerta.
—¿Vas a limpiar sangre de héroes? —escuchó decir a una voz grave y mecánica sus espaldas—. Creo que el jefe acepte que el aseo puede esperar hasta que la batalla concluya. Es gracioso imaginar a alguien limpiando en medio de una pelea, pero es peligroso. No dudo que te consideren de los miembros más útiles, siendo el de limpieza, así que…
Ikiru se giró esperando ver la máscara de peste del parlanchín, pero en su lugar había una de conejo.
No se podría decir que se miraban directamente a los ojos por el estorbo de las máscaras. Siendo plenamente consciente de ello el parlanchín sostuvo el pico de la máscara contraria para quitársela, sin embargo un golpe con el bolso lo detuvo y tiró al suelo.
—¿Qué haces? —dijeron al mismo tiempo.
Detrás de la máscara de conejo, sus ojos brillaron.
—¿¡Ikiru!? —Recibió otro golpe directamente en la cara.
Él se quejó múltiple veces por esa brusquedad.
—Sí, sí, sí. —La voz salía amortiguada por su máscara—. ¿Puedes callarte? ¿Por qué vas preguntando a la gente si son “Ikiru”?
—Porque sabía que eras tú, no conozco a alguien más que se sienta como tú. Y mierda, Ikiru, mi cara no es un blanco de golpe, sabes. Dolió. ¿Qué rayo tienes ahí? ¿Piedras?
Ikiru le volvió a hacer un gesto para que cerrara la boca. Escuchaba como se acercaban.
—Creo que estoy en problemas, Yu.
—¿Estás perdida?
—Esa es una parte de mi problema, sí —dijo volviendo a abrir el armario—. Y todo mi problema es tu culpa.
—¿Qué? ¡Pero si acabo de llegar!
Olvidando que tenía la máscara Ikiru le dirigió una forzada mirada de advertencia. A pesar de todo Yuzzu la captó. Ikiru escuchó los susurros no tan lejanos de personas.
Ambos entraron al armario. Para cuando pasaron no fueron vistos.
—Como habrás notado, esto es un asedio organizado por varias organizaciones heroicas.
Yuzzu sonrió sin saber completamente qué significaba la palabra “asedio”.
—Sí. Gracias por la ayuda.
—¿”Gracias”? —Con sus dedos borró la sonrisa de Yuzzu—. Gracias a ti…
—Oh, qué linda.
—No, Yu, gracias a ti me metí en problemas. Les dije y me tacharon de sospechosa porque ya habían iniciado investigaciones, ¿y por qué yo lo sabía? Estaban tramando el asedio desde antes. Tuve que venir como garantía de que no era una trampa ni soy una espía de los yakuzas.
—¿Es así?
—Entonces me perdí porque un topo me mareó.
—¿Qué? ¿Esas son palabras claves? ¡No entiendo!
—Y me drogaron. Estoy vulnerable.
Yuzzu palideció.
—¿Qué te qué?
—No puedo utilizar mi poder ahora, pero tengo una idea de…
De Ikiru tener su peculiaridad activa hubiera sentido como el corazón de Yuzzu se volcó.
—¡Espera, espera! ¿Qué quieres decir?
—Me inyectaron alguna droga que me volvió incapaz de utilizar mi quirk —resolvió con simpleza—. ¿Tienes esa receta o sabes dónde están esas drogas?
Yuzzu, por estrés, acarició desde su cuello hasta toda su cara por encima de su máscara. Luego se quitó la máscara dándole una vista a su expresión que enrareció a Ikiru.
Viendo sus intenciones de gritar Ikiru se lanzó para taparle la boca efectivamente haciendo que se ahogara.
—¡Estás en peligro! —dijo quitando las manos de la fémina.
—Sí, y tú tienes menos sentido común que yo.
—Esto es malo…
—¿Tú crees?
—¡Podrías no volver a utilizarla! ¡La droga ha sido mejorada!
Ikiru tardó en captar la información y procesarla. Su nariz se arrugó, no sé suponía que debía ser así. En la reunión se lo advirtieron, pero ya que habían puesto de ejemplo al compañero de Kirishima no supuso eso, se le hacía incomprensible una droga tan fuerte y complicada, los villanos habían hecho bien en ocultarlo.
Pero en vez de indagar más una sonrisa surcó su rostro causando el escalofrío de Yuzzu.
Una lástima perder tal peculiaridad, pero tampoco era el fin del mundo. Aunque quizá sí de su mundo.
—Tendría que dejar la U.A. entonces.
Y, en tal situación, ¿cómo podría matar a Midoriya? No podría.
Últimamente era bastante buena viéndole el lado positivo a las situaciones.
—Ikiru, no me digas que dejaste que te la aplicaran adrede —no fue una pregunta, y hubo ansiedad en su voz.
¿La habrá delatado la sonrisa?
—¿Bromeas? ¿Cómo podría saberlo? ¿Y en este lugar? Sería un suicidio.
—¿Es eso?
Le resultaba difícil pensar que cometió un error de cálculo cuando era del tipo que se dejaba golpear para contratacar.
Ikiru arrugó la nariz viendo a Recovery Girl en Yuzzu. Le trajo recuerdos.
—¿Por qué todo el mundo piensa que soy una clase de niña suicida? Quiero decir, no es que le tenga apego a la vida ni tenga instinto de supervivencia pero tampoco es que quiera morir. —Dándose cuenta de que no sonaba convincente quiso rectificar—. La respuesta es no.
El peso que Yuzzu tenía sobre sus hombros cayó.
—Vamos, te llevaré hasta donde tus aliados.
—Qué útil. Gracias.
De alguna forma Ikiru discernió la sonrisa orgullosa del muchacho. Debía ser agradable que dependiera de él por primera vez.
Lo golpeó cuando salían del armario.
—¡Oye!
—Oye —dijo una tercera voz.
Alto y con la máscara puesta, cosa que ella no. La mayoría se veía igual, así que tuvo dudas entre sí era el topo o no. Era más lánguido que robusto, sin embargo sus ojos sobresalientes bajaron directamente hacia ella.
Así que Ikiru sólo actuó, a sus espaldas soltó un frasco.
Con poder o no, seguía siendo rápida y ágil. Más importante aún, tenía conocimientos.
Le roció los ojos con gas pimienta cortesía de su tutora, al primer grito se abalanzó quitándole la máscara, lo golpeó en la parte trasera de las rodillas, lo empujó en el armario y trancó la puerta.
Yuzzu la miró sin saber qué hacer.
Los golpes contra la puerta no tardaron en llegar, así que le indicó al muchacho que se afirmara contra la puerta. Mientras tanto Ikiru se las apañaba pegándole una navaja a la punta del palo de una escoba bajo la atenta mirada de Yuzzu. Unos minutos después los golpes cesaron.
—Abre la puerta, Yu.
—¿Qué? ¿Estás loca? ¡Nos atacará!
—Oh, no es locur: es curiosidad. Y asegúrate la máscara.
Yuzzu se resistió un poco antes de hacerle caso. Abrió con algo de inseguridad la puerta. El cuerpo inconsciente del yakuza casi cayó sobre él.
—¿Qué le pasó? ¿Está vivo? Sí, está vivo.
Ikiru le pasó la bolsa y se puso a rebuscar al sujeto luego de cerrar la puerta de donde salía cierta sustancia gaseosa no tan inofensiva.
Yuzzu no supo con certeza lo que estaba viendo; un grupo de frascos con líquidos sospechosos, un par de jeringuillas, un encendedor y una pistola eléctrica.
—Solo perdió la consciencia por el cloroformo casero —explicó con obviedad.
Gracias a los juegos de palabras y las despectivamente llamadas “clases de defensa personal para niñas mimada” Ikiru recordaba las conversaciones con la profesora de química que, además, siendo una obsesiva compulsiva se encargaba de la limpieza del hogar. Es por esto que recordó producto de la mezcla hipoclorito de sodio, alcohol y otros ácidos daban como resultado un cloroformo. Aunque no tenía un efecto inmediato seguía siendo efectivo. De esta manera Ikiru jugó a la química mezclando productos y enfrascándolos para que fueran fácil de cargar.
Por fortuna la minka parecía tener un mantenimiento impecable, habían todas clases de productos y utensilios en el armario para su libre uso, incluso de carpintería. Sus manos no dudaron en acoger el martillo.
Claro, no podría causar una explosión kilométrica y las máscaras eran una molestia, pero tampoco eran el tipo de químicos agitables. Por ello le arrebató el bolso al confundido Yuzzu y emprendió camino luego de tirarle la máscara de peste.
Le quitó la máscara de conejo y le colocó esa y después una a sí misma. No tuvo qué decirles las razones de tal cambio ni la razón por la que le pasó aquel palo con una navaja. Emprendieron el camino.
—Admito que eres lista. ¡Muy lista! Pero vamos a por los tuyos.
Por más que Yuzzu confiara en Ikiru temía por su bienestar. Quizá era menos vulnerable que cualquier otro nuevo quirkless, pero seguía siendo una niña, una ingeniosa niña. La preocupación de la cual ella carecía la tenía él. Se encargó de temer por ambos.
—Por supuesto, vamos —afirmó Ikiru.
De paso cazaría al topo mareador y causaría algún incendio.
Ikiru creía tener una idea de activar su quirk, en caso de que pudiera activarlo.
Según Kirishima su compañero recuperó su habilidad después de un rato mientras comían. Partiendo del hecho de que el quirk del joven estaba vinculado con la comida, suponía tres claves: el tiempo, la comida o el movimiento.
De ser el tiempo no podía hacer nada más que esperar. Por si acaso era la comida devoró un par de barritas nutritivas. En cuanto al movimiento, esa era una de las razones por las que se estaba moviendo sin parar de un lado al otro. Estaba acumulando movimientos.
La otra razón era que no podía detenerse porque o terminaría siendo llevada a un lugar inconveniente o sería atrapada o el incendio la consumiría.
El incendio que causó, cabe aclarar.
Ikiru no se definiría a sí misma como alguien inquieta ni con algún trastorno de atención, pero no pudo evitar colarse por los ductos de ventilación (con Yuzzu irremediablemente detrás de ella). Según su lógica, y las bases en la película de espías, era un lugar ideal. Entonces pasando por un salón notaron sus presencias, casualmente el frasco con peróxido de acetilo se deslizó y cayó en un salón donde unos policías estaban acorralados, y ella se vio en la obligación de también dejar caer algo de fuego. Entonces hubo una explosión premeditada, no lo suficiente peligrosa para matar pero sí para que los policías huyeran.
El fuego se expandió a partir de la explosión y acompañado por unas llamas.
Desde ese momento el color no había regresado al rostro de su fantasmal acompañante.
Un par de enemigos los siguieron. Yuzzu utilizó su peculiaridad para infundirles los nervios que sentía de manera amplificada, e Ikiru aprovechó para sacar el aerosol de aceite y su encendedor creando así un lanzallamas casero que pudiera alejarlos. Huyeron efectivamente.
Luego Ikiru tiró disimuladamente una bomba pesticida en otro salón donde un pequeño grupo se había reunido a trazar un plan. Una vez plantada la duda entre los yakuzas, de manera que no confiarían ciegamente en sí mismos, se encargó de que pasaran desapercibidos.
Según Ikiru, estaban siendo tan evasivos como podían. Yuzzu, en cambio, tenía una versión contraria.
Mientras descansaban a escondidas, Ikiru movía sus dedos contando los segundos. No importaba qué tanto buscaran, la minka se volvería a acomodar en un ciclo sin fin y ellos no tenían ni idea de adónde iban. Además, estaban siendo muy específicos, de no ser Kirishima, Midoriya o Aizawa no confiarían en ella viéndola con ese traje, y los justificaba.
Miró al cansado Yuzzu. Ella no estaba particularmente fatigada, después de todo sus entrenamientos se enfocaban en resistencia.
Ikiru podía no tener su peculiaridad, pero tampoco era tonta (al menos en cuestión a la inteligencia) así que creó una cortina de humo para que sus caras no fueran vistas. Sabía que el topo la estaba vigilando, esperaba por lo menos encontrarse sus ojos en una pared para picárselos.
No, no quería que la estuviera viendo. Entonces descubrirían a su aliado. Esa máscara debía ser su salvación.
Le cortaría la lengua al topo en cuanto pudiera.
—¿Qué deberíamos hacer entonces? —murmuró Yuzzu—. Que no involucre una misión suicida, por favor.
Ikiru ladeó el cuello ligeramente.
—Cazar al topo.
—¡Ni sabemos dónde está!
Ikiru rascó su fresca quemadura. Dolía ligeramente.
—Entonces aventuremos hasta ver a quién encontramos primero.
La expresión de Yuzzu le dejó saber que estaba descontento.
—Quizá pueda llevarte con Toga y los otros…
—¿Me quieres traicionar? Porque sospecho que me descubrirán si lo haces.
Yuzzu inmediatamente le dio la razón, especialmente teniendo en mente a la rubia, sin saber porqué lo mencionó en primer lugar. A pesar de que muchas veces actuaban como idiotas (en el buen sentido) podían ser perspicaces y estaban comprometidos con la liga.
—Vamos al norte. El norte me da un buen presentimiento.
Ikiru lo miró con cierta desconfianza. Era algo escéptica con los presentimientos, pero sobretodo dudaba de si Yuzzu sabía dónde quedaba realmente el norte y no lo confundía con cualquier otra dirección cardinal.
Sin alegar nada, fueron al norte, aunque no a la dirección donde Yuzzu creía era el norte y calló por vergüenza.
Ikiru tenía mala memoria y le costaba diferenciar, pero dedujo que había sido la causante de las quemaduras que tenían esos yakuzas que tanto se quejaban estando a metros de distancia.
No tardaron en notar sus presencias, así que no pudieron ni esconderse ni huir.
—¡Fuiste tú!
Uno de ellos mandó a volar la máscara quemada que debía heder y fue sobre ella a por su venganza gritando algo sobre una perra traidora. Reaccionando lo más rápido posible sacó su pistola eléctrica y se la encajó en la piel de su enemigo. La dejó más tiempo del recomendado hasta que cayó inconsciente.
—¿¡Uno de los héroes!?
—¡Se han infiltrado entre nosotros!
—Tal vez fuero ellos los del pesticida…
Al levantar la vista se encontró con otras tres máscaras que suponía estaban furiosas, viéndose en el ojo del huracán trató de rebuscar en su bolsillo pero lo único que pudo sacar fue un martillo antes de que el más robusto la mandara a volar de un puñetazo.
Escuchó su nombre gritado por Yuzzu antes de que se incrustara y atravesara la pared de madera.
El dolor recorrió toda su espalda y llegó a su cabeza. Sentía la sangre bajar por su brazo izquierdo, pero no estaba segura si provenía del brazo o de su cabeza. Se encogió sobre sí misma por el dolor.
Sus ojos fijos sobre el techo. La máscara había salido volando y su rostro quedó expuesto.
«¿Me habrá roto algo?».
Hacía tiempo no sentía un golpe tan genuino sin oportunidad de amortiguarlo. Había dependido de su peculiaridad para soportar los golpes a un punto que incluso si sus piernas se rompían podría ponerse de pie.
Ahora no veía posibilidad. Su momento de oportunista se acabó. Quizá fue demasiado optimista y despreocupada. Desde el incidente de la sobredosis trataba de botar las preocupaciones con distracciones o falso optimismo convenciéndose de que todo saldría bien con vudús y frases sin fundamentos que encontraba en internet.
En ese momento pensó que no podía simplemente abandonar su peculiaridad. El mundo era un peligro constante y ella estaría indefensa, especialmente después de exponerse como heroína. Y, más importante, a su tutora no le haría gracia.
Incluso sin ella a su lado infiltrada en la U.A., su tutora todavía encontraría la forma de arrancar de raíz a Midoriya. Perdiendo el motivo por el cual había sido creada tenía suposiciones de que pasaría con ella.
Se desprendió de la pared sin querer esperar el próximo golpe. Esperaba que ese crujido no significara algo demasiado malo.
En cuanto sus sentidos se centralizaron pudo oír los gritos y ver las miradas de terror. Al principio sólo vio a Yuzzu paralizado del miedo, pero en realidad los que gritaban de terror eran los otros. No había nada particular a lo que temer, pero la persona que la atacó estaba de rodillas gritando. Yuzzu tenía la pistola eléctrica en la mano y parecía haber electrocutado a dos de los que tenían una constitución más débil, pero o sus manos temblaban o era la vista de Ikiru.
Ikiru se aferró al martillo y corrió para golpear al que la había atacado. Ante el contacto y la fuerza utilizada el martillo se rompió dejando menos de un moretón donde debía haber un cráneo roto, la piel del hombre no era normal y ella tenía la fortuna de que éste no estuviera enfocado en su poder. Ikiru lo continuó golpeando sin resignarse.
La mirada de Yuzzu cambió cuando vio a su acompañante y, sin querer, sus sentimientos también.
Una vez deshecho la dominación emocional que tenía sobre ellos dos de los yakuzas los atacaron. El tercero parecía ser mentalmente más inestable. El más cercano a Yuzzu lo envolvió con sus brazos de goma de tal forma que lo enredó.
—¡Ahora no podrás escapar ni aunque me aterres!
Yuzzu jadeó quedándose sin aire por lo apretado que estaba, pero su preocupación tenía un punto fijo.
—¡¡Ikiru!!
Ikiru se encontró frente a la inmensidad, solidez y autoridad de una pared, pero no se amenazó. En cambio se impulsó sobre sí misma y le inyectó algo en la zona donde martilló con tanto esmero que la carne quedó vulnerable.
El sujeto sintió inmediatamente como toda su piel se debilitó y quedó expuesta. Perdió su armadura, pero el compañero de goma a su espalda estaba más angustiado que él.
Ikiru apenas tuvo tiempo de pensar en que, debido a su reacia reacción, o él era otro idiota como ella o sabía que los efectos de la droga no eran permanentes.
Tomó el palo tirado que antes le había dado a Yuzzu y, en un momento de distracción, apuñaló al hombre en el hombro. No era un mal lugar, pero no pudo llegar a su cuello.
El hombre hizo una mueca de dolor y soltó un gemido medio contenido, pero no permitió que Ikiru enterrara más esa navaja después de que lo desgarrara. Sostuvo el palo y en un forcejeo nada duradero lo sacó de su hombro.
—Maldita niña —gruñó.
El yakuza miró hacia abajo con sorna y la menor le aguantó la mirada sin titubeos.
Sin rendirse Ikiru se aferró al palo tratando de volverlo a atacar. Se retiraba y esquivaba cuanto podía, y tuvo varias oportunidades de huir, pero dar la espalda era peligroso y abandonar a su acompañante ni siquiera pasó por su mente.
A lo mejor no era una experta en el arte de bastón de combate, pero participar en el club de animación le había dado una idea.
Lastimosamente la bestia le arrancó y destruyó el palo que ponía distancia entre ellos.
Sin resignarse Ikiru le tiró uno de sus zapatos que lo golpeó en la cara.
En vez de admirar su valentía, gruñó, con los ojos inyectados con sangre: —Qué idiota.
Acto seguido la agarró del cuello con una mano y la estampó en el suelo. Por más que su piel dura se hubiera ido continuaba teniendo mayor estatura, peso y fuerza que la joven.
Ikiru gimoteó un poco removiéndose, y entonces sintió un peso aplastante encima suya. Más de cien kilos arriba de su abdomen la dejaron jadeando y buscando huida. El hombre hacía presión sobre su abdomen aplastándolo con un pie. Debajo de él no veía más que a un insecto. Y cada vez que aquel insecto intentaba levantar el pie que lo pisaba, aplicaba más fuerza.
Ikiru continuó quejándose. El dolor agudo y punzante se extendió por toda la zona convirtiéndose en una opresión, como si su abdomen y los órganos internos estuvieran siendo comprimidos. La piel y los músculos eran lo de menos, por encima de las náuseas sentía la asfixia. El color rojo se apoderó de su rostro por la lucha.
—Tan linda. Esa es una muy linda reacción.
Ikiru se mordió el labio inferior con tal fuerza que lo terminó rompiendo. Aquel yakuza sólo la miraba con satisfacción. Era un sádico y ella estaba sometida.
—La de usted es una asquerosa mirada —farfulló con una sonrisa decorando su rostro.
El yakuza se ofendió, pero esa no fue la razón por la cual a continuación le dio el puñetazo. Lo hizo por gusto. Simple diversión.
Sin embargo, en sus ojos no encontró lo que buscaba. No había nerviosismo y mucho menos miedo a la muerte, pero tampoco vio aquella esperanza que caracterizaba a los héroes que había masacrado en el pasado.
Ikiru quedó aturdida. El golpe la aturdió. Sintió la sangre brotar de su nariz seguramente torcida y se tragó las quejas por el dolor. Sin embargo sí escuchó otros chillidos.
Volteó la cara hacia su compañero buscándolo, lo encontró enredado en esos largos brazos.
Yuzzu sólo la miraba en blanco. En un principio creyó que en realidad estaba siendo asfixiado por esos brazos, pero su mirada estaba ausente. Ikiru asumió que lo había impactado verla así.
Ella también estaba impactada a su manera. Ikiru. Hanamoto Ikiru. La supuesta prodigio siendo inutilizada por un enemigo. La perfección siendo desprotegida de su poder y reducida a ser un insecto. No era posible. Nadie podía pisotearla así. No debía de ser así. Y estaba siendo así.
No era posible.
No podía ser.
«¿Y qué? ¿Voy a morir? ¿Yuzzu va a morir?».
Aprovechando la cercanía extendió los brazos para enterrar sus uñas en el gran brazo del hombre. Se las enterró con tanta fuerza que cuando éste apartó su brazo sus uñas quedaron incrustadas.
Ikiru apretó sus dientes con fuerza creando un gesto desagradable para la vista del hombre. No era lindo ser maldecido con los oscuros ojos de un sonriente insecto. De alguna forma, sintió el instinto de apartar el pie, como si esos ojos le advirtieran. Él sólo lo levantó ligeramente dejándola respirar.
Sin embargo él no era menos que ella. Tenía demasiada ventaja como para no aprovecharla. Y le gustaban las cosas lindas. Y ella era bastante linda incluso con su nariz sangrante doblada y su sonriente cara golpeada.
Particularmente linda porque a él no le gustaban las cosas intactas, las rotas y destruidas tenían un encanta más profundo. Más artístico. Y eso era lo que haría, la convertiría en una rota obra de arte. Le haría ese favor.
Una vez el tercer sujeto recuperó la conciencia él no dudó en ejercer su dominio para mangonearlo. Su tamaño era lo suficientemente amenazante como para que el otro no pusiera excusas.
El tercero, sin acercarse físicamente, utilizó su poder para arrancar y romper el bolso de Ikiru. Rebuscó y tiró sin cuidado varias botellas por las cual fue reprendido. Se quedó con la navaja que le quitó al palo y su rostro se iluminó con las jeringas que automáticamente le devolvió al gigante.
—¿Esa es la droga? —preguntó el otro.
El grande sólo se separó de la muchacha, sonrió tétricamente y se inyectó doble dosis.
Ikiru, sosteniendo su estómago y con los ojos entrecerrados, lo miró extrañamente. Debía ser una droga contraria si se la inyectó deliberadamente.
Lo confirmó cuando la piel del hombre volvió a su estado de un material duro, más duro de lo común. Esta vez parecía impenetrable, y él lo sabía porque se estaba riendo con orgullo.
Ella no podía creer que tenía el antídoto y no lo hubiera sabido. Lo desperdició.
Vomitó un poco e intentó ponerse de pie.
El mareo ayudó a que volviera al piso, pero el crédito se lo llevaba el hombre.
Reducida a estar pegada al piso, Ikiru gruñó tratando de hablar.
El brillo del filo de la navaja destelló ante sus ojos. Casi la sentía sobre su cuello y sus ojos. Pero a Ikiru le dolía todo el cuerpo lo suficiente como para que no estuviera segura de lo que veía.
Los ojos de Yuzzu sí estaban seguros.
Yuzzu se movió y movió tratando de deshacerse de su agarre. No estaba lo suficiente concentrado para manipular las emociones de sus enemigos, esa sería su desdicha. Si por lo menos el robusto lo tuviera en su rango de visión podría ayudarla, pero él estaba dándole la espalda deliberadamente. Intentó formular tantas cosas que la ansiedad no lo dejó. No sabía cómo ayudarla.
Tan patéticos. Parecían no tener escapatoria.
Intentó maldecir e insultarlo para que se diera la vuelta, pero él estaba demasiado concentrado en su presa. Como una verdadera bestia alimentándose del dolor ajeno.
La ansiedad llenó el ambiente.
Los brazos del que lo sostenía temblaron, pero no lo dejaron libre. El que quedó en medio no pudo evitar sacudirse. La mano que sostenía la navaja tembló ligeramente, pero tampoco la soltó. Yuzzu no pudo saber si tembló por la liberación de su poder o porque estaba fascinado con lo que tenía delante de él.
Los genuinos sentimientos y pensamientos de la bestia lo asustaban.
Movía la navaja desde diferente ángulo, como trazando líneas imaginarias de sangre. Como si no estaba seguro sobre qué dibujar siendo la navaja su lápiz y la marfil piel de Ikiru el lienzo.
Cuando con su pulgar abrió la boca de Ikiru ésta lo mordió sin importarle el material de su piel. Intentaba retenerlo pese a la ética de higiene. Sus ojos continuaban maldiciendo, pero no había más una sonrisa.
Él pensó que era una lástima. Su tipo de belleza cambiaba con la sonrisa, sin ella era menos adorable.
Más bien, para nada adorable. De no ser orgulloso, admitiría que esa minúscula niña le parecía un poco aterradora.
Entonces una idea cruzó por su mente, como un artista cuando su inspiración llega. Por esto ni siquiera la golpeó cuando le sacó su dedo y profirió insultos.
—Tienes una linda sonrisa —comentó el hombre tartamudeando—. Se lo dije a ella y te lo diré a ti: Las niñas… deben sonreír.
En otro momento Ikiru hubiera desglosado qué tantas cosas estaban mal en esas oraciones, pero ahora estaba ocupada tratando de deshacerse del agarre. Ikiru sabía donde iría ese corte. En vez de aflojarse, la tomó fuertemente del rostro para que no se moviera.
—Aleja tus asquerosas manos de mi lindo rostro —dijo como pudo.
Él soltó una resonante risa de burla.
—¿Estás molesta? ¡Tú también me heriste! Tienes que darte cuenta que no estás en posición de exigir nada, niña linda.
Las lágrimas llenaron sus ojos. No la de la golpeada Ikiru, los ojos de Yuzzu y, por consiguiente, los de los yakuzas.
Sorpresivamente el hombre tiró la navaja, no podía sostenerla, así que, en cambio, lo que hizo fue afirmar su dedo en el rostro de la muchacha. Su dedo de uña más gruesa y afilada que la misma navaja. Haría arte con sus propias manos.
Ikiru sintió una punzada intensa y penetrante enterrándose en su piel más cerca de la oreja que de la boca. Su corazón se aceleró incluso antes de escuchar como su rostro estaba siendo desgarrado. No necesitó que moviera su dedo para que el dolor se propagara a través de sus nervios faciales, pero él la movió en picada. Su rostro se tensó y contrajo. Su mente se nubló y sintió que lo mismo sucedía con sus ojos. El desgarre de músculos y piel hizo el recorrido hasta su boca, pasando por alto los labios llegó hasta el otro extremo de su rostro, y el hombre repitió la acción en reversa.
Deleitado con su obra, dejó unos segundos más su dedo en el rostro de ella antes de sacarlo bruscamente. De extremo a extremo le había dejado dibujada una sangrienta simulación de amplia sonrisa. Antes de retirarse encima de ella murmuró cerca de su oído «… perfecto, ahora nunca dejarás de sonreír» con una expresión conmovida.
Las manos de Ikiru se dirigieron a su rostro sintiendo el calor de lágrimas mezclada con la pegajosa sangre. ¿Eran sus lágrimas o la del hombre? ¿Era su sangre?
Sentía que se le iba a caer la cara. El dolor era tremendo. Su boca se llenó de sangre, pudo sentir el sabor de la sangre. Tuvo que escupir una y otra vez para no ahogarse.
Que se hubiera preparado… no significó que doliera menos
Vio sus manos manchadas. Cubrió su rostro una vez más llenándolas de su sangre. La admiró. Se quería admirar también. Un espejo, un charco de agua o incluso de sangre bastaba. No importaba si era la suya.
Sus manos estaban tan cerca de su nariz que el olor metálico de la sangre la inundó.
Le había deformado el rostro con tanto gusto que al verla el hombre se ruborizó con satisfacción. Sus otros dos aliados sintieron asco por su acción, pero sólo la miraron.
Ikiru sonreía y dejaba de sonreír mientras se lastimaba el rostro dejándole ver al yakuza lo que quería. Había manchado la pura belleza de una niña vanidosa, posiblemente también su cordura.
Él reía. Ella lo oía reír.
Se estaba burlando. Se burlaba de ella. Reía y reía. Por su apariencia. Por su inutilidad. De lo patética que era. De como la había herido tanto como quiso y a sabiendas de que podría volverlo a hacer.
Se burlaba de lo débil que era. Ella lo sabía con certeza.
Y entonces el hombre se dirigió a Yuzzu con claras intenciones, pero la mente de Yuzzu estaba ausente.
Respiró agitada toqueteando su rostro. Trazando la herida una y otra vez con sus dedos. En un principio lo único que se le venía a la mente era su tutora, pero su cabeza dolió sin precedentes. El dolor de cabeza apaciguó los demás dolores físicos. Entonces ya no sabía en qué estaba pensando, como si no pensara por su cuenta.
Quedó en blanco, como si su mente hubiera dejado de trabajar.
Ikiru se encogió y cubrió su rostro, pero quería cubrirse totalmente. Sus ojos rondaban entre colores. Ya no eran rojos, pero tampoco dominaba algún otro color.
No obstante los gritos primales que empezó a soltar emitidos desde lo más profundo se robaron la atención de todos.
Surgió miedo en el entorno. Pero el miedo era únicamente de Yuzzu. Ese miedo no se transfirió. Los otros tenían sus propias emociones, pero las miradas se parecían.
Los yakuzas también la miraron expectantes, los gritos les provocaron escalofríos.
—¡Hombre, la enloqueciste! —gritó uno.
Yuzzu sabía que el corazón de Ikiru se había acelerado por el dolor físico. Estaba reaccionando al dolor. Su respiración, su corazón. Ella no sabía cómo aceptar lo que estaba sintiendo y quería deshacerse de esos malestares lo más pronto posible. Independientemente de los sentimientos, seguía sintiendo físicamente y eso la alteraba.
Pero era distinto a lo común. Muy distinto a lo común. La había visto herirse a sí misma, pues era su forma de comprobar si aún respiraba, y ser herida por otros múltiples veces en el pasado, pero nunca había actuado de esa manera antes. Era nuevo.
Estaba más preocupado por esa reacción que por la sangre que corría por la piel de ella, y cuando Ikiru levantó la mirada su corazón se encogió.
Habían tantas cosas en su cabeza que no comprendía nada, como un torrencial colorido que lo confundía y le causaba dolor.
A pesar de estar conectado con ella mental y emocionalmente no sabía qué estaba pasando en su mente.
—… ¡Me heriste! —gritó acusatoriamente la joven.
Había perdido la formalidad y, probablemente debido al grito anterior, su tono era mucho más grave, profundo y honesto.
—Yo lo hice —obvió.
—¿¡Me quieres matar!?
Sus palabras formaron una pregunta, pero no sonaba como pregunta. Sonaba como una sentencia final.
El yakuza tardó más en contestar. Algo de confusión y una mezcla extraña de emociones, pero la duda no duró mucho.
—Te voy a matar —garantizó—. Después de que veas como mato a tu amigo.
Por unos segundos hubo silencio, en el aire se quedó la palabra «matar» con un olor a muerte.
«Haz lo que sea para sobrevivir» oyó.
La joven, tambaleante, se puso de pie. El pelo le cubría el rostro, sus ojos brillaban sin luz destellando una oscuridad púrpura y no estaba sonriendo, pero la herida asemejaba lo contrario. Sus ojos fueron fijamente a la gran bestia.
Un dedo se levantó y apuntó donde sus ojos estaban fijos. La sangre en su rostro brillaba escalofriantemente mientras resbalaba por su rostro.
—… Debiste cortarme la garganta.
Los yakuzas se extrañaron, pero como si las palabras fueran una maldición certera el piso tembló con la fuerza de un sismo de alto grado.
En menos de una respiración la joven tomó a la bestia de la mandíbula con una mano. Él no temió y, confiando en su habilidad, atentó con burlarse. Pero el agarra se hizo más y más fuerte, tanto que después de un par de apretones su mandíbula quedó destruida.
Los ojos arrogantes se llenaron de estupefacción y miedo.
El siguiente fue el de en medio, antes de que pudiera cruzar los brazos para activar su habilidad recibió un golpe en el estómago que lo mandó a volar destruyendo paredes a su paso.
Y eso no fue todo, pero fue todo lo que Yuzzu pudo ver antes de que Ikiru atacara a quien lo sostenía rompiendo su cráneo después de que lo manipulara para que lo soltara. Pudo oírlo claramente.
Como si dijera «No me estoy olvidando de ti» arremetió contra el grandulón y desapareció del área.
La desaparición duró unos segundos. Segundos después volvió.
Yuzzu podía decir que quizá había estado fuera de la minka por el cuerpo del grandulón mojado, como si hubiera estado debajo del agua, además de sin máscara y magullado. Había perdido por completo la consciencia, dudaba de cuántos huesos tuviera intactos.
No quiso comprobar su respiración.
Ignorando los cuerpos tanto como pudo, pasó de largo hacia Ikiru, quien agarraba su cabeza con fuerza. Ella también estaba mojada, temblaba ligeramente.
Como pudo apartó ambas manos y la sostuvo él, especialmente tapando sus oídos e interponiendo su vista de enfrente. Se fijó más en el rostro de la chica, realmente estaba malherida.
Ikiru acomodó su cabeza en el pecho del muchacho, como si le pesara, y él pudo sentir la sangre caer. La herida era profunda, con todas las ganas de dejar una espeluznante cicatriz. Temiendo una infección, trató de arreglar el cabello de la chica detrás de sus orejas para que no estorbara.
—… Mi cabeza duele, parece que fui yo quien recibió los martillazos —se quejó—. Por lo menos activaron mi poder.
Yuzzu la miró seriamente.
—Parece que muchas cosas estaban pasando allá dentro —dijo, refiriéndose a su cabeza.
—Muchas cosas o nada. Sentí como si hubiera estado vacía por un minuto.
—¿Fue entonces cuando escuchaste la voz?
Ikiru tosió ásperamente antes de volver a hablar. Su garganta le dolía, hasta le pesaba hablar, pero Yuzzu esperó pacientemente su continuación.
—Para de entrar en mi cabeza, ¿quieres?
—Esa voz no era mía —insistió.
—Ah, no. ¿Mi instinto de supervivencia, quizá?
—¿Qué crees tú qué es un instinto de supervivencia? ¿Una voz de otro plano astral?
—Bueno, me pidió que hiciera lo posible para sobrevivir, ¿no es así?
Ikiru se separó, pero terminó cayendo al suelo en vez de recomponerse. Su peculiaridad no era una anestesia ni la sanaría, el dolor permanecería. Y lo sentía en el abdomen, en la espalda, las piernas y la cara. Todo su cuerpo estaba herido.
—Te dio permiso para matar.
Ikiru miró directamente a Yuzzu. Se preguntaba si era una expresión de angustia en su rostro, a pesar de que quería intentar que su expresión se mantuviera impasible, pero no atentó con preguntar ni se tensó como ella esperaba.
Él estaba preocupado por las vidas de aquellos que admitieron los iban a matar. Era una pelea después de todo, y aunque eso no los obligaba a rebajarse ellos eran villanos, de todas formas tendrían que asumir consecuencias.
—Deja de actuar como un héroe incorruptible —pidió—. Están bien, sus corazones todavía laten. ¿Estás tratando de hacerme quedar mal?
De todas formas ella sabía que matar estaba mal, tenía algo de integridad. ¿Qué clase de persona sería si infligiera las leyes? ¿Quién le podría dar un permiso para arrancar la vida de alguien más? ¿El ser mítico religioso conocido como dios?
«Oír a Dios sería lo mismo que volverme loca» pensó.
Yuzzu no pudo evitar soltar un suspiro de alivio.
—Está bien. Recuperaste tu poder. ¡Estaba tan preocupado!
Él quiso abrazarla, pero ella lo apartó groseramente. Un abrazo lastimaría a ambos.
—Sí, el yakuza me hizo dar cuenta que no sería bueno si perdiera mi quirk. Me inspiró.
Miró sin rencor al hombre inconsciente. Le hubiera agradecido, pero las punzadas de dolor en su rostro lo evitaron.
—Sabía que te arrepentirás. Es sentido común, pero tú no eres tan lista como crees.
«¿Quién habló de arrepentimiento?».
—¿Y qué crees si eres tan listo? ¿Escuché a dios? —cuestionó poniéndose de pie—. Creo que estoy volviéndome loca —dijo sin dudarlo.
Se imaginaba diciéndole lo mismo a su psiquiatra. Él quizá sólo soltaría un par de carcajadas y cambiaría de tema mientras por dentro le daría la razón por completo, pero nunca le hablaría sobre terapias más intensas o internarla en algún centro psiquiátrico.
—Sí, creo que tú estás loquita, Ikiru. Podrás ser una loquita, pero todavía te quiero así. ¿No soy agradable?
—No.
Al principio le pareció lógico, aunque la locura no requería lógica, pero oír la afirmación desde el punto de vista de Yuzzu provocó que lo apartara como si la hubiera insultado con sus propias palabras.
Con su quirk a disposición tuvo más libertad para actuar, pero estaba herida, así que fue con cuidado.
Después de lo que Ikiru llamó “humillación” su rostro quedó en mal estado, así que se retiró el maquillaje para tratarlo. Las ojeras no ayudaron a mejorar su aspecto. La ropa también estaba en mal estado, los rasguños permitían vislumbrar el moretón en forma de zapato en su abdomen y estaba mojada. No recordaba del todo cómo se mojó, Yuzzu le había dicho que utilizó su poder para desaparecer y reaparecer. Y como si fuera poco le faltaba uno de sus zapatos. Ni hablar de su cabello y uñas.
No lucía como una reina de belleza en ese momento. Ni siquiera como una persona civilizada consciente de la higiene básica, según ella. Sin poder hacer nada para cambiarlo sólo aceptó su apariencia esperando que quien la viera pasara por alto su físico por una u otra razón.
De todas formas las heridas eran más importantes que el aspecto. Por más que hubiera limpiado la sangre la cortada que simulaba una sonrisa era lo suficiente ancha y profunda para no poder disimularse, por esto no estaba segura si sonreír o no hacerlo. Su ojo izquierdo estaba casi cerrado por el hematoma que había comenzado a hincharse. Le había torcido la nariz, pero se la arregló en un movimiento brusco que perturbó a Yuzzu. Tenía otros moretones y quemaduras por el cuerpo, pero menos grave, aún así le preocupaba su espalda.
Aunque la bestia no fuera realmente una bestia en cuanto poder, ella había estado debilitada. Después de todo no era más que una humana.
«Bueno, estoy viva» pensó sin darse crédito.
Sin tener un centro de emergencias o enfermería a la cual acudir ni un botiquín de primeros auxilios, sólo se limpió y desinfectó utilizando la botella de alcohol que no habían roto por ser de plástico. Yuzzu la ayudó y permaneció atento a ella, sólo se sintió aliviado cuando comprobó que estaba bien. Por lo menos, que podría hacerse cargo de sí misma.
Consciente de sus situaciones contrarias se había separado de él unas esquinas antes, a pesar de sus quejas de como había sido usado y desechado, e igualmente botó las máscaras a pesar de que creía necesitar una más que nunca.
Esperaba no hubieran periodistas fuera de la instalación, quería que su tutora viera sus heridas antes que sus compañeros. De hecho, no quería ser vista por ellos. Tampoco por su tutora, pero esa era una irremediable historia.
Aunque debía estar más inmersa en la misión, contribuyó tumbando rápidamente a cualquier enemigo a su paso. No tenía la más remota idea de donde podría encontrarse el grupo principal.
Mientras cruzaba otro de esos pasillos, porque todos se parecían, escuchó a alguien agonizando a lo lejos. Esa parte estaba en peor estado, sin duda había sido moldeada por el topo. Quizá estaba cerca.
Se acercó dando por sentado que si había algún moribundo debió haber una pelea y, por lo tanto, debía de haber alguien de parte de los héroes. Esperaba el héroe no fuera el agonizante, quizá fuera el topo.
Mientras vagaba solía asomarse al sentir peleas. Se limitaba a dar la cara dependiendo de si la situación era favorable para su bando o no. No podía ignorar el peculiar movimiento de una vida extinguiéndose.
Al acercarse confirmó que el herido se trataba del héroe. Junto al topo apresado.
Sonrió al topo, pero se concentró en el herido.
«Prioridades, prioridades».
Lo recordó de la reunión y la entrada, era aquel héroe que se quejaba de los estudiantes en todas las oportunidades posibles.
Él la miró vagamente.
—Niña… —murmuró con lástima.
Ikiru pudo ver como sus ojos quedaron estancados en su herida.
—Hola, señor.
Se arrodilló delante de él, que estaba sentado. Tenía una terrible herida y un sangrado constante. Su estado era grave, aún así él le pedía que se alejara.
Por sus heridas parecía haber sido una batalla feroz o con una diferencia de poder bastante grande o un ataque sorpresa. Por la presencia de un cuerpo enemigo dedujo que había sido una dura batalla. El topo no era un hueso fácil de roer, y éste topo la miraba con desagrado. Fuese como fuera, él no iba a morir tan sencillamente.
Tenía un oscurecimiento alrededor de los ojos que no significaba nada bueno médicamente hablando. Y hablando de médicos, él necesitaba una unidad. Pero ella no creía poder moverlo con cuidado.
No podía abandonarlo, en el sentido de que podía pero no debía ni lo haría.
Sin tiempo para meditarlo se cubrió su rostro con una mano, para que el herido dejara esa expresión de espanto, y con la otra presionó la herida del hombre. El hombre se quejó con cansancio. Disculpándose, ella prosiguió. La sangre empezó a circular normalmente como si la herida no existiera.
Lamentablemente no había mucho que hacer con la sangre que perdió. Incluso si le daba por experimentar una infusión, la sangre ya había tocado el suelo. Sólo le colocó una tela alrededor de la zona afectada para que no se infectara.
Cuando estaba por retirar la mano sintió un agarre sobre ésta.
Ikiru intentó cubrir su rostro. Él ni siquiera le prestó atención a esa acción. ¿Cómo se atrevería a juzgar el aspecto de su salvador? Obviando el hecho de que estaban en una batalla.
—… Gracias, niña —murmuró entre respiraciones forzadas—. Los estudiantes no han sido una carga para nada, eh.
—Ah, no es nada —respondió sin pensar—. Cuando mejore, me burlaré de usted. Así que no muera, ¿está bien?
Él sonrió.
—Nighteye y su equipo no están muy lejos —avisó.
Esta vez sí estuvo segura que cayó inconsciente. Se dio el lujo de descansar estando bajo el cuidado de alguien más.
Ikiru se quedó arrodillada a su lado sin saber qué hacer. No podía irse y abandonarlo después de ayudarlo, si se asomaba otro enemigo sería como dejarlo morir. Tampoco es que pudiera llevarlo con ella o afuera, aunque los pasillos habían dejado de moverse.
«Ah, claro, el topo ha sido atrapado».
Debía aprovechar.
Rápidamente tocó al hombre y lo transportó a la entrada, al lugar donde sentía menos movimientos de la entrada pero que sabía lo encontrarían. Tuvo que forzar su habilidad para asegurarse de que llegara sin contratiempos.
Lo hizo, así que problema resuelto.
Luego sus ojos bajaron al topo.
—Maldita mocosa —lo escuchó mascullar.
Pero el topo estaba babeando extrañamente, como si también hubiera sido drogado.
Ikiru se arrodilló y acercó su cara a la del topo. Bastante cerca para que viera bien su sonrisa y se espantara.
—Señor Topo, debido a usted pasé unos momentos desagradables —confesó—. ¿Qué debería hacer?
—¿Por mi culpa? —murmuró—. Tú te lanzaste por mí como su tuvieras todo el poder del mundo. ¡Mala suerte la tuya cuando chocaste con la realidad!
Ikiru admitía la verdad, pero no lo haría delante de él. La sonrisa del hombre fue distorsionada con sus manos cuando le apretó la cara fuertemente.
—La realidad es que ustedes vieron mi quirk como un problema, así que me despojaron de él. Usted hubiera estado muerto en mi lugar.
—¿Vienes a un campo de batalla y no quieres morir? ¡Debiste de ir a jugar muñecas entonces!
—Estoy lista para morir, pero no a manos de una organización basura como los Yakuzas. —El hombre mostró su furia en una expresión, el que hablaran mal de la organización le sacaba canas de la ira—. Además, aprecio mucho mi rostro.
—No lo suficiente como para impedir que un miembro de una organización basura hiciera mierda tu carita de muñeca —gruñó—. Qué asquerosa herida.
Ikiru le soltó la cara.
Los ojos de Ikiru brillaron y su sonrisa se extendió de lado a lado alarmando al sujeto, pero no más que la navaja que tenía en la mano.
—¿Debería devolverle el favor? Después de todo, por su culpa terminé en un aprieto.
«Y usted seguramente vio cosas que no debía».
Ikiru estaba casi segura que el topo los había visto juntos. A ella y a Yuzzu. Estando apresado no podría comunicarse con la liga de villanos para soplar esa información, pero podría hacerlo con los héroes.
Si le cortaba la lengua no tendría preocupaciones. Oh, pero tenía manos para escribir o gesticular y un motivo para vengarse. Entonces, lengua y manos.
Ikiru provocó que el filo hiciera contacto con la piel en la mejilla hasta la garganta. Lo acarició, pero no lo cortó. Aún así, él estaba nervioso.
Con una navaja sería difícil.
—¿Tú? ¿Una heroína? ¿Vas a dejarme la misma cicatriz?
—Estaba pensando más en cortarle la lengua y las manos —dijo con honestidad.
«Pero no lo haré».
Ikiru apostaba que él era del tipo lengua suelta, como Bakugō (probablemente sólo por el similar peinado), así que, de saber algo ya la hubiera amenazado.
Él la miró con horror.
No veía vacilación en sus ojos.
—¿Qué diablos…?
«Ustedes experimentan con niños, ¿y yo soy el monstruo?».
Ikiru lo agarró del cuello y le sonrió a ojos cerrados.
—Es una broma, señor Topo, no le guardo rencor —cantó dándole un golpe en la cabeza que lo dejó inconsciente—. Además, eso es una horrible experiencia para poner en mi registro heroico.
Y lo transportó también.
Continuó con su camino, camino para nada recto, hasta que unos movimientos la interrumpieron. Suponiendo que se trataba de quien dejó al héroe en ese estado siguió hasta encontrar una clase de estación médica improvisada.
No quería que, en caso de ser un villano, recapacitara creyendo que debía rematarlo.
De todas formas, era muy tarde.
Se asomó a la tienda con cuidado para no ser descubierta, sin embargo quien apareció no tenía una máscara de peste ni nada de lo que destacara como miembro de los yakuzas. Era un hombre herido sin nada sospechoso pero tampoco reconocible, aunque se le hacía conocido, sin embargo sí que reconoció a la persona desmayada que estaba tendida en la cama.
—¿Kirishima?
Ikiru entró rápidamente.
Kirishima también se había separado del grupo.
Ikiru se acercó a inspeccionarlo sin estar segura de si debía atacar o preguntar a la persona a su lado, por su gesto no podía decir que era un enemigo sino, más bien, la persona que lo cuidó. Entonces los ojos del hombre se cruzaron con los de ella.
Debido a su estado Fatgum tardó en reconocerla, pero se concentró más de lo que ella hubiera querido en las frescas heridas que tenía en su rostro. Heridas de batalla pues claramente no estaban allí cuando Kirishima le habló con tanto empeño sobre ella ni en la entrada y menos cuando le dio dulces en la reunión de días antes. Pero especialmente la recordaba del festival deportivo y demás noticias, no creía que muchos héroes activos la desconocieran (al menos que vivieran en otro lugar, fueran muy despistados o tuvieran alguna discapacidad). Era aquella sonriente y linda niña que lo elogió inocentemente por su físico (físico que había cambiado por no utilizar su poder y por ello Ikiru no lo reconoció).
Haility, recordaba ese adorable nombre heroico porque parecía no concordar con ella.
Podía decir sin temor a equivocarse que la herida curvada de un lado a otro estaba hecho adrede para darle esa sensación escalofriante de sonrisa eterna. Se había topado con el tipo de villano que le gusta marcar a sus víctimas.
Notando su insegura hostilidad se guardó los comentarios, no podía culparla por no reconocerlo. Sobretodo estaban en un campo de batalla.
Primero se apartó del muchacho para que lo viera en un pacto de paz dándole a conocer que no era su enemigo. Ella lo inspeccionó seriamente antes de asentir como si aceptara su estado, a pesar de estar desmayado y herido Kirishima permanecía en una pieza. La preocupación entre compañeros conmovió el corazón de Fatgum.
Por la gravedad de las heridas pudo deducir que lo habían roto, pero al mismo tiempo había sido tratado. Algún botiquín debían tener allí.
No podía decir que su corazón dolió al verlo en ese estado, pero sí que quiso llevarlo a un hospital de inmediato.
—Estará bien, ¿verdad?
Su voz sonaba tan herida como su rostro. No supo si fue por ver a su compañero y supuesto amigo en ese estado. Por supuesto no sabría lo mucho que los gritos primales dañaban las cuerdas vocales.
Se extrañó al no ver a ningún héroe profesional a su lado. Sin importar que fuera la mejor de su clase, estar sola en ese lugar no era bueno.
—¡Red Riot es fuerte! —aseguró para animarla mientras le ponía una mano en su hombro—. Lo estará.
—Sí, lo es, ¿verdad?
La chica sonrió, y la herida evitó que fuera una linda sonrisa. Se imaginaba cuán impotente debía estar y qué tan doloroso debía ser sonreír.
Pero no se preguntó porqué seguía sonriendo a pesar del dolor.
—¡Pero Haility! ¿¡Dónde has estado!? Desapareciste de repente. ¡Nighteye y Aizawa rabiaron mucho cuando te fuiste!
La muchacha hizo una mueca. Todavía no se acostumbraba al nombre que ella misma había elegido el anterior semestre escolar.
—¿Lo hicieron? Estaba tratando de acabar con el topo que distorsiona el alrededor —se defendió—. ¿Pero usted quién es?
No lo reconocía de entre los héroes. Y había hecho lo posible para memorizar a todos los que entraron.
—Ah, claro. ¡Soy Fatgum! Seguro no me reconoces sin mi acumulación de grasa.
—¿Señor Fatgum? —parpadeó varias veces—. ¿A dónde fue su redonda lindura? —dijo refiriéndose a su grasa—. No, está bien. Todavía es lindo —aseguró.
En realidad lo encontraba más lindo con su redondez, pero se mordió la lengua por si el héroe era lo suficiente osado para devolverle la pregunta.
Fatgum rio.
—¿Y lo venciste?
—No, él huyó y yo me quedé sin poderes.
Esta vez Fatgum se sorprendió.
—¿¡Tú qué!? ¿Te inyectaron la droga?! —Ella asintió—. Eso seguro sí que fue peligroso —comentó—. Eso explica más que bien tus heridas. ¿Sin poder y en el campo de batalla? Ese es porqué no es bueno separarse del grupo. Realmente me sorprende que sigas con vida.
La vio sonreír con orgullo y dulzura. Quiso darle unos dulces para animarla, pero ya no tenía.
Se los daría en cuanto dieran por completada la misión.
—Solo soy astuta —corrigió—. De todas formas, no hay porqué preocuparse ahora que tengo mi poder… Excepto por Nighteye y Aizawa. Son mis superiores inmediatos, me matarán —zanjó seriamente.
Su tono casi le hizo creer al héroe que se trataba de una muerte literal.
—Seguro que se compadecen de ti al escuchar tu versión.
—No, me matarían con más razones. Mantengamos mi versión en secreto, por favor.
Hizo una reverencia suplicante. No podía negarse a ayudar a una niña valerosa, herida y, sobretodo, necesitada, ¿verdad?
—No hay manera.
Sí que podía.
—Pero, señor…
—Bueno, ¡siéntate, Haility! —zanjó—. Todavía es algo peligroso andar tan a la ligera.
Ikiru no se sentó, en cambio desvió la mirada.
Fatgum la miró no muy severamente. Pudo ver en ella intenciones de quedarse.
—¿Necesita usted ayuda para cuidar a Kirishima?
Aunque no fuera directamente podía ayudarlo.
—Estoy bien solo, puedo encargarme —admitió—. No me digas que tú… ¿Buscarás al que te hizo esa herida?
Ikiru cubrió de inmediato la herida. El dolor le palpitó.
Antes de que Fatgum pudiera decirle que una herida de batalla no era nada por lo que avergonzarse, pues creía que había lastimado sus sentimientos, ella habló.
—No soy del tipo vengativo, pero ¿por qué buscaría a una persona sin huesos? —se recordó.
Una broma o no, el hombre la captó y soltó una risa.
—Bien hecho —la felicitó.
—Gracias. De todas formas todavía puedo pelear, así que…
Consciente de que era su mayor esperó que le concediera el permiso aunque no estuviera a su cargo.
—¿Vas a buscar al resto?
—Por supuesto. No planeo volver a perder mi quirk ni a estar sola.
Fatgum tuvo que meditar al respecto. Es cierto que había dejado a Amakiji, su subordinado, atrás solo para que él protegiera sus espaldas cuando lo pidió, pero Amakiji no estaba en el estado de ella y tampoco conocía su potencial más allá de lo que había escuchado.
Respetaba las decisiones ajenas, pero no estaba de acuerdo en dejarla andar a sus anchas, por más experiencias que encontrara, y estaba seguro que Nighteye tampoco lo estaba, pero no podían ponerse a buscarla. Por su parte él no podía quedarse con ella, tenía a dos heridos que atender además de a él mismo.
Volvió a inspeccionarla.
Además de esas herida en su rostro tenía quemaduras, moretones y cortes a lo largo de su cuerpo. Pero decía que podía pelear. Se imaginaba que había estado en múltiples peleas. Por fortuna parecía el tipo de chica que no le importaba un par de cicatrices, creyó él.
Estaba bastante equivocado.
Trató de buscar determinación en sus ojos, pero no las encontró. Encontró los ojos sin nada en ellos. Eso no le daba buena espina.
Podía llevársela con él o dejarla ir. Los enemigos habían disminuido, pero todavía habían bastantes en pie.
Dio un suspiro antes de responder.
—¿Estás segura de que estás bien?
—Sí —respondió de inmediato.
—¿Puedes pelear?
—Puedo.
—¿No vas a morir?
—Bueno, no hay manera de que lo sepa —quiso ser realista.
—¡Esa no es la forma de contestar! —la reprendió—. ¡Tienes que decirme que no vas a morir si quieres que te dejé ir! De lo contrario te sacaré a la fuerza.
Ikiru parpadeó varias veces. Quería que se aferrara, pero a ella le parecía que le estaba pidiendo que le mintiera. No muchas personas pedían eso, pero era buena en ello.
—No voy a morir —aseguró seriamente, no seria a su manera sino de verdad—. No voy a dejar que me maten.
Fatgum asintió. No podía obligarla a irse cuando tenía ganas de ayudar y ser una lanza, pero tampoco la dejaría ir a una misión suicida.
—… Ten cuidado.
—Lo tendré.
—Te daré unos dulces cuando salgas, ¿está bien?
Hizo la misma expresión que tenía cuando le dio los dulces en la reunión, aunque un poco sangrienta continuaba siendo una niña tierna.
—Se lo encargo entonces —dijo después de agradecer—. Déjeme ayudarlo.
Ikiru primero comprobó el movimiento de los pasillos. Luego abrazó al hombre. Pensando que era una clase de despedida quiso devolver el abrazo y, de hecho, se preocupó hasta casi arrepentirse de dejarla ir, pero antes de que pudiera decir algo fue transportado por el poder de la chica.
Volvió a comprobar si llegaron a salvo a la entrada.
Lo hicieron.
Kirishima estaba a salvo. Estaría bien. De cierta forma agradecía que estuviera desmayado, no quería que se conmocionara porque entonces ella también se vería obligada a conmocionarse. Él conocía la relevancia que le daba a su rostro, y a la belleza en general.
Incluso si su percepción no entendía porqué un rostro así no era estereotípicamente lindo, según la estética, simplemente lo aceptaba de forma ignorante.
Para evitar futuras consecuencias se colocó un pañuelo blanco de forma que le cubriera la mitad de su rostro, aún así su hematoma cerca del ojo seguía bastante presente.
Ahora tenía que encontrar a Midoriya y su grupo. Debía encontrar al señor Nighteye para tener menos represalias, de lo contrario podía imaginar como se agrandarían sus sospechas sobre ella de manera justificada, pero inconveniente en su contra.
Encontró a otro herido unos metros después. Sin estar segura de a qué lado pertenecía (apostaba por los villanos) lo envió hacia la entrada también, así lo había hecho con los heridos a su paso. De su lado o no, los de arriba sabrían que hacer ya fuera tratarlos con urgencia o apresarlos antes de hacerlo.
Tuvo que correr utilizando sr peculiaridad, lo que significó saltar de escenario en escenario con movimientos tomándose únicamente el tiempo suficiente para juzgarlo. Y sus juicios eran bastante rápido.
No tardó mucho en encontrar la escena principal. En consecuencia, encontrarlos.
De un vistazo lo supo, la situación no estaba a favor de los héroes.
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