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No tengo un primer recuerdo en específico. No es como si mi memoria fuera un vídeo y pudiera devolverlo hasta el inicio, menos tomando en cuenta que mi inicio fue tardío. De lo único que me estoy segura es que memoria abarca unos 5 años, y no del todo bien. Lo sé, porque ella me lo dijo.

Aunque mis memorias no estén ordenadas de forma cronológica, cuando intento recordar, tratar de volver al pasado... Lo primero que recuerdo es que mundo se mostró en un remolino de color y movimiento. Y luego estaba ella. Desde el inicio ha estado.


Hanamoto Sadashi, se llamó a sí misma, mi tutora. No mi madre. No mi hermana. No mi tía. Dejó en claro que no era parte de mi familia ni nadie con quien compartiera lazos sanguíneos; soló alguien con responsabilidad sobre mi persona.

En cuanto a cosas materiales, me dio todo lo que necesitaba y mucho más.

En cuanto a cosas inmateriales: Me dio una edad; 10 años. Me dio un apellido; Hanamoto. El nombre se lo pensó por más tiempo, realmente lo meditó mientras cepillaba mi cabello, y se decidió por «Ikiru».

«Vivir», supuse.

Me giró, colocó mis mechones detrás de mis orejas y la vi. Por más que la estuviera escuchando, fue entonces que la vi.

Rubia, ojos azules y sonriente. Olía a... una mezcla extraña entre medicina y flores. Además, su tacto era delicado, como si no quisiera romperme. «¿Era yo una muñeca de frágil porcelana?».

Resulta que sí lo era. En sus palabras «Una hermosa y tonta muñeca». Más bien, su hermosa y tonta muñeca.

Con esa misma delicadeza levantó mi barbilla, miró mis ojos y los maldijo. Admitió odiarlos por ser las ventanas del alma, porque ser vacíos y profundos, porque yo no tenía lo que llamaban "alma"; era como un cascarón. Todavía lo soy.

Honestamente no lo entendí y sigo sin hacerlo. Soló capté la mayoría de las cosas, porque estaba en blanco.

Ella colocó sus manos sobre mis ojos, mis ojos ardieron y no recuerdo si me quejé, pero cuando apartó sus manos arrugó su expresión y volvió a maldecir.

Lo último que me dio, al finalizar lo de mi identidad, fue mi propósito. La razón de ser "Ikiru".

«Perfección» confesó. «¿Perfección?» repetí.

La señora se encargó de explicarme paso por paso lo que significaba, más que "explicar" todo junto lo hacía por partes y fueron bastantes pasos. Iba explicando y yo cumpliendo. Ella sin mucha paciencia, yo con poco tiempo y nula voluntad. Sólo cumpliendo porque sí. Porque me lo decían. Porque la señora lo quería.

Lo primero que tenía que hacer era cambiarme desde la raíz, es decir, "arreglarme". Como si fuera un objeto defectuoso, pero no inservible. Y la "raíz" de mis defectos era mi cerebro.

Me explicó, bruscamente supongo, sobre mis daños cerebrales mostrándolos como un obstáculo. No intentó eliminar mi enfermedad ni que sanara, pues quizá nunca lo hará, lo que tenía que aprender era vivir con ella como si no existiera. Y para ello se necesitaban muchas mentiras, hipocresía y falsedad.

No intenté entender, sólo intenté aprender. Y no fue poco a poco.

En la época de mis 10-11 años mi existencia fue como un mito para quienes no entraban a la casa. El hecho de que «La casa Hanamoto había admitido un pequeño miembro» no era más que un rumor, rumor que la señora disfrutaba.

Mientras tanto yo, en la inmensidad de la casa, no tenía permitido salir más allá del patio, tampoco que los servidores me vieran. Mi círculo rondaba entorno a médicos, terapeutas, maestros particulares y la señora Sadashi. Hasta cumplir con mi primer propósito mi círculo no podía ser ampliado, no mientras fuera «una frívola idiota».

Mis recuerdos son vagos, como si estuvieran siendo intervenidos o, no sé, quizá censurados. Sé que Sadashi me enseñó la diferencia entre lo bueno y lo malo a su forma, y que aprendí sobre el comportamiento humano, en especial para saber sobre el ámbito emocional de tales.

Recuerdo preguntarme varias veces sobre los aspectos emocionales, sin entender lo más mínimo. La forma de entenderlo fue a través del lenguaje corporal.

El lenguaje corporal son como las señales, mejor que las luces de advertencias. Fue lo que me demostró, tanto como pudo, las emociones ajenas, así que tuve que estudiar el lenguaje corporal para incorporarlo en mi día a día casi instintivamente.

Era algo natural en la mayoría de las personas, aparentemente, pero yo necesitaba recordarlo. Por eso estudié arduamente día a día.

Por ejemplo, si una persona ríe es porque está feliz, si llora está triste, si grita está enojado. Eso es lo básico. Luego venían los tonos, que tuve que aprender a catalogar. Lo mismo con las miradas o toques. Y los que, para mí, fueron oxímoron; como llorar de alegría o reír para no llorar. Entonces perdió gran parte de la lógica, así que, en tal caso, tenía que guiarme por el lenguaje corporal del resto e imitarlo.

Tenía que entenderlos para comprender al resto, para saber lo que sentían, porque si no actuaba conforme a la situación sospecharían de mi defecto. Y eso no era bueno.

«¿Por qué?» Porque necesito gustarles, porque necesito todos los favores que me puedan dar, porque los necesito para que sean jueces y público en mi show.

Al entender más sobre las emociones y el lenguaje corporal supe que casi todas, exceptuando a la señora Sadashi, las personas que me rodeaban sentían pena por mí. Y eso, según la señora, no era bueno.

Y como no era bueno, no me debía de gustar.

«Los psicópatas aprenden a imitar la salud mental de otros... Eres como una psicópata.» oí decir, no recuerdo a quién. Entonces no sabía a qué se refería, pero en realidad creo que no llego a ser más que una pseudo humana.

Después de entender lo básico de sentir, aprendí a sonreír. Me costó aprender algo tan natural, algo que no debía ser forzado. Pero todo en mi vida es forzado.

Fue especialmente complicado que luciera natural cuando era un gesto completamente falso, pero tenía que aprender a cambiar mis expresiones faciales a voluntad. Si tenía la misma expresión de hastío todo el tiempo alejaría a todos, eso no me haría popular.

«La sonrisa es la expresión principal, la que suavizará tu rostro y hará que se desenfoquen de tu mirada. A las personas le gustan quienes sonríen, porque trasmiten felicidad.» me fue explicado.

Lo que no me explicaron fue que si fallaba sería castigada.

10 latigazos en las manos cada vez que no fuera convincente ni educada. Mi maestra no lo hacía, tenía prohibido tocarme, quien lo hacía era la señora Sadashi; cerraba sus ojos al hacerlo, y yo también. La primera vez fue la más dolorosa, la primera vez que sentí dolor, que sentí algo. Pero no lloré, no pude.

En las noches mis manos ardían y estaban rasguñadas. Al otro día ya no. Porque «Las cicatrices no son lindas, muchos menos perfectas».

La verdad no sé cuántas horas pasé practicando, ya lo olvidé, pero creo que sí conté los latigazos: 50 (creo). O sea, fallé 5 veces. Y la razón por la que soló fueron 5 es que memoricé e imité cada movimiento que hacían los músculos de mi tutora.

No recuerdo cómo se veía la maestra o cuál era su nombre, pero recuerdo sus palabras y tono, el cual catalogué como felicidad. Expresó que el verme sonreír adecuadamente fue como ver el despertar de las flores en primavera luego de un largo y nevado invierno, que con razón soy una flor.

Fue la primera vez que me llamaron así, y la primera vez que hice feliz a alguien, y mejor que eso, fue la primera vez que indiqué correctamente un estado de ánimo. Y eso provocó la felicidad de mi tutora. Pero, por supuesto, no estuvo satisfecha por un logro minúsculo.

Desde entoces las cosas fueron relativamente más fáciles, lo fue porque descubrí parte de mi peculiaridad y aprendí a ser como el resto quería, como ellos esperaban.

Después que aprendí a comportarme y a ser atractiva en cuanto a personalidad, la señora permitió que fuera vista por los servidores, quienes me alababan, y por más profesores, quienes me adoraron.

Día a día gastaba una energía tremenda simplemente para ser normal. Se podría decir que mi sacrificio era realizar grandes esfuerzos con el fin de encajar, a mi forma, dentro del concepto de normalidad. Me ajusté, cortando partes de mí y realizando esfuerzos excesivos con el mismo fin.

Mi rostro dolía por mantener una sonriente expresión. Tuve que aprender a convencerme a mí misma y recordar que mientras fuera yo misma nunca podré encajar. Así que, aprendí a obligarme a conversar, reír de los chistes que no me hacen gracia, socializar aunque no quiera, aprender cosas sin pasión y hacerlo mejor que todos a mi alrededor.

Todo por el bien de una imagen que iba creando.

«Realmente lo falso es agotador»

Por más agotador tuve que acostumbrarme. De hecho, llegué a un punto en mi sonrisa no cambiaba la expresión en mi rostro. Es algo raro. Las sonrisas cambian la posición de las mejillas, la forma de la boca, las
arrugas alrededor de los ojos. Pero, contrario a lo que me decía la señora Sadashi, no veía mi rostro distinto cuando sonreía de cuando no.

Sólo que mi rostro no dolía cuando no sonreía.

Supongo que un 90℅ de mi tiempo fue consumido por las clases, a medida que aprendía más me enseñaban.

Mi horario de lunes a viernes se basaba en: clases de educación formal, clases normales-particulares, educación emocional, música, artes y "belleza". Los sábados me enfocaba en las artes como terapia, los domingos dormía todo el día.

La señora Sadashi es una mujer ocupada, así que de poco a nada la veía durante el día. Por supuesto no estaba sola, las personas solían abundar, pero durante las noches la señora se encargaba de estar ahí. Usualmente me sostenía la mano y conversaba conmigo, aunque no me importaba; sólo quería dormir. Sus manos eran cálidas, pero no creo que sus palabras también lo fueran.

«Cada rasgo tiene como objetivo atraer la atención. Tú tienes como objetivo atraer la atención.» me recordaba lo que ya sabía procurando que no lo olvidara.

Ya no lo olvidaré... espero.

No tuve problemas en aprender a tocar instrumentos musicales, rápidamente aprendí a tocar el violín y el piano, y al mismo tiempo. «¡Como una prodigio!» dijo mi profesor de música.

Yo no soy una prodigio musical desde la cuna, o lo que sea que ese señor murmuraba con aparente recelo, sólo contaba los tiempos e imitaba los movimientos que él hacía.

Por más que no me creyera como tal, la señora Sadashi adoró que fuera llamada de tal forma. Yo adoraba lo que ella adoraba, así que empleé mi poder más a menudo. Una vez adquirí destreza pulí mis habilidades.

Es extraño, estaba media acostumbrada a mi poder aunque no lo conociera.

Aprendí caligrafía, arte (aprendido, pero no entendido) y todo lo que necesitaba saber una niña de 11 años para ser considerada prodigio. Más de lo que debía, de hecho me adelanté. Todo porque era fácil de enseñarme, porque aprendía rápido.

Luego se añadieron a mis estudios el ballet y los deportes. La señora Sadashi se percató de mi peculiaridad, debido a que había pasado la edad estimada en la que despertaba una peculiaridad ya suponía que la tenía, pero no tenía idea de cuál era.

Sus ojos brillaron al saberlo. «Movimiento» me dijo. No hubo explicación, ni una guía ni un libro. Sólo lo sabía y ya. Lo que no sabía era sobre el entrenamiento especial al cual la señora estaba planeando someterme una vez me adaptara.

Según yo mantenía una "vida simple"; lo que debía hacer, lo hacía. Lo que se me pedía, lo haría. ¿Expectativas? Cumplidas. Era así, es así.

Al menos eso quiero.
¿Lo quiero?

Bien, mi tiempo era consumido por responsabilidades, hacía todo mientras sea mi obligación. Pero como para mí era normal tardé en darme cuenta que la "simple vida" que poseía resultaría de lo más aburrida y agotadora para cualquier otro niño. Para mí estaba bien, no esperaba nada.

A los 12 fue mi debut ante el público, los médicos y profesores solían ir a la mansión así que nunca había salido y honestamente no me hizo ilusión, para mí era poco más que un cambio de paisaje. La señora me explicó que sería un paso importante en mi objetivo de ser perfecta. Donde demostraría quién es Ikiru, quién soy.

Así que, con metas que cumplir, un peso por cargar, un apellido al cual darle honor y expectativas por saciar, entré a la secundaria femenina "Hime's".

El instituto femenino era particular pues, por más que fuera prodigioso, no se necesitaba tener una posición alta en la sociedad. Sin dinero, sin poder; sólo potencial.

Las ramas de la academia se dividían en 3; belleza (todo tipo de), inteligencia lógica y fuerza. Por lo tanto, con "pontencial" se hace alusión a tener un físico agradable, un don para las artes, un IQ mayor al promedio o un buen quirk. Talento, básicamente. El lema eran las tres reglas: “Mantente hermosa; mantente astuta; sé poderosa”.

Se rumoreaba con fuerza y burla que no se podían cumplir con los tres requisitos a la vez. Ese rumor se apagó con mi presencia.

Particularmente no recuerdo nada de mi primer semestre, pues aunque fuera un nuevo ambiente y por primera vez estuviera rodeada de personas de mi edad no me importaba, sólo sé que al principio sólo resaltó mi apellido.

Al finalizar el primer semestre del primer año tuvimos que elegir una rama en la cual queríamos especializarnos. Yo no elegí, y no sólo porque tomar decisiones me confundía, pero tampoco me mantuve neutral. La respuesta no era ni una elección ni la otra, eran todas.

Por mi decisión recibí consejos que me instaban a retractarme pues sería pesado para mí, que era demasiado, que no podría hacerlo. Sin embargo, no podía ir por lo fácil, ni por poco y menos por lo que cualquiera pudiera hacer, eso no me serviría de nada. Quizá ellos creyeron que sólo era indecisa y que probaría de todo para luego decidir, pero no.

Yo debía destacar. «Yo, yo, yo». Mi vida está llena de yo's.

Efectivamente, fue en mi segundo semestre que empecé a destacar desde que subí al escenario. En ninguna área particularmente, lo hice en todas por igual.

Al principio sólo se fijaron en mi apellido, pero entonces se interesaron de verdad. Por supuesto nunca en mi persona como tal, sólo en mi capacidad; en lo que tenía para darle al mundo. Eso es lo único que importa, si no tienes nada que dar eres nadie.

Las prácticas no importaron mucho, pero recuerdo el momento en que subí al escenario, no recuerdo que fue lo que hice. El instituto es famoso, así que muchas personas asistían a los eventos y en ese momento yo era el centro de atención de todos esos ojos. Sé que el público hizo reverencia y me alabó, pero en ese momento sólo pensé en la señora Sadashi y que estaría "feliz".

Esa presentación sólo fue el inicio de lo que no tendría fin. Si la perfección no es sempiterna no es perfección.

No se trató completamente de disciplina, mi peculiaridad me ayudó en altos grados, simplificaba mis deberes. A lo mejor se pensara que era trampa, pero estaba permitido así que, no, no lo era.

«Afortunada.» ¿Y qué tiene de malo serlo? Acepto, sólo dejando en claro que no era suerte.

A medida que crecían mis logros acumulados, y yo junto a ellos, mi nombre resonaba por el instituto cada vez con más fuerzas. Una vez salió de allí, pues el lugar ya le quedaba pequeño, los profesores, mis compañeras e incluso sus familiares o asociados buscaban un sinónimo adecuado para mí, como si mi nombre no fuera suficiente.

«¡... Perfecta!» dijeron refiriéndose a mí en un periódico, que fue enmarcado y colocado en mi habitación como recordatorio. «Con técnicas exquisitas, dificultad máxima y perfecta ejecución, luego de sus primeras apariciones esa niña fue reconocida como una prodigio.» se dijo. En cada publicación que aparecía mi nombre estaba acompañado de la palabra perfección.

No hubieron oposiciones al uso de una palabra de tal magnitud, en cambio se utilizó con más frecuencia en mi dirección hasta volverse costumbre. Eso ponía de buen humor a mi tutora.

Pero yo no soy, en absoluto, perfecta al natural. Ni siquiera encajo en el concepto básico de normal. Y si bien es un defecto, también es lo que me hace especial. «Si fueras normal no podrías ser perfecta».

¿Acaso tiene algo de malo ser normal? No lo sé. En realidad, ¿llamar a alguien "perfecta" es un halago? Tampoco lo sé. Pero nada de eso importa. Lo que importa es lo que puedes hacer que la gente crea.

Realmente, y al crecer en mi burbuja, yo creí que todas las niñas tenían un ambiente y una educación como la mía. Severa, quizá. Pero según pasaba el tiempo me di cuenta que no era así.

El punto es que yo tenía más metas que la mayoría. Un objetivo más grande que apunta más alto.

O, quizá, sólo era yo quien tenía la capacidad. O, más bien, la única que tenía la obligación. Y, también, quien existía expresamente para lograrlo.

«Ikiru debe ser perfección. La perfección debe verse reflejada en Ikiru» me recordaba la señora Sadashi, sin parar. Y yo le creí, sin dudar. Entonces empecé a recordármelo yo misma.

Aún así, no soy la única que vive en una burbuja, todas vivíamos en burbujas distintas. Y teníamos algo en común; ninguna quería que su burbuja fuera explotada. Me pregunto cuántas burbujas fueron explotadas por mí, mas ignoraré cuándo será (o fue) explotada la mía.

Honestamente, soy una marioneta que actúa y se comporta por voluntad de otros, ni siquiera tengo punto de vista propio. Cualquier cosa que la señora Sadashi me pidiera hacer, lo haría, todo lo que me dijera era verdad, indudable verdad y punto.

Era dependiente y obediente a ella, devota e inconscientemente. No por miedo ni por cariño, sólo porque sí, porque lo admitía como un deber. Porque es "la única persona" que recuerdo, y, según el psiquiatra, también quería ser reconocida por ella.

Pero... vi dudas en la antes verdad absoluta cuando llegó él.

Fue a mediados de mi segundo año. Antes de eso, y a principios de, All Might comenzó a visitar frecuentemente la casa y hablaba conmigo animadamente, para mí era como una obligación corresponder esa simpatía ya que se trataba de un héroe de gran influencia, así que, el ganar su favor me convendría (así fue, y en gran manera).

Lo recuerdo bien; Era primavera... No, ya había entrado verano. Bueno, no recuerdo durante qué estación del año sucedió, pero sucedió después de salir del instituto.

Ese día acordé con otras chicas, no recuerdo quiénes, el encontrarnos en un lugar, no recuerdo dónde. Por no marearme no tomé el tren, ni un taxi ni fui con un chofer. Caminé... y me perdí.

Hubo una alegre sonrisa, unos brincos y gritillos animados. Perdida encontré a un chico, que aunque pareciera más adulto en realidad era como un cachorro.

«¡Te encontré! ¡Te encontré! Por más que estuvieras distinta por fuera... ¡sólo con leerte sé que eres tú!» exclamaba el cachorro que soltaba incoherencias.

Supuse que era algún admirador, o se había equivocado, quizá algún coqueto. Así que, no fui grosera aunque quise ignorarlo, no perdería mi educación. En cualquier caso se me enseñó defensa personal. Sólo le sonreí.

Lo recuerdo bien, porque mi sonrisa lo horrorizó. Fue la primera vez que ocurrió eso, normalmente pasaba lo contrario.

Él revoloteó a mi lado, como si él fuera una mariposa y yo una flor, me miró atentamente, como si quisiera leer mis pensamientos, y continuó de curioso. Supuse que estaba siendo acosada, así que divagué entre resolver las cosas por mí misma y buscar ayuda.

Como no quería causar un escándalo innecesario opté por resolverlas por mi cuenta, entonces estuve dudando entre la agresión o el diálogo. Éste último ganó, por poco.

Utilizando mi tono más amable le sugerí que me estaba confundiendo, él pareció estar ligeramente de acuerdo, también le reprendí un poco por su actuar incómodo y me disculpé alegando que debía irme (sin mencionar que no sabía a donde). Le di la espalda en cuanto comenzó a meditar, aparentemente desilusionado.

A mis espaldas alegó que era extraño el parecido, que sí que tenía diferencias, pero que al "leerme" no había sentido nada. No entendí hasta que murmuró el hecho de que yo era incapaz de sentir y se cuestionó si se estaba volviendo una condición común.

Y no era ninguna condición común. Tampoco algo que yo debía confirmar. Pues, ¿qué tan horrible puede ser la existencia de alguien incapaz de sentir?

Me paralicé un segundo, pero no reaccioné tardíamente. No podía confiar pues mi defectuosa condición, de la que sólo sabían una limitada cantidad de personas, podía ser divulgada. Y eso no lo podía permitir.

Así que obligué mi mejor sonrisa a salir y lo enfrenté con ella, él retrocedió. Lo miré de arriba a abajo, se mostró nervioso. Traté de convencerlo de lo contrario, de que sí sentía, pero entonces sí se mantuvo firme.

Él estaba convencido. Porque, como ya lo había visto y experimentado, reconocería lo que era el escalofrío y el abismo de no sentir. «La nada, como el vacío que queda, como la desesperación que destruye el mundo, y tú vives en esa desesperada nada».

«Grosero».

Fingí no saber de qué hablaba, entonces él continuó insistiendo en que me conocía y continuó llamándome y llamándose por nombres desconocidos.

Lo primero que hice fue darle mi nombre, pero él se negó a llamarme de tal forma. Seguía de caprichoso, como si su creencia fuera mi verdad.

Creo que estaba algo exasperado cuando me preguntó porqué mentía, también cuando continuó diciendo que podía leerme y que sabía quien era. Pero luego recapacitó; se dio cuenta que no mentía, de alguna forma, me preguntó si "no lo sabía" y se respondió él mismo.

Ciertamente yo no sabía nada, por lo que tampoco entendía nada.

Cabizbajo y con los ojos brillantes se fue por sí mismo mirando hacia atrás más veces de las necesarias. Yo también me fui, pero no miré hacia atrás.

Me gustaría culparlo por mi retraso, un factor de mala educación, pero no era cierto porque de por sí me había perdido.

De poco a nada me importó lo sucedido, al menos hasta la noche. Entonces me di cuenta de lo extraño.

Al menos que me obligara no solía pensar mucho las cosas, tampoco solía tener problemas para dormir y en lo que sí tenía problemas era para recordar. Por eso fue extraño en su momento. Sumamente, totalmente.

Recordé como se veía aquél chico que no tenía nada de especial, ni siquiera un nombre. Lo hice correctamente..

Fue la primera vez que no tenía que pensar en alguien a propósito para no olvidarlo, no luché por mantenerlo en mi memoria, como si estuviera ahí con tinta indeleble.

Pero ¿por qué grabaría mi memoria a un desconocido y no a personas con las que convivía diariamente?

Aquél chico no es igual a nadie, así que podía ser parecido a cualquiera. No había ni un solo rasgo que lo distinguiera, nada que dijera que, sin duda, lo reconocería fuera de contexto. No es guapo, tampoco es feo, sólo... es. Y eso, resultó raro. Sin ser distintivo fue fácil recordarlo.

Y es que, desde que tengo memoria había sido incapaz de mantener el recuerdo del rostro de una persona en mi cabeza, exceptuando al de mi tutora.

Ni siquiera sabía del todo cómo era el rostro de All Might, a quien si no veía en las calles o en la televisión lo veía en casa, y de ninguna figura pública en general. Ni siquiera el rostro de mis compañeras o profesores, a quienes veía casi a diario, ni los de la servidumbre. Ninguno de ellos, ninguno más o menos que el otro, todos por igual; todos eliminables.

Por más que los mirara fijamente y me percatara hasta de cada pequeño lunar que decorara sus rostros, los olvidaba al poco tiempo. Como si mi cerebro pasara un borrador por sus personas y distorsionara sus voces; no recordaba el color de sus ojos, ni las formas de sus rostros o cabello, ni los lunares a la vista.

Por más que recordara sus nombres y los asociara a alguien o algo, simplemente borraba aquellos rostros como si fueran imágenes que ocuparan espacios innecesario en mi cabeza. Y eso sucedía porque así lo creía, como "no me importaban" los borraba.

Por lo que, si su rostro no había sido borrado sólo significaba que era importante. No había nada en él para que fuera diferente, relevante, pero lo era y ya.

Prácticamente su rostro fue el primero que pude ver sin ningún tipo de bloqueo, y el segundo que pude recordar correctamente. Como si hubiera algo diciéndome «Conoces a ese chico... Lo conoces, pero lo olvidaste».

Y yo quise hacerme la de oídos sordos, pues realmente creí que no había sido importante.

Viva la ignorancia.

Debí de decirle a los médicos la rareza de la situación, sobre todo debí informarle a la señora Sadashi. Sin embargo, era tarde y ella no estaba en casa. Desde mis reiterados triunfos en el escenario casi nunca estaba en casa.

«¿Por, la de dudosa existencia, suerte?»

No fue al día siguiente, sino a la semana siguiente, cuando ya le había quitado toda la importancia que le di esa noche, que lo volví a ver.

Estaba saliendo del instituto cuando lo vi intentando, fallidamente pero por lógica debía de saberlo, ocultarse. Estaba ansioso, creo. Y yo quería ignorarlo, claro. Pero no lo hice.

Y no fue por algo particular, pero cuando tomara valor se me acercaría y, honestamente, lucía como un delincuente así que no quería creerá malentendidos. Porque sin duda se crearían, siempre estaba en los ojos del público y lo sabía, cualquier fallo se extendería y debía evitar hasta el más pequeño.

Le pedí al chófer que me esperara, pidiendo disculpa por mi mala educación al hacerlo esperar, y me acerqué. Y lo alejé del área. Un chico que aparenta ser un delincuente deambulando por un colegio de chicas es visto como un potencial acosador, cosa conveniente para mí pues si me veían podía mentir exaltandome y menospreciandolo, pero inconveniente para él.

Se presentó como Yuzzu, así, sin apellido ni otras informaciones.

Rápidamente me di cuenta de una verdad: él es extraño. Las personas por lógica agrupan a los que no sienten con demonios, con monstruos, o, siendo más realistas, con psicópatas. Él no. Él me comparó con un ángel. Y de ángel nada, yo no caí del cielo.

Yuzzu habla mucho, muy rápido y sin cohesión. Le hice saber que le daría 5 minutos, a lo mucho, y se alteró. Aparentemente tuvo que ordenar sus ideas y soltó una serie de preguntas una tras otra, como un interrogatorio.

No contesté ninguna en el momento, muchas de ellas ni siquiera las entendí, pero él en vez de quejarse aseguró que volvería.

En el camino a casa consideré demandarlo por acoso, pero no quería atraer la atención de forma negativa. No es obligatorio tener que contestar si no quiero, pero algunas cosas de las que dijo tuvieron sentido en mi contexto.

Él aseguró saber sobre mi quirk del movimiento, nada raro ya que formando parte del público debería de saberlo, pero me dio detalles que me costaron. De hecho, apenas a los 12 empecé a entender mi poder gracias a las clases de física y, poco después, también a las prácticas de entrenamiento de peculiaridades. También sobre el cambio de mis ojos, lo "sanguinarios" que eran, sobre mi hipocresía y mis sonrisas falsas.

Dijo que él odiaba mi falsedad y amaba, aunque le tenía miedo, mi frialdad. Para mí pareció ser una broma, inverosímil de hecho, y tampoco soy fanática del odio a mis sonrisas, pero esos hecho reales hicieron que le prestara atención.

Al verme sin quehacer en la noche escribí todas las preguntas para no olvidarlas y entonces decidí experimentar con lo que dijo.

«Hay un poder dentro de ti, uno que no es tu quirk del movimiento» recuerdo que dijo entre tropezones mientras yo contaba en voz alta los segundos restante «Lo compartes conmigo, y no te gusta».

Dudaba de ello, pues nunca se había mostrado, pero según los doctores los medicamentos eran capaces de suprimir peculiaridades, así que se lo dejé al azar lanzando una moneda.

Con cara no tomaría medicamentos por un par de días para confirmar y cruz denunciaba al muchacho que no tenía nada de especial.

Salió cara.

Más bien, controlando los movimientos hice que saliera cara.

Soy justa, hago trampa hasta jugando conmigo misma.

No tomé el montón de medicamentos, de qué tan cierto fuera ls existencia del segundo quirk dependía la restricción. Esa noche fue realmente difícil dormir... o hacer cualquier cosa. En lo personal, no sabía qué tanto daño me haría dejar de tomarlos un día o si sería mejor para mí.

Los resultados llegaron casi al tercer día de dejar de tomarlos.

Durante receso en la cafetería (¿o fue en el patio?), debido a una interpretación-imitación musical horas antes estaba rodeada, tanto de personas como de elogios, como siempre. Entonces ocurrió.

Muchos pensamientos llegaron a mi mente de la nada, ninguno mío, todos ajenos. No todos positivos.

Insultos, bastante. Rabia, envidia, celos, supongo. Me alababan con su voz, pero en su mente era distinto. Y no me importaba, advertida de la hipocresía estaba. Es decir, no tenía derecho se quejarme cuando era igual o peor. Por más odiada que fuera, la falsedad era un método de supervivencia para muchos.

Los insultos no fueron el problema, fue el exceso y la activación imprevista de ese poder. Mi cabeza estaba a punto de explorar.

Fue la primera vez que quise algo; estar sola.

Sin perder la calma y educadamente me alejé, y creo que corrí sin saber a dónde estaba el baño.

También fue la primera vez que me transporté con mi peculiaridad del movimiento, pasé de estar en el pasillo a estar en un cubículo del baño.

Él había tenido razón sobre ese poder, y también la tuvo en que no me gustó.

Estando en soledad pude pensar y respirar adecuadamente. Y lo primero que me cuestioné fue: «¿Quién es Yuzzu?».

Sabiendo cosas que ni yo ni la señora Sadashi sabíamos, siendo tan atrevido como lo es y grabándose en mi memoria como si allí perteneciera. Quizá sí tenía algo especial.

Pensé en excusas, por montones, tratando de convencerme de que era algún estafador o tenía un molesto quirk. Pero tal parecía que tenía la misma habilidad que él, lo que él llamaba "leer".

Aparentemente Yuzzu tenía relevancia, pero no sabía porqué.

Consideré en consultar con la señora Sadashi, pero creí que era mejor no molestar y actuar por mi cuenta. Y luego... Bueno, luego no vi necesario el contarle. O más bien, fue porque sabía lo que pasaría al hacerlo.

Tal y como dijo volvió, sin orden de llegada ni aviso. Y lo encaré.

Pensando que podría controlar esa peculiaridad y la rareza de tener dos había dejado de tomar todos los medicamentos, también lo hice porque es más fácil identificar emociones al saber lo que otros pensaban en vez de estar atento a cualquier señal. Era incómodo sobre todo, pero hasta el momento vivía interactuando con los demás mientras me preguntaba si estaba haciendo las cosas bien o no, así que estaba mejor así.

Por tener esa peculiaridad activa nos entendimos sin palabras, bueno, yo no entendí casi nada. Y fue extraño, porque no me obligué a hablar. Ni siquiera recuerdo de qué hablamos. Pero él reía y reía, y no me pedía que riera ni se preguntaba porqué yo no reía. De hecho, parecía estar más relajado cuando no me obligaba a hacerlo.

Para mí cada situación con él era de lo más extraño. En un día a día lleno de sonrisas forzadas, obligaciones y con el deber de no cometer ni un mínimo error, podría decirse que el no tener que hacerlo sería como un respiro, como la libertad.

Pero la libertad no era ni buena ni mala, tampoco algo a lo que estuviera acostumbrada. Había aprendido que únicamente habían dos situaciones en las cuales podía dejar de aparentar; a solas o con la señora Sadashi. Ya que la falsedad era la armudara que solía protegeme estaría expuesta, así que debía saber con quién estarlo.

Yuzzu me pidió que me expusiera, me suplicó que dejara de sonreír. Mis sonrisas nunca habían fallado antes, así que no era un elogio el pedirme que las borrara. La señora Sadashi también solía pedírmelo, lo hacía para recordarme lo horrible que era mi expresión neutra; lo horrible que era, que soy. Por lo tanto, no se la mostré, no sólo para que no se burlara sino porque no quise.

Porque sería como explotar mi burbuja; Bajarme de mi nube; Salir de mi área de confort. Cualquiera aplica.

Sin embargo, mi sonrisa se borró por sí misma, por alguna razón. Y él estuvo más que feliz y me miró de una extraña forma.

No era la lástima que sentían los médicos. Ni la admiración de mis compañeras. Tampoco la atención del público o las expectativas de mis maestros. No. Parecido a las miradas que me daba All Might, por lo tanto muy alejadas de las honestas de mi tutora.

No sé qué era, pero ha sido única, como si sólo él pudiera darme esas miradas. Tampoco sé que sentía, pero él lloró mientras sonreía.

Si lloraba de felicidad o sonreía amargamente, no lo sé. Pero no me agradan las lágrimas, ni el llanto de los perdedores ni el de los ganadores.

Por más que podía leer sus pensamientos, por más que supiera lo que estaba pensando, no lo entendía. No lo entiendo. No siento lo que siente, no puedo, y creo que por eso fui, y soy, incapaz de entender.

No era algo que me interesara, mas no me fui ni dejé de mirar. Lo observé en silencio grabando el paso y el tamaño de sus lagrimas, por si alguna vez podía imitarlo.

Luego me contó de su razón; por mi falta de memoria, mis problemas cerebrales y el olvido. Razones que deberían de hacerme llorar a mí, pero nunca lo hicieron.

En mí las lágrimas y las penas son un mito, una leyenda urbana, pues vivo sin pañuelos ni llantos. He escuchado que ese mito sirve para desahogarse, y Yuzzu llora mucho, así que si no lo ahogan sus lágrimas internamente lo harán externamente.

Por alguna razón, probablemente al no estar haciendo nada, durante el espectáculo lacrimoso pensé en una presentación honesta y resumida de mi persona: «Hola, soy Hanamoto Ikiru. Ya saben, a la que nadie quiere, a quien nadie quiere. Al conocerte diré que es un placer, pero no lo es, para nada. Diré que estoy encantada pero no lo estoy, ni al caso. "Me alegra conocerte", más falso no puede ser. No busques lo real, no te gustará. Me estoy a dando conocer honestamente, pero a todos les agrada más mi falsedad, ¿verdad?».

Una tonta presentación que jamás haría, ni siendo "normal", pero al verlo sonreír de nuevo me hizo pensar que estaba equivocada. No a todos les agradaba más la falsedad y para alguien que fue educada creyendo que sí, eso fue tan desconcertante.

También es desconcertante cómo debe sentirse la la tristeza.

Rápidamente pasaron semanas, meses también, en ese transcurso Yuzzu pasó a ser Yu, en mi intento por ponerle un ápodo pues él me llamaba «Flor». Y por alguna razón vi lógico el mantener a Yu en secreto, como si estuviera pecando y planeara confesarme cuando el pecado fuera más grande. En esos meses la señora estaba más ocupada aún, su ausencia se hizo costumbre y veía a Yu dos veces a la semana durante menos de una hora. En realidad no sé porqué seguía yendo a donde él, usualmente no hacía cosas inútiles.

Una vez él me preguntó si era un amante, burlándose supongo, pero era parecido a uno más de lo que creía.

Yu estaba feliz, pero al mismo tiempo insatisfecho, según lo que decía en son de queja. (Pues a parte de ser llorón y burlón también era un "quejón"). Decía que era mi culpa, supuse que sí lo era, luego se retractó como si en realidad yo fuera capaz de sentirme culpable. Así de raro es.

Él hablaba mucho, casi siempre sobre mí. Creí una parte, el resto nunca.

Muchas cosas seguían siendo incongruentes para mí, aunque al parecer para él no, pero un punto a resaltar es que Yu decía conocerme, sabía que lo hacía, e insistía en que yo también debía conocerme. «Conocer el antes de ser Ikiru, antes de ser una Hanamoto».

Yo no quise. Cada vez que mencionaba el tema huía descaradamente, no me interesaba ese saber. Porque yo era, y soy, Hanamoto Ikiru. Porque antes de no estaba la señora Sadashi, y antes de ella no debía haber nada. Como si fuera un todo. Él insistió en que así todo se arreglaría, que los huecos se llenarían, pero me mantuve firme.

—Si eso te hace parar con tu insistencia, cuéntame.

Hasta que no lo estuve. Qué decir, escuchar lo mismo una y otra vez da jaqueca, y, honestamente, nada cambiaría por lo que dijera.

O eso creí.

Sus ojos brillaron, pero no con lágrimas, y empezó a hablar, con aparente emoción.

Y yo... no recuerdo nada de lo que dijo, en absoluto, y es que no escuché nada. Después de ver su rostro fue todo negro y un pitido ensordecedor de fondo; me desmayé. Y al despertar, lo primero que noté fue el cambio de escenario y personajes.

La señora Sadashi acariciaba mi cabello. Ella sonreía. Lo hacía.

Pero no porque estuviera feliz.

La señora estaba enojada. Y, bueno, era una mujer que solía controlarse muy bien, hasta que no. En caso negativo alguien siempre pagaba. Así fuera delante, lejos de sus ojos o ella misma.

Supe que esa vez yo pagaría, pues era la razón de su enojo. Y estaba muy enojada.

Mi tutora es del tipo de persona manipuladora, sádica, que quiere tener todo bajo control y cree que el mundo es un juego. Le gusta manipular todo y que ese mismo todo le salga perfectamente. Odia perder y el sentimiento de derrota. Básicamente una psicópata, no muy diferente a mí supongo. Así que, sabía que destruiría lo que no pudiera controlar: incluyéndome.

Nunca había ido en su contra, siempre había sido obediente pues la obediencia era lo único que conocía. Nunca dudaba, no cuestionaba. En el juego de la vida las preguntas son peligrosas.

No inventé excusas, le conté todo sin esperar salvarme. Ella estuvo atenta, cambiando su expresión de vez en cuando, pero no fue ningún secreto que no estuvo agradada. No le había mentido, pero había callado, le había fallado en tantas formas.

Y eso no era bueno, y las cosas malas se pagaban. El que se acercaba al fuego se quemaba, y no me había acercado yo sola.

Al saber sobre su decepción me consideré inútil, merecedora de un duro castigo (que recibí). No estuve en contra del dolor físico, es el único recordatorio de que sigo viva.

Supongo que por esa aceptación comenzaron las auto lesiones.

La señora me contó que Yu me había llevado a casa casi a rastra, desesperado, me dijo, «Se ve tan débil» añadió. Pero desde antes ella se había enterado de su existencia.

No me sorprendió, porque no podía en primer lugar, la señora Sadashi era del tipo manipulador, así que me hacía la idea de qué tan cerca seguía mis pasos.

No me prohibió estar con él, no me exigió que me alejara, sólo me implantó el chip de rastreo desde entonces como precaución y me recordó lo que de verdad era importante; mi título de perfección. Por supuesto también me castigó, más tarde ese día me enteré que fue un "nos", pero no recuerdo mucho, a parte del casi no poder respirar, y no hay cicatrices que me lo recuerden.

No puedo generar traumas, pero si tuviera uno sería lo que nunca había hecho; perder.

Yo siempre he sabido que es lo importante, nunca bajé mi rendimiento... Sin embargo, me exigí todavía más después de lo sucedido. ¿Yuzzu? Bueno, él no era imprescindible sino un entretenimiento.

Sólo importaban mis resultados, resultados que debía aumentar por mi tutora. O sea, era lo único que consideraba necesario. Y no era ninguna sorpresa. Siempre supe que a la señora Hanamoto no le importaba mi persona sino los resultados que conseguía. Estaba obsesionada con los resultados. Los métodos, el proceso, no importaban, para el resto el foco siempre lo tendrían los resultados.

Sin embargo, no fue hasta segundo año de secundaria que me di cuenta de una obviedad; mi suposición había sido errónea. O no lo había notado, o lo había ignorado frecuentemente.

Mi nombre no significa vivir, sólo existir.

Y mi existencia tenía un sólo objetivo; complacer a la señora Sadashi. Una vez no pudiera cumplir mi objetivo, mi existencia no tendría sentido, y a la señora Sadashi no le gustaban las cosas sin sentidos; lo inservible, lo inútil.

Lo que no le gustara estaba mal y yo no tendría más opción que aceptar. Es natural ser abandonada cuando eres un objeto inservible.

Sólo para poder sobrevivir trabajé constantemente porque debía ser reconocida como una prodigio. Si no probaba mi valía mi existencia sería borrada de este mundo. Yo sólo existo para seguir órdenes, conozco mi lugar. Por lo tanto sé que no soy más que un producto para la sociedad... No, menos, una distracción y ejecutora. La parte de un plan.

Así que, vivir o existir, como sea, simplemente me rendí. Olvidé el significado de mi nombre que parecía ser más una maldición.

«Puedes morir o puedes rendirte, es una o la otra. Ya sea que tu vida te importe o no, yo soy responsable de ella». Elegí rendirme ante ella, y puede que me haya excedido a la hora de llamar la atención.

Lo que me hizo pensar en mi exceso no fue mi agotamiento físico, ni siquiera mi psiquiatra; fue la imagen que le estaba dando a los demás.

En clases de ciencias aprendí que entre más brillante sea la luz más oscura será la sombra que produzca, por esto, supongo que en la etapa de finales de mi segundo año y tercero de secundaria mi sombra le hizo competencia al lado oscuro de la luna.

Me llevé hasta los extremos. Si me pedían hacer 25 repeticiones hacía 50, estaba concentrada en ser la mejor al punto de ser cegada. Nunca me permití ser opacada, competía conmigo misma intentando descubrir mis límites.

Repetí una y otra vez hasta dominar mis habilidades y conocer mis límites. Mejoré mi físico y mi mente, pero mi cerebro continuó sin desarrollarse por completo. No tuve pensamientos de limitación, invertí mi tiempo en acción, así que, con ese mismo tiempo me hice mejor.

Cruzo los límites porque sé que la perfección no es un estado permanente sino algo vivo, la perfección es nunca dejar de ser el mejor. Mas, debía de mantener la perfección en mí como si fuera algo permanente.

Mi motivación era una sola: ganar. Lo demás no importaba, entrenar no me gustaba, pero ganar, sin importar en qué, lo compensa todo. Y es que simplemente no me gusta nada, pero peor es perder.

Era buena en ganar, pues estaba invicta, «casi invencible». Si participaba 12 veces las 12 ganaba. De mi clase la única, estaba casi sorda de escuchar como aclama el público.

«No sólo es una genio, es un monstruo» pensaron algunos. Y quizá no se equivocaban.

Abarqué mucho, todo lo posible, mis acciones fueron un descontrol y demostraron lo exagerada que era mi ambición.

«Quiero todo, lo quiero ahora. Quiero que mi estrella sea la que más brille. Quiero que mi nombre sea el más reconocido. Quiero dejar una huella más profunda que la que dejaron en la luna. Quiero ser vigilada y adulada. Quiero estar bajo el foco de luz. Quiero el mundo servido en bandeja de plata para comérmelo de un vulgar mordisco.

No quiero un pedazo de mundo, no me voy a conformar con tan poco cuando quiero el mundo entero. De otra manera no estaré satisfecha, no estoy dispuesta a conformarme. Lo quiero todo, lo quiero ya».

Mi ambición es grande, imposible de satisfacer. Pero lo intento. Nadie puede decir que no lo intento. Nadie jamás se atrevió a decirlo, al contrario.

Verme ganar, verme en el escenario, se hizo costumbre. Llegó el momento en el que verme en el escenario aseguraban que era una apuesta segura, cosa rara, pues nunca se puede estar 100℅ seguro de cómo acabará algo, pero cuando se trataba de mí no esperaban otra cosa que no fuera perfección. Incluso cuando las otras concursantes me veían entre ellas sabían que sólo podían aspirar al segundo lugar, tal era mi influencia. En cambio, no existe un número dos al que yo pueda apuntar pues en la perfección no había segundos lugares, había fallos; por lo tanto mi meta siempre será ganar, ganar en primer lugar.

Admirada, sí, querida, quizá, adulada, de más. Pero también despiadada, y eso era asquerosamente desagradable para algunos que todavía no aceptaban la marcada diferencia entre el resto y yo. Fue algo necesario, si estás compitiendo ves por tu beneficio, no podíamos ser todos buenos niños; es cosa del lore humano.

No era mi culpa que comparados conmigo todos los demás se vieran pequeños. Soy así. Incluso cuando creen que me sobrevaloran en realidad me están subestimando. Ante mí, todas las demás estrellas se inclinaban.

«Postrense ante mi falsa perfección».

Parloteaban malicia con tanta pasión que parecían estar tosiendo sangre. Individualista, egocéntrica, orgullosa, narcisista y perra, eran los 5 insultos favoritos. Si bien me esfuerzo más que la mayoría para gustarle al resto, no significa que cumpliera mi objetivo al 100℅. Pero no los culpo ni les guardo rencor, no por ser reconocida estaban obligados a quererme.

¿Qué se supone que hiciera? Ser llamativa es mi acto de hacer notar que estoy aquí, viva. Mal por el resto, pero no puedo perder la atención y no esperaba que lo comprendieran; no podían hablarle de paz a alguien que había sido educada para competir.

Aún así, me disculpé de la misma forma que conseguía lo que quería, con encanto y mentiras. Yo no quería arruinar sus vidas, lo único que quería era mejorar la mía. No obstante, la vida no es tan bella.

Como todos aquellos que buscaban comerse el mundo, el mundo me comió a mí. Y yo sólo había conseguido cosificarme; el público vio perfección en mis imperfecciones, así que olvidamos mi humanidad. Fue mi culpa pues yo acepté la presión, más bien, la sostengo.

En mi caso la presión no se encuentra en mis hombros, está en mis manos como una soga; la sostengo fuertemente obligándome a saber que está ahí y que tengo que tratar con ella. Si la soga hala, y por más que mis manos sangren, también halaré. Puedo simplemente soltar la soga, pero eso significa soltar todo por lo que he trabajado, que la imagen que infunda caiga. Soltar la presión significa la caída de mi mundo, un mundo superficial, materialista y falso. Ese mundo es mi paraíso. No me gusta, pero a la señora Sadashi sí y su gusto es más que suficiente. Así que, aunque esta vida no es nada que me guste, no quiero que colapse; quiero quedarme con ella. Por eso, sólo continuaré sosteniendo la presión.

Hice todo lo que se me dijo, cumplí todos y cada uno de los caprichos, crecí como una marioneta controlada por la señora Sadashi. Soy una marioneta. Una marioneta que no puede satisfacer a su dueña. Lo digo porque lo intenté, continúo intentándolo.

Lo intenté, una y otra vez, tan duramente hasta que me quedé sin aliento... No fue suficiente. Nunca lo será. Nadie puede alcanzar una subjetiva perfección, yo no soy la excepción. El camino simplemente parece infinito.

Incluso con todo lo que hice, el camino no se acortó. Ni aunque contara la arena del desierto, ni aunque calculara la cantidad de agua en el mar, no sería suficiente.

Por más que mi tutora mostró estar orgullosa de mí, no estaba satisfecha. Por lo tanto, yo tampoco.

No me estaba rindiendo, seguía la idea de ir a por todo o no ir. Sólo que, a veces me cansaba y pensaba con mi lógica.

Mantengo de pie el teatro para la satisfacción general y el placer de la mujer con la que debo ser retribuida. Continuaré siendo superficial porque es todo lo que tengo, porque una vez caiga el telón yo caeré junto a él. Entonces no seré nada... Siempre he sido nada.

El mundo en que se me permitía vivir no era para nada estrecho. No lo es para nada. Entonces me pregunto porqué en ese momento me pareció sofocante.

Quizá estar siempre en medio y debajo del foco siempre había sido de lo más sofocante, pero apenas me había dado cuenta. Sin embargo, sólo se lo atribuí al exagerado cansancio que había acumulado.

En ese momento no lo sabía, pero mi cansancio era culpa de mi cerebro. Mi cerebro de por sí no segrega los neurotransmisores suficientes para tener un estado de ánimo estable... o un estado de ánimo en sí, pero entonces generaba menos por estarme saltando los medicamentos. No sé si mi cerebro es pobre y no me da porque no tiene, o tacaño y no me da porque no quiere, sólo sé que es su culpa.

El psiquiatra le llamó a ese momento «Experimentar lo más cercano a una crisis».

Fue durante las vacaciones de verano, ese día estaba especialmente soleado, lo sé porque el sol me daba directo en la cara. Estaba en el patio trasero como un gato tirado al sol, rodeada de flores que nunca me llamaron la atención siquiera para percatarme de sus colores, cuando llegó él.

Estaba algo nervioso, creo, como si se trajera algo entre manos o estuviera obligado a acercarse a mí.

Creí que sería la tercera vez que el señor All Might me ofrecería el convertirme en heroína, y yo no creo en el dicho de "la tercera es la vencida", o, que quizá venía a revelarme algún otro secreto, pero sólo se acercó y se sentó a una distancia prudente sin interrumpir mi calma.

No forcé una sonrisa, él correspondió esa "confianza" dejando de lado su forma heroica. Un momento revelador, supongo.

Yo estaba muy segura de que no era mi obligación el iniciar o mantener una conversación con él en mi horario de descanso, así que apenas atenté en saludar.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que el señor All Might se aburrió del silencio y habló, pero muchas preguntas surgieron de su parte y se había acercado sólo para buscar respuestas.

Me preguntó cómo estaba, le respondí que bien. Me preguntó cómo me iba en el instituto, le respondí que bien. Me preguntó si había comido, le respondí que bien.

Tardé unos largos segundos en darme cuenta de mi error y reformular mi respuesta. Él se rió por mi inusual torpeza. Debí agradecer el hecho de que se trataba de él porque, por primera vez, no me creía capaz de levantar mi guardia.

El señor no se calló, usualmente no lo hace, continuó hablándome. Recuerdo, en especial, que me comentaba sobre cómo me había apoderado de la atención de cierto público, en ese momento aprovechó para insinuarme que ampliaría ese público en el sector heroico, y enumeró mis logros y premios como si yo no lo hubiera hecho ya.

Creo que fui bastante grosera, porque la atención que le presté fue pobre. Creo que por eso fue que cambió de tema hasta preguntarme si estaba cansada.

Después de divagar entre la sinceridad y el tener que responder más preguntas, negué. Pero al parecer una cosa llegó a la otra y una pregunta más llegó.

«Dime, joven Hanamoto... ¿Por qué sonríes?» indagó.

Podría decir que fue realmente lamentable, una pregunta patética quizá, no lo sé. Supongo que fue triste, es decir, preguntar las razones de las sonrisas no es algo que las personas hagan generalmente.

Sé que se estaba refiriendo a porqué lo hacía cuando no tenía ganas de hacerlo, que probablemente pudo haber enredado la pregunta para no sonar tan brusco y pensando en mí decidió ser directo, pero eso no evitó que le llamara grosero.

Por alguna razón, el señor All Might tiene una extraña imagen de mi persona. Como si fuera una niña perdida, como si me acabaran de tirar en la calle cual basura, o como un animal atropellado. Percepciones erróneas que alenté. Pero, sólo ese día, en medio de mi desorden, me pregunté si realmente estaba perdida.

Sin pensarlo mucho le pregunté, disculpándome a mi paso por responder con otra pregunta, qué clase de persona creía qué era. Creo que no se esperaba la pregunta, pues lo meditó durante mucho tiempo, al final pareció no encontrar respuesta ya que me devolvió la cuestión.

«¿Qué clase de persona eres?» preguntó. Imbuida de altivez y superioridad respondí que una artificial, como si fuera un orgullo, y sonreí, como siempre, siendo sincera, como pocas veces.

Con mi respuesta no se necesitó responder la pregunta anterior.

Soy consciente de que All Might hubiera hecho cualquier cosa por decirme que eso no era verdad. Pero ambos sabíamos que sí lo era, así que se quedó en silencio.

Fue un honesto silencio entre ambos.

Siguiendo con esa honestidad, he de decir que estuvo sobrevalorada pues era lo obvio.

Creí que la conversación terminaría en el silencio, pero no.

«... Tener esta enfermedad no es tu culpa, no te la "ganaste", no hiciste nada para tenerla; no te la mereces» dijo con ese sentimiento que suelo rechazar. Sin esperar un no merecido agradecimiento sacudió mi cabellera y se fue arrastrando su presunta amargura.

Tenía preferencia con el silencio, nunca me han gustado los "pobre de ti".

Sabía, y sé, qué era, y soy, un «caso». No nesecitaba que me lo recuerden. Realmente lo sabía. Lo sé.

No obstante, si me importara ya me habría suicidado.

«Pobre de mí».

Durante todo el día me pregunté muchas cosas, e incluso obtuve un bronceado y unas cuantas quemaduras por solearme irresponsablemente, muchas sin sentidos y otras más coherente que decidí ignorar.

Recalqué cuestiones como qué comeríamos, qué cenaríamos, y cuál sería el menú del día siguiente (aunque yo podía organizarlo).

Ignoré inquisiciones de si podría vivir en este mundo sin mentir. Ignoré el saber si me reconoceré cuando no finja más. Ignoré el preguntarme que tenía de bueno existir sólo para morir. Ignoré el querer saber quién soy. Ignoré el querer saber cómo es sentir.

Quisiera decir que ignoré todo lo innecesario... Pero no ignoré el preguntarme sobre Yuzzu, a quien no veía desde el incidente.

Creo que fue la primera vez que quise hacer algo por mí misma, no porque alguien más me lo pidió ni por las expectativas, sólo quería buscarlo. No sé porqué, sólo quería verlo, aunque su físico no fuera interesante.

No me gusta querer.

No teníamos un mapa que nos indicara a donde ir, pero lográbamos estar en el lugar indicado para encontrarnos a pesar de que la ciudad no es un pañuelo. Yuzzu alegaba que estábamos conectados, no sé si realmente lo estamos.

Yuzzu trabaja en lo que encuentre, así come, pero a pesar de su edad no estudia. Es un "vago" y pasa mucho tiempo en las calles, como un delincuente, pero la verdad le gusta ayudar así que tenía un par de lugares en los cuales buscar. No fue necesario buscar, él me encontró.

Su felicidad era inaudita, incontenible, pero admitió también estar triste. Sólo que, entre una y la otra siempre elegía mostrar felicidad. Fue raro que lo dijera, pues llora bastante, pero aparentemente ser feliz es más que sonreír y reír.

Al parecer había cambiado de opinión, ya no le importaba el tiempo que tardara podía esperar el tiempo que yo quisiera. Garantizó que no me obligaría a romper el tabú que se impuso en silencio, el tabú de quién fui antes de llegar a ser una Hanamoto. Quizá creyó que no lo había dejado acercarse porque su insistencia me ofendía.

No recuerdo de qué tanto hablamos, pero Yuzzu me mostró una colección de recortes de los periódicos y revistas en los que había aparecido. Lo denominé como acosador, pero él sólo fingió ofenderse.

«Ikiru, ¿odias tu cerebro?» preguntó de la nada. Él no solía llamarme por mi nombre, usualmente se dirigía a mí diciéndome "Flor". Yo le respondí, con obviedad, que no podría odiarlo ni aunque quisiera.

Entonces modificó su pregunta, lo que me recordó a All Might, mientras yo ordenaba los recortes de acuerdo a sus fechas.

«¿Quieres odiar tu cerebro?» cuestionó de nuevo. «¿No te gusta ser como eres y por eso te obligas a ser alguien más?» volvió a cuestionar. «A ti no te gusta ser así» afirmó.

Las personas a mi alrededor son tan curiosas.

No sé si me gustaría odiarlo, pero si pudiera cambiar una parte de mi cuerpo no elegiría, como muchos, ni mi busto, ni mi trasero, ni mis ojos, ni mi cintura, ni mi cabello ni ninguna de esos aspectos físicos que pueden ser notados a simple. Elegiría un aspecto más importante que no puede ser visto simplemente; cambiaría mi cerebro.

No le dije eso, aunque probablemente él pudo leerlo, sino que le pregunté que cómo estaba tan seguro de que no me gustaba. Él me respondió que no lo hacía y no porque nada me gustara, sino porque era abrumadoramente agotador. Qué decir, no estaba del todo equivocado.

«¿Por qué continúas con esta falsa? No estás mal siendo como eres, yo amo tu naturaleza».

Yo no respondí nada, él se ruborizó mientras fingía que nada pasó.

Yuzzu siempre soltaba rarezas que contradecían a la señora Sadashi. Mi tutora aseguró que al conocer mi estado natural los demás se alejarían, pero Yuzzu ni atentó con hacerlo. Dijo que nadie sería capaz de quererme, Yuzzu lo hacía. Dijo que las personas sólo sentirían lástima hacía mí, en Yuzzu no había lástima. Dijo que mi mirada era repugnante, a Yuzzu le encantaba. Dijo que no merecía amor, pero supuestamente Yuzzu me amaba.

No entiendo mucho sobre el amor, sin embargo yo ya era amada, sólo que aparentemente no de esa forma.

Para mí, actos de amor eran cuando mis maestros me obligaban a estudiar durante horas porque querían que fuera la mejor. O quizá cuando compañeras me alababan por lograrlo. También cuando el público me clamaba de pie por serlo. Pero Yuzzu disonaba con esos conceptos.

Realmente el único tipo de amor que he conocido... es el amor hipócrita. Amor materialista, falso y lleno se elogios, completado con objetos y palabras que desaparecerían cuando no vieran conveniente estar de mi lado. «Un amor parecido a mi forma de ser».

El amor de la señora Sadashi era más peculiar, pero era de otro tipo. Quizá como el amor hacia una mascota obediente o hacia una pertenencia preciosa, parecido. No podría decir sobre el de All Might hacia mí, desconozco su origen y propósito.

Así que, las muestras de amor y afecto sin consecuencias, el amor que no esperaba nada a cambio, era extraño. Es la clase de amor que no puedo dar. No sabía si tenía derecho a aceptar algo que no soy capaz de dar, ni qué podría dar a cambio para pagarlo, sólo lo acepté de forma egoísta.

No tenía sentido recibirlo si no puedo sentirlo, aún cuando me lo dan no sé qué es. Pero lo sigo recibiendo. «Como una patética egoísta.» diría la señora Sadashi.

Y ya que él sentía amor le mostré, sin utilizar palabras, la respuesta a su pregunta; la razón por la que sonreía y fingía. Le mostré a mi tutora, mi objetivo y lo que pasaría si era incapaz de lograrlo.

No tuve ninguna tercera intención al mostrárselo, no le estaba pidiendo ayuda ni quería su lástima. Sólo le estaba dando una respuesta.

Él se horrorizó y lloró. Fueron tantas lágrimas. Creo que lloró por ambos.

Quizá lloró porque supo que mi objetivo es imposible, por lo tanto mi final es inevitable. También pudo haber sido porque se dio cuenta de que era poco más que una esclava.

Supongo que hay muchas razones para llorar y yo sigo siendo incapaz de hacerlo.

La verdad es que fue mi turno de creer que se alejaría, razones tenía de más, pero no lo hizo.

Él se quedó. Insistiendo, pero no obligando, y como si hubiera una pared entre nosotros se quedó del otro lado hablándome sin parar. Como si no quisiera que la soledad y la obsesión me devoraran, se quedó a mi lado.

Quizá fuera poca y algo tonta su compañía, pero... pero él estuvo ahí. Y de alguna manera sólo eso hizo que aquella pared, que esa barrera, se derrumbara. Yo la derrumbé. Aunque de inmediato la volviera a construir, lo dejé pasar y él no se quejó.

Admito, sin pecar de orgullosa, que soy realmente atractiva (más allá de lo físico); las personas orbitan a mi alrededor con fluidez y las miradas están siempre sobre mi persona. Siempre he estado rodeada de personas, pero fue distinto. Extraño.

No estar sola es cálido, de una manera literal. Que alguien esté a tu lado puede cansar, pero ya me acostumbré a su voz lo suficiente como para que sea sólo un ruido de fondo.

Me pregunto cuáles son las palabras correctas para definirnos, no lo sé.

En cierta ocasión él dijo algo que lo separó completamente del resto, lo contrario de lo que trataba de convencerme a diario.

«Ikiru, no eres perfecta.» me dijo. Y no se elevó en mi cabeza ninguna opinión disonante.

Sólo fueron 4 palabras, y una de ellas fue mi nombre. Sólo fue algo de sentido común, una creencia general sobre todos los humanos. Entonces me pregunto porqué un temblor sacudió el lugar al oírlo.

Él dijo que soy humana, que puedo y me voy a equivocar, que puedo ser vulnerable, puedo exponerme... que no existo para satisfacer las expectativas que otros ponen sobre mí... que no siempre voy a poder con todo y que eso estaba bien, que pedir ayuda no me hará débil, y si lo hace "no está mal".

Psicología barata, obviedades, pero palabras que nadie me había dicho. Lo que pocos pensaban sobre mí, y cuando sí lo hacían era por lástima. No quería oírlo, no quise hacerle caso, pero quizá lo necesitaba.

Le pedí que me mirara, que se diera cuenta que no soy más que una marioneta, que ni siquiera puedo sentir; él sólo dijo que me ama. Cuestioné cómo el puede encariñarse de mí cuando sabe cómo soy; él respondió que me ama. Le pregunté si en serio esperaría hasta que pudiera amarlo o sentir algo de vuelta, que qué espera de mí; él dijo que no espera nada, no espera que lo ame, sólo quiere amarme.

Yuzzu me vio como una humana, me permitió actuar como tal. No fue el primero, pero sí el más importante de entre ellos. Me amó sin idealizarme, no por lo que le mostré sino por lo que soy. Un amor no romántico. Y prometió no dejarme, nunca.

Aparentemente Yu ha roto una de sus promesas. «Tonto mentiroso».

Ya fuera por lástima, curiosidad o amor, ese tonto mentiroso formó parte de las personas que me hicieron apercibir que, como muchos, vivo en una muda desesperación. Una tan cauta que por mí misma hubiera sido incapaz de percibirla. Y no creo que las estrellas ni los ángeles estén celosos de mí por ello. Sólo entonces me di cuenta de esa observación, aunque supongo que no lo suficiente porque no le conté nada a nadie.

Y no es que lo quiera por ello, simplemente debo ser retribuida. Es decir, siempre ha estado ahí para mí, incluso cuando no lo necesitaba, nunca nadie más estuvo ni estará para mí. No hay apego emocional, sólo apego.

Sin contexto, recuerdo que una vez Yu, en sus tantos intentos de ser algo, escribió una breve historia sin sentido inspirada en mí. No sé qué tanto plagio contenía, la verdad.

En ella me consideraba como un pajarito, no le importó la especie, desvaneciéndose en una jaula dorada. Mi único labor es ser admirada. No importa si se abría mi jaula, he sido adiestrada y sé cuál es mi lugar. Que mis alas no pueden moverse, y yo no puedo volar, ni siquiera puedo llorar.

Patético, le dije. Poético, alegó.

Entonces me planteó una duda; «¿un pajarito bien educado puede sacarle los ojos a su dueño tal cuervo? O, acaso, ¿eligirá cantar hasta explotar?».

Esa cuestión me resultó peculiar en el momento, ahora me hace pensar que no porque haya algo correcto y algo incorrecto significa que la elección sea fácil. Probablemente Yu pasó por algo así.

No obstante, mantengo la respuesta de entonces.

Elijo cantar. Hasta explotar o explotarle los tímpanos al resto, no sé yo. Sólo cantar.

Bien podría rebelarme. Pero ¿para qué? Yo no lucho, yo hago lo que piden. Pero sigo viva, y Yu también.

Soy una cobarde, lo sé y estoy bien con eso. Para mí la cobardía no es un estado natural, es una decisión. Tomaré esa decisión cuantas veces me convenga.

Yo no soy una heroína; soy una sobreviviente.

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