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Capítulo 9

Esa noche me desperté más veces de las que me gustaría admitir. Estaba acostumbrada a que una sensación de vacío en mi interior creciese cuando cerraba los ojos, pero al haber podido descansar el primer día que llegué a Seogwipo tenía la esperanza de que comenzase a desaparecer poco a poco. Por desgracia, estaba equivocada.

La gente suele decir que el tiempo lo cura todo, pero cuando tu mente no para de recordarte los errores que cometiste en el pasado y todo lo que pudiste hacer mejor, se convierte en una tarea verdaderamente complicada. Al menos así era para mí.

Eran las 8:30 de la mañana cuando miré la pantalla del teléfono como si realmente esperase ver esa notificación que nunca llegaría. Una llamada perdida o quizás un mensaje de alguien que me preguntara cómo estaba o si había cambiado de opinión y me planteaba volver a Madrid. Introduje la contraseña y pulsé el icono del correo electrónico. El último mensaje que tenía era de la coordinadora del voluntariado informándome de que las clases comenzarían el lunes a las 8:00 en punto.

—¿Acaso pensabas que por alejarte cambiaría algo?—murmuré en voz alta mientras dejaba el móvil en la mesilla y me desperezaba.

Me senté sobre la cama y observé los detalles de las flores que también decoraban la habitación. Allí no habían ventanas y por eso tenía que dejar la puerta abierta si quería que la luz y el aire entrasen en ella. A esa hora de la mañana los rayos del sol iluminaban ligeramente el cuarto con tonos anaranjados. A excepción del sonido de los pájaros y de las olas del mar, todo parecía estar en calma. No se escuchaban los sonidos de los motores de los coches, ni sus estrepitosos claxons. Mi vida había cambiado, así que yo también tenía que hacerlo. Debía esforzarme y no dejar que mis miedos volvieran a vencerme. Durante los cuatro años de universidad había desaprovechado muchas oportunidades como salir y conocer gente para pensar en otras cosas que no fueran mis estudios o el error que convirtió mi experiencia en la escuela secundaria en una pesadilla. Lo había intentado, de verdad, pero cuando tenía que tomar esa decisión siempre me echaba para atrás y al final todos dejaban de insistir. Sin embargo, la culpa era sólo mía.

Me coloqué las zapatillas de estar por casa antes de levantarme y comencé a andar hacia el pasillo. La brisa marina mecía las cortinas del salón y me acerqué a ellas para ver qué tiempo haría ese día. Septiembre era ese mes de transición hacia el otoño y después el invierno, pero no sabía por qué sentía cierta tristeza al pensar en ello. Quizás era porque no me gustaban los días fríos y nublados.

Coloqué la mano sobre la tela con la intención de apartarla hacia un lado, pero me detuve cuando vi una figura a mi izquierda. Alguien se me había adelantado.

Su nombre se escapó de mis labios y me tapé la boca temiendo que Dae me hubiese escuchado. Por suerte, no lo hizo.

Su mirada estaba perdida en algún punto del horizonte. Tenía los antebrazos apoyados en la barandilla y sus largos y gráciles dedos estaban entrelazados. Estaba desnudo de cintura para arriba y tardé varios segundos en apartar la mirada para dirigirla hacia su rostro. Éramos dos completos desconocidos y aún así se atrevió a hablarme de esa forma, aunque sabía que su intención en ningún momento fue hacerme daño. Iba a ser mi vecino hasta que volviera a Seúl y también era amigo de Hana, así que tenía que hacerme a la idea de que lo vería a menudo. De pronto, giró la cabeza hacia mi balcón y suspiró con fuerza mientras revolvía su pelo negro.

Al día siguiente empezaría a trabajar, conocería a mis alumnos y alumnas, y también a mis compañeros. Estaba nerviosa por eso, pero también por lo que haría dentro de unas horas. Pasaría todo el día con él, con Hana y con Doyun.

Me di la vuelta con la intención de ir al cuarto de baño y darme una ducha. Puede que hacer eso me ayudara a calmar mi acelerado corazón. Me quité toda la ropa y me abracé frente al espejo hasta que el vapor empañó el cristal. Entonces, me introduje bajo el chorro de agua caliente y traté de dejar mis pensamientos en blanco.

A las 9:30 ya me había secado el pelo y vestido para la ocasión. Elegí unos pantalones negros de algodón y una camiseta de manga corta morada. Agarré una americana del mismo color que los pantalones y mi bolso. Estaba poniéndolos sobre el sofá cuando escuché que alguien tocaba la puerta. Me acomodé el pelo y la ropa mientras me dirigía hacia allí sin saber a quién encontraría al otro lado.

—¡Hola, Alma!—dijo Hana mientras sonreía—. Sé que te dije que vendría más tarde, pero me apetecía desayunar contigo. ¿Te parece bien?

Hana me miraba entusiasmada a través de sus gafas moradas. Había elegido un vestido de manga larga del mismo color y acentuó su sonrisa al ver mi camiseta.

—Claro—sentí un gran alivio cuando observé que en su expresión no quedaba ni rastro de la Hana que había visto el día anterior—¿Quieres que comamos aquí?—sugerí mientras me apartaba.

—Anoche hice buñuelos rellenos de chocolate, nata y vainilla. ¿Te gustaría probarlos?—dijo mientras me enseñaba el recipiente rosado que los contenía—. Son típicos de España y te aseguro que están muy ricos.

—Seguro que sí—sonreí y me hice a un lado—. Entra.

—Gracias.

Hana cruzó el umbral y se cambió rápidamente de zapatos.

—¿Has dormido bien?—preguntó mientras caminábamos hacia el salón.

—No mucho—admití—. Estoy nerviosa.

—No te preocupes—dijo mientras colocaba el recipiente en la encimera de la cocina y lo abría—. Lo harás genial, pero ahora comamos un poco para reponer fuerzas. Hoy será un gran día.

Hana hizo al menos una docena y media de buñuelos. No era la primera vez que los comía, pero su sabor hizo que se convirtieran en mis favoritos. Tenían la cantidad exacta de azúcar y al estar fríos me gustaron todavía más.

—Están deliciosos, Hana. ¿Dónde has aprendido a cocinar tan bien?

—Lo cierto es que hace unos años estuve bastante enferma—su rostro se volvió más serio cuando habló de nuevo—. Cocinar fue mi terapia entonces y hacerlo me ayuda a sentirme mejor. Mi doctor solía decirme que la comida debía ser como mi medicina, así que le hice caso.

—¿Ahora ya estás completamente bien?—pregunté mientras me limpiaba los dedos en la servilleta.

—Sí. Esa parte de mí sólo existe en el pasado.

No le hice más preguntas al respecto. Desconocía la enfermedad contra la que había tenido que luchar pero lo que sí sabía era que la misma la hizo más fuerte.

Puede que en un futuro habláramos de ella.

Puede que en un futuro habláramos de mí.

—¿Te gustaría que intercambiemos los números de teléfono?—dijo mientras comenzaba a sacar el móvil de su bolso—. De esa forma podrás llamarme o enviarme un mensaje siempre que me necesites.

—Claro—se lo dije y fui a por el mío. Cuando lo tuve en mis manos vibró y la pantalla se encendió.

—Te he mandado un mensaje para que me agregues a tus contactos.

Junto a su nombre puse el emoticono de un sol porque me recordaba a ella. Hana era una persona cálida y llena de energía, así que pensé que le quedaría bien.

—Mira—dijo mostrándome su móvil—. He puesto una luna junto a tu nombre porque eres como ella. Emites una luz especial que no todo el mundo puede ver. Eso te ayuda a mantener tu misterio.

Le enseñé mi móvil para que viese cómo aparecía su nombre en mis contactos y cuando lo hizo, rió con ganas.

—Al parecer no somos tan distintas, Alma.

***

Dae se sentó en el asiento del copiloto y nuestras miradas se cruzaron durante una fracción de segundo en el espejo retrovisor cuando Doyun arrancó el motor del coche. Ambos nos estaban esperando en el aparcamiento cuando llegamos y me sentí aliviada cuando me saludó con total normalidad.

—¿Por qué no nos dices a dónde vamos?—Hana se cruzó de brazos e hizo un mohín.

—Es una sorpresa—dijo Doyun—. A ti te gustan las sorpresas, así que no sé por qué pones esa cara.

—¿Te refieres a esta cara?—le sacó la lengua y trató de contener la risa—¿Y si el lugar al que vamos es aburrido?

—No importa el lugar al que vayamos—dijo Dae—. Si estás tú, nunca será aburrido.

—Me lo tomaré como un cumplido.

—Lo es—sonrió brevemente y comenzó a mirar por la ventana. Recordé la expresión que había visto en su rostro esa mañana y aparté la vista cuando mi mente revivió la imagen de su cuerpo perfectamente definido.

Quince minutos después llegamos a nuestro destino. Doyun aparcó el coche en una gran explanada de tierra y antes de bajarnos, Dae se puso una gorra negra a juego con su ropa y unas gafas de sol.

—Lo hace para que no lo reconozcan—murmuró Hana cuando se dio cuenta de que lo estaba mirando—. A veces los paparazzis y las sasaeng se convierten en una verdadera molestia.

¿Sasaeng?

—Básicamente acosadoras. Su obsesión puede llegar a límites extremos.

Asentí lentamente mientras me giraba hacia las columnatas de madera que conformaban la entrada al recinto.

—Hacía tanto tiempo que no pisaba este lugar—suspiró—. Aquí se encuentra la cascada de Jeongbang. Obviamente desemboca en el mar, pero lo que más impresiona es su altura.

—Son veinte metros de caída libre—dijo Dae colocándose a mi lado—. Sin embargo, cualquier edificio de Seúl la supera con facilidad.

Miré mi reflejo en sus gafas y no pude evitar pensar en lo que me había dicho la noche anterior ni en la forma en la que lo hizo.

—Aquí solíamos venir con nuestros padres cuando éramos pequeños—Hana comenzó a andar con paso tranquilo y yo la seguí—. Es un sitio mágico.

Al cruzar la entrada vi un pequeño edificio que supuse que era la recepción. La fachada era de ladrillos y el tejado parecía de cristal.

—Esperad aquí—Doyun introdujo las manos en los bolsillos de sus pantalones negros deportivos y sacó su cartera—. Voy a comprar las entradas.

—¡De eso nada!—exclamó Hana mientras lo cogía del brazo. Doyun no pareció inmutarse y siguió andando con normalidad—. Te dije que pagaba yo.

—Hana—dije—. No tienes por qué hacerlo. He traído dinero.

—La entrada vale un euro, Alma—murmuró Doyun sin apartar sus ojos de ella—. Sólo lo hace para impresionarte.

—¡Cállate!

Él soltó una carcajada y siguió andando con Hana enganchada a su brazo. Cuando entraron al edificio fui consciente de que me había quedado a solas con Dae. Me rodeé los brazos con las manos y miré a cualquier lugar que no fuera a mi derecha, pero entonces se inclinó, entró en mi campo de visión y captó toda mi atención.

—Si piensas que voy a decir algo sobre lo que pasó anoche—su voz fue suave y me hubiese gustado poder verle los ojos mientras hablaba, aunque no estaba segura de que hubiera sido capaz de sostener su mirada—, estás equivocada. Siento haberte molestado. No era mi intención, pero si alguna vez quieres hablar, quiero que sepas que estoy aquí. 

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