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Capítulo 19

 —¿Te sientes mejor?

Dae parpadeó varias veces antes de contestarme. Había anochecido y yo todavía estaba allí, sentada a su lado. Terminé quedándome hasta las seis de la tarde y fue entonces, cuando traté de levantarme, que agarró mi mano como si estuviera pidiéndome de nuevo que no lo dejase solo.

—Sí.

Se llevó una mano a la frente y comenzó a inclinarse al tiempo que la luz de la lámpara creaba sombras bajo sus ojos al proyectar sus oscuras pestañas. Cuando se recostó, la manta que lo cubría terminó por deslizarse hasta su abdomen y en ese momento fue consciente de dos cosas: estaba desnudo de cintura para arriba y su mano derecha sujetaba la mía. Arqueó las cejas por la sorpresa y liberó mi mano como si la misma fuese una brasa. El recuerdo del día que fuimos a la cascada de Jeongbang cruzó por mi mente, recordándome su mirada cautelosa después de deslizar sus pulgares por mis mejillas.

La forma en la que me hablaba y me tocaba era siempre la misma. Parecía dudar antes de hacerlo, como si estuviera en medio de un debate interno. Quizás lo que trataba era de evitar que le diera la espalda y huyera como la noche que nos vimos por primera vez.

—¡Lo siento!—exclamó al tiempo que se sentaba para coger la camiseta de manga corta blanca que estaba sobre el respaldo del sofá. Me levanté para darle su espacio y en lugar de quedarse sentado como pensé que haría, se puso en pie y se colocó frente a mí—. No era mi intención obligarte a que te quedaras.

Se llevó ambas manos a la cara y ocultó su rostro con ellas.

No estaba entendiendo el verdadero motivo de su reacción. Si había permanecido a su lado era por voluntad propia. Me estaba dejando llevar y era plenamente consciente de ello. En el pasado me sucedió algo parecido y terminó siendo mi perdición. A pesar de que esa sensación asfixiante seguía tratando de apoderarse de mí cada vez que alguien se acercaba más de lo normal, con él parecía mitigarse. No me apartaba cuando daba un paso en mi dirección y tampoco lo hacía cuando se aferraba a mi mano como si fuera lo único que le permitiese mantenerse a flote.

¿Todo eso se debía a cómo se comportaba conmigo?

¿Fue por protegerme de la lluvia o por encender las velas en medio de la tormenta?

¿Me sentía culpable porque él se había enfermando y por eso accedí a entrar a su apartamento?

Lo que sí tenía claro era que cuando lloró en mi hombro hasta quedarse dormido, algo cambió dentro de mí.

—Está bien. No pasa nada. Me he quedado porque he querido, Dae.

Negó con la cabeza y se introdujo las manos en el pelo, alborotándoselo un poco.

Como seguía sin responderme ni mirarme, me armé de valor y terminé colocando una mano alrededor de la suya para tratar de apartarla.

—¿Sientes pena por mí?—dijo de pronto—. ¿Por eso estás aquí?

—¿De verdad piensas eso?—miré sus ojos enrojecidos y terminé cogiéndole la otra mano—. Dame un motivo por el cual debería sentirme así.

Relajó su expresión a pesar de que no desapareció aquella mirada que no lograba descifrar. Temía decirle en voz alta lo que pensaba realmente, pero puede que esa fuera la única forma de romper la barrera que nos separaba.

—¿Alguna vez alguien te ha dicho que llorar está mal?—apreté sus manos y lo miré a los ojos—. Pues no es verdad. Es una forma de dejar salir lo que hay dentro de ti. Es una forma de expresarte, al igual que lo es la música. No tienes porqué sentirte débil por hacerlo. No eres débil—recalqué—. Lo que ha pasado antes era lo que necesitabas—noté como esa vez eran sus manos las que apretaban las mías y solté un poco de aire antes de seguir hablando—. Estuvieras o no enfermo, no iba a dejarte solo.

—¿Por qué?

—Porque tú hubieses hecho lo mismo.

Aflojó su agarre y el brillo de sus ojos se intensificó. Mi yo del pasado no habría sido capaz de quedarse de nuevo a solas con un chico. No después de que esa acción terminara arruinándome lo que me quedaba de adolescencia. Sin embargo, Dae no era él y esa Alma que se había escondido tras un escudo durante todos esos años estaba empezando a cansarse de vivir retraída.

—No sé cómo agradecértelo.

Lo miré en silencio y me detuve un instante a apreciar la forma en la que sus manos envolvían las mías. Recordé cómo sus dedos recorrieron mis cicatrices y no sentí vergüenza porque él las hubiera visto. Una sensación de alivio invadió mi cuerpo al comprender que mis secretos podían estar a salvo con él.

—No tienes por qué hacerlo. No me debes nada.

En ese instante, su teléfono vibró encima de la mesa y Dae giró su cara hacia él. Miró nuestras manos unidas al igual que yo lo había hecho en el pasillo y entonces comencé a apartarme.

—Puede que sea importante—retrocedí, poniendo una distancia considerable entre los dos y señalé su móvil—. Ahora que sé que te encuentras mejor ya puedo estar tranquila.

Abrió la boca, como si fuera a decir algo, pero pareció cambiar de idea en el último momento.

—Tienes razón. Es tarde y tú también estarás cansada.

Entrelacé los dedos y me mordí el interior de la mejilla.

—Si necesitas cualquier cosa, ya sabes que estoy al lado.

Asintió lentamente y se cruzó de brazos.

—Lo mismo digo.

—Sí—volví a retroceder y me giré hacia el pasillo cuando estuve en la puerta del salón—. No es necesario que me acompañes. Mejor quédate dentro.

Antes de poder escuchar su respuesta, me encaminé hacia la entrada y justo cuando coloqué mi mano alrededor del pomo, su mano envolvió la mía. No había dejado de sentir su calor y allí estaba esa sensación de nuevo.

Cerré los ojos y respiré con calma antes de darme la vuelta para enfrentarlo, pero cuando lo hice no fui capaz de articular ni una palabra, ya que sus brazos me rodearon, acercándome a él. Aunque al principio no supe cómo reaccionar, cuando sentí su corazón latir contra mi pecho a la misma velocidad que lo había sentido bajo mi mano el día de la tormenta, me perdí en él y nos abrazamos en silencio hasta que el ritmo de nuestros corazones se acompasó.

***

—¿Un viaje en ferry hasta la isla de Seopseom?

—Sí.

Hana sonó desanimada al leer en voz alta el correo electrónico que acababan de enviarnos desde la escuela en el que nos informaban de que el sábado de la semana siguiente había organizado una excursión. Era domingo por la tarde y estábamos en mi apartamento. El día anterior habíamos ido a comprar cartulinas, pegatinas y rotuladores a una tienda que no quedaba muy lejos y en ese preciso momento estaba ayudándome a hacer las tarjetas de un bingo para trabajar vocabulario.

—¿Tenías planes para ese fin de semana?

—No.

Colocó su teléfono sobre la mesa y jugueteó con la tapadera del rotulador morado. Anteriormente me había dicho que todos los años hacía ese viaje y que le encantaría que yo la acompañase. Esa era la oportunidad perfecta.

—¿Qué sucede, Hana?

Me llevé las manos al regazo y la miré a los ojos. Tardó un poco en contestarme. Algo no iba bien.

—¿Recuerdas el día que fuimos al café que está aquí al lado?

—Sí.

—¿Te acuerdas de la chica que entró cuando salíamos?—asentí y ella prosiguió—. Ella es Kim Eun-yeong y también es una idol. Nos conocemos desde siempre—apuntó—. Ella y Dae vendrán a la excursión.

Sus hombros se hundieron en un gesto que conocía demasiado bien y terminé colocando mi mano sobre la que tenía sobre la mesa.

—¿Está todo bien?—colocó la mano que tenía libre sobre la mía y le dio un ligero apretón—. ¿Quieres hablar de ello?

Me miró y sonrió brevemente.

—Pasó hace tiempo y todavía lo siento como si fuera ayer—volvió a fijar sus ojos en los rotuladores y siguió hablando en ese tono tan poco típico es ella—. Te contaré la versión resumida.

—Escucharé todo lo que tengas que decir.

—Lo sé y te lo agradezco. Sé que puedo confiar en ti.

Pese a que le devolví la sonrisa, me sentí mal por no ser tan valiente como ella para dar ese paso.

—Hace diez años, la agencia a la que pertenecen ella y Dae, Stars Entertainment, convocó una audición en la isla de Jeju con el objetivo de encontrar a jóvenes con talento. Eunyeong era mi mejor amiga en ese entonces—sonrió fugazmente al rescatar algún buen recuerdo que compartió con ella y se colocó un mechón de pelo tras la oreja—. Compartíamos todo y teníamos los mismos gustos e intereses. Siempre habíamos soñado con crear un dúo. Supongo que no dejaban de ser sueños de adolescentes, pero cuando se presentó la oportunidad, la dos no dudamos ni un segundo en probar suerte—era consciente de que Eunyeong lo habían logrado y Hana no, así que comencé a pensar en lo que podría haber sucedido—. Serían dos las personas que podrían disfrutar del premio en un principio. Sin embargo, nosotras contábamos como una. Entrar en ese mundo puede parecer fácil, pero no lo es. Los estándares de belleza son tan estrictos que incluso me parecen ridículos. Eso era una de las cosas que menos me gustaba. Llegué a perder diez kilos en un mes para poder asemejar mi figura a la suya. Nuestras voces y movimientos se complementaban a la perfección. Nos esforzamos tanto que al final del día terminábamos derrotadas. El dolor de nuestros músculos nos hacía parar en ocasiones y apenas comíamos, pero nos teníamos la una a la otra y a mí eso me bastaba—suspiró pesadamente y cerró los ojos varios segundos—. Lo cierto es que me negaba a ver la realidad—me miró de pronto y no hizo falta que le preguntara a lo que se estaba refiriendo—. Ella ansiaba la fama por encima de todo. Además, siempre estuvo enamorada de Dae y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por seguir a su lado, aunque eso supusiera dejarme atrás.

Le di un ligero apretón a su mano y esa fue una de las pocas veces que vi esa parte de Hana. Al igual que yo, ella tenía su propio duelo interno.

—¿Qué fue lo que pasó?

—A Dae lo seleccionaron una semana antes que a nosotras porque estaba en la categoría masculina. Eunyeong y yo debíamos competir por ese puesto frente a otra chica. Ese momento nunca llegó o al menos no para mí—un escalofrío recorrió mi espalda cuando dos lágrimas brotaron de sus ojos y cayeron sobre la mesa—. El día anterior mis padres y mi tío habían ido a la montaña Hallasan porque era el aniversario de la muerte de mi abuela y ese era su lugar favorito. Yo no los acompañé para poder seguir practicando—sentí una opresión en el pecho al ver el dolor reflejado en sus ojos—. Esa noche, una patrulla de policía se presentó en mi casa para informarme de que habían sufrido un accidente de camino a casa. Mi padre y mi tío fallecieron en el acto. Mi madre estaba grave, pero seguía con vida.

—Hana...

Apreté su hombro y ella se limpió las lágrimas con ambas manos mientras le temblaba la barbilla.

—Dae y Doyun no me dejaron sola ni un segundo. En cambio, Eunyeong jamás se presentó en el hospital—intentó respirar con calma y cerró los ojos—. Mi madre murió ocho horas después, coincidiendo justo con la hora en la que tendríamos que haber estado compitiendo por ese puesto que tanto deseábamos.

—Lo siento mucho—las lágrimas nublaron mi visión y terminé acercándome a ella para abrazarla. Al hacerlo, Hana se giró hacia mí y terminó haciéndolo antes que yo.

—Fue Dae el que me dijo que ella había pasado la audición. Le contó a todos que renuncié en el último momento. No fue capaz de presentarse en el entierro. Ni siquiera me dijo que lo sentía—palmeé ligeramente su espalda y noté cómo ella curvaba sus dedos en la parte trasera de mi camiseta—. La habría perdonado como hacía siempre—musitó en voz baja—. Si tan sólo me hubiese dado una explicación. Pero aunque esperé, terminó mudándose a Seúl al final de ese verano. Volví a verla tres años después e intenté hablar con ella. Actuó como si no me conociera en frente de las chicas que la acompañaban. Les hizo creer que era una fan.

—Ese día en la cafetería...—comencé a decir.

—Me dijo que se alegraba de que por fin la hubiese sustituido.

Cerré los ojos y la abracé con fuerza.

—Ella no se merece tus lágrimas. Eres una persona maravillosa y no deberías dejar que nadie trate de apagar tu luz.

Su respuesta fue llorar con más ahínco.

Ese día comprendí que todas las personas sufrimos internamente aunque sea a diferentes niveles y por motivos que quizás no tengan nada en común, y también que en ocasiones, la sonrisa más radiante es solo una forma de ocultar un dolor casi insoportable. 

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