Capítulo 15
—La comida está lista.
Apagó el gas, sacó el cucharón de la olla y lo colocó sobre un plato liso para no ensuciar la encimera.
—Genial.
Me levanté del sofá y fui hacia él sujetando el móvil entre unas manos más temblorosas de lo que me gustaría admitir. Había vuelto a llamarlos, pero seguía sin obtener una respuesta por parte de ambos.
—Es muy probable que la tormenta siga hasta tarde y que Hana se quede en casa de Doyun.
—Está bien.
No quise indagar demasiado en lo que me hizo hablarle con esa seguridad. Lo único que sabía era que no me importaba que pasara la noche en mi apartamento. De pronto, fui consciente de que las barreras que había estado construyendo con tanto cuidado y durante todos esos años se desvanecían en cuestión de segundos.
—Lo siento—dijo en tono serio. Los músculos de su espalda se tensaron bajo la fina tela de su camiseta cuando se cruzó de brazos y se giró por completo hasta quedar frente a mí—. Ayer no debí hablarte de esa forma. Sé que te hice sentir incómoda.
Sus palabras me hicieron apartar la mirada. Ese día habíamos permanecido más cerca el uno del otro que nunca y pensarlo detenidamente sólo provocó que una ligera sensación de calor se extendiera por mi nuca.
—No pasa nada. Yo tampoco reaccioné bien.
La realidad era que él no sabía nada de mi pasado. No tenía ni idea de la ansiedad que sentía cada vez que alguien se acercaba demasiado.Sin embargo, era plenamente consciente de que si seguía mirándome de esa forma y yo bajaba la guardia, terminaría descubriendo cómo era realmente. Y eso era algo que no podía permitir.
—No debí presionarte. Yo sólo quería que supieras que...—hizo una pausa en la que tomó aire con la boca y terminé cediendo a la voz de mi cabeza que me decía que enfrentara lo que sus ojos trataban de decirme—. Si necesitas hablar de lo que sea, cuando sea, te escucharé. Sé que no nos conocemos de nada, pero no soy de los que se callan y miran hacia otro lado. No puedo hacerlo cuando alguien como tú está enfrente de mí.
No supe cómo responderle y me abracé a mí misma cuando las piernas me flaquearon ligeramente. Él y Hana fueron las primeras personas en decirme algo así. Aunque llevaba dos días en Seogwipo, no dudaron en tenderme una mano que ni yo misma sabía que estaba desesperada por agarrar.
—Yo...—noté el temblor que se apoderó de mi labio inferior y parpadeé rápidamente como un acto reflejo—. Nada de esto es culpa tuya.
Chasqueó la lengua y lo vi clavar los dedos en la encimera. No me moví, pero sí aumenté la fuerza con la que agarraba mis brazos.
—No sé muy bien el motivo de por qué siento que debo decírtelo, pero lo que haya podido pasarte tampoco es culpa tuya.
Quise decirle que estaba equivocado. Si hablaba con aquellos que me conocían le dirían lo contrario. Pero me paralicé, seguí sin ser capaz de hablar y él se dio cuenta de que sus palabras me habían afectado.
—Me recuerdas a alguien que conocí hace tiempo—su voz descendió y sus ojos parecieron brillar por un instante—. No estuve a su lado cuando más me necesitó y eso es algo que jamás podré perdonarme.
Fue entonces cuando comprendí que yo tampoco conocía nada de él. Ser famoso no tenía por qué hacer su vida más fácil. Era una persona de carne y hueso como yo, con sentimientos y emociones que le nublaban la razón en determinados momentos. Recordé cómo actuó esa tarde en la cascada y en el restaurante. También en la forma en la que siempre me miraba cuando creía que no me daba cuenta.
Inspiré hondo y me armé de valor para darle una respuesta que borrase esa expresión de su rostro. ¿Por qué parecía haberse vuelto tan frágil de pronto?
—¿Has pensado que tal vez a esa persona no le gustaría que te castigases de esa forma?
—¿Y qué hay de ti?—se apartó de la encimera y acortó la distancia que nos separaba, por lo que tuve que elevar el mentón para mirarlo directamente a los ojos.
—Yo llevo mucho tiempo estancada en el mismo sitio, dando vueltas sin encontrar una salida.
Hablé sin pensar y no me arrepentí como otras veces. A pesar de todo, sabía que estar cerca de él era peligroso. ¿Por qué no me alejaba?, ¿qué lo hacía diferente a los demás?
—Quizás estabas en el lugar equivocado con las personas equivocadas.
Me vi tentada a pensar que el problema no lo tenía yo, pero no duró mucho tiempo. Si llegaban a descubrir mi secreto tendría que huir otra vez. No comprenderían lo que me pasaba, ni por qué. La mera idea de pensar en ellos juzgándome ya me dolía y sólo acabábamos de conocernos. Sin embargo, tener que estar alrededor de personas que se estaban esforzando por no dejarme sola con mis pensamientos y mis problemas me lo ponía más difícil.
La luz descendió a nuestro alrededor cuando algunas de las velas se apagaron. De esa forma no se dio cuenta de que dos lágrimas brotaron de mis ojos antes de que pudiera tratar de impedirlo y cuando se giró en su dirección, me limpié la cara con el dorso de la mano.
—Sirve la sopa mientras enciendo un par de ellas—cuando llevó de nuevo sus ojos hasta los míos, no había rastro de las lágrimas.
Comenzó a apartarse, pero se detuvo cuando hablé y permaneció en esa posición hasta que me acerqué al armario a coger los cubiertos.
—Gracias por intentar entenderme—musité.
***
No dejó de llover en toda la noche, aunque la sopa me calentó el alma, o puede que simplemente fuera su compañía. Tampoco volvimos a hablar de ningún tema especialmente sensible y en el fondo se lo agradecí. Lo último que quería hacer era ponerme a llorar delante suyo, aunque tenía la sensación de que si lo hacía, no me presionaría para que le contase el motivo.
—Comer lo que me gusta es una de las cosas que más hecho de menos cuando estoy en Seúl.
Su comentario me hizo pensar en que si mantener una figura "aceptada socialmente" podía conllevar un agotamiento físico y mental, no quería ni imaginarme lo que tendrían que sacrificar ellos. Nunca estuve de acuerdo con esos ideales vacíos y siempre pensé que todos los cuerpos eran hermosos, sin importar el peso o la altura. Un número en la báscula no te definía, ni tampoco lo que eras capaz de hacer. Si eras una persona sana, ¿qué le importaba al mundo lo que comías o dejabas de comer?
—¿Son demasiado estrictos?
—Los idols somos el claro reflejo de lo que la gente quiere ver. Una imagen idealizada con una personalidad carismática. Lo que perdemos por el camino no les importa.
Su forma de decirlo me hizo removerme en el asiento. No trató de negarme nada, ni de darme a entender que vivía el sueño de algunos. Sólo fue sincero conmigo.
—¿Te gusta lo que haces?
—Tengo una larga lista de pros y contras, pero al menos puedo dedicarme a lo que me hace feliz y vivir de ello.
La imagen de él vestido completamente de negro, con las gafas y el cubrebocas se dibujó en mi mente. Al hacerlo, sentí el mismo pinchazo en el pecho que cuando lo vi esa mañana.
—Entonces está bien mientras te haga feliz.
Me apoyé contra el respaldo de la silla justo cuando comenzó a inclinarse hacia delante, haciéndome revivir nuestro primer encuentro.
—¿Qué pasa?
Jamás debí hacerle esa pregunta. Confiarme demasiado terminaría saliéndome caro tarde o temprano.
—¿Eres feliz?
Sí. No. No lo sé.
Hasta hace unas semanas no lo era.
—Lo estoy intentando.
Las comisuras de sus labios se elevaron y mi corazón dio una pequeña sacudida.
—Prométeme una cosa—habló sin parpadear y me sentí abrumada cuando continuó lo que había empezado—. Sigue así, porque quiero que lo seas cuando me vaya.
Tragué saliva con dificultad y me obligué a sostenerle la mirada.
—Te lo prometo.
Dae fregó los platos mientras yo barrí y ordené el salón. Hubo algo en el ambiente que creamos que me hizo sentir en calma. Terminamos cerca de las once de la noche, pero no quise irme a dormir cuando me dijo que él se quedaría en el sofá. Quise alargar ese momento, al igual que sucedió mientras tratábamos de refugiarnos de la lluvia. Deseé de nuevo que el tiempo se detuviera, aunque la tranquilidad que me transmitió su voz mientras me hablaba de las tardes que pasó con Hana y Doyun cogiendo cangrejos en el puerto me hicieron sumirme en un profundo sueño. En algún punto de la noche me desperté, sintiendo sobre mis hombros el peso y la suavidad de una manta que no estaba allí antes. Me quedé viendo cómo la luz de una vela a punto de consumirse creaba sombras en su rostro y respiré lentamente. Se había quedado durmiendo en el sofá con los brazos cruzados sobre su regazo y su expresión relajada le hacía parecer libre de preocupaciones.
¿Lograría ser feliz antes de que se fuera?
Lo miré por última vez y cerré los ojos.
—Buenas noches.
Mi voz se mezcló con el sonido de la tormenta y me dormí poco después.
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