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Capítulo 12

El sonido de la lluvia golpeando los cristales del coche opacó el de la radio. El trayecto de vuelta no tomaba mucho tiempo, pero debido a la tormenta se prolongó más de media hora. Mientras Hana hablaba, o más bien se quejaba de que el mal tiempo había estropeado sus planes, desvié los ojos hacia el espejo retrovisor derecho y me di cuenta de que Dae tenía la mirada perdida. A decir verdad, estuvo callado desde que abandonamos el restaurante, lo que me hizo pensar que quizás su estado de ánimo tenía algo que ver con aquella chica. Tenía que admitir que sentía curiosidad por saber lo que había escrito en el papel y por qué él no dijo nada al respecto.

—¿Cómo se llama esta canción?—pregunté para centrar mi atención en otra cosa que no fuera él.

—Still with you de Jungkook—contestó Hana de inmediato—. Él es uno de los siete miembros de BTS.

—Suena bien.

Una pequeña sonrisa tiró de sus labios.

—Son uno de mis grupos favoritos. Las letras de sus canciones son más profundas de lo que la gente cree. Deberías buscar la traducción de alguna de ellas. Estoy segura de que te sorprenderán.

—Lo haré—respondí teniendo la certeza de que seguiría su consejo. 

Cuando terminó la canción, Doyun miró a Hana a través del retrovisor central antes de hablar.

—Mi abuela se encuentra mejor hoy, Hana. Si no tienes nada que hacer, puedes venir a casa. Se alegrará de verte. 

Al hablar en inglés, tendía a pronunciar las palabras tal y como se escribían, pero al menos lo intentaba. De esa forma, ni él ni yo quedábamos excluidos de las conversaciones.

—¡Claro! Hace tiempo que no la veo. 

A partir de ese momento, comencé a hacerme a la idea de que pasaría el resto de la tarde sola. Sol nos había prestado dos pequeños paraguas en cuanto comenzaron a caer las primeras gotas de lluvia. Para entrar al coche no tuvimos problema, ya que Hana y yo lo hicimos juntas, pero para salir y volver a nuestros apartamentos no fue tan sencillo. Además, a eso teníamos que sumarle que la carretera estaba cortada y que tuvimos que bajarnos a casi un kilómetro de distancia. 

—Si no te acercas más vas a terminar empapada.

Cuando estábamos a medio camino , una ráfaga de aire estuvo a punto de arrebatarle nuestro único salvavidas. Los dos sabíamos que al final íbamos a terminar completamente mojados, pero él se aferraba al paraguas con todas sus fuerzas.

—¿Te importa si...?—se colocó delante de mí, cortándome el paso y me miró a los ojos—. No podremos avanzar si sigues alejándote.

Dudé por un instante, pero en el fondo sabía que actuar de esa forma no me serviría de nada y menos en una situación así. Hiciéramos lo que hiciéramos, ya estábamos calados hasta los huesos. Asentí y seguidamente colocó su brazo a mi alrededor, pegándome a su costado. La tela de mi chaqueta era lo suficiente fina como para que notase la calidez de su cuerpo contra el mío. Lo vi mirarme por el rabillo del ojo y un segundo después inclinó el paraguas hacia abajo, impidiendo que las gotas de lluvia siguieran salpicándome en la cara. Cuando quise darme cuenta, ya habíamos llegado. 

—¿Llevas las llaves a mano?

Me habló al oído y mi piel se erizó involuntariamente.

—Sí—contesté mientras trataba de acordarme del lugar en el que las había guardado.

Tanteé el bolsillo de mi chaqueta, pero no di con ellas.

—El bolso—dijo de nuevo—. Mira dentro de tu bolso.

Claro. El bolso. ¿Dónde sino iban a estar?

Su mano ascendió por mi brazo hasta colocarse sobre mi hombro. Dae superaba el metro ochenta sin problemas, pero si seguía pensando en esas cosas sólo lograría ponerme más nerviosa. De pronto, se giró ligeramente hacia mi lado, de manera que el viento le dio un poco de tregua a mi pelo y cuando tiré de la cremallera para abrir el bolso, vi las llaves de inmediato.

—¡Aquí están!—exclamé victoriosa.

Una breve luz iluminó mis manos cuando trataba de encajarlas en la cerradura de la entrada principal y el trueno que la acompañó me hizo dar un salto. Las llaves se me cayeron al suelo y nuestro paraguas salió volando. Me agaché para recogerlas y cuando las tuve entre mis dedos, la lluvia cesó a mi alrededor. Miré al cielo y vi su chaqueta sobre nuestras cabeza, o más bien sobre la mía.

—¡Agárrate y corre lo más rápido que puedas!

Lo miré a los ojos sintiendo que mi corazón latía a mil por hora. Tenía los brazos levantados y la camiseta de manga corta que llevaba estaba completamente pegada a su abdomen, sin dejar espacio para la imaginación. La imagen que tenía de él en el balcón apareció en mi mente. Aparté la mirada en el momento que rodeé su cintura y enrosqué los dedos en la tela empapada de su camiseta.

—¡Cuidado con los escalones!

Mi nerviosismo se desvaneció por completo tras la primera carcajada que trepó por su garganta. Mis labios se curvaron en una sonrisa y traté de no despegar los ojos del suelo para evitar cualquier accidente. Nuestras respiraciones agitadas se mezclaron a medida que nos acercábamos al último piso. Una vez allí, todo habría terminado y por un segundo deseé que ese momento fuera eterno. Me sentí viva durante ese minuto. Casi había olvidado lo que era sentir la adrenalina sacudiendo cada célula de mi cuerpo. 

Finalmente llegamos a nuestro destino y justo cuando puse un pie dentro del pasillo, me resbalé. Todo sucedió a cámara lenta. En un principio, creí que me caería de espaldas, pero Dae rodeó mi cintura y ocupó mi lugar, así que terminé encima de él. Escuché su corazón latir descontrolado mientras una de sus manos me cubría la cabeza y la otra seguía en la parte baja de mi espalda. Clavé mis dedos en su pecho y comencé a apartarme lentamente. Nos miramos sin decir nada. El único sonido que se escuchaba era el de la tormenta que estaba cayendo sobre Seogwipo. Aunque nos cubría el techo, el suelo estaba encharcado. A pesar de que estábamos completamente mojados, ninguno de los dos parecía tener frío.

—¿Estás bien?

Su voz me trajo de vuelta a la realidad y me hizo ser consciente de lo cerca que estábamos. Estaba sentada literalmente a horcajadas sobre él. Seguía teniendo las manos presionadas contra su pecho, notando el latido desenfrenado que se apoderaba de su corazón. Apartó la mano que tenía en mi cabeza y la apoyó en el suelo. Después hizo lo mismo con la que tenía en mi espalda y comenzó a inclinarse hacia arriba.

—¿Te has hecho daño?

Su voz sonó más profunda la segunda vez que habló. Observé cómo las gotas de lluvia se desprendían de su pelo y se deslizaban por sus mejillas. Por suerte, me deshice a tiempo del impulso que me invitaba a tocarlo y me levanté, alejándome de él. 

—¡Lo siento!—di un par de pasos hacia atrás y me detuve.

Era plenamente consciente de lo que él había hecho y me sentí mal al ver que hizo una mueca de dolor mientras trataba de ponerse en pie.

—No me vendría mal una pequeña ayuda.

—¡Claro!—dije sintiendo los nervios en las yemas de mis dedos—. Lo siento, de verdad. No tenías por qué hacerlo...

—Tranquila, estoy bien.

Estiró los brazos y me tendió las manos. Cuando se las cogí, se sintieron igual de cálidas que el día anterior. Deslizó inconscientemente los pulgares sobre mis nudillos y ese roce envió descargas eléctricas por todo mi cuerpo. Traté de ignorar esa sensación y lo ayudé a levantarse. 

—Estás hecha un desastre.

Sus ojos se cerraron cuando sonrió. Se introdujo una mano en el pelo y se lo retiró hacia atrás. Ese insignificante cambio hizo que su mirada pareciera más afilada cuando nuestros ojos volvieron a encontrarse.

—Lo mismo digo.

Mis labios imitaron los suyos y terminé devolviéndole la sonrisa.

—Tienes que hacerlo más a menudo.

—¿El qué?—pregunté sin saber a lo que se refería.

—Sonreír—dijo sin más—. Se te ilumina la cara cuando lo haces—entrelacé mis dedos y lo miré sin decir nada—. Me lo he pasado genial. Hacía tiempo que no me sentía así.

—Yo también.

—Será mejor que nos sequemos bien si no queremos coger ningún resfriado.

Pasó por mi lado en dirección a la puerta de su apartamento, pero lo detuve agarrando su muñeca. 

—Quizás necesites ver a un médico. El golpe ha sido bastante fuerte.

Miró mi mano y después a mí. Entonces lo solté. ¿Dónde me estaba metiendo?

—No ha sido nada. 

No sonó muy convencido, pero no podía obligarlo. Se detuvo delante de la puerta de su casa y comenzó a rebuscar en el bolsillo de sus pantalones. Me giré hacia él y lo escuché maldecir en voz baja.

—¿Está todo bien?

—Las llaves—murmuró—. Se me han debido de caer en el coche. 

***

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¡Nos vemos en el siguiente capítulo!

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