Capítulo 9: Desprecio
Los días siguientes fueron duros para Cuis y Luminem. De ignorarlo casi todo a de retomar sus tareas. Cada uno se aseguró de observar a sus ciudadanos con actividades diarias, viéndose la preocupación sobre la muerte de los padres de Luminosa y sobre cómo aún se encontraba en Custió.
Hoy la llevarían a Linee, y Luminem se haría cargo de ella. Como era menor para vivir sola, se negaba a dejarla a su suerte, aparte de que Luminosa logró demostrar una gran voluntad para sobrevivir en las oscuras cuevas y ayudar a Ànima. Aunque no solo eso.
—Un ser... ¿de otro planeta? —preguntó Luminem, intrigado a la vez que intranquilo
—Según pudo decirme Pyschen, hay un ser oculto en los bosques, alguien que a lo mejor puede ser un peligro para nosotros —explicó Ànima, siendo acompañada por Luminosa, quien agarraba su mano.
Mientras explicaba todo lo ocurrido, Luminem y Cuis no pudieron evitar ver como se agarraban de la mano. Cuis sonreía en silencio al saber que no era la única que metía su empeño en esa alianza, pero a la vez se preguntaba la reacción de los Cutuis. Después de todo no eran tan fáciles de aceptar los cambios y que muchos las juzgarán, aunque sabía que juntas podían hacerlo frente.
—Me alegra que te hayas sentido acompañada y querida en nuestra ciudad —respondió Cuis a Luminosa.
—¡Sí! Ànima ha sido muy amable conmigo. La verdad es que, aunque sea distinta, me sentí acompañada y descubrí mucho sobre ustedes —admitió Luminosa con una sonrisa adorable, una que logró enternecer el corazón de Cuis—. A su vez, daré todo lo posible para ayudar ante esta situación y, la verdad, me sorprende lo ocurrido con Christel y Lihuco, pero creo que tienen un buen corazón. Solo hay que convencer al ruido sobre eso y que no se deje llevar por el temor.
Cuis veía en Luminosa un brillo que destacaba muchísimo, no tanto como el de Luminem, pero similar. Era como si ellos dos fueran como hermanos, o padre e hija. Sonrió sin ser consciente de ello, sabiendo que Luminosa, si bien era una chica joven, a la larga podría ser una gran órbita experta, más si tenía la ayuda de Ànima a su lado.
«Es bonito ver que no somos los únicos que tienen amistades con los otros elementos a pesar de que nos hagan daño», pensó Cuis mientras miraba a Ànima con orgullo.
—¿Ocurre algo, mi señora? —preguntó Ànima.
—Nada de qué preocuparse, pero si estaría bien que os despidierais antes de no poderos encontraros con tanta frecuencia —respondió Cuis.
Luminosa miró hacia Ànima y Luminem, quien sonreía con dulzura.
—Aún no nos vamos, así que aprovecha el tiempo —añadió Luminem.
La ilusión se reflejó en el rostro de Luminosa para luego abrazar a Ànima con una gran fuerza. La vergüenza fue pronto reflejada en las mejillas de Ànima ante su actitud.
Cuis se reiría por lo bajo mientras que Luminem cruzaba sus brazos. Sin querer, ambos se mirarían, pero sin decirse aun nada..
«Realmente no es algo que Luminem y yo tengamos que pasar, sino que ellas también. Puede que en algún momento la luz y la oscuridad puedan convivir juntos, más o menos —analizó Cuis—. Me alegra ver que a pesar de todo siguen juntas».
Aunque las despedidas fueran de lo peor, se reflejaban también los sentimientos que uno de verdad guardaba por dentro, emociones reales que muchos no eran capaces de expresar, pero que en este caso no solo demostró el amor que se tenían, sino que lograban que la luz y la oscuridad rompieran esos mitos.
—¿La harás elegida? —preguntó Cuis a Luminem en un susurro.
—Sí, pero será complicado, es joven, muy inocente, le queda aún por aprender —explicó Luminem.
Cuis se cruzó de brazos por unos segundos, contemplando la situación.
—Cualquier duda me puedes decir, estaré entrenando a Ànima también.
—Lo sé, y muchas gracias.
Luminem le dedicaría una sonrisa cariñosa, una que a Cuis le hizo sonrojar por unos segundos.
—N-.No es nada.
Cuando las dos luces desaparecieron de la ciudad de Custió, Cuis y Ànima se quedaron juntas cerca de la entrada de la cueva mientras veían el exterior.
—Te pondré en situación —pronunció Cuis con firmeza, sin perder más tiempo—. Sígueme.
Ànima abrió sus ojos en demasía, para seguirla sin dudar.
Caminaron poco a poco hacia su hogar donde los guardias esperarían con orgullo su llegada. Era extraño ver toda su ciudad después de tanta luz. Le era un contraste interesante, pero no se quejaba porque apreciaba lo que la vida en sí le había otorgado.
—Ahora mismo hay unos cuantos problemas en el exterior —explicó Cuis.
—Comprendo —respondió Ànima.
Entraron por las puertas, encontrándose con el pasillo principal, caminando por el único camino liso a diferencia de su alrededor que eran rocas de distintos tamaños y formas. El techo mantenía su forma y color, con una iluminación suave de color azul marino.
—Tenemos a dos dioses más en este planeta, Christel, la diosa de la guerra, y Kersmark, el dios de la tecnología —continuó Cuis. Vio la preocupación en Ànima, por lo que intentó no ser tan brusca con sus palabras—. Ambos no parecen ser hostiles, pero no podemos confiarnos.
—Comprendo, ¿qué quiere que haga?
Contrastaba su actitud seria y leal con lo que vio antes, eso demostraba que Ànima sabía cómo comportarse cuando era necesario. Sonrió, realmente había hecho bien en tenerla como órbita novata, y pronto como órbita experta de la oscuridad.
—Entrenar —contestó Cuis. Ànima la miró atónita—. Ambas aprenderemos a usar bien nuestro poder, ambas nos encargaremos de mejorar nuestras habilidades para así prepararnos en caso de surgir algún problema. No soy la única, Luminem lo hará también y Cin ya tiene a Pyschen de su lado.
—Entiendo, y según sé, ella tenía un dominio irregular del ruido.
—Así es, pero no deberías juzgarla, tú tampoco tienes buen dominio de la oscuridad. Sabes que nuestra raza es capaz de sacar un poder que os limité a todos.
Se vio el impacto en los ojos de Ànima, y la propia Cuis admitía que no se esperaba que el momento pudiera llegar a este punto. Involucraba no solo tener un gran dominio de la oscuridad, sino que también de los sentimientos.
—Conocerlo será complicado, Ànima —susurró Cuis mientras miraba a su alrededor, no deseaba que nadie las escuchara—. Limité a todos a usarlo, pero viendo como es la situación y cómo me has demostrado que puedes controlar tu poder estando un Lumos a tu lado durante tanto tiempo...
—No creo que sea necesario hacerlo ahora, si es que usted lo considera así.
El miedo se reflejaba en el rostro de Ànima, se notaba que no estaba segura de su decisión..
—Es algo que aún debo pensar, aparte tengo que ver cómo entrenas con Pyschen y Luminosa.
—¡¿Ah?! Ah bueno, yo...
Ànima tembló al oír el nombre de Luminosa. Un gesto que a Cuis le pareció curioso, más al ver el sonrojo en las mejillas de su compañera.
—A no ser que tengas miedo de hacer daño a la luz —murmuró Cuis con una pequeña sonrisa.
—¡No! Yo no tengo miedo a la luz, para nada. Es solo que bueno, es mi amiga. —Le costó bastante decir esta última palabra, de hecho, toda la frase le fue difícil de pronunciar—. Y no quiero... Ya sabe.
—Será amistoso, no habrá nada de violencia grave, ni siquiera sangre. Solo un entrenamiento de habilidades —explicó Cuis, soltando una ligera risa.
Ànima se sintió parcialmente aliviada, aunque la vergüenza de sus mejillas no se retiraba.
—Está bien —respondió Ànima, mirando hacia otro lado..
«Será complicado este entrenamiento, pero merecerá la pena —reflexionó Cuis—. Bien, no debo perder más tiempo».
Al otro lado de la montaña, Luminosa y Luminem caminaban hacia Linee. Luminosa agarraba la mano de Luminem con una gran admiración, saltando con una ilusión. No se lo creía, deseaba contárselo a alguien, pero Luminem le pedía discreción y prudencia porque no era algo que se debía decir como si nada, no ante la situación que estaban viviendo.
Mientras volvían, Luminosa se enteró de la presencia de nuevos dioses cuya actitud e intención era desconocida. Su rostro se volvió más serio, dejando a un lado su niña interior para mostrar su mayor madurez y atención.
—¿De verdad cree que no fue la pareja de Christel? —preguntó Luminosa.
—No, al menos no tenemos pruebas que lo indiquen. Tenemos que vigilar todo y más con ese ser que habita en los bosques —respondió Luminem. Luminosa miró a su dios con impacto y agachó la cabeza como si algo le angustiaba, un gesto que le fue inusual para él—. ¿Qué ocurre?
—Pues, verá, ahora que menciona eso, cuando llegué a la ciudad de la oscuridad, tuve varios sueños inusuales—recordó Luminosa—. Al principio no hice caso, creía que era una tontería, que intentaban derribarme, ¡pero ya sabe que siempre pienso en positivo y que nada me puede hacer sentir mal!
—Luminosa, céntrate, ¿qué eran esos sueños? —preguntó Luminem.
—Era una voz distorsionada, siempre intentaba atormentarme con que mi futuro no sería duradero, ¿dónde podría ir a parar? No tenía nada, ni padres, amigos, nada. Estaba sola —explicó Luminosa.
Luminem frenó sus pasos y la miró con los labios un poco apretados, ¿cómo podía tener sueños así de negativos? No tenía sentido, Luminosa era la joven más amable, positiva y cariñosa que se podía conocer entre los Lumos.
—¿Algo más? —inquirió Luminem.
—Luego esas voces me dijeron que no me acercara a Ànima, que sería mi desgracia.
—¿Desgracia? —repitió, extrañado.
—Sí, aunque entiendo que lo dijera porque es oscuridad y yo luz, pero seguí ignorando y dejé que la curiosidad me ganara —admitió Luminosa—. La verdad, no me quejo, Ànima es de las mejores personas que pude conocer y me gustaría estar a su lado... para siempre —susurró esto último avergonzada, sus mejillas se volvieron un poco más rojizas.
—¿Y esa voz siguió hablando?
—Sí, dejó un solo mensaje final —recordó—. ¿Qué compañero has dejado de lado?
Esas palabras dejaron confuso a Luminem, y por un momento creyó que se refería a Cin. Estuvieron varios días sin saber nada de él. ¿A lo mejor era eso?
—De igual forma nunca hago caso a sus palabras —admitió Luminosa, despertando a Luminem de sus pensamientos—. Todo lo que dijo era falso, nunca acertó, por eso es mejor no obedecer y no preocuparse. Hice mi vida y todo fue bien.
Esto dejó pensativo a Luminem. Los sueños eran abstractos y enseñaban versiones de otras posibilidades. Era tan irreal que lo mejor era no preocuparse porque nunca obtenían la respuesta.
Aun con ello, Luminem no paraba de darle vueltas al asunto.
—Mañana iremos a ver a Cin —decidió Luminem— y tú me acompañaras.
—¡Genial!
Pronto llegarían al templo, donde Luminosa sería acompañada hacia su nueva habitación, dando saltos mientras gritaba lo grandioso y bello que era su nuevo hogar mientras que Luminem observaba su ilusión, pensando en todo lo que había ocurrido.
Una parte de él le decía que era arriesgado darle a Luminosa un cargo así, pero pronto recordó las palabras de Cuis. La calidez y cariño que sintió fue agradable, de hecho, mismo deseaba tenerlo para calmar todas sus preocupaciones y miedos.
Suspiró, no podía pensar en eso. Ahora mismo había muchos temas sobre qué tratar, mucho qué hacer, sobre todo con Luminosa que, si bien dominaba la luz, debía aprender demasiado si quería ser una órbita experta.
«No sé si es buena idea darle la habilidad pureza lumínica —reflexionó—. Es joven, inexperta y creo que, aun siendo guardiana, le quedaría mucho por aprender. —Suspiró angustiado y negó con su cabeza—. Aún nos queda mucho».
Cerca de la ciudad de Seriu, Cin se encontraba entrenando con Pyschen en lo más profundo de los bosques invernales. El lugar era ideal para no dejarse llevar por los sentimientos y saber adaptarse al clima donde se encontraban.
Cin estaba de pie en el frío suelo con los ojos cerrados, escuchando su alrededor con atención, preparándose para el ataque que pudiera hacer Pyschen. En este tiempo de práctica, se dio cuenta que ella era muy sigilosa si lo deseaba.
Escuchaba su sonido, uno discreto que transmitía rencor, pero no era uno que conociera durante toda su vida, sino que demostraba un odio y desconfianza hacia aquellos que no conocía, hacia alguien que, posiblemente, la hizo daño.
«Demasiado dolor en el pasado. ¿Quién te hizo eso, Pyschen?», se preguntó Cin.
Otro detalle importante sobre Pyschen era que no dudaba en atacar y que sabía moverse de forma que la hacía casi indetectable. Era asombroso cómo se camuflaba junto a los sonidos que la propia naturaleza hacía sin querer, como si lo tuviera ya analizado.
«Supongo que tiene sentido si ella nunca quiso llamar la atención, aunque al final lo acabó haciendo», pensó Cin.
Rápidamente, moviendo la cabeza hacia atrás, esquivó una lanza de ruido que Pyschen le tiró desde la izquierda.
—¡Nada mal! —gritó Cin mientras abría sus ojos con una sonrisa confiada. La buscó, pero no la encontró por ningún lado—. No es necesario que te escondas, ahora te toca a ti esquivar.
—Oh, ¿ya? —preguntó Pyschen, apareciendo cerca de Cin, detrás de los árboles—. ¿Qué debo hacer?
—Antes quiero hablar contigo sobre algo importante —pidió Cin. Pyschen arqueó la ceja, ladeando la cabeza hacia su izquierda—. ¿Por qué esa agresividad? Comprendo que lo haces para proteger a los demás, pero no va a resultar siempre y más si te dejas llevar por las emociones.
Pyschen no pudo dar una respuesta, pero sus ojos apuntaban hacia el suelo.
—¿Perdiste a alguien importante? —preguntó Cin, logrando que la mirada de Pyschen se alzara—. Puedes decírmelo o no, pero creo que sería bueno que me admitieras que es ese rencor que tienes.
Pyschen soltó un suspiro lento.
—Yo me quedé sola, Cin —admitió Pyschen con dificultad. Pequeñas lágrimas querían salir de sus ojo—. Yo estaba ahí en medio y la ví, vi como desaparecía enfrente mía. Vi como todo se iba de mis manos mientras me quedaba quieta en el sitio, sin ser capaz de moverme. Perdí a... ella. —Sus palabras se atascaban junto a sus labios temblorosos—. No pude hacer nada y simplemente dejé que la soledad me inundara hasta que me harté de perder a todos. Quería cambiar nuestro destino, Quería vivir en paz.
Tales palabras llegaron a Cin, soltando un suspiro largo a la vez que acariciaba un poco la cabeza de Pyschen.
—Siento que hayas perdido a alguien tan importante para ti, Pyschen. ¿Era acaso tu hermana?
Pyschen no fue capaz de dar una respuesta, pero sus ojos lo decían todo ante las lágrimas que deseaban salir.
—Pyschen, siento tanto que hayas tenido que pasar por esto, pero debes entender que esas emociones no son buenas y van a corromperte cada vez más. Comprendo el miedo al ser Cineo, pero si quieres protegerlos, debes centrarte y no dejarte llevar por las emociones —explicó Cin.
—¿Es mejor no dejarse llevar por los sentimientos? —preguntó Pyschen.
—Creo que es lo mejor porque muchos harán daño a lo que es más vulnerable para ti. Si conocen lo que te duele, te harán más daño —respondió Cin.
—¿Y crees que esa diosa haría lo mismo?
Cin sabía a quién se refería.
—Capaz finge sus sentimientos, aunque haya creado esa fiesta en su ciudad. No sabemos nada de ella, ni lo que piensa. Capaz Luminem y Cuis confían en ella, pero yo sé bien lo que vi y por ello estoy alerta —contestó Cin—. Por ello estamos aquí, ¿no crees?
—Tiene sentido.
Cin admitía que Pyschen era un tanto inusual, pero al saber el porqué, le hacía sentir aliviado. La miraba con unos ojos más distintos. Admiración ante una mujer que a pesar de lo sufrido, seguía luchando.
—PEro dejemos eso a un lado. Quiero que tengas eso en cuenta para estos entrenamientos y para lo que pueda ocurrir, ¿entendido? —preguntó Cin. Pyschen afirmaría con su cabeza—. Bien. Entonces ¿estás lista? Ahora te toca esquivar los ataques.
—Sí, más que lista.
Dicho esto, Cin se pondría en marcha, atacando con lo que tenía. Creaba varias lanzas de ruido a sus espaldas mientras que en su mano derecha creaba una espada que se movía según el sonido que hubiera a su alrededor. Miró con cuidado a Pyschen, dándose cuenta que no se inmutaba ante nada, como si lo que tuviera enfrente fuera insignificante a diferencia de lo que había visto.
«Sufriste demasiado, ¿no es así?»m pensó Cin, arrepentido.
Se movió con rapidez, apareciendo enfrente de Pyschen para atacar con su espada. La Cinei estaba lista para bloquearla con sus manos mientras las lanzas le iban. Cin tenía curiosidad de ver cómo se las ingeniaría, había demasiados obstáculos amenazándola en ese momento.
«Capaz me estoy pasado», creyó Cin, pero para su sorpresa, vio como Pyschen se movió rápido hacia atrás, desviando todas las lanzas para luego mover sus manos con suavidad y fluidez. Su sonrisa mostraba una gran confianza, una que le dejó un horrible escalofrío como si de un cubo de agua fría recorriera su espalda.
«¿Qué acabo de ver?»
Juró ver algo detrás de ella, pero no era capaz de describirlo, siquiera identificarlo. Solo sabía que su temblaba sin parar mientras veía cómo Pyschen iba a por él, de hecho, ya estaba enfrente suya. Como mejor pudo, se hizo a un lado para esquivar y, sin pensarlo mucho, levantó su mano derecha para lanzar varias lanzas.
Fue rápido su arrepentimiento, se había dejado llevar por un miedo. ¿Por qué? ¿Qué había sido esa ilusión? ¿A lo mejor una mala jugada de sus ojos? ¿A lo mejor ese ser del bosque se encontraba con ellos?
«Me estoy distrayendo —pensó Cin, viendo como Pyschen creaba un escudo de ruido por primera vez—. ¡Eso es! »
Pyschen desvió las lanzas sin dificultad, viendo como Cin se alejaba. Su corazón bombeaba con fuerza, pero se sentía orgulloso porque Pyschen al fin podía crear algo más que simples lanzas. Se recompuso, se posicionó y avanzó más rápido para atacar a sus brazos, pero Pyschen se movió para aparecer en su lado izquierdo.
Cuando sus miradas se cruzaron, Cin sintió que todo su alrededor se paralizaba. Juró haber visto miles de ojos distintos que le juzgaban a la vez que voces le hablaban en diversos idiomas. Sensaciones tan horribles que por un momento creyó que su corazón había sido arrancado sin compasión.
Caería al suelo, temblando sin parar, dejando que pequeñas lágrimas aterrizan al suelo.
«¡¿Acaso está aprendiendo a usar el ruido descontrolado?!», pensó Cin. Sus sentimientos no tenían control alguno, se movían con total libertad, dejándole sin respiración a Cin.
—¿Cin? ¡¿Cin estás ahí?! —gritó Pyschen, acercándose a Cin para ayudarle de la mejor forma que podía.
Cin no comprendía nada de lo que acababa de vivir. Esas voces, ese ruido tan asfixiante. Era una sensación horrible, pero a su vez era un poder impresionante, uno que jamás pensó vivir de nuevo.
Intentó recomponerse mientras se levantaba del suelo, mirando poco a poco hacia Pyschen para ver como lloraba mientras intentaba hablarle. Tras varios minutos en los que el dios pudo recomponerse, sonrió con paciencia y se sentó en el suelo.
—No sabía que fueras tan rápida aprendiendo —susurró Cin. Pyschen pudo escucharle y se sentó enfrente suya—. Me asustaste, escuchaba miles de voces perforando mi mente, dejándome débil y aterrado por unos segundos.
—Lo siento, lo siento tanto, no sé cómo lo hice —murmuró Pyschen mientras miraba sus manos—. Me siento mal, me siento horrible, no quería hacer eso, yo...
Por primera vez vio como Pyschen lloraba. Eran lágrimas grisáceas que cuando salían de sus ojos se movían irregularmente hasta tocar el suelo, transformándose en humo.
—No fue con malas intenciones, me dijiste que el ruido es un elemento que te cuesta controlar, más si eres una órbita experta —le recordó Cin. Pyschen, como mejor pudo, controló sus lágrimas y le miró, escuchándole—: Ahora que estamos practicando, no tengas miedo y vamos a mejorarlo hasta el final, ¿entendido? Esto es un entrenamiento y si a mí me has logrado paralizar, no me quiero imaginar cuando lo domines a la perfección.
Pensar en ello le aterraba, esa nueva habilidad daba mucho sobre qué pensar. Si seguía así, podría obtener habilidades fuertes que dejarían inmóvil a cualquiera para que Pyschen tuviera el control completo de la batalla. No solo eso, si el ruido se empleaba de esa manera, se podría sacar información. Algo que a ambos les interesaba.
Cin, como mejor pudo, se levantó del suelo y le dio la mano a Pyschen con una sonrisa segura.
—¿Seguimos entrenando?
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