Capítulo 6: El inicio de un dios.
Cuis se sentía intimidada por como Crisea parecía cobrar vida ante aquellos imponentes edificios como si fueran titanes. Se comparaba y se daba cuenta que ellos eran bastante humildes a diferencia de Christel, y ya no solo eso, sino que todo estaba impoluto.
Lo bueno era que la noche estaba apareciendo, lo que le daba un respiro mientras bajaban por las escaleras de mármol, en cambio Luminem se mantenía un poco cerca de las zonas más luminosas.
—¿Cómo haces para que no se marche el mármol? —preguntó Kersmark, curioso—. El blanco junto a otros colores son los más fáciles de ensuciar.
—Normalmente limpian cada día para que se mantenga, soy un poco quisquillosa en ese sentido, ¿o es que no te acuerdas cuando recriminaba que tu planeta era muy sucio?
—Si vamos a hacer comparaciones, mi ciudad no sería nada agradable para ellos, Christel, y lo sabes —recordó Kersmark.
—Oh, capaz no sorprenda a todos —respondió Christel con una risa suave, para luego mirar a Luminem—. Igual, sabes que esta ciudad tuvo inspiración a la de Luminem.
—¿Eh? —Luminem no estaba prestando mucha atención a su conversación, sino a su alrededor, concretos a los grandiosos arcos—. Ah, sí.
—Supongo que es la suerte que algunos pueden tener —supuso Christel para luego mirar a Kersmark que estaba a su lado. Cuis y Luminem estaban detrás de ellos—, de igual manera cariño, creo que deberías considerar hacer más agradable tu ciudad, un poco más...
—No voy a dejar que nadie entre ahí, lo sabes —interrumpió Kersmark un poco irritado.
Christel negaría con un suspiro suave.
—Ya verás como al final cambias de opinión —aseguró Christel.
Cuis y Luminem podían estar de acuerdo en que Kersmark era un tanto gruñón, pero aun así ¿cómo era posible que ellos dos fueran pareja? Una era lo más extrovertida y agradable que uno pudiera conocer, mientras que el otro parecía ser un ermitaño.
Al terminar de bajar las escaleras, podían ver una gran plaza en cuyo centro estaba decorado por varias estatuas de Christel y Kersmark.
—Os quiero llevar a un lugar donde suelo pasar gran parte de mis noches —aclaró Christel con una sonrisa relajada—. No está muy lejos de aquí y creo que os gustará.
Caminaron por las calles siendo rodeadas por varias casas hechas por horgitas —que vienen de la ciudad de la luz—, un material resistente similar al mármol que se unen entre ellas como si tuvieran conciencia propia, sin dejar ni una imperfección.
Las ventanas de aquellos edificios empezaban a ser cerradas al igual que los habitantes que regresaban de su día a día para poder descansar temprano, más ante la festividad que celebrarían mañana.
Había un detalle curioso que Cuis no pudo evitar fijarse, y era que cuando se encontraba con los ciudadanos en su camino, siempre ponían su mano derecha en su pecho y se inclinaban. Su respeto hacia ellos era notorio, pero cuando se fijaba en Christel, veía un rostro ¿extrañado?
«Te deben la vida, no deberías extrañarte», pensó Cuis.
Las calles estaban decoradas por velas que estaban guardadas dentro de unas lámparas hechas de un material similar al bronce. Algunas de las casas estaban llenas de macetas rectangulares de gran tamaño donde plantaban todo tipo de flores, principalmente Anthurium, flores que representan el amor.
—Anthurium... —murmuró Luminem, curioso, mientras las olía, su dulzura en esta podía hipnotizar a cualquiera.
—Sí, son unas flores muy especiales para el día de mañana —explicó Christel.
De pronto la diosa se acercaría a Luminem. Cuis no comprendió el porqué de sus acciones hasta que vio el sonrojo en las mejillas de Luminem.
—¿¡Eh?! ¿Qué dices? N-No digas tonterías —comentó Luminem, avergonzado.
Christel solo pudo reírse para luego fingir como si no hubiera dicho nada. Cuis frunció un poco el ceño sin comprender qué le pasaba a ellos dos, aunque admitía sentir algo de envidia por su buena amistad.
Pronto fueron alejándose de la ciudad para ver cómo la naturaleza los acompañaba junto a los árboles de colores otoñales. Kersmark miraba con asco a su alrededor, cruzándose de brazos mientras ignoraba la belleza de los árboles altos y gruesos cuyas hojas dejaban unas partículas rojas con aroma a calabaza.
«Entiendo que sea dios de la tecnología, pero ¿a qué extremo odia la naturaleza? Qué triste», opinó Cuis.
A lo lejos podrían ver el observatorio que Christel quería llevarlos.
Su alrededor estaba lleno de arbustos cuidados junto a unos rosales de diversos colores, en especial el rojo, naranja y amarillo. El río que rodeaba el edificio permitía que los dioses vieran los animales como anfibios y peces que disfrutaban de la estancia.
Todo esto estaba acompañado por una noche hermosa y estrellada, aunque no era lo único que destacaba, también lo hacía el edificio cuyos cristales del techo enseñaban las diversas constelaciones. Por último, las paredes estaban hechas de ese mismo material que se encontraron en la ciudad con algunas enormes vidrieras.
—Intentad no pisar las flores —pidió Christel—. Estas aportan una gran paz, sanan cualquier enfermedad física que puedas tener.
—Nunca había visto una flor parecida —comentó Luminem.
Christel sonrió con amabilidad.
—Son flores que teníamos en nuestro anterior planeta, que por desgracia tuvimos que abandonar —explicó. Caminaron por las escaleras de piedra que, a diferencia de la ciudad, no estaban tan bien cuidadas—. Las Elysum son flores que aportan una gran paz interior, si en algún momento sientes un gran dolor en tu cuerpo, puedes ponerte una de estas en tu cabeza o en tus manos para así retirar el daño.
—Interesante. —murmuró Cuis, intrigada.
—Por eso Lihuco y yo solemos llevar una en la cabeza —comentó Christel. Abrió las puertas del observatorio y entró mientras se giraba hacia ellos con una sonrisa—. ¡Sed bienvenidos! Aquí las estrellas os acompañarán en esta noche tan bella mientras os explico todo sobre mi y, si quiere Kersmark, sobre él.
—Ya se verá —respondió Kersmark algo irritado.
Dentro del observatorio había unos asientos de madera en cuyo centro había una mesa con algunos dulces y unos pocos libros. Christel explicó que cuando no podía dormir, tomaba sus libros favoritos para leer con la compañía de la luna, lo que llevaba dormirse y despertar al día siguiente con una gran energía.
El cielo brillaba con diversas estrellas que para Cuis y Luminem les pareció bello. Cuis sentía que la luna y las estrellas hacían una combinación hermosa, más en este día en donde tenía la compañía de su buen amigo Luminem.
—Bueno, creo que todos estamos cómodos, ¿verdad?
La pregunta de la diosa hizo que Cuis y Luminem bajaran su cabeza, encontrando sus miradas, sintiendo una gran vergüenza en sus cuerpos para mirar a Christel discretamente. Sus mejillas ardían un poco, pero intentaban ignorar esa sensación.
—Me imagino que sí.
Christel se acomodó y miró a todos con detenimiento. Respiró hondo y habló con sinceridad:
—Yo soy humana.
El asombro fue repentino y se quedaron sin palabras.
—Mi nombre completo es Christel Amalga Rosi, nací en la tierra, exactamente en Inglaterra. Viví allí durante un tiempo corto, al menos para los humanos —explicó mientras ponía sus manos en sus rodillas—. Era una estudiante de Ingeniería Aeroespacial y Astronáutica, apasionada por la astrología y varias historias relacionadas con la mitología. Uno de mis mayores sueños era viajar por el espacio o conocer otras vidas. Supongo que el destino quiso darme ese deseo tan caprichoso, pero a cambio de perder esa vida humana.
—¿Renunciaste tu vida para ser un dios? —preguntó Luminem, impactado.
—No, no así —respondió negando suavemente con su cabeza—. Verás, a mis manos cayó una estrella de cuatro puntas que por alguna razón no se destrozó. Cuando quise ver que era, me di cuenta que este me reveló un panel amarillo en donde hablaba sobre otros planetas, o al menos eso intuí porque su idioma era muy antiguo y no sabía nada de lo que ponía, solamente me guiaba por los dibujos.
—¿Entonces absorbiste el destello sin querer? —preguntó Cuis.
—Algo así. En verdad, cuando toqué el destello, le di a una opción de teletransporte y me llevó a otro planeta. No recuerdo bien el número, capaz fue el código 001, pero sé que había muchos seres oscuros que atacaban a una ciudad, encima había espíritus que se aliaron a esos seres.
—¿Anomalías? —susurró Cuis. Christel no supo dar una respuesta concreta—. ¿Quién en su sano juicio se aliaría con unas anomalías? Encima espíritus. —Puso la mano en su cabeza, sintiendo un ligero dolor en esta.
—No lo sé bien, realmente desconozco mucho sobre esos seres. Solo sé que cuando creí que iba a morir, el destello empezó a brillar con fuerza y me teletransporté de nuevo —explicó Christel.
—¿Cuándo absorbiste el destello? —preguntó Luminem.
—Cuando este me dejó en medio del espacio —respondió Christel, viendo como Cuis y Luminem se alertaron ante tales palabras—. Creo que ya lo sabéis, pero yo no sabía que si no se usaba bien el teletransporte, podría dejarte en medio del universo. Y ahí estaba yo, a punto de morir hasta que la desesperación me salvó y me volví lo que veis ahora mismo.
—No pareces asustada —murmuró Cuis.
—Al principio sí, pero al final pude asimilarlo. Siendo honesta no me importaba morir tras ver todo el universo y descubrir que había planetas ocultos —recordó mientras levantaba la cabeza, mirando hacia las estrellas con una sonrisa nostálgica—. Si me hubiera teletransportado de nuevo a mi hogar, lo habría dicho a todo científico para avanzar nuestras investigaciones, me habría hecho de oro, pero en vez de eso, tomé el poder del destello y me volví una diosa.
—¿No volviste a tu hogar? —preguntó Luminem.
—No, aparte que es un planeta desecho, ir allí generaría anomalías, los humanos me tendrían un gran miedo y se alterarían —respondió mientras agachaba un poco su cabeza apenada, pero aun así siguió explicando—: La tierra es un lugar complejo, hay tanta variedad, creencias, pensamientos...
—¿Cuán grande es la tierra? —preguntó Luminem.
—Muchísimo, hay cinco continentes, cada uno tiene su propio nombre y con ello sus variaciones —explicó Christel. Kersmark arqueó la ceja con sorpresa—. Siendo honesta, me encantaría volver allí cuando se convierta en un código, así os lo enseñaría. ¡Me encantaría enseñaros Japón! Es uno de los sitios que más visitaba cuando era pequeña, de ahí la inspiración que tiene mi vestimenta y la de mi raza, aunque no mi hogar, esta se basa en las casas que hay en Inglaterra. Aunque ahora que lo pienso, debemos pasar desapercibidos, ya dije que los humanos se asustan por cualquier cosa.
—¿Tanto se asustan? —preguntó Kersmark.
—Ya te lo dije, cariño, pero sí, puede que otros que lo toleren fácilmente y tengan el valor de hablarnos, pero igualmente es peligroso, con ellos es mejor no hablar y ser silenciosos —respondió Christel.
Cuis y Luminem se miraron por unos segundos.
«Siento que ella va a formar problemas ahí. Querrá ver a su familia, si es que sigue viva. Verdad que piensas lo mismo ¿Luminem?», pensó Cuis, tras eso, Luminem observó a Christel.
—¿Podría saber un poco más sobre ti y cómo era tu vida? —preguntó Luminem.
—Pues... —Christel intentó recordar mientras sonreía, parecía que su vida había sido buena y agradable porque sus ojos se volvieron cristalinos—. Como dije, estaba interesada en la astrología y mitología desde muy pequeña, me montaba historias estúpidas que a la larga dejé un poco de lado para luego proponerme el mayor deseo de mi vida, estudiar la carrera que os mencioné, viajar al espacio. Mi familia siempre me ayudó con mis proyectos más personales y siempre me animaban. Es cierto que tuve muchos problemas y a veces había obstáculos, pero nunca supe rendirme, siempre seguí adelante... Hasta que ocurrió todo lo que dije.
—Tú no querías esta vida, ¿verdad? —preguntó Cuis.
Christel negó, apenada.
—No. Realmente quería descubrir todo e incluso el destello, pero no me esperaba llegar a este cambio y ser lo que soy actualmente. Ahora mismo he tomado una vida muy distinta. No es que esté infeliz, cada día descubro algo nuevo, pero a su vez quiero olvidar todo esto y tener una vida normal. Algo más relajado.
Había algo muy claro para Cuis. Su título como diosa de la guerra no era por la violencia o fuerza que tuviera, sino porque siempre estuvo luchando con una vida que nunca quiso, una vida que tuvo que aceptar porque si no moriría. Deseaba vivir como humana con los descubrimientos que tenía para exponerlos al mundo antes que ser un dios y vivir en distintos planetas.
—La verdad es que no me puedo quejar —admitió Christel con una pequeña sonrisa—. He conocido a muchos seres distintos, unos más amables, más serios, buenos o malvados. —Miró a todos, notándose la gratitud por los presentes—. Tengo que agradecer vuestra hospitalidad, muchos me habrían rechazado la entrada, pero vosotros, aun con la sorpresa, me aceptasteis.
Cuis sintió un puñal en su pecho que fue aumentando de dolor, aunque intentaba ocultarlo con una sonrisa falsa. Realmente la habrían rechazado y echado del planeta, pero si no lo hicieron fue Luminem y por el miedo que imponía Christel.
—Nosotros solamente queremos un lugar tranquilo, uno en donde se pueda vivir sin problemas —explicó Luminem, intentando no sonar nervioso—. Cin, Cuis y yo tenemos esa idea, ayudarnos entre nosotros y prosperar.
—Es tranquilizante saber eso. La tierra a veces suele ser un lugar muy conflictivo y eso me cansaba —admitió Christel en un suspiro lleno de alivio.
La culpa azotó a Cuis sin compasión. Tendría que haber confiado en ella. Tendría que haber sido como Luminem.
—Por eso siempre he sido agradecida y no me he dejado rendir con el primer problema, siempre supe luchar hasta el final, no iba a dejarme engañar por nada —explicó Christel.
Kersmark miró a la mujer con orgullo.
—En todo momento hablas como si no desearas ser un dios —murmuró Cuis.
—Ser un dios no es algo que cualquiera pueda cumplir. Es un poder muy grande, un gran cargo y yo no siento que estuviera preparada para ello... Ni lo estoy —admitió Christel, avergonzada—. Menos si soy alguien muy explosiva con mis emociones —susurró esto último.
—Entiendo. Es comprensible lo que piensas —respondió Cuis—. Aun así, me cuesta creer que tuvieras esa suerte.
—Bueno, dicen que otros tienen una suerte mayor que la mía, hay rumores, mitos de que la muerte puede darte un destino distinto —recordó Christel.
—¿A qué te refieres? —preguntó Luminem.
—En la tierra hay una religión que se basa en la reencarnación, dicen que, al morir, es posible que puedas vivir de nuevo según como hayas actuado, pero hace poco descubrí que esta opción es ligeramente distinta en este universo tan distinto a lo que pensaba —explicó Christel—. Creíamos miles de cosas, pero cuando salí de mi planeta y conocí el espacio, me di cuenta que la Muerte no funciona de esa manera, sino que toma las decisiones que a veces pueden ser consideradas injustas.
—Algo logré escuchar sobre ello —murmuró Cuis—. Dicen que uno puede llegar a revivir si la muerte lo desea así, pero depende de la vida que hayas tenido.
—¡Sí! Justo eso. Por ejemplo, un caso muy común es cuando uno muere por circunstancias escritas en su destino. Si mueres según lo escrito, es posible que revivas en un cuerpo nuevo donde tu vida sea mejor —explicó Christel.
—¿Y si no sigues ese destino? —preguntó Luminem.
—Dicen que la posibilidad de revivir es muy baja, pero en caso de ocurrir, la nueva vida que tendrás es más dolorosa —respondió Christel—. Esto son solo suposiciones e historias que logré escuchar. Algunos dicen que, al morir y revivir, son capaces de recordar toda su vida anterior, aunque es un proceso complicado.
—¿Por qué la Muerte haría algo así? —preguntó de nuevo Luminem.
—Si has decidido tomar un camino distinto a lo que escribía el destino, la Muerte puede tomarla contigo y hacer tu nueva vida un infierno —respondió Christel un tanto insegura.
—Pero no podemos asegurar nada de eso porque es la Muerte y es algo que nadie puede conocer como tal —respondió Cuis.
—Eso no es del todo cierto —intervino Kersmark mientras cruzaba sus brazos—, hay unos pocos que sí tienen la opción de conocerla y tener una oportunidad para seguir viviendo.
—¿Eso es posible? —preguntó Luminem, asombrado.
—Se le llama Las Pruebas de la Muerte y tiene dos variantes —aseguró Kersmark—. La primera es cuando mueres y te encuentras con la Muerte, si ella está interesada en ti, te pondrá una prueba y si la superas te dejará vivir. Luego están su fase de pruebas.
—A-Algo oí sobre ese mito —murmuró Cuis—, pero no pensé que eso era cierto.
—Oh, créeme que lo es, hay rumores que poco a poco suenan en el sistema Ji, el primero de la Galaxia O. Aparte de que hay historias que hablan sobre ello en los otras galaxias, lo malo es que nada de esto está apuntado porque da la sensación de que quieren borrarlo como si tuvieran miedo a algo —explicó Kersmark un tanto irritado, suspirando para luego mirarlos a todos de reojo—. Admito que me interesé porque deseaba ser inmortal.
—Ser inmortal es una condena, Kersmark —respondió Christel con severidad—. Verlo todo pasar y no poder salvar a los que quieres mientras vives eternamente es una condena.
—Yo no lo veo así.
—Porque sueles cegarte en una sola misión y eso tampoco es sano —contestó Christel un poco irritada.
—Tengo motivos para ello, ¿no crees? —preguntó Kersmark, arqueando la ceja—. Mi historia se ha basado en el desprecio, nací en un planeta en donde la tecnología iba evolucionando a gran velocidad y yo, como ser no robótico, quise ser el más fuerte posible, conocer todo hasta llegar a lo que soy. Ese desprecio, esas bromas, iban a salirles caras.
—¿Y al final para qué? Una satisfacción temporal para un final vacío —respondió Christel—. Y aun sigues con tu misión de ser un robot perfecto.
Kersmark solo suspiró molesto.
—¿Un ser que desea ser un robot? —preguntó Luminem, viendo como Kersmark afirmaba—. ¿Por qué?
—Tener un cuerpo no robótico es debilidad, es romper con facilidad tus extremidades o tu composición —explicó Kersmark—. En cambio, ser un robot te hace imparable, indestructible. Con los materiales más duros que puede haber en mi planeta y en el exterior, puedo ser imparable.
—Entonces me imagino que desprecias la naturaleza —supuso Luminem.
Kersmark respiró hondo.
—¿¡Tú sabes lo molesta que puede ser?! —preguntó Kersmark—. Intenté que viviera en mi planeta, pero la forma tan agresiva de expandirse me destrozó varios edificios y por ello la eliminé sin compasión alguna. Puedo ir a otros planetas si me hace falta sus materiales, aunque intento ser totalmente independiente de ella. No la soporto.
—Ya... —Luminem miró con cierto asco a Kersmark—. En nuestro caso la naturaleza nunca nos hizo nada malo.
—Porque no tenéis tecnología, es normal que respire feliz.
—Hemos construido varias ciudades, ¿sabes la diferencia? Que nosotros...
Cuis no dudó en darle un golpe al hombro de Luminem. Si respondía así a Kersmark iban a tener un problema. Debía respetar su opinión, aunque fuera erronea.
—Siento las palabras de mi compañero —se disculpó Cuis con educación.
Christel soltó una risa suave.
—Realmente Luminem no se equivoca, incluso se lo dije, pero sigue siendo igual de tozudo con sus ideas y manías —admitió Christel.
—Entiendo lo que dices, Luminem —añadió Kersmark—, pero no importa cuando hablemos de esto, no la soporto. Fin de la discusión.
Cuis debía admitir que Kersmark era alguien intimidante. Dios de la Tecnología. Conocía todo. A ella se le escapaba muchos sobre los avances tecnológicos, capaz conocía una o dos cosas por estar viajando a diversos planetas, pero jamás se interesó por ello.
Ahora capaz debía enterarse un poco, solo por si ese hombre tenía intenciones hostiles.
—En fin, el sol saldrá en poco, me gustaría invitaros a la celebración que se hará en poco —comentó Christel—. Si es que queréis quedaros y venir, me haría una gran ilusión...
Luminem y Cuis se miraron de reojo para al final aceptar. Christel daría unas pequeñas palmadas mientras se levantaba del asiento para abrir las puertas del observatorio.
—Os va a encantar, ¡por favor! ¡Seguirme!
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