Capítulo 4: Un mal augurio.
Sus ojos expresaban un terror inexplicable por culpa del poder que aquella mujer tenía. Desconocían totalmente su identidad, pero sentían que un gesto en falso o una palabra mal dicha, iba a ser su perdición. Daba igual lo que hicieran, los tres juntos no iban a ser capaces de detenerla. No podían identificarlo, pero tenían claro que era superior a una Luna Menguante, y eso les asustaba.
—Uhm, ¿hola?
Su tono parecía ser tranquilo, aunque ninguno de los tres se puso a analizarlo. Sus corazones bombeaban con fuerza, siendo inundados por ese sonido que perforaban sus oídos como un gran tambor.
Luminem fue de los primeros en hablar, manteniendo la calma a pesar de la inusual hostilidad que desprendía la mujer de sonrisa amable.
—Disculpa que hayamos tardado en responder —contestó Luminem con educación—, pero no nos esperábamos esta inesperada visita.
—Oh, lo siento, capaz tendría que haber avisado de otra forma que no sea tan... ¿Agresiva? —se preguntó un poco avergonzada.
—No se preocupe —contestó Cin antes de que lo hiciera Cuis. Si la diosa de la oscuridad le contestaba en ese tono borde, empezarían con muy mal pie—. ¿Podríamos saber quién es?
—Soy Christel —respondió para luego inclinarse un poco, viéndose que a sus espaldas un ala blanca en el lado izquierdo. Al recomponerse, todos se fijaron en su ropa sedosa y un tanto provocativa, pero que lograban darle una figura imponente y fuerte, sobre todo con esos colores vivos y radiantes—. Soy la diosa de la guerra. ¿Podría saber quiénes son ustedes?
Ese título logró atemorizar a los presentes. Su título no era cualquier cosa, se notaba con aquellas pequeñas cicatrices en su rostro junto a sus ojos rojizos al igual que su cabello. Era admirable a primera vista, dejándole claro que bromear con ella no era lo adecuado.
—Mi nombre es Luminem, dios de la luz —empezó. «Ese título no me gusta», pensó preocupado mientras mostraba por fuera una sonrisa educada.
—Cin, dios del ruido.
—Cuis, diosa de la oscuridad.
—Qué curiosos nombres —comentó Christel, soltando una risa ligera—. La verdad es que no me esperaba encontrarme con ustedes ni creía que habría tantos dioses. Supongo que mi pareja me advirtió bien, pero suelo ser un tanto impaciente. ¿Acaso hay más dioses como ustedes? —preguntó, curiosa.
—Nosotros nos encontramos en lo alto de la montaña y somos los únicos dioses que habitan este planeta.
Luminem recibió una mirada asesina y discreta por parte de Cin, no era buena idea decir donde vivían y si eran los únicos. No la conocían, debían ir con cuidado, pero Luminem no opinaba del todo así. Entendía que Christel era fuerte, pero no podían considerarla como una enemiga aun, a lo mejor solo quería vivir tranquilamente en el planeta y ayudarles. Sabía que su presentación no fue del todo adecuada, pero tenían que darle al menos una oportunidad.
—Ah, esa montaña. —Christel se giró en dirección a la montaña, observándola con detenimiento. Puso su mano en su barbilla para luego seguir hablando—: Me imagino que es complicado que pueda vivir allí junto a mi raza, ¿verdad? —preguntó, girándose de nuevo para ver como Cin afirmaba con su cabeza—. ¿Y hay algún sitio que sea óptimo?
—Mismamente por aquí —intervino esta vez Cuis. Su tono borde sorprendió a Christel, pero aun así seguía sonriendo. Cuis tragó en seco, dándose cuenta que tenía que medir su forma de pronunciar sus palabras—: No es recomendable que en la montaña habiten demasiadas civilizaciones. Mi sugerencia más personal es quedaros por esta zona, cerca de los bosques profundos junto a una gran explanada y extensos mares.
—Entiendo —murmuró Christel, sumida en sus pensamientos por unos segundos para luego mirarlos a todos—. Me gustaría aclarar algo, posiblemente mi apariencia y título me hagan ver como alguien destructiva, pero todo lo contrario, no deseo ningún mal —explicó con cierta pena, una que sorprendió a los tres—. Mis intenciones son las más calmadas y pacíficas posibles. Nací con el objetivo de sobrevivir y al final acabé teniendo un poder que no quería. Los destellos y los documentos son de lo más interesantes a la vez que peligrosos.
—Creo que sé a qué se refiere —intervino Cin con respeto—, una de mis Cineis me explicó que los destellos y documentos son elementos importantes en nuestro universo, objetos que pueden ayudar tu planeta o que te teletransportan a otros códigos.
—Exacto, yo vine aquí con la ayuda de un destello. —Cuando respondió, mostró el destello que tenía en su mano derecha, este brillaba con muy poca intensidad y de colores morados—: Pero también se puede absorber su poder, y yo lo hice sin querer.
—¡¿Cómo?!
—¡¿Eso es posible?!
Se rumoreaba que absorber el poder de un destello era muy peligroso. Primero de todo, si un destello guardaba en su interior varios documentos de distintos planetas, este tendría un gran poder, pero obtenerlo no era una tarea fácil. El cuerpo debía estar listo para ello y en ocasiones uno debía renunciar a la mente, la consciencia, la cordura, el cuerpo o todo a la vez. Perder lo que les hace perder su humanidad.
—Me encantaría hablar con vosotros, pero tengo mucho que hacer junto con mi raza y pareja que se encuentran en sus naves reposando. El viaje ha sido muy largo —explicó mientras reía con cierta timidez—. Sé que es confuso, a mí también lo fue en su momento, pero juro que cuando termine todo lo explicaré con detalle.
Cin abrió sus ojos en demasía, mirando de reojo a Luminem, quien también le miraba.
«Vio alguna señal en el espacio. Un planeta se volvió código y en vez de ir a ese, se acercó a este, sino no me explicaría su llegada», pensó Luminem con cierta intranquilidad.
Aun con ello, las miles de dudas estaban presentes en sus mentes, en especial Luminem. No se esperaba que alguien como ella pudiera estar ahí. Era una clara superviviente de un poder tan impresionante, uno del cual podía variar dependiendo de los documentos que absorbiera.
«Si lo que dicen los libros es cierto, todos los documentos que absorbió gracias al destello acabarían con un resultado horrible. Esos planetas estarán destruidos junto a sus habitantes —pensó Luminem—. Aun así cuando la miro, no siento que sea tan hostil. Su forma de actuar no es engreída ni presumida. Podría darle una oportunidad», pensó Luminem.
El problema era que sus pensamientos fueron expresados a sus compañeros una vez que Chirstel se marchó con educación, agradeciendo su ayuda. Tanto Cin como Cuis no se creían las palabras de Luminem.
—¿E-Es una broma? —susurró Cin hacia Luminem—. ¿Cómo puedes pensar eso? ¡Es una locura!
—Dijiste lo mismo de Cuis, y mira donde estamos —respondió Luminem, mirando de reojo a Cin con una irritabilidad notoria.
—Pero en este caso no es lo mismo, Lumen —aclaró Cuis—. Ella es superior a nosotros.
Ninguno estaba de acuerdo con él, y le estresaba. Sí, sería superior a ellos, pero por el momento era mejor esperar y no ser tan desconfiados. Les pareció mejor ser testigos de cada movimiento que tomaba a la vez que intentaban hacer su rutina en sus respectivas ciudades, aunque era un tanto complicado.
Christel era una mujer muy novata, como si no tuviera idea de cómo usar sus poderes. La primera en verlo fue Cuis con Luminem.
Presenciaron cómo intentaba crear con sus manos la ciudad que pronto viviría su raza llamada Criseis. Seres de diversos tonos de piel, desde el blanco al moreno, de ojos similares a ella que podían variar desde el marrón, azul o verde. Su cuerpo variaba también, desde los más delgados a obesos hasta los más altos o pequeños. Algunos con ojos más rasgados que otros, pero sin cambios anormales en sus orejas, brazos o piernas.
—¿Recuerdas lo que dije cuando un dios obtenía un poder sin ser enseñado? —preguntó Luminem a Cuis.
—Claro que me acuerdo, por la Luna, esta mujer va a ser un desastre —murmuró Cuis.
—No, si la ayudamos.
—¿Cómo quieres ayudarla? —preguntó Cuis, frunciendo el ceño—. Ya no solo es rara con el uso de poderes, sino que encima tiene una raza muy extraña... demasiado que me entran escalofríos.
—Algo... Algo se me ocurrirá —aseguró Luminem, viendo como Cuis no parecía estar de acuerdo.
Su idea iba a ser muy complicada.
Pasando los días, Cin y Cuis serían los que más atentos y unidos para prepararse de lo peor, al menos era lo que acordaron junto con Luminem que estaba escuchándolos con los brazos cruzados.
—Cuis, en la oscuridad te podrás camuflar y ver que hace constantemente, seguro que pronto tendrá algo guardado para atacarnos. Creo que, cuando ella descanse, podremos saber qué intenciones tiene —sugirió Cin.
—A lo mejor no necesita el sueño con el poder que tiene en su cuerpo —intuyó Cuis—. Cin, tu controlas mejor lo que hace con el ruido que produce sin querer, creo que con eso podríamos saber bien cómo actúa y prepararnos.
—No deberíamos quedarnos solo con eso, creo que ahora deberíamos considerar tener a un guardián de nuestro lado y entrenar nuestro ejército —opinó Cin.
«Sí, pero creo que es muy paranoico cuando no la conocemos aún», pensó Luminem, sintiendo la intranquilidad y molestia en su interior.
Con Cin escuchando el ruido que hacía Christel y Cuis vigilando desde las sombras, los dos estarían atentos mientras veían cómo avanzaba su ciudad. Sus actitudes seguían en pie a medida que los días pasaban y aquello le cansaba a Luminem por que nada había ocurrido. Detestaba sus palabras llenas de paranoia, tanto que tomó una decisión arriesgada.
—¿Es una molestia que pueda conocer su ciudad y ayudarla? —preguntó Luminem con una sonrisa cordial.
—¡No, para nada! ¡Adelante! —contestó Christel con una gran ilusión en sus ojos rojizos—. Ahora mismo me encontraba vigilando mi ciudad, viendo si hace falta alguna cosa importante.
—Comprendo, es normal que merezca a veces tener un descanso con todo lo que ha podido vivir —supuso Luminem mientras ponía sus manos detrás de su espalda.
—Tuve en parte suerte, mi pareja estuvo ayudándome mucho estos días junto a mi. Eh... ¿Cómo se decía? ¿Órbita experta? —preguntó Christel.
—Si se refiere a su mano derecha, sería Órbita experta —confirmó Luminem.
—Ah sí, es que son términos un poco inusuales para mí —admitió con cierta timidez—. Mi pareja me lo intentó explicar más de una vez, pero es complicado.
¿Complicado? Se preguntaba Luminem mientras la miraba. ¿Cómo era posible que no conociera tales términos? Sabía que el sistema Omega era el último, pero eso daba motivos a que desconociera el funcionamiento del universo. ¡Tenía que saber que era un código o un planeta desecho! ¿No?
—El asunto es que tuvimos varios planetas para poder encontrar un sitio seguro, al menos para mí, porque mi pareja tiene un hogar, pero me explicó que no era óptimo para mi raza. Y de hecho lo es, solo viven robots allí —explicó mientras ponía sus manos en sus caderas—. Así que, gracias a sus naves, pudimos encontrar este planeta por una señal que encontramos para luego venir aquí y vivir.
—Siento ser un entrometido con esto, pero ¿la señal que detectasteis era de aquí? —preguntó Luminem.
—Sí, pero no era amarilla como me dijo mi pareja, sino azulada —respondió Christel.
«¿C-Cómo que azul? Ningún código desprende una luz azul y nadie podría hacer algo así», pensó Luminem, alterado.
—El asunto es que este lugar es perfecto. Con el mar al lado nos permite tener una buena base alimenticia. ¡Me recuerda a mi comida favorita que disfrutaba de pequeña! ¡Pescado con patatas fritas! Aunque los peces aquí son un poco distintos, pero no importa —comentó ilusionada—. Y ya no solo eso, los materiales que estamos consiguiendo para las casas son geniales. A la larga podría recrear mi hogar, solo que sería más caluroso en vez de haber tantas lluvias y nieblas.
—Suena triste ese lugar —comentó Luminem.
—Para nada, mi hogar era de los mejores. Éramos los mejores y seguro que sigue siéndolo —comentó Christel con una sonrisa llena de nostalgia.
«Sigue siéndolo. O sea que ella tuvo que irse abandonando su hogar», supuso Luminem, pero para poder confirmarlo, decidió hacer unas preguntas de más.
—Supongo que perdió muchas personas al tener que moverse de hogar —supuso Luminem.
Christel lo miraría con unas pequeñas lágrimas en sus ojos, unas que no dejó escapar.
—Ellos siguen vivos, es lo que más me importa.
Aquellas palabras lograron enternecer al corazón de Luminem, pero también le permitieron confirmar que Christle había huído por obligación o a lo mejor error, tocando el destello sin querer.
—Pero bueno, quitando eso, la verdad es que no puedo quejarme, he tenido mucha suerte. Tengo a una pareja que me quiere y me cuida, aunque sea un gruñón; también tengo una guardiana que se compromete mucho conmigo, tanto que es un poco inusual.
—¿Inusual? Creo que nunca ha sido una diosa como tal ¿no?
—No, qué va, yo era... ¿cómo me había dicho? —se dijo Christel en un susurro, intentando recordar—. ¡Ah! Sí, fui un desecho para luego pasar a una Luna Creciente.
Luminem se quedó atónito ante esa información. Cuando se hablaba de categoría de poder, desecho era el más bajo de todos, era el sinónimo perfecto de inexistencia. Alguien que solo hacía su vida.
Ahora entendía porque Christel era tan novata, pasó de ser una mota de polvo a ser un dios en cuestión de minutos. Su pareja era la única que la instruía, pero con eso aún parecía tener dudas, y eso podía ser un pequeño problema a la larga.
—Entonces, ¿le importa que le ayude? Como tal, creo que es adecuado conocernos y poder ayudarnos, más al ser alguien nueva —sugirió Luminem con amabilidad.
—¿De verdad harías eso? —preguntó Christel, parpadeando varias veces sus ojos.
—Claro que lo haría. Después de todo nuestro objetivo aquí es vivir en paz, tener un planeta donde se distancie de esos problemas que han inundado los demás universos.
La confusión se veía en los ojos de Christel.
—La verdad es que agradecería su ayuda, ¡sería genial de hecho!
La actitud amable y cariñosa de Christel fue un contraste para Luminem, más aún cuando agarraron su mano y enseñaron aquella pequeña ciudad de colores blancos por cada rincón que iban.
—¡Tengo ganas de conoceros también! —continuó Christel con una clara emoción en sus palabras—. Me gustaría ayudaros con todo lo que pueda, os debo una por dejarme vivir aquí.
—Pero señorita Christel...
—¡Nada de señorita ni de usted! —interrumpió—. Dime Christel, por favor.
Y aquello último fue como si rompieran un cristal para Luminem. Nunca se había sentido tan perdido ante la actitud de una mujer como ella, ¡parecía ser una cría hiperactiva! Más por como hablaba con emoción, explicaba todo o presentaba a su guardiana, que era ¡ un contraste total a la diosa.
—Mi señora, tengo ya el listado de todos los materiales necesarios —informó su guardiana con firmeza.
—Genial, Lihuco, si no es molestia, ¿podrías ayudar a los demás? —preguntó Christel.
—Sin problema.
Luminem no paraba de darle vueltas a todo, "si no te es molestia" "nada de señorita ni de usted". ¡Más o menos se comportaba él! Pero en vez de ser más orgulloso, era una amabilidad y cariño propias de una madre que había sufrido durante mucho tiempo. ¿Qué tipo de guerras había sufrido para que al final fuera así?
Cuando regresó a su hogar, en medio de su camino fue sorprendido por la intervención de Cuis y Cin, quienes sabían que se había adentrado a la ciudad de Christel. Le acusaron de imprudente, pues creían que acercarse significaba peligro, pero Luminem no pensaba así, confiaba en que esa mujer era como ellos. Cuando los conoció por primera vez.
—Eso es sentenciarse, Lumen —habló Cin con firmeza—. Si quieres seguir conociéndola, me parece bien, pero ten en mente que ella no es tan amable y que seguro que oculta algo.
—Está bien, Cin. Lo tendré en cuenta —respondió Luminem con brevedad.
Aun con ello, Luminem se tomaba el riesgo porque veía la luz que desprendía Christel, y en vez de ser tan violenta, se volvía cada más rosada, una que dejó anonadado mientras más la iba conociendo en los días que se podía permitir visitarla.
—Te darás cuenta que mi pareja es un poco especial, pero de verdad que tiene buen corazón. Solo no le lleves mucho a la naturaleza —aconsejó Christel con calma.
—¿Por qué? —preguntó Luminem, intrigado.
—Es... alérgico.
Para Luminem frunció el ceño.
—Es raro, lo sé —admitió Christel con una leve risa—. Cuando quiera darse a conocer, lo entenderás.
—Supongo que lo puedo entender. Hay algunos que son más reservados y tímidos —supuso Luminem.
—Más o menos es así. En fin, ¡déjame acompañarte hacia el faro! Ese lugar seguro que te encantará y de paso podrás ayudarme con la luz que desprende, decirme si es óptimo o no.
Luminem no le importaba ayudarla porque le permitía conocerla mejor. Cuando regresaba a su hogar, se ponía a investigar en la biblioteca de su ciudad. A veces lo hacía solo, otras iba hacia Custió para hablarlo todo con Cuis, quien se quedaba en silencio escuchando sus palabras.
—Creeme Cuis, no es mala, sino que tiene un gran corazón en su interior. Míralo por tí misma y lo comprenderás —pidió Luminem.
—Tus palabras me dicen imprudencia y peligro, Luminem —habló Cuis con firmeza—, pero confiaré en ti, adentrándome en los bosques una vez más para ver si es cierto. Solo pido que no te acerques a ella durante estos días. ¿Entendido?
—Hecho —respondió Luminem con una sonrisa.
Para Cuis toda esta situación era demasiado peligrosa, incluso jugar la vida y seguridad de sus Cutuis. Le pidió a Ànima que durante estas noches se mantuviera alerta en las cuevas por si algo inusual ocurría, algo que su guardiana obedeció de inmediato.
Escondida en los árboles, observaba los edificios hechos del mismo material que Linee, a excepción de los grandiosos pilares de vigilancia. En las calles se podía ver el cuidado y aprecio por la naturaleza, donde árboles de distintas alturas y grosores adornaban la ciudad junto a los arbustos y flores.
En el centro se encontraban grandes arcos que a su lado se encontraban estatuas de la diosa y su pareja. Cuis se fijó bien la apariencia de aquel hombre porque su vestimenta y rostro se asemejaban a la de un militar, pero no solo eso, su mirada carecía de compasión, parecía ser alguien que mostraba crueldad y soledad.
—¡Nuestra diosa se merece miles de estos regalos! —aseguró uno de los ciudadanos, los criseis—. Pronto en el festival que se celebrará, deberíamos crearle algo que la deje sin palabras.
—¿Seguro que lo aceptará? Las otras veces no parecía estar muy contenta —comentó su compañero.
—¡Seguro que sí! Tú confía en mí.
Los seres que vivían en la ciudad la veneraban demasiado, adoraban sus acciones y todo lo que hacía por ellos. Eran muy tranquilos y actuaban con un cariño visible. Realizaban diversas actividades como la pesca, agricultura, ganadería, además de otras como la enseñanza de diversas asignaturas ya sea historia y cultura, aparte que tenían un propio ejército que iban tomando cada vez más fuerza.
—Es rara. Muy rara —susurró Cuis, moviéndose entre las sombras para buscar la forma de acercarse a ella sin llamar la atención—. No es egocéntrica ni engreída. Tampoco violenta ni demandante. Es demasiado tranquila.
Recordaba bien la primera vez que vino Christel. La oscuridad que desprendía desde el interior de su corazón era como una cárcel que no podía librarse de ella, pero ahora era muy distinto. Desde la lejanía podía ver que esa oscuridad no existía, como si gracias a Luminem, la diosa pudiera encontrar lo que la hacía feliz.
¿Y si a lo mejor sufrió lo mismo que ellos? Años huyendo y perdiendo lo que la hacía tan feliz.
—Tenías razón Luminem. Por Luán, tenías demasiada razón.
Una reunión ocurriría entre ellos. Cin se encontraba en el sitio de siempre, en lo alto de la cascada, viendo como Cuis y Luminem juntos hablando con calma. Aquello hizo desconfiar a Cin, cruzando sus brazos con cierta molestia.
En el tiempo que los demás estuvieron vigilando, él estaría junto a Pyschen, a quien consideró como una Órbita experta al ver como se había mostrado más dispuesta a hablar con los demás y ayudar. Sus acciones no pasaron desapercibidas y por ello pidió su ayuda, vigilando desde el exterior las acciones que tomaran Christel.
Ambos coincidían en lo mismo, y cuando lo expresó a Luminem y Cuis, ambos le mirarían con decepción.
—¿Cómo puedes seguir desconfiando? —preguntó Luminem—. Ha pasado mucho tiempo desde lo ocurrido, Cin. A estas alturas lo que tienes encima son paranoias, no miedos.
—No son paranoias, son verdades, Luminem —corrigió Cin—. Es obvio que algo debe esconder, ¡más siendo la diosa de la guerra!
—Si hubiera querido, nos habría hecho daño en cualquier momento, y lo sabes —recordó Luminem, algo irritado.
—Solo dale tiempo a que empiece a actuar, recuerda que no sabe usar bien sus poderes y cuanto los sepa usar, será un problema de verdad.
—Cin —intervino Cuis con calma—, yo pude verla durante unos días. Se que no es tanto como Luminem, pero puedo confirmar que ella no es agresividad como creíamos. Tiene algo que la hace distinta como diosa.
Cin miró al otro lado con sus ojos, cruzando aun sus brazos.
—Recordar bien mis palabras cuando todo ocurra. Luego veréis si es tan buena como pensáis.
Los demás no le tomarían tanta importancia a diferencia de Cin. Le molestaba que le tomaran como paranoico. Si ellos escucharan lo mismo que él. Gritos llenos de desesperación, chillidos frustrados que pedían clemencia y miles de horrores que le hacían imposible dormir.
Noches largas en las que vigilaba a Christel, o al menos era lo que intentaba sin que el cansancio le afectara. Cayó irremediablemente en un sueño largo donde esos gritos aparecían en sus pesadillas.
—Mi señor, necesito que se despierte, es urgente.
Cin se despertaría de golpe, viendo que el sol salía en un nuevo día. Se maldecía en silencio, sabiendo que no debía dormir ante la presencia de aquella diosa.
—¿Qué ocurre, Pyschen? —preguntó Cin con cansancio.
—Rumores suenan por las montañas. Luminem necesita tu presencia ante un problema demasiado grave —respondió Pyschen.
—¿Qué ha pasado? Se más directa —pidió Cin con seriedad.
—Un asesinato. Una pareja de Lumos ha muerto esta mañana.
Cin se quedó sin aire, sabiendo quien era el culpable sin pensarlo dos veces. Se levantó del suelo, agradeciendo el aviso de Pyschen para ir en busca de Luminem, quien se encontraba cerca de la escena del crimen.
—Lumen —susurró Cin, viendo como su compañero apretaba sus puños con rabia—. Siento que mis palabras te duelan ahora, pero te avisé sobre esto y sabes quién ha sido la culpable, sabes que...
—Callate, Cin.
Era la primera vez que veía a Luminem de esta forma. Mirada llena de rabia con una luz que brillaba con fuerza, tanto que casi dejaba cegado a Cin. Comprendía su rabia y temor, más al estar tanto tiempo luchando por esa paz.
—Los que han muerto, por desgracia, son los padres de Luminosa. No la he encontrado en ningún momento, pensé que estaría en estos bosques, pero no la veo en ningún lado. No ha muerto, sé que no lo ha hecho, y se que no ha sido Christel quienes los asesinó —murmuró Luminem mientras le miraba—. Es imposible. Nos habríamos dado cuenta. No pienses mal de ella.
—Pero Luminem, ella...
—Es mi amiga, Cin. Ten un respeto por ella —le exigió Luminem.
Cin solo pudo quedarse en silencio, afirmando con su cabeza a pesar de sentir la rabia en su interior.
—Me encargaré de ayudarte en lo que pueda. Junto a mi elegida buscaremos la verdad.
—Bien
Luminem se marcharía sin decir nada más, dejando a Cin en silencio pensando en cómo pudo haber ocurrido. Había estado vigilando las acciones de Christel menos en un momento concreto, cuando cayó dormido ante el cansancio.
Regresando a su ciudad, pensó en todas las formas posibles para protegerse del peligro que, por desgracia, tenía cerca suya. Pensaba en también avisar a Cuis para que convenciera a Luminem de que Christel era la culpable, ¡no podía haber otra! Aquella que fingía amabilidad, era la que mataría a todos a sus espaldas.
—¿Mi señor? Le veo muy angustiado.
Cin se giraría con rapidez, viendo a Pyschen escondida tras los árboles.
—Es que realmente lo estoy —admitió Cin, soltando un largo suspiro—. Ese asesinato, debió ser culpa de esa...
—Nueva diosa, ¿verdad? —interrumpió Pyschen—. Es imposible no oír el ruido que hace, da cierto miedo su poder y lo que ha hecho en estos meses. Ahora vive allí y no ha hecho nada extraño. Por el momento.
—Eso durará poco cuando se descubra quién fue la asesina —aseguró Cin—, y me apuesto lo que sea a que poco a poco irá atacando a las demás ciudades.
—Por ello es mejor mantener los ojos bien abiertos y observarla
Cin arqueó una ceja ante sus palabras.
—Pyschen hace poco te ordené que te quedaras en la ciudad cuidando de los demás —le recordó Cin.
—Y lo hice, y sé que es maleducado, mi señor, pero ¿cómo puedo ignorar el ruido que emiten? Es agresividad, es violencia y me angustié tanto por los míos que quise prevenirlos de lo peor. Sé que es maleducado y comprendo si por ello merezco un castigo.
Ante sus palabras, Cin solo pudo suspirar. ¿La podía culpar de algo tan grave? ¿podía culpar a su órbita experta de haber protegido a los suyos?
—No. No es de mala educación, en verdad has hecho bien por proteger a los tuyos ante los posibles movimientos del enemigo, pero temía que te ocurriera algo.
Pyschen no supo bien cómo reaccionar ante esas palabras, pero lo agradeció con una sonrisa relajada.
—En estos días Cuis, Luminem y yo estuvimos vigilando a Christel, aunque al final me he quedado solo.
—¿Puedo saber por qué? —preguntó Pyschen.
—Los padres de Luminosa han muerto, al menos es lo que dice Luminem —explicó. Pyschen arqueó la ceja, escondiendo un poco sus manos—. Y sabes que Luminem conoce cuantos viven y mueren de su raza. Se está poniendo nervioso y me angustia que crea que a lo mejor alguien le ha traicionado.
—¿Alguien que los traicione? Si dijera eso, Luminem estaría perdiendo la cabeza —respondió Pyschen con firmeza. Cin agachó la cabeza y afirmó con suavidad—. Ha sido Christel, no puede haber otra. —Se quedó en silencio por unos segundos, pensando sus palabras mientras miraba hacia la izquierda—. Si no le es problema, yo podría...
Cin levantó un poco su cabeza para mirarla. Las hojas caían con suavidad y cuando tocaban el suelo, se deshacía en pequeños trozos que componían parte del camino donde se encontraban. De normal eso no ocurría.
Tras unos segundos analizando su alrededor, Cin volvió hablar:
—No puedo darte una tarea tan peligrosa.
—Cin, solamente es escuchar, dudo mucho que me encuentre —trató de convencerle Pyschen.
Cin negó con su cabeza.
—No, me niego, ¿y si te encuentra? ¿Qué le dirás? —preguntó.
Pyschen subió un poco sus hombros.
—Diré que estaba curioseando, no hay nada de malo para alguien como yo observar, ¿verdad?
Cin negó rápidamente.
—Te hará daño y eso es lo último que quiero —respondió, angustiado.
Pyschen suspiró algo cansada.
—Cin, he sido capaz de ayudar en muchísimos problemas, déjame ser útil, aunque sea un poco para demostrar que puedo serte de gran ayuda, que puedo estar a tu lado y luchar contra esa posible amenaza —explicó Pyschen. Cin agachó la cabeza con temor—. ¿No decías que los demás deberían entrenar y usar sus poderes? Creo que yo también debería hacerlo, sabes que mi poder del ruido es irregular y, aun con eso, pude saber que esa diosa era un maldito problema.
—Tienes razón, muchísima razón —murmuró Cin—, pero si te descubre...
—Cin, me he metido en varios problemas y siempre he salido victoriosa, ¿sabes por qué? —preguntó Pyschen con una confianza que se hizo visible por unos segundos, algo que a Cin le logró sorprender—. Siempre tengo el don de salirme con la mía y saber cómo hablar con los demás. Dudo que esa diosa me haga daño por solo curiosear, ¿entiende?
Había un detalle que Cin siempre había ignorado. La sonrisa blanca y amplia de Pyschen que a veces se le escapaba cuando estaba muy segura. Al principio no le tomó mucha importancia, creía que era una joven inexperta, pero se dio cuenta que, de todas las veces que le ayudó, siempre le salía bien a pesar de su torpeza.
La miró con detenimiento para cerrar los ojos por un momento y al final afirmar.
—Pyschen —llamó Cin su nombre en un susurro—, tengo una misión para ti, una complicada.
—Estoy dispuesta a lo que sea, mi señor.
En el otro lado de la montaña, exactamente en las profundidades, unos pasos resonaban con fuerza, en específico unas botas con tacón pisando con seguridad la madera de los caminos que llevaban hacia las minas de Custió. La mujer, miraba atenta a su alrededor, asegurándose de que todo estuviera en orden a la vez que se encargaba de ayudar a los mineros, quienes cargaban los materiales a los carros.
De pronto, pudo escuchar unos pasos apurados que denotaban esa angustia, unas las cuales llamaron su atención, haciéndola girar para ver al sujeto protegido por unas ropas que le ayudaban a evitar el polvo.
—Ànima, siento molestarla, pero es de urgencia que venga, por favor —le pidió el hombre, viéndose el miedo en sus ojos.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Ànima.
—H-Hay una Lumos en uno de nuestros carros de la ciudad.
No dudó ni un segundo en seguir al hombre a la mayor velocidad posible, adelantando para ver a varios Cutuis mirando aquella carreta iluminada.
—¡No os acerquéis! —avisó Ànima—. Intentad buscar luz, ¡rápido! Puede servir una antorcha o las semillas de luz, ¡apuraos!
Obedecieron de inmediato a sus palabras, dejando sola a Ànima para encontrarse en la carreta a una joven chica de cabellos dorados dormida en esta, como si nada le importara a su alrededor más que el sueño que estaba teniendo.
—¿Cómo es posible esto? —se preguntó mientras miraba a un lado a otro, dándose cuenta que la carreta solo tenía una vía, la cual esta tenía conexiones con el exterior—. ¿Es una broma de mal gusto? ¿Por qué harían algo así de cruel?
Sus dudas pronto serían resueltas cuando aquella chica abrió poco a poco sus ojos, soltando un bostezo suave mientras estiraba sus brazos. Sus miradas pronto se encontraron, provocando que ambas se quedaran en silencio con un sonrojo notorio en sus mejillas.
—Uhm... Esto no es mi casa —habló la chica con cierta vergüenza.
—No, no lo es. Estás en Custió —respondió Ànima con educación—. ¿Puedo saber que te ha ocurrido? Si es que recuerdas algo.
—Pues... yo tenía una actuación muy importante, una que iba a dar la opción de ser la elegida de Luminem —recordó—, pero de repente tuvieron que cancelarlo todo y nos pidieron irnos a nuestra casa. A partir de ahí todo se me hizo borroso.
Los ojos de Ànima, los cuales derramaban una oscuridad constante como si fueran lágrimas, se abrieron en señal de temor.
—¿Eres Luminosa? —preguntó Ànima.
—Ah, sí. Soy Luminosa —respondió con una sonrisa tímida—. Perdón por no presentarme. ¿Usted quién es?
—Soy Ànima —respondió, viendo como los ojos amarillos de la chica se abrían más, iluminando más el lugar. Aquello le dolió a Ànima, apartándose un poco.
—P-Perdón. ¿¡De verdad que eres Ànima?! —preguntó Luminosa—. Escuché bastante sobre ti, ¡eres la Cutuis que conoció a Luminem y que logró la alianza entre los dioses!
—S-Sí —murmuró Ànima, sintiendo cierto alivio cuando la luz disminuyó—. Escúchame bien, Luminosa, lo más óptimo es que te lleve a un lugar más seguro, uno donde puedas descansar mientras aviso a mi diosa sobre esta situación, ¿comprendido?
—Oh, claro. Tiene sentido. Mis padres tienen que estar preocupados por mi repentina desaparición —murmuró Luminosa, viéndose la intranquilidad en sus ojos.
Ànima solo pudo suspirar con calma, dándole la mano a Luminosa.
—Tranquila, por ahora déjame ser tu guía por este lugar y llevar a un sitio más seguro —añadió, viendo como Luminosa como se alejaba un poco.
—¿Estás segura? —preguntó Luminosa—. No quiero hacerla daño.
—No lo harás —respondió Ànima con una sonrisa confiada—, y creo que es un poco irónico cuando estás en Custió. La que está en peligro eres tú, por ello quiero llevarte a un sitio más cómodo y seguro que este.
Luminosa mostró un pequeño sonrojo en sus mejillas, afirmando sin dudar mientras le daba su mano a Ànima. Pronto las miradas curiosas aparecieron y con ellos los rumores que llegaron a Cuis.
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