Capítulo 3: Rumores.
Cin y Cuis eran similares en muchos sentidos, tanto que Luminem creía que eran hermanos separados al nacer. Sus formas de hablar y actuar coincidían en varios aspectos, siendo Cuis la más tímida.
—¿Esta es la ciudad del Ruido? —preguntó Cuis,.
—Seriu es el nombre de nuestra ciudad. No cuestione el hecho de que vivamos en casas poco elaboradas, somos seres que viven con lo que la naturaleza nos aporta —respondió Cin con educación y paciencia, viendo como Cuis mostraba una vergüenza notoria en sus mejillas.
—No... No lo cuestiono, solo me sorprende que pueda vivir en el exterior sin tener miedo de los peligros que hay afuera —explicó Cuis.
—Tenemos ese miedo, pero desde que apareció Luminem, nuestro hogar ha resultado ser más productivo y seguro —admitió Cin. Aquello subió el orgullo de Luminem.
—Comprendo... —susurró Cuis, mirando en silencio el poblado de Cin.
Su ciudad poseía animales de apariencias inusuales, como vacas que tenían ciertas apariencias de un cerdo o peces con orejas de perro. También admitía que había una extensa vegetación del cual Cin explicó su uso y nombre.
Todo aquello dejaba muy intrigada a Cuis, pero no parecía verse muy convencida de la alianza, aunque no solo ella, Cin desconfiaba de la diosa de la oscuridad. Luminem se había dado cuenta al ver el cuerpo de Cin moverse como si algo de su interior le alertara.
—Siento ser así de desconfiado, Luminem —le admitió Cin cuando terminó aquella primera reunión, viéndose la Luna desaparecer ante el Sol mañanero—, pero comprenda mi situación, y más ante los mitos de que la oscuridad es agresiva.
—Tranquilo, lo entiendo —murmuró Luminem.
Luminem no paró de darle vueltas a sus palabras, ¿agresiva? Desde que se encontró con ella, le resultó muy respetuosa y calmada. ¡Estaba seguro que no era mala! Solo había que intentarlo, conseguir su confianza.
Y fue lo que hizo.
—Ya es la tercera vez que lo haces, Luminem —le habló Cuis mientras caminaba poco a poco por los pequeños pasillos oscuros de su hogar, acompañando a Luminem quien caminaba lento y un poco cansado—. Un día de estos te desmayarás.
Quiso conocer más a Cuis, adentrándose, si tenía el permiso, a Custió. No le importaba arriesgar su poder, no le importaba debilitarse. Todo era por Cuis, para conocerla mejor.
—Yo creo que no —respondió Luminem con seguridad.
—No mientas así, es muy claro que la luz y la oscuridad son elementos que juntos pueden causar un conflicto, lo dicen todos, es lógica —respondió Cuis con firmeza, frenando sus pasos para mirarle.
—¿Ay de verdad? —preguntó con una leve risa—. Déjame decirle que a mí no me gustan esas historias o mitos, creo que a veces no está mal romperlos.
Cuis le analizaba en silencio, viendo sus ojos entristecidos mezclados con la intranquilidad.
—Sé lo que piensas, Cuis —continuó Luminem con un tono educado—, pensarás que soy un inmaduro que no sigue las normas porque le aburren o porque tomo mi propio camino, y ciertamente es así, tengo mi libertad y mis decisiones, no me suelo regir por esos mitos o normas.
—Creo que no eres consciente de lo que la luz y la oscuridad pueden hacer, Luminem —respondió Cuis.
—Lo sé muy bien, pero ambos sabemos de qué categoría somos, ¿no es así? —preguntó. Cuis miró el suelo con cierta preocupación—. Que yo sepa, tú no eres una Deidad Sistemaria.
—Ni llegué a interesarme por ello. Si soy honesta, con mi raza hemos aprendido de errores que nos ha hecho ser quienes somos, no confiamos en muchos, somos débiles, aunque la oscuridad sea un poder que, perfeccionándolo, sea imponente —explicó.
—Como cualquier otro elemento en general —respondió Luminem, poniendo su mano derecha en su barbilla mientras recordaba—. Dicen haber Deidades Sistemarias de los elementos como el agua, viento, fuego y tierra. Deidades de mucho más poder que nosotros que controlan a la perfección sus poderes. —Respiró profundo y miró a Cuis con una sonrisa—. Entiendo el miedo que tienes con nosotros, puedo incluso entender que tuvieras miedo de juntarte con Cin, pero no puedes cerrarte siempre en banda, no somos malos.
—Luminem, comprende que nuestra raza ha vivido siempre en soledad desde el principio. Hemos viajado a otros planetas donde nos expulsaron por el miedo que tenían. Nos atacaron porque somos oscuridad, un elemento poderoso, pero que nosotros nunca lo hemos empleado de esa forma, y como dije, no tengo intención de hacerlo —recalcó, mirándole hacia sus ojos, a pesar de estar cubiertos por esa visera—. Tiene sentido que nos teman, después de todo es oscuridad y es un elemento que crece cada vez más y uno puede hacerse poderoso, pero asumen algo de mí que no soy.
—Yo no asumí nada, yo confío en ti.
—Porque eres demasiado inocente.
—O porque veo la luz en los demás a pesar de ser oscuridad —respondió con una sonrisa cálida. Cuis miraría a otro lado sin saber bien qué decir—. Por lo que me dices, no quieres llegar a ser una Deidad Sistemaria de la oscuridad, aunque si quisieras podrías.
—No, Luminem, este universo no funciona tan fácil como otros lados —respondió Cuis, viendo como Luminem cruzaba sus brazos con suavidad—. Tengo mi categoría, la Luna Menguante.
—Como la mía.
—Y como entenderás llegar a una Deidad Sistemaria es pasar por una serie de conflictos propios en donde asimilas el poder nuevo que te hace crecer de categoría —siguió explicando—. Yo puedo obtener más oscuridad, aunque sé que me dejaría muy agotada. Subir de categoría no es una tontería, entras por una serie de pruebas donde asimilas el poder.
—A no ser que nazcas con el don —añadió Luminem.
—Y los que tienen ese privilegio suelen perder la cabeza porque no han pasado por esos años de aprendizaje —terminó Cuis, cruzando sus brazos para suspirar intranquila—. Me he limitado, siempre lo he hecho así, no quiero problemas, ¿lo entiendes? Tengo miedo de hacer daño, capaz soy la única con este poder que desea algo así, pero no quiero ser malvada. Solo quiero paz y calma.
—Me alegra ver que no soy el único, porque sabes que eso que me has dicho, funciona en todos, ¿no?
—Sí, claro... —Cuis pensó sus palabras para luego mirar a Luminem, viéndose la sorpresa mezclada con la confusión—. ¿Tú...?
—La luz también es un elemento que existe siempre, no tanto como la oscuridad, pero ahí está —interrumpió Luminem con educación—, y a mí tampoco me interesó ser un dios de gran poder, ¿para qué? Los que desean eso son conflictivos y a mí no se me destaca por eso que yo sepa. Puede que otros dioses como Reio, el anterior dios de la Luz, lo fuera, pero no yo. —Rio con calma para luego continuar—: Me dedico al espectáculo, a difundir un mensaje de paz y armonía, y en todo lo que llevo de vida he visto seres de todo tipo que, en general, son desconfiados.
—Porque esta galaxia por desgracia es bastante oscura.
—Creo que se debe a otros seres de gran poder o similar al nuestro que tienen esa hostilidad —supuso Luminem—. Aparte de que esta es la Galaxia O.
—El fin de la Galaxia —añadió Cuis.
—Sí, eso todos lo saben de sobra. Somos los últimos y este lugar digamos que se "está creando". Todos buscan más poder mientras que otros quieren paz, como nosotros —continuó Luminem—. Este extenso universo por desgracia será conflictivo, pero al menos hay unos pocos que saben difundir un mensaje tranquilo.
—Eso solo hace que me preocupe, Luminem —murmuró Cuis—, que piense si de verdad debería conseguir más poder.
—¿Para?
—Por si nos atacan —respondió con decisión—, yo creo...
—Te estás preocupando demasiado —interrumpió Luminem—. Estamos en el sistema O, el último de todos los sistemas que se conocen.
—Pero Luminem, hay más galaxias que el nuestro —expresó Cuis angustiada.
—Lo sé, pero no me agobio por eso porque entonces no vivo —contestó Luminem—. A mí me llegan todo tipo de rumores y noticias, lo supe en su momento y tuve que huir de dos planetas.
—Veo que no soy la única... —murmuró Cuis, apenada—. Nuestra raza huyó de códigos como el 007, de hecho, muchos dejaron su gema más valiosa el Blatulion, creyendo que vivirían para siempre en ese planeta, pero fue un error y ahora muchos sufren de ciertas enfermedades que nos es difícil hacer frente.
Luminem mostró una clara preocupación ante esto, cruzando sus brazos mientras miraba a su alrededor.
—Cuis, los que estamos aquí pasaron por algo similar y por ello sabemos que es el más óptimo para nosotros. Estamos en el último sistema donde solo hay unos pocos planetas que no son códigos. Nadie se fijaría en eso.
—El universo es extenso, Luminem, como un bosque oscuro donde cualquier señal que das, es delatarse. Sufrimos por ello todos, es una condición que existe en nuestro universo y que no se puede controlar. Como una norma impuesta. Les interesan los planetas desechos porque cuando dan esa señal es cuando atacan —recordó Cuis.
—Pero nosotros somos un código, Cuis. No hay de qué preocuparse —respondió Luminem.
—Nosotros lo somos, pero no los demás planetas. Y sabes que cuando sean códigos y den la luz en medio del universo, llamarán la atención de las anomalías y los virus, ¡o a saber que más amenazas pueden haber! Y por consecuencia, nos afectará a nosotros —aclaró Cuis.
—Cuis, entiendo tu preocupación, pero has visto cómo somos, no tenemos malas intenciones. Si nos unimos, podríamos hacer frente a cualquier cosa —aseguró Luminem.
Cuis se quedó en silencio, observando su alrededor.
—Inténtalo —continuó Luminem—, habla con Cin sin miedo, créeme, yo le conozco de varios meses y puedo decir que, aunque sea un viejo gruñón, es alguien que desea lo mismo que yo.
El silencio inundó los pasillos oscuros de la cueva. Cuis miraba a su alrededor con dolor y pena, sabiendo de buena mano que su hogar siempre había sido así: Cuevas oscuras donde apenas tenían cuidado, y la razón de esto era porque apenas duraban vivos en un planeta donde no hubiera conflicto. Eran nómadas y por eso no había ese cariño que a lo mejor Cin o Luminem tenían.
—Inténtalo al menos, Cuis —pidió Luminem—. No somos un peligro, te dije sin miedo alguno que éramos y has visto cómo es la ciudad del ruido.
Cuis lo sabía bien, le era un gran contraste la ciudad del ruido, uno muy tranquilo sin apenas casas donde los ciudadanos disfrutaban de lo que la naturaleza les ofrecía junto al grandioso río con cascadas de gran tamaño y altura. No conocía la ciudad de la luz, tenía miedo, pero también estaba avergonzada. Luminem se sacrificaba cada día para verla. No temía. No dudaba. En frente suya tenía alguien que no le importaba mostrarse débil las veces que fuera falta para demostrar sus acciones.
—Debes salir de aquí, Luminem —pidió Cuis—, tu poder...
—Tranquila, sigo bien —aseguró Luminem, aunque Cuis sabía que había una pequeña mentira para no preocuparla.
—No, Luminem, vamos a salir.
Decidida, tomó la mano de Luminem para salir de su hogar, un gesto que le sorprendió al dios, pues la manera de actuar de Cuis captó la atención de varios ciudadanos asombrados al ver cómo caminaban hacia el exterior. Esa luz solar, le aliviaba muchísimo a Luminem, aunque no a Cuis, pero aun así tomó el riesgo.
Mientras Luminem sentía esa luz en su cuerpo, escuchando como las pulsaciones de su corazón tomaban un ritmo normal, Cuis cubría su rostro con un pequeño escudo de oscuridad que poco a poco era consumido. Sus miradas se cruzaron por un momento.
—Te estás...
—Quiero demostrar que también puedo tomar estos sacrificios, Luminem —interrumpió Cuis con cierta dificultad—. Detesto la luz, lo hice siempre, pero creo que en tu caso puedo confiar si has tomado esos riesgos por mí y mi raza.
Aunque ese acto no era tan necesario, para Luminem le significó mucho. Nunca pensó que un momento así podría llegar a su vida y por ello se ilusionó, aunque le pidió a Cuis que no se arriesgara más y que volviera a su ciudad.
Ese día al fin nacería la confianza y cariño, y con ello la segunda oportunidad que Cuis no dudó en tomar.
Volver de nuevo a Seriu le creaba angustia a Cuis, pero Luminem se mantuvo a su lado siempre apoyándola. Una vez reunidos, la conversación fluyó de maravilla, lo que le hizo sentir alivio a Cuis.
—No sé si aún es tarde, pero siento haber cuestionado vuestra forma de vivir y a la vez me disculpo si fui... irrespetuosa —se disculpó Cuis.
Cin movería sus cejas con asombro.
—Tranquila, no me ha molestado, y puedo entenderlo en cierta parte —respondió Cin mientras miraba a Luminem—. Veo que jamás se rinde cuando se propone una cosa, Luminem.
Luminem solo pudo sonreír con orgullo, poniendo sus manos en sus caderas.
Aquella segunda oportunidad fue perfecta y por fin apareció aquella alianza y amistad. Pronto irían conociendo varios detalles de sus razas y formas de vivir.
Aun con esa conversación, si bien resolvieron sus dudas, no fue suficiente para Cin porque el ruido era un elemento débil. Podía existir porque siempre había sonidos a su alrededor, pero no era nada comparable como la oscuridad o la luz.
—No tengas tanto miedo, Cin —le pidió Luminem, hablándole en privado—. Sabes que puedes contar con nosotros, ¡y has visto cómo es Cuis! Os asemejáis mucho en cuanto vuestra historia.
—Ya, pero ella no sufre de ser inexistente, ella puede estar tranquila porque los Cutuis existen en todos los lados. No como nosotros —recordó Cin.
—Cin, comprendo que seas muy paranoico —habló Luminem, abrazándole de un lado—, pero me aseguraré que vosotros viváis sin miedo a desaparecer para siempre.
Cin le miró atónito, pero no diría nada. Solo dejó que el tiempo fuera quien le diera la razón.
Con el paso de los días, los dioses se irían reuniendo con más frecuencia, teniendo conversaciones largas donde se iban conociendo mejor.
—Hace poco, algunos de mis habitantes encontraron dragones de apariencia similar a una grandiosa serpiente. Son blancos con algunas escamas doradas, sobrevolando la ciudad o las islas dispersas del cielo, pero no son agresivas —explicó Luminem con emoción.
Cin y Cuis lo mirarían atónitos.
—Teniendo en cuenta que en el cielo pueden existir seres maravillosos, no me es de extrañar que tengas esa suerte —habló Cuis con calma, poniendo su mano en su mentón.
—Siendo honesto, las especies tan distintas y exclusivas es algo que no me toma por sorpresa, incluso entre los pequeños hacemos actividades de exploración —añadió Cin—. Eso sí, mantenemos el cuidado que corresponde.
—¿No has pensado en buscar una órbita aprendiz? —preguntó Cuis.
Cin frunció el ceño.
—No es algo que me plantara —admitió Cin.
—Creo que en parte es óptimo, pero a su vez tienes que buscar bien la indicada —intervino Luminem—. Por ejemplo, en mi ciudad hay una joven chica que está empezando a destacar, su nombre es Luminosa.
—En mi caso ya la conoces, Luminem. Ànima la comunicadora, por no decir que será elegida en poco —añadió Cuis.
—¡Qué bueno! Me alegra que haya sido así —respondió Luminem—. Me sorprendió mucho su motivación por cuidar a cada uno de los Cutis y mejorar la ciudad, aunque Luminosa tampoco se queda atrás.
—Me encantaría conocerla a futuro —comentó Cuis— y deberías volver a Custió, también tú, Cin. Os encantaría el cambio que ha recibido gracias a Ànima. Ahora ya no parece un hormiguero.
Luminem lo sabía muy bien, en parte había sido testigo de ello. Ahora cada cueva se conectaba mediante plataformas de madera en cuyo centro se encontraba la plaza, siendo rodeada por estructuras donde se encontraban los oficios más importantes: Culto, tradición y honor.
Los Cutuis eran seres que veneraban muchísimo a la diosa, su religión se basaba en venerar las Lunas que hubiera en el planeta o sistema, en este caso el Omega. Una religión que para Luminem le era curiosa porque ellos veneraban el sol del sistema o a Soal, el primer Sol.
Con el tiempo la naturaleza y los animales fueron apareciendo en las cuevas, creciendo diversos tipos de musgos y setas que brillaban en colores azules, aportando propiedades que no solo fueron útiles para los Cutuis, sino que también para las demás razas porque evitaba las enfermedades más comunes y las alergias.
¿Y los animales? Más de una vez asustaron a Luminem al haber arañas con alas similares a un murciélago. Estos eran protectores y mensajeros de la ciudad Custió.
—¿Mensajeros? —preguntó Cin, curioso ante la conversación que tenían ellos.
—Sí, claro, ¡son una monada!
—S-Sí... —mintió Luminem con una sonrisa nerviosa—. El asunto es que me alegra mucho que hayan mejorado la cuidad. Y por lo que sé hay muchísimos minerales que estáis aprovechando dentro y alrededor de la montaña, ¿no?
—Sí, así es. Debemos ir con ojo porque están los tres bosques de distinta estación. Invierno, otoño y verano. Cada uno tiene propiedades que dan más o menos problemas —explicó Cuis.
Cin afirmó, manteniéndose aún callado.
—Sí, y muchos tienen alimentos dulces —admitió Luminem mientras terminaba de comer una manzana—, pero nada que ver con las flores illes de nuestra ciudad, tienen un líquido que dan más energía al usuario y son super dulces.
—¿Más de las que ya tenéis? —preguntó Cuis con una ceja arqueada.
—No has visto como de veloces e hiperactivos podemos ser —aseguró Luminem.
—En parte tengo curiosidad, pero sé que no podría aguantar mucho tiempo —habló Cuis con una sonrisa.
Luminem también lo haría, viéndose el sonrojo blanco en sus mejillas.
Cin frunció un poco el ceño, pero respirando hondo, habló con cierto orgullo:
—Hace poco escuché que una Cinei anda ayudando a los demás, siempre se encuentra en los bosques encontrando todo tipo de animales y alimentos nuevos que no hemos descubierto. Quise hablar con ella, pero cuando lo hacía, desaparecía rápidamente. Parece ser tímida.
—Una Cinei es mujer, ¿no? —preguntó Cuis, un tanto avergonzada.
—Sí, Cinei es mujer, Cineo es hombre —respondió Cin.
—Lo siento, aun sigo olvidándome.
—No pasa nada. —Cin reiría con educación para luego continuar hablando—: El caso es que ha logrado llamar mucho la atención, todos andan pidiendo su ayuda, es muy eficiente y poco a poco se está volviendo una órbita aprendiz.
—¿Será una órbita novata? —preguntó Luminem con curiosidad.
—Es muy posible, teniendo en cuenta que es alguien amable y que siempre ayuda... Aunque aún le queda mucho por delante, no es como Ànima —respondió Cin mientras miraba de reojo a Cuis.
—Ànima es un encanto —admitió Cuis—. Honestamente me sorprende cada día, he decidido que sea mi mano izquierda, mi órbita novata, porque gracias a ella he conseguido que la ciudad sea un lugar mucho más amable y menos tenebroso.
—Y aún os queda, la ciudad aún está en reformas, ¿verdad? —preguntó Luminem.
—Así es, pero confío en que pronto esté listo —aseguró Cuis—. Quería comentarte que, si necesitabais alguna ayuda en especial o si necesitáis minerales, no dudéis en decirlo.
—Quería saber si teníais ese mineral que le agregaba un sabor más picante, eh... ¿Cómo se llamaba? —intentó recordar Luminem.
—Iteina —respondió Cuis con una risa—. Me sorprende que digas eso, recuerdo la primera vez que lo probaste, pedías agua desesperadamente.
—No me expongas de esa forma enfrente de Cin —susurró Luminem, avergonzado.
Recordaba bien ese momento, Cin no le afectaba nada el picante, mientras que Luminem estuvo pidiendo agua durante cinco minutos.
—A mí, si es posible, me gustaría tener los Olin, su propiedad curativa hace que muchos de nuestros animales no sufran por las enfermedades o por el ruido que a veces hacemos —pidió Cin.
—Sin problema alguno —respondió Cuis. En su cabeza estaba recordando estos dos minerales con tal de no olvidarse ya que su cabeza era un poco despistada. Esos minerales no eran los únicos, había otros más conocidos e importantes, pero los mejores eran esos—. Bueno, Luminem, tu mencionaste que pronto tendrías un espectáculo, ¿verdad?
—Es cierto, pronto haréis una gran celebración ¿no? —recordó Cin.
—Sí, ese día vamos a celebrar la primera mitad de año viviendo en este planeta con un gran espectáculo, toda nuestra raza celebra un concierto junto a una gran comida —explicó Luminem con emoción—. Esos días estaré ocupado porque es preparación, celebración y post celebración. Si queréis podéis venir, obviamente estáis más que invitados.
—Tengo varias tareas pendientes, veré si tengo alguna hora libre —respondió Cuis.
—Cuenta conmigo, cuando más ruido y sonido, mejor —contestó Cin.
Luminem se ilusionó ante sus palabras. Ese día iba a ser perfecto y nada se lo iba a impedir, por ello mismo se levantó, despidiéndose de sus compañeros para preparar todo como era debido.
Cuando cada uno fue hacia sus ciudades, Cin se quedaría solo cerca del río. Estaba tumbado con las manos en su cabeza y los ojos cerrados, sintiendo como su cuerpo se deformaba según el ruido que hubiera a su alrededor.
Le daba vueltas a todo lo ocurrido. No era de extrañar que a él le encantaba buscar culturizar posible problema que hubiera para prevenirse de ello, aunque en esta ocasión le daba vueltas a la posible órbita aprendiz. Aquella mujer que jamás se presentaba.
Se sentó en el suelo, poniéndo su mano en su mejilla mientras miraba a su alrededor. Pensativo y en silencio, dejó que el sueño le inundara.
—¿No os preguntasteis alguna vez que hay ahí afuera?
Hasta que una voz logró dejarle con los ojos bien abiertos, levantándose del suelo para girarse.
No se esperaba la visita de nadie, menos de una Cinei que con su presencia tímida y temerosa dejaba en claro que algo le ocurría, más con aquella pregunta que la dejó atónito. Se fijó bien en ella, cabellos grisáceos, ojos blancos y vestimenta verdosa, una no muy elegante, pero adecuada para ella.
Cin admitía que su raza tenía muchísimas variantes y que no todos eran como él. Se consideraba en ocasiones un caso extraño entre su especie, pero que muchos lo consideraban como el Cineo más puro a su raza. Aun con ello, no veía problema en que los demás fueran diferentes, que tuvieran vestimentas o que sus rostros no fueran como el suyo.
—Es curiosa esa pregunta, pero la respuesta es sí. Todos en algún momento nos preguntamos sobre el exterior y que puede ocurrir. ese miedo a que nos puedan hacer daño. Aunque no deberías temer por ello ahora al estar aliados —explicó Cin.
Los ojos blancos y esféricos de la mujer miraban con detenimiento a Cin, moviendo en ocasiones sus manos que parecían ser como agujas.
—Si soy honesta, tengo miedo del exterior —admitió la mujer—. Tengo muchos presentimientos, la mayoría negativos.
—¿A qué te refieres? —inquirió Cin, frunciendo el ceño.
—A que posiblemente nos quieran hacer daño en algún momento, dudo que el universo sea siempre pacífico como nosotros —explicó.
—No deberías tener miedo del universo, hemos aprendido técnicas de defensa y no somos los únicos, Luminem nos prometió siempre protegernos y Cuis está entrenando a varios guerreros, o tiene intención de ello.
Cin observaba el mechón del cabello de la mujer, era curioso cómo formaba sin querer una semiesfera en su ojo izquierdo.
—¿Ànima es una de las candidatas que será entrenada?
Esa pregunta dejó un poco sorprendido a Cin.
—Sin duda alguna, sabes que ella ha hecho mucho por su raza, al igual que tú lo hiciste.
La mujer bajó su cabeza durante unos segundos, temblando un poco ante la respuesta. Cin la miró con detenimiento, no entendía porque actuaba así.
—¿Podría saber cuál es el problema? Tus formas de presentarte e intervenir no es que sean las más adecuadas —habló Cin con firmeza.
La mujer abrió un poco sus ojos y se arrepintió de inmediato.
—Siento mi actitud, mi señor. De verdad que no era intención de hacerle molestar. Es miedo, uno constante porque no quiero perder lo que tanto tiempo hemos hecho —explicó la mujer.
Cin se quedó en silencio con los ojos bien abiertos. No tenía problema que su raza le llamara "mi señor" pero se le hacía tan inusual cuando desde joven había sido parte de ellos. Había estado a su lado, sobreviviendo, luchando, escapando. Si era dios, no era por herencia, sino porque los consideraban como el indicado. El protector de los Cineos y Cineis.
—Está bien, comprendo tus motivos, pero no son maneras de aparecer ni hablar, joven Cinei —habló Cin con más clama.
—Pyschen, ese es mi nombre. Perdón que no me presentara, en general no suelo ser alguien muy sociable entre los míos y solo actúo para ayudar, no para tener reconocimiento —explicó.
Cin sonrió sin querer. El pasado le golpeaba a su corazón.
—Entiendo y no te preocupes. En su momento solía actuar así —admitió Cin con una ligera risa—. Es curioso, ya que la mayoría de los Cineos les encanta destacar.
—No... es algo que me haga sentir cómoda. Prefiero estar cerca de los cuales más relajantes que la naturaleza me ofrezca y ayudar en lo que sea.
Timidez. Cin veía claramente en Pyschen una timidez que comprendía en su perfección. Prefería estar solo en lo alto donde hubiera grandes cantidades de sonidos a estar con los suyos con tanto barullo que le podía incomodar, aun sabiendo que eso le daba vida.
—Entiendo tu decisión, Pyschen —respondió, para luego mirarla con detenimiento—. Me imagino que si estás aquí, es para recibir unas palabras que calmen tus temores, ¿no es así?
Pyschen afirmó con cierta timidez, sin mirarle.
—Comprendo tus miedos, son unos que todos tenemos desde el principio de nuestra historia. Igual, ten en cuenta que fueron cientos de años atrás, miles incluso. Si seguimos la historia del pasado, jamás podremos avanzar como raza, y sabes que hace falta.
—C-Comprendo.
—Aparte, estamos aliados —continuó Cin—. Es de la forma más extraña, porque es luz y oscuridad, pero podemos confiar en ellos, en especial la luz.
—¿Acaso teme a la oscuridad? —preguntó Pyschen.
—Todos lo hacen por las historias que hay en las galaxias. Por suerte, esta oscuridad parece ser más bondadosa y dispuesta a luchar por lo que es justo —respondió Cin.
Cin se daba cuenta que Pyschen no parecía relajarse mucho, pero la comprendía ante tantos años de sufrimiento, y más ante la Oscuridad. Puede que la Luz siempre fuera bondadosa, pero temía que no fuera lo suficientemente fuerte para evitar el conflicto que pudiera venir a futuro.
Y eso activaba las alarmas que Cin había en parte ignorado.
—Por ahora, Pyschen, lo más recomendable es confiar y seguir avanzando. Me imagino que si llegaste aquí no es solo para calmar tus miedos, sino que ayudar en algo más que solo a tu raza —supuso Cin.
Pyschen miró a otro lado, avergonzada. Cin se reiría con calma.
—Sigue así y puede que considere esa opción. Demuestrame que eres capaz de ello, y serás mi mano izquierda.
La determinación parecía verse en los ojos de Pyschen. Escalofriantes, pero que a Cin se le hacían un poco más cómodos de ver al saber que eran propios de ella. Sonrió con calma, viendo como se despedía de él con educación y respeto.
—Curioso —susurró Cin, intrigado—. Al fin tuvo el valor de presentarse. Me pregunto qué más puede sorprenderme. —Tras eso, estiró un poco sus brazos—. Aunque para sorpresas, son las de Luminem y su espectáculo.
No tardaría en subir por la montaña para ir hacia Linee. Cin estaba especialmente ilusionado al poder escuchar tantos ruidos nuevos. En su camino, se encontraría pronto con Luminem, quien lo invitaría con toda la ilusión del mundo mientras le hablaba.
—Estamos a punto de comenzar. Te he dejado un sitio espléndido al igual que algunos de tu raza que han decidido venir. Espero de verdad que lo disfrutéis —comentó Luminem.
Cin sonreía ante las palabras de su compañero, escuchando cada sonido que envolvía la ciudad de la luz. Cada ser, cada animal, cada elemento que rodeaba a Cin tenía un sonido, uno que lo hacía seguir con vida, uno que siempre lograba darle esa paz, más cuando tenía enfrente a Luminem, cuyo sonido era similar a muchos niños pequeños correteando y gritando.
—¿Y Cuis? —preguntó Cin.
—Pronto vendrá, ¿cómo te diste cuenta de que no estaba? —preguntó Luminem.
—Cuis tiene el sonido de una madre que parece estar leyendo el cuento a un niño, es calmado, mucho a diferencia de vosotros que sois como críos correteando por allí y allá —admitió Cin, viendo como Luminem reía.
—¡Qué curioso! Aunque tiene sentido, y cuando veas el espectáculo, me temo que ese ruido será mayor —supuso Luminem.
—Puedo acostumbrarme a ello.
Pronto entrarían a Linee, pero los pasos de Luminem serían frenados de golpe, aunque no sería el único, Cin también sintió algo, un ruido que destacaba más sobre los demás.
El sonido de alguien que no le importaba manchar sus manos de sangre y reírse de las desgracias que creaba.
Giró poco a poco su cuerpo en su búsqueda, pero intentarlo le le dejaba inmóvil, ¿qué estaba ocurriendo? ¿Quién transmitía esas malas vibraciones? ¿Quién...?
—Cin —intervino Luminem, apareciendo al lado de su compañero mientras flotaba en el aire—, tenemos que movernos ahora, acabo de ver una luz roja a lo lejos, una agresiva y peligrosa situada en los bosques lejanos de la montaña, pero no me dio tiempo a ver dónde se encontraba exactamente, ¿tú escuchas algo?
—¿Qué si escucho algo? —preguntó Cin, atemorizado—. Lumen, no sé quién, pero yo que tú avisaría a Cuis. Tengo un muy mal presentimiento.
Con rapidez, fueron al interior del subsuelo, encontrándose con Cuis —que estaba al lado de Ànima— trabajando en un proyecto que tenían en mente. Se disculparon por su repentina aparición y le pidieron que por favor viniera porque había un pequeño problema.
—¿Pequeño? —preguntó Cuis, arqueando la ceja, viendo como Luminem apretaba sus labios—. Bien. Ànima, por favor, sigue con el proyecto, luego volveré.
—A sus órdenes, mi señora.
Cuis escuchaba las palabras de Luminem mientras salían de la montaña, siguiendo a Cin quien aún escuchaba ese ruido violento que emitía ese ser. Eran gritos de arrepentimiento, chillidos de sufrimiento, clemencia gritada por todos los lados. Cin los escuchaba sin saber bien como era capaz de seguir avanzando.
Poco tardaron en llegar, encontrando en la lejanía a una mujer que emitía una luz rojiza a su alrededor. Los tres tenían un muy mal presentimiento, creyendo conveniente intervenir con cuidado.
—Hola...
Pero aquella diosa se habría teletransportado a sus espaldas, pillado de imprevisto a los tres por su gran velocidad.
—Aquí está el código 002, ¿no? Claimia creo que se llamaba. Quería vivir aquí junto a mi raza, si no es problema.
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