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Capítulo 20: El cielo se vuelve blanco.

El silencio era acompañado por respiraciones lentas que provenían de las dos mujeres que descansaban en las habitaciones disponibles. Una estaba decorada por varios colores blancos y luces brillantes, mientras que la otra se mantenía en completa oscuridad.

La casa era muy modesta, se encontraba el comedor conectado con la cocina, luego un pasillo donde había tres habitaciones y dos baños. Nada más. Los hermanos creían que era mejor tener una casa que mantuviera la cultura de su raza, que era la más cómoda y evitaba las excentricidades.

Poco a poco el gruñido de alguien despertándose sonó en la casa, era Urchevole quien abrió los ojos con dificultad mientras estiraba sus piernas, pero se quejaría de dolor, abriendo sus ojos de golpe y poniendo sus manos en el gemelo derecho.

—Debo ir con cuidado —susurró,. Intentaba sentarse en la hamaca donde se encontraba tumbada—. Usé demasiado el poder.

Ahora mismo Urchevole tenía varias marcas en su gemelo, aunque no era el único sitio. Esas marcas tomaban parte de su poder para compensar las molestias de Sensibilidad, aunque en este caso era el doble de peor porque ayudó a un Drasino.

Urchevole sabía bien que su diosa no estaba contenta con ella, pero había una duda que le rondaba en la cabeza.

Si sabía que Kemi era un Drasino, ¿por qué cedió aun así su poder? ¿Capaz por ser mitad Elina?

Se tumbó de nuevo en la hamaca mientras respiraba con lentitud, miraba hacia su techo blanco con los ojos cansados mientras intentaba mover sus manos. Quería intentar calmar el dolor, pero era imposible teniendo en cuenta que este era inevitable.

—¿Dónde están los demás? —se preguntó. Giró su cabeza hacia la entrada de su habitación—. Mi hermano no está y Kemi tampoco, únicamente siento a Ànima que sigue aún durmiendo.

Seguía mirando hacia la puerta abierta de su habitación, viendo la oscuridad del pasillo con los ojos relajados al igual que su cuerpo, a pesar de sentir el dolor del que ya le acostumbraba. Respiró profundamente e intentó recordar.

—Ambas se pelearon y cuando hice ese baile se calmaron —recordó y cerró sus ojos con dolor—, luego perdí la consciencia.

Urchevole admitía estar desentrenada al estar tantos años, por ello fue complicado calmarlas. Pensar en ellas hizo que frunciera el ceño.

—¿Quién en su sano juicio hace eso ante una teoría incierta? —se preguntó mientras apuntaba el techo su cabeza con los ojos cerrados—. Pocos hacen esas locuras...

Hasta que se acordó de alguien en específico que la hizo sonreír con pena.

—Aunque en la galaxia hay miles de historias de seres que se sacrificarían con tal de conseguir lo que quieren, sea amor, sea protección. Sea lo que sea. —Abrió sus ojos y miró como el techo blanco empezaban a salir varias notas musicales—. Como Sensibilidad.

Se quedó respirando con calma mientras sentía cómo se recuperaba del daño. Tras unos minutos, giró su cabeza hacia la derecha.

—¿Dónde estará Pittura? Esa pequeña traviesa debe de estar ya fuera de casa, ya ha dormido suficiente después de dibujar ese mundo irreal.

En el pasillo aparecería un poco de luz, alguien había llegado.

—¿Hermano?

—Oh, ¡despertaste! —gritó Aspaura, caminando con cierta prisa hacia la habitación—. ¿Cómo vas?

—Recuperándome, no me puedo levantar aun —respondió, viendo como su hermano se ponía enfrente suya—. No te ves con buena cara.

—Hay... varios problemas.

Prestó atención a todo lo ocurrido. Se quedó en silencio mientras veía las emociones de su hermano fluir como nunca. Muchas de ellas se las contagió, más cuando se enteró sobre la desaparición de Pittura.

—Mientras estaba ayudando a los demás seres, intenté buscar a Pittura, alguna mínima pista, pero no hay nada. Solo encontré el alma de Luminem, por lo que le dejé su bendición —explicó Aspaura.

—Hiciste bien, Aspaura, aunque eso era gastar mucho de tu poder. Tendrías que haberme avisado.

—¿Y hacerte más daño? No, eso es imposible —contestó—. Estabas muy herida, hermana. No podía obligarte a hacer todo.

—Pero Aspaura, yo...

—Hiciste todo lo que podías, hermana. Lo hiciste genial. ¡Detuviste a dos Lunas Menguantes! Eso es mucho, creeme.

Urchevole soltó un largo suspiro mientras ponía su mano en su cabeza.

—Encima Pittura ha...—Puso las manos en su cabeza aun con el dolor que sentía—. ¿Qué no estaba en casa?

—Al parecer no —respondió Aspaura, viendose el arrepentimiento en sus ojos—. Recibiré el castigo en caso de que lo haya.

—No, jamás, era mi responsabilidad y como se entere me va a matar —contestó Urchevole.

—¿Crees que hará eso?

—No lo sé. Tampoco soy capaz de entenderla a veces —susurró, y miró a otro lado.

Aspaura se cruzó de brazos mientras miraba hacia sus espaldas, donde un poco más lejos estaba la habitación donde dormía Ànima.

—Tendremos que hablar con Ànima cuando terminemos todo esto —comentó Aspaura mientras seguía mirando el pasillo—. Ahora mismo las razas supervivientes andan perdidas y tenemos una larga tarea por delante.

—¿Y Kemi? —preguntó Urchevole.

—Con la guardiana Lihuco, vigilando que no haga nada imprudente, me comentó que por el momento le obedecerá a él, pero conociendo la condición de los guardianes, en cuanto Christel despierte, estará a su lado sin importar el qué.

—¿Y dónde se encuentra esa diosa?

—Encerrada dentro de las cuevas de la montaña, retenida por la música. Aun no despertó.

Urchevole afirmó a duras penas. No estaba muy de acuerdo, pero era lo mejor que podían hacer.

—Volveré con las tareas que me quedan pendientes —aclaró Aspaura en un suspiro largo—. Tú descansa todo lo que puedas.

—Hermano, quiero ayudar, no voy a descansar más.

—Eres una Luz Impactante que llegó al poder de un dios sistemario o más, ¿me estás diciendo que no vas a descansar? —preguntó.

—Pero tú...

—Yo no soy una luz impactante como tú, soy una Luna Creciente con privilegios que me dejaron, sabes bien esa historia —le recordó. Urchevole simplemente suspiró cansada porque le daba pena saber que su hermano se sentía inferior—. Descansa, luego nos reunimos.

—Está bien...

Cerró los ojos con cuidado a la vez que se tumbaba, escuchando los pasos apresurados de su hermano saliendo de la casa. Miró hacia el techo, dándole vueltas a lo que le dijo.

—No hay ni una Deidad Sistemaria que quisiera matar a Piturra, no a no ser que alguien como Insensibilidad viniera, y aun así me habría dado cuenta de su presencia —teorizó Urchevole—. No pueden ser los Brillos Galaxiales, están cuidando de su Galaxia.

Siguió meditando en silencio hasta que una respuesta apareció en su cabeza, una que la hizo temblar mientras recordaba bien esa historia.

—Capaz fueron sus elegidos. Esos locos que esparcen su palabra y desestabilizan todo.

Suspiró cansada, mirando a otro lado para poner sus manos en su cabeza.

—Ya no sé qué pensar...

Revivir, respirar, recordar y morir. Había un punto en el que su cuerpo no existía, su alma flotaba en medio de un espacio extenso oscuro sin estrellas ni planetas, sin ningún sonido que la lograra despertar, sin nadie que la ayudara. En su cabeza se repetía esos sentimientos horribles llenos de dolor, tristeza, pena y tortura.

Siempre la veía, extendía su mano derecha para intentar agarrarla, pero a punto de tocarla, todo su cuerpo era atravesado por miles de agujas. Un dolor lento en el que atravesaba su piel, adentrándose hasta su músculo, perforando sus huesos y luego el mismo proceso hasta que la aguja saliera de su cuerpo. Era como coser un muñeco, solo que en este caso era una tortura que alguien del exterior disfrutaba.

Un daño que poco a poco se fue acostumbrando, acabando en un punto donde era incapaz de despertarse.

Revivir, respirar, recordar y despertar. Su cuerpo se lamentaba en un dolor inexplicable que Ànima se fue acostumbrando. Sentía que su cuerpo no era nada más que un objeto y que lo único que sí valía era su mente, sus recuerdos y que por nada en el mundo debía olvidar lo que vio. Su misión había cambiado, su hermana no era la mala que todos podrían pensar.

La ironía era curiosa, la diosa de la locura siendo manipulada por alguien mucho más peligroso.

Todos esos sentimientos tan horrorosos desaparecieron al levantar su cuerpo de golpe. Abrió sus ojos, procesando la poca luz que la envolvía a su alrededor. Eran manchas borrosas que poco a poco fueron tomando una forma concreta. Se sentía como un muerto viviente, pero su mente estaba cegada en ese bucle que nadie más que ella misma podía salir.

Salió de la hamaca donde estaba tumbada con cuidado para abrir la puerta de la habitación, caminando poco a poco sin ser consciente de sus actos. A veces se golpeaba contra las paredes, pero no despertaba aun de ese sueño en bucle. Era ella contra su mente, recordando las frases crueles de ese ser que parecía burlarse de su eterno sufrimiento.

Revivir, respirar, recordar y frenar. Ese espacio vacío apareció de nuevo en su mente, flotando de nuevo mientras su cuerpo se mantenía de pie inmóvil en el comedor que desconocía. Lo que sus ojos le mostraban no eran formas irregulares ni manchas borrosas, sino una oscuridad profunda que no la asustaba. Sentía que era malvada, pero cuando lo meditaba, se daba cuenta que simplemente era un ser de ese elemento, pero que por dentro brillaba con las buenas intenciones que pocos podían ver.

Respiró con profundidad. Solo había un vacío, un alma que pensaba y que no poseía un cuerpo. Era destrozado por la locura, era destrozado por la maldad. Nunca se sintió así y, siendo honesta consigo misma, podía llegar acostumbrarse a ese poder si con ello lograba estar al lado de su hermana. ¿Podría compararse como una droga? ¿Quién sabe? Ella estaba en la primera fase, acostumbrándose a algo que la intoxicaba.

Soltó una risa y con uno de sus ojos pudo despertar de esa realidad, dándose cuenta que estaba en el exterior de la casa caminando sola sin ser consciente de que su cuerpo se movía por culpa de un sonido. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué su cuerpo iba al lugar donde la hacía sufrir? Capaz por esa adicción del misterio, la adicción a saber la verdad.

Perdió la visión de nuevo. Revivir, respirar y recordar. Gritó esta vez de ira y su cuerpo frenó en seco, sintiendo como de su espalda aparecían varios tentáculos que harían daño a su cabeza con tal de despertarla. El bucle era infinito, repetía las mismas escenas que vivió en la tierra. Querían hacerla sufrir, pero se negaba por completo, no era el espectáculo de nadie.

«Ya no sé ni cómo sentirme. Parezco inexistente, un alma sin cuerpo, un ser sin vida —pensó agobiada. Respiró, revivió, respiró, recordó y gritó—: ¡Basta!».

Abrió sus ojos para ver que se encontraba en el mismo punto donde abrazó a su hermana, justo en el momento en el que esa presencia apareció. Recordaba su apariencia intimidante, un hombre de más de dos metros de piel blanca y cabello azulado cuya sonrisa podía asustar a cualquiera, aunque por alguna razón Ànima sentía intriga, más ante esos ojos.

«Ese era quien engañaba a mi hermana».

Tuvo el valor de retarle, pero era fuerte, demasiado para superarle. ¿En qué lío se había metido su hermana? Capaz se unió por ese amor extraño de querer conocer algo más que la tierra, por conocer el misterio del universo, un poder que un humano mortal no podía poseer.

«Su deseo de vivir en otro cuerpo y ser alguien acabó en un resultado horrible. Deseó ser un dios y acabó siendo el muñeco de uno —pensó, mirando a su alrededor con los ojos bien abiertos. El líquido negro de sus ojos caía sin parar por culpa de que el poder que tenía. Ya no era una órbita experta, sino una Luna Menguante—. No sé dónde está. Se marcharon, pero aun siento su presencia».

Con lentitud fue mirando a su alrededor, recordando cada detalle que vivió hasta que perdió la cabeza, desprendiendo todo su poder en ira y frustración como si fuera una mancha a sus espaldas que aumentaba de tamaño.

Estaba tan cerca, casi la había recuperado al decir su nombre y abrazarla. Casi la hacía despertarla de su realidad, pero por alguna razón la había apartado. Para protegerla, para alejarla.

—Una pena, casi lo consigues.

Giró su cuerpo rápidamente para atacar al enemigo, pero sus acciones fueron detenidas al ver aquella figura.. Sujetaba el tentáculo con su mano, destrozándolo en un solo gesto para luego apartarlo como si nada. Ànima se quejó de dolor, pero no pudo hablar, no pudo gritar. La silenciaron y eso era por culpa de su hermana que estaba al lado de él.

—Contigo tenemos un problema muy grande —explicó mientras caminaba hacia ella. Pyschen le seguiría en silencio—. Sabes demasiado, en principio no deberías ni haberte recordado de tu vida anterior, pero a veces todo lo que nos rodea funciona de una forma que la desconozco.

Ànima solo se quedó en silencio, mirando con odio y desprecio hacia el hombre de mayor altura. Le miraba con un rostro desafiante, sin importarle si sus acciones fueran a llevarle a la muerte, y eso le entraba más curiosidad al contrario.

—No es mi culpa que tu hermana decidiera venir conmigo, le di unas opciones mejores que vivir una vida humana —explicó—. Ser un dios, encima de la locura, manipular y controlar a cualquiera con la palma de tus manos, ¿no es genial?

Ànima negó con su cabeza.

—Claro, tú eres la oscuridad, ¿para qué querrías ese poder? —se burló mientras caminaba alrededor de ella—. Conoces demasiado y eso juega en mi contra, en cuánto se lo digas a Urchevole, esa asquerosa mujer hablará con Sensibilidad... No me conviene, ¿entiendes?

Ànima solo pensaba en su única opción, morir. Por como hablaba y se expresaba tenía claro que iba a burlarse todo lo posible para matarla de la peor forma posible.

—Pero tu hermana ha tenido una idea que me ha encantado, una idea que supongo que te dará una oportunidad encantadora. He decidido que vivas —respondió. Acercó su rostro hacia la oreja izquierda de Ànima, haciendo que sintiera un escalofrío en su espalda—. Considéralo como una segunda oportunidad para que replantees bien en qué bando estás.

Su cuerpo temblaba sin parar mientras lágrimas caían de sus ojos, un comportamiento que para ese hombre le era divertido.

—Oh, tranquila... juro que no dolerá. Espero.

Moviendo su mano izquierda, su alrededor empezaría cambiar. Ànima lo comparaba a cuando un ordenador empezaba a tener fallos, unos que corrompían el sistema.

—Ehroi doscientos noventa —pronunció calmado. Su mano izquierda se volvería como una gran esfera rojiza que pronto explotaría. Pronto sonrió confiado —. Espero verte pronto, querida.

Ànima caería de rodillas contra el suelo cuando aquellas manchas rojizas afectaron en su cabeza y corazón. Tosió con fuerza, se quedaba sin aire, y para cuando quiso moverse y hablar, vería a su hermana enfrente suya con una sonrisa cruel.

—Deseo encontrarte una vez más para manipularte y torturarte, hermana.

Para luego desaparecer de Claimia y no saber nada de nadie. Solamente su nombre y que era la diosa de la oscuridad. Nada más.

Tras varias horas de trabajo, Kemi pudo por fin organizarse con Lihuco y sus ciudadanos. Vería como pronto varios de los demás seres se atreverían a acercarse, uniéndose así Cineos, Lumos, Cutis con los Criseis. Aquello hizo sonreír a Kemi mientras que Lihuco se quedaba a su lado.

—Aun no entiendo porque nos ayudas —murmuró Lihuco, arrepentida—, aun sabiendo que mi diosa...

—Nada de esto es vuestra culpa, Lihuco —le interrumpió Kemi con calma mientras movía sus manos para crear enredaderas más fuertes que sujetaran las nuevas casas—. Nada lo es, deja de culparte porque Pyschen es la culpable.

—Aun así, Kersmark no me caía nada bien —admitió Lihuco, aun sabiendo que dar su opinión sobre otros dioses era algo que no debía hacer.

—No eres la única —contestó, recibiendo una mirada de sorpresa por parte de Lihuco—, lo mío viene por un enfrentamiento propio de la naturaleza y la tecnología durante miles de años, aunque de por si ese hombre deseaba ser algo que no se puede conseguir a no ser que seas un Drasino.

—¿Te refieres a no sentir nada? —preguntó Lihuco.

—Más o menos. Sentimos, pero cuando se habla de una pelea, dejamos a un lado los sentimientos para poder luchar. Como tal somos seres que podemos sentir amor, alegría, tristeza, rabia...

—Oh, entonces sois muy fuertes.

—Se podría decir —comentó Kemi un poco incómodo.

Lihuco se dio cuenta de ello, mirando a otro lado en silencio.

—Siento si mis palabras han sido molestas.

—No te preocupes, Lihuco. No lo has hecho —respondió Kemi mientras bajaba sus brazos—. El problema es uno personal, uno que debo solucionar de alguna manera.

Lihuco comprendió sus palabras y cuando miró hacia su derecha, vería a alguien caminar a paso apurado.

—Creo que ese no pertenece a ninguno de las razas —murmuró.

Kemi giró su cabeza a ese mismo lado, encontrándose con Aspaura.

—No, es compañero mío —comentó Kemi, acercándose poco a poco a él—. ¿Qué ocurr...?

—¡Ànima no está! —gritó sin darle tiempo a hablar—. ¡No sé dónde está!

Kemi se quedó sin palabras, tragando saliva para rápidamente apretar sus puños.

—Dejame ir a por ella —pidió Kemi.

—¡Pero...!

Kemi no le daría tiempo a hablar. Simplemente marchó, pidiendo ayuda a la naturaleza por si encontraba a Ànima.

Pero no hubo ni una respuesta. Tampoco un rastro. Ànima había desaparecido como si nunca hubiera existido.

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